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El miedo a las cucarachas voladoras por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola. Volví. 

En este cap, conoceremos un poco a los papis de Camilo. 

 Capitulo 3.

 Los Arciniegas.

 

   Al llegar a casa lo primero que notaron era que Camilo no había llegado aún. La reunión había terminado más rápido de lo previsto y el almuerzo realmente estuvo fatal.

   Cesar Arciniegas fue el primero en entrar a la habitación, seguido luego de Cristóbal, su omega. Ambos comenzaron a desvestirse en silencio, cada uno en un pedazo de espacio personal; como si estuvieran solos.

   Cristóbal entró al cuarto de baño y usó el inodoro. Tardó  un par de minutos vaciando su vejiga y luego cruzó por delante de su marido hasta alcanzar su  mesa de noche. El retrato de sus dos hijos estaba sobre ella; era el único retrato de Daniel que seguía en esa casa. Cesar quiso sacarlo una vez y deshacerse de él. Cristóbal le dio un puñetazo en la boca que le quebró un diente.

   Nunca más se volvió a tocar el tema. El retrato siguió intocable es su sitio.

   Cristóbal se deshizo de su reloj y lo puso frente al retrato de sus hijos. Miró el reloj. Faltaban quince minutos para las dos de la tarde.

   —La comida fue espantosa. —Cesar masculló, despojándose de su chaqueta.

   —Lo fue —convino su esposo, deshaciéndose de un par de anillos.  

   —Mañana habrá una cena con los socios de la petrolera —anunció con parquedad.

   —¿Tengo que ir? —preguntó el omega.

   —Tienes.  

   No se dijeron nada más. Cristóbal terminó de cambiarse y salió del cuarto cerrando tras de él.  Aquella había sido una conversación más larga de lo usual. Desde lo de Camilo, habían empezado a hablar un poco más. Hablar sin pelear, por lo menos. Cristóbal sabía que Cesar lo culpaba por lo ocurrido. Aunque no lo dijera con palabras. Lo culpaba como seguía culpándolo por lo que había pasado diez años atrás. ¡Qué idiotez! Seguir aparentando que eran un matrimonio sano después de aquella desgracia. Cristóbal no había tenido el valor para separarse aquella vez. ¿La tenía ahora?

   La puerta se abrió justo cuando iba bajando por las escaleras. El par de rostros juveniles, escoltados por el chofer y guardaespaldas personal de su hijo, aparecieron silenciosos. Venían cargados de bolsas y paquetes; casi una papelería entera. La mucama llegó para ayudarlos, el amigo de su hijo asintió respetuosamente, dirigiéndole un saludo. Era un bonito chico.

   —Buenas tardes, señor. Soy Santiago Olivares; compañero de Camilo.

   Camilo bufó. Sus amigos siempre quedaban fascinados con la belleza de su papá y esta vez tampoco había sudo la excepción. Cristóbal pareció captarlo y sólo asintió a modo de respuesta. Camilo tomó a Santiago del brazo y lo arrastró con él a su habitación. Santiago frunció el ceño y cruzó sus brazos sobre su pecho. Ni en sus más locos sueños sería capaz de llegar a ese extremo de grosería con sus padres. Era cierto que había estado un poco rebelde desde que empezó su relación con Andrés, pero nunca a ese nivel. Antonio lo pondría sobre sus piernas y lo nalguearía como si tuviera tres años si llegaba a portarse tan altanero.

   —Tu papá es locamente bello —anotó Santiago, impresionado aún—. ¿Siempre eres tan hostil con él? —Inquirió luego a modo de reproche—. Mi papá biológico también parecía modelo de revista. Deberías tratarlo mejor.

    Camilo miró al otro omega de soslayo; luego chasqueó la lengua.

   —Puedo ser peor y si me vas a venir con el cuento de “yo daría todo por tener a mi papá vivo y jamás lo trataría así”, ahórratelo. Tu historia lacrimógena no me interesa y tampoco es tu problema cómo trato a mis padres.

   Perfecto. Un imbécil monumental. A Santiago ya no le quedó duda de ello. Terminaría cuanto antes la preparación de la feria y luego se olvidaría para siempre que alguna vez tuvo que cruzar palabra con ese idiota altanero y maleducado. Se adelantó y empezó a sacar las cosas que habían comprado, ordenándolas sobre un escritorio grande que estaba junto al balcón de la recamara. Era una linda habitación, eso no lo podía dejar de percibir.

   —Mi papá me odia —dijo de repente Camilo. Su respiración se había vuelto un poco errática y había un inquietante temblor en sus manos. Su vista estaba fija en las cartulinas y los marcadores que empezó a desempacar. Una solitaria lágrima estaba sobre su mejilla. ¡No era una ilusión!

   Santiago intentó acercarse pero para ese momento Camilo se había vuelto a cerrar. Con rabia limpió la lágrima de su mejilla y se fue al cuarto de baño.

   Santiago se quedó mudo. ¡Por todos los cielos! ¡¿Qué rayos había sido eso?! Camilo Arciniegas, el niño problema y el mayor dolor en el culo de su escuela había llorado. ¡Y frente a él! Ese tenía que ser realmente un momento valioso para sus memorias. Ahora tenía dos secretos de ese chico en sus manos. Dos secretos valiosos que le servirían para tenerlo controlado cuando el muy idiota se pusiera grosero y pesado. ¡Sí! ¡Excelente!

   Algo en su pecho punzó. Se sentía mal. Juzgaba tanto a Camilo pero él se estaba comportando como un mezquino. Camilo lucía verdaderamente mortificado cuando dijo esas palabras. “Mi papá me odia”. ¡No! ¡Imposible! ¿Qué clase de papá odiaba a su propio hijo? ¿Qué clase de familia era esta? El hombre que le había saludado en la escalera era bello y educado. No parecía como alguien capaz de tener odio por un ser al que había tenido en sus entrañas y había traído a la vida. ¿Qué estaba pasando allí? ¿Por qué Camilo decía esas cosas?

   Camilo salió del baño. ¡Malditas hormonas! ¿Iban a empezar a joderlo tan temprano? Definitivamente tendría que sacarse ese parásito cuanto antes. Santiago Olivares lo estaba mirando como a un bicho raro y no era para menos. ¡Agrr! ¡Le enfurecía! ¡Odiaba cuando la gente lo miraba con esa condescendencia! ¡A la mierda con ellos! No necesitaba esa basura y le mortificaba pensar que sus hormonas pudieran dejarlo expuesto muchas veces más.

   Volvió a su quehacer, moviéndose como si nada hubiera pasado. Santiago lo miraba con estupor, como si viera a un fantasma.

   —Bueno… ¿por dónde vamos a empezar? —inquirió el anfitrión en un vano intento de despejar de una vez el ambiente enrarecido. Santiago se encogió de hombros y sus ojos no dejaron de escrutar silenciosamente al otro omega.

   —No lo sé —dijo por fin. Camilo sintió que esa era la respuesta para otra pregunta.

 

 

   Nicolás aspiró de nuevo el embriagador y fascinante aroma.  Los Alphas eran criaturas increíbles. Eran casi siempre parcos y adustos, pero con su aroma podían decir más que mil palabras. Y Antonio lo estaba haciendo en ese momento. ¡Y eso que llevaba horas fuera de casa!

   Desde que volvieron del hospital, tres días atrás, los instintos protectores del Alpha no habían hecho más que aumentar y aumentar. El pobre ni siquiera era consciente de ello, pero todos los demás omegas de la casa sí. El aroma lo envolvía todo, tranquilizando el corazón apesadumbrado de Nicolás. El omega seguía triste y angustiado. Pero ahora, gracias a ese aroma, el sentimiento era soportable.

   Aún no había abortado. Tenía que esperar una semana y media para hacerlo. Cuando su cuerpo estuviera más fortalecido por el nuevo medicamento y los riesgos de hemorragias fueran menores. Sin embargo, la espera era terrible. El haber tenido que dilatar el proceso sólo lo hacía todo más amargo y terrible. La pesadilla era constante. El deseo de arrepentirse y rechazar los consejos médicos era una vocecita constante en su mente.

   Nicolás acarició su vientre y se acurrucó contra la almohada. David estaba tomando un paseo con su abuelo, Santiago estaba en la escuela y Antonio había ido un rato a su despacho. Eran en esos momentos de soledad en los que su mente más divagaba y se perdía en la angustia. Si no hubiera sido tan tonto poniendo su salud en riesgo con esos malditos supresores, nada de esto le hubiera sucedido.

   “Tampoco hubieras estado con Antonio ni tenido a David”, reflexionó para sus adentros, encontrándose razón. La verdad, llorar sobre la leche derramada no serviría de nada más que para mortificarlo. En la vida todo tenía una consecuencia; y tenías que vivir con las consecuencias de tus actos, buenos y malos, quisieras o no.

   El  intercomunicador a portería sonó en ese momento. Nicolás esperó a que el celador del condomino hablara, dando su mensaje, pero el pedido que le hizo, realmente lo sorprendió.    

   —Hay un hombre preguntando por usted o por el Doctor Antonio, señor Olivares —dijo el hombre, haciendo una pausa—. Y parece un tipo muy ricachón —susurró al final, como si no quisiera ser escuchado—; trae escoltas y todo.

   Nicolás frunció el ceño. Antonio y él no eran precisamente unos pobretones, pero no solían hacer demasiado alarde de sus bienes, ni frecuentar amistades que llegaran escoltados y en autos de último modelo. Curioso, decidió entonces asomarse por el balcón de su departamento y reparar con ojos propios lo que le contaba su celador. En efecto, había dos autos parqueados frente al complejo de apartamentos donde vivía. Podía ver a un omega muy elegante fuera de uno de los autos. Un abrigo de piel lo envolvía. Uno que debía ser la mitad de caro que sus autos.

   —Hágalo pasar, Pablo —pidió finalmente, yendo a su habitación a cambiarse—. Estaré listo enseguida.

   Tres minutos después, Nicolás le abría la puerta al omega más hermoso y elegante que había visto en su vida. No se consideraba a sí mismo un moco ni mucho menos, pero al lado de ese omega, él y todos los omegas que hubiera visto hasta ese momento parecían poca cosa.

   El hombre se identificó como el papá de Camilo Arciniegas, el chico con el que Santiago se había estado reuniendo todos esos días.  Parecía incomodo pero a la vez muy preocupado. Se notaba que había estado llorando o que mínimo estaba resfriado. Nicolás trató de ser todo lo prudente que pudo, pero no le funcionó. El también era un papá. La obvia preocupación del sujeto lo envolvió.

   —Lamento incomodarlo, señor Nicolás. Camilo discutió con su padre y conmigo ayer en la tarde y se fue de casa. Ya sabe cómo son los chicos —intentó sonreír sin humor—. Pensé que podía estar aquí. Ha estado trabajando en un proyecto con su hijo y se han vuelto algo cercanos.

   Nicolás asintió lentamente. Invitó al otro omega a sentarse pero el susodicho hizo un gesto de agradecimiento, mostrando apremio.

    —Lamento no haber podido ayudarlo —se excuso entonces Nicolás, a modo de despedida—.  Si llego a saber algo de su hijo me comunicaré enseguida. Mi esposo tiene sus números.

   —Se lo agradecería mucho —asintió Cristóbal, inclinando un poco la cabeza—. Le agradezco si puede mantener esto en la más absoluta confidencialidad. Como podrá ver, no queremos escándalos.    

—Conozco a un policía muy bueno —recordó Nicolás de repente—. Tranquilo, es mi cuñado. Será discreto.

   El rostro de Cristóbal se contrajo. No le restaba belleza, pero si le agriaba las facciones. Pareció que estaba pensándose muy en serio la propuesta de Nicolás. Y parecía también que involucrar a la policía no era algo que le resultara agradable.

   —Creo que no será necesario —rechazó finalmente—. Conozco a un investigador muy bueno por si llego a necesitarlo. Camilo debe estar en casa de alguno de sus amigos; estoy seguro. Sólo quiere castigarnos a su padre y a mí. Está en una fase extremadamente rebelde.

   Nicolás sonrió. Algo le decía que ese hombre se estaba muriendo de miedo y toda esa tranquilidad era solo una absurda máscara de apariencias. Había pasado tantos años suprimiendo sus emociones y sentimientos como para no reconocer cuando otros hacían lo mismo. Se dijo a sí mismo que no era su problema, que no debía presionar ni entrometerse en la vida de esas personas. Su resolución se fue al carajo cuando vio el fino temblor en las manos del hombre. ¡El pobre estaba sufriendo sin poder gritarle al mundo su sufrimiento! Nicolás estaba a punto de perder a su bebito no nacido. Tendría que ser un pedazo de piedra para no empatizar con ese sufrimiento.

   —Espere —Nicolás fue a la barra de su cocina y tomó lápiz y papel. Rápidamente anotó su número personal y se lo pasó a su acompañante. Cristóbal miró el papel, tomándolo con gesto de estupor. Se sintió abrumadoramente descubierto. Hacía años no se sentía así.

   —Lámeme por si necesita ayuda. No importa la hora. Estaré pendiente.

   —No quiero incomodarlo.

   —No lo hará. Por favor. Camilo va a aparecer, estoy seguro. Pero si se tarda demasiado, en serio que mi cuñado puede ayudarle. Puede confiar en mi familia. Somos personas discretas.

   Cristóbal asintió y agradeció antes de dar media vuelta y partir. En el modo de andar del omega, Nicolás vio el peso de una carga terrible; una carga invisible que no era detectada por todo el mundo pero que estaba allí; crónica y dura.

   Se preguntó de qué podría tratarse. Qué podía hacer que ese omega lleno de belleza y elegancia parecía llevar el mundo a cuestas.

   Cerró la puerta tras despedir a su invitado y volvió a su cama. Se quedó dormido antes de ser despertado de nuevo por el llanto de su bebé. David estaba en brazos de su abuelo, con su camisa llena de papilla. Javier lo puso en su cuna antes de dirigirse al closet en busca de prendas limpias. Al reparar en su yerno, el rostro del anciano se contrajo en un mohín. No le gustaba ver a Nicolás fuera de la cama. No le gustaba en lo absoluto.

   —No tenias por qué levantarte, hijito. Sabes que tengo todo bajo control aquí.

   La pequeña sonrisa de Nicolás respondió por él. No dudaba de que su suegro lo hiciera de maravilla, sin embargo, ya no estaba tan joven para esos menesteres. Antonio había hablado de contratar a una niñera mientras Nicolás se recuperaba de nuevo, pero la sola idea hizo que su padre no le hablara por dos días. “¿Es que acaso estoy pintando?”, había dicho con resentimiento, y Antonio y Nicolás dejaron el tema de lado. No tenían energías para lidiar con discusiones así.    

   —Hoy sangré un poquito por la nariz —dijo Nicolás con un amargo malestar en la voz—. No fue gran cosa pero lo suficiente para recordarme lo que haré —anotó después.

   Javier terminó de cambiar la ropa de su nieto y de inmediato se volteó, obsequiándole la mirada más sedosa a su yerno.

   —Perdí un bebé antes de tener a Luis —confesó suavemente—. Fue un dolor terrible pero el tiempo curó mi sufrimiento.

   —No quiero sacarlo de mi vientre —sollozó audiblemente Nicolás, alarmando visiblemente a su otro hijo.

   —Por supuesto que no quieres eso —se apresuró Javier, consolándolo entres sus brazos—. Pero eres un hombre fuerte. Uno de los más fuertes que he conocido.

   —¿No me odia por lo que está pasando? ¿No cree que todo esto sea mi culpa?

   Javier separó a Nicolás de su abrazo. Sus ojos lo miraron con dulzura.

   —Somos lo que vivimos, hijito. Nada más. No te atormentes ahora. La verdadera tempestad vendrá luego. Y tendrás que vivir con ello.

   Nicolás asintió, abrazando de nuevo al viejo omega. Sus ojos se posaron en su pequeño David, quien miraba confundido al par de adultos. Era él lo más importante ahora, en lo que debía pensar.

   Acercándose, lo tomó en brazos y lo mimó. Su teléfono móvil sonó y aún con su niño en brazos lo descolgó. La voz de Cristóbal Arciniegas en verdad lo sorprendió. Más lo hizo su llanto.

   —¿Aún sigue en pie su propuesta de ayudarme con su cuñado?

   Nicolás asintió impávido y de sus labios sólo broto un seco: “Sí”.

   —Ya sé quien tiene a mi hijo —dijo el hombre con un sollozo. Su voz contenida de ira—¡Quiero a ese malnacido preso!

  

  

   Después de discutir por enésima vez con su papá por el tema del aborto, Camilo burló la seguridad de sus guardias y escapó de casa. Había encontrado por internet información sobre un sitio clandestino para abortar. Estaba decidido, no podía pasar un día más con esa cosa en el vientre.

   Sus manos sudaban, el latir de su corazón se hacía galopante y medicamente alarmante.  Mientras caminaba por las callejuelas de aquel barrio, se topó con un parque. Los niños gritaban y correteaban por todos lados. La risa de los pequeños le provocó nauseas. Los odiaba.

   Camilo llegó al lugar y habló con una mujer que le tomó sus datos y le pidió el dinero. Niñatos idiotas llegaban todos los días a ese lugar como para lucir sorprendida por un menor de edad allí. Lo importante era que tuvieran dinero y Camilo lo tenía de sobra.

   El sitio era horrible. No estaba sucio, todo lo contrario, era aséptico hasta la nausea; blanco y sin vida. Como lo que allí  hacían.

   Las manos de Camilo empezaron a sudar más. El lugar y sus horribles paredes brillantes comenzaron a encogerse sobre él. Una voz conocida llegó de algún lugar de su mente para ponerlo todo aún peor: “Hermanito”, ¿Hermanito, por qué? ¿Por qué? El resto de su cuerpo comenzó a sudar también. Su estomago se contrajo y un sabor a bilis inundó en su garganta.

   Camilo intentó reprimir la arcada pero no lo logró. Vomito sobre el impecable piso pulido, produciendo sonidos de disgusto en el resto de la gente que esperaba su turno. Alguien por allí lo expresó en palabras. “Qué asco“. Pero Camilo no supo quién de todos fue, ni le importaba.

   Cuando se le hizo imposible respirar, su pecho ardió y la puerta se le hizo lejana. Alguien le hablaba pero sus oídos eran ajenos a todo llamado. Con las pocas fuerzas que le quedaban, empujó la acristalada puerta de la entrada y salió de nuevo al aire libre. Sintió que se desmayaba. Sus piernas flaquearon y se sintió demasiado débil para seguir en pie. Perdió el equilibrio, pero antes de tocar el pavimento, unos fuertes brazos como garras detuvieron su llegada al suelo. Los impresionantes ojos azules de un Alpha lo miraban con infinita rabia. El hombre, tan dolorosamente conocido, respiraba con una tensión que no era más que ira contenida.

   —¿Qué hiciste, mocoso? ¡Dime qué hiciste! —exigió Arturo, zarandeando al chico. Camilo gimió pesadamente antes de volver a vomitar copiosamente. Arturo quedó pálido, sin habla y hecho un lio asqueroso. Camilo estaba inconsciente entre sus brazos, tembloroso, gimoteante y adorablemente indefenso.

   Arturo se quedó sin aliento. Algo en su pecho gimió.

   “Mío”, dijo una voz interior. Arturo jadeó. No. No podía ser.

 

  

   Continuará…

Notas finales:

Gracias por leer y comentar. 


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