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En la mira por Shinjimasu

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Cuando el lobo despertó aún estaba oscuro, pero sabía que ya había amanecido. Las lluvias de esos últimos días mantenían el bosque húmedo y oscuro, lo suficiente como para preferir quedarse a dormir en su guarida, pero la idea de que últimamente había cazadores cerca lo obligaba a mantenerse alerta, principalmente porque, si bien podía lidiar con ellos y sus perros de caza, otros animales podrían invadir su territorio y no podía permitirlo. Menos ahora que tenía una liebre en sus dominios.

Bostezó y miró a su lado a la tierna criatura aun durmiendo. Lamió su mejilla con cuidado para no despertarlo y lo miró moverse para recostarse sobre su costado. De esa manera podía ver como su pequeño vientre había crecido apenas un poco más. Nunca hubiera creído que en verdad podía suceder, pero no le molestaba. Por el contrario, sentía una extraña satisfacción.

Se levantó y estiró para caminar hacia la entrada. A veces odiaba que estuviera tan  lejos de ella, pero lo compensaba recordando que así era más seguro. Las gotas de agua sobre su rostro terminaron por despertarlo y caminó unos cuantos metros hacia un arbusto de bayas para recoger algunas, unas cuantas raíces y pocos hongos para que la liebre comiera durante el día. Regresó a su madriguera como era de rutina y salió de nuevo para poder cazar algo. Últimamente se conformaba con presas pequeñas que no tomaran mucho tiempo perseguir y atrapar, pues no quería alejarse mucho de su guarida. Ahora que esa criatura vivía con él habían cambiado muchas cosas, pero independientemente de todo, él seguía alimentándose de carne.

Su vida solitaria había terminado. Si bien nunca se frustró por haber dejado su manada, tampoco era algo que le gustara, pero ahora le importaba poco gracias a su nueva compañía. Habrían pasado un par de semanas desde entonces.

Caminó por algunas horas, alimentándose solo de un par de ardillas que había logrado atrapar distraídas, pero alejándose solo lo necesario. Los territorios de los lobos eran muy grandes, por lo que a pesar de no estar ni cerca de sus límites,  la distancia de regreso le tomaría algunos minutos, lo que por supuesto no le agradaba.

No quería que otro lobo se metiera en su territorio y empezara a abarcar espacio, por lo que decidió alejarse un poco más. Después de todo lo hacía por la seguridad de la liebre. Habría caminado por algún tiempo cuando se detuvo. No podía escuchar nada, lo que indicaba peligro. Todo estaba tan silencioso que solamente significaba una cosa: cazadores.

Sabía que tenía que investigar, pero el alarmante descubrimiento de una trampa lo alertó: ya le habían ganado terreno. Ver ese círculo con afiladas cuchillas en el suelo lo molestó bastante, más aún porque estaba dentro de su territorio. Se aseguró de que no hubiera alguien cerca y la desactivó con cuidado, ocultándola dentro de un tronco lo más rápido que pudo para pasar desapercibido. La lluvia se hizo más recia y decidió regresar. Estaba enfadado y con sus sentidos alerta.

Se sacudió en la entrada y llegó hasta el fondo, descubriendo a la liebre sobre la cama y el plato de alimento lleno, tal y como lo había dejado.

 -No has tocado tu comida- le dijo acercándose -¿No te gustó?-

-No quiero comer-

-¿Por qué?-

La liebre no respondió en seguida –Estoy… gordo- dijo con pena, lo que provocó una risa en el lobo -¿Qué es tan gracioso?-

-¿Desde cuándo los conejos son así de vanidosos?- le dijo levantándolo con cuidado para mirarlo de frente – No lograrás bajar de peso así ni de otra manera-

-¿Entonces qué debo hacer?-

-Nada- le sonrió lamiendo su rostro mientras llevaba sus manos a su vientre –Porque lo que hay aquí seguirá creciendo y creciendo-

-No entiendo-

-Te lo explicaré de otra manera: en este momento, aquí dentro hay bebés que crecerán hasta que sea momento de que nazcan- contestó el lobo de la manera más clara que pudo para hacer entender a la ingenua liebre.

-¿Be-Bebés?-

-Pequeños conejitos bebé- agregó el lobo sintiendo en su lengua el sabor salado de las pequeñas lágrimas que bajaron por sus ojos. Pensó que sería tierno que llorara por eso, pero cuando descubrió su verdadera expresión, no le pareció tan lindo.

-N-No… no quiero…- sollozó -¡No quiero, no quiero!-

-Oye…-

-¡No quiero tener bebés! ¡No ahora!- se quejó empujando al lobo antes de salir corriendo -¡No me gustan, no!-

Estaba asustado ¿Tener bebés? ¿Cómo podía ser eso posible? No, no lo aceptaría, él no estaba listo para eso, era joven y no podía atarse tan pronto. Miró el final de la madriguera, el frío crispó su piel por un momento y la brisa de lluvia llegó a su rostro, quería salir y escapar, pero un fuerte tirón lo alejó de la salida. El lobo sujetó con fuerza sus orejas y lo chocó de espaldas contra la pared.

-¿Qué pretendes al salir corriendo de esa manera?- gruñó mostrando sus afilados colmillos demasiado cerca de su rostro -¿Olvidaste lo que te dije sobre los cazadores?-

La liebre solo sollozó. Nunca antes había sido reprendido de esa manera.

-Si no los quieres yo me desharé de ellos, pero no vuelvas a salir corriendo de esa manera ¿Entendiste?- se quejó, pero no obtuvo respuesta inmediata -¡¿Entendiste?!-

-S-Sí- siseó asustado mientras lo soltaba.

-Bien. Ahora regresa- ordenó, observando como la pequeña liebre caminaba de vuelta con prisa. Cuando llegó se arrojó sobre la cama, acurrucándose contra el muro completamente aterrado.

El lobo suspiró y se sentó cerca de la entrada. Quizá no hubiera sido la mejor manera de detenerlo, pero la idea de que lograra salir y perderse en medio de la tormenta que ya iniciaba, lo sorprendió de tal manera que quiso evitarlo sin importar la manera. Pensándolo así, no había nada por lo cual arrepentirse.

Estuvo vigilando parte de la noche hasta que finalmente amaneció. Había dormido poco y la lluvia no había cesado, pero al menos no empeoró. Estaba un poco adolorido por dormir en frío, pero debía cumplir sus actividades diarias, no sin antes ir a ver como se encontraba la liebre tras su pelea anterior.

Cuando llegó se dio cuenta de que no estaba durmiendo sobre la cama, sino en uno de los extremos arrinconado contra la pared.

-¿Qué haces ahí?- preguntó acercándosele cuando notó que estaba despierto, pero un rápido reflejo de la liebre lo hizo detenerse ¿Acaso se había intentado alejar? Miró su asustado rostro y lo supo: ahora le tenía miedo –Oye… tranquilo- intentó calmarlo, pero cuando quiso acercar su mano hacia su cabello, él se agazapó.

-N-No… por favor, no me hagas daño- pidió temblando.

-No voy a herirte- respondió, pero se detuvo al notar que mientras más intentaba tranquilizarlo, más se alteraba, lo cual no era bueno en lo absoluto. Prefirió alejarse para no molestarlo más y salió a conseguir alimento, confiando en que la liebre no escaparía mientras no estaba. Por supuesto que la asustadiza criatura no intentaría escapar, no después de aquella pesadilla que tanto había alterado sus nervios.

Ahí estaba la liebre, solo dentro de la cueva. Su vientre era plano de nuevo y ya no debía preocuparse por nada más. Se sentía muy bien, listo para regresar con sus compañeros que ya lo esperaban en la entrada. Caminó hacia delante, pero el túnel parecía mucho más largo de lo que recordaba. Caminó y caminó en lo que parecía no tener fin, hasta que empezó a escuchar el viento contra los árboles y el crujir de la madera. Sonrió y empezó a correr velozmente, pero mientras más lo hacía, más era su temor al no encontrar una salida.

No perdía la esperanza, pues el sonido del exterior se hacía cada vez más fuerte.

No fue sino hasta que se detuvo exhausto cuando se dio cuenta de que solo le faltaban un par de pasos. Tomó aire y avanzó, siendo deslumbrado por la brillante luz del sol. Apenas y pudo respirar del aire fresco cuando una terrible escena se presentó frente a él. Rápidamente el aire se hizo denso y el color verde del bosque se desvaneció.

Ahí estaba el lobo, sentado en la entrada. A su alrededor había cadáveres de cientos de animales pequeños y en sus manos, los cuerpos de pequeñas liebres bebés que aún seguían con vida.

“¿Qué haces?” preguntó asustado al ver semejante escena.

“¿Yo? Nada en especial, solo me alimento y cumplo lo que prometí”

“No te entiendo” respondió asustado “¿Qué haces con esos bebés en tus manos?”

“¿Estos bocadillos? Tú dijiste que no los querías ¿Recuerdas?” respondió lamiendo uno de ellos con su lengua cubierta de sangre “Te prometí deshacerme de ellos y es lo que hago”

“¡No, no puedes hacerlo! ¡No así!” se quejó aterrado mientras lo veía cerrar su boca sobre el tierno cuerpecillo.

“Fuiste tú el que no los quería ¿Cierto? Además, nunca te dije lo que haría con ellos: mientras no los tengas que cuidar está bien ¿Verdad?” sonrió arrancando la mitad del pequeño con una sola mordida.

La liebre no pudo hacer nada para impedirlo, de pronto su cuerpo se había petrificado y lo único que podía hacer era observar la masacre que ocurría frente a sus ojos. La sangre, los chillidos, el dolor, el miedo, todo parecía tan real que cuando despertó no pudo evitar mezclar su sueño con la realidad, temiendo incluso por su propia vida frente al lobo.

Ahora, ya más tranquilo al saber que se trataba de un sueño, podía pensar un poco mejor, pero de alguna manera, quizá las cosas estaban mejor así. Es decir, él era una liebre, y el lobo… un lobo. Eran diferentes, la única relación que debía haber entre ellos era depredador-presa, no más, nada que alterara el orden natural de la vida, nada que los hiciera parecer extraños. No podía alejarse de sus instintos y nadie podía asegurarle que no terminaría por devorarlo cuando se cansara de él.

Entonces ¿Por qué era tan doloroso pensar de esa manera? 


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