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Blue blood: the story of a royal love por Aomame

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Blue blood

Alcanzar la luna

—Estás temblando —Zero se rió.

—¡Cállate!—le espetó Kaname, y bajó momentáneamente el rifle.

—Pero es que te tiembla el pulso horriblemente.

—¡Que te calles! ¡Lo empeoras!

Zero rió un poco más antes de pedirle que se pusiera  la culata del rifle en el hombro de nuevo. Le acomodó el arma correctamente y luego, se paró a su lado con los brazos cruzados sobre su pecho, estaba muy cerca, tanto que Kaname podía sentir su aliento mientras le hablaba.

—Concéntrate, mira la diana—instruyó paciente—, respira despacio, suavemente.

Kaname obedeció, eso de la respiración sí parecía tener sentido, ahora aguantaba más corriendo y en las clases de apnea ya no se quedaba último. No esperaba alcanza jamás al número uno, pero caray, no ser el último era algo genial, y tampoco lo molestaban tanto ahora. Aunque no estaba seguro de si eso último se debía a su mejora en las artes bélicas, o simplemente a su cercanía con Kiryuu.

—¿Lo tienes?

—Sí.

—Aguanta la respiración antes de tirar, te dará firmeza en el pulso. Y cuando estés seguro, tira del gatillo.

El príncipe exhaló lentamente, fijó su vista en el objetivo, inhaló y aguantó la respiración; luego vino el estallido. Tiró del gatillo y sintió como la culata del rifle le golpeaba el hombro, eso lo desequilibró y cayó al suelo de nalgas. Escuchó la risa de Zero y levantó el rostro para verlo carcajearse.

—¡Bastardo!—le gritó dejando el rifle en el suelo y saltado sobre él para derribarlo, pero sólo consiguió colgarse cuál mono sobre su espalda. —No me dijiste que pasaba eso.

—Es básico, ¿qué no lo aprendiste en la escuela?

Kaname bajó de la espalda de su compañero, le tomó el cuello dispuesto a darle una tortura china con los nudillos, pero en ese instante escuchó una voz grave y de mando a sus espaldas.

—¡Kuran! ¡Kiryuu!

Ambos se irguieron  con rapidez y saludaron marcialmente. Era el comandante en jefe Yagari, había perdido un ojo en una batalla y había sido reasignado temporalmente a la academia. Era, en opinión de Zero, el mejor maestro de ahí y en opinión de Kaname, el más rudo de todos.

—¿Creen que está bien jugar durante entrenamiento?

—¡No, señor!—contestaron al unísono.

—¡Que no se repita!

—¡Sí, señor!

El comandante Yagari se tocó el parche en su ojo como si pudiera extraer paciencia del cuero negro. Suspiró y caminó un poco de un lado a otro, frente a ambos cadetes.

—Kiryuu, el general quiere verte en media hora.

—¡Sí, señor!

—Y a ti—señaló a Kaname— quince minutos después.

—¡Sí, señor!

—Quiero puntualidad, ¿entendieron?

—¡Sí, señor!

—Bien, continúen— dicho eso dio media vuelta y se retiró dándoles la espalda.

Kaname y Zero dejaron salir el aire que habían mantenido contenido en sus pulmones durante esa inesperada visita.

—¿Qué crees que sea?—preguntó el castaño recuperando su rifle del suelo.  —¿Habrán descubierto que entrenamos de noche?

Zero levantó las cejas en un gesto que denotaba su completa ignorancia sobre el asunto a tratar con el general, también buscó su rifle apoyado en un soporte y ocupó su lugar frente a su diana.

—No tengo idea—dijo. —Oye, mira, con todo y tu incapacidad para mantenerte de pie, le atinaste.

Kaname giró el rostro hacia los blancos, efectivamente su bala había dado en el centro.

+++

Llegó antes de la hora a la que lo habían citado, pero eso era mejor que llegar tarde. Kaname se quedó de pie frente a la puerta del despacho del general, se entretuvo mirando tras una gran ventana que daba hacia el bosque. En esa dirección, si no se equivocaba, estaba el lago. Tal vez ya no podría ir ahí con Zero, si los habían descubierto. Seguro los castigarían por violar los horarios establecidos de la academia. Era una pena, puesto que esos escapes se habían vuelto parte de su rutina diaria. Le gustaban.

La puerta del general hizo un click al abrirse, Kaname despegó la vista de la ventana y alcanzó a ver a Zero salir y dirigirse hacia el pasillo. Habría querido preguntarle qué había pasado, pero su compañero no le dirigió ni una mirada, parecía tener prisa, en una de sus manos, Kaname, distinguió algo parecido a un sobre. Tal vez, lo habían mandado a hacer algún recado, y esas serían buenas noticias, porque entonces, su secreto no estaba descubierto.

—Adelante, Kuran—el general lo llamó.

—Sí, señor—dijo y entró a la oficina. La puerta se cerró tras de sí.

El general tomó asiento tras su escritorio y entrelazó los dedos sobre éste.

—Por favor, tome asiento, su alteza.

Kaname recordó, en ese preciso instante, quién era. Asintió y se sentó frente al general. El hombre le sonrió amable, era el único ahí que sabía su identidad… sin contar a Zero.

—Se me ha pedido que le informe que su padre, su majestad, el Rey, vendrá a verlo.

—¿Cuándo?

—El día de la graduación, en una semana.

—¿Voy a graduarme? Pero no he estado aquí ni siquiera un año…

—Lo sé, su alteza, pero su carrera militar, aunque importante, no es la prioridad del Rey. Y sin embargo, me atrevo a decir que usted ha aprendido mucho. 

Kaname asintió, era verdad, al menos podría defenderse en caso de ser necesario.

—¿Así que vendrá?

—Sí, y le pide que tome su decisión para ese día.

—Mi decisión—casi olvidaba el verdadero propósito de su estancia en la academia.

El general asintió, puesto que no había sido una pregunta, no se atrevió a verbalizar su respuesta.

—Eso sería todo, su alteza. Pero permítame preguntarle ¿cómo se ha sentido dentro de la academia? ¿Ha tenido algún problema con sus compañeros o…?

—Ninguno, de hecho he hecho buenos amigos—tal vez debió decir que “un buen amigo”, pero la cantidad en esas cosas era irrelevante.

El general asintió y se puso de pie para despedirlo. Kaname salió de la oficina y se dirigió hacía su habitación.

+++

Lo encontró de espaldas, arrodillado frente a su cama. Kaname entró a la habitación y al cerrar la puerta Zero dio un pequeño respingo.

—Oye, tengo algo que decirte…—Kaname se acercó y se sentó en el piso al lado de Zero, pero de manera encontrada, apoyando la espalda en el bajo de la cama.

Zero no lo miró ni dijo nada, permaneció quieto, pero más tenso de lo que Kaname había percibido antes. Ante la nula respuesta el príncipe giró el rostro en dirección a su compañero, notó que éste sostenía una hoja de papel, al parecer una carta. Ladeó el rostro para invadir el campo de visión ajeno y frunció el ceño.

—¿Qué pasa?— preguntó dispuesto a obtener una respuesta. Si bien él tenía algo de suma importancia que decir, no podía decirlo en una atmosfera tan tensa  y,  hasta cierto punto, oscura.

Zero suspiró y también giró el rostro para míralo,  sin más, le tendió la carta que segundos antes había leído con ansiedad.  La carta era un comunicado del ejército dónde se le decía  que su padre había muerto valerosa y honorablemente en ejercicio de su deber.

Kaname  leyó dos veces y después, sin saber bien a bien lo que tenía que hacer, volvió a fijar su vista en su compañero de habitación.

—Zero… yo… ¿estás bien?

Zero parpadeó, pareció mirar un punto lejano en el espacio vacío por unos breves segundos, tragó saliva antes de hablar. Kaname sabía que su pregunta era, probablemente, la más estúpida que había hecho en toda su maldita vida. Quiso retractarse, pero era tarde. Además, ¿qué podía decir? ¿Qué se decía en un caso así?

—Lo imaginaba—dijo Zero mirándole por fin, con un extraño brillo que no tardó en revelar su verdadera naturaleza—, pero tener la certeza es…

Sus palabras se cortaron, las lágrimas saltaron hacía sus mejillas sin poder ser contenidas más. Furiosamente, el peliplata, las limpió de su rostro y se puso de pie intempestivamente, recorrió en una zancada el espacio que separaba su cama de la ventana y se quedó ahí, con la vista fija en el exterior que ésta le permitía vislumbrar.

Kaname aguantó la respiración mientras él hacía todo eso, estrujando sin querer la hoja con membretado oficial de su reino. Algo le dolía en el pecho, en el estómago, y  no era precisamente por la carta. No, era por el dolor que percibía en el otro. Era una sensación de empatía que jamás había sentido, al menos  no, con otro ser humano. Se puso de pie lentamente, pensando con rapidez que decir.

—No te preocupes, tu familia recibirá una pensión por esto y está tu servicio, estarán bien— dijo. —No estés triste, murió con honor, protegiendo a su país…

—¿Protegiendo al país?—Zero giró el rostro para mirarlo, sus ojos estaban enrojecidos, y su voz sonaba amenazante, Kaname dudó en dar el siguiente paso, ese que lo acercaba a él. —¿De qué demonios hablas? ¡Murió salvando tu maldita corona!

—Pero…

—¿Qué? ¿Acaso se le preguntó de qué lado estaba? ¡Sólo se lo llevaron y ya!

—Pudo desertar, unirse a… ellos.

Zero lo miró, estaba aún más furioso, tanto que salvó el espacio entre ellos,  lo tomó de la playera, y lo empujó contra la puerta de la habitación.

—¡Cállate! ¡Tú no entiendes! ¡Jamás entenderás, porque jamás arriesgarás tu trasero!

—¡Yo también puedo morir, si todo esto sale mal!

—¡Pero a mí me importaba mi padre! ¡Yo lo quería!—lo empujó de nuevo contra la puerta, haciendo que se diera un ligero golpe en la parte posterior de la cabeza contra la madera — ¡¿Qué me importa el dinero, el honor?! ¡¿De qué me sirve?! ¡Nunca más volveré a ver a mi padre!— le gritó, ya no hizo nada por detener las lágrimas ni su dolor, las últimas palabras fueron seguidas por un largo sollozo que estremeció al príncipe.

—Zero— Kaname le sujetó las muñecas que aun apresaban su cuerpo contra la puerta, no tuvo que ejercer ninguna fuerza para que lo soltarán. Pero en lugar de apartarlo lo abrazó contra sí y contuvo ese llanto entre sus brazos, sin decir nada más y esperando que poco a poco se difuminará en el aire.

 +++

Una vez más, Zero, se quitó las lágrimas, pero está vez lo hizo con un pañuelo. De nuevo estaba sentado en el suelo de su habitación junto a su compañero, habían apagado las luces y se conformaban con la poca que la luna les daba tras la ventana.

—Tienes razón—dijo una voz en tono confidente a su lado —no puedo entenderlo, yo aún no pierdo a nadie querido en esta guerra.

—Solo debiste decir que lo sentías. Dar un pésame, idiota.

—Lo sé— Kaname sonrió levemente.

—Entonces, debiste hacerlo.

—Quería consolarte un poco más.

—¿Por qué?

Kaname se encogió de hombros. Zero suspiró e hizo la cabeza hacia atrás, miró el techo como si hubiera estrellas pegadas ahí.

—Papá no era un soldado —dijo—, era bueno con las armas, pero no era un soldado. Y no le preguntaron eso, cuando lo enrolaron. A nadie, necesitaban gente así que, simplemente, se lo llevaron. Mamá lloró toda la noche. Mi hermano me preguntó una y otra vez si papá volvería… cada vez,  le mentí.

—Lo siento.

—Luego, nos dijeron que no podíamos quedarnos en casa, que los rebeldes avanzaban en dirección a nuestro pueblo. Nos enviaron a la ciudad, a un refugio.

—¿Ahí te reclutaron para la academia?

—Sí. “Jóvenes fuertes”, dijeron, “estudiarán, no irán al frente como sus padres”, al menos no sin un poco de instrucción. Me pregunto si fue una  manera de no cometer el mismo error dos veces.  Mamá no quería que viniera, pero ¿qué haríamos, si no? Mi hermano no puede trabajar, y tampoco es como si hubiera mucho trabajo ahora, todo mundo sobrevive como puede.

—¿Por qué tu hermano no puede trabajar?

—Está enfermo—se señaló el pecho, y fue toda la pista que le dio al respecto de dicha enfermedad.  —He estado aquí esperando ser enviado al frente para buscar a papá, para pelear también y salvar tu trasero real… aunque no estoy seguro del porqué de eso último… pero aun así… es como si la guerra me llamara ¿sabes? Pienso que soy diferente a papá, que yo sí puedo atravesar la guerra y seguir vivo. Pero es algo tonto ¿no?

—No, para un capitán.

Zero sonrió levemente y asintió de la misma forma. Bajó la vista y está vez, las estrellas estaban en la palma de sus manos. Kaname lo observó en silencio. Ese chico no era como todos, no era como él. Y eso le agradaba, le daba una sensación de vértigo desconocida, era peligro pero en su forma más adictiva. Un deseo nuevo se apodero de él, un deseo que nacía en la boca de su estómago, se extendía por su pecho como una mancha voraz, pero que no lograba codificar en su cerebro.

—Oye— lo llamó.

—¿Qué?

—No seas llorica.

Zero le sonrió de medio lado y murmuró un “imbécil”.

—Es en serio—el príncipe pasó su brazo alrededor de los hombros ajenos, disminuyendo la distancia entre ellos un poco más—, no estés triste.

—¿Por qué no? Tengo derecho.

—Te lo quitaré.

—No puedes hacer eso.

—Claro que sí, el Rey puede hacer lo que sea.

—Pero aún no eres Rey.

—Lo seré.

—Pues ya veremos si dejo que me quites mi derecho a estar triste.

—¿Te rebelaras?

—Sí.

Se miraron, ambos con una ceja levantada en falsa actitud retadora. Un segundo después, la expresión en sus rostros se había extinguido, así como la distancia entre sus labios. Un beso largo y premeditado, que ninguno hizo por deshacer, hasta que por sí mismo se terminó.

—¿Qué fue eso?—preguntó Zero,  frunciendo el ceño.

—Te veías triste así que…

—¿Era una broma?

—No.

—¿No?

—No

“¿Y entonces?” era la pregunta lógica, pero no fue pronunciada. Un silencio  significativo  extendió su brazo y probablemente alcanzó a la Luna. 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Ahí van, poco a poco XD 

Hasta la próxima!

 

Continuará...


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