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Candelabro cenizo por Shinjimasu

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Cuando terminó de bañarse yo ya había acabado por hacer mis tareas pendientes y lo esperaba en mi habitación. Decidí no ser tan malo con él desde el principio y darle lo que restaba del día para que se acostumbrara a su nuevo entorno, por lo que opté aprovechar el momento para analizarlo e identificar algún tipo de anomalía o daño que pudiera haber en él. En pocas palabras saber si estaba sano o no.

Una vez dentro de mi habitación se limitó a quedarse de pie y el silencio a un lado de mi cama. Quizá darle un poco de confianza no estaría mal, pero a fin de cuentas era algo que tendría que aprender poco a poco si quería hacer bien su trabajo como mi sirviente.

Lo miré y decidí hacerlo de manera que pudiera entretenerme un poco.

-Desnúdate-

-¿Ah?-

-¿Acaso tengo que repetir todo dos veces? Desnúdate- le dije mientras me acercaba a uno de mis muebles para sacar una pequeña caja de entre los cajones –Voy a revisarte-

Quise reír ante tal vergonzosa situación, pero me contuve, no podía dejar pasar este momento y una vez que escuché que toda su ropa cayó al suelo me volteé para verlo.

Ahora ya no me parecía tan divertido.

-¿Estás preñado?- pregunté estúpidamente puesto que la respuesta era obvia. ¿Cómo no me di cuenta antes? Quizá porque su vientre no estaba tan grande como para que pudiera sobresalir de su ropa, pero sí lo suficiente como para que ahora pudiera notarlo perfectamente. Tendría algunos cuatro meses de gestación.

-Por eso comía las flores… no pude resistirlo- contestó en voz baja, pero eso no era consuelo para mí, solo complicaba las cosas.

No solamente tenía que hacerme cargo de él sino también de una estúpida hada bebé. ¿Qué clase de tarea era esa para un demonio? Si yo mismo no había decidido tener hijos porque ODIO a los bebés ¿Por qué tenía que soportar a uno que ni siquiera era de mi raza? La solución más simple era deshacerme de ese maldito feto, pero no era viable; ya antes había escuchado que cuando se llegaba a practicar una especie de aborto en las hadas solo acarreaba la muerte de ambos, por lo que no me arriesgaría a perder tan bello ejemplar.

-Tendrás que pagar eso también- le dije serio –Tú trabajas para mí, pero las reglas no mencionan nada sobre capturas con embarazos de por medio, así que si quieres que no me deshaga de eso, te esforzarás el doble y trabajaras por la vida de ambos-

-¡Lo haré!- respondió entusiasmado por mi respuesta, pues claramente no era algo que cualquiera aceptara tan fácilmente y menos sin haber rogado antes.

Eso me dejó pensando un momento; quizá estaba siendo demasiado benevolente.

-Bien, entonces continuemos- le dije mientras colocaba la pequeña caja que me servía de contenedor para instrumentos de curación y demás a un lado de mí mientras comenzaba a analizar cada parte de su cuerpo.

Era pequeño y suave. Podía pasar mis afiladas uñas y hundirlas en su blanca piel de una manera tan simple que si ponía un poco más de fuerza sin duda lo lastimaría. Lo examiné de pies a cabeza. Tan hermoso, completamente limpio y perfecto; sus cortas alas emplumadas reposaban en su espalda sin apenas moverse; el aroma de su piel era similar al de las flores, pero eso no era para asombrarse, después de todo era un hada, un hada que mientras yo gozaba con examinar, era invadido por la vergüenza. Su rostro estaba completamente ruborizado y si lo tocaba de pronto, se estremecía discretamente.

Nunca había visto reacción semejante en ninguna otra criatura, por lo que mi necesidad de averiguar hasta donde podía llegar creció. Sonreí y le pedí que subiera a mi cama mientras yo me paraba frente a él. Se sentó en la orilla y me miró.

-Abre tus piernas- le dije, gozando el momento en el que él me vio con temor y terminó por obedecer. Sabía que no tendría que repetírselo –Un poco más-

La vista era perfecta, tanto, que él había terminado por ocultar su rostro entre sus manos para tratar de minimizar inútilmente la vergüenza que sentía, misma que yo disfrutaba –No hagas eso, déjame ver tu rostro-

Lloraba apenado. Yo no lo estaba tocando, ni siquiera estaba cerca de él, pero con solo verlo era más que suficiente como para causarle esas sensaciones tan dolorosas. A mi parecer era la forma más hermosa de herir a un hada.

Relamí mis labios ante la idea de devorarlo, pero mi deseo me controló lo suficiente como para decidir “marcarlo” desde ahora.

-¿Sabes? No quisiera tener problemas de pertenencia tan pronto, así que creo que lo correcto es que te marque de una vez- sonreí avanzando hacia la cama –No recuerdo cuantas veces tengo que hacerlo ¿Puedes ayudarme?-

-Tres- sollozó en voz baja mientras intentaba encogerse, pero al posicionarme entre sus piernas lo detuve.

-¿Tres? Vaya que son muchas ¿Dónde sería un buen lugar para empezar?- sonreí subiendo sobre su cuerpo hasta su rostro –Podría ser en tu mejilla para que todos puedan verla, o un poco más oculta detrás de tu oreja- le dije mientras recorría con pequeños roces de mis labios todos los lugares que mencionaba –En tu cuello se vería bien, así también podrían verlo los demás. O un poco más abajo, en tu hombro; aunque eso dolería por unos días y seguramente limitaría tus tareas, así que mejor por ahora no será ahí. Mmmh… me parece que un buen lugar será aquí. Tus pezones son muy lindos y parecen felices- me burlé al notar que se habían erectado –Creo que esto te gustará- sonreí antes de clavar mis colmillos sobre su pectoral derecho, justo capturando su areola completa  en mi boca.

Mi lengua la rodeó hasta que terminó por masajear su pequeño botón, haciéndome succionar de él apropósito. De manera lujuriosa esperé que ya hubiera empezado a producir leche materna, pero no fue así. Quizá dentro de un par de semanas podría intentarlo de nuevo.

Escuché su prolongado gemido hasta que lo solté. Había dejado una marca perfecta.

Miré su dolorosa expresión mezclada con placer. Una extraña combinación al venir de un hada, pero para nada anormal después de todo.

-¿Dolió?- pregunté en una sonrisa mientras relamía mis labios para limpiar su dulce sangre. Él asintió en un sollozo, lo que me llevó a limpiar sus lágrimas con mi puntiaguda lengua –No llores…- le dije en un tono suave.

Era curioso. Realmente quería hacerle daño, quería escucharlo quejarse, verlo retorcerse, pero mientras más le hacía y humillaba, me daba cuenta de que la única manera en la que podía hacerlo era mediante la intensa ternura que me causaba y mi manera de expresárselo.

Me había deshecho de muchas hadas antes, pero ahora me era imposible si quiera herir a ésta.


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