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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Habían sido días un poco agitados para él, más por la visita que tuvo en Italia y que naturalmente aprovechó porque así disminuyó un poco del dolor en su celo. Era lo bueno de estar lejos de todo y más del escuadrón de asesinos, porque ya no tenía que seguir fingiendo que era la ramera de Xanxus, así que podía hacer lo que se le diera la gana, más porque Xanxus odiaba tenerlo cerca cuando esos días de calor estaban sucediendo. Pero debía volver a la realidad, y por eso subía las escaleras de la casona donde vivía tranquilamente con su jefe estúpido, y donde los vecinos no se metían en lo que no les importaba.

 

—¿Qué le pasa a ese idiota?

 

Escuchar a Xanxus reírse no era muy común, así que le incomodaba mucho lo que oía mientras giraba el pomo de la puerta para entrar. Aun así, respiró profundo, negó y se adentró como si nada, tirando la maleta con su ropa a un lado y bostezando. Se dirigió directamente a la cocina para ver si había algo decente, cosa necesaria porque al señor todopoderoso le gustaba la carne fina y los quesos variados. Había una mujer que le traía el surtido las mañanas cada dos días, una anciana silenciosa que recibía el dinero y se iba, así que comida jamás faltaba.

 

—¡Apestas a ramera! —Squalo bufó al escuchar la voz de su jefe.

—¡Y tú apestas a imbécil! —le contestó.

 

Siguió escuchando las risas estruendosas a la par que los pasos pesados del bastardo que apestaba a vodka, rodó los ojos mientras sacaba lo necesario para hacerse un sándwich como refrigerio hasta que fuera hora de la cena y cocinara algo medio decente, porque no estaba de humor ni con energías de hacer algo elaborado. Era obvio que el niño bonito de su jefe no cocinaba, y sinceramente no quería siquiera experimentar con ese detalle.

                                                                                   

—Siempre vuelves oliendo parecido —comentó Xanxus mientras lanzaba su celular a la mesa de la cocina y se sentaba a ver qué hacía el tiburón.

—¿Celoso, bastardo? —se mofaba, sabía que sus palabras eran solo una forma de molestar a su jefe.

—Tienes un amante, ¿no? —agarró una rebanada de queso y la masticó sin apuro.

—¿Y a ti qué te importa? —clavó el cuchillo para el pan en la mesa de madera.

—Si te embarazas, te obligaré a abortar a la criatura —murmuró con la boca llena de jamón.

—Como si fuera tan estúpido y permitir que me dejen su semillita —hizo una mueca.

—¿Quién es?

—¿Es en serio? —le tiró una rodaja de jamón que Xanxus atrapó antes de que se pegara a la cara.

—Tengo curiosidad —sonrió de lado—, porque un tiburón horripilante como tú no debería atraer a nadie.

—Ni tú, y te sigo encontrando con betas y alfas fornicando como salvaje —hizo una mueca de asco y se agitó para quitarse la sensación de la piel—. Asco.

 

Siguieron insultándose y “platicando”, como siempre hacían al final del día, metidos en sus propios asuntos, olvidándose momentáneamente de su verdadero trabajo en esa ciudad y el país mismo. Mientras comían, solo eran ellos dos tratando de sacarse de las casillas, dejando de lado las vidas que tenían que tomar, o de los negocios sucios que debían administrar como dueños de una mafia en apogeo. Olvidaban las armas, municiones, droga y se volvían solo compañeros.

 

—¿De qué te reías hace rato? —Squalo bostezó entre sus bocados.

—De Ricardo —Xanxus volvió a soltar una carcajada y se limpió la boca.

—¿Por qué? —sonrió de lado—. ¿Extraña tu trasero? Y supongo que te estaba rogando.

—Quiere que… —le lanzó el salero al albino, quien lo esquivó— que matemos a una basura que le está dando problemas.

—¿A quién? —murmuró antes de terminar su bocadillo.

—A uno de tus amigos —volvió a reír—, adivina quién.

—Tsuna.

—No —se puso mucha salsa de tomate en el pan—, es otro.

—Lambo —Squalo sonrió de lado al ver a Xanxus sonreír entre mordidas—. ¿Qué hizo el mocoso?

—Qué no ha hecho —se estiró en su silla—. Esa escoria se juntó con gente poderosa.

—Y… —Squalo se puso serio—, ¿vamos a… hacerlo?

—No —Xanxus jugó con su servilleta—, porque me conviene que Ricardo caiga… y que tus amiguitos sigan jugando a los reyes omegas.

—Eres un infeliz.

—Igual tú —se relamió los labios—, porque le negaste ayuda a tu madre.

—No tengo madre —bufó.

—Solo debiste soltarle unos billetes.

—Yo no tengo por qué ayudar a quien me echó de casa porque le estorbaba —rodó los ojos.

—Somos tal para cual, basura.

—¿A quién más quieren matar? —cambió de tema porque le incomodaba recordar esos detalles.

—Al heredero de los Kozlov —sonrió—, y a una mujer que también era tu amiga, creo… Los blancos son cada vez más, por si querías saber.

—Lo logró —Squalo rio sonoramente al pensar en Skull y sus planes estúpidos—. Está dejando que esos alfas se desesperen cada vez más. Qué bueno que tú no eres un acomplejado como ellos —se burló del azabache.

—A mí lo que me interesa —sacó el arma de su chaqueta—, es la libertad y el poder basado en el miedo. No me importa quién sea mi oponente.

—No te diferencias mucho de tu hermano.

—El señor corbatas me la chupa.

—Uy sí, yo lo vi una vez.

 

Carcajadas en complicidad, dos compañeros leales, dos mentes maestras sedientas de sangre. Así eran ellos dos, los precursores de Varia en Italia.

 

 

Mañana…

 

 

Kyoya solía contactar a Mukuro para tener información, y éste no solía decirle mucho porque parte de su promesa fue no detallar nada aparte de la salud del castaño. Kyoya necesitaba desligarse de sus memorias y del pasado, enfocarse más en su hijita. Pero tenía que confesar que habían sido los cinco meses más duros de su vida, porque extrañaba incansablemente el aroma a manzanas del castaño, las sonrisas, esa voz que a veces cantaba canciones de cuna para Aiko. Añoraba a su omega. Suspiraba cada mañana por él.

Había estado enfocado en regularizar sus emociones para que el lazo no le afectara a Tsuna, y a su vez, para no recibir ese sentimiento de añoranza por parte de su omega. Había funcionado, sí, pero eso no quería decir que mitigaba el dolor de la separación. Era muy extraño explicar aquello, pero en teoría todo era cuestión de meditación y dominio de su lado alfa, cosa que agradecía a Fon —de las pocas—, porque de esa forma no perdió la voluntad y siguió en China.

 

—Papi ¿tas tiste? —su pequeña Aiko ya casi alcanzaba sus tres años y era la razón de estar esforzándose todavía.

—No —la levantó para sentarla en sus piernas y arreglarle el disparatado cabello—, solo es añoranza.

—¿Qué e añodanza?

—Es cuando extrañas algo o a alguien —explicó mientras peinaba ese bonito cabello púrpura claro con sus dedos—, y en tu pecho se siente un dolor raro.

—Papi etaña a Tsutsu —miró al mayor con sus grandes ojitos azules antes de abrazarlo por el cuello—. Yo tambén.

—¿Lo extrañas mucho?

—Sí —suspiró—, ¿Tsutsu no vene?

 

Kyoya sabía que solo necesitaba una excusa para desistir de esa estupidez que armó por orgullo, y la halló en las palabras de su pequeña hija. Porque Aiko no olvidó a Tsuna, siempre lo tenía presente, ya sea dibujándolo, cantando las canciones que le gustaban a ambos, señalándolo en las fotos que Kyoya llevó consigo y enmarcó, o en esas pláticas que solían tener en la tarde. Sabía que no podía estar tanto tiempo lejos de la persona que amaba, porque en su instinto no estaba aquello, por el contrario, cada noche ansiaba con tener entre sus brazos a Tsunayoshi.

 

—¿Quieres verlo?

—Sí —se limpiaba la nariz que le picaba.

—Entonces… —sonrió con sutileza— iremos —besó la cabecita de su hija.

 

Negarse era una estupidez, siempre lo fue, pero aún seguía dolido, pensando en el lazo que tenía con Tsuna y que no quería romper. Pero en esos meses en silencio, mientras pasaba sus días reinventando una y otra vez sus medicamentos para alfas, se dio tiempo también para pensar en las razones de Tsuna para dejarse marcar. Y es que su cuerpo estaba bastante bien ahora, aunque claro, aún conservaba las secuelas de consumir por años aquellos supresores, con un daño permanente en sus pulmones que contrarrestaba con medicamentos, pero nada más lo aquejaba. Incluso su extraña facilidad para curarse rápidamente volvió con los meses.

 

«Tienes una segunda juventud.»

 

Ryohei ya le había dado esa charla por teléfono y su médico de confianza en ese país también. Ya no le aquejaban los instintos, no tenía que tomar supresores, ya no había dolor, inyecciones, náuseas o mareos, su reloj vital ya no tenía fecha fijada. Y todo fue gracias a la marca, al vínculo alfa-omega. Tardó tres o cuatro meses en quitarse la mayoría de resentimiento, y ahora no había más que un vacío existencial que no se calmaba con nada.

 

—Vamo, papi —sonreía Aiko, mostrando aquella hilera de pequeños dientes frontales—. Vamo, vamo.

—¿Estás muy emocionada?

—Vamo en avión —tomó la pequeña maleta azul y se la colocó con dificultad en la espalda—. Vamo a ve a Tsutsu.

—Lo sé —sonrió.

 

Su hija había crecido bastante, su cabello ya llegaba casi a los hombros y le gustaba usar moños de colores u horquillas con adornos. Era una niña vivaz, dulce, algo ruda, llena de energía y sueños. Era su pequeño ángel que le daba luz en medio de la tormenta. Kyoya sería capaz de dejarlo todo y escapar con tal de verla feliz, tal vez por eso no le costó mucho decidirse a viajar antes de que ella cumpliera tres años, para que Tsunayoshi estuviera presente en la fiesta que Aiko ansiaba celebrar.

Viajó sin decirle nada a nadie.

Sin más información que la dada por Mukuro y Nagi.

Con Aiko en brazos y arrastrando una maleta grande, se vio de nuevo en tierras natales. No sabía de qué tanto se perdió pues se había aislado mucho durante esos meses, pero sabía que todo sería un desastre en el que él se vería involucrado, porque ni bien llegó, vio en el anuncio de un periódico el nombre de los Argento y sus grandes alianzas extranjeras. Quiso obviar eso, se dirigió a una cafetería y pidió algo para matar el hambre de su hijita hasta que él pidiera un taxi.

 

—¿Recuerdas la casa? —la sostenía de la mano.

—No —Aiko miraba con atención cada hogar que dejaban atrás mientras seguían caminando—. ¿E esa? —señaló.

—No.

—¿Fata mucho? —elevó su carita hacia su padre mientras jugaba con el vuelo de su vestido blanco con florecitas de colores.

—Un poco.                      

 

Caminaron de la mano por cinco minutos más, despacio, charlando como siempre hacían, admirando el cielo con pocas nubes, hasta que al fin Kyoya se detuvo. La sensación que embargó al alfa fue una combinación entre ansiedad y temor. Porque si bien él volvió para ver a Tsuna y arreglar aquella rara y rota relación que tenían, nadie le aseguraba que el castaño le correspondiera. Creía firmemente que Tsuna en ese punto debería estar enfadado, incluso pudo haber viajado a una de esas reuniones con los Argento. Pero tenía esperanzas.

Cargó a Aiko en brazos, la dejó tocar el timbre de la que fue su casa hasta hace algunos meses.

Y esperó.

Escuchó pasos y ajetreo, un par de voces, ninguna del castaño. Eso solo aumentó su ansiedad, porque… ¿qué hacían Enma y Nagi ahí?

Fue recibido por un asombrado pelirrojo que separó sus labios e intentó saludar. Enma soltó un jadeo, boqueó, después solo hizo algunas señas y miró a la niña que sonreía estirando sus brazos hacia él, porque en la memoria de aquella pequeña estaban impregnados rastros de aquel chico que era un doctor que la cuidaba a veces. Enma no pudo más que sonreír y cargar a Aiko, quien rio animadamente mientras decía no recordar su nombre, pero que sí recordaba su calor.

Pero Kyoya estuvo más centrado en ver el interior, pensando en si debía pasar o esperar a que el pelirrojo lo autorizara. Porque esa ya no era su casa, no después de abandonarla. Se quedó viendo a Nagi en el fondo, quien sonrió emocionada y se lanzó a sus brazos sin pensarlo. Le dio una caricia en los cabellos antes de que la propia heterocromática tirara de su mano para adentrarlo a la casa, la misma que elevó su voz para llamar a Tsunayoshi.

 

—Estoy en casa.

 

Kyoya no pudo evitar sonreír cuando su mirada se encontró con la de Tsuna. Lo había extrañado tanto que olvidó todo lo que pasó y se centró solo en esos ojos marrones y brillantes. Se acercó paso a paso, hasta que pudo percibir claramente y sin impedimentos el aroma a manzanas y jacintos. Aquellos labios boquearon indecisos de qué decir, porque Tsuna no se había sentido así de feliz o emocionado desde hace tanto. Pero justo cuando el azabache iba a tocarle la mejilla, el castaño descendió su mirada automáticamente, agachando su cabeza, y en respuesta, Kyoya lo siguió.

Tsuna se sujetó firmemente del suéter que cubría su vientre, soltó un jadeo antes de entrar en pánico y buscar la mirada del azabache. Kyoya observó detenidamente aquello, la mano del castaño ligeramente flexionada, el suéter azul pastel que cobijaba la notable curvatura de un vientre que asemejaba a una pelotita de básquetbol bien pronunciada, y sintió un extraño frío recorrerle del estómago al pecho. Pero sonrió, sin entenderlo, sin mostrar rechazo, solo miró al rostro de Tsuna y curvó sus labios.

 

—Felicidades.

 

Hibari alejó su mano de aquel rostro, sin haberlo tocado siquiera, y se irguió a la vez que daba un paso hacia atrás. Su sonrisa no se borró, pero su semblante decayó un poco, y solo Tsuna pudo percibirlo. El castaño tembló en su sitio, boqueó una vez más e intentó tomar la mano del alfa, pero falló.

Tsuna no había esperado esa visita, no había tenido tiempo de planear qué decir porque pensó que Kyoya estaría enojado por algunos meses más, ni siquiera pudo conseguir entablar una plática telefónica con Kyoya y… ¡todo estaba mal!

 

—Lamento haber interrumpido —Kyoya se giró suavemente hacia Nagi y Enma quien cargaba a Aiko—, solo quise hacer una visita.

—Llegó sin avisar —susurró Enma sin poder evitar que Aiko se le escapara de los brazos.

—Papi —sonrió la pequeña antes de sujetarse de la pierna del mismo—, cádgame.

 

Kyoya lo hizo, besándole la mejilla y girándose hacia el castaño para que su pequeña saludara y hablara de todo lo que tenía que hablar. Pero antes de que Aiko quisiera lanzarse a los brazos de Tsuna, quien obviamente no estaba en condiciones de cargar a una niña de tres años, le susurró que se calmara. Y después vio de nuevo al castaño, quien había empezado a llorar en algún momento.

 

—Puedo… —la voz de Tsuna se quebró—, explicarlo.

—Tenes un bebé ahí —rio la pequeña, apuntando a la pancita del castaño—, mamá Tsutsu.

 

 

Corte…

 

 

La bofetada que recibió, resonó en el cuarto, pero ella solo sacudió su cabeza un poco antes de erguirse de nuevo y mirar a su padre. Sonrió. Porque llegó el momento en que esa bola de idiotas intentaría usarla y amenazarla para que les dijera la razón de su “estupidez”. Pero pasaría lo mismo que con Zakuro. Pelearían, ella demostraría que no se iba a dejar poner un dedo encima sin responder, y después de una larga discusión, el alfa se resignaría.

 

—¡¿Cómo carajos pudiste?!

—Está en buenas manos —sonrió de lado.

—¿En manos de quién?

—¿Y crees que te lo voy a decir? —Adelheid soltó una carcajada.

—No eres más que una delta —la miró con rabia.

—Y tú un viejo ambicioso que mató a mi madre —recibió otro golpe—. Te duele la verdad, hijo de perra —bramó fúrica.

—¡Lárgate ahora!

—Claro.

 

Así había sido desde hace meses, cuando Zakuro y su padre se enteraron de que a su nombre no había más que la mansión dónde residía como matrimonio. Nada le podía dar mayor placer que ese. Aunque debía admitir que pelear con Zakuro cuando éste quería ponerle un dedo encima para imponer su deber marital, era también divertido, porque si el estúpido pensó que iba a acostarse con él, estuvo bien pendejo. Como fuera. Se le hizo costumbre todo eso.

Y, aun así, lo mejor estuvo por venir.                     

Cuánto se rio esa mañana cuando escuchó a su padre bufar exasperado en conjunto con Zakuro debido a su comportamiento y sus estupideces —palabras de esos dos idiotas—, mientras ella se mantenía en su cuarto privado mirando las noticias donde sus empresas se aliaban a la competencia de los Suzuki. Ah sí, placeres de su corta existencia. Lo disfrutó mucho, y supo que sus negocios estaban a buen recaudo fuera de los dominios de su padre.

 

—Lo has hecho bien —sonrió mientras seguía leyendo las noticias en su celular.

 

El nombre que dictaba como tutora de aquella fortuna era la de Nagi Rokudo, pero Adelheid sabía que solo era una máscara para cuidar del verdadero dueño de los bienes que le pertenecieron hasta antes de su cirugía. Porque sabía que Enma haría las cosas bien, no por nada llegó a leerla casi a la perfección hace tiempo, y era por eso que las alianzas estaban cambiando de rumbo.

Adelheid jamás se arrepintió ni se arrepentiría de haberle dejado toda su fortuna a Enma, sin que éste lo supiera inicialmente. Tuvo que hacer muchos trámites en tinieblas, camuflando muchas cosas, con abogados de extrema confianza, usando sus contactos en muchos sitios para eso, pero valió la pena. Y Nagi tampoco lo estaba haciendo nada mal, porque ella misma se ofreció a ser la pantalla que protegiera a Enma. Sí, todo era muy divertido.

 

—¡Sal de ahí y dale cara a tu padre!

—No es nada mío, ese viejo decrépito —siguió comiendo la carne seca que hurtó de la cocina, sentada en la puerta de su habitación.

—¡Sal ahora!

—Patético —murmuró.

—¡Adelheid! ¡Sal ahora!

—Sí, sí —pero ni se movió.

—¡Estoy hablando en serio!

 

En esa ocasión no hizo caso, tampoco en las siguientes, y siguió siendo la misma Adelheid orgullosa de siempre. No importaba los golpes, las humillaciones y privaciones, ella jamás daría su brazo a torcer. Porque incluso si le quitaron su poderío como alfa de casta pura, seguía siendo aquella mujer imponente que se abrió paso en el mundo por sí sola. Nadie le iba a quitar la esencia de su existencia.

 

 

Dudas…

 

 

No había que hacer muchas preguntas, tampoco recibir respuestas, porque Kyoya bien sabía que llevaba más de diez meses en completa abstinencia. Pero era feliz, y se lo dijo a Tsuna, porque se cumplió una de los pequeños sueños de aquel castaño. Tsunayoshi había formado su familia y el vientre de casi siete meses lo confirmaba. Jamás le recriminaría eso, porque el castaño tenía derecho de rehacer su vida lejos de él.

 

—Y entonces —Aiko había captado la atención de Tsuna de inmediato—, me conté con pajaito igual a Hibid —contaba señalando la foto que seguía en su álbum—. Papi cuó su alita y… mida… tan bonito, bonito.

—Lo veo —sonreía al ver la imagen de aquellas aves—, y ¿no trajiste a Hibird?

—No, poque no sabía si iba a quédame aquí —sonrió acomodando sus cabellos detrás de sus oídos—. Su casa etá allá.

 

Kyoya estaba sentado en el sillón individual, observando a su hija y al castaño, analizando el vientre abultado de Tsunayoshi y sintiendo cierta envidia que camuflaba con cada sorbo de té que Nagi le cedió. Permaneció impávido, en silencio, solo siendo espectador. Enma a veces aparecía por la cocina, o conversaba con Nagi, ambos manteniéndose lejos para no estorbar, pero siempre atentos a todo.

Fue muy tenso.

Y lo siguió siendo hasta que Aiko tuvo sed y fue a la cocina.

Solo entonces Tsuna pudo mirar al azabache y tratar de iniciar la plática que a ambos les interesaba, pero sabían que mientras su hija estuviera ahí, nada de eso se podría llevar a cabo. Fue una tarde pesada, porque Aiko quería pasar tiempo con Tsuna, extrañando el calor de la familia que se separó sin que ella supiera la razón. Aquella pequeña mostró todo su álbum de fotos, su ropa, sus muñecas, rio, jugó, preguntó, comió, y solamente llegada la noche bostezó de sueño en brazos de Kyoya a quien pedía mimos como si fuera un gatito.

Los tres ajenos al padre e hija se quedaron viendo cómo Kyoya peinaba los cabellos de su niña mientras la arrullaba suavemente en brazos. Escucharon la historia favorita de Aiko que se centraba en una flor encantada, las preguntas murmuradas de la pequeña y las respuestas certeras de aquel alfa. Vieron a Kyoya levantarse con su hija acomodada en su hombro y pecho, caminar de un lado a otro, para finalmente tararear algo que Aiko coreó entre bostezos hasta que cayó rendida por completo. Habían presenciado la rutina más bonita que un padre podía realizar para dormir a su hija.

 

—Yo la llevaré arriba para que descanse —ofreció Nagi.

—Me iré a un hotel —Kyoya acomodó mejor a su niña en brazos—, no quiero incomodar.

—Es su casa —Tsuna al fin pudo decirlo—, así que por favor…

—Seguro esperas a alguien —acarició la espalda de su hija quien suspiraba—, no quiero molestar.

—¿A qué se refiere? —Tsuna hizo la pregunta decisiva y los demás callaron.

—Al padre de tus hijos —lo miró por un segundo antes de inclinarse por la mochila de Aiko—, pero volveremos mañana… porque Aiko quiere estar contigo.

—¡Hay una confusión aquí! —Enma ya no pudo soportar esa atmósfera tan tensa y se acercó a Kyoya estirando sus manos—. Tienen que hablar, así que yo llevaré a Aiko arriba.

—Por favor —susurró Nagi antes de tomar la maleta de la pequeña—, debe hablar con él.

 

Si Nagi estaba allí era porque ella se volvió el único apoyo palpable de la persona que inicialmente odió, y a la que todavía le tenía un poquito de resentimiento. Kyoya presentía que la razón más fuerte de Nagi para ayudar a Tsuna era él en sí, porque Nagi siempre buscó su bienestar. Enma era simple de leer, estaba allí porque Tsuna era su mejor amigo, así de fácil. El alfa estaba tentado a afirmar que Mukuro quiso cuidar del castaño, pero al final no pudo y le cedió esa labor a su hermana. Cosas más cosas menos, cosas que Tsuna confirmaría.

El azabache no dijo mucho después de ceder a su hija y ver a esos dos desaparecer rápidamente, solo se tomó la libertad de ir a la cocina para preparar dos tazas de té caliente porque suponía iban a tardar. Ante la atenta mirada del castaño, se sentó, y ayudó a Tsuna para que lo hiciera también, siempre pendiente de ser cuidadoso por el estado del omega. Pero poco después se quedaron en silencio, cada uno con sus propios pensamientos.

 

—¿No va a preguntar?

—Me basta con saber que son tus hijos —lo dijo sin malicia o resentimiento, era su verdad—, no quiero saber más.

—¿No quiere saber quién es el padre? —se acarició el vientre como era su costumbre cuando estaba ansioso.

—En realidad —Hibari dejó su taza vacía de lado—, quiero saber por qué dejaste que te marcara si tú ya…

—¡No quería verlo morir! —no pudo evitar elevar su voz—. Me ganó la desesperación y la oferta de Fon sonó a la mejor solución.

—Lo entiendo… y lo lamento.

—¡No lo lamente! —se quejó mientras se limpiaba las lágrimas.

—Solo quiero que seas feliz —no supo qué más decir.

—Usted me hace feliz —jugó con sus dedos—, por eso hice todas esas estupideces.

—Solo te he traído problemas.

—No es así —murmuró.

—Lamento haberte obligado a este lazo —le acarició la mano con sutileza.

—¡Son sus hijos! —apretó los puños, dejándose llevar por el mar de emociones que lo alteraban desde hace tanto—. Aun si no me cree… —sollozó— son sus hijos —se sostuvo el vientre.

 

Tsunayoshi sollozó perdido entre sus pesares y sus hormonas, porque no había sido nada fácil. Nada, desde que se enteró que Kyoya se había ido, fue fácil. Porque ni siquiera pudo explicarle o disculparse. No pudo decirle que lo amaba y por eso era tan imbécil. Y fue peor cuando Mukuro se puso en su contra, tachándolo de mentiroso y aprovechado.

Se quedó solo en ese entonces y no sabía qué más hacer. Se la pasó llorando durante días mientras revisaba las fotografías que guardaba en su habitación, y apenas alimentándose de lo que Kusakabe le llevaba. Se hundió en una depresión de la que solo salió cuando Enma llegó hasta él… y poco después Nagi también.

Y, aun así, siguió doliendo.

Había pasado los estragos de su embarazo él solo, perdido entre sus emociones descontroladas, antojos raros y la añoranza de ver a su alfa. Se sintió escoria y después se sentía dichoso. Un día quería morirse y al otro vivía la vida a plenitud. Había tenido que aguantarlo todo porque él buscó eso, pero no pensó en las consecuencias. Fue tan difícil.

Por eso. Cuando Kyoya lo abrazó con tanta dulzura para consolarlo, estalló en lágrimas e hipidos mientras se aferraba al alfa con todas sus fuerzas. Porque tal y como hace tanto, dejó de sentirse solo e inseguro, y solo le bastó con el consuelo de ese hombre. Al fin obtuvo lo único que necesitaba, y era el cariño sincero que solo su alfa podía brindarle.

 

—Te creo —susurró Kyoya.

 

Tsuna estaba consciente del poder que tenía en sus manos, y por eso sabía que Kyoya creería todo lo que le dijera, aún si fueran mentiras, pero no le interesó. En ese momento no le importó nada más que el beso depositado en su frente. Se sacudió ante el sonido de esas palabras y su pecho dejó de doler. Se vio envuelto en ese manto protector. Sujetó su vientre, y después solo desahogó todo lo que llevaba a cuesta desde hace cinco meses. Porque ya no estaba solo, y sabía que las cosas se podrían arreglar.

 

—Al menos pregunte cómo pasó —se quejó entre dientes antes de alejarse y sostener ese rostro para mirarlo, y como supuso, no había duda en esa mirada—. Pregunte —suplicó.

—Es extraño.

—Para todos lo es —sollozó.

—Yo no te he tocado desde hace mucho tiempo.

 

Apartó sus dedos del rostro ajeno y las descendió a la par que agachaba su cabeza. Limpió sus lágrimas con sus mangas, siguió hipando durante un rato, y tardó en poco en calmarse por completo. Sentía las caricias en su cabello y los besos en su frente, eso ayudó. Entonces muchas cosas llegaron a su mente, recuerdos vergonzosos y esa sensación de culpabilidad. Era hora de revelar el secreto que pensó guardar por siempre.

 

—Pues eso no es tan verdadero —lo soltó—, aunque supongo que usted no lo recuerda.

—¿Te hice algo? —su pecho se estrujó.

—No —Tsuna se limpió las lágrimas que aun brotaban en silencio—. Fui yo quien hizo algo.

—¿Qué cosa?

—Usé un sedante y no sé qué más —apretó los dientes—. Porque usted seguía inyectándose supresores como idiota, y yo sabía que tener sexo lo aliviaba un poco, pero usted ya no me tocaba y…

—Entiendo —no necesitaba escuchar más para unir los puntos.

—Lo mezclé en el jugo de la mañana —pero Tsuna tenía que decirlo todo o no estaría en paz—, y dejé a Aiko en manos de Enma por unas horas.

—Fue Adel, ¿verdad? —elevó una ceja.

—Lo importante es que… pasó —respiró profundo—. Lo que no tomé en cuenta fue mi propio ciclo de celo, la ingesta de anticonceptivos y… —sus mejillas enrojecieron— pasó.

 

Esa sencilla explicación fue suficiente para Kyoya, porque le aclaró algunas cosas, como la razón por la que tenía memorias que creyó fueron simples sueños —un tanto pasados de tono—, que se repetían en su mente sin que tuviera control sobre ello. Además del por qué en aquellos tiempos su alfa no estaba tan alterado como había esperado. Como fuera. La explicación de Tsuna calzaba y se fundamentaba con muchas cosas.

 

—Está bien.

—¿No me reclama? —lo miró ansiando una reacción negativa, que no se dio jamás—. ¡Diga algo, por favor!

—¿Qué debería decir?

—¡Que me odia! —pero no quería escuchar algo así—. O algo… ¡No sé!

—Pero no lo hago.

—Lo sé —sonrió divertido por la expresión confundida de Kyoya—, pero debería.

—Solo quiero saber algo —susurró mirando el vientre de Tsuna—. Escucho algo raro y quiero cerciorarme.

—Todos casi se caen… cuando se los digo —Tsuna rio nervioso porque sabía a lo que se refería Kyoya—, espero usted no.

—Son dos —miró al castaño quien negó.

—Son tres… —se dio un silencio incómodo—, y no pregunte cómo pasó porque ni Ryohei supo explicarme —acunó su barriguita con sus manos—. Es raro.

 

Kyoya entendió algunas cosas cuando escuchó aquello último, como la razón de no ver a Mukuro en el lugar, o el hecho de que dejase a Nagi a cargo del castaño, alejándolo de su muy equilibrada familia con el chico Yamamoto. Y es que, con las condiciones que él tenía en la fecha de fecundación, a la par del estado de Tsuna y las circunstancias, no había posibilidad de que… En realidad, solo había una explicación, pero no le importaba.

Porque él creía firmemente en la palabra de Tsuna.

Eran sus hijos, no había duda, y aquel latido desacompasado y acelerado lo demostraba, porque aquellas vidas englobadas en un solo cuerpo, lo eran y serían todo para él. Por eso se atrevió a acercar sus dedos a aquel vientre, repasarlo apenas con sus yemas, delicadamente, en una suave línea que iba de la base a la parte superior del redondeado hogar. Sonrió. Podía sentirlos moverse apenas, pero le bastó solo eso como para amarlos tal y como hizo con Aiko la primera vez que la vio.

 

—No haga eso.

 

Cuando Kyoya elevó su mirada, se halló con los labios temblorosos del castaño, esos ojos llenos de lágrimas, y dos senderos bien definidos en esas mejillas. Limpió la piel con sus dedos, quitándole el agua salada, acariciándole la quijada, y quedándose quieto cuando las manos de Tsuna tomaron las suyas para guiarlas a esas mejillas. El comportamiento de su omega era errático, y suponía que era por el embarazo.

 

—¿Por qué lloras?

—Porque no me merezco esto —agachó su cabeza a la par que soltaba las manos ajenas—. Hice todo mal.

—Pero ya está hecho.

—Y eso es lo peor —limpió sus mejillas con la manga—, porque el tiempo no se puede recuperar.

 

Kyoya no refutó esa frase, por el contrario, la segundó. Y, sin embargo, no tenía por qué sentir pena por algo que no podía cambiarse. Se debía enfocar en lo que podía hacer para disfrutar de lo que se le estaba otorgando. Tenía ante sí a la felicidad que se había prohibido durante años, y aunque sabía que podía verse atado a un infierno poco después, no se iba a arrepentir de nada si es que podía ser feliz justo en ese momento.

 

—Tsuna —susurró tomándolo del rostro—, mírame.

—Lo siento tanto.

—Te amo.

 

Le dio un beso corto pero amable, y sonrió. Después solo descendió su mano para deslizarla por el vientre redondeado, y al final… solo se inclinó para acunar al castaño entre sus brazos. No se quería privar del calor dado por ese pequeño cuerpo, del aroma que añoró durante tanto tiempo, y de la sensación satisfactoria que le producía susurrarle al oído cuánto podría amarlo desde ese punto.

No quería saber nada más de lo que ya sabía. No quería ninguna otra opinión que no fuera la de Tsuna. No quiso escuchar algo más que la sincera disculpa de aquel castaño tonto que sollozó en sus brazos hasta quedarse dormido. Estaba bien así y lo seguiría repitiendo hasta que todos lo entendiesen. Porque para él nada era más importante que la felicidad de Tsunayoshi y sus hijos.

 

Continuará…

 

 

Notas finales:

 

Les prometí dulzura… y ¿les di dulzura?

Bueno, por mi parte sí lo vi muy dulce, en la medida que se puede. Después se pondrá mejor.

Ahora, como curiosidad debo contarles algo.

Como dije al inicio del fic, esta historia está basada en un rol que hice hace mucho tiempo. Mucha de la esencia está plasmada, como el carácter infantil e inmaduro de Tsuna, la terquedad y personalidad desesperante de Kyoya, además de detalles específicos como este embarazo. En el rol original, el embarazo de Tsuna era de cinco criaturas, pero siempre creí que era muy WTF, jajajajaja, así que lo disminuía a tres, por razones que después añadiré.

Bueno, el embarazo múltiple está muy asociado con lo fics de cambia formas y antropomorfos porque conservan muchas características animales, en este caso Kyoya desciende de los lobos, y en mi imaginación, Tsuna desciende de los leones, ambas especies tienen más de dos cachorros en cada camada, así que bueeeee… de ahí el embarazo múltiple del rol… la cosa es que lo volví un poco más realista.

Mucha palabrería y menos tiempo para que dejen sus teorías aquí —> … <—

Krat los ama mucho.

Muchos besos~

PD: Actualicé porque… necesitaba algo que me subiera el ánimo, además que tenía tiempo, así que espero les haya gustado y no intervenga mucho en sus tareas —para los que las tienen—. 


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