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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

¡Muy buenas noches! Es de madrugada pero no quería irme a dormir sin antes compartir el siguiente capítulo del fic. Como vaticiné, es probable que el siguiente sea el último capítulo. Sé que muchos ya estáis esperando la segunda parte del otro fic y eso también me alegra mucho. 

Sólo espero que no seáis muy duros conmigo tras leer el capítulo... Os dejo con él. Todo vuestro. 

Un pinchazo agudo le taladraba la sien. Abrió los ojos despacio, tanto que parecía que los párpados le pesaran más que el hormigón. La cabeza todavía le daba vueltas. El dolor se extendía por todo su cuerpo, como si le hubieran dado una paliza. Lentamente enfocó en lugar en el que se encontraba. No era la librería. Las paredes de piedra fría, un camastro incómodo y barrotes donde se suponía que debía haber una puerta le hicieron percatarse de que había vuelto a ocupar una celda en las mazmorras de las dependencias de la guardia ciudadana. Sacudió la cabeza en un intento por despejarse y trató de moverse. Sentía el cuerpo entumecido pero no fue consciente hasta que intentó incorporarse de que tenía las manos atadas en la espalda. Forcejeó con las cuerdas que le mantenían prisionero, consiguiendo solo clavárselas más en las muñecas. Maldijo en voz baja mientras movía los pies, descubriendo como ya suponía que los tenía atados también.

- No lo intentes. No podrás escapar de mí.

Sintió un escalofrío recorrerle. Al levantar la mirada hacia la silueta de su captor que se recortaba en la puerta, puso los ojos en blanco un momento y contuvo un suspiro exasperado.

- Por qué no me extrañará verte – masculló el peliazul -, Biel.

El teniente se recostaba contra la puerta de barrotes, con los brazos cruzados frente al pecho y un gesto amenazante pero tranquilo en el rostro.

- No serías tan estúpido como para pensar que iba a dejarte el camino libre, ¿verdad?

- No – admitió Rain -. Pero sí pensé que jamás romperías una promesa a Airen.

- ¡Nunca prometí que me iría sin más! – bramó el teniente. Luego recobró de nuevo la compostura, aunque ya no volvió a cruzarse de brazos, adoptando una posición más a la defensiva y mucho menos relajada de lo que pretendía demostrar -. No puedo dejarle aquí, indefenso en tus manos.

- ¿Indefenso? ¿Acaso te crees que yo le haría daño a Airen? – le increpó.

- Todos los que se acercan a ti acaban muertos – le recordó -. Quemaste a tus padres. Mataste a Leonard Gibbs. Asesinaste en ese lugar donde te encerraron. Y trataste de llevarte por delante a la gente de la iglesia. Porque por mucho informe que presentaran esos imbéciles de los sargentos, yo sé que fuiste tú. No me quedaré de brazos cruzados mientras matas a Airen también.

- No, no, yo no… - Se detuvo. Las explicaciones eran inútiles -. Daría mi vida por él – susurró entonces Rain. 

- Deja de fingir ser bueno, demonio. Se te acabó el jugar con nosotros.

- Nunca hubo un vosotros, maldita sea, que parece que no te entra en la cabeza – atajó el peliazul -. No te das cuenta de que eres tú quien le está haciendo daño actuando así.

- ¿Por qué? ¿Porque herirte a ti es como herirle a él? – se burló el teniente -. Qué imbecilidad más grande.

- No, Biel, no es por eso. Le estás haciendo daño porque has tirado por la borda toda la confianza que él depositó en ti un día. Eras su compañero. Y has ido demasiado lejos por no saber cuándo debías retirarte de todo esto.

El teniente pareció detenerse a pensar un momento. No esperaba semejante argumento.  

- Él es más que mi compañero y sé que lo sabe, en el fondo de su ser. Pero tu encanto le tiene cegado y no le deja verlo – continuó el guardia.

- ¿Es que no eres capaz de alegrarte de que tu amigo sea feliz? – le dijo el librero, frunciendo el ceño.

- ¡No! ¡Porque Airen no es feliz contigo, puta de cuarta! – gritó Biel, demostrando que no tenía la situación tan bajo control como él creía -. Sólo vive en esa fantasía porque le has embaucado por completo. Porque le has hecho caer ante tus asquerosas dotes de seducción y le has dado un placer sucio que no puede reemplazar al amor, pero lo enmascara. Airen está perdido por tu culpa. Y yo haré que mi comandante vuelva - aseguró. 

- Te crees el héroe de todo esto – comprendió el librero -. Piensas que Airen necesita salvación. Y que sólo tú puedes dársela.

Era como el argumento de uno de esos libros que había leído hacía tiempo, donde el príncipe tenía que salvar a una princesa que en realidad no quería ser salvada porque estaba enamorada de quien la había secuestrado para salvarle la vida. No pudo evitar pensar que ese libro, a pesar de ser de fantasía, también le gustaría a Airen.

- Es que la necesita – confirmó Biel -. Ha caído en tus garras de bastardo del infierno, pero él no lo entiende. No se da cuenta de que le has embaucado de tal manera que has logrado incluso apartarle de mí.

- Y ahí vas a estar tú para hacer que despierte del hechizo que he lanzado sobre él – se mofó el librero, sin contener una carcajada divertida -. Quieres que redima todos sus pecados estando contigo, sin importarte lo que él sienta. No eres más que un patético egoísta – añadió.

- ¿Quién te crees para juzgarme de esa manera? – siseó, molesto.

- Soy la persona a la que acabas de secuestrar para luchar contra una causa perdida – le espetó -. Porque, por más que lo intentes, no vas a lograr nada haciendo esto. No pensé que serías tan ingenuo como para creer que si yo no estuviera, Airen sería tuyo – respondió Rain con firmeza -. Y lo peor es que no eres capaz de ver lo equivocado que estás.

- Tú le has obligado a creer que siente algo por ti – insistió el teniente.

- El amor no es algo que se pueda obligar a sentir, Biel. No se puede. 

- Si sintieras amor por él, no le habrías manipulado ni ensuciado, ramera – farfulló Biel.

- Conoces muy poco a Airen si crees que se dejaría enredar por la lujuria de cualquiera – suspiró el librero -. Y respecto a esa obsesión que tienes con que yo le he arrastrado al pecado carnal, deja que te diga que él solito ha querido ensuciarse conmigo – hizo notar Rain.

- Airen es completamente diferente a la escoria que acostumbras a follarte – escupió Biel -. Pero tú querías ponerte una meta alta, ¿no es así? Era tu capricho, porque Airen es el hombre perfecto. Quisiste encontrarle un resquicio de debilidad y lo encontraste al arrastrarle a tus asquerosos juegos de seducción.

- Airen es de todo menos perfecto. – Esbozó una sonrisa suave -. Pero eso es parte de su encanto.

- No pienso hablar contigo sobre los encantos de Airen – aseguró Biel, entrando dentro de la celda con paso firme.

- Claro que no lo harás. No puedes hablar de los encantos de ese hombre cuando no los conoces todos, ¿no es así? – En su tono de voz había, hasta cierto punto, mofa.

Rain se atrevió a darse el lujo de provocar a Biel y la respuesta del teniente fue tajante. Le sujetó del brazo para levantarle casi al vuelo y ponerle de rodillas en el suelo de piedra. El librero se ahorró el sonido de queja. Biel dio un par de vueltas alrededor de él, como un cazador rodearía a una presa. Estar a merced de un desequilibrado emocional no había sido el plan de pasar el día del librero. Biel llegó a su espalda de nuevo y sin previo aviso, le sujetó del pelo, enredando los dedos en sus mechones azules y tirando de él hacia atrás. Desenvainó el cuchillo que llevaba consigo y lo apoyó en la garganta del librero, que apenas pudo tragar saliva.

- Voy a hacerte sufrir hasta semejante nivel que no vas a poder volver a mirarle a la cara. Porque cada vez que lo hagas, me recordarás a mí haciéndote daño – le siseó al oído -. El miedo de saber que puedo volver a hacerlo, te hará alejarte. El dolor te apartará de él. Le abandonarás porque no serás capaz de luchar contra esto.

Rain forcejeó un momento y miró de reojo a Biel, con fuego en los ojos.  

- Podrás arrebatarme las pocas cosas que poseo, Biel. Pero jamás podrás quitarme el cálido recuerdo de Airen sonriendo, acariciándome, besándome y gimiendo mientras embestía dentro de mí – respondió el peliazul, con una sonrisa orgullosa -. Ni aunque me arrancases el corazón del pecho lo olvidaría.

- No me pongas a prueba, bastardo, porque soy capaz de meter tu endemoniado corazón en una caja después de hacer que mires cómo te lo saco del cuerpo y de hacerlo pedazos entre mis dedos – bramó el teniente. 

- Ni siquiera así lograrás que Airen deje de quererme como lo hace – sentenció Rain, con una confianza desmedida que acabó con la poca cordura de Biel.   

Con un movimiento rápido y rabioso de la muñeca, el cuchillo primero acarició la piel del cuello haciéndole un pequeño corte. Luego, el filo rebanó de un solo tajo la melena azul brillante del librero. Los mechones de pelo cayeron sobre el suelo de piedra ante un gesto de muda sorpresa de Rain. Recuperó el aliento un instante después, para perderlo de nuevo en cuanto sintió el frío de la hoja del cuchillo deslizarse por debajo de su camiseta, en la zona del cuello. Rasgó la tela hacia debajo de un solo tirón, dejando que la punta del cuchillo rozase, en un par de ocasiones, la piel del peliazul. Una vez estuvo rasgada del todo, apartó la tela del cuerpo del librero sin ninguna delicadeza.

El teniente volvió a sujetarle por el pelo, ahora mucho más corto que antes, y le obligó a ponerse de pie. Con un empujón, le lanzó de nuevo sobre el camastro. Rain soltó un sonido de molestia ante el golpe. Abrió los ojos para ver a aquel hombre con la mirada perdida y bañada en ansias de venganza acercarse lentamente a él, amenazante e imponente, enarbolando todavía el cuchillo con firmeza. Rain había llegado a una conclusión sobre Biel demasiado tarde después de provocarle. Ese hombre estaba completamente obsesionado con Airen. Hasta el punto de creer que estaba viviendo en su propia fantasía con el comandante. Biel, como amigo, había visto pasar a muchas mujeres, una tras otra, con relaciones pasajeras que no iban a ninguna parte. Ellas no habían podido robarle a Airen. Debido a eso, el teniente había mantenido la esperanza de que esos fracasos amorosos fueran signo de que a Airen solo podía conquistarle un hombre. Él. Había puesto todas sus ilusiones en ello, cada día durante mucho tiempo. Pero entonces, Rain había aparecido en la vida de Airen y había sacado de una patada a Biel. Le había destrozado su propia fantasía. Y eso, le había vuelto completamente loco.  

Rain sabía que iba a hacerlo, fuera lo que fuera que tenía planeado, llegado a aquel punto no se detendría. El librero tragó saliva. Y sintió un escalofrío de auténtico pánico al darse cuenta de que Biel estaba dispuesto a destrozarle por completo.

 

La plaza del Ayuntamiento estaba a rebosar. La gente era muy educada y guardaba la distancia de seguridad que marcaba la patrulla especial que Airen había preparado para la recepción del ex alcalde de la isla. El señor Karwell había sido un referente como gobernante. Todos en la isla le habían adorado y ahora se demostraba que su memoria permanecía. Era un hombre alto, atlético aunque tuviera cerca de cincuenta años ya, denotados solamente por las canas de su pelo y su barba. Karwell iba acompañado de una mujer rubia de pelo largo con un vestido impresionante y unos zapatos muy altos. No había sido raro en su época en la isla verle con mujeres parecidas a pesar de que estaba casado. El ex alcalde se había quedado viudo por un terrible accidente apenas tres días antes de que Airen perdiera a su madre, Sarah.

El comandante mantenía los cinco sentidos en observar los alrededores y controlarlo todo. No podía permitir que nada saliera mal en aquella visita. Se decía que Karwell estaba bien relacionado en otras islas y el actual alcalde junto con todo su Consejo quería obtener el favor de tal hombre. Habían sido especialmente pesados con la seguridad. Airen había adoptado entonces el papel de guardaespaldas personal del señor Karwell, a pesar de que éste llevaba su propia escolta personal. Cinco hombres que parecían perfectamente entrenados, todos vestidos de la misma forma y sin ningún tipo de gesto en la cara que pudiera dejar adivinar algo sobre ellos. Entre todo aquello, había algo que a Airen no le gustaba. Una visita tan repentina, apenas sin planificar, como si fuera un simple capricho de Karwell. Su instinto le decía que era demasiado extraño. Estar cerca del ex alcalde le permitiría protegerle y también, tenerle vigilado.

De pronto, se formó un revuelo no muy lejos. Y alguien comenzó a llamarle a voces.   

- ¡Airen! ¡Airen!

El comandante se giró hacia los gritos repentinos, sin moverse mucho del lado del ex alcalde. Entre la gente que fue abriendo camino, apareció Ryu. Llegaba corriendo y completamente descolocado.

- Tranquilos – le dijo Airen al hombre que protegía y a uno de sus guardias personales -. Es uno de mis sargentos, está todo controlado.

Ryu llegó de tres zancadas hasta el comandante, que le sujetó por los brazos en un intento por calmarle. Le apartó un poco de la gente para que no cundiera el pánico al ver así de desencajado a un sargento de la guardia ciudadana.

- ¿Qué demonios está pasando? – susurró el pelinegro -. No es el mejor momento para una urgencia – hizo notar.

- Tienes que volver… - jadeó Ryu -. Al cuartel…

- ¿Qué? ¿Al cuartel? ¿Para qué?

Ryu alzó la mano pidiendo tiempo para recuperarse. El comandante se giró hacia la comitiva y vio cómo se alejaban.

- Escucha, sea lo que sea, no tengo tiempo – atajó el pelinegro -. No puedo descuidar a este hombre porque ya no confío en la seguridad de la isla con esos radicales por ahí – confesó en voz baja -. Cualquier cosa puedes solucionarla tú.

Le dio una palmadita en el hombro, media vuelta y se encaminó hacia el resto de guardias que tenía vigilando al ex alcalde, que llevaba más protección que un buque acorazado.  

- ¡No, Airen! – gritó el sargento cuando recuperó el aliento -. ¡Yo no puedo salvar a Rain!

Airen se giró como un resorte hacia él. Volvió a alcanzarle de dos zancadas rápidas y largas y le sujetó de los hombros mucho más fuerte para mirarle a los ojos.

- ¿Qué le ha pasado a Rain? – Su voz exigía explicaciones, pero en el tono se podía notar cómo una simple afirmación había hecho temblar al comandante de la guardia ciudadana.

- Corre – fue toda la respuesta de Ryu.  

No dudó. Airen echó a correr por la calle central en dirección al cuartel, sin detenerse. Notaba el corazón palpitarle en la garganta, los pulmones peleando por sacar más aire para que pudiera respirar. Tenía el estómago atenazado y su cerebro apenas atinaba a ordenar a su cuerpo moverse. Atravesó la puerta del cuartel como una flecha. Miró a todos lados, deteniéndose un momento a respirar de paso. Entonces escuchó voces. No pudo distinguirlas, pero las siguió. Le llevaron hacia las escaleras que daban al calabozo. Bajó los peldaños de tres en tres. Al llegar al final de la escalera encontró a Shion asomado al calabozo como si estuviera espiando a alguien.

- ¿Qué está pasando? – le preguntó, sobresaltándole.

- Dios, Airen, menos mal – suspiró el sargento.

Diez minutos antes, Ryu y él habían ido al cuartel para organizar las tareas de esos días. Puesto que toda la guardia estaba fuera con motivo de la visita de Karwell, ellos se encargarían de las demás tareas. Entonces habían descubierto por casualidad lo que estaba sucediendo en aquel lugar.

- ¿Dónde está Rain, Shion? – exigió saber.

- No he querido entrar por si acaso se atrevía a… - Evitó decir palabras que pusieran todavía más histérico al comandante -. Está trastornado, Airen.

- ¿¡Dónde está!? – repitió, más fuerte y empezando a enfadarse.

El teniente cogió aire con fuerza y señaló los calabozos. Ese lugar estaba siendo escena, mudo testigo de cómo se podía llevar a un hombre hasta el límite. Al descubrir a Biel haciendo daño a Rain, Ryu había querido entrar ahí dentro a detener al teniente. Pero no tenían la llave de la celda. Y Shion también tuvo la mente fría para pensar que, si le interrumpían en su afán, Biel quizá fuese capaz de partirle el cuello al librero de un solo movimiento. Después de todo, ese hombre ya no tenía nada que perder, lo cual le hacía aún más peligroso. Entonces el peliplata había reaccionado lo suficientemente rápido como para salir corriendo a buscar al único capaz de detener aquello y de entrar en esa celda sin la llave, rompiendo los barrotes de hierro con el filo de una espada.

Airen fue a cruzar la puerta pero Shion le detuvo un momento, sujetándole con fuerza por el brazo.

- Júrame que no vas a hacer ninguna tontería – le pidió entonces.

El gesto serio de Airen se agravó todavía más. Que el sargento le pidiera algo como aquello sólo podía significar que algo iba a hacerle perder la cordura. Apartó a Shion de su camino y atravesó la puerta de los calabozos como una exhalación de aire gélido. Se detuvo sólo al llegar frente a la reja de la celda. Con una última expiración, sintió que el aire no volvía a entrar en sus pulmones. Rain estaba desnudo sobre el camastro de la celda, con el sudor recorriendo su piel blanquecina. Los ojos cerrados con fuerza en un gesto de dolor, la boca cerrada por una bola de tela hecha de su propia ropa interior. Los labios le sangraban, al igual que un pequeño corte que tenía en la mejilla, que adornaba su cara llegando a manchar la mordaza. El librero se revolvía cuanto podía a pesar de que el cuerpo del teniente estaba inclinado sobre él, sujetándole con fuerza por la cadera. Airen  rechinó los dientes cuando vio el brazo de Biel moviéndose con dureza sobre la entrada del librero. El comandante se cegó por completo. Era como si le estuvieran arrancando la piel a tiras, el dolor que le punzaba el pecho cada vez que escuchaba un grito silencioso de Rain al ser penetrado por aquella violencia era lo más horrible que había sentido nunca. Y mientras él sentía cómo le desgarraban por dentro, Biel estaba tan afanado en profanar a Rain que ni siquiera se dio cuenta de que Airen estaba allí.

- ¡BASTA YA! – rugió el comandante.

A la vez que su voz abandonaba su cuerpo en aquel grito de rabia e ira, el pelinegro desenvainó la espada de un solo movimiento. Aferró con fuerza la empuñadura y la blandió contra el viento, haciéndole dos cortes rápidos y casi invisibles. Instantes después, los barrotes empezaron a caer en pedazos al suelo. El comandante soltó de pronto la espada, dejando que también chocase contra el suelo empedrado. Así, en cuanto esa puerta de reja le abrió paso, Airen se lanzó como un rayo sobre Biel. El teniente había sacado, sin ningún cuidado y provocando un grito más en Rain, los dedos con los que estaba profanando al librero nada más escuchar la voz del pelinegro. Airen le sujetó por la camisa para apartarle de Rain y le asestó un fuerte golpe en el estómago que hizo que el teniente se doblase a la mitad. Luego, le golpeó la cara con la rodilla, que le había quedado al alcance. Le lanzó contra el suelo y se subió sobre él. Entonces empezó un desfile de puñetazos contra Biel, que apenas los veía llegar. Airen necesitaba sentir el dolor de golpear al teniente en sus propias manos desnudas. Si no, no sería capaz de calmar su furia. Llegó un punto en el que Biel ya ni se quejaba. En ese momento Airen desenvainó una pequeña daga que llevaba amarrada en la espalda. La empuñó con fiereza y le asestó una puñalada en el hombro izquierdo al teniente, que gritó como si se tratase de un cerdo en el matadero cuando el acero atravesó su piel y desgarró sus músculos.

- ¡Airen por favor! – gimió el hombre, tratando de retorcerse debajo del cuerpo del comandante.

- ¡¿Acaso  crees que esto es suficiente dolor, Biel?! – rugió Airen, completamente cegado de rabia.

- ¡Yo te quiero! – gritó en medio de su desesperación.

- ¡Voy a arrancarte el corazón! – bramó el comandante, recreándose y empujando la daga más adentro, a pesar de que la empuñadura ya hacía tope con el cuerpo de Biel -. ¡Ni siquiera con sangre puedes pagar lo que has hecho, maldito hijo de puta!

Airen cogió el cuchillo y tiró de él para sacarlo de la carne sin ninguna piedad, de una sola vez.

- ¡AAHH! – El grito de puro dolor de Biel desgarró la tensión del ambiente.

Entonces, Airen sujetó la empuñadura de la daga con la mano derecha, mientras con la izquierda hacía presión en el cuello del teniente, y la levantó con decisión sobre el pecho de Biel.

- ¡AIREN, NO!

Rain se había deshecho, en ese fatídico instante, de la mordaza de su ropa interior, con la que llevaba luchando un rato. La voz del peliazul detuvo al comandante. La mirada encendida en rabia e ira de Airen se clavó en Rain. El librero mantuvo su mirada todo lo tranquila que pudo, intentando transmitirle esa sensación al pelinegro.  

- Tú no eres un asesino – dijo entonces Rain, mientras recuperaba la respiración -. No lo hagas.

El comandante volvió a bajar la mirada otra vez hacia Biel. Hacerlo le enfureció de nuevo. Pensar que esa boca ahora llena de sangre había tocado la piel del peliazul, dejando marcas de mordeduras. Que esos ojos habían visto más de lo que deberían y habían acusado al librero de ser una ramera. Que esas manos habían mancillado su cuerpo con el único propósito de causarle un profundo dolor. Que aquel bastardo había derramado la sangre de Rain en heridas que le dejarían nuevas cicatrices por su culpa. Su pecho volvió a subir y bajar a un ritmo acelerado ante la ira que le recorría las venas ardiendo como si fuera lava. Alzó de nuevo la daga en el aire, sin que le temblase el pulso.

- No, Airen, no lo hagas – insistió Rain, al darse cuenta de que no lograba calmarle -. No te pierdas a ti mismo de esta manera. Mírame – repitió, tragando saliva -. Por favor.

- Si te miro y veo el estado en el que te encuentras, sólo tendré más ganas de reventarle la puta cabeza, arrancarle el corazón del pecho y dejarle empalado al suelo – dijo con rabia el pelinegro, apretando los dientes y sin apartar los ojos de Biel.

- Mírame a los ojos, maldita sea – repitió el librero con un tono de orden en la voz -. ¡Mírame, Airen! 

El comandante soltó un rugido enfadado desde la garganta pero le hizo caso y se giró hacia su mirada. Lejos de la desesperación, el miedo, o lágrimas que esperaba encontrar, esos ojos azules se mantenían firmes en sus pupilas ojimiel. Mostraban una fortaleza y una seguridad que lograron devolverle la cordura momentáneamente. Aun así, con un profundo grito de cólera, el pelinegro dejó caer la daga con fuerza. Hasta clavarla en el empedrado, entre dos piedras del suelo, al lado de la cabeza del teniente. Biel se encogió por el miedo hasta que se dio cuenta de que la daga no le había rozado siquiera.  

- Dale las gracias al hombre que intentabas destrozar, bastardo hijo de puta – siseó Airen, lleno de rabia -. Porque sabes que yo te habría matado sin vacilar, sin importarme las consecuencias, porque eso es lo que significa Rain para mí. Y porque le quiero con todo mi ser, cedo a darte la clemencia que me ha pedido. De no ser por él, no seguirías respirando.

- Ai… ren… - pudo pronunciar el teniente ante la presión de su mano en el cuello, dejando escapar un par de lágrimas de sus ojos.

- ¡Cállate! – gritó el pelinegro, sin mostrar ninguna clemencia -. Vive, cargando con lo que has hecho, sabiendo que he tenido tu puta vida en mis manos y he permitido que la conservaras. Y nunca olvides que ha sido Rain el que ha salvado tu asquerosa existencia, esa que yo habría borrado de la faz de la tierra sin importarme una mierda.

Se apartó del cuerpo de Biel, que hizo un sonido de queja, empezó a toser expulsando algo de sangre y se encogió sobre sí mismo. Airen, sin llegar a levantarse, se arrastró hasta llegar al lado del camastro. Su mirada no pudo evitar detenerse en la escena. Rain tenía moratones por todo el cuerpo; laceraciones en las muñecas y los pies a causa de las cuerdas que le mantenía prisionero; mordeduras en los hombros; quemaduras en carne viva en la espalda y en la zona del ombligo y los abdominales, provocadas por un cigarro que había tirado en el suelo de la celda; y cortes, tenía pequeños cortes por todas partes, desde el pecho hasta las piernas. Algunos eran arañazos hechos con las uñas de las manos, como si hubieran intentado arrancarle la piel a tiras. Y había un corte que aun sangraba en el bajo vientre que cortó la respiración del comandante un instante. Apretó los dientes con fuerza de nuevo. Sintió que podría volver a perder la cordura.

- Airen. –La voz de Rain sonaba suplicante -. Desátame.  

El comandante pareció reaccionar ante aquel ruego. Las manos le temblaron cuando quiso soltar las cuerdas que mantenían al librero atado.

- Tranquilo, ya voy, te soltaré enseguida – murmuró el pelinegro, más para sí mismo que para el peliazul.

- Tengo ganas de abrazarte, Airen – susurró Rain, dejando caer la cabeza hacia delante.

El pelinegro se giró hacia el teniente, que seguía en el suelo tumbado, y sacó la daga del suelo. Enarboló la pequeña espada y cortó las ataduras de Rain. En cuanto sintió las manos libres, el peliazul se dio la vuelta tan rápido como su adolorido cuerpo le permitió y rodeó el cuello del pelinegro con ambos brazos. Airen sintió que no tenía brazos suficientes para envolver al librero hasta que se perdiera en él y pudiera sentirse realmente protegido.

- Lo siento – le susurró al oído, aferrándose con fuerza al peliazul mientras le acunaba entre sus brazos -. Lo siento, lo siento, lo siento mucho. Ha sido culpa…

- No – le cortó Rain, moviendo la cabeza para besarle el cuello -. No te hagas esto. No lo digas, ni siquiera lo pienses, por favor. No, Airen.

El comandante le acarició el pelo, ahora corto. Le resultaba tan extraño que tuvo que darle un par de caricias más. Miró los mechones despeinados y suspiró.

- ¿Qué te ha hecho? – musitó, conteniendo un gemido desesperado en la garganta.

- Shh. Eso da igual. –Se dejó caer contra él y suspiró -. Sácame de aquí.

Airen cogió una de las mantas que había sobre el camastro, útil a pesar de una mancha de sangre que tenía en un lado. La echó por encima de Rain, pasó rápidamente el brazo bajo las rodillas del librero y le levantó, apoyándole contra su pecho.

- Tranquilo. – Le besó el pelo -. Nos vamos a casa. Yo me ocuparé de ti, mi vida.

Rain se aferró con toda la fuerza que pudo a Airen y escondió la cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro. Cuando el comandante salió de la celda, no se molestó siquiera en desviar un momento la mirada hacia Biel; el teniente pudo verle salir de la celda con el peliazul entre sus brazos, llevándose consigo todo lo bueno que había sentido alguna vez, un instante antes de desmayarse.

- ¿Qué hacemos con él? – preguntó en voz baja Shion.

- Que viva – dijo solamente Airen.

Así, el comandante dejó a los dos sargentos a cargo. Shion y Ryu se giraron a mirar al interior de la mazmorra a la vez que Airen subía las escaleras y salía de los calabozos con Rain.

- Quédate con él. Voy a avisar a mi hermano – le susurró a Ryu.

- ¿No podemos dejarle así? – farfulló el peliplata -. Se lo merece.

- No he dicho lo contrario. Pero es Airen quien tiene que decidir qué hacer. Hasta entonces, tiene que seguir respirando – dijo el moreno.

Ryu emitió un gruñido. Shion se acercó a él y le besó en la mejilla. El desconcierto que provocó en su compañero hizo que dejase de fruncir el ceño y le mirase con sorpresa. El moreno le dio una caricia en la mano y una sonrisa antes de salir también de los calabozos en busca de su hermano.  

 

El atardecer se ocultaba mientras Airen llegaba a casa. A pesar de estar bastante cansado y de que los brazos del comandante le acunaban, Rain abrió los ojos en cuanto el comandante se detuvo delante de la puerta de su casa. Jamás habría imaginado que traspasaría aquel umbral. Tragó saliva un momento. Sentía que aquello le asustaba más que lo que había vivido hacía apenas un rato.

- ¿Estás despierto? – La voz de Airen fue apenas un susurro.

El librero asintió.

- Voy a dejarte de pie un momento, ¿vale? – le dijo, mirándole fijamente -. Sujétate bien fuerte a mí.

Rain afianzó el amarre de sus brazos alrededor del cuello del comandante y éste le apoyó lentamente en el suelo. La mano que tenía tras su espalda se aferró más a su cintura, sujetándole con bastante fuerza y manteniendo la manta en el cuerpo del librero. El peliazul apoyó la frente contra la mejilla del pelinegro mientras éste rebuscaba en los bolsillos la llave de casa. La encontró un par de minutos después. Abrió la puerta y dio un par de pasos junto con Rain hasta que estuvieron dentro. Airen quiso volver a coger en brazos a Rain, pero éste le detuvo.

- No te pongas terco – le pidió el comandante -. No estás en condiciones de andar. Sigues sangrando.

El librero resopló y Airen le cogió en brazos para atravesar el salón y llegar hasta la habitación. Empujó la puerta con el pie y se apresuró a dejar al librero sobre la cama. Salió como una flecha hasta el baño a buscar el botiquín que tenía para emergencias. Lo puso en la mesilla al lado de la cama y cuando Rain le miró, pudo ver cómo le temblaban las manos.

- Airen – susurró -. Bésame.

- ¿Qué? –El comandante mostró un gesto de desconcierto.

- Bésame – repitió Rain, con simpleza.

El pelinegro reaccionó y se inclinó sobre el peliazul. Éste le rodeó el cuello y le acarició la nuca. El beso fue suave, casi superficial a causa de las heridas que tenía Rain. Sin embargo, el roce, la caricia en su pelo, la cercanía con él, sentir que todavía respiraba y podía sonreír, le calmó de sobremanera.

- Poco a poco – le aconsejó el librero.

- ¿Por dónde empiezo? – le preguntó, rozándole la nariz con la suya.

- El corte de ahí abajo – respondió Rain, haciendo una mueca de molestia -. Me duele.

Airen se apartó de él, cogió aire con fuerza y empezó a sacar algodones, vendas, gasas, desinfectante y cualquier otra cosa que le pareció útil.

- Airen. –El comandante se detuvo y le miró -. Si fuiste capaz de curarme de una bala, puedes hacer esto – sonrió con suavidad.

El pelinegro sintió otro ramalazo de calma. ¿Cómo era posible que, incluso en aquel estado, Rain provocase una sensación tan tranquila y serena en él? Suspiró levemente y asintió con la cabeza. Primero, atendió el corte en el bajo vientre del librero. Cuando consiguió que dejase de sangrar, le puso una gasa para taparlo y que no se infectase. Luego, siguió con las quemaduras. Rain apretaba los dientes con fuerza cada vez que rozaba una de ellas. Tenía la piel en carne viva y le escocía de sobremanera. Airen recordó lo que Sarah hacía cuando él se raspaba las rodillas y le escocía al curarle. Y se dedicó a ir sobre las heridas soplando con suavidad en un intento por calmar el dolor del peliazul.

- Tenerte tan cerca me está poniendo nervioso – susurró entonces Rain.

- No es el momento para eso – hizo notar Airen.

- Es que miro tu boca ahí, a mi alcance, y me muero por besarte – confesó el librero, llegando incluso a sonrojarse.

Airen le miró con ternura, le regaló la más dulce de las sonrisas y le acarició los labios con los dedos con suavidad.

- Tranquilo. A partir de hoy, podrás besarme cuando y cuanto quieras, hasta hartarte. Soy todo tuyo, Rain – musitó el comandante -. Siempre lo he sido.  

Rain sintió que se le escapaba el aliento junto con un par de lágrimas que Airen recogió con los dedos antes de proseguir con las curas. Las mordeduras de los hombros fueron las siguientes y luego los cortes. No eran profundos y los rastros de sangre estaban secos ya, pero los desinfectó todos para prevenir. Curó bien también el corte de la mejilla y le limpió con agua fría las heridas de los labios. Si algo había aprendido durante su instrucción como guardia, era a controlar las luxaciones o torceduras de las muñecas o los tobillos. Él era propenso a fastidiarse la muñeca izquierda con bastante facilidad, por lo que los vendajes los tenía controlados. Cogió las manos del librero y buscó esguinces en ellas. Y dio con uno en la muñeca derecha. Le vendó la mano con cierta presión y cuando terminó, le echó un vistazo. Todo él era un mapa de heridas. No pudo evitar suspirar con cierta desesperación.

- Estoy bien – susurró el librero al ver cómo le miraba.

- Aún no he terminado – musitó el comandante -. Date la vuelta.

Rain tardó un segundo en ceder. Se giró con todo el cuidado que pudo, colocándose de forma que las heridas no se resintieran. El pelinegro se subió a la cama y se colocó entre las piernas del peliazul. Tragó saliva un momento antes de sujetar con todo el mimo que pudo las nalgas de Rain y separarlas con cuidado. Sus ojos se abrieron ante la visión y luego los cerró un momento, apretándolos con fuerza.

- Airen…        

- Joder – masculló el comandante cuando volvió a abrir los ojos y miró de nuevo.

- Estoy bien – dijo el librero contra la almohada que ahogaba a medias su voz.

- No estás bien – contradijo Airen, cogiendo aire con fuerza -. Tú no estás viendo esto – susurró.

El ano del librero era todo un caos. Los bordes estaban desgarrados de una forma brutal. Y aún parecía sangrar ligeramente desde el interior. Le daba miedo incluso tocar aquellas heridas para curarlas.

- ¿Qué te hizo? – quiso saber el comandante.

- No deberías castigarte con eso – atajó el librero.

- Joder, Rain, es que esto no es normal, maldita sea – se quejó el pelinegro.

Durante un instante, aquella imagen tan dolorosa en la celda volvió a su mente. Y rápidamente su propio recuerdo le dio una respuesta.

- La mano – pudo decir -. Esto te lo ha hecho con la mano. Con toda la… - No pudo terminar.

Rain escondió la cara en la almohada y Airen se dio cuenta de que había acertado.

- Ese maldito hijo de puta te ha violado delante de mis jodidas narices – siseó entre dientes el comandante -. Tendría que haberlo matado.  

- No pienses en eso ahora, Airen, no merece la pena que nos interrumpa – le dijo el librero, girando la cabeza cuanto pudo para mirarle de reojo -. Céntrate en mí ahora, en nadie más – le pidió.

Airen respiró hondo una vez más antes de que la rabia le inundase de nuevo e hizo caso de la petición del peliazul. Volvió a mirarle la herida, pero se mostró indeciso ante ella.

- Seguro que parece más de lo que es. – Rain intentaba quitarle todo el hierro al asunto que podía.

- El dolor que tienes que estar sintiendo seguro que es más de lo que puede parecer que duele esto – respondió Airen -. ¿Cómo voy a curarte esto?

- Igual que el resto – respondió Rain.

- Va a doler – le advirtió, alcanzando el algodón y el desinfectante.

El librero asintió y apoyó la cara contra la almohada de nuevo, para acallar su voz en caso de que se le quisiera escapar algún grito de dolor. No quería castigar a Airen con eso. Aguantaría. O al menos, eso quería hacer. Pero realmente dolía. Su cuerpo entero se retorcía con apenas un roce de aquel desinfectante en la zona herida. Se tensaba por completo y Airen cada vez lo tenía más difícil.

- Lo siento – susurró, con la voz entrecortada, en una de las pausas que el comandante hizo.

- No te hagas el fuerte, Rain. No tienes que aguantar el dolor conmigo.

- No puedo gritar de dolor – dijo, tratando de autoconvencerse -. Si no grité entonces, no lo haré ahora. Sigue.

- Estoy orgulloso de ti – dijo entonces el pelinegro.

El comandante se inclinó sobre él y le besó la zona baja de la espalda. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo del librero, haciéndole exclamar un jadeo de sorpresa que le relajó antes de que Airen siguiera curándole entre las nalgas. Cuando por fin aquella tortura terminó, el comandante entró en el baño para lavarse las manos y recoger el botiquín. Llevó hasta la habitación un balde pequeño con una toalla y lo dejó sobre la mesilla que antes habían ocupado las medicinas. Hundió la tela gruesa en el agua y empezó a limpiar despacio el cuerpo desnudo del peliazul. Rain solamente podía mirarle. Sabía que Airen se sentía culpable de lo que había pasado, pero él no le veía como la causa del desequilibrio de Biel. Cualquiera podría sufrir por amor. Pero cuando se dejaba de pensar en lo que realmente le importaba a la otra persona, entonces ya no se podía enarbolar el argumento de un amor pasional y loco. Porque eso ya no era amor. Rain había crecido en un mal ambiente, sin padres y rodeado de gente que solamente quería matarle. Sin embargo, sabía lo que era el amor. Y en parte, era gracias a Airen Hawk.

 - Estoy completamente enamorado de ti, Airen – susurró entonces Rain.

El pelinegro se detuvo y levantó la mirada sorprendida hacia el peliazul. No esperaba una confesión semejante en aquel momento. Se inclinó hacia él por toda reacción y le besó la frente con fuerza. Rain cerró los ojos. Airen apoyó su frente contra la del librero y se quedó así durante un par de minutos. Luego, se incorporó y dejó la toalla mojada en el balde.

- Tienes que vestirte – le dijo con suavidad -. Lo que nos faltaba era que cogieras frío.

- Si me dieras calor tú, no me resfriaría – hizo notar el peliazul, con una sonrisa pícara.

Airen sonrió de forma divertida.

- ¿Es que no puedes estarte quietecito un rato? – le dijo, alzando una ceja - . Deja de provocar a la bestia, maldito seductor.

Rain soltó una carcajada que hizo que el corazón de Airen latiera todavía más rápido. Era como una canción dulce que le susurraba que el peliazul estaba vivo. Que podía verle sonreír una vez más. Airen se acercó a su armario y sacó algo de ropa suya. Sin levantar a Rain de la cama, le ayudó a vestirse. Quitó la manta sucia de encima de la cama y apartó las sábanas para que Rain se acostase entre ellas.

- Será mejor que descanses – le dijo, acomodándole la cabeza en la almohada.

- ¿Y tú que vas a hacer? – le preguntó.

- Tengo sofá – respondió solamente.

- Vamos, no seas tonto. Puedes echarte aquí conmigo – le ofreció.

Airen pareció pensárselo un instante.

- No, será mejor que duermas sólo – dijo al final.

- Por favor, Airen. No me hagas suplicarte.

- Es lo mejor para ti – insistió el comandante -. Con todas esas heridas, cualquier movimiento inconsciente mío podría hacerte daño – añadió en voz baja.  

- No me preocupa eso, porque sé que vas a tener cuidado – respondió, tendiendo la mano hacia él - .Ven, Airen – susurró el librero.

El comandante suspiró y cedió ante él, de nuevo. En realidad, cedió ante sus propios deseos también. De haberse ido a dormir solo, posiblemente habría tenido pesadillas en las que nunca llegase a salvar al librero. Sentir el calor de su cuerpo y los latidos de su corazón cerca le ayudaría a calmarse y, quizá, a dormir. Se tumbó en la cama al lado del peliazul y éste se movió despacio hasta acomodarse junto a él. Puso la cabeza en el hombro del comandante y la mano vendada sobre su pecho. Movió la pierna hasta ponerla a medias encima de las del pelinegro, donde notó que las heridas de su ano no le molestaban demasiado. Entonces, suspiró.  

- ¿Estás bien así? – se aseguró Airen.

- Perfectamente.

El pelinegro entonces le rodeó con el brazo con suavidad. Rain se acurrucó todavía más en su hombro y cerró los ojos despacio. Unos minutos más tarde, en contra de la previsión de Airen de que Rain no podría conciliar un sueño tranquilo en mucho tiempo, el librero empezó a respirar pesadamente. Airen suspiró, un poco más calmado. Parecía que el librero no iba a tener problemas con los malos sueños. Sin embargo, el silencio de la habitación, roto sólo por la respiración de Rain, empezó a echarse encima del pelinegro. Tenía que intentar no pensar demasiado. O volvería a revivir la pesadilla de esa tarde. La sensación de rabia, de ira, de ansia de sangre. El miedo a perder a Rain. Todos esos sentimientos revueltos le habían hecho sacar al monstruo que llevaba dentro. Y no podía volver a permitir que sus demonios le controlasen. O no podría lidiar con las consecuencias de sus actos.

Rain se revolvió un instante en sueños, sacándole de sus pensamientos existencialistas, pero no se despertó. Airen esbozó una sonrisa suave.

- Descansa. – Le acarició el pelo y apoyó los labios contra su frente -. Yo estoy contigo.

Quiso decirle que le protegería de cualquier cosa. Pero esa era una promesa que ya había roto demasiadas veces como para atreverse a pronunciarla de nuevo. 

Notas finales:

Sé que queréis matarme ._. Soy consciente xD Pero esperad al menos a que acabe el otro fic jajajaja Aunque on ese igual me queréis matar otra vez... ejem, en fin, espero que a pesar de la parte dura os haya gustado. Nos leemos pronto todos. Mil gracias por leer, como siempre. Y agradecimiento especial de nuevo a mis queridos reviewers (se dirá así? xD) por dejarme vuestras opiniones siempre. 

Erza.


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