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Locura por mi todo por 1827kratSN

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—Cumpeaños —Aiko mostraba la tarjeta que adornó con sus crayones de colores—. Mida, mami Tsutsu.

—Es linda —sonrió al tomarla entre sus manos—, ¿y ya sabes a quien invitar?

—Sí —se quedó quieta hasta que hibird se posara en su cabeza y luego sonrió—. A tío piña —elevó sus deditos—, tía piña, sus novios, tío Ema, Kukabe, buelito, buelita… —intentaba recordar a los demás—. ¡Todos!

—Será divertido —Tsuna no pudo evitar reírse por la forma en que Aiko los contaba o apodaba.

—Haba patel, chocolate, degalos… y mami —señaló al castaño— y hemanitos —señaló la pancita del castaño.

 

Aun si estaba demasiado cansado, siempre sonreía cuando Aiko le pedía atención. Aunque se sintiera pésimo emocionalmente, dejaba todo de lado cuando su hija le tomaba la mano para que fueran al patio a ver las flores. A pesar de que solo quería olvidar que poco a poco acumulaba más semanas de embarazo, sonreía cuando Kyoya acariciaba su vientre y mostraba aquella mirada anhelante.

Era muy feliz, pero a la vez se sentía tan miserable.

Su madre fue una visita inesperada, llegó un día sin aviso previo, de la mano de Kyoya, quien la dejó para cuidarlo y después desapareció. No fue hasta que varias horas pasaron entre pláticas y jugueteos de Aiko, que su madre le reveló la verdad. Le dijo que Hibari había conversado con ella tan solo un día después de su retorno al país, pero que en ese día preciso solicitó hablar con Iemitsu a solas, porque tenían que tratar el asunto de los futuros bebés en privado.

Tsuna tuvo tanto miedo en ese día, que no pudo estar en paz si no hasta que el alfa regresó casi al anochecer. No vio muestras de agresión en su esposo, pero aun así preguntó, y la respuesta fue un simple «tenía que enfrentar a tu padre». Kyoya no le dijo nada, y Nana tampoco quiso insistir, después de todo, ella ya tendría tiempo de hablar con Iemitsu a solas.

Ese día quedaría en secreto, al menos para Tsunayoshi, quien jamás sabría que Kyoya le pidió perdón a Iemitsu por haberse ido sin aviso previo y sin enterarse siquiera de que sería padre en un futuro. Pero aquel padre no cedió más que un abrazo y un suave sollozo impotente. Aquel rubio que cuidó con esmero de su único hijo, en ese punto desconocía las razones de un comportamiento tan ridículo por parte de su primogénito. Iemitsu y Nana en silencio penarían por la vida que se estaba trazando su hijo, y expresarían una compasión indescifrable por el alfa esposo de su pequeño Tsuna.

 

—Manana es —Aiko sonreía mientras manoteaba en la bañera.

—¿Estás muy feliz? —Tsuna admiraba a padre e hija interactuar mientras él se sentaba sobre el inodoro.

—Sí —sonreía cerrando sus ojos para que Kyoya terminara de enjuagarla bien—, Aiko cumpe tes años, ya es gande.

—Te vas a divertir mucho —Kyoya se levantó para tomar la salida de baño de su hija y la toalla con la que la secaría—. Ahora vamos.

—Mami… ¿me cuetas un cuento? —miró al castaño antes de que su padre la envolviera con la toalla.

—Los que quieras.

 

Mientras Tsunayoshi repasaba las letras grandes y las imágenes de conejos en ese libro, poco a poco sus miedos se iban esfumando. Y es que había estado tenso por el asunto de la fiesta de cumpleaños, porque llegarían todos a su casa y con algunos el trato no era tan agradable como lo desearía.

Estaba asustado, incómodo, pero Aiko parecía notarlo y consciente o inconscientemente siempre captaba su atención, lo hacía reír con sus ocurrencias, y le otorgaba tanto cariño como en esa noche, cuando la pequeña niña de cabellos lilas se quedó dormida recostada sobre su hombro. La amaba tanto.

 

—Sé que estás estresado por lo de mañana —Kyoya acomodaba las almohadas para que Tsuna se sintiera mejor—, pero no pasará nada.

—Si Mukuro viene… no sé lo que pueda hacer.

—La piña loca no te dirá nada —besó la frente del castaño—, y si lo hace —sonrió divertido—, lo morderé hasta la muerte.

—Gra… Gracias —rio entre dientes por lo dicho.

—Me gusta cuando ríes —se acercó hasta besar la mejilla de Tsuna y se restregó un par de veces contra la misma.

—Usted me gusta mucho —susurró con los ojos cerrados, sonriendo al sentirlo tan cerca.

 

Un beso silencioso, el roce de sus dedos, las mejillas que se hallaban de vez en cuando, el cariño sin malicia y esas miradas, Tsuna estaba seguro de que jamás imaginó algo tan bonito como eso. Se halló entonces en medio de bostezos y besitos mariposas, relajado por completo, satisfecho por su buena vida, sintiéndose amado, quedándose dormido con la seguridad de que al despertar en el nuevo día… ya no volvería a estar solo.

No hubo pesadillas, ni sustos por contracciones falsas, solo fue una mañana de lo más normal, con Aiko ayudando con la decoración entre saltitos animados, y con Nana e Iemitsu preparando todo mientras Kyoya iba por el pastel que encargaron para esa ocasión. El tiempo pasó rápido, y Tsuna sintió la presión de los segundos hasta que terminó el almuerzo y Kyoya sostuvo su mano para reconfortarlo, asegurándole que nada malo iba a pasar, porque nadie tenía derecho a inmiscuirse en sus vidas.

 

—Me gusta llegar primero —la sonrisa de Fuuta calmó a Tsunayoshi—, así aprovecho para platicar con mi amigo por más tiempo —rio bajito—, como en la preparatoria.

—Me alegra mucho verte —le sostuvo la mano, eso porque abrazarlo sería incomodo por su embarazo.

—Tengo que pedirte un favor —Kyoya intercedió en ese saludo, extendiendo unas pastillas en su mano—, debes tomarlas.

—¿Por qué? —Fuuta aceptó las cápsulas con un poco de duda, aunque al revisarlas entendió que no era nada malo.

—Tengo invitados un poco especiales —explicó ante la sorpresa de ambos omegas—, y prefiero que hoy nadie más que mi hija y mi esposo tengan aroma.

—¿Quién va a venir, Hibari-san?

—Lo sabrás después, Tsuna.

—Suena a que es alguien importante —Fuuta se colocó las pastillitas en la boca—, así que no hay problema —las tragó sin agua, porque ya estaba acostumbrado a esas cosas.

 

Baek llegó después, siendo escoltado por un pacífico Spanner, quien antes de llegar ya había ingerido un inhibidor de aroma porque fue advertido antes de arribar. Poco después llegó Kusakabe, y algunos de los subordinados de Kyoya, todos saludando a la pequeña de vestido azul que les sonreía ampliamente y les tomaba de la mano para llevarlos a la sala. Nadie se podía negar a la pequeña cumpleañera, por eso aceptaban amablemente el vasito de plástico con gelatina que Aiko les brindaba como parte de la bienvenida.

 

—Me alegra ver que están muy bien —Nagi dio una leve reverencia a Kyoya antes de entrar y aceptar las pastillas—. Su casa huele a hogar.

—Yo creo que huele a dulces —rio Enma después de ingerir su inhibidor.

—¿Y la piña loca? —el azabache olfateó un poco, era obvio que Mukuro no estaba cerca.

—Takeshi tuvo un antojo, así que se desviaron a la mitad del camino —Nagi se encogió de hombros—. Así son siempre, y eso que aún no esperan un cachorrito.

—Yo les aviso que deben tomarse unos inhibidores —ofreció Enma mientras sacaba su celular.

—¡Ema! ¡Tía! —Aiko corrió hacia ellos en cuanto los vio—. Vene, vene… —los sujetó de las manos y tiró de ellos—, hay gelatina de coloes.

 

Era raro que fuera una fiesta de cumpleaños solo con adultos, pero a Aiko no pareció molestarle, por el contrario, era feliz al tener tanta atención sobre ella. Reía y saltaba de invitado en invitado para contarle cualquier cosa de su vida cotidiana e infantil, encogiéndose al robarse una galleta, corriendo a la puerta a recibir a sus invitados, encantada de los regalos, y muy feliz de que su padre la llamara princesa.

Nana comentó que eso podría ser algo malo, por eso sugirió que deberían involucrarla con niños de su edad para que aprendiera a socializar, pero Kyoya aclaró que no había problema, porque en el parque se llevaba bien con otros niños. Era solo que, en esa fiesta, Aiko solo quería a su familia y a nadie más.

 

—¡Llegó tu tío favorito, pequeña ave potencialmente huraña! —Mukuro se acuclilló para abrir los brazos y recibir a la pequeña gritona.

—¡Tío! —Aiko lo abrazó del cuello, rio a carcajadas cuando la levantaron y lanzaron en el aire—. Tío piña, más ato —señalaba el techo con sus manos.

—No, princesa —la cargó correctamente—, porque tu papi, el terrible carnívoro malhumorado, me mataría después —rieron a la par.

—¡Feliz cumpleaños, Aiko! —Yamamoto balanceaba en regalo en una de sus manos—. Te ves muy bonita.

—Tío —sin pensarlo se lanzó a los brazos ajenos, y Mukuro tuvo que reaccionar rápido para intercambiar a la niña por el regalo—, mami me habó de ti, dijo que jugabas con una epada como un samurái.

—Sí —rio antes de acomodarla en uno de sus brazos—, si quieres te enseño.

—¡Sí!

—Hablando de tu mami —Mukuro sonrió antes de dar un vistazo rápido, ignorando la mirada de advertencia que Kyoya le dedicó—, quiero ver a la maravillosa pelotita playera que… —se calló al recibir un golpe por parte de Nagi.

—Hermano, bienvenido —dijo seriamente—, deje de hacer esos comentarios.

—Ya ni mi querida Nagi me respeta —se lamentó pegado a una pared—, qué desdichado soy.

—Piña loca —bufó Kyoya antes de encaminarse a la sala.

—El novo de mi tío es un loco —Aiko rio señalando a Mukuro.

—Sí, es muy loco —Nagi sonrió ante la chiquilla.

—Así es él —Takeshi solo sonrió antes de dejar a la pequeña en el suelo—. ¿Me llevas donde Tsuna?

—Sí.

—¡Yo también voy! —pero lo detuvieron.

—Mukuro-niisama —Nagi lo miró severamente—, no diga o haga cosas tontas ni molestas. Tsuna-kun está muy sensible, además, recuerde que debe estar tranquilo porque ya completó sus ocho meses.

—Kufufu —se acomodó un mechón de cabello— No creí que soportara tanto… Ya debió estallar.

—¡Mukuro-niisama!

—Sabes que digo la verdad —hizo una mueca—. Ese niño ya debió dar a luz, pero el querido omega simplón está alargando las cosas.

—Prométame que no hará nada —exigió sujetando a su hermano de los hombros—. Hágalo.

—Uy, lo veo difícil, mi querida Nagi —ladeó su cabeza y sonrió.

—Prométalo… —apretó su agarre—, o haré que Takeshi rompa con usted.

—No lo harías —la retó, pero al verla tan seria sintió un escalofrío—. ¡Sabes que lo es todo para mí! —se quejó infantilmente—. Nagi —suplicó entre falsos sollozos—. Me costó tanto que aceptara el noviazgo, no me amenaces con eso.

—Entonces compórtese.

—Bien —rodó los ojos y se cruzó de brazos.

—Gracias —sonrió aliviada.

—Pero debo brillar y eso no me lo vas a impedir, kufufu.

 

Brillar era sinónimo de que armaría un escándalo en medio de los invitados, y así fue. Mukuro cargó a la cumpleañera, y como por arte de magia, mostró una pequeña corona de fantasía que colocaría en esa pequeña cabecita. Sí, a ese alfa de ojos singulares, le gustaba sobresalir, mucho más cuando Takeshi estaba presente, así que eso no se pudo evitar, pero al menos nada más allá de eso pasó.

Mukuro hasta saludó cortésmente a Tsuna, mordiéndose la lengua y desviando la mirada, pero logró ser amable. Luego simplemente se robó a Takeshi para abrazarse a él mientras comían bocadillos en un sillón esquinero. Ellos eran así siempre, la mayoría lo sabía, pero para Tsuna fue nuevo y gracioso, porque era de las pocas veces que podía estar frente a esos dos sin sentirse incómodo por los comentarios de Mukuro.

 

—¿Falta alguien más? —Nana miró a Kyoya, quien permanecía cerca de la puerta.

—Está a punto de llegar.

—¿Quién es?

—Es una alfa.

 

No faltó mucho para que la recibiera en la puerta, sonriéndole a pesar de lo mal que se veía, dándole un simple abrazo de bienvenida y asegurándole que cada alfa y omega había ingerido los inhibidores, todo para que ella no retornara a la casa de los Suzuki con aromas diferentes al suyo o al de los alfa y omega enlazados. La ayudó a acomodarse el cabestrillo que mantenía su antebrazo inmóvil, le aseguró que se veía bien incluso si no usaba tacones, y finalmente se calló los comentarios por las ojeras que Adelheid apenas y pudo cubrir lo suficiente con maquillaje.

Estaban allí para divertirse, por eso Kyoya la dejó internarse a la sala por sí sola para que no perdiera su postura orgullosa, permitió que Aiko le saltara encima y que Adelheid la cargara sin importarle su brazo lastimado, no dijo nada mientras ella saludaba a todos con cortesía, y por supuesto, permitió que Adel se encaminara a la cocina y que poco después cierto pelirrojo la siguiera casi desesperado. Desvió la atención hacia su hija para que Adelheid y Enma pudieran tener un pequeño momento a solas, después de todo, ambos se lo merecían.

 

—¿Qué le ha sucedido? —Enma no pudo evitar desbordar en lágrimas cuando estuvo frente a Adelheid.

—Nada que no se pueda reparar —con delicadeza repasó la mejilla ajena con su mano sana.

—Adelheid-san… —quiso decirle tantas cosas, pero eligió una sola—, la extrañé mucho.

 

La azabache no hizo más que acercarse para abrazar al pelirrojo, dejarlo respirar junto a su hombro, susurrarle que estaba feliz por verlo bien y que no se preocupara por ella. Solo se quedó ahí, besando esos cabellos de fuego, apretándolo lo más cerca de su cuerpo, sonriendo escondida en la privacidad de esa cocina, y suspirando cuando escuchó un susurro que entonó una declaración de un amor sincero que prevaleció incluso por sobre la distancia y el miedo.

 

—¡Pastel! ¡Todos deben comed pastel!

 

Fue divertido. Entre risas, comida, bebidas y canciones, así se celebró ese cumpleaños, como siempre debería de ser. Y aunque Aiko cayó de su silla cuando quiso robarse una galleta de chocolate, no pasó de ser un susto que se arregló con un poco de agua y atención de Kyoya. Quedaría como una anécdota, incluso tenían un par de fotografías capturadas por Mukuro, quien juró hacer burla de ese momento incluso cuando la princesita carnívora fuera adolescente.

Cosas más, cosas menos.

Una tarde espléndida.

Cuánto se había divertido la pequeña que se quedó dormida en brazos de su abuelo, quien amablemente la acomodó en la cama y le quitó los zapatos para que durmiera. Nana fue quien delicadamente cambió el vestido por el pijama para que Aiko estuviera cómoda, y argumentó que no había problema porque la cumpleañera no se cepillara sus pequeños dientes por una sola noche.

 

—Cuida de Tsu-kun —le sonrió al alfa—, nosotros arreglaremos un poco para ayudar.

 

Así se hizo. Kyoya se concentró en el castaño que cabeceaba por el cansancio de las visitas y pláticas con sus amigos, de lo feliz que fue en ese día, y lo dejó dormido mientras él terminaba de limpiar todo junto con sus suegros a quienes despidió casi a media noche, cediéndoles su auto para un retorno más seguro. Sonrió satisfecho por ese día, por eso no se esperó enfrentar un pequeño lío en la mañana siguiente.

Halló a Tsuna sollozando, escondido entre las almohadas, sin poder darle explicaciones y casi histérico. Llegó a pensar que estaba en labor de parto, pero tuvo que calmarse cuando el castaño negó esa posibilidad. Hizo cuanto pudo para calmarlo, le besó los cabellos, se acurrucó junto a él, le cedió agua y silencio hasta que lo vio un poco mejor. No pidió explicaciones, porque no sería raro que un gestante pasara por una pequeña crisis, pero Tsuna tuvo el valor de explicarle lo que pasó.

 

—Estoy asustado —susurró aferrado al pecho ajeno, temblando, hipando suavemente todavía.

—¿De qué?

—No quiero que llegue el parto.

—No puedo decir que entiendo —le acarició suavemente los cabellos—, pero te aseguro que no te dejaré solo.

—Es que no es eso lo que me asusta —se separó un poco para limpiarse la nariz y sus mejillas.

—Dime lo que te preocupa, Tsuna.

—Hibari-san… usted y yo sabemos lo que pasará después de eso.

 

No habían tocado ese tema, lo habían estado evitando conscientemente porque ambos querían negarse ante esa realidad. Prefirieron resguardarse en su pequeño paraíso de ensueño, sin embargo, eso estaba a punto de terminar, Tsuna lo presentía, porque si bien llegó hasta el octavo mes por pura suerte, sabía que más allá de eso no pasaría… Ni su cuerpo, ni sus hijos podrían seguir soportando aquella espera.

 

—No insistí en pactar una fecha —Kyoya miró a Tsuna y le acarició la mejilla—, pero ya es hora —decidió ser él quien iniciara esa plática.

—No quiero —sus lágrimas volvieron—. No quiero que pase… Quiero retrasarlo más.

—Eso no se puede.

—No quiero.

—Tienes que acceder a la cesárea… ahora.

—Una semana más —suplicó.

—Tsunayoshi... —suspiró.

—Una más —sollozó—, una semana más… por favor.

—Solo una más —terminó por acceder, como siempre.

—Ámeme una semana más —Tsuna se limpió las mejillas con fuerza—, una semana y ya.

—Te amaré toda una vida —deslizó sus pulgares por los pómulos ajenos, elevando ese rostro para mirarlo mejor.

—Pero yo me iré después de esa semana —tosió suavemente, y tuvo que refugiarse en el pecho de su alfa para olfatearlo y calmarse.

—No lo hagas —suplicó entre suspiros, afligido por aquel estúpido tema.

—Pero lo prometí… Tengo que ir.

—Yo lo sé —Kyoya besó la frente de Tsuna antes de abrazarlo y cerrar sus ojos—. Sé que tienes que terminar con lo que empezaste.

—Por eso no quiero adelantar el parto.

—Quédate… un poco más.

—Nos haremos daño si eso pasa.

—Quédate hasta después de tu cumpleaños.

—Pero…

—Será lo único que te pida —susurró.

—Hibari-san… estoy asustado.

—No tengas miedo… Porque a pesar de que te vayas, yo me quedaré aquí y esperaré tu regreso.

 

No dijeron más, Tsuna no quiso escuchar más, solo quería que lo abrazaran, lo mimaran y le susurraran promesas de amor. Es que cada vez se acercaba más el momento de su partida, porque tenía que cumplir con aquella guerra que estaba en su punto de quiebre ya que él no había tomado la posición que le cedieron obligatoriamente.

En ese preciso momento deseó no haber participado en todo eso, pero al sentir las pataditas de su hijo…, reconoció que lo que hacía no era solo por él, sino por todos los que vendrían después.

Él estaba luchando para que sus hijos no pasaran por aquel infierno.

 

—Hoy… no iré —Kyoya jugaba con una taza mientras charlaba por teléfono.

—¿Es por tu queridito estafador?

—Colgaré.

Pondré flores en tu nombre —Mukuro chistó antes de suspirar—. Tú tranquilo, le diré a Liliana que te volviste solo un pequeño perro con cadena.

—Que sean blancas —aclaró—, ella adoraba las rosas blancas.

Sí, sí, lo que sea —suspiró una vez más—, pero ve a su tumba en cuanto te liberes del niño.

 

Kyoya no se alejaría de Tsunayoshi, no mientras todavía rondaran esas dudas en la mente de su esposo. Porque ahora tenía que centrarse en él…, en sus hijos…, en su presente…, y no en el recuerdo de su amada Lili.

Pidió perdón al aire, de forma silenciosa, mirando al horizonte en esa mañana.

Después solo se centró en el castaño que suspiraba acariciándose el vientre, intentando controlar su ánimo para que Aiko no notara su tristeza. Abrazó y besó a ese omega con el que enlazó, lo amó y adoró como correspondía, le hizo saber que sin importar lo que sucediera, él siempre lo apoyaría, esperaría y amaría.

Porque, al fin y al cabo, esa guerra era de ambos.

Era de todos.

 

 

Cuna…

 

 

Lambo reía con toda la agitación de la mansión que meses atrás dejó de ser su hogar.

Llegó ahí por una visita, sin esperar más que a los chicos del harem, una buena comida y tres días animados, pero obtuvo algo mucho mejor. Estaba de espectador principal ante una pelea a puño limpio entre dos alfas, uno más joven que el otro, ambos cediendo a su testosterona y buscando aliviar sus pesares. Era genial, lo mejor que había visto en meses.

Según las sirvientas, eso se convirtió en algo común desde el cumpleaños número dieciocho de Reborn, pero que siempre terminaba cuando Lal y Colonello separaban a aquel par y todo regresaba a la normalidad. Ellas aseguraban que el alboroto en la mañana siguiente del celo de su jefe, fue monumental, que incluso ellas tuvieron que recluirse en el harem con todos los demás porque las voces de mando no se detenían; los golpes y la sangre que después limpiaron evidenciaron ese desastre. Incluso tuvieron que cambiar muchos muebles y algunas alfombras.

 

—Skull sí que sabe armar un revuelo —reía entre dientes desde la puerta.

—¡Hijo de puta! —un golpe por aquí, una silla rota por allá.

—¡¿Cómo carajos puedes?!

 

Lambo veía a Verde y Reborn pelearse por alguna cosa que Skull hizo —obviamente—. Seguramente su maestro ni enterado estaba del lío que armaba con su mera existencia, ni se enteraría jamás si es que Aria llegaba a intervenir también. ¡Era tan gracioso! Y después se preguntaban por qué se enamoró de ese demente amante de las perforaciones. Es que Skull tenía un encanto muy especial, un atractivo casi mágico y nostálgico, porque era una combinación entre la dulzura de una familia y la locura de un amigo de infancia. O simplemente era porque Skull estaba loco y era convincente.

 

—¿Están peleando otra vez? —Yuni apareció de pronto, como si la hubiesen invocado.

—Hola, pequeña princesa —Lambo la abrazó sin cargarla, porque ya estaba demasiado grande para eso.

—Lambo, quisiera darte la bienvenida de forma correcta, pero tengo que… —señaló a los alfas.

—Tranquila, tranquila —la abrazó por la espalda—, déjalos ser.

—Pero…

—Son alfas idiotas —hizo una mueca—, déjalos que se maten un ratito.

—Pero ¡romperán todo en el comedor! —se lamentó.

—Entonces vamos a llamar a Lal o a Colonello —sonrió antes de jalar a la pequeña para alejarse—, ellos saben detenerlos.

—¿No sería mejor llamar a tío Skull?

—No —Lambo hizo una mueca arrugando su nariz—. Él debe estar ocupado, así que no lo molestemos con pequeñeces.

 

No se equivocó, porque Skull siempre estaba haciendo algo, cada día más ocupado que el anterior. Planeando y ejecutando, entrenando o enseñado a los pocos omegas que le quedaban en el harem, Incluso podía estar jugando con Shin, el hermoso hijo de I-pin. Skull jamás era consciente de que era la manzana de la discordia en la mansión principal, pero no importaba, porque así era el omega principal del lugar.

Skull no se hallaba lejos de esa batalla, jamás estaba tan lejos, pero siempre obviaba lo demás cuando estaba concentrado en algo importante, y en ese caso era Aria, con quien discutía sus últimos proyectos para arrancar de raíz a un enemigo importante en ese país, uno de los últimos a quien debía derrotar para poder internar a uno de sus omegas de incógnito para que trazara la telaraña adecuada.

 

—Los Gesso no caerán así de fácil.

—Tiene que caer —picaba la fotografía del viejo líder de esa familia con su bolígrafo—. Todos van a caer.

—Esto es más arriesgado que tus planes anteriores —Aria sostuvo las manos de Skull para alejarlo de todo y lograr que la mirara directo a los ojos—. Es demasiado.

—Lo sé —chistó—, pero no tengo de otra.

—No lo hagas, Skull —habló con calma, intentando que aquel ambicioso entrara en razón.

—Entonces —acunó las manos de Aria entre las suyas—, ¿de qué otra forma puedo llegar a los Gesso?

—No sé, pero debe haber otra forma —casi suplicó—. Skull… sabes que esto es casi imposible.

—Nada es imposible.

—Esta vez no te apoyaré —le sostuvo de la mano con fuerza—. Así que te lo estoy ordenando… —apretó sus labios—. Skull, detente.

 

El de cabellos púrpuras observó a aquella mujer de dulce mirada, quien ahora era feliz con su pequeña familia formada por Gamma y Yuni, y se sintió culpable por darle una preocupación innecesaria. Ella no se lo merecía. Además, cada que Aria le ponía ojitos de cordero, recordaba la vez en la que la enfrentó para disculparse y explicarle que él no planeó unirse con Reborn, que él nunca quiso joderle la vida al alfa que lo salvó de la vida miserable que llevó por años, que no fue su intención llevar tal deshonra a los Argento.

Era débil ante esa mirada.

Y por eso terminó rindiéndose.

Abrazó a Aria por largo rato, en silencio, ahogando su culpa, y disfrutando de la suave caricia que le daban en su espalda. No pudo mirarla a los ojos, solo se disculpó, agachó la cabeza, y se retiró despacio. Pero antes de cruzar la puerta, se giró para pedir una nueva disculpa por sus estupideces, y recibió solo una sutil sonrisa. Repitieron una plática que habían tenido muchas veces, donde Aria decía que no era culpa de nadie y siendo Skull quien se echaba la culpa de todo.

Entonces Skull guiaba sus pasos por los pasillos, ascendiendo de la sala de juntas subterránea, pasando por el harem para distraerse, saludando a todos por ahí, y finalmente dirigiéndose a la cocina donde reía ante la visita inesperada de su pequeño Lambo, quien le informaba que Bermuda actuaba como debía actuar y que todo iba bien, porque seguían jodiéndoles los planes a los alfas de casta en muchos lugares.

A veces deseaba quedarse en la cocina por siempre, comiendo algo, olvidando toda esa maldita guerra silenciosa que estallaría cuando Tsuna estuviera en condiciones de unírsele, pero no le era posible. Aunque él también quisiera desistir, no podía, porque en sus hombros llevaba la esperanza de muchos omegas que vivían en un calvario constante. Le había jurado a su madre que cambiaría el mundo, se lo prometió frente a su tumba, y lo iba a cumplir.

 

—Creo que deberías ir a tu cuarto —sonrió Lambo, evitando suspirar mientras veía a Skull en detalle.

—¿Que insinúas, muchacho? —masticaba con tranquilidad un chocolate.

—Digo que… tal vez… —rio bajito— un cachorrito esté buscando algo de consuelo.

—Por cachorro te refieres a… —relamió su dedo.

—Tío Reborn —completó Yuni con un puchero mientras picaba su pedazo de pastel—. Por favor, tío Skull…, ve con él.

 

Skull no odiaba que lo llamaran tío, pero sí se sentía un poco raro, porque a fin de cuentas no estaba casado con Reborn y jamás lo estaría, así que no era legalmente el tío de nadie. Aun así, jamás le daría contra a esa linda niña, además, sentirse parte de esa familia a veces era lindo.

No curioseó por las razones de aquel pedido camuflado por parte del par de angelitos que crió, se vio perdido en sus propias meditaciones mientras subía hacia su cuarto, y dejó escapar un suspiro por el último pedazo de pastel de chocolate que disfrutó antes de ingresar a su cuarto.

 

—¿Qué carajos te pasa?

 

No sería ni la primera ni la última vez que Skull tenía en su cama a cierto alfa recostado, sin quitarse los zapatos siquiera, con heridas o con el labio partido, con la ropa hecha un desastre, y un humor del infierno, pero siempre era estresante. Reborn jamás le decía cómo o por qué se hizo esos cortes, y vaya que preguntaba siempre, pero solo recibía un gruñido en amenaza y una mirada fúrica. Skull se resignaba a suspirar y a olvidar sus planes para descansar. Trataba esas heridas con paciencia, alcohol e insultos, porque el muy imbécil era como un niño caprichoso y malcriado que se dedicaba a quejarse y maldecir.

Nunca pensó que le tocaría vivir eso con Reborn.

¡Por buda!

¡Era Reborn!

El maldito era un alfa independiente desde los diez años.

Se suponía que Reborn era el alfa más centrado, prepotente, inteligente, y duro de la mansión, pero había veces en que no era más que el pequeño cretino que conoció en la infancia y con el que jugó a la pelota o peleó por saber quién usaría el juguete favorito primero. Skull odiaba eso, porque ya no era un maldito niño, pero no le quedaba de otra. En su subconsciente sabía que ese malhumorado azabache era su alfa y tenía que mantenerlo contento si no quería terminar peleando con su más grande aliado.

 

—No te quejes.

 

Skull se arrinconó al espaldar de su cama, acomodándose lo mejor que pudo, y cuidadosamente hizo que la cabeza de Reborn reposara sobre sus piernas. Obvió esas maldiciones entre dientes y los gruñidos, estaba acostumbrado a lo tsundere que era Reborn porque, aunque lo negara, el idiota disfrutaba mucho de las atenciones que le daba.

Respiró profundo para relajarse también y llenarse de paciencia porque siempre tardaba un poco en lograr que Reborn colaborara con ese pequeño ritual. Cubrió los ojos del alfa con una de sus manos antes de repasar los cabellos azabaches con sus dedos libres, delicadamente, suave y lento hasta que ese cuerpo se relajara. Entonces acariciaba esas hebras con más confianza, usando sus dos manos, peinándolas de poco en poco, tratando a Reborn como a su más preciado tesoro. Y finalmente carraspeaba para empezar.

 

«Sta mattina mi sun levata, 
mi sun levata prima del sul ; 
Sun andáita a la finestra, 
ò veduto il mio primo amor.»

 

Skull tenía algunos talentos escondidos, que solo mostraba a quien en verdad se lo mereciera, y Reborn tenía el privilegio de decir que era uno de los pocos que había escuchado cantar a aquel omega. Porque uno de los recuerdos infantiles que lo unía a ese idiota, era ese, escucharlo cantar en los jardines.


«Che parlava a una ragazza; 
o che pena, o che dolor! 
Cara mamma, portè-mi in nanna, 
ch'i 'n poss pü di gran dolor.»
 

 

No solo era la memoria de Skull cantando lo que Reborn tenía, era algo más… Era la comparación de ese arrullo nostálgico con la voz de su propia madre. Porque su “madre” fue el omega más hermoso que conoció y recordaba, el ser más cálido que lo reconfortaba en brazos con canciones de amor dedicadas a alguien diferente a su padre, a un lejano, a un desconocido.



«Ed ai piedi della fossa 
pianteremo un bel fior; 
Alla sera il pianteremo, 
al mattin sarà fiorì.»

 

 

No sabía de dónde aprendió Skull esa canción y no se atrevió a preguntar, pero suponía que su propia madre le enseñó eso durante aquellas largas visitas que los Argento solían hacerles a los Kozlov cuando los alfas de familia tenían negocios que tratar. Reborn solo se quedaba en silencio, con los ojos cerrados, siendo arrullado por esas manos y esa voz que se mecía con la brisa, sintiéndose en paz y tranquilo, sin pensar en algo más que en él mismo.



«E la gente passeranno,
lor diranno -
Oh che bel fior! 
Quello è il fior della Rosina, 
che l'è morta per l'amor!»

 

Siempre terminaban en un silencio tranquilo, sin moverse, Reborn fingiendo dormir y Skull fingiendo que le creía. No se miraban, no se decían algo en agradecimiento por esa calmada estancia, no tenían más vínculo que el contacto mínimo de sus pieles y el aroma combinado de ambos en ese cuarto, donde de vez en cuando Reborn escapaba de su rutina para revolcarse a la par que su necesidad escondida de placer en manos de aquella piraña.

 

—Aria me dijo algo hoy —Skull miraba al techo, perdido en esa plática solitaria, porque sabía que Reborn no le iba a responder—. Y sus argumentos fueron válidos, aunque al inicio se basó en una fantasía —soltó una risita—. Ella dijo… que tú y yo estábamos destinados a ser pareja... que estamos destinados a formar un vínculo… que… —tragó duro—. Ella dijo que somos destinados —susurró.

 

Reborn se levantó repentinamente, sentándose de un salto, y dándole la espalda a Skull, omega a quien marcó sin creer que de verdad hubiese pasado, porque en realidad era imposible siendo que él nació como beta. Soltó un bufido y buscó con la mirada su fedora, no iba a escuchar más de esas estupideces. Y, si bien necesitaba que Skull lo calmara, prefería seguir alterado y lejos de ahí, que aceptar las palabras estúpidas reflejadas en la voz del omega.

 

—Ella dijo que tú y yo éramos destinados, como en las historias que contaba tu madre —siguió, siendo consciente que Reborn estaba molesto—. Ella dijo que no hay mayor evidencia que la marca que me diste —se tocó el cuello—, porque solo siendo destinados hubiese funcionado.

—Son estupideces —se levantó con rapidez.

—También lo creo —soltó una risita forzada—, porque de ser así… tú y yo hubiésemos estado destinados a ser los bastardos de la familia…, a los que obligaron a tomar un tratamiento químico atroz… y también significaría que yo estaba destinado a ser enviado a esos antros de perdición.

—No vuelvas a repetirlo —se encaminó a la puerta sin mirar hacia atrás.

—Si es así —Skull se encogió en su lugar, temblando de coraje e impotencia—, el destino es bien hijo de puta.

 

 

Recompensas…

 

 

Los dolores llegaron casi al término de la semana que Tsuna pidió, y con ello el castaño entró en una especie de pánico que desencadenó una serie de llamadas y apuros imprevistos. Kyoya guardó calma, tenía que hacerlo, siendo él quien fuera a recibir el auto conducido por Kusakabe para que lo ayudase a subir las cosas y avisara en la clínica. Aiko se halló confundida con todo, corriendo de un lado a otro en presencia de su apurado padre y de su lloroso Tsutsu, quien le dijo que era hora de conocer a sus hermanitos.

Pero había algo más que se debía hacer.

Algo que Tsuna hizo incluso si soportaba una contracción pasajera.

 

—Tengo una petición —elevó un poco su voz.

Suenas agitado, Tsuna.

—Quiero irme después de mi cumpleaños —sentenció, yendo directo al grano.

—¿En serio quieres quedarte con tus hijos y formar un vínculo que después romperás?

—Hablo en serio —jadeó—, te lo exijo, Skull.

—No me exijas nada. No puedes.

—Sin mí… —apretó los dientes—, no tienes el suficiente arsenal.

—¿Te parece si primero das a luz y después hablamos de eso? —Skull hizo una mueca—. Ya me fijé que no estás respirando bien.

—Después de mi cumpleaños —ahogó una queja.

—Te visitaré en el hospital.

 

Sin respuesta, con ansiedad, sintiendo que su pequeño sueño terminaba, de esa forma Tsunayoshi Sawada inició su pequeña travesía hacia su paternidad. Pero no estuvo solo, porque Kyoya lo tomó en brazos para llevarlo al auto, y su pequeña Aiko le dio un beso largo antes de despedirse con la mano y quedarse junto a Kusakabe hasta que llegase Nana y la cuidara.

Lo demás, solo era cuestión de tiempo.

 

 

Notas finales:

 

Capítulo largo —creo— para compensar mi desaparición… y la que tendré hasta el año nuevo, porque yolo, tengo muchos retos que cumplir y estoy muy cansada XD

Una cosa importante, el cap fue medio raro porque intentaba aclarar una duda que me consultaron hace mucho. Y espero lo hayan captado. Pues sí, en este universo existen los destinados, aunque, en general, por lo retorcida de la sociedad, no es tomado muy en cuenta y mucho menos romantizado, porque simplemente no se puede.

Ahora Krat les pregunta.

¿Quiénes creen que son destinados, almas gemelas, soulmantes en este fic?

Muchos besos~

Ténganme paciencia~

Krat los ama~

 

 

Por cierto, les dejo la traducción de la canción que Skull entonó.

Esta mañana, me he levantado,
Me he levantado antes del sol;
He ido a la ventana,
He visto mi primer amor

Que hablaba con una chica;
¡Ay, qué pena, ay, qué dolor!
Querida mamá, lléveme a mi cama
Que ya no aguanto tanto dolor.

Querida mamá, lléveme a la iglesia
Debajo de los pies del confesor;
Con la boca diré los pecados
Y con los ojos haré el amor.

Pediremos hacer una caja honda
Para estar nosotros tres dentro,
Primero el padre, después la madre,
Después mi amor en mis brazos;

Y al pie de la fosa,
Plantaremos una bella flor;
Por la tarde, la plantaremos,
Por la mañana habrá florecido.

Y la gente pasará,
Dirá:
¡Oh, qué bella flor!
Esto es la flor de Rosina
Que ha muerto de amor.

 


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