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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Creo que todavía no puedo creerme que el fic haya llegado a su fin. La verdad es que cuando empecé ya con la otra historia no pensé que llegaría a terminar dos fics y a tener un tercero que, avance informativo, no tardaré en empezar a subir. El último capítulo me ha quedado más largo. Espero no haberlo liado demasiado todo, porque hay una mezcla de pasado y presente un poco difícil. Sólo espero que os guste y lo disfrutéis. 

Rain abrió los ojos despacio después de remolonear un rato en la cama con el olor del pelo de Airen cosquilleándole en la nariz. El comandante no estaba en la cama, no lo había estado al despertar él los últimos cinco días. La apretada agenda del ex alcalde no les permitía apenas verse más que por las noches. Y para entonces Airen estaba tan cansado que sólo quería meterse en la cama después de ducharse y caer dormido. El librero se levantó con bastante agilidad y entró en la ducha. Algunas de las heridas que tenía se habían vuelto ya cicatrices que pronto dejarían una marca. Otras estaban curando bien y no le preocupaban demasiado. Lo que le tenía inquieto era la perspectiva de Airen en todo aquello. Sabía que el comandante se culpaba a sí mismo. Entendía que le resultara duro mirarle y ver sus heridas. Tenía miedo de que aquello le alejase de él, a pesar de todo. Porque eso significaría que, de una forma u otra, aquel desequilibrado habría logrado lo que quería.

El peliazul salió de la ducha y se quedó frente al espejo del baño. Quitó el vaho que lo empañaba y descubrió su reflejo. No recordaba hacía cuantos años que había llevado el pelo tan corto. Le resultaba realmente extraño. Aunque a la hora de secarlo era mucho más cómodo. Rain se vistió con algo de ropa de Airen, que le había dado libertad total en cuanto a su armario, y entró en la cocina a preparar algo para comer. Tras encender el fuego y dejar una cazuela con agua caliente, se empinó hacia un armario para coger un plato. En ese momento, una mano grande le sujetó del hombro. El librero soltó un grito antes de revolverse y tiró el plato al suelo, que se hizo añicos.

- ¡Tranquilo, soy yo!

Airen levantó las dos manos como si acabase de cometer un delito. Rain se giró hacia él con la respiración entrecortada.

- Joder, Airen – susurró, con el pulso acelerado -. No hagas eso. 

- ¿Estás bien? – Se acercó a él y le miró de arriba abajo -. ¿Te has hecho daño?

- No – suspiró el peliazul -. Estoy bien.

- Lo siento, no pretendía asustarte. – Le acarició la mejilla con suavidad.

Después de lo que había pasado, Rain era muy sensible a ruidos extraños o demasiado fuertes, o a sorpresas como aquella que le sobresaltaban y le alteraban. Seguía asustado y era comprensible. Airen se agachó a recoger los trozos del plato roto y Rain hizo lo mismo, a su lado.

- No esperaba que vinieras a casa – dijo el librero -. Y no te he oído entrar.

- He dejado un momento al ex alcalde con sus guardias y me he escapado. – Recogió otro trozo roto -. Cuidado no te cortes.  

Entre los dos quitaron todos los cachos del plato que se había estrellado contra el suelo. Airen entonces se agachó al lado de la mesa para coger una bolsa de viaje que llevaba consigo. La puso sobre la misma mesa y le indicó que se acercara. El comandante abrió la cremallera y le enseñó lo que llevaba dentro.

- Airen eso son mis cosas – pudo decir el librero al ver dentro de la bolsa una de sus camisas favoritas.

- Sólo algunas – sonrió el pelinegro.

Rain echó un vistazo dentro.

- Mi ropa, mis libros, mi colonia y… - Antes de decirlo, cogió el objeto en la mano y respiró hondo -. Mi cepillo de dientes – añadió, sin poder ocultar la sorpresa en la voz -. Airen, ¿hay algo que me quieras decir? – le preguntó entonces, girándose hacia él.

El comandante salvó la distancia con él y le abrazó con fuerza. Le besó el cuello y apoyó los labios contra su oreja. 

- No te vayas – susurró.

- ¿Quieres que venga a vivir aquí? – Decirlo en voz alta hizo que le resultara más difícil de creer todavía.

- No tienes que decidirlo ahora – respondió Airen -. Tómate tu tiempo. Si al final decides quedarte, yo te ayudaré a traer el resto de tus cosas.

Rain asintió con suavidad y Airen le besó la frente. El librero cerró los ojos, le sujetó de las mejillas y le besó los labios. El comandante se quedó perplejo un instante antes de responder a la avidez con que aquella boca le asaltaba. 

- Oye, calma… - atinó a decir el pelinegro.

- Estoy cansado de besos recatados y sólo dulces – se quejó en voz baja el librero.

Airen le miró a los ojos.

- ¿Estás seguro? – susurró.

- Estoy ansioso – respondió el peliazul, colocando las manos en la cintura del comandante, sobre la tela de su camisa.

El pelinegro esbozó una sonrisa dulce y volvió a besarle, poniendo en aquel roce una pizca de la pasión que Rain había pedido y que poco a poco iría intensificándose hasta hacer arder la chispa que ambos llevaban escondida dentro. Entre besos, el comandante empezó a desabrochar los botones de la camisa que Rain llevaba puesta. Sus manos rozaron su piel con cuidado, procurando no frotar ni hacer fuerza sobre ninguna de las heridas. Bajó sus labios hasta el cuello del librero y lo besó con insistencia, como si tratase de dejar una marca. Rain entrelazó los dedos en el pelo del comandante y dejó escapar un jadeo suave. Airen continuó tocándole y se deshizo de la camisa. El librero sintió un escalofrío horrible recorrerle al notar cómo la tela se apartaba de su cuerpo. Pero fue una sensación que trató de ignorar.

El peliazul intentó no pensar llevando la mano hasta la entrepierna del comandante y rozándola sobre el pantalón. Entonces Airen le sujetó de la muñeca y apartó su mano, entrelazando los dedos con los del librero. Inconscientemente, Rain dio un pequeño tirón como si intentara liberarse del amarre.

- ¿Qué pasa? – le preguntó el librero, un instante antes de que Airen le besara otra vez en los labios.

- Hoy no tienes que moverte. Yo te haré sentir mejor – sonrió con suficiencia el pelinegro.  

- Pero…

- No hay pero que valga – le interrumpió con suavidad, mientras se quitaba la camiseta -. Deja que me ocupe de ti, ¿vale?

El librero asintió y se apoyó en la encimera con las dos manos. Airen colocó los labios en su cuello y los deslizó por su piel. Besó su clavícula, pasó por su pectoral y lamió el pezón izquierdo mientras atendía el derecho con los dedos. Rain cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. La lengua húmeda y caliente de Airen siguió haciéndose un camino por su piel, parando en sus heridas para besarlas y luego continuando hasta su ombligo. Lo lamió, introduciendo la punta de la lengua, y Rain jadeó. Sin embargo, a pesar de aquel sonido inconsciente, sus manos se aferraban con demasiada fuerza a la encimera. Y temblaban. Quería hacerse el fuerte pero cuando la boca de Airen alcanzó la herida del vientre bajo, empezó a costarle respirar. Sus nervios se crisparon, su cuerpo se tensó como si intentara defenderse de algo. Por más que su cabeza gritase que era Airen quien estaba allí frente a él, el miedo irracional se apoderaba más y más de él. Un instante antes de que Rain le suplicara que parase y le pateara lejos de él, la puerta de la casa se abrió de golpe, sin previo aviso. Dos ojos de color miel se quedaron expectantes al ver la escena en la cocina.

- ¿Mihawk? – susurró Rain al levantar la mirada hacia el intruso.

Por un instante, sintió alivio al verle. Agradecido de que les hubiera interrumpido.

- ¡Papá! – exclamó Airen, poniéndose de pie de un salto -. ¡Maldita sea, ¿es que no sabes llamar?!

Airen le echó a Rain por encima de los hombros la camisa que acababa de quitarle. El librero no pudo evitar pensar que aquello era un poco absurdo. Mihawk le había visto desnudo muchas más veces de Airen. En ese momento deseó con todas sus fuerzas que el comandante no se enterase de ese hecho. Porque no sabía cómo iba a reaccionar.

- Lo siento, no era mi intención interrumpir – aseguró el Shichibukai -. ¿Puedo pasar?

- Ya estás dentro, ¿no? – rezongó el comandante.

Mihawk entró en la casa mientras Airen se ponía la camiseta. Rain se acercó a la bolsa de viaje y miró al comandante.

- Voy a guardar esto – le susurró -. Hay café recién hecho. –Señaló la cafetera con la cabeza.

- Gracias – musitó el pelinegro, dándole un beso suave.

El librero desapareció por la puerta de la habitación, cerrando sin hacer ruido. Airen se acercó a la encimera y preparó dos cafés. Era lo más extraño que sentía haber hecho desde hacía mucho. A pesar de ser algo tan simple como preparar un café para su padre. Cuando estuvo listo, le tendió la taza humeante al pirata, que la miró de medio lado. 

- Prefiero whisky – hizo notar el Shichibukai.

- Confórmate con esto, pirata – gruñó el comandante.

Mihawk lo cogió después de mirarlo como si fuera veneno. No estaba acostumbrado a situaciones tan cotidianas con el hijo que creía haber perdido. Y aun le costaría hacerse a la idea de que Airen y él pudieran mantener una relación paterno filial decente.

- Rain tiene heridas nuevas, ¿y ese pelo corto? – susurró de repente Mihawk.

- Joder cómo te fijas en lo que quieres – masculló el pelinegro.

- Sólo quiero saber qué ha pasado.

- ¿Creíste que le protegería y estás decepcionado, verdad? Yo también – dijo entre dientes.

- Oye, no te estoy echando nada en cara – se apresuró a decir el Shichibukai -. No puedo juzgarte, Airen, no voy a hacerlo. Pero – no se creía lo que iba a decir – puedes contármelo.  

Airen de pronto sintió unas incontenibles ganas de hablar de aquello por primera vez. Con él, que parecía que estaba allí en el momento indicado para apoyarle. Y quizá, su madre le hubiera enviado desde el cielo con semejante propósito. Pensar eso y recordar la cantidad de veces que Mihawk le había ayudado a ponerse de pie cuando se caía de pequeño hizo que encontrase la confianza suficiente para confesarse.

- Puede que no me juzgues pero ha sido culpa mía – contestó, con un resoplido -. Prometí que no dejaría que le pasara nada. Y han estado a punto de matarle por mí.

El Shichibukai no quiso entrar en más detalles. Ya sentía la culpabilidad pesando sobre los hombros del comandante. No necesitaba hacerle hablar de ello. Por otro lado, comprendió la frialdad de Rain hacia él. El librero no podía ocultarle nada y en ese momento, sabía que estaba tratando de esconder algo muy dentro de su corazón, y por eso había preferido no acercarse siquiera a él. Entender eso tampoco le calmó. Pero no era su turno para intervenir, mucho menos después de la escena que había visto hacía unos minutos. 

- Sé cómo te sientes – aseguró entonces el pirata.

- ¿Por mamá? – comprendió el pelinegro.

Dracule dio un sorbo al café y luego asintió, tratando de sincerarse al igual que había hecho Airen.

- Le juré que no dejaría que le pasara nada. Y no hice otra cosa que romper mi promesa, una vez tras otra. –Cogió aire con fuerza -. La última vez que falté a mi palabra, Sarah murió. Así que sé exactamente cómo te sientes, Airen.

- No quiero que vuelva a pasarme eso, papá – susurró entonces el comandante -. No quiero.

Mihawk tragó saliva imperceptiblemente. No acababa de acostumbrarse a cómo sonaba que Airen le llamase papá. Era como si le pellizcase un poco cada vez que lo decía. Era raro. Pero por otro lado, le gustaba escucharlo.

- Eh, no va a pasarle nada a Rain. No vas a permitirlo, lo sé.

- Te acabo de decir que han estado a punto de matarle – le recordó -. Por mi culpa.

- También has sido el que ha acabado con la amenaza y ha salvado la vida de Rain, ¿no es así? – insistió el Shichibukai.

- Sí, pero a mi manera – respondió -. No le he matado, si es lo que preguntabas.

Mihawk suspiró. Como pirata, él siempre solucionaba las cosas a base de sangre. Después de todo, no había mejor forma de deshacerse de enemigos que acabando con su vida.  

- ¿Por qué? – quiso saber.

- Rain me lo impidió. Yo iba a hacerlo, le atravesé el hombro con el cuchillo sin pensarlo y quería más, te juro que quería matarle, papá – susurró con los dientes apretados -. Pero él no me dejó. Me dijo que yo no era un asesino – dijo en voz baja.   

- No eres como yo – coincidió Mihawk -. A mi nada me habría detenido. Pero ahora estoy aquí. Y puedo hacerlo por ti. Sólo tienes que pedírmelo, Airen.

- No, papá, no – respondió Airen rápidamente -. No quiero que lo hagas. Ni siquiera su muerte va a borrar todo lo que ha sufrido Rain por mi culpa.

- Cargarás con ese dolor como si fuera tuyo – le dijo Mihawk -. Es suficiente castigo para ti. Pero deja que te diga algo. Conozco muy bien a Rain, Airen. Y sé que encontrará la forma de que tus sentimientos hacia él cambien todo ese sufrimiento por algo bueno, sin que tú te des ni cuenta.

- No quiero que se fuerce a eso – hizo notar el comandante.

- No es un esfuerzo para él. Porque lo hace por ti.

Airen alzó una ceja en un gesto divertido.

- ¿Desde cuándo das consejos amorosos?

- Otro igual. No son consejos amorosos. Sólo hablo de lo que he sentido. Pero si seguís así, no volveré a hacerlo – gruñó, y Airen esbozó una sonrisa sincera.  

El Shichibukai por su parte no pudo evitar recordar al cazador de piratas. Zoro había cogido todo el dolor, todo el sufrimiento, tanto suyo como de él, y los había transformado en fuerza para salir adelante apoyándose en los sentimientos que ambos compartían. Rain tenía esa vena fuerte de Zoro también. Y sabía que podría superar lo que hubiera pasado.

- ¿Dónde está el cazador? – le preguntó entonces.

- Se ha ido. El mismo día que el ex alcalde Karwell llegó aquí – matizó.

- ¿Y eso tiene algo que ver con tu visita? – quiso saber el comandante, apoyándose contra la encimera de la cocina.

- Sí. He venido a prevenirte. – Mihawk se puso ligeramente serio. 

- ¿Prevenirme de qué?

- La verdad es que me resulta sospechoso que el ex alcalde aparezca aquí ahora. La única razón que podría traerle a la isla es el aniversario de la muerte de su mujer, y por un lado, nunca se ha preocupado de algo así, y por otro, fue hace un mes.

- No hay una versión oficial sobre la visita – dijo entonces Airen -. Simplemente parece haber venido a ver cómo va la isla y cómo está la gente.

- Eso me da más que sospechar todavía – hizo notar Mihawk.

- De momento todo va bien. Tengo al ex alcalde vigilado, llevo cinco días siendo su sombra y no he visto nada raro.

- Pues mantén los ojos muy abiertos. En esta isla no suele haber cambios demasiado drásticos de la rutina. Y esta visita es algo que altera la normalidad en la isla. Me preocupa porque, la última vez que sucedió algo de tanta envergadura… tú y yo perdimos algo.

Airen se giró en redondo hacia él.

- ¿De qué estás hablando?

- Días antes de que le pasara aquello a tu madre, ¿recuerdas que la mujer del ex alcalde Karwell murió?

- Sí, tuvo un accidente – respondió el comandante.

- Ese suceso conmocionó a la isla entera. La gente dejó sus trabajos durante un día entero para rendirle honores a Katherine Karwell. La iglesia estaba llena a reventar de aquellos que querían rezar por su alma. Fue algo que nadie se esperaba y que paralizó el mundo dentro de la isla. Y poco después…

- ¿A qué conclusión quieres que llegue? – atajó Airen. 

- Creo que los que mataron a Sarah usaron el funeral de Katherine Karwell para entrar en la isla.

- ¿Cómo dices? – exclamó el comandante.

- Es una corazonada – añadió -. Porque ningún extraño habría entrado en la isla sin que Leonard Gibbs se enterase.

- ¿Le conociste? – se sorprendió el pelinegro.

- Sí. Él sabía que nuestra situación era delicada. Y solía encargarse de mantener una seguridad férrea para que nadie extraño a la gente de la isla pudiera entrar con otras intenciones. Él me habría avisado si hubiera visto entrar a quienes mataron a Sarah, porque créeme que llamaban bastante la atención.

- Por eso crees que entraron usando el funeral de la señora Karwell como tapadera – musitó Airen, un poco confundido todavía.

- Sí. Y es más, apuesto a que alguien les ayudó. Luego solo esperaron escondidos a que pasaran unos días antes de atacar a nuestra familia.

- ¿Pero te das cuenta de lo que estás suponiendo, papá? – le detuvo Airen -. Estás diciendo que hubo una conspiración para matar a mamá.

- Sé que suena a locura. Pero quien la mató no habría pasado desapercibido para mí, Airen. Podría haberle detenido si no nos hubieran sorprendido como lo hicieron.

- Dices que no te habría pasado desapercibido… eso es que le conocías, ¿verdad? – comprendió -. ¿Quién fue? – preguntó entonces el pelinegro -. Nunca me lo has dicho – se percató.

Dracule volvió a coger aire con fuerza. Se lo debía, después de todo.

- Era un Shichibukai – le reveló Mihawk -. El pirata que mató a tu madre ocupaba el puesto que tengo yo en el Ouka Shichibukai.

El comandante trató de asimilar aquello lo más rápido que pudo, aunque notó que la cabeza le empezaba a dar vueltas mientras una náusea repentina se apoderaba de su estómago. Hacía muchos años que había dejado de pensar en aquello, porque no quería que arrastrar eso de su funesto pasado.

- ¿Por qué mataría un Shichibukai a mamá?

Dracule no podía responder a esa pregunta. No podía contarle la verdad en ese momento.

- Eso habría que preguntárselo a él, y es difícil hacerle preguntas a un muerto – atajó Mihawk -. Lo que me preocupa es que ese pirata nos encontró cuando absolutamente nadie conocía nuestro paradero. Y a día de hoy, sigo sin saber cómo se enteró y cómo llegó hasta nosotros.

- Era un Shichibukai, tendría mil formas de obtener esa información – respondió el comandante, como si fuera lógico.

 - Airen, te juro que me ocupé a la perfección de ocultaros a tu madre y a ti de mi pasado. Nadie sabía que existíais.

- Aunque hubiera una remota posibilidad de que alguien hubiese urdido semejante plan como vendernos a un Shichibukai… ¿por qué no lo has contado hasta ahora?

- Porque nunca he podido encontrar pruebas de eso. También he empezado a pensar, con los años, que sólo era una paranoia mía. Que intentaba justificar mi error de alguna manera.

- Creo que, si he heredado un poco de tu instinto, haces bien al fiarte de él.

- Lo sé y seguiré haciéndolo. Pero deja que te diga que, aunque te lo haya contado, esta es mi guerra, ¿de acuerdo? No quiero que tú revuelvas nada de esto. –Señaló hacia la puerta con la cabeza -. No merece la pena que pierdas tiempo buscando unas respuestas que no nos llevarán a nada.

- Aceptaré ese consejo – sonrió el pelinegro -, de momento.

- Me basta con saber que estás sobre aviso y que vas a tener cuidado – añadió Mihawk -. Que puede pasar cualquier cosa y en un minuto, toda tu vida puede cambiar.  

- Tranquilo. Lo tendré. Te lo prometo.

Mihawk le dio un último sorbo al café que se había ido bebiendo sin darse siquiera cuenta y se encaminó hacia la puerta. Airen le acompañó. Antes de salir, se giró hacia su hijo.

- Airen. Cuida de Rain – le pidió -. Se merece todo lo bueno que pueda tener.

- Lo sé, papá. – El tono de Airen fue de lo más infantil.  

- Bien. Buen chico – sonrió el Shichibukai.

Dracule salió entonces de la casa y Airen cerró la puerta sin hacer ruido. Se apoyó contra la madera y soltó un suspiro sonoro. Había sido la conversación más surrealista y productiva de su vida. Nunca había imaginado que podría estar en la misma habitación con Mihawk sin intentar matarle. Y ahora caía en la cuenta de que le había tratado de aquella forma tan cercana de una manera natural, no forzada. Por un momento y desde hacía mucho tiempo, el pelinegro recuperó una sensación que había echado de menos sin saberlo. Airen se había sentido hijo.

Poco después de que Dracule se fuera, Rain salió de la habitación con cautela. No quería interrumpir si Mihawk todavía estaba allí. Y prefería no cruzar la mirada con el halcón. O él comprendería de inmediato con sólo mirarle el desasosiego que le presionaba el pecho en ese momento.

- Ya no está – le dijo -. Siento mucho que nos haya sorprendido antes… así.

- No importa, tampoco ha visto nada – dijo el librero, entrando en el salón y dejando sobre la mesa un libro que llevaba bajo el brazo.

Airen caminó hacia él y le rodeó con los brazos antes de besarle. Rain notó un nudo en la garganta.

- También siento no poder terminar lo que empezamos – le susurró al oído -. Pero tengo que irme.

Rain se abrazó a Airen por la cintura y apoyó la frente contra su hombro, cerrando los ojos.

- Te estaré esperando – susurró.

El comandante le dio un beso en el pelo.

- Nos vemos luego.

El pelinegro se apartó del librero para salir de la casa, cerrando con cuidado al salir y dejando al peliazul con una extraña sensación de tranquilidad. Rain se dejó caer en el sofá, en medio del silencio acogedor de aquella sala. Se acomodó y cogió el libro que había dejado sobre la mesa. Era el diario misterioso que habían encontrado en el sótano de la vieja casa de Airen. Rain lo tenía sobre la mesilla que tenía al lado de la cama en la trastienda de la librería. Junto a él, tenía otros tres libros, y ante la duda de no saber cuál estaba leyendo, Airen los había cogido todos. El diario siempre le había causado mucha curiosidad. Podía decir que era de una mujer, lo sabía por el tipo de letra, la prosa y que a veces hacía reflexiones sobre sí misma en primera persona, en femenino. Pero seguía sin saber de quién era y eso que casi lo había leído entero. Lo abrió por la página que tenía marcada y empezó a leer.

 

15 de marzo.

No sé por qué sigo aguantando. Si soy sincera, la comodidad en la que antes me amparaba para aguantarle ya no me reconforta. No es suficiente. No puedo seguir así. Es tan difícil ser la persona a la que siempre traicionan. Y peor aún que todo el mundo lo sepa y no puedas hacer nada. Ninguna mujer debería sentirse así nunca. Cuando decidimos dar nuestra confianza es porque de verdad creemos en la persona en la que depositamos algo tan importante. Pero yo ya no puedo creer. No puedo quererle cuando no veo en él al hombre del que me enamoré. Sin embargo sé que no me dejará ir. Que soy la sombra en la que se ampara para fingir ser un hombre decente. Soy algo que necesita porque le resultaría un engorro buscarme sustituta. Sino, estoy convencida de que lo haría. Porque no le importo nada. Porque solo soy… un juguete roto más.

 

Siempre que hablaba del que posiblemente era su marido hablaba de “él”. Ni siquiera le personalizaba con un nombre. Tal vez le tuviera miedo. Se sentía desprotegida y debía de estar asustada. Rain cogió aire y suspiró. A veces se sentía identificado con muchos de los sentimientos de aquella mujer. Él había sido traicionado muchas veces. Le habían utilizado como juguete tantas otras. Sin embargo, empezaba a sentir que ya no era la sombra de nadie. Que era la luz que iluminaba, hasta cierto punto, la sonrisa del comandante Hawk. Rain volvió a la lectura con una pequeña sonrisa tras aquella reflexión.

 

18 de marzo.

Ha pasado algo. No sé qué puede ser, pero debe ser importante para que un Vicealmirante de la Marina haya venido hasta aquí. Yo no tendría que saber que ese hombre está aquí, pero es mi casa y puedo salir cuando quiera de mi cuarto. No seré más prisionera de él. No quiero. Necesito libertad y la obtendré. Pero en medio de mi decisión, creo que he visto algo que no debería. El Vicealmirante va a quedarse. No me gusta esto. 

 

Rain frunció el ceño. ¿Un Vicealmirante en la isla? La Marina no tenía por costumbre pasarse por allí. Lo cual le hacía preguntarse una vez más, ¿de quién era el diario? ¿Con quién estuvo tratando un alto mando del Gobierno? La siguiente página tenía una esquina doblada, como si fuera una marca o un aviso. No se había dado cuenta hasta entonces de ese detalle. El librero sacudió la cabeza y con una curiosidad incontrolable latiéndole en el pecho, siguió leyendo.

 

19 de marzo.

Esta será la última entrada de este diario. El mensaje que escribo es para ti, Sarah Hawk.

 

- ¡Joder! – exclamó el librero, incorporándose como un resorte en el sofá.

No había podido evitar reaccionar así al leer el nombre de la madre de Airen. Sus ojos volvieron inmediatamente al texto y con cada palabra que leía, su asombro no hacía más que crecer. El corazón se le encogió en el pecho y sintió la angustia apoderarse de su estómago al darse cuenta de que en aquellas palabras estaba la clave de la muerte de Sarah. Tras ver quién firmaba la última página del diario empezó a hacer cuentas en su mente. A unir los hilos. A tirar de la manta llena de mierda bajo la que estaba todo escondido. Y llegó a una conclusión que solo necesitaba corroborar.

- Está aquí… él vendió a Sarah hace veinte años… - musitó, pensando que cada hipótesis era más descabellada que la anterior y más posible todavía -. Mierda. Airen.

Se levantó de un salto, agradeciendo que sus heridas le dieran tregua, y salió corriendo de casa del comandante hacia la plaza donde terminaba el desfile que habían preparado esa mañana en honor al ex alcalde.

 

El desfile pasaba por la plaza entre música atronadora, disfraces y carrozas adornadas con toda clase de cosas. La gente estaba realmente entregada. Parecía que necesitaban aquella desconexión de todas sus preocupaciones. Airen vigilaba desde el balcón del Ayuntamiento. La enorme terraza que tenía el despacho del alcalde hacía las veces de palco. El alcalde estaba allí acompañado de su esposa, de un par de concejales y del ex alcalde Karwell y la mujer que le acompañaba. El comandante estaba de escolta y desde la posición de altura controlaba todas las posiciones de sus hombres y de los guardaespaldas del ex alcalde.

Dos toques fuertes en la puerta hicieron que todos los presentes se dieran la vuelta. Airen se adelantó.

- No se preocupen – les dijo a los anfitriones y los invitados.

Entró en el despacho, arrimando la ventana para que el ruido no resonara tanto en la estancia y dio paso a quien esperaba al otro lado.

- Adelante.

- Señor.

Uno de sus guardias entró con un peliazul rebelde que se revolvía con las manos esposadas a la espalda. Airen frunció el ceño ante la escena.

- ¿Rain? ¿Qué demonios está pasando?

- Le he encontrado cruzando por el medio del desfile, gritando y asustando a los ciudadanos. Le he detenido cuando ha intentado entrar abruptamente en el Ayuntamiento.

Rain puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua. Airen suspiró.

- Está bien, no pasa nada. –Hizo un aspaviento con la mano -. Suéltale.

El guardia pareció dudar un instante pero luego obedeció. Rain se toqueteó las muñecas y se plantó delante del guardia.

- Dame lo que me has quitado – le exigió.

El chaval gruñó por lo bajo pero le tendió un pequeño libro forrado de cuero. Luego se retiró sin decir nada más. Airen se acercó al librero y le acarició la mejilla.

- ¿Estás bien?

- Sí – respondió el peliazul -. Lo siento, pero era la única manera de que me trajeran contigo.  

- ¿Qué estás haciendo aquí, Rain? No es un buen momento – hizo notar el comandante.

- Necesito hablar contigo y no puede esperar. – Rain se puso serio.  

- Pequeño, podemos hablar de cualquier cosa que quieras cuando vuelva, prometo no quedarme dormido esta vez, ¿vale? Pero ahora… - se giró hacia el balcón.

- Se trata de tu madre, Airen – le interrumpió Rain con toda la suavidad que pudo.

El comandante se giró en redondo hacia él.

- ¿Cómo? – Volvió a fruncir el ceño.

- Hay algo que debes leer. – Rain le tendió el libro abierto -. Es el diario que llegó a tu casa aquel día – añadió.

- Rain, por favor, no estoy para teorías descabelladas basadas en los cuentos de un diario que pudo escribir cualquier loco.

- Maldita sea, Airen Hawk, ¿quieres confiar en mí? – insistió el librero, volviendo a tenderle el diario.  

El comandante suspiró y cogió el pequeño libro forrado de cuero ante la insistencia tan seria de Rain. Sus ojos repasaron la primera frase y luego levantó la mirada sorprendida y confusa hacia el librero. Airen volvió a la página escrita a mano y esta vez, releyó la frase en voz alta.

- Esta será la última entrada de este diario. El mensaje que escribo es para ti, Sarah Hawk.

Airen se quedó sin respiración. Frunció el ceño otra vez, completamente desconcertado, y miró a Rain.

- ¿Qué mierda es esto? – exclamó, con cierto nerviosismo.

- Tienes que seguir leyendo – le dijo el peliazul -. Por favor.

El comandante cogió aire, como si necesitara sacar fuerza de algún sitio. No sabía dónde se estaba metiendo pero algo le decía que las cosas iban a cambiar de una forma radical. A pesar de que le había prometido a su padre esa misma mañana que no se metería a revolver el pasado, parecía que ese pasado estaba llamando insistentemente a su puerta, y no podía ignorarlo. Era su madre después de todo. Quería saber qué había pasado de una vez. Airen volvió sobre el diario. Esta vez, leyó directamente en voz alta.

- Debes coger a tu pequeño y salir de esta isla. No sé exactamente a qué os enfrentáis, pero me ha quedado claro que estabais escondiéndoos de algo. Siento decirte esto pero os han traicionado. Él os ha vendido a cambio de un puesto mejor en las oficinas centrales de la Marina. El Vicealmirante ha venido buscándote. No creo que quieran simplemente hablar. No puedo permitir que te suceda nada, pero tampoco tengo otra forma de salvarte. Espero que este diario te llegue antes de que pase lo que quiera que tengan planeado. De verdad, rezaré para que estéis bien. Me despido ya. – Se detuvo un instante antes de proclamar quién firmaba el diario -. Katherine Karwell.

El pelinegro se giró hacia el balcón, donde los altos mandos se divertían y pasaban en rato entre copa y copa, y luego de nuevo hacia Rain, con la cara desencajada.

- ¿La que escribió ese diario fue la mujer del ex alcalde? – atinó a decir.

- No lo he sabido hasta hoy que he llegado al final – respondió el librero.

- Pero espera, eso significaría que fue Karwell quien nos vendió a un Vicealmirante de la Marina. –Lo dijo con un tono incrédulo -. No es posible.

- ¿Sabes cuándo murió la esposa de Karwell? – preguntó entonces Rain.

- El día 20 de marzo, tres días antes que mi madre – contestó el comandante, haciendo memoria un instante. 

- Como suponía – musitó Rain -. Airen, escucha, según este diario, todo encaja. El día 18 de marzo de hace veinte años, Katherine vio a un Vicealmirante de la Marina en su casa, hablando con su esposo, el señor Karwell. –Le señaló con la mano -. El día 19 ella se entera de lo que pretenden hacerle a Sarah y su familia y envía este diario a tu casa para prevenirla, ya que no tenía otra forma de hacerlo. El día 20, sufre un trágico pero conveniente accidente y muere. El día 21 y 22 se celebran su funeral y se rinden honores por ella en la isla. Y el 23, cuando todo vuelve a la normalidad, el diario llega hasta tu madre. Ella lo lee, comprende lo que ha pasado e intenta hacer las maletas para salir de aquí. Pero ya es tarde porque os habían encontrado y tu madre…

Airen fue siguiendo la línea temporal y todas las piezas le encajaron a la perfección. Entonces, se asustó. La loca teoría de su padre de que existía una conspiración para matar a su madre empezaba a cobrar un sentido tan lógico y fuerte que eso le hizo sentirse engañado y hasta cierto punto, vulnerable. Después de todo, aunque el asesino de su madre estuviera muerto, el que lo orquestó todo en su momento seguía vivo. Y ese bastardo disfrutaba de una copa de vino muy cerca de él.   

- Has dicho un conveniente accidente – dijo entonces el comandante -. No es posible que estés sugiriendo que…

- Que Katherine también fue asesinada, sí – respondió Rain -. Creo que la mataron porque sabía demasiado.

- Mi padre dice que el Shichibukai que mató a mi madre usó el funeral de Katherine para entrar en la isla – dijo entonces Airen.

- Eso vuelve a ser demasiado conveniente – dijo Rain.

- No lo es si lo pensamos de esta manera: Katherine Karwell también fue asesinada… para utilizarla como distracción.  

- Joder. – El librero pensó que eso también encajaba en el puzzle.

- Todo esto es una jodida locura – susurró Airen, apoyándose un momento contra la puerta. Le temblaban las piernas.

- Pero tiene sentido, Airen, sabes que lo hemos descubierto – le dijo el peliazul -. Y también tenemos el nexo de unión entre ambos sucesos.

- Sí. El Vicealmirante de la Marina. Es el principio que desencadenó la muerte de Katherine y la de mi madre.

- Y tuvo un cómplice – recordó Rain.

Los dos miraron de reojo hacia el balcón de nuevo, clavándole la mirada al ex alcalde en la espalda. La rabia empezó a recorrer el cuerpo del comandante. Ese hombre estaba allí de pie tan tranquilo después de haber vendido a su madre como un cerdo a un matadero.  

- ¿Qué hacemos? – susurró el librero.

- Preguntar a quien estuvo allí – farfulló el pelinegro.  

- ¿A Karwell? – se sorprendió el librero -. Mató a su esposa y fue cómplice en el asesinato de tu madre, Airen. Él te mentirá para salvar su culo.

- Lo único que quiero es que confiese la verdad. No me interesa hacer justicia. Ya no – aseguró el comandante.

Airen se dirigió hacia el balcón con paso firme y salió, todo lo tranquilo que pudo. Los invitados a la terraza con una buena vista del desfile se giraron hacia él.

- Disculpe, señor Karwell, pero necesito hablar con usted. A solas – remarcó.

- Claro, comandante, sin problema.

El hombre dejó la copa a la mujer que le acompañaba y siguió al comandante hasta el interior del despacho. Y entonces Airen cerró las puertas del balcón para que no les interrumpieran.

- Pensé que querías hablar a solas – comentó al ver a Rain en el despacho -. ¿Qué sucede, comandante? – le preguntó amablemente Karwell.

Airen sujetó el diario frente al ex alcalde, con un gesto serio pero prudente.

- ¿Puedes explicarme esto? – le devolvió la pregunta.

Karwell apenas le echó un vistazo. Pero le bastó para reconocer aquella letra. El gesto de su rostro cambió de repente, aunque intentó disimularlo. Sin embargo, adoptó una postura defensiva que no pasó desapercibida a Airen.

- No sé nada – respondió solamente.

- ¡No me jodas, Karwell! ¡Era tu esposa!

- ¿Y por eso tengo que saber todo lo que hacía?

- Sí, porque la controlabas – intervino Rain -. La tenías bajo vigilancia. No le permitías salir, a no ser que fuera acompañada. O contigo, claro. Sin hablar de la cantidad de veces que la doblegaste por la fuerza. Tú la maltratabas, maldito parásito – siseó el librero.

- Ni siquiera sabía que escribía un diario – insistió Karwell.

- Porque ella lo ocultó bien. Fue lo único que pudo esconder de ti. Eso, y sus verdaderos sentimientos. Y lo utilizó como intento de detener la muerte de Sarah Hawk.

- ¿Esto es por eso? ¡Yo no tuve nada que ver!

- Tú vendiste a mi madre al Vicealmirante de la Marina – le cortó con fiereza Airen.

- ¿Y eso quién lo dice? ¿El diario de Kate? ¡Ella estaba loca, comandante! Es absurdo fiarse de cualquier cosa que diga en ese diario.  

- Me fio porque sé que es posible. Porque conozco a la gente como tú – le espetó -. Sé que la mataste, Karwell. Que robaste la vida de tu propia esposa. Y que fuiste cómplice del asesinato de mi madre.

- Más vale que tengas pruebas de eso, muchacho, porque si no, el juez tendrá mucho que decir de esto – atajó Karwell, cortando el rumbo de la conversación.

- El diario, la voz de Katherine que tú silenciaste es suficiente prueba – gruñó Rain.

- Nadie lo admitirá como tal – hizo notar el ex alcalde.

- Las pruebas se pueden encontrar – dijo entonces Airen -. Bastaría con revisar las cosas de Katherine, las que fueron pruebas de la investigación de su muerte antes de que se cerrara como accidente. Y casualmente, yo sé dónde están.  

- No encontrarás nada. – A pesar de ser una afirmación, no tenía tanta seguridad como sus palabras anteriores.

- Tal vez, quién sabe. Pero hay algo que conseguiré. Pondré en duda tu inocencia. Y de esa forma, te expulsarán del puesto que te dieron a cambio de la vida de mi madre, cabrón. Me encargaré de eso y sabes que soy perfectamente capaz. Así que piénsalo, Karwell. Sales ganando si confiesas que eres un hijo de puta.

Karwell se acercó a la silla del alcalde y se sentó con comodidad, como si la hubiera echado de menos. Se recostó y cogió aire con fuerza, sintiéndose acorralado. Aunque trató de disimularlo haciéndose el indiferente. Entonces, disimuladamente, apretó un botón portátil que llevaba en la chaqueta del traje, sin que ninguno de los dos se diera cuenta.

- Quiero inmunidad – dijo entonces.

- A mí no tienes que pedirme mierdas de esas – le cortó Airen -. Empieza a hablar.

- ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Si la maté? – Se encogió de hombros -. ¿Y qué si lo hice?

- Mataste a tu esposa porque había visto al Vicealmirante en tu casa.

- Siempre fue demasiado curiosa – masculló el ex alcalde.

- Alguien como un Vicealmirante no vendría hasta aquí para nada – continuó Airen, afanado en la búsqueda de su verdad -. ¿Por qué buscaba a mi madre?

- Quería localizarla. Yo solo le dije cómo hacerlo. El resto fue cosa suya.  

- ¿Por qué? ¿Qué ganaba la Marina de la muerte de mi madre?

- No buscaban su muerte, muchacho. La razón del Shichibukai para venir hasta aquí, eras tú – confesó Karwell -. Él te quería a ti.

El ambiente, ya de por sí tenso, se volvió mucho más pesado. Aquella confesión golpeó a Airen como un puñetazo en el estómago. Por un momento, Rain pensó que el pelinegro iba a necesitar sentarse o se caería al suelo por la impresión.

- Por eso intentó secuestrarme – musitó, ligeramente conmocionado – Venía a por mí.

- La Marina quería que uno de sus Shichibukais hiciera un trabajo para ellos, pero él era bastante rebelde. Necesitaban una forma de controlarle y ese fuiste tú. Así que vinieron hasta mí para que os encontrase.

- La mató por mí – atinó a susurrar Airen.

- Sí – respondió el ex alcalde -. Yo les dije dónde estaba, es cierto – confesó -. Pero ellos fueron quienes utilizaron tu existencia y tu paradero para controlar a ese Shichibukai – repitió -. Fue un intercambio, un negocio, nada más.

- ¡La vida de mi madre no era ningún negocio, maldito cabrón! – bramó el comandante, rabioso.

- Fue un daño colateral – dijo Karwell, mostrándose tranquilo e indiferente -. Él sólo iba a por ti, quería llevarte con él. No pensamos que ese Shichibukai la mataría en venganza por haberle ocultado durante tantos años que tenía un hijo.

El ex alcalde lo había dicho como si fuera cualquier cosa. Pero la confesión hizo que el comandante se quedase sin respiración y que Rain, por su parte, soltase un grito de sorpresa. Esta vez, Airen tuvo que apoyarse en el escritorio del despacho para no caerse al suelo. Al ver las caras de confusión, sorpresa y profundo estupor de ambos, el ex alcalde frunció el ceño.

- ¿Y ahora qué te pasa? – masculló Karwell.

- Dracule Mihawk es mi padre – susurró Airen, notando la garganta seca y cerrada.

El ex alcalde, al escuchar semejante afirmación, se echó a reír a carcajadas con fuerza, como si fuera lo más divertido que había oído nunca.

- ¿Qué? – Karwell siguió riéndose -. ¿De qué demonios estás hablando? Dracule Mihawk era el hermano mayor de Sarah Hawk, tu madre. Tu auténtico padre es el Shichibukai que la mató.

- ¡Mientes! – rugió el comandante, lanzándose contra Karwell para sujetarle por las solapas del traje.

- ¡No lo hago! ¿Por qué sino te iba a buscar el Shichibukai? ¡Es porque eras su hijo!

- ¡No! ¡Eso es imposible! – El pelinegro intentó negarse a creerlo, una última vez.  

- ¡Así es como fue! ¡Querías tu verdad, comandante, pues ahí la tienes! – gritó el ex alcalde, poniéndose de pie de un salto y sujetándole de las muñecas para apartarle de él.

Airen dejó de respirar durante unos instantes. Por alguna razón, podía creerse esas palabras. El pelinegro se dejó caer de nuevo contra el escritorio. Le temblaba todo el cuerpo. Porque absolutamente todo lo que había conocido desde niño empezaba a tambalearse junto a él. El librero se movió todo lo rápido que pudo para llegar al lado del comandante. Le puso la mano con fuerza en el hombro y él pareció reaccionar, levantando una mirada llena de estupor y confusión hacia el peliazul.

- No puede ser… No es posible, no… Él y yo nos parecemos… - fue todo cuanto pudo articular.

- Mihawk es tu padre, Airen. Digan lo que digan o fueran como fueran las cosas. Si tú lo sientes así, entonces es así como es.

Aunque aquello también le había cogido por sorpresa, Rain pudo reponerse más rápido que el comandante, que estaba en shock. Mientras Airen trataba de reaccionar ante las palabras ciertas del librero, Karwell se acercó a la mesilla donde estaba el whisky y se puso una copa. Estaba muy calmado aunque le hubieran descubierto, porque, después de todo, el comandante no podía hacer nada contra él. El pelinegro se aferró con fuerza a la mano de Rain y se apoyó en sus ojos azules. Rain le acarició la mejilla con suavidad, en un intento por calmarle y conseguir que pensara con claridad. No tenía que darle vueltas a aquello en ese momento; tenía al traidor que había vendido a su madre delante y, como Mihawk había dicho, tenía que haber alguna razón por la que había vuelto después de tanto tiempo. Airen tragó saliva y respiró hondo antes de volver a ponerse de pie con toda la firmeza que fue capaz de encontrar dentro de sí.

- ¿Por qué has vuelto aquí? – susurró entonces Airen.

- Me envía la Marina – respondió Karwell -. De nuevo, a buscarte a ti.  

- ¿Cómo supisteis que estaría aquí? Que no me había ido.

- A eso me han enviado. A comprobar que seguías vivo y que estabas aquí. Y nuestra mejor pista fue Dracule Mihawk – añadió -. Él nunca se ha apartado de esta isla. Al comprender eso, nos dimos cuenta de sus verdaderas intenciones. Estaba protegiendo algo. O a alguien.

- ¿Qué es lo que quieren de mí? – insistió Airen.

- Son negocios – resumió Karwell.

El comandante comprendió rápidamente el significado de esas palabras. Karwell las había usado para describir antes el papel que su madre tuvo en un juego de poder entre la Marina y el Ouka Shichibukai.

- Queréis usarme contra Mihawk – siseó el pelinegro, enfadado ante aquella revelación.

Karwell dio dos palmadas secas al aire, aun con la copa en la mano.

- La obediencia de Mihawk es la única razón de que la Marina no te buscase antes. Pero ahora, su posición como Shichibukai se tambalea por culpa de cierto incidente. Y ellos quieren recuperarla, a costa de lo que sea.

- ¡Habéis jugado con nosotros desde el principio! – rugió Airen.  

- Sí – confirmó Karwell -. ¿Y? Todos somos marionetas en manos del destino, muchacho. Y en nuestro mundo, el destino lo escriben los poderosos.

- No permitiré que os salgáis con la vuestra – aseguró el comandante -. ¡No permitiré que le hagáis daño a Mihawk otra vez de esta forma tan rastrera!

El pelinegro hizo amago de lanzarse contra el ex alcalde, pero Rain le detuvo. Si le atacaba en ese momento, los escoltas personales de Karwell se le echarían encima. Y no tendría oportunidad de explicar lo que había pasado.

- No te esfuerces tanto, comandante – se burló el ex alcalde -. Ya es tarde. No puedes escapar de la Marina.

Karwell sacó entonces el botón portátil. Los dos lo miraron fijamente y comprendieron que era una forma de enviar una señal. La confirmación de que él estaba vivo y que estaba allí en aquel momento.

Mierda, atinó a pensar el comandante. ¿Cómo he podido ser tan descuidado?

Dos golpes fuertes en la puerta de nuevo les sobresaltaron. El comandante no dio paso a quien esperaba tras la madera, pero éste se arriesgó y entró. Los tres se giraron para mirar, de pie en el umbral, a otro agente uniformado que recuperaba el aliento tras una carrera intensa. Rain y Airen respiraron aliviados. Por un momento habían esperado ver entrar a un regimiento de marines por la puerta.

- Shion – susurró Rain.

- ¿Qué pasa ahora? – gruñó el comandante ante la interrupción.

- Hay algo que debes ver – atinó a decir el sargento.

Shion atravesó la estancia como una exhalación de aire frío y abrió las ventanas. El alcalde y compañía se quedaron mirándole. Tras él, Airen salió también al balcón seguido del peliazul. Shion señaló entonces hacia la bahía. Por encima de los edificios se podían ver unas cuantas velas blancas ondeando al viento. No parecían estar muy lejos del puerto. Y la bandera que enarbolaban en lo alto del mástil era un símbolo azul que todo el mundo reconocía a la perfección.

- La Marina – susurró Airen, cerrando los ojos con resignación.

- No entiendo qué hacen aquí – dijo Shion -. Va a pasar algo malo, Airen.

- Lo sé – respondió el comandante -. Han venido a buscarme.

- ¿Qué? ¿A buscarte a ti? ¿Por qué? –Las preguntas del sargento se atropellaban.

- ¡No es momento de explicaciones! – exclamó entonces Rain, visiblemente alterado -. ¡Airen, tenemos que irnos!  

- Si me escondo en la isla me encontrarán.

- Pues vámonos lejos – insistió el peliazul, sujetándole de la mano para tirar de él. 

- No – respondió el comandante con firmeza -. No hay tiempo para eso, no llegaría muy lejos. Y no puedo huir así, Rain.

- ¡Pero vienen a matarte! – gritó.

- No. Vienen a detenerme, que es diferente.

La tranquilidad de Airen, a pesar de que estaba serio, provocaba la desesperación que empezaba a apoderarse del librero. 

- ¡Hasta que te maten! – repitió Rain.

- Soy demasiado útil para ellos como para eso. No me pasará nada – repitió el pelinegro.

- Qué te necesiten vivo no significa que sea de una pieza, joder – dijo entre dientes el librero -. ¡Maldita sea, Shion, dile algo!

- Yo no entiendo nada, pero si es verdad que vienen a por ti, estoy de acuerdo con Rain. Tienes que irte de aquí.

- ¿Y a dónde iría, eh? Ahora que saben quién soy, me encontrarán allá donde vaya. O harán daño a mis seres queridos para hacerme salir – añadió, mirando a Shion -. No voy a permitirlo.

- No tienes tiempo de pensar en eso ahora, Airen – hizo notar Shion -. Nos apañaremos.

- No – se negó de nuevo el comandante.

Se giró hacia Rain. Le sujetó la cara entre las manos y le besó. Apoyó la frente contra la del librero y cerró los ojos, disfrutando de un momento acelerado de cariño del peliazul.

- Esto es lo que tengo que hacer. Compréndelo, por favor - susurró.

- ¿Me pides que comprenda por qué vas a dejar que te detengan, te lleven lejos de mí, te torturen y probablemente el día que dejes de ser útil te maten? – le espetó el librero, con lágrimas contenidas en los ojos -. No quiero esto, yo… van a hacerte daño, Airen y no puedo evitarlo.  

- Eres tan adorable. –Le besó la frente con una sonrisa suave -. Tranquilo, pequeño. Hay algo que puedes hacer – le dijo entonces el comandante.

Rain esperó la respuesta, expectante. Dispuesto a hacer cualquier cosa que Airen le pidiera.

-  Busca a Mihawk. Cuéntale lo que ha pasado, dile que nos la han jugado a los dos. Que lo sepa por ti antes de que la Marina pueda utilizarme contra él.

- Mihawk hará cualquier cosa por ti – dijo Rain, como si empezase a ver una esperanza en el horizonte.

- Lo sé. Y por eso voy a confiar en él. Es un pirata, y está bajo el mando del Gobierno. Pero por encima de eso y pase lo que pase, es mi padre. –Sus palabras fueron firmes, al igual que su convicción -. Sé que vendrá a buscarme, con todo lo que tenga.   

- Los barcos han llegado al puerto – informó entonces Shion.

Los dos se giraron en dirección al puerto y vieron las velas quietas. Acababan de atracar en la bahía. Lo que significaba que los marines estarían desembarcando y no tardarían en llegar al Ayuntamiento. Airen besó a Rain de nuevo y se apartó de él.

- Tienes que irte ya, no debes cruzarte con los marines – le apuró -. Estoy en tus manos.

- Mantente vivo. Por favor – le rogó el peliazul, reacio a soltar las manos del comandante.

- No moriré sin mirarte una vez más a los ojos – le prometió, dándole un beso en esas manos que todavía se aferraban con fuerza a él.

- Te quiero, Airen – soltó el librero, en medio de su desesperación.

- Te juro que volveremos a vernos – respondió el comandante, con una sonrisa confiada llena de esperanza -. Y te devolveré esas palabras, Rain.

Se besaron. Como si fuera la última vez que iban a hacerlo.

- Vete – musitó contra sus labios.

Rain cerró los ojos con fuerza antes de soltar al pelinegro y darse media vuelta para salir corriendo del despacho del alcalde en el Ayuntamiento. Bajó escaleras de tres en tres y salió a la plaza. Miró una última vez hacia el balcón, donde el pelinegro esperaba sin hacer nada su fatídico e incierto destino. El peliazul cerró los ojos con fuerza y echó a correr con todas sus fuerzas en dirección al puerto del este de la isla, sin detenerse de nuevo a mirar hacia atrás. No podía pensar en nada más que la necesidad de encontrar una barca. Tenía que llegar hasta Kuraigana. La existencia en aquel mundo del amor más grande que había tenido dependía de ello. La vida del comandante de la guardia ciudadana Airen Hawk estaba ahora en manos del hombre al que llamaba padre, el miembro del Ouka Shichibukai Dracule Mihawk. 

Notas finales:

Cómo veréis, el fic acaba un poco... ¿abierto? Sí, exactamente a esto es a lo que quería llegar. Porque bajo esta premisa habrá argumento en el esperado reencuentro. Los que habeis leido el fic jugais con cierta ventaja sobre los que no lo hayan hecho, aunque ya dije al principio que se podía ir directamente al reencuentro sin pasar por toda esta historia.

Así pues, quiero agradeceros a todos cuantos habéis leido el fic por entretenimiento para amenizar la espera. Sobre todo, mil gracias para mi querida Loidi, por estar siempre al pie del cañón, a Kira-chan por su incansable entusiasmo, a Rising Sloth por darme siempre un punto de vista lleno de sentido común en sus criticas constructivas, a Pinku Burakku por animarme en cada capítulo. Y a aquellos que os habéis atrevido a dejarme algun review suelto, os estoy también muy agradecida. Los que no os atreveis, creedme que no muerdo (xD) pero os agradezco que hayais leido esta locura que sale de mi mente a veces trastornada. Gracias a todos por compartirlo conmigo. Nos veremos pronto, si así lo deseais, en la continuación prometida de Desnudo ante los ojos del Halcón. Un beso fuerte a todos.

Erza.


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