Su flequillo había crecido bastante desde la primera vez que se puso el uniforme con la rosacruz. Mechones de cabello blanco ahora ocultaban unos cansados ojos plateados. Sus manos parecían moverse por si solas, haciendo que el piano bajo ellas susurrara una melodía por toda el arca al tiempo que una cálida luz envolvía los pedazos desmoronados de la ciudadela y los regresaba a su sitio.
Una voz cantaba en su mente.
"Así queelpequeñoen un sueño sumergido esta,
entre la luz y grises cenizas de dolor.
Vio uno, y dos rostros.
Entre todos solo uno es su verdadero yo.
Aún quedan mil sueños para recorrerlos,
Sueña, sueña siempre.
Plateados ojos sueñan temblando en la noche,
Verán algo irreal en su propio mundo ideal,
Inmerso en la ilusión no quiere despertar.
Sigue ahí, durmiendo,
Así que tu sueño cuidaré.
A Dios rezaré por tu bienestar,
Enseña a este niño lo que es amar,
Sella sus manos con un beso"
Debía estar feliz, feliz por frustrar los planes del conde, feliz de salvar a sus amigos. Pero la canción que interpretaba transmitía un sentimiento distinto... Era difícil ponerle nombre. Se trataba de algo que había enterrado en su corazón y que había aprendido a ocultar con falsas sonrisas.
El espejo de la blanca habitación, donde él se encontraba de pie tocando el piano, no reflejaba su uniforme negro, maltratado a tal grado que no dejaba lugar a dudas sobre cuan difícil había sido la previa batalla. En su lugar había una silueta negra vestida de blanco: una sombra con una sonrisa inquietante.
"¿Quién eres?..."
.........
En algún lugar de aquella dimensión despertó un pelirrojo abatido por la lucha. Su cabello rebelde había terminado peor que antes pues la bandana que debía retenerlo estaba ahora en su cuello, dejándo caer cascadas rojizas que enmarcaban perfectamente el color esmeralda de su ojo.
-La ciudad destruida esta regresando. - susurró para sí mismo -¿Qué esta pasando? - Incredulo veía como los edificios destruídos se levantaban nuevamente.
Mientras se esforzaba en comprender la situación, el último recuerdo registrado asaltó de pronto su mente.
-¡¡¡LAVIIII!!! - lo escuchó gritar con horror mientras OdzuchiKodzuchi se hacía añicos en la mano de mismo joven exorcista que intentaba en vano salvarlo. Lágrimas de aquellos ojos plateados caían junto con él al abismo.
Lo que más lamentaba el pelirrojo no era el hecho de haber destruido su inocencia posiblemente más allá de poder ser reparada, o que por ello Bookman se enfadaría como nunca con él, por haber perdido su fachada de exorcista. No, lo que más le dolía era recordar la expresión del muchacho que extendía su mano hacia él. "Si tan solo hubiera sido más fuerte no lo habría hecho llorar... Las lágrimas no van con él, una sonrisa le queda mejor", pensó y aunque estaba feliz de vivir para poder ver nuevamente esa encantadora sonrisa, la música al fondo del arca le dejó una sensación desconocida.
"...Enseña a este niño lo que es amar,
Sella sus manos con un beso"
- Allen - el nombre escapó suavemente de sus labios.
Apoyando la mano en un pilar, el pelirrojo contemplaba la reconstrucción del arca. Un extraño sentimiento oprimía su pecho.