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Locura por mi todo por 1827kratSN

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—Quiero que tú elijas su nombre.

—No lo sé. Creo que usted debería elegirlo.

—Ya elegí el de Sara.

—Y yo elegí el de Alaude —sonrió divertido.

—Pero quiero que tengas ese placer, Tsunayoshi.

 

Era gracioso, de verdad lo era, porque eran un coro muy singular.

El primero en despertar era Giotto, abría sus ojos unos segundos y pestañeaba sin detenerse hasta que algo llamaba su atención, entonces balbuceaba mientras agitaba sus pequeñas manos. La que despertaba después era Sara, quien hacía muecas y más muecas mientras se estiraba cual animalito. Y poco después despertaba Alaude, frunciendo el ceño, respirando profundo y después volviéndose un pequeño y colorado pedacito de nube malhumorada que empezaba a llorar. Después el ciclo era al revés, seguía Sara, y finalmente Giotto quien coreaba el llanto de tres hermanos en exigencia de atención.

 

—¿A quién cargaré esta vez? —susurró Tsuna mientras reía—. Qué tal a ti, Sara.

—Yo cuidaré de Giotto entonces —Nana entraba secándose las manos con una toalla blanca.

—¿Y Kyoya?

—Ya subirá, no te preocupes, Tsu-kun.

 

El azabache llegaba poco después, apurado y a la vez siendo cuidadoso porque cargaba a Aiko en sus brazos, porque ese par era un pequeño equipo que se encargaba de Alaude, el más gruñón de los trillizos nacidos en medio de un respiro lleno de paz y amor. Tsuna solía sonreír al ver a Aiko besar las manitos de Alaude quien seguía llorando en brazos de Kyoya, para después solo sentir ternura cuando Alaude bostezaba y succionaba algo invisible.

Decir que se acostumbró en esos tres días, era mentir.

Pero lo estaba intentando.

Sin embargo, no era fácil, porque ni siquiera participó en el crecimiento de Aiko.

Los alimentaba bajo la supervisión de su madre o padre, quienes tenían algo más de práctica en eso, tanto por cuidar a su hijo hace tantos años, como cuando se encargaban de Aiko por pedido de Kyoya. Y esa era la tarea más sencilla, porque hasta con los pañales luchaba un poco. Tsuna no supo que los bebés varones hacían pipí sin fijarse y podían ser una pequeña pileta brutal, sino hasta que Alaude le dio el mensaje. Tal vez por eso prefería cambiar de pañal a Sara, antes que a sus otros dos bebés.

Cambiarlos de ropita, ayudarles a expulsar los gases, cantarles, arrullarlos, todas eran tareas posibles… y luego estaba la hora del baño. A Tsuna le daba vergüenza aceptar que le tenía pánico a ese momento, y que prefería quedarse junto a Aiko mirando como su madre y Kyoya bañaban a los bebés. Porque no quería hacerles daño o algo así. Se limitaba a ayudar en el hogar con otras labores, excepto esa.

 

—Hasta parece que jamás has trasnochado.

—Pues… no tanto… Creo.

 

La mirada de Iemitsu fue de pura burla entremezclada con sorpresa, pero Tsuna no pudo contradecirlo o decir que era broma, porque en verdad, jamás sufrió los estragos de una mala noche por culpa de unos llantos hambrientos. Kyoya supo evitarle esos malos ratos cuando Aiko era apenas una bebita sin más interés que en comer y dormir. Por eso estaba que se dormía de pie mientras despertaba por tercera vez en esa noche para ayudar con la alimentación de los trillizos.

 

—Dámelo, yo lo ayudo —Iemitsu tomó cuidadosamente a Giotto, evitando quitarle el biberón—. Tú ve a descansar con Aiko.

—Pero…

—Que no te dé pena —el rubio sonreía ante las quejas de Giotto que quería seguir comiendo sin ser movido de los cálidos brazos—, además, me encanta ser abuelo.

 

Tsuna veía a sus padres y a Kyoya, encargarse perfectamente de todo, y se sentía desplazado de cierta forma. Se sentía inútil, tal y como tantas otras veces, pero a la vez, sabía que se merecía eso y que de cierta forma era lo mejor. Pero eso no quería decir que fuera así todo el tiempo, no cuando tenía junto a él a una pequeñita que lo buscaba siempre en busca de atención, cariño, y confort.

Porque era su hija.

Aiko era mucho más hija que sus propios hijos consanguíneos, era irónico. Tal vez así la vida lo estaba castigando, porque en un inicio sintió repelús por aquella pequeña princesa que ahora le abrazaba y suspiraba en su pecho, quien le susurraba que lo amaba y que le gustaba su olor. Dormir con Aiko entonces se volvió tradición.

 

—Todo estará bien.

 

Y esos besos también, porque Kyoya no solo lo conocía bien, sino que podía leerlo a través de su aroma y del vínculo que los unía. Por eso sentía esos besos de improvisto, las caricias en sus manos, los abrazos llenos de dulzura que subían sus ánimos cada que lo necesitaba. Se sentía tan amado de esa forma. Porque entre tanto ajetreo dado por tres bebés recién nacidos en casa, Kyoya siempre hallaba un pequeño momento donde darle atención a él, y a nadie más.

 

—¿Puedo pedirle algo?

—Lo que quieras.

—Mi cumpleaños… solo celebrémoslo entre nosotros.

—Está bien.

 

Se quedaba un largo rato escuchando el latir tranquilo de su esposo, disfrutando de los susurros en su oído, de los besos sobre su cabello, de la quietud de la madrugada, mañana, tarde, noche, en la hora que fuera, aferrado al alfa que le dio marca. Sonreía tanto en ese momento, y seguía haciéndolo cuando se deslizaban por el cuarto o la sala, en medio de una danza inventada, donde giraban o se desplazaban de lado a lado, mirándose a los ojos, o simplemente acariciando sus manos.

 

—Giotto quiede a mami.

 

Aiko reía bajito, en complicidad con su hermanito, cuando este se aferraba con sus pequeñas manitos enguantadas, al pecho de quien lo cargaba para alimentarlo. Tsuna solía sonreír entonces, apreciando como su hija se trepaba y recargaba en su hombro para quedarse ahí, en silencio, jugando con las manitos del bebé, murmurando una canción, y dejando que Hibird aleteara por ahí, encima de la cabeza de Hibari, o posado en algún mueble alto.

 

—Yo también lo quiero —susurraba el castaño—. Los quiero a todos.

 

El tiempo se le pasó tan rápido, que ni siquiera tuvo espacio de asustarse por el hecho de que cumpliese un año más. Solo estalló en risitas al despertar rodeado de globos y corazones de papel, para después darse cuenta que su pequeña hija lo espiaba desde el borde de la cama. No pudo ni siquiera decir algo cuando Aiko gritó de felicidad y se le lanzó encima para darle decenas de besitos.

Y después Kyoya.

Con dulzura y pasividad, le dejó frente a él el desayuno, le besó la mejilla, y después los labios por un largo rato hasta que escucharon a Aiko masticando una galleta que sustrajo cuidadosamente del desayuno del festejado. Entonces se dieron ese pequeño momento para los tres, jugando con los bocadillos, bebiendo la leche y el jugo en turnos, dándose cariño entre miradas y palabras.

 

—¿Y los bebés?

—Abajo —Aiko entonces se escabulló como un diablillo hasta bajarse de la cama y correr—. ¡Ya los traigo!

—Iremos nosotros.

—¡Eshta bien!

 

Perseguían a la pequeña traviesa que casi corría por las escaleras, sujetándose apenas de la barandilla, y siendo regañada sutilmente por Kyoya, quien temía por la seguridad de su hija. Pero todo pasaba, porque Aiko era de las que podía caer, pero siempre se olvidaba de eso y seguía con lo que pensaba primero. Porque era como su padre y omitía el dolor.

 

—¡Feliz cumpleaños!

 

Abrazos maternales, risas paternas que retrataban su despeinado y desarreglado ser por diversión. Y la adorable visión de tres pequeñitos vestidos de abejita que reposaban sobre sus asientitos de bebés sobre la mesa de la cocina. Era un alboroto que Tsuna no pensó pasar, porque bien era sabido por todos que su esposo odiaba el bullicio y el exceso de gente, pero que ahora era posible, porque al parecer, tanto el tiempo como la vida, hicieron de Kyoya, una persona tolerable.

 

—Hay patel, juguito, más gashetas.

—¿Y todo lo prepararon ustedes? —rio divertido al ver el exceso de comida, desde postres hasta algo nutritivo en la mesa.

—Digamos que estos niños nos despiertan temprano —comentó Iemitsu jugando con las manitos de Sara—. ¿Verdad, chiquitita?

 

Reían por las muecas y balbuceos molestos de Alaude, o la sonrisa coqueta de Giotto, así como el suspiro de Sara que entre sueños respondía a las voces de sus familiares. Fue tan bonito, como lo sería el resto del día donde le pusieron atención solo a Tsuna, turnándose para rotar a los bebés y que también participaran en aquella celebración.

 

—Esta vez no hay alcohol —Kyoya sirvió jugo de manzana en el vaso de Tsuna—, pero podemos brindar así.

—Yo tambén —Aiko elevó su vasito de gatitos.

—Todos —rio Nana—, porque es el cumpleaños de Tsu-kun.

—Que se repita todos los años —Iemitsu elevó su vaso animado.

—Por la familia.

—Por los bebés.

—Por mi mami.

—Por todo.

—Felicidades.

 

Ni tiempo tuvo para llorar de felicidad o de tristeza, Tsunayoshi solo pudo ser llenado con tanto amor y detalles, cada minuto del día, cada instante del siguiente, incluso en la noche que durmió rodeado por los brazos de Kyoya y su hija, y en las mañanas donde lo despertaban con un llanto lejano de un bebé hambriento y un beso cariñoso para darle fuerza.

 

—Nosotros cuidamos de ellos, ustedes pueden salir.

—No, no —Tsuna miró a Kyoya—. No hace falta, de verdad.

—Vamos… Será un paseo rápido.

 

Abrigado correctamente, con ropa aun suelta para proteger las marcas de la cirugía por el parto, un poco desacostumbrado a tanto movimiento, así fue como salió con dirección al supermercado, tomado de la mano de Kyoya, en silencio, y sintiendo las miradas sobre sí —aunque eso solo fuera su imaginación—.

Y se dio cuenta que era de las pocas veces que salía con su esposo de esa forma.

Se sintió feliz y avergonzado, porque sus dedos eran tomados con cariño y el pulgar ajeno masajeaba su dorso. Se sintió tan normal después de tanto caos, y no pudo evitar disfrutar de ese paseo tan corto y sonreír para presumir de su simple dicha. No sabía que algo tan sencillo podía causarle tanta euforia, y era maravilloso.

 

—¿Podemos repetir esto?

—Cada que quieras.

—Gracias.

 

Era tan irreal, porque cuando era joven soñó con eso, con una familia grande, que se quisiera de esa forma, que compartieran incluso esos momentos tan sencillos. Siempre esperó pasar esos cumpleaños con sus padres, su esposo, y tal vez un hijo, pero ahora era mejor y tenía cuatro criaturas que lo acompañaban con sus sonrisas y sus caritas.

¡Era maravilloso!

Y deseaba que esa dicha la experimentaran todos los demás.

Y se sentía tan feliz por saber que su amigo fue bendecido con una dicha parecida.

Y era muy feliz por saber que el amor de ese tipo existía.

Y era tan consciente de su trabajo, su importancia en esa lucha.

Porque era uno de los pilares para que todo eso se repitiera en todas las familias con omegas.

 

—Yo lo haré bien.

—Lo sé.

 

Era de madrugada, sus hijos ya habían comido hace una hora y sus padres estaban durmiendo, había revisado que Aiko estuviera bien cubierta por su manta favorita, e incluso intentó que Kyoya durmiera, pero no le fue posible.

Ahora eran solo los dos.

Mirándose en silencio, después de haber colocado lo básico en una maleta de viaje pequeña, sentados en su cama matrimonial, sujetando sus manos en un intento de convivencia más largo. Diciendo aquello que habían evitado decir.

 

—Te amo.

—Te amo aún más.

 

Tsuna cerró los ojos cuando Kyoya se acercó a su rostro, suspiró profundo antes de sentir los labios ajenos unidos a los suyos, y compartió ese momento con tranquilidad, disfrutando de cada roce, del aroma complementario de ambos, del cariño expresado en la caricia de su mejilla.

 

—Vuelve cada vez que lo desees —susurró Kyoya, aun sin alejarse de esos labios, compartiendo un secreto—, cada que quieras, cada que sientas que debes… Y yo estaré aquí para ti.

—Lo haré.

—Pero no decaigas, y no huyas.

—Lo sé.

—Has que todo este sacrificio valga la pena… Haz que la vida de Aiko y Sara sea buena y llena de oportunidades.

—Lo prometo.

—Yo haré que ellos no te olviden.

—Por favor —suplicó entre suaves lágrimas que se acumulaban en sus ojos.

—No importa lo que los demás digan… Tú estás haciendo lo correcto. No escuches a nadie que diga lo contrario, y no dejes que te hieran con sus comentarios. Solo confía en lo que tú crees.

—Lo sé.

—Y por sobre todo —Kyoya le dio un beso más, antes de separarse y mirarlo—, jamás dejes que esos otros pasen sobre ti… Porque tú eres la base de esto y ellos no son nada sin ti.

—Habla de…

—Hablo de todos —le acarició las mejillas y limpió esas lágrimas—. Porque tú ya dejaste de ser solo un chico que sobrevivió a su primer celo sin marca. Ahora eres Tsunayoshi Hibari…, dueño de la fortuna que me perteneció, líder de este imperio, gestor de una lucha sin retorno, y…

—¿Y qué?

—Y único representante de nuestra familia.

 

Kyoya no lo dejó hablar, le dio un beso más, uno más largo y dulce, lleno de cariño y de miedo.

No dijo más después de eso.

No pudo.

Porque el celular de Tsunayoshi dio la alerta, y dos golpes en la puerta marcaron la que sería una despedida y un inicio.

Tsuna apenas pudo bajar las escaleras sin temblar, sintiendo tras de sí, la presencia de su esposo alfa que lo escoltaba hacia la que sería su nueva cruzada. Tuvo que respirar profundo antes de abrir la puerta, y después levantó su cabeza con orgullo, mostrándose envuelto en un traje de marca, impecable y brillante, decidido a volverse el líder que necesitaba esa sociedad, enfrentando la sonrisa burlona de aquel que lo llevó hasta ese punto.

 

—¿Estás listo? —siseó un poco, porque era una serpiente astuta.

—Sí.

—Muy bien, niño.

—Ya no soy un niño.

—Ja —Skull rio bajito antes de acariciarle la mejilla al castaño—. Me gusta que al fin tomes el papel que te corresponde… Hibari Tsunayoshi.

—No hay vuelta atrás.

—Bueno —el de mirada lila hizo una seña y el alfa detrás de él, bufó—. Toma las maletas del magnate, cariño.

—Te has vuelto insoportable —Reborn solo gruñó e hizo una seña para que su subordinado hiciera lo pedido.

—Eso siempre —Skull entonces se dio media vuelta y se encaminó al auto.

—¿Ni un adiós? —comentó Reborn cuando el castaño chiquillo pasó a su lado sin mirarle y sin voltear—. Qué cruel eres con tu marido, Tsuna.

—No debería importante en absoluto —comentó antes de dirigirse con Skull.

—Así se vuelven si les das un poquito de poder —Reborn rio al mirar el rostro estoico del alfa azabache que se quedó en la puerta—. Solo esperemos que salga bien —se acomodó la fedora y ocultó su mirada divertida.

—Cuídalo.

—Jamás —sonrió antes de despedirse con la mano y darse media vuelta.

—Si le pasa algo —Kyoya hizo su amenaza final hacia ese idiota—, te destrozaré…, a ti…, a tu omega…, a tu familia…

—Sí, sí, como sea —Reborn solo se alejó en dirección al auto.

 

Ni un adiós, ni una mirada.

Tsuna no volteó y Kyoya no protestó.

Porque ambos sabían que, si mostraban tan solo un poco de debilidad, ambos dudarían.

 

—No digas nada, Skull —Tsuna se cruzó de brazos y cerró sus ojos, acomodándose en ese auto lujoso.

—Solo iba a decir que tu esposo no dejó de ver el auto hasta que giramos en la esquina —sonrió mientras balanceaba una de sus piernas—, fue muy lindo.

—Iugh…

—Bien que quisieras que alguien hiciera eso por ti, Reborn.

—Cállate.

 

Ya se despidieron, ya dijeron lo que tenían que decir.

Era hora de fluir y dejar fluir.

Incluso si les dolía a ambas partes.

Incluso si les dolía a algunos más.

 

—Kyo-kun, ¿sabes algo de Tsu-kun?

—¿Dónde está mami TsuTsu?

 

Explicarles a los adultos sería fácil, ellos ya sabían algunas cosas y estaban resignados. Pero decirle a su pequeña que Tsuna se fue y no tenía fecha de retorno, fue muy difícil. Incluso cuando lo pensó desde hace mucho, no tuvo las palabras correctas para decirle, y tampoco iba a mentirle.

La tomó en brazos, le besó la mejilla, y se la llevó al patio porque necesitaba un poco de tranquilidad. Sabía que Aiko sería la que más resentiría de esa separación, porque ya perdió a su mami una vez, y sabía que dolía.

 

—¿Recuerdas aquella vez que encontramos un nido en la ventana?

—Sí.

—Su madre a veces tenía que irse y dejaba a los bebés en el nido.

—Ella iba po comida.

—Sí —le acarició la cabecita—, y algo parecido pasó con Tsunayoshi.

—¿Se fue po comida?

—Se fue porque quiere cuidarte a ti y a Sara.

—¿Y se demoda?

—Tal vez se demore un poco…, pero está bien… porque tiene que hacer su trabajo.

 

No fue sencillo y jamás lo sería.

Aiko seguía esperando cada cierto tiempo a que Tsuna ingresara por la puerta, preguntaba por él, y lloró en la noche porque quería dormir con su “mami Tsutsu”. Y no fue la única, porque los bebés resintieron la ausencia, en especial Giotto quien estaba sumamente acostumbrado a escuchar la voz de Tsuna al beber de su biberón.

Pero era algo que debía pasar.

Y era solo uno de los muchos cambios que tendrían que afrontar.

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Notas finales:

 

La desaparecida tuvo un ataque de inspiración y PUM, les deja esto, chiquito, pero bonito.

Esto ya llega a su final señores, un final que muchos esperaban y que otros exigían.

Veamos si mi tiempo libre y mi estrés colaboran, para darles más actualizaciones seguidas.

Krat desea que todos ustedes se cuiden de esta pandemia, que se queden en casa si pueden, ella hace lo mismo, aunque ya esté hasta la madre.

Los amo~

Besos~


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