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Beauty of the Beast por TrastornoBicolor

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Disclaimer: Los personajes de esta historia no me pertencen a mí, sino a Yana Toboso.

 

Capítulo 2

Gato por liebre y niño por gato

 

Por enésima vez en lo que llevaba de noche, Ciel se tambaleó incapaz de sostener su peso y se estampó contra la pared del callejón a donde había ido a parar.

 

Estaba lloviendo a cántaros y el frío le calaba hasta los huesos. Su cuerpo tiritaba sin control, y ahora que la adrenalina había desaparecido de su sistema, la ansiedad estaba sustituyendo a la razón. Mierda… ¿Cómo iba a salir de este lío?

 

Resignado, Ciel se acercó hasta un charco cercano y contempló su nueva forma en el agua mugrosa. El reflejo de un gatito pequeño y grisáceo le devolvió la mirada y algo dentro de él se retorció. Si Ciel todavía tuviese la oportunidad de hacerlo, su cara ase habría contorsionado en una mueca de asco, pero por desgracia para él, los felinos y las expresiones faciales no congeniaban bien…

 

De todos los seres que poblaban la Tierra, Sieglinde le había transformado en un maldito y repulsivo gato; el único animal que, por lo menos cuando aún era humano, le daba alergia. No obstante, los efectos de dicha alergia parecían haber remitido, y Ciel estaba agradecido por ello. Después de todo, ser alérgico a ti mismo no sonaba divertido.

 

Su primer impulso tras descubrir los efectos del hechizo fallido había sido el de escapar, y saltando por la ventana destrozada de su habitación antes de que esa hada chiflada pudiese hacerle más daño, Ciel había desaparecido en la inmensidad de la noche. Ahora en cambio, el minino se arrepentía de sus acciones. No solo estaba perdido en la ciudad y atrapado en un cuerpo débil y extraño, sino que además su cerebro estaba al borde de un colapso mental, y si las cosas seguían así, pronto descubriría si los gatos eran capaces de pillar una pulmonía…

 

Sin embargo, el colmo de los colmos se lo llevaba su incapacidad para moverse. Coordinar sus estúpidas patas era una tarea imposible. Ciel ni siquiera podía dar diez pasos sin perder el equilibrio o tropezarse con su propia cola. Simplemente humillante. Cuando se escapó de la mansión, había estado tan aterrorizado que su cuerpo se había movido por sí solo, pero ahora las cosas eran diferentes.

 

De repente, las orejitas de Ciel se crisparon y todos sus músculos entraron en tensión. Había alguien contemplándole desde la boca del callejón.

 

Ese alguien en cuestión era un hombre que sostenía un paraguas negro en una de sus manos e iba vestido con una gabardina del mismo color. Cuando unos ojos rojizos se clavaron en los suyos, un bufido automático escapó de la garganta de Ciel, y de no haber estado empapado, su pelaje se habría erizado.

 

Lejos de parecer intimido por la hostilidad con la que estaba siendo recibido, el hombre esbozó una sonrisa divertida y empezó a caminar hacia él, despacio pero con pasos firmes.

 

Ciel entró en pánico, cosa que no combinaba demasiado bien con su situación actual. Quizás por eso cuando quiso salir corriendo, sus patas volvieron a enredarse y el gatito cayó al suelo cuan largo era.

 

Entonces, Ciel sintió como unas manos enormes y enguantadas se envolvían alrededor de su pequeño cuerpo y le atrapaban en un agarre firme pero cuidadoso. Un sinfín de maullidos brotó de su boca a modo de protesta cuando el hombre se abrió la gabardina y le introdujo en su interior, resguardándole del frío.

 

Como era de esperarse, Ciel empezó a retorcerse y a clavar sus garritas —cuya existencia le era desconocida hasta hace unos segundos— en el jersey del individuo, deseando que estas midiesen unos cuantos centímetros más para poder traspasar la prenda y causar algún daño real, pero todos sus intentos por defenderse resultaron inútiles y al final no le quedó más remedio que rendirse.

 

—Veo que por fin te has calmado un poco —comentó el hombre, y a pesar del pavor que le inspiraba, Ciel debía reconocer que tenía una voz agradable; grave aunque muy armónica—. Siento haberte tratado con rudeza, pero te negabas a cooperar y no puedo dejar a una criatura tan maravillosa como tú aquí abandonada bajo la lluvia. Oh, y ya que estamos, mi nombre es Sebastian.

 

"Sebastian el loco que habla con sucios gatos callejeros", pensó Ciel con amargura. Menuda suerte la suya… ¿Qué clase de trastornado se dedicaba a recoger animales en mitad de la calle para charlar con ellos? Aunque técnicamente, él no era un animal de verdad…

 

En su estado de absoluta indefensión, Ciel no podía hacer mucho a parte esperar para ver cuáles eran las verdaderas intenciones del tal Sebastian. De modo que mientras el hombre caminaba rumbo a un destino desconocido, Ciel trataba de mantener la mente ocupada para no pensar en las torturas a las que podría ser sometido si su "salvador" resultaba ser en realidad un psicópata ávido de sangre de gatito.

 

Por el momento las cosas marchaban bien. Sebastian se había detenido frente al portal de un edifico bastante alto y de aspecto agradable, había entrado en él y juntos habían subido en ascensor hasta la sexta planta. Una vez allí, Sebastian había abierto la puerta de su piso y había permitido que Ciel saliese con cierta torpeza de la gabardina; aunque el gatito jamás lo admitiría, el calor que emanaba el cuerpo del hombre le había dejado amodorrado y con la guardia bajada.

 

En cuanto las patitas de Ciel tocaron el suelo frío del recibidor, el minino se apresuró a esconderse en el lugar más fortificado de la casa desde su punto de vista: bajo el sofá del salón. Aunque ahora podía moverse con más soltura que antes, tardó bastante tiempo en conseguir llegar hasta el mueble.

 

Al principio Sebastian no hizo nada por detenerle, prefiriendo en su lugar observar con una expresión preocupada en el rostro como Ciel se bamboleaba. Seguramente el hombre nunca antes había contemplado a un felino tan patoso como él…

 

—Me parece que eres un poco tímido y supongo que estás… cansado. En circunstancias normales dejaría que te adaptases a la casa a tu ritmo, pero me temo que lo primero es lo primero: necesitas un baño. —anunció Sebastian, todavía algo desconcertado por el comportamiento inusual de su diminuto invitado.

 

A Ciel le encantaban los baños; es más, su momento favorito del día era por la noche cuando los criados le preparaban una apetecible bañera repleta de agua caliente y sales exóticas. No obstante, al escuchar la palabra "baño", un temor incontrolable se apoderó de él.

 

En cuanto la cara de Sebastian asomó por debajo del sofá, Ciel retrocedió hasta chocar con la pared y se agazapó allí, expectante. Cuando una mano se introdujo debajo el mueble en su búsqueda, Ciel no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre ella.

 

La batalla entre mano y gato fue larga y encarnizada, pero al final Sebastian consiguió agarrar a Ciel y arrastrarle fuera de su "guarida".

 

—Eres una pequeña fierecilla con muy mal genio —se rió, ante lo cual, Ciel solo pudo parpadear incrédulo. ¿Es qué este lunático no se daba cuenta de que su mano estaba sangrando y llena de arañazos?

 

Tal y como Sebastian le estaba sujetando, Ciel no podía retorcerse. Sin embargo, maullido tras maullido, el minino protestaba incansablemente, fulminando con la mirada a su captor. Sebastian parecía no darse cuenta de nada, y cuando llegaron al baño y la puerta se cerró tras ellos con un "click" del cerrojo, el corazón de Ciel dio un vuelco.

 

Sebastian colocó un paño en el lavabo y lo lleno con agua tibia, donde depositó a un irascible Ciel segundos más tarde. Abochornado era un término que se quedaba corto para expresar todo lo que Ciel estaba sintiendo en aquellos momentos. Un joven adulto como él no debería estar siendo bañado cual bebe por un completo desconocido en semejantes condiciones…

 

Para más inri, el agua se sentía engorrosa por todo su cuerpo, como si en vez de estar eliminando la porquería le estuviese ensuciando todavía más. En definitiva, era una sensación muy desagradable; tan solo mejoró un poquito cuando Sebastian empezó a masajear su cuerpo con jabón… solo para empeorar otra vez cuando llegó la hora del aclarado.

 

Diez minutos más tarde, un Ciel limpito, aseado y tembloroso volvía a esconderse debajo del sofá. Era un hecho: Ciel odiaba a Sebastian. El individuo en cuestión no solo había aprovechado la excusa del baño para manosearle de arriba a abajo mientras le arrullaba de manera humillante —Ciel nunca comprendería esa manía que tenía la gente de hablarle a los animales como si fuesen retardados—, sino que además había tenido la osadía de atarle un lacito azul al cuello. Sebastian. Era. Hombre. Muerto. No obstante, lo primordial por el momento era escapar del piso y encontrar a esa zorra alada para que le devolviese a la normalidad. Ya tendría tiempo de sobra después para ajustar cuentas con cierto amante de los felinos…

 

En esas estaba Ciel, maquinando su plan de escape magistral, cuando rugido proveniente de su estómago le sobresaltó. ¡¿Cómo podía tener hambre en una situación así?! En fin, si así lo quería su cuerpo, Ciel no podía negarse. Si a Sebastian no le había importado gastar agua caliente con él, seguro que tampoco le importaría compartir un poco de su comida.

 

Para bien o para mal, a Ciel le había quedado bastante claro que la obsesión de Sebastian con los gatos rozaba lo malsano. Su casa estaba llena de ellos, ya fuese en el estampado del mantel que cubría la mesa del salón o en el cuadro decorativo que colgaba de la pared de enfrente.

 

En aquellos instantes, Sebastian estaba perdido por alguna de las habitaciones del piso —increíblemente, Ciel podía olerle—, así que primero tendría que encontrarle para que le alimentase. Y eso no había sonado patético en absoluto…

 

Por lo menos, si nos centrásemos en el aspecto positivo de la situación, los andares de Ciel comenzaban a parecerse menos a los de un pato y más a los de un gato.

 

Ciel se deslizó en silencio por los pasillos de la casa y no tardó mucho en dar con el paradero de Sebastian. Así que haciendo uso de su cabeza para empujar la puerta de lo que parecía ser un despacho, Ciel entró en la habitación y se dirigió a la silla donde el hombre se encontraba sentado en frente de un escritorio.

 

De inmediato, Ciel comenzó a maullar y a restregarse contra las piernas de Sebastian. Desde el punto de vista del minino, sus propios maullidos le sonaban agudos e irritantes, pero a juzgar por la mirada cargada de adoración que le dirigió su compañero humano, Sebastian parecía estar derritiéndose con cada uno de ellos.

 

—Oh, ¿así que por fin has decidido salir de tu escondite? —le preguntó con una sonrisa radiante, estirando una mano —que Ciel logró esquivar a tiempo— para acariciarle el lomo—, Me alegro de que el susto se te haya pasado un poco, pero… ¿a qué viene tanto alboroto?

 

"Por fin estamos haciendo progresos", pensó Ciel. Después, el gatito se sentó en el suelo muy dignamente y con la espalda bien erguida. Sus ojos azules y afilados se clavaron en los de Sebastian. Había llegado la hora. Sin más dilación, el felino abrió la boca y dejó escapar un último maullido, concentrando todos sus sentimientos de hambre e inanición en él.

 

Sebastian parpadeó un par de veces, y entonces…

 

—Así que era eso… —Los ojos de Ciel brillaron esperanzados—, te sentías solo y quieres mimitos.

 

"¡Por supuesto que no, maldito imbécil! ¡¿Quién querría tus estúpidos mimos de todos modos?!", bufó Ciel para sus adentros. Antes de que pudiese escapar, sin embargo, las manos de Sebastian ya le habían atrapado y ahora Ciel se encontraba aprisionado contra el pecho del hombre.

 

Casi al instante, Sebastian se puso manos a la obra acariciándole la cabeza, rascándole debajo de la barbilla y tras las orejas —ignorando descaradamente las mordeduras y zarpaos del gatito—, haciéndole cosquillas en la pancita…

 

Aunque Ciel quería mantenerse fuerte, sus pensamientos pivotaban entre "Juro por Dios que te arrancaré los ojos" y "¡Más arriba, más…! Ohhh, sí… Como se te ocurra parar te destruiré". En resumen, Ciel quería llorar de la vergüenza, y más aún cuando su propio cuerpo le traicionó y un profundo ronroneo emergió de su garganta.

 

Demasiado cansado como para seguir resistiéndose, al final Ciel se rindió y permitió que Sebastian frotase sus aterciopeladas orejitas hasta quedar conforme con la sesión de arrumacos.

 

—¿A qué no ha sido tan terrible? —le preguntó, permitiendo que sus dedos largos y huesudos se paseasen por pelaje plateado del animal.

 

Por toda respuesta, Ciel le dirigió al humano una mirada rebosante de desprecio.

 

—Vaya, eres una gatito muy cruel... Te ofrezco mi amor y tú lo rechazas y me partes el corazón —se burló Sebastian, fingiéndose desolado.

 

Una pesadez incómoda se instaló en el pecho de Ciel tras escuchar aquellas palabras.

 

Amor.

 

De no ser por ese estúpido sentimiento, ahora el minino se encontraría en casa. Todavía durmiendo en su cama. Con Lizzy esperándole al día siguiente en el gran comedor para desayunar tortitas juntos. Con su madre y con su padre…

 

No queriendo pensar más en el tema, sobre todo porque la sensación de su pecho estaba empeorando, Ciel se hizo una bola en el regazo de Sebastian y cerró los ojos con fuerza. Estaba agotado y solo quería dormir para poder olvidar lo mucho que odiaba su vida.

 

Todo lo que sucedió a partir de ese momento fue como un sueño confuso para Ciel. En su estado de duermevela, ya ni siquiera tenía hambre; era como si su cuerpo se encontrase envuelto en un edredón cálido y suave, preparado para ser depositado sobre un yacimiento de nubes esponjosas. Incluso le pareció sentir el roce de una nariz contra la suya… ¿o eran unos labios?

 

De cualquier forma, ni Sebastian ni Ciel se percataron del fogonazo de luz multicolor que envolvió al gatito, en sintonía con las primeras luces del alba.

Notas finales:

No me convence mucho como ha quedado el capítulo, pero como últimamente no me convence nada de lo que hago, lo subiré de todos modos para que lo juzguéis vosotros. La verdad es que estos días me está costando mucho escribir, aunque intentaré actualizar "Serendipia" para este finde si me da tiempo (spameando con disimulo).

 

En fin, muchas muuuchas gracias a todos los que habéis leído, comentado y añadido a favoritos. Oh, y recordad que leer vuestras opiniones siempre es un placer (además, las opiniones son ideales para no meter la pata con una historia).

 

Dicho esto, espero que nos volvamos a ver lo antes posible C:


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