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Locura por mi todo por 1827kratSN

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—Ese idiota se fue y te dejó solo —Adelheid miraba con su único ojo visible al alfa azabache.

—Él tiene que acoplarse a eso —carraspeó—, es lo que importa.

—No puedo creerlo.

—Soy yo el que no puede creerlo.

 

Adelheid había ido de vista en un día cualquiera, llegó sola, en su auto, sin nada más que un bolso sencillo y pequeño. Kyoya no podía creer que aquella alfa imponente que conoció desde su juventud, se hubiera convertido en solo una delta maltratada por un matrimonio forzado y violento. Pero la evidencia estaba ahí, frente a él. El ojo izquierdo de Adelheid estaba cubierto por gasas y un parche, herida dada tras una pelea con Zakuro por las mismas razones de siempre: no dejarse dominar por ese idiota.

 

—No dejes que ese niño te destruya —dictó cruzándose de bazos.

—Y tú no dejes que ese infeliz te vuelva su esclava.

—Como si pudiera —Adelheid sonrió, olvidando que su labio aun ardía—. Pelearé hasta el final.

—¿Te ha tocado? —investigó sutilmente.

—Más allá de las peleas, no —sonrió de lado—. Ese infeliz no tiene oportunidad conmigo.

 

Adelheid dejó que Aiko jugara al doctor con ella, riéndose por el cariño mostrado por esa pequeña que le trataba la herida del ojo con meticuloso cuidado y dulzura. Sonrió al reconocer en esa niña la esencia de Liliana y después disfrutó de un almuerzo con Kyoya, solo ellos tres, nadie más, en una plática amena, anécdotas y consuelo mutuo. Porque de un día para el otro, ambos alfas se quedaron sin nada más que su orgullo y su necesidad de proteger a otros.

 

 

Tiempo…

 

 

Cuatro meses más de adaptación fueron suficientes para que Tsuna entendiera la dinámica de las empresas de Kyoya, hasta se acostumbró a desenvolverse entre reuniones a las que asistía con su esposo y en las que colaboraba con sus propias ideas. Como era obvio, se vio frente al rechazo general, pero tal y como recordaba hizo Skull, él levantó la cabeza y dio frente a la situación, aunque reconocía que tener a Hibari a su lado ayudó mucho, porque así se sentía seguro.

Entonces… fue hora de emprender el camino por sí solo, justificándose en que Kyoya estaba indispuesto por un resfriado y otros inconvenientes de salud, y siendo Reborn su alfa tutor que lo acompañaba a las dichosas juntas. Se enfrentó a reuniones de alfas por sí solo, una tras otra, y triunfó en cada una.

Fue horrible.

Pero gratificante.

Kyoya ya había recalcado que, de ser necesario, Tsunayoshi tomaría parte de las reuniones y reemplazaría al alfa heredero, incluso Fon se vio impedido de argumentar o hacer algo en contra, porque la herencia de su hijo ya no la manejaba, además, Reborn era como un escudo silente e invisible que Tsuna aprovechó como pudo. El castaño jamás olvidaría la sensación de náuseas y la sonrisa boba que tuvo cuando la primera reunión terminó y aquel azabache de rizadas patillas le felicitó a su forma, sea esta sonreírle fugazmente y dejarle subir al auto primero. Fue recompensado por la buena actuación.

Había triunfado.

Y siguió haciéndolo.

Tsuna quería contárselo a Hibari, decirle que lo estaba logrando, que en su última reunión todo salió bien, que el sacrificio de todos estaba valiendo la pena y que poco a poco los hilos se estaban tensando. Pero cuando regresó a casa y vio la nota en el refrigerador, recordó que había dejado su propia vida de lado por intereses más allá de su poder total. Se dio cuenta que olvidó que tenía una hija, un esposo, y unos padres que se preocupaban por él. Y ni siquiera tuvo tiempo de llorar o recriminarse, porque necesitaba ir con urgencia a la clínica.

 

—¿Qué le pasó? —Tsuna casi ni podía respirar bien debido a que corrió desde que se bajó del taxi.

—Una recaída en su salud —Ryohei suspiró al frotarse el entrecejo—. Ya se lo habíamos advertido, pero es tan terco… ¡Al extremo! —agitó sus manos antes de suspirar otra vez.

—Yo… necesito detalles.

—Sí —el albino negó suavemente, consciente de que los rumores eran verdaderos—. Tu esposo ha estado abusando de los supresores para omegas debido a un desorden que le detectamos hace tres meses.

—¿Qué desorden?

—Uno que debió darse en un año al menos —hizo una mueca—. Su cuerpo está reaccionando a la edad que tiene y a la falta de un lazo alfa-omega. El medicamento ayudaba, pero en cierto punto empezó a atacar las defensas de Kyoya y ocasionó daños severos en su sistema respiratorio —chistó—. También le hemos hecho algunos análisis más para verificar si el daño es renal también.

—Pero… —Tsuna tembló— se suponía que si yo ya no influía en un vínculo emocional…, él iba a dejar de tomar supresores.

—No funciona así de fácil —el médico le dio una palmadita al castaño, sintiendo pena por aquel chico—. Cuando un alfa empieza un lazo afectivo al nivel que Adel me comentó, tú instauraste con Kyoya, algo en él cambia, su alfa evoluciona y surge de tal forma que no hay marcha atrás… Kyoya ya tiene sus treinta años, próximo a un año más —apretó los labios—, es mucho más difícil que se recupere si es así… porque está débil.

 

Ryohei le explicó muchas cosas más a Tsuna, le respondió todas sus dudas, detalló el estado de Kyoya sin tapujos y siendo mucho más cordial de lo que alguna vez fue la desaparecida Adelheid. Al castaño le agradaba Ryohei, y le agradeció infinitamente todo eso, porque de esa forma ya tenía una idea más clara de lo importante que era su presencia para la vida del alfa. Pero a la vez sintió un intenso dolor en su pecho, mismo que no era más que el reflejo de su culpa. Fue algo tan duro que tuvo que sentarse un rato para llorar en un pasillo y retomar algo de valor.

Aquel incidente había sucedido en la mañana, según supo. Kusakabe últimamente revisaba a Kyoya regularmente, así que se percató cuando éste había caído inconsciente. Fue alertado por el llanto de Aiko que llamaba a su padre, pudo llegar apenas unos minutos después del colapso del alfa y llevarlo de urgencia a la clínica. El propio Tetsuya le contó lo sucedido con rapidez, antes de disculparse porque tenía un asunto grave que tratar con respecto a la seguridad de la zona. Tsuna se despidió entre suspiros.

Aiko estaba en brazos de Nana y Tsuna no supo si sentirse aliviado o simplemente culpable. Cuando la encontró saliendo del baño, no pudo más que boquear y jugar con sus dedos en un intento por no llorar, pero su madre solo sonrió. Su hija, en cambio, rompió en llanto tan pronto lo reconoció, escapó de brazos de su abuela y corrió hasta Tsuna mientras decía cosas en medio de sus hipidos. Tsuna acarició aquellos cabellos violetas con calma, abrazándola y besándole la cabecita para calmarla, así lo hizo hasta que Aiko cayó dormida sobre su hombro.

 

—Sabía que ibas a llegar —sonrió Nana, sentada junto a Tsuna en el pasillo—. Por eso fui a tu casa a dejar la nota antes de venir aquí.

—Gracias por eso, mamá.

—Kyo-kun seguramente no hubiese querido que te enteraras —suspiró—, pero ya no era algo que se pudiera ocultar.

—¿Tú sabías de esto?

—Había notado cosas, pero él jamás dijo nada.

—Es tan terco.

—Es un ser humano que comete errores —corrigió antes de acariciar la mejilla de su hijo—, y como tal es terco y se guarda las cosas para sí mismo.

—Solo quisiera que me tuviera confianza.

—Él no hubiese deseado que dejaras tus sueños de lado por él —la castaña hizo una mueca—, porque lo que estás haciendo es eso, ¿verdad? Son tus sueños cumpliéndose —ella necesitaba saber eso, porque de esa forma estaría más aliviada y apoyaría a su hijo.

—Sí —suspiró sin decir algo más.

—Está bien —Nana notó la duda en su hijo, pero no quiso decir más—. Déjame cuidar de Aiko, yo me encargo. Tú ve con Kyo-kun, que seguramente ya fue trasladado a una habitación.

 

Tsuna preguntó por información a las enfermeras que ya conocía —al menos de vista—, intentó ignorar las muecas de las mismas cuando lo reconocían, respiró profundo cuando se halló frente a esa habitación, y después empujó la puerta con los ojos cerrados. Esperó al menos una mirada, un reclamo, un jadeo, lo que fuera…, menos el tener ante sí la visión de aquel alfa inconsciente en una cama, con un aparato que daba oxígeno por medio de unos tubos, algunos dispositivos ruidosos y cables, así como un suero que abastecía gota a gota.

Perdió el aliento.

Tocó ese rostro pálido pero sereno, se dio cuenta que Kyoya hasta había adelgazado un poco y sus pómulos se notaban más. Admiró los electrodos, las marcas de agujas por las muestras de sangre, y vio también evidencia de las inyecciones que Hibari seguramente estuvo administrándose en desorden para aliviar algo de los malestares caóticos que estaba soportando en silencio.

Ya no había una Adelheid que se preocupara por Hibari, ya no había un Enma que fuera a dar una revisión a Aiko de vez en cuando y se diera cuenta de la salud del alfa, ya no tenía a alguien de soporte que estuviera cerca. Kyoya solo tenía a Kusakabe que le era fiel, pero que no tenía mucho mayor fuerza para contrarrestar las malas decisiones de su líder. Kyoya se había quedado muy solo.

 

—Lo siento tanto —susurró, porque se dio cuenta que él había dejado a Hibari solo.

 

Se quedó ahí, mirando, sosteniendo la mano helada de Kyoya entre las suyas, sintiéndose miserable, pero negándose a cambiar el rumbo de su vida porque iba en buen camino, lo sabía. Skull ya se lo había gritado decenas de veces, recordándole siempre que era por un bien mayor, que debía ser fuerte y no decaer. Pero era muy complicado no hacerlo.

Tsuna no entendía como Skull soportaba todo eso así de confiado, cómo Lambo solía llamarlo tan feliz de la vida desde un país tan lejano, o cómo sus amigos parecían estar firmes en su decisión. Él a veces quería renunciar, dejar todo tirado para volver a ser un simple chico, pero después se recordaba a sí mismo que eso sería una estupidez… y seguía.

Se lo debía a Kyoya.

Se lo debía a Liliana.

Se lo debía a todo omega maltratado por esa clase alfista.

Y aun así, tenía algo con lo que aliviar todo ese caos, una ruta salvavidas, una oportunidad que podría usar. Solo tenía que esperar al momento correcto para decirlo. Una oportunidad. Su momento… Y la persona que menos esperó se lo ofreció en bandeja de plata. Porque era hora de ceder su libertad a cambio de una vida.

 

 

Visita…

 

 

No había sido del todo fácil, pero qué más daba, había logrado lo que quería y como lo quería. Lambo tenía libertad que le complacía, actitud dominante con su alfa, disponía de un capital a su nombre, y se iba de visita a la casa de los Argento cuando se sentía solito y Bermuda tenía que irse de viaje por un asunto de urgencia. Por eso estaba ahí, riéndose en medio del harem, con Skull peinándole el cabello en modo de mimo, y comiendo dulces como si no hubiera mañana. Adoraba eso.

Pero más que unas vacaciones cortas, estaba ahí para ayudar a su maestro con aquel plan estúpido.

 

Está interfiriendo y no me escucha, ¿qué hago? —Lambo y Skull escuchaban a Ángel, quien ya estaba casado y con su cachorro alfa creciendo correctamente en su pancita.

—Envenénalo —fue la escueta respuesta de Skull.

—¿Cómo lo hago? —ni siquiera dudó.

—Dime dónde vas a ir con tu esposo, me infiltro y te doy el frasquito con las indicaciones —Lambo ofreció su participación sin dudarlo, pensando en que sería divertido después de estar encerrado siempre en la mansión de Bermuda.

—Hay… Habrá una reunión en cinco días.

—Ay no —Lambo suspiró—, para ese entonces ya me voy.

—Yo lo hago —sonrió Mei, elevando su mano como si participara en una clase—, ¡puedo hacerlo!

—Bien, bien, démosle oportunidad a la chiquita —sonrió Skull—. Ya escuchaste, Ángel, a quien tienes que buscar es a Mei.

Entiendo.

—Y cuídate mucho.

 

Lambo siguió diciéndole palabras bonitas a Ángel para calmarlo y darle valor, lo distrajo con preguntas sobre el bebé, los malestares y demás. Los demás omegas en el harem también acudieron a la plática, fingiendo que envenenar a un alfa era algo insignificante y que las náuseas de un embarazado eran prioridad. Skull sonrió antes de besar la frente de su pequeña Mei, susurrándole en el oído los detalles de lo que harían en la fiesta, peinándole los cabellos con sus dedos, diciéndole que le confiaría todo porque era tan genial como sus hermanos mayores.

Así se manipulaba a un ejército.

 

 

Lazo…

 

 

Enfrentarse a ese idiota era algo que no planeó, pero que podía aprovechar para descargar todo el odio hacia sí mismo y hacia los alfas, un odio que fue alimentando día con día hasta ese momento. Miró a Fon directo a los ojos, después de haberle gritado todas las verdades y acusarse entre sí de los males por los que Kyoya estaba sufriendo. Tsuna ni siquiera se inmutó ante las feromonas dominantes que el alfa dejaba salir para doblegarlo, porque le valía un comino eso.

 

—Dejaste que mi hijo llegara a este estado —Fon apretaba los puños con tal fuerza que su piel se blanqueó.

—Cuando llegó hasta mí, ya estaba hecho pedazos —le apuntó con el dedo índice— y ¡fue por su causa!

—¡¿Crees que, por haber ingresado en las reuniones de alfas, puedes venir y hablarme así?!

—¡Puedo y lo estoy haciendo!

 

Se gritaron más cosas, se empujaron también, porque Tsuna ya no tenía miedo, y la voz de mando —así como esas feromonas— ya no surtían tanto efecto sobre él. Skull le enseñó bien y le contó los secretos de su valía. Ahora podía enfrentarse a Fon sin miedo, y discutirle tanto como quisiera hasta hallar algo de alivio a su estado de culpa. Porque Kyoya estaba marchitándose con cada minuto y era su falta.

Lo peor era que… Fon tenía la solución.

Pero más grave aún era que… él la iba a aprovechar.

Porque ya era tiempo de pensar en algo más que en sí mismo y en su razón de lucha.

Tsuna no quería perder a Kyoya, no después de haber pasado por tanto y haberse entregado de tal forma que su piel extrañaba el toque de aquellos dedos. No quería pensar siquiera en que no volvería a apreciar esa mirada enamorada, o que dejaría de sentir su cuerpo reaccionar ante un abrazo dado por Kyoya. Lo que quería y quiso muchas veces fue dejar toda esa estupidez de la revolución omega de lado, para aferrarse a Kyoya y someterse al papel del omega feliz.

 

—¡¿Cómo puedo salvarlo?! —se agitó frente a aquel tipo horrendo.

—¿Estás dispuesto? —al verlo asentir, lo tomó por la muñeca con violencia—. Entonces no esperaremos más.

 

Tsuna fue arrastrado por las calles para volver al hospital, porque su discusión se dio en un restaurante que fue vaciado ya que Fon lo alquiló para poder gritar sin impedimento. Su mano dolía, su dignidad estaba en el suelo, y se estaba mentalizando para la estupidez que haría para salvar la vida de Kyoya. Ni siquiera estaba seguro de si iba a funcionar, pero en teoría tenía que hacerlo. Por eso agachó su cabeza mientras casi corrían en ascenso por las escaleras, evitando la mirada del personal médico y escabulléndose al cuarto de Kyoya.

Fue arrojado dentro de la habitación con violencia.

Fon cerró la puerta y la trabó con la silla, porque no iba a permitir interferencias. Dio la señal a sus empleados por medio de un mensaje de texto para que preparasen lo necesario, y después respiró profundo porque estaba a un pequeño paso de su realización. Iba a salvar a su hijo y nada más importaba. En ese momento ni siquiera recordó que tenía otro heredero que desapareció en un descuido. Entonces sacó una pequeña pero alargada caja del bolsillo interno de su traje, y con prisa se acercó a una mesita para preparar todo.

 

—¿Qué hace?

—Solo hay una oportunidad.

—Pero…

—Lo obligaremos a despertar y después te quedarás quieto.

 

Fon sabía que el compuesto que cargaba encima tenía adrenalina y otras cosas para estimular a una persona adulta, lo llevó consigo desde que planeó visitar a Kyoya, porque en su mente estaba la posibilidad de salvar a su hijo como fuera… y usando a quien fuera. Que hallara al castaño fue simple coincidencia, pero no se quejaba, porque de esa forma podría doblegar un poco a Kyoya cuando éste se pusiera mejor.

Ya no había vuelta atrás.

Tsuna quiso detener lo que fuera que planeara hacer Fon cuando escuchó el golpeteo de una enfermera quien exigía que abrieran la puerta, pero no se le dio opción a reclamo y Fon lo empujó a la cama donde se hallaba Kyoya. El alfa de larga trenza no dio muchas explicaciones, solo verificó que no existiese aire en el émbolo y con firmeza inyectó el líquido en alguna zona cercana al cuello de Kyoya. Tsuna no pudo ver bien aquella acción porque intentaba hallar alguna excusa para que esa enfermera se calmase, porque los golpes cada vez eran más fuertes.

 

—Ven aquí —Fon arrojó lejos la jeringa usada—. ¡Qué vengas!

—¿Qué le hizo? —pero no le respondieron, en vez de eso, lo acercaron lo más posible a la camilla de Kyoya—. ¿Cómo se despertará?

—Solo… Solo espera —apretó los labios y cerró sus ojos. Sus manos temblaron.

 

Tsuna vio con algo de emoción cómo los párpados de Kyoya empezaron a moverse, pestañeando sin mucha rapidez. Mientras los golpes iban cambiando y las voces detrás de la puerta se acumulaban, Tsuna apreciaba como Kyoya parecía estar reaccionando. No supo cuánto tiempo pasó, pero vio al azabache menor despertar y mirar todo a su alrededor de forma confundida, para después agitarse en un intento por levantarse. Tsuna estaba tan feliz cuando sus miradas se cruzaron, que no pudo siquiera hablar.

Fon aprovechó ese instante.

Maniobrando, logró que su hijo se sentara, después tiró de Tsuna para que se acercara y le dio vuelta de forma abrupta para que Kyoya pudiera aferrarse mejor al omega. Fon no pensó mucho antes de susurrarle en el oído a su hijo para que reclamase al omega que le pertenecía. Vio satisfecho cómo aquellas manos, aun unidas a los aparatos que medían su ritmo cardiaco, se aferraron a los hombros del castaño. Fon no hizo más que alejarse un poco después de eso, dejando que la adrenalina y los demás medicamentos hicieran lo suyo.

 

—¿Hibari-san? —intentó girarse para mirarlo.

Mío.

 

Dolor, una sensación de fuego que se regó por su cuello y pasó a su espalda. Miedo, confusión, hasta culpa. Tsuna experimentó todo eso mientras separaba los labios para quejarse porque la sensación de aquellos dientes traspasando su piel era extraña, y no era solo eso, su omega se salió de control, cediendo feromonas a lo loco, mareándolo, haciendo que sus oídos percibieran un zumbido falso durante los largos segundos de agonía.

No sabía si así se sentía forjar un lazo con un alfa.

Pero tampoco se le ocurrió preguntar antes.

Apenas se podía sostener en pie, y después se dio cuenta de que, si no cayó al suelo, fue porque Kyoya se aferraba a él con tanta fuerza que de seguro tendría moretones en sus bíceps. Sintió el aliento ajeno chocar con su piel, y después un ardor extraño a la par que algo húmedo y suave repasaba la zona dañada. No sabía si era su sangre lo que sentía caliente, o si era la saliva de Kyoya, pero le generó una sensación satisfactoria que terminó por quebrarlo.

Tsuna cayó de rodillas sin saber ni como respirar, perdido entre una extraña sensación, convulsionando ligeramente y escuchando sonidos lejanos. Kyoya perdió la fuerza y soltó al omega, perdido en sus propias sensaciones, cerró los ojos y cedió al agotamiento repentino.

 

—Está hecho —Fon sujetó a su hijo y lo recostó en la cama—. Ya está —observó la sangre regada sobre los labios marchitos de Kyoya—. No vas a morir…, hijo mío.

 

Ni a Tsuna ni a Fon les importó las consecuencias de sus acciones, porque solo pensaron en el bienestar de Kyoya. Ellos solo quisieron que la persona más preciada para ellos siguiera con vida. Y así fueran odiados por aquel acto dictatorial, fue mayor su alivio, porque evidentemente el pulso de Kyoya mejoró, eso se reflejó en el constante pitido de una de las máquinas de la habitación. No se arrepentirían de lo que hicieron, jamás.

 

—¡¿Que pasó aquí?! —Ryohei tumbó esa puerta después de un largo rato de esfuerzos—. Fon —jadeó al ver a ese sujeto—, ¡usted tiene la entrada prohibida a…! —entonces lo vio.

—¡Tsuna! —Mayu vio al castaño en el suelo y corrió a ayudarlo—. Tsuna —jadeó antes de fijarse en la sangre que brotaba de esa piel—. Oh no…

—¡Salga ahora mismo de aquí! —Ryohei enfrentó al alfa de largos cabellos y lo tomó por las solapas—. ¡Ahora!

—Me iré con mi hijo —no sonrió o reclamó, solo respiró tranquilo—. Lo llevaré a un hospital mejor que…

—¡No tiene autorización de nadie! —Ryohei empujó al alfa fuera de esa habitación—. ¡Se larga ahora o yo mismo le echaré fuera! ¡A golpes si es necesario!

 

Fon no tenía jurisdicción en la clínica, jamás la tuvo, por eso salió de ahí sin tener permiso de ingresar otra vez, vetado de por vida nuevamente. Sus dos trabajadores, que estaban listos para secuestrar a Kyoya de ser necesario, también fueron descubiertos y sacados a golpes del lugar. Aun así, Fon no sintió ni rencor ni deseo de venganza, solo se acomodó el cabello y se encaminó a su auto.

Mayu informó rápidamente de su hallazgo y se llevaron a un inconsciente castaño a la habitación adecuada para tratarlo. Ryohei maldijo al aire y golpeó la pared al entender lo que había pasado. La policía fue llamada para presentar cargos, y todo lo demás quedó en el aire, porque no podían borrar lo que había pasado.

Pero fue como Fon dijo.

Los signos vitales de Kyoya fueron mejorando con el pasar de las horas, reaccionaba bien al medicamento, se estaba adaptando a la marca de vínculo con el omega que despertó horas después cuando superó el shock. No fue sorpresa que incluso vieran movimiento en el cuerpo entero del azabache.

Se escribió en el expediente respectivo, que el alfa Hibari Kyoya dejó de necesitar los supresores para omegas porque ya estaba enlazado. El tratamiento cambió, el nivel de medicinas bajó considerablemente, y se enfocaron en otros problemas derivados por los años de adicción a un medicamento específico.

 

—¿Qué pasará ahora? —Tsuna aún no podía mover bien el cuello debido al dolor.

—Nada —Ryohei aún se hallaba furioso, consigo mismo y con Fon, indignado por su ineptitud, porque le falló a Adelheid y a Kyoya—. Solo tenemos que ver cómo evoluciona después de que purguemos su sistema para eliminar por completo los rastros de supresores para omegas que le estaban haciendo tanto daño.

—¿Cuándo despertará? —susurró mirando al médico.

—Tal vez mañana —se pasó una mano por el rostro—, si es que todo va tan bien como hasta ahora.

 

Mukuro llegó a la mañana siguiente, furioso e indignado, siendo el encargado de decidir por Kyoya, porque no había algún otro alfa disponible ni con autorización —cosa que solo Kyoya otorgaba—. Llegó solo, porque antes de tomar cartas en ese asunto, no le tembló la mano para abofetear a ese castaño omega con tanta fuerza que lo hizo caer, y lo miró en el suelo antes de lanzar un grito elevado para liberar el resto de su furia. Lo que lo calmó por completo fue que poco después llegó Takeshi, quien, sin decir mucho, tomó a Tsuna de la mano y lo cuidó con esmero.

Todo era un caos.

Y estaba por ponerse peor, porque Kyoya iba a despertar en algún punto y obviamente iba a notar el cambio dado en su propio cuerpo y en el vínculo fuerte que trazó con un ajeno. Mukuro prometió no exaltarse, sino que tomar compostura para pensar con la cabeza fría, por eso se encerró en una habitación para hablar con Tsuna de forma pacífica, a la vez que Takeshi distraía a Nana y a Aiko en la cafetería, porque ellas no debían enterarse de lo que pasó, o al menos, debían esperar un poco más. Nagi fue quien se quedó en el cuarto del alfa para cuidarlo y avisar si es que despertaba.

Pero nadie pudo prever lo que sucedió cuando aquellos dos se miraron.

La expresión de Kyoya era neutral, fría, severa, asemejando al alfa huraño y malgenioso que Tsuna conoció cuando tenía casi los dieciocho años. No había amor, ni dulzura, no había devoción, solo eran esos ojos fríos y azules. El castaño ni siquiera pudo sonreír o acercarse para abrazarlo, porque las palabras firmes y graves dadas por esa voz rasposa, detuvieron todos sus movimientos.

 

—¿Cómo pudiste traicionarme así?

 

Tsuna se quedó estático, sintiendo un escalofrío recorrerle entero, percibiendo sobre sí el peso de las emociones ajenas porque era su marca la que le daba esa posibilidad. Su vínculo con el alfa le trasmitió todo el rencor que Kyoya le profesaba, lo sintió en cada poro de su piel, y su corazón se resquebrajó. No pudo siquiera hablar, ni siquiera decirle que lo hizo porque no quería verlo morir o enfermarse gravemente. No pudo decirle que deseaba verlo por muchos años más y formar esa familia que tanto soñó en la infancia. No le dijo que lo hizo por amor.

 

—Quiero que te vayas.

 

No hubo frase más cruel. Tsuna jamás había escuchado algo tan rencoroso o doloroso. Rompió en llanto sin desearlo, pero aun así se quedó parado junto a la cama de Hibari. Intentó por todos los medios expresar todo lo que sentía, sus razones y demás, pero tenía un nudo que no le dejaba respirar siquiera, y las emociones negativas que ambos compartían solo lo volvía más difícil.

 

—Yo… —le costó mucho decir eso.

—Me traicionaste —a sabiendas de lo que sentía el castaño, decidió terminar con eso—. Tú sabías que jamás quise enlazar con nadie, y no respetaste mi único deseo.

—Pe…

—Yo quise amarte sin ninguna obligación, quise cederte todo lo que podía sin desear algo a cambio, ¡quise morirme sabiendo que te brindaba un amor desinteresado! —Kyoya se controló para no usar su voz de mando—. Quise morirme esperando que tal vez tú me correspondieras, aunque sea un poco. Pero… has hecho esto —apuntó con desdén a las vendas en el cuello de Tsuna.

—Yo solo… quería… —sollozó.

—Pude perdonarte todo, Tsunayoshi —apretó los labios—, menos esto. Porque yo confié en ti…, y me has traicionado.

—Vamos, mocoso —Mukuro entró a la habitación cuando lo creyó correcto—. Nos vamos. A partir de ahora estás a mi cuidado, aunque no me guste mucho la idea.

—Espere… —susurró—, yo quiero… ¡Tengo!

—Y no digas nada —le advirtió con la mirada fría—, ya has dicho y hecho lo suficiente.

—Sé amable —susurró Kyoya antes de recostarse de nuevo en la camilla—, por favor —entonces, giró su rostro en dirección contraria de Tsuna.

—Sí, sí —Mukuro sostuvo el brazo de Tsuna con fuerza antes de salir—. Lo cuidaré en tu nombre, pero me aseguraré que no se te acerque.

—Hibari-san… —estiró su mano en un vano intento por tocarlo—, yo…

—Aun te ama, para que lo sepas —susurró Mukuro mientras arrastraba al castaño lejos de ese cuarto—, por eso me pidió que sea tu tutor legal.

—Necesito… volver —gimoteó sin dejar de mirar esa puerta

—Te ama tanto que se vuelve idiota. Pero ni así puede perdonarte que lo hayas obligado a enlazar contigo, no importa qué tan buenas fueran tus intenciones —Mukuro suspiró—. Así que cállate y sígueme, ya has hecho suficiente… Tal vez algún día quiera verte de nuevo, pero por ahora dale tiempo.

 

Sin embargo, fue mayor el dolor que el amor rebosante que floreció durante dos años.

Kyoya no pudo lidiar con sus demonios internos, con ese sentimiento doloroso que le transmitía Tsuna mediante su lazo, porque odiaba saber que ambos se podrían influenciar entre sí. Tardó dos semanas en salir de la clínica, con un nuevo semblante físico, pero con la tristeza impregnada en la mirada, hasta Aiko lo notó y se aferró a él como un cachorrito que busca consolar a su dueño. Le agradeció la ayuda a Nana y a Iemitsu, habló con Adelheid, Mukuro, y dejó a Spanner con Ryohei para que siguiera el tratamiento con el medicamento que ya estaba abalado como efectivo.

Y se fue.

No soportaba estar en aquella casa impregnada con el sutil aroma de Tsuna. No soportaba pensar en que podía conducir un rato y llegar a casa de Mukuro donde hallaría a su omega. No soportaba la sensación de haber sido traicionado y su confianza hecha pedazos.

Kyoya decidió irse.

Tomó a su hija, preparó las maletas, se despidió de algunas personas por teléfono, y… decidió viajar a China, donde tenía un par de bienes y podía relajarse. Quería pensar en lo pasado, darle libertad a Tsunayoshi para que siguiera en ese plan que el Kozlov armó, y desligarse de su dependencia emocional.

Y, aun así, estaba consciente de que volvería.

Pero necesitaba tiempo.

 

 

Espaldas….

 

 

Había sufrido demasiado, tanto que su pecho ardía, porque cuando se escapó de la vigilancia de Mukuro y regresó al que consideraba su hogar, halló solo una casa vacía. La recorrió entera y no había rastro de su hija ni de su esposo, no había aquella sensación cálida de hogar, ni el aroma de la comida casera de Kyoya. Solo había un vacío existencial que no podría llenar con nada. Aun así, agradeció que Kusakabe le explicara lo sucedido, porque al menos así tenía idea de a dónde pudo ir Kyoya junto con Aiko.

 

—Te enamoraste —Skull miró fijamente al castaño que buscó durante un mes sin descanso, porque el idiota desapareció de la nada.

—Yo… —se tocó el cuello por instinto—, creo que sí.

—Entonces ya no me sirves —se levantó y sacudió sus manos—. Hasta aquí hemos llegado.

—¿Qué? —se levantó a la par que ese omega y le cortó el paso—. Después de todo lo que he hecho por ti, de lo que sacrifiqué por ti.

—Tsuna —sonrió—, no puedes ser un buen alfil cuando tienes la mente en un sueño lleno de flores y colores. Ni siquiera me importa que hayas enlazado, porque sinceramente te lo iba a pedir pronto y me facilitaste el trabajo —chistó—. Pero enamorarse de tu muñeca de trapo es algo diferente.

—No es así —apretó los labios—, porque esto solo vuelve mis deseos más fuertes, ¡porque no quiero que Kyoya sufra en esta sociedad como lo ha hecho hasta ahora!

—No, no —Skull golpeó el suelo con su pie—, porque enamorado no ves bien las cosas y no serás capaz de apretar el gatillo cuando sea necesario.

—Puedo con esto —dijo con firmeza.

—No —sujetó el rostro de Tsuna entre sus dedos—, porque debes elegir a uno, solo a uno —le apretó las mejillas—. O eliges uno… o te destruyes, porque habrá un punto en el que toque escoger —elevó más su voz—. Y si estás enamorado… ¡elegirás mal!

—Puedo luchar en beneficio de los dos.

—No, no puedes.

—Te voy a demostrar que puedo —apretó los dientes.

—¿Y qué harás cuando empecemos a destrozar a Kyoya? —soltó una risita irónica— ¿Vas a llorar acaso? ¿A pedir perdón? Y a volverte débil.

—No.

—¿Qué harás?

—Le daré un calmante y seguiré —apretó los labios—, porque si llegué hasta aquí fue por su sacrificio… y si me doy por vencido, habrá sido en vano… Le prometí que no sería en vano.

 

Skull se quedó mirando a aquella criatura perdida entre el dolor de un lazo recién creado, y la lejanía de la persona amada. Internamente sabía que aquel hecho era beneficioso, porque de esa forma se daba la brecha que implantó en el caso de Lambo y Bermuda, de modo que el lazo no fuera impedimento emocional para el omega involucrado. Pero a la vez era riesgoso, porque Tsuna se había enamorado de su alfa, cosa que Lambo no hizo.

 

—Convénceme —susurró—. Haz que vuelva a poner mi fe en ti.

—Lo haré —soltó una lágrima.

—Pero por ahora —miró a Tsuna de pies a cabeza—, descansa…, lo necesitas.

—Lo sabes, ¿verdad? —sus labios temblaron—. Sabes a lo que me refería con el “sedante”.

—Sí —Skull torció una sonrisa.

—Entonces…

—Si fallas… —le golpeó el pecho con su dedo índice—, te dejaré a un lado como a un perro sarnoso. 

Notas finales:

¿Querían lazo? ¡Ahí está su lazo!

Jajajaj, ok ya.

Todos sabíamos que esto tenía que pasar para que nuestro Kyoya no se nos fuera. Fue todo muy intenso, pero no había de otra forma. Y, sin embargo, Krat les dice que este es el último drama de estos dos, drama intenso, bien sabemos que no puede haber un amor todo lindo y fluffy con los antecedentes que tenemos, PERO sí, ya desde aquí hay lindura.

Sin más que decir.

Krat se despide.

Muchos besitos~

Se les ama~

 


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