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El miedo a las cucarachas voladoras por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Y seguimos. =) .

Capitulo 2.

¿Ya se la chupaste a tu novio?

 

   Las nueve de la mañana le mostraba su reloj de pared. Casi media mañana y nada que llegaba el mensaje que había estado esperando por un día entero. Era una jodida putada. Así no podía trabajar. No podía concentrarse hasta no haber dejado bien montado su caso contra ese mocoso y su molesta familia.

   Arturo suspiró con disgusto. Media hora después, un mensaje llegó por fin. Sin embargo, no era el mensaje que el ansioso Alpha había estado esperando. ¿Cómo así que Antonio Olivares había pasado su caso a otro miembro de su buffette y no seguiría llevando su causa? ¿Acaso no le había quedado claro a ese hombre lo importante que era para él su futuro bebé? ¿Acaso había seguido dando una mala impresión a pesar de haber explicado bien cómo había sucedido todo?  Ya no sabía que más hacer. Sabía que se debía ver horrible que un hombre de su edad, casi treinta, se hubiera cogido a un adolescente de escuela, pero en serio  no lo pudo evitar. Jamás pensó que ese niño pudiera estar a la deriva en esa casa en pleno celo. ¿Qué clase de padres no evitaban algo así? ¿Los mismos que ahora iban a ser los más abnegados abuelos?

   Menuda mierda. Incluso estaba seguro de que ese muchacho tampoco quería asumir una responsabilidad tan grande siendo tan jovecito. El trato era bueno para todos.

   Gruñendo de pura rabia marcó el número de su secretario personal y lo hizo llegar hasta su oficina. Ricardo, que así se llamaba el beta, entró sin tocar a la puerta y con un asentimiento de cabeza escuchó atento a su joven jefe.

   —Llama al chofer de inmediato —ordenó Arturo, tomando su abrigo—. Nos vamos ya mismo a las oficinas principales de la firma Olivares & Ferreira. Antonio Olivares me va a decir en la cara por qué rechazó tomar mi caso personalmente. Creo que por lo menos me merezco eso.

   —Enseguida. Por cierto, ¿confirmo tu viaje a China o prefieres que mande a alguien más en representación de la empresa?

   —¿Viaje a China?

   —Sí, te lo dije hace dos días —se extrañó el beta—. Habrá un congreso continental en Pekin el fin de semana. Me dijiste que te gustaría ir.

   —¿Es serio? —Arturo se encogió de hombros mientras su mano derecha lo miraba con una ceja levantada. Arturo solía tener una memoria fotográfica; no olvidaría una conversación tan importante así como si nada. Es más, parecía que en verdad no podía recordar el tema en absoluto. ¿Sería acaso lo que estaba pensando?  

   Ricardo hizo un sutil mohín y luego  tomó su móvil, comunicándose con el chofer. El auto llegó en menos de tres minutos a los parqueaderos de los lujosos edificios de aquella compañía farmacéutica. Ya verían lo del viaje a China después de hablar con Antonio Olivares. Arturo necesitaba dejar ese asunto resuelto en caso de decidirse a realizar un viaje tan largo. No podía dejar ningún cabo suelto con respecto a ese asunto. Por cierto, ¿dónde había dejado el reloj de oro que le había regalado su madre?

 

 

 

   Camilo miraba el lujoso reloj que tenía en su muñeca. No tenía ni idea de donde había sacado ese objeto. Sus padres no se lo habían dado, de eso no tenía duda. Era cierto que a veces olvidaba algunas cosas y era un poco despistado de vez en cuando. Pero algo como eso no lo olvidaría nunca.

   Ese chico, Santiago Olivares se estaba tardando un poco. Estaba esperándolo en el lobby del edificio sede de la firma Olivares &Ferreira, donde se habían citado el día anterior. El chofer de Camilo los llevaría ese día a comprar todo lo que necesitaban para la dichosa feria escolar esa, pero si no se daban prisa, los cogería la hora pico entre compras y compras.

   Le mandó un mensaje de Wassapp al número que Santiago le había dado. No recibió respuesta. No era necesario. Santiago iba entrando en ese momento al edificio, y tras él, un hombre alto y elegante con un bebé en brazos, lo escoltaba. Era un Alpha. Su padre.

   “El famoso abogado, Antonio Olivares”, pensó Camilo mientras sus ojos escrutaban detenidamente al susodicho No recordaba haberlo visto en la escuela, pero supuso que era porque nunca se había interesado antes en el cerebrito numero uno que ahora tenía a su lado.

   —Hola, Camilo. ¿Me tardé mucho?

   Santiago saludó mientras Antonio se colocaba frente al par de adolescentes. Hasta ese momento, el Alpha sólo conocía a Camilo Arciniegas por el nombre. De momento, no tenía ningún referente visual como para reconocer al chico por su físico.

   —Mucho gusto —saludó, extendiendo su mano libre—. Hablé con tus padres esta mañana. Le he dado a Santiago una de mis tarjetas para que compren lo que necesiten. Más tarde me comunicaré con tus padres para ver cómo va todo. Santiago, llámame por si necesitas que tu abuelo te recoja. Y ahora, sostén un momento a tu hermano. Vuelvo enseguida.

   Entregándole a David, Antonio se fue de largo y tomó el ascensor. David comenzó a juguetear con los collares de su hermano mientras Santiago intentaba que no se los rompiera en mil pedazos. Camilo arqueó una ceja, dándose cuenta de inmediato que al parecer algo estaba pasando con aquella familia. El ambiente era muy tenso.

   —Ya basta, David. Quieto, no. Siento mucho que mi padre fuera tan seco —dijo Santiago, dirigiéndose a Camilo—. Tenemos una situación familiar compleja y está muy estresado.

   —No me interesa —replicó enseguida el otro omega, volviendo la mirada lejos del bebé—. Y no es necesario que molestes a tu abuelo. Mi chofer te llevará a tu casa una vez terminemos las compras. No te preocupes por eso.

   —No me preocupo, no es como si no pudiera toma un taxi —rodó los ojos Santiago—. Pero acepto tu amabilidad —anotó después—. Sólo hagamos esto más fácil para todos, ¿sí? Ya te dije que no voy a acusarte en la escuela.

   De nuevo, los ojos de Camilo se volvieron hacia Santiago. Estaba luchando duro por dejar a un lado su animadversión por el chico luego de que éste lo amenazara sutilmente con delatarlo por lo de su embarazo, pero no le era fácil confiar del todo. La presencia de ese bebé tampoco le ayudaba a relajarse. Desde lo ocurrido con su hermano, la presencia de niños pequeños lo ponía muy nervioso.

   —Lo siento. He vuelto a hablar con tu papá, muchacho; el chofer ya viene en camino. Espérenlo aquí.

   La voz de Antonio los sobresaltó a sus espaldas. El Aplha tomó al bebé de brazos de Santiago, despidiéndose con un beso de su hijo mayor.

   —Dale un beso a papá de mi parte —vibró la voz de Santiago—. Dile que lo quiero mucho.

   Antonio le dio un abrazo fuerte y luego asintió, despidiéndose parcamente de Camilo antes de irse del todo. Santiago sabía que a su padre le estaba costando horrores mostrar todas esa fortaleza. Podía oler su miedo, su preocupación. La idea de perder otro omega era terrible.

   —¿Qué sucede en tu casa? —inquirió Camilo, pretendiendo a pesar de su pregunta parecer desinteresado. Santiago sonrió un poco antes de responder. Camilo sintió que se le helaba la sangre. ¡¿El hombre que estaba entrando por la puerta era el que creía que era?!

 

 

   —Necesitamos ver de inmediato al señor, Antonio Olivares. ¿Podría anunciarnos, por favor?

   Ricardo se paró frente a la resección mientras su jefe, tras él, miraba hacia todos lados, tratando de ver si se encontraba casualmente con la figura de Antonio.

   —El doctor acaba de salir —contestó una chica omega, levantando la bocina de un teléfono—,  pero su secretaria ya me había avisado que vendrían —les sonrió amablemente—. Enseguida los anuncio. Pueden ir siguiendo si gustan. No se preocupen. El doctor Ferreira los está esperando. 

   El doctor Ferreira, pensó Arturo. Ese era el segundo socio de la prestigiosa firma de abogados y el miembro más importante del buffette después del propio Antonio Olivares. Sin duda, estaría muy bien representado por ese sujeto. No obstante, la rabia de sentirse menospreciado por el otro Alpha todavía era algo que le molestaba muchísimo.

   —Muchas gracias, señorita. Iremos siguiendo.

   El par de hombres se dirigió a los ascensores. En su paso por el lobby, Arturo sintió algo extraño que creyó reconocer de inmediato. El aroma; ese jodido aroma. ¡Estaba seguro! ¡Era él! El chiquillo ese estaba allí, en alguna parte de ese edificio. No iba olvidar ese jodido aroma en su vida y estaba seguro de que no estaba alucinando.

   Miró hacia todos lados antes de que las puertas del ascensor se abrieran y Ricardo lo interrogara con la mirada. No importaba. Apenas resolviera su asunto con el abogado iba a buscar a ese niño por todo el edificio si era preciso. Si esa familia estaba adelantando una demanda en su contra, que se prepararan, porque no se los dejaría fácil. Si acaso Antonio Olivares lo estaba rechazando para ponerse en su contra y defender a ese mocoso y a su familia, entonces que se preparar también él. Iba a derrotar a ese niño, a su familia y la firma legal más importante de la ciudad o se cambiaba el nombre si no lo lograba.

 

 

   —¿Qué es lo que pasa? ¿De quién nos escondemos? —preguntaba asustado Santiago, arrebujándose tras el sillón a donde lo había arrastrado Camilo.

   El omega estaba pálido y un ligero temblor lo sacudía entero. Su aroma estaba extendiéndose por todo el lugar; alertando incluso a otros Alphas que estaban cerca. Ya no estaba en celo, por supuesto. Sin embargo, el aroma era lo suficientemente fuerte como para llamar atenciones indeseadas.

   —El tipo que acaba de entrar es el padre de esta cosa que tengo en el vientre —escupió con rabia—. Mi papá ya había dicho que nos demandaría y creo que por eso está aquí. Es un cretino, pero me parece perfecto si se quiere quedar con este crio. El problema es que yo no pienso parirlo siquiera. ¡No pueden obligarme!

   Santiago se quedó frio con aquella revelación. No entendía qué estaba pasando entre Camilo y el padre de su bebé para que el Alpha quisiera demandarlo, pero la diferencia de edad entre ambos parecía dejar algo en claro.  Camilo y ese hombre no eran pareja.  Camilo estaba hablando de querer abortar. ¿Acaso había concebido a su hijo en circunstancias adversas? ¿Acaso habría sido un celo fuera de control la causa de su embarazo no deseado? ¿Quién había tenido la culpa: Camilo o ese Alpha? ¿Un menor de edad podía abortar sin la autorización de sus padres? ¿Sus padres estarían de acuerdo con que abortara?

   —Vamos, no pienso quedarme ni un minuto más aquí —apresuró Camilo.

   —¡Espera! ¿Qué haces? No podemos salir del edificio. Papá dijo…

   —¡¿Y siempre haces lo que dice tu papi?! —se crispó el otro omega—. No puedo dejar que ese hombre me vea aquí —explicó enseguida, un poco más calmado—. Quién sabe qué podría pensar.

   —Habla con él. Seguro podrían llegar a un entendido.

   —¿Estás loco? No pienso hablar con ese sujeto. No tengo nada que decirle. Ahora dime si vienes o no. No seguiré perdiendo el tiempo.

   Santiago asintió, resignado. Había una situación muy peliaguda entre esos dos y él había quedado irremediablemente en el medio. A los pocos segundos el par de omegas estaban a las afueras del consorcio de abogados, tratando de escabullirse entre el montón de gente que caminaba por aquel concurrido barrio financiero y comercial. Santiago no salía solo a no ser que fuera cerca de su casa. Por un barrio tan denso y tan transitado como aquel nunca iba solo. Aquella zona era peligrosa debido a lo concurrida que era. Los delincuentes sabían que por allí la gente  que pasaba siempre llevaba dinero o artículos de lujo. Antonio nunca lo dejaba andar solo por ese sector a no ser que estuviera acompañado por alguien.

   —Apestas —dijo Santiago, dirigiéndose a Camilo—. Los Alphas te miran raro.

   —Estoy nervioso, eso es todo. Ya se me pasará. Entremos a esta cafetería. Llamaré a Sergio. Nos recogerá aquí.

   Pidieron dos malteadas granizadas mientras esperaban. Santiago se tranquilizó al notar que el aroma de Camilo se diluía a medida que el muchacho se calmaba.  Tenía tantas ganas de preguntarle qué rayos era lo que había pasado con ese tipo pero no se atrevía a ser tan metiche. Camilo lo miró de soslayo mientras apuraba su bebida y su lengua chasqueó con irritación.  ¿En serio? ¿Estaba bromenado?

   —Hasta cuándo vas a aguantarte las ganas de preguntarme lo que te mueres por preguntarme.

   Santiago se puso como una grana. Su mirada se extravió tras su bebida.

   —No sé de qué estás hablando. No me interesa tu vida.

   —Claro que te interesa —Camilo sonrió de medio lado, sorbiendo con su pajilla—. ¿Quieres saber cómo se siente un celo con compañía, verdad? Te mueres por preguntarme eso, niño querubín.

   El claxon del auto de su chofer evitó que Camilo siguiera deleitándose en el rubor y la vergüenza del otro omega. Santiago pagó las bebidas con lo que le quedaba de su mesada y luego entró al auto de la familia Arciniegas sin volver a abrir la boca. Camilo se dedicó a mirar por la ventana mientras surcaban las grandes avenidas que los conducirían hacia la zona de los centros comerciales. Camilo había encontrado el talón de Aquiles del cerebrito del colegio y no iba a desaprovechar en fastidiarlo cada vez que pudiera. Le repugnaba el aire angelical de ese niño, su obediencia casi servil y su ingenuidad. No entendía cómo alguien podía ser tan genuinamente dócil. Por más omega que fuera, no le parecía normal.

   —¿Ya se la chupaste a tu novio? —preguntó de repente. Santiago lo miró con cara de completo espanto, mientras Camilo sonreía torcidamente—. Veo que no —suspiró, recostándose de nuevo contra su asiento—. Eres tan aburrido.

 

 

   —Señor, Cisneros. Buenos días, lo estaba esperando. Por favor, tome asiento.

   Arturo se sentó frente al pulcrísimo y ordenado escritorio mientras Ricardo intentaba contener la risa. Conociendo como conocía a su jefe sabía que el hombre debía estar, por lo menos, muy impresionado. La sociedad había avanzado muchísimo en cuanto al estatus social de los omegas, sin embargo, verlos en posiciones tan destacadas todavía generaba cierto impacto en los Alphas más tradicionales.

   No se podía decir sin embargo que Arturo fuera un Alpha tradicional. No obstante, ver que ese omega era el segundo socio más importante de aquella prestigiosa firma sí lo dejó impresionado. Sin duda estaba esperando encontrarse con otro Alpha.

   —Mi socio, el doctor Antonio Olivares, ha tenido algunos problemas familiares y por ello me ha cedido momentáneamente su representación.

   —¿Problemas familiares?

   El entrecejo de Arturo se contrajo. Bien, eso lo cambiaba todo. Entonces, eso significaba que el abogado no le estaba dando la patada por querer desestimar su caso. Motivos de fuerza mayor lo estaban alejando del asunto.

   —El esposo de mi socio ha tenido algunos impases de salud. Su embarazo no ha ido bien.

   —¿Antonio  Olivares tendrá otro hijo? Tenía entendido que su esposo le dio un hijo hace muy poco.

   —Así es —respondió el omega—. Pero Nicolás se embarazó de nuevo. Por desgracia este nuevo embarazo es muy riesgoso.

   Ricardo y Arturo se miraron a los ojos. Ni modo. Sería un verdadero desalmado si le pedía a ese hombre abandonar a su familia por atender sus asuntos. De estar en su situación, él también haría lo mismo.

   Bien. Aceptaría ponerse en manos de su nuevo abogado mientras las cosas con Olivares se solucionaban. Sólo esperaba que este nuevo licenciado fuera tan bueno como su socio.

 

 

 

   Nicolás llegó al hospital en compañía de Ismael y de su suegro. Mientras se ingresaba y esperaba el llamado, Antonio llegó con David.

   Ambos tenían unas ojeras espantosas como resultado de tres noches sin poder dormir casi nada. La decisión que debían tomar era la más dura de sus vidas. El primer día Nicolás no había parado de llorar y seguía haciéndole a ratos, incapaz de controlarse.

Antonio le dijo que no se apesadumbrara más; que no tenía que tomar una decisión de forma inmediata y que pedirían opiniones más especializadas. Jorge era un excelente doctor, pero su especialidad no era la obstetricia. Fue él mismo quien recomendó a una excelente colega que los citó para aquel día, solicitando una serie de estudios previos que el día anterior, Nicolás se había realizado.

   —¿Nicolás Olivares?

   Nicolás se sobresaltó nada más oír su nombre. Cada vez le resultaba más natural escuchar su apellido de casado, pero la situación lo tenía demasiado nervioso. Antonio le quitó a David de los brazos, antes de entregárselo a Javier. El omega dio un par de besos a su hijo, a su hermano y a su suegro antes de entrar al consultorio en compañía de su esposo. Entraron tomados de la mano. Iban a ser esto juntos, como la pareja que eran.

   —Nicolás… Antonio… bienvenidos. Por favor, tomen asiento.

   La regordeta mujer beta que los saludaba desde el otro lado de la mesa era una de las mejores ginecobstetras del país. Jorge había conseguido que atendiera el caso de Nicolás en tiempo record. Había pacientes que esperaban hasta por medio año para acceder a una cita con ella. La pareja asintió con la cabeza como agradecimiento. La doctora tomó la palabra.

   —Nicolás… Antonio. Sé que están pasando por un momento terrible. Sé que tienen que tomar una dura decisión sobre la que ni siquiera tienen todo el conocimiento y comprensión. Mi misión es, precisamente, esa;  que comprendan y que salgan de aquí sintiendo que tomaron la decisión adecuada.

   La mano diestra de Nicolás seguía entre las de Antonio. Sudaba y temblaba. Antonio la apretó con fuerza. Las preguntas de rigor surgieron. La doctora quería tener claro todos los detalles.

   —Nicolás, ¿a qué edad fue tu primer celo?

   —A los quince años.

   —¿A qué edad tuviste tu primera relación sexual?

   —A los dieciséis.

   —¿Cuántas parejas sexuales has tenido en total?

   —Cuatro.

   —¿Cuántas en el último año?

   —Una. Mi esposo.

   —¿Cuántas veces has estado embarazado?

   —Dos con esta.

   —¿Qué edad tiene tu primer bebé?

   —Diez meses.

   —¿Alguna vez has tenido una enfermedad de transmisión sexual?

   —No.

   —¿Usaste anticonceptivos alguna vez?

   —Sí, tomé pastillas cuando iba a la universidad. No quería un hijo sin haberme titulado.

   —Leí en tu expediente que el parto de tu bebé fue por cesárea, ¿verdad? ¿Por qué?

   —Era muy grande para que pudiera tenerlo normal. Pesó casi cuatro kilos.

   —¿Y aún lo estás lactando?

  —Sólo en las noches, pero ya empecé a destetarlo.

   La mujer paró el interrogatorio para leer algo en su historial clínico y realizar el examen físico. Nicolás escuchó de nuevo el rápido latir del corazón de su bebé y ésta vez, ni siquiera Antonio, pudo contener el llanto. La mujer se volvió a sentar y esperó a que su paciente volviera de cambiarse. Cuando volvió a hablarles,  Antonio la sintió como un juez cuando daba un veredicto de muerte.

   —Nicolás, seré sincera. Los resultados de tus exámenes no son nada alentadores. El problema de tu sangre es muy grave y en este punto el riesgo de hemorragias fatales es muy alto. Estuve comentando tu caso con un hematoncologo de mi entera confianza y él está de acuerdo conmigo.  Hay que empezar a tratarte lo antes posible con un medicamento que está absolutamente contraindicado en el embarazo.  Hacer un legrado también es peligroso; pero es más peligroso dejar evolucionar el embarazo. Sería conveniente colocarte primero dos dosis iníciales del tratamiento antes de realizar el legrado. De esta forma reduciríamos riesgos.

   —¿Entonces… ?

   La voz de Nicolás se quebró; sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

   —Entonces, estás escuchando mi opinión como doctor. Mi respuesta como galeno y como ser humano es que respetaremos la decisión que tomen. La recomendación en consenso es interrumpir el embarazo. Eres un hombre joven aún con un bebé que te necesita y con un esposo que está mudo de terror. No pienses sólo en ti está vez, Nicolás. Piensa en tu familia. En estos casos, ayuda mucho pensar de forma colectiva, créeme.

   Nicolás asintió. Sabía que así era. Por más que le doliera,  la culpa de lo que estaba pasando era suya y sólo suya. No podía hacer que su familia pagara por sus errores pasados. Los instintos de Antonio iban a terminar aflorando, quisiera o no, y el Alpha terminaría por usar su “voz comando” para salvarle la  vida si era necesario.

   No era justo que Antonio tuviera que cargar con algo como eso. Con la culpa de haber matado a su propio hijo. No era justo. Antonio no tenía la culpa. El uso indiscriminado de supresores fue lo que lo llevó a eso y él tenía entera responsabilidad por ello.

   Su voz sonó casi como un susurro cuando lo dijo. Sus manos temblaban cuando firmó el consentimiento para el legrado.

   —¿Puedo oírlo por última vez? —pidió sollozando.

   La doctora asintió, señalándole la camilla.

 

 

   Continuará…

 

 

Notas finales:

Bueno, sigue dramático el asunto. Pero mejorará... un poco. XDDD. 

   Para explicar un poco el asunto de la “voz comando”, también conocida como “voz Alpha”, explicaré que en este universo mío sólo es legal usarla cuando el Alpha piensa que su omega corre peligro.  De otro modo es ilegal y afecta la psiquis el sistema neurológico del omega. Pondré más cositas al respecto más adelante.

   También están viendo que este universo se expande y ya vemos a más betas y mujeres Alphas. Poco a poco iré entrando en detalle sobre las relaciones entre estas clases de humanos y cómo se desenvuelve esta sociedad.

   Gracias por leer. Besitos gigantes.    


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