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Amantes Destructivos por koru-chan

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Capítulo tres:


Un cobarde adiós


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El aire estaba denso, era sofocante estar ahí esperando por respuestas que nunca llegaban. Nos encontrábamos en una sala a la espera del obstetra de turno. Kyoko se hallaba recostada, pálida con los ojos opacos; inerte, perdida en un punto fijo sosteniendo su estómago. Ambos residíamos sumidos en un estado casi moribundo; inmersos en un mutismo crispado mientras los minutos transcurrían con demasiada lentitud.


—Buenos días—canturrió una voz femenina dando paso al sonido armónico de unos tacones, los cuales marcaron presencia dentro de aquel despacho despabilándonos de nuestro trance. Me levanté de un pequeño taburete mientras mi esposa aguardaba acostada; alerta. Encubriendo un rostro de apariencia apacible, dentro de todo el nerviosismo y miedo que se cargaba. Le tendí la mano a la impecable especialista y la doctora sonriente se acercó, cogió mi mano y con presteza le alzó el suéter descubriendo el pequeño estomago de mí mujer el cual palpó y posteriormente vertió gel sobre su expuesta dermis.


—¿Cuantos meses tienes?—preguntó quebrando aquel tenso ambiente al mismo tiempo que sacaba unos instrumentos y comenzaba auscultar sobre la sustancia esparcida recientemente.


—Cuatro… Cuatro meses—respondió.


—¿Es primera vez que vienen? Cuatro meses… Me parece curioso que no hayan hecho los estudios—entonó una trivial charla para amenizar el ambiente tenso paseando sus ojos hacia nuestros cuerpos rígidos


—No—exhalé—. Vinimos por un sangrado que tuvo, Kyoko—revelé viendo como la mujer despegaba sus labios entendiendo al fin nuestros semblantes llenos de agobio—. Fuimos a urgencias, pero como mi esposa no presentaba síntomas claros tuvimos que pedir una cita acá, pero al ser festivo fue algo complejo—concluí.


—Ya veo. Es por la fecha. Urgencias atiende hasta cierta hora. En la madrugada, es prácticamente imposible—contó y en aquel instante, en la pantalla, comenzaron a aparecer imágenes difusas y como un pequeño corazón latía con euforia—. No hay índices de pérdida, así que relájense. Todo está completamente en orden. Miren—nos indicó reafirmando sus palabras cuando la pequeña criatura nonata se mecía dentro del vientre de mi mujer. La médico nos miró sonriente—. Posiblemente podría haber sido algún hematoma…


—Pero no es normal…—se apresuró en decir afligida aún intranquila por el resiente susto.


—Es una instancia particular. Es extraño, pero hay mujeres que sangran todo su embarazo y el bebé nace sin complicaciones—esbozó afable. Concluyendo con el raudo procedimiento mientras yo permanecí impávido, pensando que posiblemente habría sido mejor que aquel infante ya no existiese; porque aquella criatura me hizo dudar el irme lejos y dejar todo.


Me excusé de aquella consulta  aún oprimido. Salí hacia el pasillo dejando tras mi espalda a mi esposa y la doctora quien le daba indicaciones banales a proceder. Y al transcurso de unos pasos me afirmé de la fría pared exhalando el aire que mis pulmones habían retenido. Me tomé el cabello con ambas manos y me prometí a mí mismo no volver a caer nuevamente en este bucle; dejaría de ver a Takanori…


Desde un principio todo había sido una maldita equivocación; jamás debía haberme casado con la chica que mi madre eligió, jamás debí haber tenido hijos con ella y nunca debí haber volteado a  ver aquel hombre porque él me hizo dar cuenta del error que era como persona.


Inspiré profundamente viendo como mi esposa salía de la sala, en la cual anteriormente habíamos estado, junto a una enfermera. Se veía débil y me apresuré en acercarme a ella.


No me podía quedar en los “hubiera”. Ya no podía hacer más que desaparecer de su vida, dejarlo libre y yo continuar con mi familia de forma correcta como siempre debió haber sido.


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—¿Necesitas algo más?—cuestioné acomodando una almohada tras su espalda para terminar cubriendo con el edredón su cuerpo. Ésta recostó su nuca y me miró dubitativa mientras negaba levemente—. Bien, voy a ir a buscar a Airi, y a contarles a mis padres que todo está bien. Me han estado llamando toda la madrugada hasta ahora—conté con intenciones de salir de la habitación cuando su mano cogió la mía deteniendo, en el acto, mis pasos.


—Por favor, dime la verdad—me giré viendo su rostro suplicante—... ¿Estás saliendo con alguien?—esa pregunta me heló por dentro, pero permanecí estoico por fuera.


—¿Qué dices?—suspiré negando—. Me junté con un amigo. Esa es la verdad. Bebimos, Y se nos pasó la hora charlando—concluí sin mucho detalle aquella mentira.


—¿Por qué no me dijiste? Yo…


—Quería un respiro, a veces me siento ahogado de todo y no creí que comprendieras que, en vísperas de navidad, me fuera a beber con alguien. Sé que fue un error. No volverá a pasar— acaricie su cabeza mientras ella asentía tragándose aquella farsa.


—Perdón por cómo me comporté—dijo somnolienta por los calmantes que le habían dado en la clínica. Negué con mi cabeza viendo como sus párpados caían y ella se acomodaba bajo las cálidas mantas.


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Los días y los meses habían transcurrido, y con ello, había decidido cambiar mi número telefónico y bloquear todo lo que tuviese el nombre de Takanori impreso. Me había desligado de él de forma física, pero de mi cabeza no me lo podía quitar, e incontables veces me había encontrado en un desliz inapropiado; lo buscaba, lo necesitaba, pero únicamente lo pensaba. Su imagen era imborrable; lo tenía siempre como tatuado a fuego y ardía dolorosamente…


—¡Papito!—miré hacia abajo de forma inmediata al oír aquella vocecita infantil que refunfuñaba.


—¿Qué pasó, cariño?—cuestioné aquella diminuta criatura viéndola como alzaba sus extremidades para que la cogiera en brazos. La alcé viendo como hacia mohines que me provocaron una sutil sonrisa.


—Vamos a los juegos…—dijo apuntando con su dedito hacia atrás.


—Sí. Vamos a ir. ¿Acaso no confías en mí?—vi como inflaba sus mejillas sonrosadas.


—Sí, pero…—murmuró dudosa.


—Tenemos que esperar a mamá que salga de esa tienda—informé acercándome a la vitrina de esa gran casa comercial esquivando a los miles de compradores que se paseaban por aquel concurrido centro. Intenté distraer a la menor paseándola de aquí para allá y en una de aquellas vueltas sentí que el corazón se me detuvo cuando esos conocidos ojos marrones me quedaron mirando con una sonrisa la cual, poco a poco, se borró al verme con una pequeña en brazos—. Mierda, mierda, MIERDA—bramé asfixiado en mi mente.


—Akira—pude ver como sus labios se abrieron cuando articularon mi nombre y como todo, automáticamente, transcurrió en cámara lenta a mi alrededor—… qué sorpresa—su voz sonaba absorta sin poder quitar la vista de la pequeña de cuatro años que sostenía sobre mi pecho—. Hola, bonita—saludó con una sonrisa a la infante quien algo cohibida meneo su manita en el aire y terminó ocultando su rostro en mi cuello—. ¿De compras?—me cuestionó como un encuentro casual con un amigo.


—Algo así…—entoné cortado cuestionándome el por qué Takanori permanecía impávido; sorprendido, pero sin un deje de odio y reproche en su semblante.


—¿Ella es tu hija?—entonó en un hilo delgado, casi inaudible como si mi mente culposa hubiese inventado aquella pregunta, pero sus expectantes ojos me corroboraron la reciente y real interrogante. Abrí mis labios para responder algo, lo que sea que me sacase de aquel incómodo momento, pero la llegada de un tercero me hizo callar; una imagen valía más que mil palabras…


—Amor, perdón por la demora. Había mucha gente y…—fruncí mis labios cuando mi esposa vio al menudo moreno frente a nosotros—. Hola…—saludó extrañada—. ¿Amigo tuyo?—lo observó algo esquiva mientras lo analizaba. Yo lo miré preocupado sin saber si decir que sí aquella pregunta.


—Hola. Sí, bueno algo así…—dijo rápido con una sonrisa enmarcando sus labios, pero una mirada tristona se hizo evidente en aquel cuadro de intención amistosa—. Un gusto conocerte. Son una muy linda pareja…—frunció los labios al concluir sus palabras dejándome completamente enmudecido.


—¡Papi, los juegos!—protestó la menor desligándonos de aquel ambiente incómodo.


—Sí, ahora vamos—le dije bajándola de mi regazo.


—¿Cómo te llamas, bonita?—me llamó la atención su voz viendo como cogía de la mano a la menor.


—Airi—murmuró bajito mi hija mientras Taka esbozaba un gesto dulce y buscaba algo en su bolso sacando, al fin, una pequeña paleta rosada. Se la entregó a la pequeña que sin dudarlo la recibió encantada haciendo que de inmediato mi esposa le quitase el envoltorio transparente.


—¿Cómo se dice, amor?—me dirigí a mi hija quien saltaba ansiosa a la espera de su caramelo.


—¡Gracias, gracias!—gritó recibiendo el dulce en la boca. Takanori concluyó despidiéndose haciéndole señas con su mano cuando comenzó a alejarse de nosotros junto a su progenitora.


—Tú hija es igual a ti—me miró, aquella ultima vez, con sus ojos vacíos—. Espero que sólo físicamente—remató desapareciendo entre la multitud mientras yo escuchaba a mi hija y a mi esposa llamarme tras mi espalda.


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—Mira a quién tenemos aquí—aquella entonación burlesca fue el recibimiento que tuve una vez dentro de aquella boutique.


—¿Está Takanori?—pregunté cerrando la puerta de cristal detrás de mi espalda mirando de reojo a ese entrometido amigo del moreno; siempre que veía su cara me daban ganas de molerlo a golpes y no dudaba que él deseaba hacer lo mismo conmigo. Éste, sin inmutarse, continúo acomodando algunos objetos en la vitrina—. Te pregunté…—antes de concluir vi como el solicitado salió detrás del mostrador con cajas sobre sus brazos. Impactado se detuvo a medio camino, me miró un par de segundos y prosiguió con su cometido; se acercó al desagradable castaño y dejó junto a él lo que cargaba para terminar susurrándole algo que no alcancé a oír.


—Pasa—se dirigió a mí y tornó sus pasos hacia una puerta abierta. Lo seguí siendo llevado a través de un umbral y llegamos a un lugar que parecía una bodega/taller—. Está un poco desordenado porque estamos cambiando el stock de la tienda—entonó acercándose a una silla la cual deslizó hacia fuera para que me sentara frente a lo que parecía ser una mesa regada de plantillas, telas, lápices, tijeras entre otras cosas. Taka comenzó a organizar todo terminando por preguntar sí quería café. Al término de sus palabras asentí mudo viendo como aquel menudo chico se desenvolvía con gracia dentro de aquel entorno. Esperé en silencio como el agua se calentaba observando como el dueño de aquel perímetro ordenaba un poco.


Después de unos minutos colocó una blanca taza frente a mí y vertió en ella un cálido y penetrante café que llegó a mis fosas nasales. Tomé una pequeña cuchara y mientras revolvía el contenido aromático miré de soslayo como el diminuto azabache se quedó de pie observando, inmerso, el brebaje que yacía dentro de su tazón el cual había contorneado con sus palmas. Suspiré sintiendo como éramos absorbidos, lenta y tortuosamente, a un incómodo silencio.


—Taka… Yo—intenté modular percibiendo como dejaba el recipiente tibio sobre la madera y se cruzaba de brazos.


—Creí que esto era demasiado bueno para ser ciento—emitió junto a una sonrisa melancólica—. Asumí que algo pasaba contigo y tus reiterativas evasivas; que nos juntásemos únicamente en un hotel se me hacía extraño, y más aún, tus constantes negaciones a ir a mi departamento y menos el llevarme a tu casa. Sabía que algo pasaba, que algo ocultabas… y lo entiendo. Eres un par de años mayor que yo y es lógico que ya tengas una familia. ¿Era lo que querías hablar conmigo meses atrás? Esperaba que quisieras terminar conmigo, no que tuvieras una doble vida. Eres… un cobarde—espetó serio, dolido. Golpee la madera de aquella mesa alzándome de sopetón de mi posición y con brusquedad cogí el cuello de la camisa de aquel sujeto quien no se inmutó y se quedó mirando el desastre que había dejado tras mi espalda: La taza de café rota en el suelo y el contenido derramándose sobre la  superficie. Desvió su mirada hacia mi molesto rostro y chistó con su lengua.


—No tienes ni un maldito derecho de llamarme cobarde—me hice el ofendido sabiendo que él estaba en lo correcto.


—¿No lo eres?—me desafió —. No eres capaz de asumir tú homosexualidad y terminas engañando a tu esposa. ¡Carajo tienes hijos, Akira!—me escupió con ira—. No por ser gay me voy a humillar y dejar usar cuando se te caliente el pene—escupió entre dientes.


—Llamaré a la policía—oí detrás al odioso amigo de aquel sujeto que aún tenía prisionero contra mi puño y la muralla. Takanori suspiró cogiendo con su palma el dorso de mi mano la cual tenía los nudillos blanquecinos por la fuerza e ira impresa en aquella acción.


—No pasa nada, Kouyou…


—¿Qué no pasa nada?—repitió alzando una ceja mientras analizaba la escena—. Márchate ahora, Suzuki si no quieres terminar en la cárcel—solté al prisionero para, embravecido, dirigirme aquel entrometido tipejo que siempre rondaba como un sucio mosquito. Había perdido la cordura y producto del cólera no me importaba, siquiera, perder si me acababa enfrentando con aquel sujeto.


—Basta—dijo la voz ahora detrás de mí—. Shima espera que terminemos de hablar. No te entrometas—pidió viendo como el estoico castaño inseguro desapareció de nuestra vista acotando un par de palabras:


—Si le vuelves a poner uno de tus malditos dedos encima, llamo a la policía y no te vendré a advertir. ¡¿Oíste, Suzuki?!—escuché su molesto timbre sonar desde el exterior de aquella área. Friccioné mi mandíbula y miré nuevamente aquel hombre el cual  me hacía titubear de mi templanza.


—Vete, ya no hay nada más que…—sellé sus labios reusándome a perderlo. Deleitándome con su dulzura, la cual no duró demasiado ya que podía sentir como el contrario luchaba para deshacerse de mi brusco agarre. Hasta que al fin se alejó de mí agitado. Se afirmó del borde de un mueble llevándose el dorso de su mano a su boca para limpiar esta de aquel invasivo gesto—. Antes, al menos, tenías la decencia de quitarte el anillo cuando me venías a ver—soltó haciéndome desviar la vista hacia aquella argolla que me indicaba que no era libre—… Márchate. Terminemos con esto—concluyó —. La verdad es que yo ya había asumido que no te volvería a ver después de lo del centro comercial—esbozó con una sonrisa fugaz—. Me sorprendió verte aquí… Después de tanto tiempo sin comunicarnos, después de tanto tiempo preguntándome que había hecho mal…


—Taka, nosotros podríamos…


—¿Seguir?—continuó mi frase desesperada—. ¿De qué hablas?—me miró con irritación—. ¿Sabes?, tengo un poco de dignidad— me apresuré para cogerlo de sus hombros y mirarlo con súplica—. ¿Te gustó reírte en mi cara, Akira? No porque sea gay soy un juguete sin sentimientos— murmuró herido.


—Lo sé. Lo sé, maldición…—jadee bajando mi cabeza.


—Mírate, eres un caos. Tú diminuta forma de pensar no pudo contra tú real naturaleza, Akira—emitió mientras lo observé malogrado—. Estoy seguro que te casaste con la primera mujer que pasó frente a tus ojos; tuviste hijos para cubrir tú homosexualidad y ahora estas aquí, intentando arreglar algo que jamás debió existir.

Notas finales:

¡Hola!

¡Feliz Navidad a todas mis hermosas lectoras!

Les traje este capítulo como regalo, espero que les haya gustado—a pesar de todo lo que acontece en el—

El siguiente capítulo será el último. La verdad, no contabilicé cuantos serian en total, pero mientras editaba este capítulo continúe leyendo mi borrador y, claro, el fic lo había terminado...

La próxima semana subiré el capítulo final. Muchas gracias por sus leídas y estar siempre por acá al pendiente.

Gracias Miss Vero Crue por tú bonis comentarios en Wattpad. Y a Freyja por ser tan dulce y comentar siempre por acá. ¡Son un verdadero amor!

PD: Por Wattpad publicaré el capítulo más tarde.

¡Nos leemos la próxima semana!

¡Un beso!


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