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El Frio LLega a Tierras de Fuego por Jari_boo

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Tres largos años habían pasado desde que el príncipe Drang había dejado el nido para refugiarse en el valle de fuego. Desde entonces las tormentas de nieve se hicieron comunes y todas las cosechas fueron escazas. Los habitantes de Drantoy y los líderes de las otras casas estaban como Kolps al asecho esperando para clavar sus cizañas y destronar a los líderes de la segunda casa más poderosa.

Durante el primer año desde que empezaron las nevadas el reino hizo un acuerdo de paz con Argleti. Dicho acuerdo se hizo más profundo cuando las casas, Ang y Argle prometieron a sus primogénitos en matrimonio. El príncipe, Kilh, de Argleti se casaría con la princesa, Jade de Angratf. Ambos integrantes de la realeza solo tenían diez años cuando fueron comprometidos, pero el príncipe de Argleti tuvo que mudarse al palacio en la capital de Angratf. Lo que pintaba ser una perfecta estrategia para unir a dos de los reinos más poderosos resulto en guerra. A los dos meses de estar Kilh en la capital fue envenenado, el mismo día de su onceavo cumpleaños.  El pastel de Colras que le habían regalado los reyes tenía una alta cantidad de néctar de Seoj. El néctar fue el causante de su muerte y los reyes de Argleti supieron sobre el acontecimiento, pero lo que más supieron fue quienes enviaron el obsequio a los aposentos de su hijo en Angtopolis.

Los consejeros de los reyes Bell y Fabián de Argleti y Kiltarapia respectivamente, les aconsejaron no ir a guerra sin antes haber planeado una estrategia perfecta. Los argletianos son guerreros imparables y el rey kiltarapiano visearía sus arcas si eso hace feliz a su esposo. El planificar dicho ataque se tomo poco tiempo, pero debido a una fuerte helada que ataco la costa de las islas de oro y plata los barcos de hierro no pudieron partir a su destino final, dejando a Bell odiar aun más al reino sureño.

Los navíos kiltarapianos estuvieron listos para zarpar en el segundo año del Orteg bajo la séptima luna de hielo. Bell, sería el general encargado de guiar a las tropas y a su diestra su esposo quien tiene el mismo resentimiento hacia los Ang. Las tropas del Argletarapia son un total de cincuenta mil hombres, muchos de ellos llevan su propio pegaso, otros su caballo del valle verde. Los caballos y pegasos de Argleti son alimentados con los mejores cereales y beben del mismísimo lago de cristal, cuyas aguas vieron nacer al omnipotente Galox dios del bosque al cual los argletianos veneran como a un padre. La velocidad que pueden alcanzar esas bestias es increíble llegando a los trescientos kilómetros por horas con gran facilidad.

El rey Bell monta en su pegaso. Rompiendo las olas que se le atraviesan con usar solo una de sus flechas. La ira que siente es tan evidente que hasta un ciego podría verlo. El viaje se tomaría cuando mucho unas tres semanas, pero Bell desea llegar antes, por eso su pegaso vuela día y noche sin descansar. Ya habían dejado a los barcos atrás y en medio de su vuelo se encuentra con, Andrew, el rey brujo, comandante de las fuerzas de la alianza de plata.

El encuentro de estos dos hombres no significa un peso menos para Angratf, es por mucho uno de sus más grandes problemas si ponemos a la balanza el odio que Andrew siente por Jairon quien se encargo de castrar al primogénito de Andrew.

Con las fuerzas de Argletarapia se podría dar una fuerte batalla al reino de fuego, pero con las fuerzas de la alianza es una derrota segura si usamos los números.

—Rey Bell Argle, único hijo de los reyes de Argleti, prometido del unigénito de los Kiltra y padre del difunto Kilh. Me gustaría decir que lo siento por lo sucedido con tu hijo, pero es obvio que no lo siento ya que gracias a eso te diste cuenta de que con los Angra no hay que tener piedad. Eres el rey de un reino de guerreros y los ocultas en bosques como haditas… pones en duda el que aun seas hombre. —El rey de Osfcornati sonríe dejando ver unos perfectos dientes blancos adornados con pequeñas pepitas de oro. Por su espalda y parte del rostro cae una cascada de cabello celeste, tan claro como el agua y resplandeciente como armadura recién lustrada.

—Creo que a usted se le ha olvidado que fui criado como una mujer. No es que eso me haga más débil, de hecho el haber sido criado como chica fue lo que me hizo llegar a poseer los dos reinos más poderosos de todo Ander. En mi reino las mujeres son las del cerebro y los hombres los músculos, pero ¿qué pasaría si se unen ambas cosas en un solo cuerpo? mi querido comandante de la alianza de plata ¿sabe usted la respuesta?— Los ojos carmesíes de Bell miran fijamente los azules del comandante dejando ver un brillo de malicia. Su cabello es ondeado por el viento y las hebras se ven como un mar de plata fundida.

—Gran boca para tan flaco cuerpo. —

—No me haga reír su majestad. Usted más que nadie debe saber que un Argletiano podría ser flaco e incluso pequeño, pero su fuerza es aún mayor que la de un oso y su resistencia mayor que la de una torre de mármol. —Ambas miradas se cruzan como si se retaran mutuamente. El pegaso relincha y avisa de la llegada de alguien más. Bell gira su rostro y ve al heredero del comandante, Bairon, su segundo hijo. —Es una pena lo que le paso a su hijo, Alex, ser castrado a sus dieciséis  años. Esa edad en la que el hombre despierta y los deseos son tan grandes. —La mirada del comandante cambia y sus hombros se tensan. Era evidente que el hablar del tema lo deshonraba y le molestaba como que le dijeran que su madre era una ramera.

—Evitemos el tema de mi primogénito y hablemos de lo que en verdad nos interesa. —Mira en dirección a su hijo el que no parece tener más que unos catorce años. Mientras se acercaba Bell aprovecho para mirar en dirección a los barcos. El humo de las calderas era visible, así que no faltaba mucho para que Fabián se uniera a la reunión tan inesperada.

—Le acompaño en sus sentimientos rey Bell. Es un placer conocerle. Disculpe el mal comportamiento que estuvo demostrando Lord Andrew. Si le hemos interceptado es porque queremos unirnos a su causa. Queremos que los reinos Argleti y Kiltarapia se unan a la alianza de plata. —El albino estalla en carcajadas. Las miradas centellantes del rey y príncipe de Osfcornati se cruzaron sin entender que le causaba gracia a Bell. Cuando dejo de reír miro con una fría e inexpresiva mirada a Bairon.

—Cabello de fuego, es obvio que aun no tienes experiencia en las negociaciones y tu padre es el peor ejemplar que pudiste encontrar para enviar a interceptarme. Puedo ser el último Argle con vida, pero en generaciones los Argle hemos luchado solos sin unirnos a su alianza. ¿Qué les hace creer que yo me uniré a la causa? Dependiendo de tu respuesta me uniré a la causa, príncipe heredero.

—Creo que se debería unir, porque compartimos el mismo deseo de venganza. Y porque sin magia usted llegara mucho antes que sus tropas… Eso no es muy buen plan. — Dice el muchacho de ojos marrones con una sutil sonrisa.

—Esto se puso interesante… habla un poco más por favor. — Bell sonríe, mientras, sus ojos brillan como el fuego de una gran hoguera.

—Nosotros podemos hacer portales para que sus barcos lleguen a costas angratftianas antes de lo que cree. Dos horas como máximo. — La suave voz del joven se llena de confianza y egocentrismo.

—Siendo así no veo por qué no aceptar la alianza. — Las sonrisas de Andrew y Bairon son tan grandes y brillantes que parecen hechas de pura plata.

—Es bueno tener al rey de dos grandes naciones en la alianza. — Dice Andrew con un grueso y firme tono de voz. Bell niega causando sobresalto en los osfcornatianos.

—En estos asuntos solo hablo pro mi patria, no por la de mi esposo. —Se escucha el chasqueo de la lengua del rey osfcornatiano. Quien susurra unas cuantas groserías.  

A varios kilómetros de la reunión. En el reino de destrucción, Jolspart. El rey Lamne sonríe a su invitado. El rostro del joven es cubierto por una manta de risos negros como cuero. Unos risos abundantes que caen como una cascada y acaban en el suelo. Risos que son adornados con pequeños horquillas de plata con flores hechas de Jaractitas.

—Mi pequeño pupilo. —Dice el rey con una voz tan gruesa como la de un gigante y llena de frialdad como ninguna otra. —Hoy cumples tres años junto a mí. Espero y no sean aburridos los ratos que estas pasando en mi humilde reino. — Se escucha una suave risita que proviene del moreno sentado frente al rey. El chico aparta un mechón y deja ver dos enormes luceros azules como el mismo océano. Unos hermosos orbes llenos de alegría, inocencia y un profundo toque de perspicacia. Son tan penetrantes como una lanza de acero de Jaftal. — Esa mirada tuya ¿Es digna de un rey o de un bastardo sin futuro?

—La herede de mi madre para mala suerte suya. Estoy seguro de que le encantaría ver unos ojos tan rojos como la sangre en mi rostro, pero para su mala suerte tengo los ojos de un bastardo. Creado en una noche de borrachera de mi padre, pero querido Lamne no hablemos de mí. Si mal no recuerdo hoy también es tu cumpleaños. ¿Dónde está tu heredero? ¿Acaso no celebrara con su padre?— Los ojos lilas del rey se posan sobre los azules del principe. Las ganas de matarlo son más que evidente y el sentimiento es mutuo.

—Mi hijo está con su madre y su recién nacido hermanito. ¿Por qué tanto interés? No me digas que te has enamorado de mi primogénito. —Una fuerte carcajada llena la habitación exaltando a los guardias y al moreno.

—Ya quisiera tu hijo. Yo no voy con mezclar destrucción y creación. —Le mira con gran insolencia llevándose un bocado de dulce de manzanas a la boca.

—Me gusta tu carácter. Eres insolente y osado…—Es interrumpido.

—Todo lo que tu amado hijo no es. —Sonríe mostrando sus resplandecientes dientes acomodados en perfecta simetría. El rey frunce el entrecejo y chasquea la lengua. Toma un trozo de colra y sonríe acomodando la coleta negra que le cae por el hombro.

—Te gusta retarme, Gaeve. —El moreno rueda sus ojos azules en dirección al cuadro en donde esta retratada la familia real de Jolspart.

En la habitación irrumpe un joven de piel dorada y ojos lilas.

— ¡Padre!—El joven corre agitando su coleta negra como la de los presente. Se lanza sobre el rey y le abraza con fuerza y saca una pequeña caja de color verde. —Es de parte mía y de madre también. —En el grueso rostro por debajo de la barba se dibuja una sonrisa paternal.

—Creo es hora de que me retire, sus majestades. — Se pone de pie y hace una pequeña reverencia. El chico de ojos lilas lo ve y luego a su padre quien deja salir una pequeña risa maliciosa.

—Quédate… El principe disfruta de tu presencia. —Mira los penetrantes ojos azules notando el rechazo en estos. —Mejor vayan a jugar o hacer algo de lo que hacen los jóvenes a sus edades. —Da una palmada en la espalda de su hijo quien sonríe.

—Lo único a lo que me gusta jugar es a romperle los huesos a los guardias del castillo. Le ruego que recapacite su deseo de que yo juegue con su hijo. —El enclenque moreno se da la vuelta. —Pensándolo mejor. Venga conmigo principe Lamune. Tome su espada y yo usare mi lanza. Quien gane decide qué hacer con el otro. —Gira lentamente su rostro mirando el rostro de temor de Lamune y la sonrisa de fascinación de Lamne.

—Mi hijo el heredero de Jolspart contra el inocente forastero que ha luchado en nuestro coliseo y no ha perdido una sola batalla. Me excita el simple hecho de pensar en cómo será cuando Lamune te gane. ¡Llamen a toda la guardia! Hoy tendremos una batalla épica. —Los ojos lilas de Lamune dejan ver temor y la decepción que le causa la actitud de Gaeve. 


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