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Locura por mi todo por 1827kratSN

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—Será peligroso.

 

Kyoya se hallaba frente a Ryohei, quien estaba preparándose para ser de ayuda en el parto, porque no pudo controlarse. Quiso preguntar por terquedad, aunque él ya sabía los riesgos de todo ese asunto, cosa que no pudo evitar porque era débil ante las peticiones de Tsunayoshi. Y maldijo, mientras tiraba de sus propios cabellos y limpiaba su rostro con las manos para despejar su caótica mente, se maldijo mil veces.

 

—Te lo dije, él tenía que dar a luz mucho antes para evitar algunos riesgos…, pero… bueno… —suspiró—, ya no hay nada que hacer.

—Quiero entrar.

—Eso mismo iba a preguntar —Ryohei sonrió antes de darle una palmadita en la espalda—. Así que prepárate, deja que las enfermeras te ayuden a esterilizarte.

—Gracias.

—Solo hazme un favor —sonrió—. Acapara toda la atención de Tsunayoshi, en todo momento, no importa qué tan agitados estemos los demás, no dejes que se altere ni un poco.

—Está bien.

—Del resto nos encargamos los demás, tú solo… haz que tu esposo se mantenga tranquilo.

 

A veces se era más feliz viviendo en la ignorancia, muchas veces lo pensó y lo justificó. En el momento en que se puso el cubre bocas y las protecciones para los zapatos…, volvió a creer que esa frase era real. Él estaba consciente de los riesgos, de que algo podría salir mal en la cesárea, pero Tsuna no tenía idea, y por eso asentía a todas las indicaciones de las enfermeras quienes le recomendaban respirar y quedarse tranquilo.

Kyoya sabía que tenía que ser fuerte, como siempre mostró serlo ante las adversidades más temibles; por eso llegó hasta Tsunayoshi con calma, buscando la mano ajena para apretarla con dulzura. Lo miró por un rato en silencio, detallando el miedo que el castaño intentaba mitigar, y sonrió. Deslizó su cubre bocas un poquito para besar la frente sudorosa del omega y susurrarle que todo acabaría rápido y que no se apartaría de su lado.

 

—Lamento todos los errores que cometí —susurró Tsuna con los ojos cerrados.

—Ya no importa ahora —volvió a besarlo, con dulzura y calma.

 

Se dio la señal de empezar, la sábana azulada ocultó a los médicos, y Tsuna respiró profundo antes de apretar un poco más la mano que sujetaba la suya. El ajetreo de las enfermeras y demás pondría ansioso a cualquiera, por eso Tsuna miraba a Kyoya, quien con calma le acomodaba los cabellos y besaba sus dedos. Era tan gracioso verlo de esa forma, siendo cariñoso frente a desconocidos, porque jamás tuvieron la oportunidad de salir como una pareja normal y tener esos gestos frente a los demás. Al menos no de esa forma tan indiscreta.

Un besito más, el roce de sus mejillas, los susurros de los planes a futuro. La confesión de Kyoya quien dijo haber preparado la habitación de los trillizos en secreto, la risita de Tsuna porque ese detalle se le pasó por alto debido a toda la ansiedad de las semanas finales y de la soledad que mitigaba en su alma. Ambos se perdieron en sus miradas por un rato hasta que un sonido agudo los hizo tensar sus mandíbulas.

Era el llanto de un bebé, el anuncio elevado de una nueva vida, y el inicio de una etapa. A Tsuna se le escapó una lágrima y sus labios temblaron, Kyoya solo sonrió sin dejar de mirar cada expresión que el castaño hacía. Las enfermeras seguían con sus tareas, captando las órdenes del médico guía, hasta que Ryohei les hizo la pregunta definitiva.

 

—¿Quieren ver a su hijo mayor?

—Sí —susurró Kyoya.

—¡No! —fue la exigencia de Tsuna, quien automáticamente apretó más la mano de su esposo—. Por favor…, no.

 

El azabache no dijo nada, tampoco mostró alguna emoción negativa, solo asintió suavemente y elevó su mirada hacia Ryohei para negar. Enfermeras y médicos dejaron el shock por la frase de su paciente y siguieron con su trabajo, limpiando, pesando, revisando al primer bebé y preparados para la llegada del segundo. Eran profesionales, así que cada emoción que pudieron haber despertado, la ahogaron para seguir en su papel neutral.

Las lágrimas de Tsunayoshi se desbordaron entonces, consciente de lo que pensarían de él, de lo que el mundo lanzaría en su contra, preparado para una mirada recriminatoria de parte de Kyoya. Pero no hubo nada más que un suave beso en sus dedos, y una caricia en su mejilla.

 

—Tranquilo… Ya sé que tienes miedo.

 

Tan grande era el miedo de Tsuna que se negó el placer de ver por primera vez a sus hijos, y nadie podría entenderlo, pero sí intentarlo, y Kyoya lo hizo. Porque tenían un vínculo y a través de este Kyoya percibía el pánico de su omega por todo ese asunto, por eso no lo obligó a nada hasta ese punto. Era algo que ni el propio Tsuna podía controlar, porque era su subconsciente y sus problemas emocionales acumulados los que le daba esa sensación de malestar y culpa a un grado tal que dolía físicamente.

 

—Ya nació —susurró Kyoya a la par que otro llanto se generaba en la sala.

—No quiero…

—Lo sé —le sujetó las mejillas para mirarlo—, no te preocupes.

—Lo siento.

—No pasa nada.

 

Una enfermera bromeó con el llanto del niño, porque era mucho más bajito que el primero, le dijo que sería más tranquilo y tenía razón. Esa fue la única conexión que tuvo Tsuna con su segundo hijo, y la atesoró de una forma diferente a la que suponía tuvieron las madres y padres antes que él. Era tan difícil. Se sentía tan dolido y cansado, pero las caricias en sus cabellos mitigaron todo eso y lo hicieron suspirar entre lágrimas.

 

—Y aquí viene el tercero.

 

Kyoya apretó más la mano de Tsuna, sin desear soltarlo un solo segundo, consciente de que la piel de su omega se volvía más pálida y sus lágrimas disminuían en caudal. Le acunó un miedo enorme entonces, porque veía a las enfermeras agitadas de un lado a otro y al médico principal hacer señales frenéticas para no usar su voz. Tenía miedo de que algo saliera mal, por eso dejó de fijarse en detalles y se enfocó en el castaño que entrecerraba sus ojos lentamente.

 

—Fueron dos niños —empezó a decir, acercándose cuanto pudo al rostro de Tsuna—, ¿lo esperabas?

—Sinceramente no —su voz era apenas un susurro y su cansancio se acentuó.

—¿Has pensado en un nombre para ellos? —su corazón se agitó cuando se dio cuenta de que no hubo un tercer llanto—. ¿Uno al menos? —pero tenía que centrarse en Tsuna, para que no se alterara y mantuviera el ritmo cardiaco adecuado.

—Sí, lo pensé —hizo una leve mueca antes de suspirar—, pero quiero decidirlo con usted, Hibari-san.

—Dime cuál es —le acarició la mejilla con insistencia, intentando no entrar en pánico, respirando como cuando practicaba Tai-chi.

—Si se parece a usted —sonrió débilmente—, será Alaude.

—Me gusta el nombre —repasó con su pulgar en esos labios que se movían por los susurros—, suena fuerte.

—Lo es —vio a Ryohei colaborar con las enfermeras quienes poco a poco se veían más alteradas—. Hibari-san —elevó su mirada—, ¿fue una niña?

—¿Por qué lo dices?

—Porque sonó como si fuera una niña —sonrió de lado—, porque su voz es muy dulce.

—Es una linda niña —afirmó una de las enfermeras antes de hacer un pequeño gesto de afirmación.

—Sabía que era una niña —Tsuna sonrió antes de cerrar los ojos—. Ya terminó, ¿verdad?

—Acabó —Kyoya sintió miedo, pero todos parecían calmados así que se forzó a imitarlos—. Ya nacieron.

—¿Puedo dormir un rato entonces? … Estoy cansado… y aún tengo muchas cosas que hacer después.

 

No soltó la mano de Tsuna, e intentó que este no le dejara de hablar hasta que el médico principal le diera la señal de que todo terminó. Aun así, hubo una diferencia de tiempo entre que Tsuna se quedase dormido y todo terminara, pero no fue nada más allá de un pequeño susto, porque todos habían estado listos para un imprevisto y una transfusión de sangre se aplicó tan pronto como fue necesario.

Sin embargo, faltaba un detalle.

Kyoya besó a Tsuna como despedida antes de soltarle la mano y dejarlo bajo el cuidado de las enfermeras, pero después se irguió con la respiración agitada buscando al médico o a Ryohei para informarse. Porque él no escuchó a su hija llorar, jamás se dio un llanto siquiera o un suspiro, nada. Sus manos temblaron, su corazón se aceleró, le dijeron también que sus feromonas se agitaron un poco, pero después solo recibió un golpe en el costado y una sonrisa amplia por parte del director del hospital.

 

—Todo bajo control.

 

Nadie imaginaría el peso que se quitó de encima cuando escuchó eso, y tampoco serían testigos de la sonrisa risueña que formó mientras se arrimaba a una de las paredes y disfrutaba de ese pequeño momento. Kyoya se merecía un descanso al igual que todos, y por eso se quedó en la sala de cirugías escuchando el reporte médico de cada uno de sus hijos. Dos varoncitos sin más complicaciones que las que tendrían los bebés nacidos antes de tiempo, y una niña que nació más débil que los otros dos pero que se recuperaría bajo el adecuado cuidado por parte del personal.

Simple.

Muy simple.

Pero solo era el principio

Sus bebés eran prematuros, debían estar en una incubadora, podría solo verlos algunas veces en el día y dejarle la tarea de sus cuidados a una enfermera especializada. Tsunayoshi no podía levantarse pronto debido al cansancio y a la pérdida de sangre durante la cirugía, le administraron medicina para evitar cualquier infección, pero eso impidió que generara, aunque se aun mínimo de leche para la alimentación inicial de los trillizos. Tuvo que acudir a un banco de leche y de una mujer que estaba dando de lactar y le sobraba alimento para proporcionarle todo a sus hijos.

 

—¿No puelo ver a mi hemanitos? —Aiko tal vez era la más afectada en esos dos días apenas.

—Aun no —besó la mejilla de su niña y la acomodó en su brazo izquierdo—, no directamente porque están ahí —señaló al cristal y los cuneros.

—¿Son ellos? —se acomodó en el cuello de su padre para descansar.

—Sí —la meció suavemente para calmarla, porque no había podido estar muy al pendiente de ella desde el nacimiento de sus otros hijos.

—¿Puedo quedame contigo? —susurró antes de chuparse el dedo pulgar derecho.

—Sí —le acarició las piernitas—, pero en la noche tendrás que ir con tu abuelita para dormir en casa.

—No quiedo —refunfuñó antes de erguirse y rodear el cuello de Kyoya—. Quiedo quedame aquí contigo y con mami Tsutsu.

—¿No extrañarás tu cama?

—Puedo dodmi con mami.

 

Era normal que Aiko tomara esa actitud dependiente, incluso esa manía de chuparse el dedo podría durar unos meses, y obviamente no la reprendería por eso. Su pequeña había pasado por mucho desde que era pequeña y más con la separación de meses que se dio entre sus padres, por eso quería que todos estuvieran juntos en todo momento.

Kyoya no tuvo corazón para decirle que no, ni para dejarla en brazos de Nana a la fuerza, por eso tuvieron que arreglárselas para acomodarla en un sillón suave en la habitación donde Tsuna descansaba. Aunque de cierta forma, eso también ayudó un poco a Tsuna para que éste no entrara en depresión o tuviera algún problema emocional.

 

—Yo te quiedo, mami —solía sentarse junto a Tsuna, siempre abrazando un osito de peluche.

—Y yo a ti, cariño —sonreía enternecido por la actitud de su hija.

—¿Te duele?

—No mucho.

—¿Quedes algo?

—No por ahora.

 

Aiko se la pasaba en el cuarto del castaño o recorriendo los pasillos que se aprendió rápido para trasladarse al cristal por donde veía a sus hermanos, siempre acompañada por alguna enfermera que ya la conocía, de uno de sus abuelos o del propio Kyoya. Perdida entre la emoción de ser hermana mayor y de la preocupación porque le explicaron que a su mami le hicieron una cirugía y no podía moverse demasiado hasta que sanara.

Era difícil, pero Iemitsu y Nana lograban mantenerla distraída lo necesario.

Kyoya en cambio trataba de acoplar su tiempo entre los cuidados de los trillizos, los horarios del hospital, y el cuidado de Tsuna, porque tenía que ayudarlo a levantarse de vez en cuando para que su cuerpo empezara a sanar. Siempre intentando hacer que Tsuna se decidiera por ir a ver a sus hijos, pero sin lograr mucho; porque el terror del castaño por formar un vínculo que rompería después, era demasiado grande.

 

—Ellos jamás te odiarían, Tsuna.

—Prefiero que me odien a mí que a usted —se aferraba al brazo de Kyoya para caminar unos pasos, pero no se atrevía a mirarlo directamente—, por eso… es mejor que… no los vea por ahora.

—Piénsalo mejor.

—Ya lo hice.

 

No hubo fuerza humana que hiciera cambiar de opinión al castaño, tampoco hubo forma en que aceptara acudir a un psicólogo, era la terquedad reencarnada y fue difícil mantenerse en calma con aquella actitud. Kyoya sospechaba que ese comportamiento fue por culpa de Skull, y lo maldijo muchas veces, pero poco pudo hacer porque no tenía control sobre cuánto podía comunicarse Tsuna con aquel omega, o de las visitas que tanto Skull como Lambo y Reborn hicieron en una noche donde se infiltraron por la fuerza.

 

—Somos socios, cómplices, en esto, Hibari —los odió.

—Dejen que descanse en paz.

—Dos días después de su cumpleaños y no más.

—Largo de aquí.

—Tú bien sabes que esto es más importante que tus sentimientos o los de tus hijos.

—¡Lo sé! … Y aun así estoy en desacuerdo con tus métodos.

—Sí que te gusta sufrir y complicar las cosas, pero está bien, querido… Disfruta del plazo que te damos.

 

Todo ese asunto se le olvidaba mientras se hallaba en la tarea de alimentar a sus hijos, cargándolos contra su pecho y adaptándolos al biberón, formando un vínculo que duraría por siempre, siendo admirado desde el cristal por las personas que lo ayudaban en esa etapa. Siendo tres bebés a veces no se alcanzaba con todo, por eso, cuando él tenía que ir por Tsunayoshi para ayudarlo con su propia recuperación, era Nana o Iemitsu quienes le suplían con el método del canguro.

 

—Mi mami ya está mejod —Aiko solía hallarse paseando de la mano de Takeshi—, ponto vamos a casa.

—Eso es bueno —sonreía mientras la dejaba saltar por los pasillos—. Ahora vamos, guíame a donde está su cuarto.

—¿Y e tío piña?

—Está con tu papá.

 

Miradas y sermones mudos, Kyoya ignoraba eso cuando se hallaba en compañía de Mukuro o de Adelheid, prefería simplemente agradecerles la ayuda con los asuntos ajenos a sus hijos o a su omega, siempre deseando estar informado de las complicaciones venideras para los asuntos legales, exigiendo siempre la máxima discreción, alejando a las amenazas como Fon quien seguramente quería conocer a sus herederos. Cosas más, cosas menos. El tiempo se le pasó rápidamente.

 

—Ya pueden trasladarlos al cuarto, y en un par de días más podrán irse a casa.

 

Dos semanas agitadas, resultados que nadie quiso ver, el momento de la verdad.

Felicidad y nervios.

Miedo y dudas.

Nadie fue más feliz que Aiko quien tenía en sus manos los tres regalos para sus hermanitos. Nadie más emocionado que Nana e Iemitsu quienes no podían estar quietos y alistaron a su hijo para la llegada de sus bebés. Nadie más orgulloso que Kyoya quien obtuvo el derecho de cargar a cada uno de sus pequeños y colocarlos en una cuna, acomodarles su gorrito blanco y dejar que las enfermeras guiaran las tres cunas rodantes hacia la habitación respectiva.

Lágrimas de emoción.

Gorritas de algodón que reemplazaron las blancas, una azul, otra lila y una rosada. Fotografías infinitas que destacaron las muecas de los tres infantes pequeñitos que estaban envueltos como un capullo en sus cobijitas de blanco tono. El cuidado extremo con que Aiko tocó las regordetas mejillas de sus hermanos y se presentó como su hermana mayor. Risas por la primera protesta balbuceada por uno de los bebés.

 

—Puedes cargarlos —Kyoya tomó la mano de Tsuna, quien sentado en la camilla se quedó paralizado.

—No puedo —susurró temeroso.

—Son nuestros hijos… y es hora de que los conozcas.

—Creí que tardarían más.

—Tú puedes hacerlo, Tsuna.

—Estoy asustado.

—Todo saldrá bien —le dio un beso en la frente—, confía en mí —acarició esas mejillas—, tú puedes hacerlo.

 

Lo guio fuera de la cama, le sostuvo la mano con fuerza para darle valor, lo miró con dulzura para que diera cada paso faltante para acercarse a los cuneros, besó su sien derecha con cariño y lo dio ánimos para que enfrentara ese momento. No lo presionó, tomó el ritmo que Tsunayoshi deseaba, y esperó pacientemente a que el castaño se acercara a la primera cuna.

Todos guardaron silencio mientras eso pasaba.

Respetando el shock emocional por el que atravesó Tsuna.

Pendientes por si algo salía un poco diferente a lo esperado, conscientes de que no todos reaccionaban igual ante su parto, listos para apoyarlo en lo que sea. Fue Aiko quien le sonrió a su castaño padre y lo llamó con su manito para que viera a su hermanito bostezar y mostrar que aún no tenía diente alguno. Sonrieron porque fue ese pequeño empujón lo que bastó para que Tsuna al fin mirase a sus hijos.

 

—Son chiquitos —Aiko rio—, como pajaditos.

—Lo son —Tsuna quebró su voz—. Lo son.

 

Todos vieron a aquel padre primerizo romper en llanto cuando tomó el valor para acariciar la mejilla de su hijo mayor, lo vieron reír entre lágrimas cuando deslizó sus dedos por la cuna de su segundo hijo, y lo escucharon disculparse cuando ante sí tuvo la momentánea mirada de la pequeña niña que esperó con ansias, porque Tsunayoshi soñó siempre tener entre sus brazos a una señorita que cuidar.

Iemitsu cargó a Aiko en brazos, le susurró que Tsuna solo estaba emocionado y que no se preocupara. Nana abrazó a su hijo en modo de consuelo y Kyoya solo se quedó parado, respirando profundo, aliviado porque salió mejor de lo esperado. Aunque todo se puso caótico poco después, porque la pequeña empezó a sollozar bajito y los dos varones la siguieron con segundos de diferencia.

Fue la primera vez que Tsuna cargó a su hijo mayor, que lo miró con detalle, y se dio la paciencia de aprender a cómo alimentarlo con el biberón. Aun lloraba mientras lo hacía, pero sonreía también y eso era suficiente. Lo demás pasó poco a poco como debía ser, porque debían aprender desde lo más básico a partir de ese instante. Y no había apuro, porque los vínculos familiares se formaban con el tiempo, o eso querían pensar.

 

—¿Has visto su cabello? —pero fue inevitable que las dudas se expresaran.

—Nii-sama, por favor.

—¡Has visto esas características! —refunfuñó en medio del pasillo, perdido en su estrés acumulado.

—¡Ya basta! ¡Deja de hacer esos comentarios!

—¡No son sus hijos! —lo dijo en voz baja, pero fue suficientemente fuerte para que los cercanos lo escucharan.

—¿Qué dirá Takeshi si te escucha decir eso? —Nagi lo golpeó con fuerza—. ¡Ya basta!

—No me callo nada —Mukuro entrecerró sus ojos—. Porque tengo dudas y las seguiré teniendo.

—Y por eso he autorizado el procedimiento que pedías —Kyoya ni se inmutó, solo se acercó con calma, agradeciendo que estuvieran lejos del cuarto de Tsuna—. Antes de irnos a casa…, lo harán.

—¡Gracias a los dioses! —Mukuro respiró profundo—. Entraste en razón.

—Y, aun así, sabes que nada cambiará.

—¡Lo sé! —maldijo entre dientes—. Pero al menos, yo estaré en paz.

 

Hibari lo había prometido y así lo hizo, sin decirle a nadie más que a los médicos ejecutores, cediendo su ADN y permitiendo que a sus hijos se les tomaran las muestras respectivas con la justificación de unos exámenes finales. Y no hizo nada más, ni siquiera preguntó por los resultados, Mukuro se haría cargo de eso y se guardaría la información hasta la tumba si era posible. Aparte de ellos solo lo sabría Nagi, y como hace años, harían de eso su secreto grupal que protegerían con todos los recursos a disposición.

Emoción al recibir la autorización de salida, despedida de las enfermeras que los ayudaron. Tsuna mostró una sonrisa tímida antes de tomar en brazos a su segundo hijo y dejar que lo trasladaran en silla de ruedas hasta el auto, por precaución. Aiko saltaba animada, guiando al pequeño grupo. Nana cargando a su nieta, Iemitsu al segundo varoncito, y Kyoya firmando los papeles de salida y escuchando las recomendaciones y cuidados que debería tener.

Algarabía cuando llegaron a casa, un escuadrón de betas dándoles la bienvenida entre regalos y globos, familiares, visitas, curiosos. Eran los tres esperados tesoros que tenían su propio cuarto enorme adecuado para comodidad de padres e hijos. Pequeños bebés que durmieron con tranquilidad mientras en la planta baja todos ayudaban a colocar el almuerzo y charlaban amenamente. Un inicio agitado que se detuvo al atardecer.

Nana se quedaría con ellos hasta que se organizaran con el cuidado de sus nietos, Iemitsu iría a su propia casa para limpiarla un poco y regresaría para ayudar también al día siguiente mientras su periodo de vacaciones se cumpliera. Era la ayuda necesaria porque tres bebés recién nacidos y una criatura de tres años, era demasiado para dos padres.

 

—Aiko ya se durmió —Kyoya ingresó con calma, frotándose los ojos levemente—, tu madre también ya se acomodó en el cuarto de invitados.

 

Se acercó al castaño que admiraba a los tres bebés dormidos en sus cunitas, se detuvo junto a él y le besó los cabellos. En silencio admiró a sus hijos que claramente se diferenciaban por detalles básicos como el tono de los cabellos crecientes apenas, sonrió orgulloso y después se enfocó en su esposo, quien no había dejado de ver a los bebés y no había dicho nada. Kyoya sabía que para Tsuna todo eso no era nada fácil, y a veces no sabía cómo consolarlo.

 

—Sé lo que dice Mukuro…, pero le aseguro… que son suyos.

 

Kyoya quiso golpear a la piña loca en ese preciso instante, planeó torturarlo también, y estaba seguro de que Nagi se lo iba a permitir, que Takeshi se enfadaría al enterarse y dejaría a esa fruta cítrica de lengua larga. Como fuera, ¿qué podía hacer ahora?

 

—No lo he dudado ni un segundo.

—Lo ha dudado…, lo sé.

 

Tsuna admiró a sus pequeños, a los cuales examinó minuciosamente cuando ayudaba a darles su primer baño en casa, porque quiso memorizarlos para siempre. Y era esa situación misma la que levantó todas sus alarmas, porque hasta para él las dudas llegaron con solo detalles simples como el cabello distintivo de sus hijos.

El mayor era rubio, de un brillante dorado como el de Iemitsu, porque al parecer ese gen se saltaba una generación. El segundo era rubio también, pero de un tono clarito, platinado, hermoso. Sin embargo, las dudas se centraban en su niña, la última, portadora de unos mechones rojizos como el fuego. Dudas, porque ¿de dónde lo heredó?

 

—Ella es…

—Quiero mostrarte algo.

 

Kyoya sabía que algo así pasaría, pero no era importante, no si tenía la respuesta a las incertidumbres que pasarían por esa cabecita. Tomó la mano de Tsuna para guiarlo al cuarto contiguo, el que usaba para guardar algunas cosas extra de su hija y los bebés, mismo que antiguamente fue el de Tsuna, pero que ahora nadie usaba. Buscó con facilidad un álbum que guardaba celosamente entre muchos otros de su propiedad, buscó la fotografía correcta y sonrió al mostrarla.

Los ojos de Tsunayoshi se abrieron por completo, y poco después se llenaron de lágrimas hasta que se desbordaron silenciosamente. Porque esa simple fotografía acabó con todas las tormentas que el castaño acunó desde que vio a su hija por primera vez. En la imagen estaba una mujer de largos cabellos rojizos y de una mirada azul metálica que obviamente heredó el pequeño niño que cargaba en brazos, niño que no era nadie más que Kyoya.

Tsuna no se centró en la ternura que le dio ver al pequeño Kyoya usando pantalones cortos y sosteniendo una piruleta de colores, tampoco se centró en la belleza de la mujer que sonreía ampliamente a la cámara, se fijó en esos cabellos de fuego y en esa mirada azul. Porque lo entendió. Su pequeña hija era heredera directa de su abuela paterna, y más señal de que era hija de Kyoya no había. No había duda alguna.

 

—Incluso si tú dudas —Kyoya sonrió—, yo no.

 

Se abrazó a Tsuna para que éste se desahogara en sollozos, le besó los cabellos las veces que fueron necesarias hasta calmarlo, le susurró que lo amaba porque era verdad, y lo arrulló igual que hizo con Aiko cuando era apenas una bebé. Esa noche se aferró cuidadosamente a la cintura de Tsunayoshi, lo besó con calma y paciencia, y lo admiró hasta que este se quedó dormido por el cansancio y el estrés.

Más feliz no podía estar, porque al fin sentía que su familia estaba completa.

 

 

Evidencia…

 

 

Su hermano podría ser muy idiota y algo molesto, pero jamás lo dejaría solo, ni siquiera en la peor de las dificultades. Por eso estaba allí, junto a él, mientras recogía el resultado de los dichosos exámenes que ni siquiera ella quería ver. Nagi cumplía un deber moral y nada más, pero sinceramente prefería regresar a casa y comer el guisado que Enma y Takeshi prepararon para la familia, aunque supiera feo, no se quejaría.

 

—¿Y bien?

 

Se quedó viendo la reacción de su hermano, quien sentado en el suelo del pasillo empezó a romper cada sobrecito y a leer la información en ellos con seriedad. Detalló el cambio en esa expresión de poco a poco, pero no descifró si era sorpresa, ira o vergüenza lo que se acentuó en esa mirada bicolor que compartían. Lo que sí reconoció fue la risita divertida al final y el suspiro largo dado mientras cerraba los ojos.

 

—Necesito un cigarro.

—¿Tu orgullo herido?

—Y un tequila.

—Sabes que a Takeshi no le gusta que llegues con aroma fuerte a casa.

—Como sea —Mukuro se levantó despacio—, ya sé lo que pasó.

—¿Y qué pasó?

—Nadie más que yo lo sabrá —sonrió.

 

Se alejaron en silencio después de que Mukuro hablara con los miembros del laboratorio y con Ryohei para que destruyeran cualquier evidencia de esas pruebas de ADN. Se dirigieron a un parque cercano, compraron unas latas de cerveza, y en silencio consumieron todo mientras Mukuro le prendía fuego a cada papelito que leyó. No demoraron mucho, fue como realizar un ritual ocultista, y al final se miraron con complicidad para regresar a casa.

 

—¿Les habrá salido bien el guiso?

—No sé, kufufu…, pero igual me lo comeré.

 

 

Añoranza…

 

 

Habían sido días duros y agitados, acumulándose con rapidez mientras el plazo se le terminaba. Pero qué más daba. Estaba feliz. Porque había visto a Tsunayoshi escapar de la burbuja de seguridad e involucrarse con sus tres hijos.

Aún tenían dificultad en eso, porque Tsuna se ponía a llorar muy seguido, temeroso de lo que pasaría a futuro, todo mientras los días seguían pasando. Kyoya no había tenido descanso alguno, por eso apreciaba ese pequeño momento de paz en medio de la madrugada, donde revisaba a sus hijos quienes dormían plácidamente.

 

—Tranquila, preciosa —sonrió ante las muecas de su hija y le acarició la mejilla—, sigue durmiendo.

 

Pero fue pedir mucho y poco a poco escuchó los suaves sollozos de esa pequeña boquita que buscaba algo que succionar. Sonrió al cargarla y alimentarla, sentándose en la mecedora para descansar un rato mientras la arrullaba, cerrando sus ojos y dejándose llevar por los pocos recuerdos que lo unían a su presente.

Recordó a su madre.

Su hija era el recuerdo que le dejó su madre.

En sí no era la apariencia de su hija, de aquellos cabellos rojos hermosos, de esa mirada tan parecida a la suya; era la esencia completa de la criatura que hacía ruiditos sobre su pecho, acunada por el latir de su corazón, tal y como había sido incluso cuando estaban en el área neonatal y ella necesitaba estar en la incubadora.

 

Un día me darás una nieta —reía con dulzura—, será bonita como tu madre… y tú la amarás mucho.

—Si es como tú, será muy bonita.

—Por eso, mi niño…, crece fuerte y feliz, para que cuando ella llegue, vea tu sonrisa y no un ceño fruncido como este —picó suavemente el entrecejo de su hijo y rio.

—¡Mamá! —reclamó entre risitas—. ¿Y cómo se llamará la niña?

—Mamá se tomará el derecho de ponerle nombre, porque será mi nieta —se abrazó a su pequeño y le besó la mejilla—, y su nombre será…

 

Kyoya recordaba claramente esa voz, pero no el rostro completo, sus memorias se hallaban perdidas y confusas, pero las completaba con las pocas fotografías que tenía de ella. Pero ese recuerdo que acunaba mientras acariciaba la espalda de su hijita, era nítido, como si lo viviera en ese instante.

Se le derramaron las lágrimas y se le escapó una sonrisa.

Porque su madre había sido importante en su vida y se la quitaron demasiado pronto, pero ahora sentía que la tenía de regreso a través de su pequeña.

 

—Sara —susurró antes de besar con cuidado la cabecita de su princesa—, tu abuela tenía razón…, su primera nieta es igual a ella.

 

Se le quebró la voz y no le importó. Sus lágrimas brotaron y le pareció normal. Sus recuerdos fulguraron momentáneamente mientras tarareaba en susurros para su hija. Se encerró en su pequeña felicidad mientras escuchaba a su niña suspirar entre sueños. Estaba tan feliz que ni se dio cuenta de que un par de ojos color chocolate eran testigos de su pequeño momento de debilidad. Y aun si se hubiese dado cuenta, no le hubiese importado, porque no quería esconder aquello.

 

 

Notas finales:

 

Recién lo redacté y corregí, y se los entrego porque ya me demoré mucho con la actualización.

Como aclaración, es muy común que las madres sufran una depresión postparto, pero es un tema poco tratado debido al peso moral que les tiran, así que no son “malas madres”, simplemente sufren de un cambio hormonal que debe ser tratado por especialistas, a veces se cura en unos meses, otros duran años, depende de cada uno.

Si han visto a Krat actualizando fics en otro fandom y le estaban maldiciendo por no actualizar este jajaja, acepto la culpa, porque bueno, tenía que escapar de los momentos difíciles por los que estoy pasando y mi solución fue irme a redactar fluff en otro fandom. Pero regreso, siempre regreso. Aunque valiendo kk, pero regreso.

No tengo más que decir… o bueno… cuídense del coronavirus, no difundan falsa información, mantengan la calma porque parece que no va a haber una tercera guerra mundial, ya llueve en Australia, España pasa por un clima difícil, y etc, etc, etc.

2020, cálmese pofavo.

Krat los ama~

Besos y abrazos~


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