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En la mira por Shinjimasu

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Las liebres eran excelentes.

El sabor a sangre era tan delicioso. La carne suave,  los huesos frágiles, el aroma a frutas. Había valido la pena comerlo antes de devorarlo, pues de alguna manera su sabor era diferente y por demás exquisito, lo que hizo sentir al lobo muy bien, mejor de lo que llegó a creer. Finalmente su esfuerzo sí valió la pena.

Decidió dar un recorrido por su territorio y asegurarse de que todo estuviera en orden: los cazadores seguían en el bosque y no estaba de más echar un vistazo para asegurarse que aún no habían llegado hasta él y deshacerse de las trampas que pudiera encontrar.

Una vez convencido de que todo estaba en orden decidió regresar. Después de todo ya era un poco tarde. Caminó una distancia promedio y llegó a la entrada de un tronco derribado, no muy lejos de su refugio. Se estiró antes de entrar, bostezó y se recostó sobre la corteza. Tenía sueño; esos habían sido dos días difíciles.

Su mente lo confundía y parecía que de verdad estaba sucediendo todo eso por culpa suya. Era posible después de todo: pudo haberse disculpado en ese momento, pero ni siquiera estaba seguro sobre qué disculparse. No sabía lo que sentía, no sabía qué quería. Había culpado a la liebre por tener sentimientos incorrectos hacia él en cuando los había tenido por ese joven lobo desde mucho tiempo antes, pero ahora ¿Qué clase de relación era la correcta tener? Quizá todo habría resultado más sencillo si se hubiera comido a la liebre desde un principio.

Bajo esos pensamientos se quedó dormido, no hubo sueño para él y despertó algunas horas después. Creía haber escuchado algo, pero ahora parecía solo un vago sonido. Lo más seguro era volver al refugio.

Bajó del tronco con dirección a casa, pero seguía sin saber cuál sería la mejor respuesta para darle a la desconsolada liebre que se negaba a salir desde hacía un par de días. Su pesar era la razón por la que el lobo estaba fuera casi todo el tiempo, expulsado de su propio hogar.

Se mantuvo a paso normal por un rato, pero al descubrir un terrible aroma en el aire no pudo evitar querer aparecer en su refugio cuanto antes. Mientras más corría el aroma se hacía más fuerte; no podía ser verdad, no ahora, no así.

Cuando llegó todo estaba infestado de presencias ajenas. Se precipitó al interior, pero la escena ante sus ojos fue suficiente como para petrificarlo: el suelo, los muros, manchados por ese color rojizo que ahora le parecía repugnante; las señales de una batalla, una persecución en su propia guarida. La cama semi destrozada, los rasguños frescos, incluso los sonidos de gruñidos parecían permanecer concentrados dentro con la única finalidad de perturbarlo. Solo eso y nada más. Se quedó quieto, inmóvil, tratando de despertar de esa pesadilla si es que lo era, pero esperanzarse a eso solo le haría sentir más caos.

Dónde… ¿Dónde estaban? Sabía que habían sido ellos, seguro que lo fueron, solo ellos se atreverían a entrar en un territorio tan marcado, solo ellos se atreverían a provocar a una criatura como él. Y lo habían logrado.

Nadie tenía derecho a decidir sobre él, nadie que no fuera él mismo y ahora, sea quien fuera debería pagar. Desde que había abandonado su manada había dejado de hacerlo innecesariamente, comenzaba a reformarse, pero ahora, justo por eso, haría lo único que sabía hacer: asesinar.

Apenas tuvo que rastrear por unos segundos para encontrar el camino que tomaron y emprendió la persecución. No debían estar lejos.

Él siempre fue así, inquieto, impulsivo. Desde pequeño había tenido que aprender a valerse por sí mismo, obligado a sobrevivir por su cuenta bajo malas experiencias con cazadores que intentaron deshacerse de él cuando era muy pequeño, pero lo único que habían logrado fue crear una bestia peligrosa. La captura, el entrenamiento, el deseo por hacer una criatura que despedazara sin piedad, que no se limitara por tamaños y que fuera capaz de destrozar perros de pelea… quizá hubiera muerto enjaulado de no haber escapado justo a tiempo.

Cuando fue acogido por un grupo, encontrado con pocas esperanzas de vida, decidió usar esas habilidades para su supervivencia y para proteger a quienes lo habían protegido.

Con el paso de los años y así como es la naturaleza, esos primeros lobos que habían cuidado de él fueron muriendo, dejando el mando a otras generaciones que poco a poco encontraron el potencial suficiente en él para hacerlo la mejor arma para cazar y defender a los más jóvenes. Al lobo no le molestaba, se trataba de lo más cercano a una familia y bien podría pelear por ellos; no había nadie que le hiciera frente, ni humano ni medio animal ni animal. Solo él era suficiente, por lo que tampoco necesitaba ser el líder del grupo para mostrar su poder. Sin embargo, con el paso del tiempo fue dándose cuenta de que esa habilidad sanguinaria poco a poco se escapaba de sus manos. El exceso de violencia se hacía presente cada vez en mayor medida, la manera en la que cazaba a sus presas dejaba de ser normal, pero solo él parecía notarlo y no le agradaba en lo absoluto. Se estaba convirtiendo en algo que no quería ser.

Ni siquiera los sentimientos incorrectos que desarrolló por el joven lobo pudieron reformarlo. Se sentía atrapado en su propio cuerpo, preso de instintos que sin duda lo haría hacer cosas de las cuales se arrepentiría.

Esa fue la razón por la cual decidió abandonar a su grupo, para tenerlos a salvo. Pero ahora todo había cambiado: nunca debieron meterse con lo que era suyo.

Fue entonces cuando pudo visualizarlos frente a un árbol; obviamente no eran todos, solo el grupo que se encargaba de la caza durante la temporada. Sentía rabia, pero solo llegar y atacar sería un error.

Uno de ellos lo descubrió y alertó a los demás, quienes inmediatamente fijaron sus ojos en el perverso cánido que los miraba con odio.

-¿Por qué?- preguntó furioso.

-“¿Por qué?” ¿Acaso el exilio te hizo perder la…?-

-¡No intentes jugar conmigo! ¿Por qué invadieron mi territorio?- se quejó precipitándose hacia ellos, pero una barda de lobos le impidió llegar hasta el que lideraba el grupo.

-No tengo tiempo para jueguitos, a diferencia de ti, yo asumí las responsabilidades con MI familia-

-Yo también lo hacía- gruñó, pero por supuesto no fue entendido por los demás -¿Qué hicieron con la liebre?-

-No lo que hubiera querido… el maldito es escurridizo-

-¿¡Qué le hicieron!?-

-Tranquilízate ¿Quieres? Aún no lo comemos si es lo que quieres saber, pero esperaremos hasta que baje, tiene que hacerlo en algún momento-

“¿Bajar?” pensó el lobo mientras observaba el árbol frente a él, encontrando un orificio lo suficientemente alto como para que los lobos no pudieran alcanzarlo. Tuvo esperanza entonces –No tenían derecho a entrar a mi territorio, mucho menos invadir mi guarida-

-Ni tú criar liebres ¿Qué clase de caza enferma es esa?-

-Lo que haga o no, es asunto mío-

El lobo líder lo miró serio por unos momentos, sonrió y comenzó a caminar hasta llegar a la par de sus compañeros –De cualquier manera no me importa eso, pero ahora seré claro contigo: la comida escasea, que tú no lo notes es diferente a que sea verdad o no, todos sabemos que eres capaz de cazar peces aun en el desierto, pero nosotros no tenemos esas habilidades tuyas; necesitamos las liebres más que tú-

“¿Liebres?” ¿Había escuchado bien? Entonces esa había sido la razón, por eso habían llegado hasta él tan pronto…

-Yo no puedo hacer nada que para ustedes sea imposible- respondió.

-Por favor, no seas modesto…-

-No me interesa cuanto necesiten la comida, esa liebre es mía-

-Debo admitir que atrapar a una liebre preñada fue inteligente de tu parte- dijo el lobo líder mostrando señales de enojo –Esperar a que nacieran las crías te aseguraba más alimento en esta temporada, pero elegiste mal momento para salir, fue su aroma el que nos llevó a tu guarida y nosotros los encontramos. Por ende, las crías nos pertenecen-

-Si se hubiera tratado de otro lobo nunca se habrían acercado, pero fue solo porque sabían que era yo que se atrevieron a entrar… no les entregaré absolutamente nada-

-¿De verdad pelearas por unos pocos trozos de carne?-

-Vale la pena hacerlo-

El lobo líder gruñó –Estoy siendo muy paciente contigo, pero esto comienza a molestarme en serio: solo tienes que subir y darnos las crías. Te dejaremos en paz entonces-

-Subiré por la liebre y las crías… solo para llevármelas conmigo-

Ante esas palabras los demás lobos encorvaron sus cuerpos y mostraron sus garras –De verdad tendremos que pelear por ellas entonces-

El lobo los imitó y sonrió –Esperaba que dijeras eso-

Notas finales:

¡Muchísimas gracias por haber llegado hasta esta parte de la historia!

¡Mañana último capítulo!


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