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Blue blood: the story of a royal love por Aomame

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Blue blood

Seguridad nacional

El choque de su espalda contra la pared le sacó el aire de los pulmones, pero no tuvo tiempo de quejarse por ello, ni siquiera para esgrimir algún movimiento defensivo antes de que  un nuevo movimiento lo tomara por sorpresa. Su hábil oponente le sujetó  del cuello de la camisa, y aplastó su peso contra él. Kaname no pudo más que abrir los labios y cerrar los ojos. En aquella esquina habitación el príncipe heredero de una nación y su guardia personal mantenían una pequeña pugna personal y secreta. Se trataba de una batalla prácticamente silenciosa;  el único sonido que se escuchaba era el del choque de dos respiraciones ahogadas y del chapoteo que sus labios y lenguas hacían al encontrarse. 

Kaname disfrutaba de esos breves momentos pasionales, casi violentos, con los que su guardián solía amedrentarlo. Un beso así, que incluso hacía sangrar sus labios, podía excitarlo de manera tal que cualquier dolor era compensado. Pero él tampoco se dejaba minar, después de todo era una pequeña reyerta, un cuerpo a cuerpo entre dos hombres… y ejercía un abrazo firme y cerrado, en la espalda y/o cardera del otro, manteniéndole cerca, impidiéndole marcharse, o hacer algo más.

Una punzada seguida del sabor metálico de su propia sangre le hizo sonreír  internamente. Sus manos se apoyaron y empujaron el pecho del otro haciéndole caer sentado sobre la alfombra persa que adornaba el centro de la habitación. Subió a horcajadas sobre él y le sujeto de la camisa como antes aquel lo hiciera con la de él. Su labio sangraba cuando sonrió, y pudo ver la sonrisa ajena bullir cínica y punzante.

—Te dije que no me mordieras— reclamó, pero aquello, en lugar de borrar esa sonrisa cínica, la acentuó. Debajo de sí, un movimiento de judo limpiamente ejecutado, lo mandó de nuevo a una posición subordinada. Ahora de espaldas en la alfombra, el príncipe miró hipnotizado un par de ojos brillantes tras unos mechones de brillante cabello plateado.

—Te dije que no bajaras la guardia—el beso se reanudo con exactamente la misma voracidad. Kaname le rodeó el cuello con los brazos y las caderas con las piernas, sujetándolo en una llave de principiante.

En realidad no había queja respecto a lo que sucedía ahí. El príncipe, no tenía objeción en cederle el poder a su guardia. Por el contrario, encontraba en ello alivio, descanso, seguridad… era como si Zero le quitara la pesada carga que solía llevar sobre los hombros, la dejara a un lado y lo liberara así. 

Justo entonces, tocaron a la puerta.

—Su alteza—era la voz del mayordomo.

Ambos muchachos despegaron sus labios y miraron instintivamente hacia la puerta. Zero bufó un poco, o más bien,  un tanto molesto, Kaname advirtió su mal humor y apretó los labios para no reír ante ello.

—¿Su alteza, está ahí?— insistió el mayordomo.

—Sí, espera…—Kaname aflojó su abrazo y empujo fuera de su cuerpo al guardián, que se puso de pie y sin decir nada, porque no era necesario, salió de la habitación por la puerta que daba a la sala de estar.

Kaname, aún sentado en la alfombra, observó su espalda marcharse, un pensamiento impropio cruzó su mente. Y luego, comprobó que su camisa era un verdadero asco, completamente arrugada decidió quitársela y aventarla sobre la cama. Se puso de pie y abrió la puerta.

—¿Qué sucede,  Tazaki?

El  mayordomo le miró un poco apenado y bajó la cabeza como disculpándose.

—Lo siento, su alteza, no sabía que estaba por irse a dormir.

—Ah, eso… no pasa nada. ¿Qué se te ofrece?

—Es sólo que llegó esto para el teniente Kiryuu, pero no estaba en su habitación, así que pensé que estaba aquí con usted—Tazaki le mostró un paquete embalado y un sobre blanco.

—Ah, sí… amm—Kaname se rascó la cabeza y desvió la vista, intentando apartar de su rostro el rubor que amenazaba con invadirlo—Estaba aquí hace unos minutos, seguramente se cruzaron en el camino. ¿Por qué no le tocas de nuevo?

Tazaki asintió, se disculpó y se dirigió a la tercera puerta del pasillo, la que comunicaba la habitación de Zero con el pasillo exterior. Kaname cerró su puerta y suspiró.

La condición para que Zero se convirtiera en su escolta había sido simple, si bien en principio no pudo negar que la petición le había causado una fuerte impresión. Esa misma noche, cuando Zero volvió a su habitación con su nuevo uniforme, la cuestión estaba resuelta positivamente. No le había dado nombre a lo que sentía por ese amigo que había hecho durante su entrenamiento en la academia, pero muy en el fondo de sí mismo lo sabía, necesitaba un empujón para liberar sus sentimientos, y Zero se la había dado. Era el pretexto perfecto para  engañar a su mente, diciéndose que lo hacía para conservar a su hombre de confianza; y para satisfacer a su corazón, que se sentía embriagado por una maravillosa sensación.

 

 

—¿Qué te dio Tazaki?

Zero estaba sentado en flor de loto sobre su cama, frente a él, el envoltorio del paquete seguía intacto.

—Es de casa—Zero levantó la vista de la carta que leía, la dobló de nuevo y la dejó caer a un costado de la cama, lo mismo hizo con el paquete, empujándolo hasta la orilla de la cama, al tiempo que se  estiraba hacia el príncipe. Le sujetó con los dedos la hebilla del cinturón y lo atrajo hacia él—¿En qué estábamos?

Kaname rió por lo bajo y no opuso resistencia alguna a las acciones del teniente.

+++

Zero se incorporó de la cama suavemente. Kaname dormía plácidamente a su lado y tras la ventana, aún brillaban las estrellas. Sin calzarse ni vestirse levantó del suelo la carta y el paquete recibido la noche anterior. Se dirigió a la sala de estar y cerró la puerta que comunicaba las habitaciones. En la mesa de té, dejo la carta y el paquete y  se sentó pesadamente en una de las silla.  Retiró el papel celofán que envolvía una cajetilla de cigarros, se puso uno entre los labios y lo encendió con calma. Fumó un rato en silencio y quietud, con la mirada fija en el paquete. Hasta ue con un suspiro aplastó la colilla de cigarro sobre el cenicero. Tomó otro cigarro y lo colocó entre sus labios, activo el encendedor y como si la idea le cruzara la mente entonces, se puso de pie con la carta entre los dedos, abrió la ventana y activo el encendedor una vez más. Observó como el papel se quemaba lentamente entre sus dedos, y con el último pedazo prendió su segundo cigarrillo.

Tras cerrar la ventana se dispuso a abrir el paquete. Lo hizo con cuidado, no tanto como para conservar el envoltorio, sino más bien para evitar que el ruido despertara a su amante en la habitación de al lado. La caja artesanal de acabado de laca contenía unos dulces de arroz, se veían deliciosos, pero no los probó. Volcó el contenido sobre la mesa, y una vez vacía giró la caja entre sus dedos buscando algo, lo encontró sin ejercer demasiado esfuerzo. La caja tenía un doble fondo, zafó la primera caratula forrada de terciopelo rojo. Debajo de ésta estaba un arma pequeña, un revólver calibre 38, junto con una carga de balas nuevas y cuidadosamente empaquetadas. Con el cigarro entre los labios, abrió el tambor y cargo una a una las balas. Cerró el tambor lo hizo correr,  martilló el revólver  y  apuntó a un objetivo imaginario frente a él.

Suspiró de nuevo al bajar el arma. Colocó el seguro y la dejo de nuevo en la caja, sólo que está vez estaba cargada y lista para cualquier cosa. Aseguró el fondo de terciopelo, y regresó los dulces al interior. Cerró la caja y la dejó ahí, sobre la mesa té. Arrugó el envoltorio, y lo tiró a la basura, ya no le importaba hacer ruido. Aplastó por segunda vez un cigarro en el cenicero, sólo que está vez, no lo había terminado.

En el baño se lavó las manos, con la intención de quitar algún rastro de ceniza de la carta o de pólvora, aún si no había disparado el arma.  También se lavó el rostro. Y al terminar  en el espejo  y levantar la vista, su reflejo le miró.

—No me mires así—dijo y posó su mano con los dedos abiertos sobre el espejo.

+++

++++

Tres noches después, a kilómetros de ahí, las tropas enemigas tomaron el segundo puerto comercial más importante del país. Saquearon el lugar y confiscaron toneladas de alimento tanto importado como exportado. La zona se volvió caótica, las tropas del rey se replegaron hasta la primera muralla de resguardo y desde ahí lograron contener el avance. A pesar de ello, los generales y el  mismo rey, no estaban tranquilos. Esa misma madrugada llegaron refuerzos al primer y tercer puerto, y  evacuaron a mujeres, ancianos y niños de las ciudades cercanas de los puertos.

A la mañana siguiente, el rey mandó llamar al príncipe heredero. Éste acudió con presteza  acompañado por su escolta personal. El rey no tuvo objeción, de hecho estaba seguro de que la mejor opción era que el escolta escuchara todo lo que tenía que decir. Y después  de poner al príncipe al día con las noticias de la guerra, éste último dijo:

—¿Por qué ahora si me informas de lo que sucede?

—Se trata de un asunto de seguridad nacional. De otra manera no lo habría hecho.

Kaname bufó, estaba seguro que siempre era mejor estar informado a no estarlo. Pero sabía que su padre era de los tipos que deseaban arreglar las cosas por su cuenta, antes que involucrar a sus seres queridos.  Una maña que se había recrudecido desde la muerte de su esposa, la madre de Kaname. La reina había muerto en un ataque rebelde. Su fallecimiento, había detonado la guerra. Los rumores decían que el ataque que mató a la Reina, en realidad iba dirigido al príncipe heredero. El líder de la revuelta, jamás, ni en sus más terribles sueños, habría querido herir a la reina. Y el rey jamás habría permitido que algo así sucediera, de haber estado ahí.

¿Cuál era la causa principal de todo aquel conflicto? No tenía que ver con un pueblo descontento, es más, el pueblo poco tenía que ver, pero, como siempre, era el que pagaba las consecuencias. Se trataba de una lucha de poder, dónde la sucesión al trono estaba comprometida. Una guerra entre hermanos.  Y era así como le llamaban: “la guerra fraterna”.

El rey anterior había tenido dos hijos varones Rido y Haruka. Su hijo mayor se convirtió en un hábil  general  en poco tiempo, y todo parecía indicar que la sucesión al trono estaba ya anunciada. Sin embargo, se descubrió que el príncipe había participado en unos cuantos juegos de azar, que no habrían tenido mayor repercusión que un castigo; si no hubiera estado a punto de matar a su hermano pequeño cuando se enteró que éste y una prima segunda, de la que él estaba enamorado, se habían comprometido.

Fue entonces, que el rey como castigo lo envió de servició durante dos años. El hermano menor, después de recuperarse de sus heridas, contrajo nupcias con su prima segunda, y su carrera militar también comenzó a despegar, junto con su gran habilidad diplomática. Una habilidad de la que su hermano mayor había carecido siempre. Menos violento, más pensante, y estratégico. El rey considero que era mejor heredero que su hijo mayor y le nombró Duque, y por lo tanto, su sucesor.

La guerra fraterna no era más que la división entre aquellos que aceptan a Haruka, el actual rey, como digno y único sucesor de la corona; y aquellos que creen que el heredero legítimo es y será siempre Rido, quién ahora, dirige sus tropas hacia los puertos. Su propósito es claro,  tomar control de las zonas de abastecimiento de alimento. Una manera de socavar la confianza del pueblo en su gobierno.

 

 

—Ante este panorama—el rey se puso de pie, mirando a su hijo—tu sucesión está en peligro.

—No me importaría no ser rey.

Haruka le miró con los ojos brillantes, rodeó la mesa de su escritorio y estampó la mano en el rostro impávido de su hijo.

—¡No se trata de ti! ¡Insensato!—Exclamó con voz atronadora.

Kaname se sobó la mejilla, mientras Zero se tambaleaba detrás de él ante la duda de que hacer.

—Es el futuro del país el que están en juego—el rey bufó, pocas veces se le había visto molesto. Kaname lo sabía. Sabía que su abuelo no había tomado una decisión equivocada,  y  sabía que su padre tampoco habría querido ser rey. Cuantas veces no lo escuchó decir que habría preferido una vida tranquila al lado de su mujer y de su hijo. Una vida en la que no llevara sobre sus hombros el peso de cada uno de los habitantes del país. —Cuando eres rey, no se trata de ti. Cuando eres príncipe, debes de saber que en cualquier momento tu mano tendrá que cubrir toda una nación, contra cualquier embate. No se trata de tu honor, se trata del honor de un país. Ser de la familia real presupone que no tienes más derecho que él que esta subyugado a tu deber. Un único deber.

—¿Qué se supone que debo hacer entonces, padre? ¿Cómo puedo proteger al reino? Yo no soy un soldado como tú. Tampoco tengo la fuerza de Zero para pelear ¿qué es…?

—Un rey, un príncipe… más que un guerrero, es un guía, un ejemplo, una inspiración —después de su corta explosión colérica, el rey volvió a su asiento tras el escritorio. — La sucesión es el problema. Necesitamos asegurar la sucesión. Eso le dará confianza al pueblo de que no los dejaremos solos.

—¿Eso significa qué…?

—Tienes que casarte pronto y tener un heredero. No tenemos opción. Después, entonces, podrás ir al campo de batalla y pelear por tu país, como debe ser.

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Perdonen la tardanza, espero de corazón poder ponerme al corriente en todo lo que debo. 

Hasta la próxima! 

Continuará...


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