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Locura por mi todo por 1827kratSN

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A partir del conflicto por el divorcio que Tsuna jamás aceptaría, el tiempo pareció no dar tregua y duplicó su velocidad, no se detuvo ni se detendría jamás.

Tsuna tenía que tomar un rol que estuvo posponiendo hasta ese punto, incluso si aún no solucionaba su propio problema con su esposo, él debía olvidar sus pesares y acunar en sus manos el dolor de toda una sociedad. Porque Skull le exigió que empezase a actuar, aunque fuera temporalmente bajo la sombra del esposo que aceptaría cualquiera de sus exigencias en cuanto a la toma de decisiones con respecto a las empresas. Así se hizo. Tsuna tomó el control de todo.

Fue un cambio drástico.

A la par, más cambios de ese tipo se dieron.

Adelheid desapareció y por ende Enma también, Squalo se había despedido desde hace meses, Haru estaba empezando ya a formar parte del negocio con las empresas que le fueron cedidas después de su matrimonio engalanado por una gran fiesta, y Takeshi seguía inmiscuido con Mukuro sin saber lo que pasaba más allá de la protección que le ofrecían los Rokudo. Eran los omegas con los caminos más sencillos, quienes pasaron de ser la presa al cazador bajo las narices de la clase alfista.

Lambo tenía una tarea diferente, un camino más escabroso que sus iguales, porque él había empezado una pequeña guerra entre los Argento y los Veckenschtein mientras fingía que amaba a su alfa; conflicto que era parte del plan de Skull. Poco a poco la sociedad alfista se fue derramando en caos, y fue peor cuando se hizo público que una de las familias principales había perdido a su heredero en un accidente que también consumió la vida de la concubina.

 

—¿Qué quieres ahora? —hablaba por teléfono con su padre.

—Quiero que asistas a la siguiente reunión.

—No —Kyoya apretó los dientes—, y no tienes con qué obligarme ahora.

—Es tu empresa también.

—Mandaré un representante.

—Te necesito ahí.

—Me niego.

 

Pero la amenaza en esa ocasión fue más dura, más palpable, lo que concluía en que Fon en verdad lo necesitaba en la reunión. Kyoya miró a Aiko quien tiraba de su pantalón para que volvieran a jugar, le acarició los cabellos, y la abrazó con cariño mientras apretaba el celular. Aceptó asistir a la reunión mientras se mantuviera alejada a su hija de cualquier negocio o maldad. Lo haría por ella, solo por ella, pero tomaría la oportunidad también para empezar a dar una serie de pistas de lo que planeaba hacer.

 

—Solo no entables plática conmigo.

 

Miró al castaño por unos minutos antes de darle una serie de instrucciones y tomarse al menos una hora para informarle sobre los pormenores de su empresa, de la que iban a tratar en esa dichosa reunión disfrazada de fiesta. Se tomó otra hora en analizar la situación del mercado conjuntamente con Tsuna, la conveniencia de una expansión, y otras cosas relacionadas con lo que imaginaba iban a negociar. Entrenó lo mejor que pudo a Tsuna, quien ampliamente interesado captó cada una de las cosas y sonrío nervioso cuando Kyoya le ordenó vestirse adecuadamente porque en esa ocasión lo acompañaría a la reunión.

Era hora.

Skull había entrado en contacto directamente con Tsuna en algunas ocasiones, dándole aclaratorias de lo que deseaba hacer con él, los planes que ágilmente trazó durante meses y que se estaban ejecutando. El castaño le reconocía a ese excéntrico omega la habilidad para hacer de algo tan vano como manipular la mente de los omegas de su harem, y transformar eso en algo de magnitudes colosales, incluso al punto de acabar con algunos de sus obstáculos en el mercado.

Kyoya entendió la indirecta de la última vez que se reunió en secreto con ese omega, y si bien Skull no confesó anda, el doble sentido le dio a entender que fue aquel fantasma el autor intelectual de la muerte de un heredero de casta alfista, y el causante del caos que en ese punto iba a enfrentar. Maldijo a ese chiquillo, pero a la vez lo consideró una mente maestra llena de odio por los de su clase. Era un enemigo digno, al que por ahora iba a ayudar.

Por eso el heredero de los Hibari preparó a Tsuna meticulosamente, porque si el castaño no tenía las agallas de pedirle formar parte de los negocios directamente, él iba a empujarlo a cumplir con el pacto mudo que formaron. Le haría un favor a la causa en la que él también participaba. Kyoya Hibari iba a darle una puñalada a los alfas de su clase.

Dejó a Tsuna detrás de él, simulando ser como cualquier escolta, portándose como un alfa egocéntrico mostrando su trofeo, cubriendo a su omega con un traje fino de color celeste pastel que estaba adornado por un suéter de cuello de tortuga como para ocultar marcas en totalidad. Y le ordenó en susurros —antes de empezar con la reunión—, poner atención mientras él fingía distraerse muy fácilmente.

 

—La pérdida nos ha puesto contra la espada y la pared. Él era la conexión en el extranjero y alguien tiene que reemplazarlo.

—¿Qué opinas, Hibari-kun?

 

Kyoya no dijo mucho y fingió leer los papeles, más bien, fingió que estaba fingiendo, e hizo una seña para que Tsuna se le acercara. En susurros platicaron un rato y, ante la mirada intensa de todos, se frotó la sien fingiendo cansancio doloroso para finalmente señalar los papeles. Tsuna tenía las manos temblorosas y empapadas de sudor, pero aun así tomó compostura, y después de dar una rápida reverencia, tomó los documentos ignorando las protestas de los demás alfas y los leyó con rapidez. Hibari mandó a callar a todos, incluso a su padre a quien miró con desdén.

 

—No es necesaria una inversión extranjera —Tsuna habló cuando Kyoya se lo autorizó.

—¿Cómo que no? —negó un alfa y Kyoya le gruñó.

—Déjalo hablar —los miró con fastidio.

—Si añaden una empresa adicional que no ha estado del todo bien en estos tiempos, hablo de la posibilidad de comprar una empresa nacional —Tsuna recordó el detalle que el propio Hibari le enseñó en casa y apartó el documento para ponerlo en la mesa—, se puede sustituir la mano de obra faltante.

—Nos costaría caro.

—Pero ustedes serían proveedores nacionales, no aliados, y esa empresa extranjera tendría que comprarles la mercadería a ustedes directamente en vez de compartirla. Se ensambla aquí, se fabrica aquí, se negocia aquí —dictó antes de dejar los documentos en manos de su alfa—. Las ganancias a largo plazo serían…

—Enormes —terminó Kyoya quien siguió frotándose la sien en símbolo de que le “dolía la maldita cabeza”—. Mi omega lo ha dicho y ustedes deberían aceptar que es buena idea.

—Tu omega… ¿ha hecho esto antes?

—Es mi omega y lo que haga o no, es mi asunto —dictó antes de erguirse en su silla como era debido—. La idea es buena, la propongo y apoyo.

 

Tsuna no creía lo que estaba pasando, era tan irreal. Aún seguía mirando al suelo, denigrado a ser el trofeo del Hibari menor en esa sala, pero a la vez, había destacado como cualquier alfa. Lo habían notado, sus palabras fueron las necesarias, su idea intuitiva la mejor y la que nadie consideró antes o que no quisieron considerar. Había superado su primer obstáculo y elevó su voz.

Sentía la protección de Kyoya, quien seguía participando en esa junta, y no pudo evitar sentirse espectacular cuando al final de la reunión… aceptaron su idea. Y si bien le agradecieron al alfa, dictándolo como el intelectual de esa propuesta, fue dichoso cuando el propio Kyoya les recalcó a todos que la idea no le pertenecía, sino que fue autoría de su amado esposo.

Hibari Kyoya había dejado en claro que le permitía a su omega inmiscuirse en sus negocios.

Hibari Kyoya les restregó a todos en la cara, que un omega podía dar buenas ideas.

Hibari Kyoya les insinuó que, de ser el caso, Tsunayoshi tomaría su lugar en las juntas.

Lo mejor de todo fue lo que sucedió semanas después, porque Hibari empezó a hacerle firmar papeles y explicarle que le estaba cediendo la dirección de las empresas que le ofreció para el divorcio. Lo hizo sin exigir la firma de ese dichoso documento. Se puso a sus pies de cierta forma.

Lo que significaba que… la promesa que Kyoya planteó se estaba volviendo realidad. El alfa estaba dejando a cargo de sus empresas a un omega, y a más de eso, trajo a un beta para que le terminara de enseñar las cosas que él no tenía paciencia para hacerlo, además, porque Hibari estaba analizando los resultados de sus medicamentos para alfas antes de empezar con el trámite de permisos para su producción en masa. Era un éxito tras otro.

 

—Tú decides —le dijo Kyoya.

—Solo has pactos con Kozlov y Argento —le dictó Skull.

—Haré mi mejor esfuerzo —sonrió, porque al fin lo estaba logrando.

 

Y no era el único, porque, aunque Tsuna no lo supiera, Skull ya había maquinado su telaraña en lo más profundo de la clase alfista, y como si fuera algo planeado, Reborn también hizo algunos movimientos para que alfas aliados a la causa empezaran a jugar también. Haru sonreía al encontrarse con Tsuna en las fiestas, enfrascada en una fachada impecable aprendida por la fuerza, susurrando las cosas que había logrado al ser la mente maestra en el manejo de negocios, y la forma en que convenció a Hayato de participar en ese caos.

 

—Destruir a su padre es el camino más corto para liberar a su madre —susurraba mientras tomaba un bocadillo y lo añadía a su plato—. Lavina ahora mismo vive en nuestra casa porque Hayato lo pidió a cambio del matrimonio, pero sigue ligada al alfa.

—¿Ustedes quieren…?

—Estamos conscientes del riesgo de la rotura de un lazo, pero Lavina aceptó —sonrió—. Y es por eso que las empresas a mi nombre le están dando contra a la cabeza de los Gokudera, mientras que, las que están con Hayato, fingen como pantalla para estar junto a su familia.

 

Yamamoto era un asunto muy diferente, él actuaba como ayudante de Mukuro, instigado por la libertad que le daba el alfa para que ayudara en las empresas, siendo un apoyo constante sin querer serlo de forma directa. Takeshi era una figura de respeto porque Mukuro lo quiso así, porque lo presentaba como su par, su pareja, el amor de su vida, y Nagi protegía la integridad del omega a capa y espada. Era un caso muy especial, uno de los pocos conocidos en Japón, y sin desearlo ayudaba a los planes de Skull sin ser consciente de ello.

Tsuna se sorprendió por aquel pronunciado progreso.

Tal vez por eso se perdió de algunas cosas en esos días.

Mejor dicho, estaba tan inmerso en sus nuevas obligaciones y reuniones con su líder, que simplemente olvidó todo lo demás. Y nadie tuvo la delicadeza de hacerle notar aquellas cosas, ni siquiera su madre o padre, porque el propio Tsuna les dijo que ahora estaba luchando por su libertad y la de sus hijos. Esa declaratoria sería entonces, un punto muerto en su vida familiar. Porque sus cercanos entendían el sacrificio que debería darse para un beneficio global.

 

—¿Una reunión de nuevo? —Iemitsu miraba a Kyoya con algo de pena.

—Sí, y está bien —siguió formando los conejos con las rodajas de manzana—, es importante que esté allí.

—Y tú ¿qué?

—Nada —acomodó todo con perfección, formando un círculo en el plato lleno de conejitos—, después haré algunos movimientos para acoplarme a sus planes.

—¿Estás seguro de lo que haces?

—Sí —levantó la mirada al escuchar la risa de Nana quien estaba con Aiko en la sala—. Es… Es lo mejor.

—Dime que lo vas a proteger —suplicó el rubio en susurros, consciente de que lo que pedía era innecesario.

—Haré lo que pueda, pero usted debe entender que habrá un punto en que Tsunayoshi deba irse, tal y como ahora, y su protección dependerá de él mismo y del alfa que ayuda a Skull.

—Temo por mi hijo —suspiró.

—No tema —le palmeó la espalda—, porque se alió con alguien poderoso.

—¿Y si lo traicionan?

—No lo harán —Kyoya formó una sutil sonrisa—, porque Tsuna es una pieza clave para esto.

—Quiero ir por él y arrastrarlo a casa —se frotó el entrecejo.

—Hacerlo solo hará que Tsuna se aleje de usted y desconfíe. No lo haga. Solo apóyelo.

—No puedo creer cuánto cambió mi hijo en tan poco tiempo —sonrió triste.

—No fue poco tiempo —el azabache miró a su hija a lo lejos—, aquella fortaleza y ambición por su libertad, estaba ahí incluso antes de que yo lo conociera…, es solo que al casarse conmigo ganó la oportunidad de aliarse con personas poderosas con la misma ambición.

—Entonces tú tienes la culpa —bromeó.

—Puede ser —tomó el plato—, pero… ya nada puedo hacer ahora.

 

Rubio y pelinegro caminaron hacia aquella sala adornada por serpentinas y por la mesa acomodada al mover los muebles, colocaron el plato lleno de conejos de manzana junto a las galletas, gelatinas, un pastel casero y bocadillos varios. No era nada ostentoso, los invitados eran pocos: Fuuta, Mayu, Enma, Spanner, Kusakabe y varios de sus subordinados.

Todos trajeron sus regalos y los apilaron en una esquina, en la puerta se recibían otros obsequios más, correspondientes a los que no pudieron asistir pero que al menos llamaron y enviaron algo por correo. Estaban solo ellos y Hibari agradecía que Aiko aún no entendiera muy bien las cosas.

 

—Ya tienes dos años —reía Nana al cargar a su nieta para acercarla al pastel— y eres tan bonita.

—Pashtel —reía antes de aplaudir a la par que los adultos empezaban a cantarle.

 

Festejaron el cumpleaños de Aiko en familia, y cuando la pequeña preguntaba por su Tsutsu o mamá —como solía llamarle a veces—, todos intentaban desviar la atención de la pequeña con juegos, regalos y demás. Comieron entre pláticas amenas, bebieron un par de copas, desearon que aquella niña creciera con bien, y al final solo Nana e Iemitsu se quedaron junto a Kyoya y Aiko en ese hogar, ayudando a la limpieza, abriendo los regalos, y esperando vanamente la llegada de su hijo.

Tsuna no llegaría en ese día, ni en los siguientes dos, por eso Nana ofreció a quedarse para ayudar con Aiko y la casa, e incluso junto con Iemitsu viajaron el largo tramo hacia el cementerio alejado, donde Kyoya visitaría —como siempre hacía— la tumba de la madre sanguínea de su hija y la que en vida fue su mundo entero.

En ese año Kyoya se sintió mas solo y dolido de lo normal, pero no lo demostró, ni siquiera derramó una lágrima, solo limpió esa tumba, colocó las flores, rezó un poco, y se fue mientras les contaba a sus suegros y a Aiko que Liliana fue una mujer con destrezas artísticas envidiables. Ahogó en su interior el vacío que le ocasionaba la ausencia de sus seres amados.

Todo quedó allí, y así se quedaría por las siguientes semanas.

El alfa no le reclamó nada al castaño, quien se dio cuenta de su fallo por sí mismo y trajo regalos para todos, siguiendo el consejo mal dado de un Reborn quien optaba por el bien material en compensación del daño emocional —tal y como había sido en su familia desde hace años—. Nana habló con su hijo con cariño maternal, Tsuna prometió no cometer más errores, pero evidentemente ni su propia madre le creyó. Y el asunto se quedó zanjado en medio de miradas y susurros al cielo para que todo volviese a como era antes.

 

—Es importante —Tsuna miraba los documentos que ahora eran meramente suyos al igual que esas empresas—. Lo es.

—Lo sé —Kyoya le acariciaba los cabellos con la mano que tenía libre, pues Aiko dormía en su brazo libre—. Y lo haces bien.

—Pronto habrá más cosas que hacer.

—Y yo te apoyaré como me sea posible.

 

Fue muy pronto cuando Tsuna se percató que otro año se sumaría a su cuerpo, otro año lleno de cambios dados para bien o para mal.

Despertó después de una noche de desvelo aprendiendo sobre contabilidad y administración, después de haber hablado con Skull por teléfono, enterándose de que Lambo ya le pertenecía a un tal Bermuda y que su matrimonio se haría en otro país, mismo al que serían invitados en un mes aproximadamente. Estaba tan enfrascado en aquel plan que despegó de un momento a otro, que cuando un suave toque en sus mejillas se dio, creyó que aún era medianoche e hizo una especie de berrinche.

Se sintió como un tonto cuando, al sentarse, dos pares de ojos lo miraron divertidos, siendo Aiko quien le cedió una florecita rosada antes de pronunciarle claramente «Feliz cumpleaños, mami Tsutsu». Tsuna se quedó mirando a su pequeña que tenía colocada una diadema, además de estar usando un vestido rosado lleno de brillos en los bordes. Se preguntó en qué momento su hija aprendió a hablar tan claro y cómo era que ya no usaba el rechoncho pañal. La apretujó en sus brazos notando el cuerpecito más grande, las palabras más entendibles, y las frases completas. Se sintió perdido porque fue como despertar después de un sueño de meses.

 

—El desayuno está listo —la voz de Kyoya lo sacó de sus pensamientos—. Baja en cuanto te sientas listo.

—Hibari-san… —entonces se vio acallado por un beso en su mejilla.

—Es tu cumpleaños, muchos vendrán a visitarte.

 

Tsuna en ese día vio a su hija más segura, mostrando un carácter fuerte semejante al de Kyoya, bajando las escaleras con firmeza, hablando de lo que ayudó a su padre a cocinar, y de sus tíos que vendrían a jugar. Sonrió por aquel lenguaje de bebé tan marcado, y después se sorprendió por el desayuno variado y la gentileza del alfa, misma que había extrañado en aquella distancia extraña que se dio entre ellos. Se vio mimado como no lo era desde hace mucho, y con una enorme sonrisa disfrutó de la atención hasta el punto en que olvidó su relación estancada y besó al azabache.

Lo besó con amor y dulzura.

Creyendo que en verdad eran una pareja enamorada.

Nada le fue reprochado, incluso le devolvieron aquel gesto, y Tsuna se dio cuenta de la añoranza escondida en aquel alfa que le supo dar poder y libertad. Confesó también el haber extrañado esos momentos y, mientras Aiko se entretenía con su propio plato, el castaño se aferró al azabache para disfrutar de un beso más largo, más cariñoso, y se dio posibilidad incluso de ser abrazado con tal necesidad que no pudo evitar derramar un par de lágrimas.

Estaba consciente de que se iba a destruir a sí mismo y a los que amaba, pero la ganancia era mayor. La gente beneficiada sería innumerable, por eso se aferraba a ese momento, porque no sabía qué pasaría después. Quería creer que el amor que sentía por Kyoya jamás se destruiría.

 

—Dale a Hibari algo con qué entretenerse.

—¿De qué hablas?

—Él me lo dijo. Te lo cederá todo y está buscando la forma de hacerlo…, pero a cambio tienes que darle algo.

—Si te refieres a… sexo…, sabes bien que yo no…

—Escúchame bien, Tsuna, porque no te lo voy a repetir. Esto es una guerra y como tal planeas tu estrategia para combatir a tus enemigos, pero también planificas tus acciones para mantener satisfechos a tus aliados. Piensa en los alfas que destruiremos…, pero también piensa en el alfa al que vas a dejar como tu protector.

 

Quiso entonces disfrutar de ese cumpleaños, y de los dos días que seguían. No le importaba cómo, solo quería hacerlo.

Quería besar a ese alfa hasta el cansancio, jugar con su hija, deslizarse por el abismo de un cuento de hadas, usar toda artimaña para engatusar a su esposo y lograr que durmieran juntos. Solo quería algo de alivio para su alma y para la ajena, porque ambos la necesitaban. Suplicaba al menos despertar al siguiente día con aquel alfa aferrado a su cintura, con la seguridad de que el amor que le estaban ofreciendo seguiría allí, intacto, incluso si él tuviera que irse y regresar mucho tiempo después.

 

 

La apuesta máxima…

 

 

—¿Qué he hecho?

 

Fue su primera frase cuando despertó en esa mañana, con la nariz picándole de forma extraña, sus músculos un poco tensos, y las marcas de sus uñas sobre sus palmas. Poco tardó en dejar de estar confundido con la visión que tenía a su lado, y se fijó más en sus propias sensaciones para poder confirmar lo que estaba ocurriendo. Casi saltó de su lecho en un intento absurdo por alejarse de su realidad mientras buscaba alguna cosa que ponerse encima, siendo este apenas su pantalón que se lo colocó con apuro.

 

—Ugh… Ca… —tosió—. Carajo.

 

La voz de la otra persona que se hallaba en la misma habitación con él —quien seguramente despertó por su apurado accionamiento y poco tacto debido al pequeño shock—, se removió entre las sábanas mal puestas, lo hizo suavemente, frotándose los ojos, quejándose entre murmullos, intentando levantarse, pero fallando en su primer intento. Todo mientras mostraba marcas por toda la piel que adornaba su espalda, brazos, cuello… y pecho.

 

—¿Qué carajo hice?

 

Reborn gruñó por lo bajo mientras despeinaba sus cabellos con furia, a la par que su acompañante se fijaba en su presencia. Se miraron por contados segundos antes de que cada quien se ocupara de sus propios asuntos, intentando fingir que no estaban pasando por aquella estupidez.

El azabache trató de negarse a lo sucedido, perdido entre memorias borrosas y sensaciones que aun hacían a su piel erizarse. Y el otro, simplemente intentando moverse correctamente a pesar del dolor, para colocarse la capa superior del kimono que la noche anterior casi le fue arrancado del cuerpo.

 

—No puede ser.

 

Se giró para admirar como ese cuerpo se cubría por la tela violeta, de un tono pastel muy claro que contrarrestaba con esos cabellos más intensos y alborotados. Se fijó en los movimientos gráciles de esas manos que brotaban de las mangas, del bostezo dado por el ajeno, y el hecho de que no se hubiese levantado por más de dos segundos antes de volver a sentarse al filo de la cama mientras daba una mueca de dolor intenso, dolor que le impedía sostenerse de pie.

 

—¿Qué fue lo que… hice?

—Reclamaste a tu omega —el rostro de Skull se giró hacia el alfa, mostrando un leve camino de lágrimas secas, sus labios rojos y un poco hinchados por las mordidas casi salvajes—, eso hiciste —su voz siempre cantarina estaba opacada por un rasposo rastro de sobreesfuerzo.

—Cómo pude hacer tal cosa… —Reborn apretó los puños—, cuando yo ni siquiera te veo como algo mío.

—Lo hiciste —deslizó su mano hasta su cuello que acunaba rastros de sangre seca—, la marca que me colocaste hace tiempo me dicta como tu compañero… y quisiste morderme cuantas veces más fueran necesarias para que eso se denotara. Soy tu omega y quisiste convencerte a ti mismo de eso.

—¿Qué hice? —volvió a recitar mientras negaba y caminaba por la habitación.

—Mordiste, succionaste… —carraspeó—, marcaste la piel del omega que te pertenece.

—No.

—Rajaste mi cuerpo hasta el cansancio —se quejó al intentar acomodarse la tela para cubrir sus piernas—, y seguiste incluso cuando yo ya no podía responder.

—¡No!

—Terminaste de reclamar a tu omega… —sonrió falsamente—, rompiéndolo en pedacitos y cortando su piel hasta el cansancio —deslizó un poco el kimono para descubrir sus hombros mordidos y amoratados—. Eso hiciste. Solo basta con que mires un momento.

—Maldición —le dio la espalda.

—¿Sabes lo que significa? —susurró.

 

Un incómodo silencio se dio en la habitación, y una mirada entre ese par de personas que hasta ese punto se habían estado negando, quienes establecieron esa relación rígida de cómplices y soñadores ambiciosos, pero que en ese momento eran más. Mucho más.

 

—¿Sabes?

—Jamás —Reborn gruñó.

—Ya no puedes hacer nada —Skull siseó cada sílaba y miró fijamente al alfa que le daba contra—. ¡Nada! —rio bajito.

 

Skull abrió sus brazos y los extendió hacia aquel alfa de oscuros ojos que incluso era menor que él, quien había alcanzado las dieciocho primaveras el día anterior. Respiró profundo, apretó los labios, dejó un par de sus lágrimas salir porque ya no podía contenerlas más, y finalmente dejó a su cuerpo relajarse. Soltó todas las feromonas que pudo, inundó ese cuarto con su aroma, jadeó cuando incluso él sitió debilidad y vio el accionar del ajeno con satisfacción. Soltó un quejido suave, sutil, que estaba destinado solamente a su alfa, y sonrió cuando aquel idiota se giró para mirarlo.

Sabía que Reborn no podía resistirse.

Todo en él estaba destinado solamente al alfa que le dio su marca, con quien enlazó su vida y sus emociones, con quien tenía un vínculo desde niños, y con quien estaba planeando la destrucción total de esa podrida sociedad. Skull sonrió. Lo llamó en susurros, extendiendo más sus brazos, inclinándose hacia ese hombre, pidiendo con sus feromonas el ser respondido con el gruñido que el alfa soltó poco después. Lo vio acercarse a paso dudoso, con la mirada fija en la suya y con las pupilas que se dilataban de a poco.

 

—Ven aquí…, Reborn.

 

Lo dejó acercarse y le tocó los brazos desnudos con la punta de sus dedos. El obi que no ató —a propósito— se zafó dejando que la tela se abriera hasta mostrar la mayor parte de sus piernas, dejó que sus pies se deslizaran por el suelo y sus rodillas separarse un poco. Skull dejó que sus hombros quedasen desnudos y que la tela apenas y cubriera su pecho. Soltó un suave gemido en llamado del alfa por fin completo, y vio cómo aquel imponente azabache se acercaba hasta él para olfatear su cuello, deslizar esas grandes manos por sus piernas, y ceder.

 

—Eres mío, Reborn.

 

Tiró de esos hombros después de incrustar sus uñas en esa piel rasgada tantas veces la noche anterior. Centró sus feromonas para seducir a ese alfa, dejó que sus piernas fueran abiertas, y vio como aquel hombre quedaba debajo de su mirada pues se inclinaba ante él hasta que se arrodilló. Dejó que esa nariz repasara su cuello, que esas manos se internaran por debajo de la tela que cubría su torso, gimió cuando su hombro fue mordido, y dejó que sus mejillas se mojaran cada vez más mientras sus labios temblaban en una sonrisa.

 

—Estás en mis manos, Reborn.

 

Lo apretó con sus piernas para que no se alejara, y sujetó esos cabellos para elevar ese rostro en pro de guiar esa boca que soltaba jadeos hasta su pecho, donde vio esos blancos dientes aprisionar sus areolas con fuerza. Skull se quejó mientras tiraba de ese negro cabello para que ese idiota lo mirase, y se quedó prendado de esos ojos perdidos en el deseo hacia él.

Sonrió entre sus lágrimas porque no había mejor evidencia que esa.

 

—Bajo mi… —su voz tembló— voluntad.

 

Lo besó, lo hizo con ternura, moviendo suavemente sus labios encima de aquellos que soltaban jadeos ansiosos, deslizó sus dedos por ese cabello alborotado, abrió más sus piernas y dejó que esa tela cayera. Se abrazó a aquel cuerpo que había tomado su forma final al experimentar su primer celo, imponiéndose como un hombre alto, delgado, pero con la espalda ancha. Dejó que sus lágrimas hicieran de ese beso el más salado, y después rió cuando escuchó un gruñido junto a su oído.

 

—Eres mío… Eres tú quien es mío.

—No te mientas, cariño —Skull dejó que su cuerpo fuera arrojado sobre la cama, y no se quejó—. Lo sabes bien.

—Cállate.

—Cállame —sonrió.

 

Reborn era un alfa joven, enlazado incluso antes de tener su primer celo, quien había cedido el día anterior contra algo tan básico como el deseo dado por su cumpleaños dieciocho, donde perdió el control y reclamó a su omega. Skull lo sabía. Reborn también lo supo y por eso evitó eso desde el inicio. Pero había perdido. Ya no había escapatoria. Todo se ponía a favor de solamente una persona, de la más experimentada y quien podía usar sus encantos por voluntad propia para obtener lo que deseara.

A Skull no le importaba si su cuerpo estaba desecho, dejó que el otro se guiara por sus instintos y lo tomara una o dos veces más, porque así le demostraría a ese alfa la realidad. Porque él era quien podía manipular al Argento solamente con sus feromonas y su lazo. Porque era un omega vivido que podía llevarlo al paraíso con solo sus labios, porque podía manejarlo a su antojo. Y aunque Reborn intentara negarlo, nada se podía hacer.

 

—Soy… el único omega… que pudo despertar a tu alfa.

—Cállate.

—Tú… eres mío…, Reborn.

¡Qué te calles!

 

Ya nada se podría ocultar.

Ya no bastaría con el collar anti marca que Skull usaba para ocultar la mordida en su cuello, tampoco era suficiente la estoicidad del alfa que se ocultaba detrás de su nulo primer celo. Después de ese día, todos en la mansión se enterarían de la cruel treta del destino que unió a dos indeseables, impuros, y considerados bastardos en sus propias familias. Y aunque alguien se quisiera oponer, lo único que separaría a esos dos, sería la muerte.

 

 

Entonces… la guerra estalló…

 

 

—¿Quieres que tu hijo crezca bajo la tutela de un hombre así? —Skull miraba a la pelinegra que aún se hallaba en esa cama, conectada a un suero—. ¿Quieres ver la expresión de ese imbécil cuando descubra lo que es tu hijo?

—Es mi esposo —sus ojos llorosos enfocaron al de cabellera violeta—, ¿qué más puedo hacer?

—Ven conmigo —sonrió acariciándole la mejilla—, yo te cuido.

—Pero no puede dejar a mi alfa.

—Puedes… yo te ayudo.

—Él me matará —tembló por el miedo.

—No si yo lo impido —sonrió con dulzura—. Solo tienes que decir que sí.

—Estoy asustada.

—Te ofreceré a ti y a tu hijo, plena seguridad. Fon no nos encontrará.

—Quiero a mi hijo —sus lágrimas se derramaron.

—Aquí está —susurró Lambo quien ingresó a la habitación—, es muy lindo.

—Solo quiero que él esté bien.

—Entonces me lo llevaré solo a él —Skull se levantó.

—No, no —I-pin le sostuvo de la mano con desesperación.

—Entonces ven conmigo.

 

Se llevaron al heredero de los Hibari, y se llevaron también a la pequeña azabache que había sido moldeada bajo la influencia de la clase alfista porque creían que todavía tenía reparo. Se adueñaron del tesoro de Fon y con eso terminaron por destruir a sus más grandes oponentes. Lo demás, sería solo un juego divertido.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Krat ha roto en llanto, pero en parte es bueno, porque ustedes ven que ya nada se puede poner peor. Bueno, dependiendo de cómo lo tomen, sí puede ponerse peor… o mejor, pero eso lo sabrán en el siguiente capítulo. Sin embargo, puedo prometerles que después de eso ya todo será más dulce, incluso estoy buscando inspiración para volverlo realidad, mis anotaciones así lo dictan y les hago caso.

Bueno, si algo no quedó claro, pueden preguntarme y se los respondo.

Krat se despide~

Muchos besos, mis amores~

Tengan buena noche.


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