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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Buenas a tod@s, aquí llego con el siguiente capítulo. He de decir que es un poquito más largo que los otros. Que tiene mucho de existencialismo y de moral (el bien, el mal, la justicia, y esas cosas que seguramente crearán una controversia que espero leer en vuestros comentarios ^^). Pero tranquil@s que también tiene de lo que estábais deseando leer :D Espero que os guste mucho y sobre todo, cumplir con las expectativas de vosotr@s, l@s lectore/as.

¡Adelante!

El caso Oeste se había abierto hacía dos años. Airen se había propuesto, como recién nombrado comandante de la guardia ciudadana, descubrir qué era lo que ocultaba aquel lado de la isla. Organizó expediciones a ese territorio que, a pesar de estar habitado y ser conscientes de ello, parecía inexplorado. La gente de la isla no se acercaba allí porque sabían que todo el que lo hacía, no volvía. Además, ese bosque que guardaba la entrada había sido el escenario de los terribles crímenes de un asesino en serie hacía ya veintisiete años. Aun así, Airen se había lanzado a investigar, en su ardiente deseo porque erradicar todo mal que pudiera existir en aquella isla. Para eso se había convertido en miembro de la guardia ciudadana. Pero toda su voluntad y su ansia por ayudar se fueron al traste en forma de decepción cuando tuvo que volver a la ciudad capital con diez hombres menos de los que se había llevado consigo. Aquel bosque era como una selva metida dentro de un laberinto. Y la gente que vivía más allá del bosque sabía cómo defenderlo. Airen comprendió, a base de pérdidas, que no se podía entrar allí sin más. Y dejó de intentarlo.

Ahora, dos años más tarde e inesperadamente, el caso había vuelto a abrirse sobre sus manos. Las cosas se habían vuelto locas. Y personales. La implicación de Rain, el librero, el hombre en el que no había podido evitar fijar algo más de sí mismo que la mirada, le había reventado una parte del corazón. Quería intentar recomponer los pedazos, pero no sabía si lo conseguiría. Todo avanzaba hacia un final que aún no vislumbraba y que podía ser un desastre. Pero no podían dar marcha atrás. Y a pesar de todo, Airen era incapaz de pensar que Rain fuera un traidor. Sentía que ahora le conocía demasiado bien como para tacharle de algo semejante. Era sólo que había guardado para sí algo que incumbía no sólo a la condición de comandante del pelinegro, sino a la seguridad de toda la isla. Por eso estaban allí, el uno frente al otro. Con una cantidad incontable de cosas que decirse, que aclarar y que echarse en cara.

- Siento que os hayáis visto en una situación como ésta – dijo Rain de pronto, adelantándose.

Sus miradas se quedaron fijas la una en la otra, como si mantuvieran una distancia no física entre ellos que ponía mucha tierra de por medio.  

- Has salvado a Ryu – respondió el comandante -. Eso te lo debo. A pesar de que tú mismo estés involucrado en todo esto.  

Rain respiró hondo. El comandante no iba a ser benevolente con él en aquel tema. Debería haberlo supuesto.

- No fui yo quien puso en peligro a Ryu – hizo notar el librero.

- No, eso fue culpa mía. Pero es nuestro trabajo arriesgar la vida. Y si tú no hubieras tenido nada que ver con él, yo no habría puesto a Ryu a seguirle y esto no habría pasado.

- Nunca se puede saber lo que hubiera pasado, Airen, por muchas suposiciones que quieras hacer – le cortó Rain -. Lo que debería importarte ahora es que Ryu está bien.

- Ya te he dado las gracias por eso – repitió el pelinegro -. Sé que no tenías por qué salvarle.

- No digas eso. No hubiera dejado que Vice le hiciera daño a nadie. Pero menos a Ryu. Después de todo, sé lo importantes que son ellos para ti.

Aquellas palabras le hicieron recordar por qué consideraba a Rain una persona tan especial. Pero eso no suavizó su enfado. 

- ¿Por qué no me lo dijiste? – preguntó el comandante.

Airen buscaba con desesperación una sola razón que le hiciera entender al librero.

- ¿Decirte qué? ¿Qué es lo que quieres que confiese ahora? Pide por esa boca. Es lo único que sabes hacer – se quejó el peliazul. 

- No juegues conmigo – le pidió -. Pensé que te habías abierto a mí. Que me habías dejado conocerte. Pero me equivoqué.

- Eres un jodido egoísta, ¿sabes? Creo que ya te lo había dicho antes – respondió Rain -. Quieres saberlo absolutamente todo de mí pero, ¿qué sé yo de ti? No tengo ni idea de lo mucho que debe de dolerte tu pasado porque no me lo has contado nunca. No sé cómo te gustan las mujeres o cómo eran aquellas con las que has tenido alguna relación. No sé por qué entraste en la guardia ciudadana, aunque eso pueda imaginármelo, pero no lo he oído de tu boca. Hay muchas cosas que me gustaría saber. Pero, al igual que yo te lo contaba todo porque deseaba hacerlo, esperaba a que tú hicieras lo mismo. Y no ha sido así. ¿Quién es el que no conoce al otro, eh? No te engañes, Airen. No tienes ningún derecho a echarme en cara que guardase un secreto.

El pelinegro intentó ignorar la razón que tenían las palabras del librero.

- Esto no es un secreto cualquiera, Rain. Es un crimen – apuntó Airen.

- ¿Un crimen? No he matado a nadie, que yo sepa – hizo notar el peliazul.

- No con tus manos, pero estás del lado de los malos, por si no te habías dado cuenta ya – le espetó.

- Sé que no puedes aceptar la idea de que tenga algo que ver con el Oeste. Pero yo no creo que esté haciendo nada malo.

- ¿Que no estás haciendo nada malo? ¿En serio? – exclamó el pelinegro -. Son mafiosos, maldita sea, ¡mafiosos! ¿O acaso te crees que estás tratando con hermanitas de la caridad?

- Sé mejor que tú con quien estoy tratando. A la vista está después de cómo has tratado a Vice.

- No me vengas con esas, ese bastardo había secuestrado a uno de los míos y hasta le ha torturado, maldita sea.

- Sí, pero yo tenía todo bajo control, como hago siempre, hasta que tú te has entrometido poniéndolo todo en peligro. Creo que cuando haces tu trabajo quieres que se te respete mientras lo llevas a cabo, ¿no? Pues eso pretendía yo hasta que quisiste hacerte el héroe.

- No me mientas más, ¿vale? Sé que tú eres quien le dice a ese mafioso lo que tiene que hacer – le acusó abiertamente.

- ¿¡Qué!? – soltó Rain, mostrando un gesto confundido durante un instante.

- ¡Joder, Rain, tú gobiernas los bajos fondos del Oeste! – bramó Airen.

- ¡No! Yo no los gobierno – exclamó el peliazul, levantando la mano en un gesto que instaba a Airen a calmarse -. Hay un jefe que está por encima incluso de Vice, y sobra decir que no soy yo. Solo soy un mediador – confesó al final.

- ¿Un mediador? No me tomes por estúpido – le pidió, gruñendo.

- No lo estoy haciendo. Yo no tengo nada que ver con ellos, te lo puedo jurar – le aseguró, con un gesto vehemente -. Sólo soy un mediador. Por favor, Airen. Confía en mí.

No pudo. Por más que quiso, Airen no pudo desconfiar de la palabra del librero. No había ni rastro de mentira en la mirada transparente de Rain, era la de siempre, no había cambiado. Se sintió imbécil por no ser capaz de dudar de Rain, a pesar de que su trabajo como investigador y guardia era dudar de los sospechosos de los crímenes, fueran quienes fueran.

- ¿Por qué harías de mediador? No tienes ninguna razón para intervenir en los negocios sucios de esa basura.

- La tengo – respondió el librero -. Y supongo que también querrás saber cuál es.

- Sí. Porque necesito entenderte, Rain – le confesó entonces -. Lo necesito de verdad.

- No mereces tal explicación – empezó el peliazul, mostrándose un poco enfadado todavía -. Pero responderé a esa pregunta.

El gesto de atención de Airen le recordó, por un instante, a la primera vez que el comandante le había escuchado contarle la historia de sus cicatrices más profundas.

- Estoy aquí por Leonard – dijo el librero.

- ¿Otra vez él? – musitó Airen.

- Sí. Ya te dije que era mi referente, el único que de verdad quiso ayudarme. Él dedicó su vida a hacer el bien. Y la perdió por mí. Esta es la forma que encontré de devolvérselo. Haciendo posible que todas las cosas buenas que Leonard hubiera hecho volvieran a existir. Cargando con la esperanza que él quería traer a su gente.

- Fue Mihawk, ¿verdad? – dijo entonces Airen -. El que te convenció de eso y te metió en esto.

- Tu padre me salvó la vida al sacarme de la institución reformatoria – respondió el peliazul -. Pero no me convenció de nada. Él sabía que yo no tendría miedo de trabajar para él y mantener el orden de los bajos fondos, por eso me salvó y me hizo la proposición. Pero la decisión de hacerlo o no la puso en mis manos. Y yo acepté y asumí el papel de mediador entre la gente de la isla y los mafiosos del Oeste.

- Ayudas a mafiosos que podrían matarte cuando quisieran y proteges a los ciudadanos que intentan matarte cada vez que pueden. Es absurdo incluso para ti, Rain – soltó Airen.

- Es posible que lo sea, sí. No tiene lógica, es como si no tuviera ningún apego a mi vida, ¿verdad? Pero para mí es hacer lo correcto. – En la comisura de sus labios se adivinó una sonrisa sincera -. Y sé que lo entiendes, porque tú proteges a la gente de una manera. Yo lo hago de otra.

Airen logró conectar en su cabeza dos neuronas que le hicieron ver a Rain como un nuevo y sorprendente aliado de la justicia. Pero, ¿de qué justicia?

- ¿Qué relación hay entre esos capullos y nuestros ciudadanos para que sea necesario lo que tú haces?

Si algo sabía Airen era que Mihawk nunca haría nada en balde. Y si él había considerado necesaria la figura de un mediador en la isla, era por una buena razón.

- Sé que es difícil imaginar esto para alguien que camina entre personas felices y aparentemente despreocupadas – le dijo el librero -. Pero no todo brilla tanto en esta isla. Por desgracia, en medio de la angustia y la desesperanza, algunos ciudadanos se han jugado la vida al pedir dinero o favores a las organizaciones del Oeste. Como bien has dicho, son mafiosos. Y sólo les interesa lo que puedan ganar de cada negocio sucio que hagan. El que no les es útil o no respeta los tratos que se hacen, acaba en el fondo del mar. Son así de simples.

- ¿A cuántos han matado ya? – exigió saber Airen.  

- A pocos, para los que podrían haber sido. He podido manejarlo lo suficientemente bien como para mantener el fondo del mar libre de cadáveres y que el número de ciudadanos de la isla no mengüe.  

- No bromees con algo así – le pidió el pelinegro.

- No es broma. Es mi trabajo. Intento convencer a los que controlan los negocios sucios de que no vayan por la isla dejándote un reguero de cadáveres. A cambio, yo respondo de “nuestra gente”ante los líderes.

- Negocias con la vida de las personas, como has hecho con Ryu hace un momento – comprendió el comandante.  

- Gracias por ponerle el acento turbio al negocio – masculló el librero -, pero sí, eso es lo que hago. Y hasta ahora, ha salido bien.

- ¿Cómo lo hacen ellos? – quiso saber -. Nadie entra en el Oeste así como así.

- Hay un lugar al que la gente va cuando necesita cierta ayuda. Yo tengo contactos que me informan de todo. E intervengo desde las sombras cuando algo va mal.

- Conoces todo sobre ellos, ¿verdad? – preguntó, con incredulidad.

- Llevo bastante tiempo en esto – confesó.

- Esos hombres, esa gente… ¿por qué te escuchan? ¿Qué razón tienen para hacerlo?

- Te dije que yo era fuerte a mi manera, comandante. A mí se me da bien convencer a esos hombres de lo que quiera. Incluso de evitar que maten. Y escuchan mi voz y mis consejos primero porque por encima de mí, está Mihawk. Su nombre me protege, en cierta manera. Y segundo, porque nunca les he aconsejado mal, al contrario. Han salido ganando muchas veces gracias a mí. Con los años, eso gana peso entre la gente como ellos.

Airen pareció detenerse un momento a pensar. Aunque su enfado quedaba reflejado en su rostro blanquecino y la decepción de su mirada ojimiel. Rain seguía sintiéndose como un traidor a pesar de defender su posición y su trabajo. Y pocas cosas podrían borrar esa sensación.

- Me pediste que te enseñase algo más, y te dije que no iba a gustarte – susurró entonces Rain.

- No eres tú – dijo el pelinegro, con firmeza -. Sé que no eres igual que ellos, eso me lo has demostrado con creces.

Rain sintió como si una losa de unas cuantas toneladas se levantase de su pecho y le dejase respirar hondo de nuevo.

- Pero me jode que estés involucrado con toda esta mierda – añadió el comandante -. Y no puedo creerme que seas tú quien les oculta de mí.

- Es mi forma de vivir, Airen. No he conocido otra cosa. Y sé que soy bueno en esto. Eso me hace sentir útil, le da un sentido a mi existencia que no pensé que encontraría nunca. Me hace sentir bien.

- Todo lo que haces no lo haces por ti – hizo notar el pelinegro.

- No, está claro que no. Pero la satisfacción que me produce mantener con vida a la gente de la isla me hace sentir poderoso. Es lo único egoísta que he hecho. Y no me arrepiento.

- Podría llegar a entender ese afán, Rain, pero esto no puede seguir así. Ahora que he encontrado una pista sobre ellos, tengo que detenerlos – atajó Airen, mirándole fijamente.

- No puedes hacer eso – suspiró el librero -. Romperías un equilibro que no podríamos volver a recuperar.

- ¿Qué equilibrio? – exclamó el comandante.

- El que mantiene a esa gente alejada de la isla. Si tú intentases detenerles y destruir las organizaciones, ese equilibro se rompería y podría crear un desastre aún mayor. Algo que no se podría prever ni controlar.

- Tengo que detenerles, Rain, son criminales, psicópatas, asesinos. Es mi obligación como agente de la guardia ciudadana – le recordó el pelinegro -. Mi trabajo es mantener el orden que ellos rompen sólo con respirar.

- Pero el orden existe, Airen, tú lo sabes bien – apuntó Rain -. Mientras ellos no provoquen grandes desastres o masacres en la isla y todo esté controlado por mi parte, no tiene por qué haber problemas. El sistema se sustenta y el orden se mantiene.

- Todo eso es sólo una ilusión, no existe el orden con animales como esos corriendo salvajes por ahí. Y no me preocupa sólo que quebranten algunas leyes o vivan como quieran, Rain – admitió -. ¿Y si de repente tú ya no les sirves? ¿Y si no eres suficiente para detenerles? Sólo eres un hombre. Y yo no puedo jugármela de esa manera. Dormir teniendo a esa lacra en las montañas del oeste de mi isla, amenazando con acabar con todo cuanto me importa en una noche sin previo aviso porque les puede el instinto de matar.

Airen se dio cuenta al decirlo que dentro de la definición de todo aquello que le importaba, también estaba la vida de Rain. Esa que Vice había amenazado con arrebatar.

- Quieres hacer honor a tu juramento de proteger la ley sin darte cuenta de que tal vez a veces, lo que hay que hacer es pasar por encima de ellas para proteger a las personas que te importan. No dejes que esa fe ciega que tienes en las leyes te lleve a causar sin darte cuenta algo peor que lo que intentas combatir.

- Entonces ayúdame a combatirlos – volvió a decir Airen -. Juntos podremos con ellos. – Sonaba realmente convencido -. Entrégamelos.

- No – se negó Rain en rotundo.

- ¿¡Por qué!? Si acabamos con ellos, no harán daño a nadie, nunca más.

- Te lo digo otra vez. Eres un ingenuo. –Suspiró -. Nunca acabarás con ellos, Airen. Esa clase de basura sale hasta de debajo de las piedras. Si no son ellos, serán otros los que ocupen su lugar. Otros que quizá yo no pueda controlar porque vengan de fuera y no respeten un trato conmigo.

- Acabaremos con todos – soltó Airen.

- ¿A costa de cuántas vidas, Airen? – le espetó Rain -. Deja de decir estupideces y piensa fríamente, ¿quieres? Ahora hay una balanza que se mantiene quieta entre el bien y el mal. Si intentas poner peso en el lado del bien, el mal también querrá hacer lo mismo. Y eso solo puede acabar en desastre.  

- Me haces quedar como si yo no sirviera para nada, como si la guardia ciudadana fuera una inútil – le gritó.

- La guardia protege de piratas, de ladrones, de delincuentes, de incendios, de desastres, de la mismísima Marina. Sois la luz de la isla, Airen. Pero no podéis alumbrar la oscuridad. Es demasiado profunda para vosotros.

- ¿Me sugieres que deje todo como está? ¿Que permita que esa gentuza siga campando a sus anchas por mi isla?

- Sí. Exactamente eso estoy diciendo. Que lo dejes todo como está. Se lo he dicho antes a Vice y puedo dirigirte las mismas palabras. No empecéis una guerra. No desencadenéis algo que no podéis manejar sin dejar muchos muertos por el camino. Porque vosotros que no podéis ganar, Airen. Lo siento, pero es así. No sois rivales para ellos.

- Así que estás intentando convencerme de que me olvide, que haga la vista gorda con esos criminales mientras tú te dedicas a manejarlo todo en las sombras haciendo cualquier cosa que te pidan. ¿Es eso lo que quieres? – siseó.

- Sí. Quiero que todo siga como hasta ahora. La gente está a salvo, ¿no es así? Eso es porque ambos buscamos lo mismo y llevamos mucho tiempo consiguiéndolo. ¿Por qué no dejar que siga así y cambiar lo que funciona?

- Es que eso no está bien. – Por un momento, Rain tuvo la sensación de que Airen intentaba convencerse más a sí mismo que a él.

- Háblame con el corazón – le pidió el librero -. ¿De verdad no negociarías con esta gente en lugar de detenerlos para proteger al dueño de los astilleros y a su familia? He visto a su hija, ¿sabes? Tiene sólo seis años y es adorable.

- Si les detuviera y les llevase ante el juez, podría protegerles igual. Habría un juicio legal y público y estarían encerrados de por vida.

- Entonces, un tercero que no sabrías de dónde ha salido, vendría a terminar lo que otros dejaron a medias. Lo acabarían antes de que pudieras siquiera reaccionar. Y tus ciudadanos acabarían muertos a pesar de tus esfuerzos. No intentes convencerte de que sería diferente. Porque sabes que es mentira.

Airen se encontró a sí mismo reviviendo una duda existencial que le había asaltado hacía años. Cuando su madre, Sarah Hawk, fue asesinada por un pirata, el pequeño pelinegro había oscilado entre las dos caras de una misma moneda. Por un lado, convertirse en un hombre de provecho que protegiera a la gente indefensa e inocente y castigar de forma legítima a aquellos que delinquieran. Por el otro, Airen se había planteado si no era todo inútil; si tal vez no sería mejor convertirse en un mercenario que se tomara la justicia por su propia mano. En un asesino que tuviera el valor suficiente de acabar con la vida de aquellos que cometieran los más terribles crímenes para que no volvieran a hacerlo; para darle la paz que merecían los inocentes que ya no estaban, y ofrecer la venganza justa a los que dejaban atrás llorando su pérdida. Al final se había decantado por caminar por el lado de la legalidad, de mano con un cuerpo de seguridad ciudadana que le diera la capacidad de castigar “como era debido” a los delincuentes.

Ahora, el comandante de la guardia ciudadana volvía a sentir aquel dilema moral revolviéndose en su interior. ¿Y si Rain tenía razón? ¿Y si los castigos “debidos” no eran castigos proporcionales o justos a los delitos cometidos? ¿Y si bastaba con controlar las cosas de aquella manera para poder proteger a la gente? Una parte de él estaba completamente de acuerdo con el razonamiento del librero.

- Joder, ¿cómo pueden cambiar tanto las cosas en un momento? – se quejó el pelinegro.

- Nada ha cambiado, Airen. –La voz de Rain se suavizó considerablemente al ver al comandante tan agobiado consigo mismo -. La gente está a salvo, como siempre.

- No será gracias a mí – farfulló el comandante.

- Al contrario. Si tú o la guardia ciudadana no estuviera, esta isla ya estaría completamente bajo el dominio de las organizaciones. Gracias a ti, a lo que representas, esa gente sigue oculta en las sombras y no puede salir a la luz, porque entonces entrarían dentro de tu área de actuación. Y sienten cierto respeto hacia lo que puede hacer el hijo de Dracule Mihawk – le confesó -. Un hombre que tal vez, llegue a superar a su propio padre.

- No es posible que piensen eso de mí – soltó el pelinegro.

Rain esbozó una sonrisa.

- Lo piensan – repitió el peliazul. Su voz se suavizó -. Y espero que tú pienses que, a pesar de mis pecados más ocultos e imperdonables, el hecho de que yo soy yo no ha cambiado. Que soy mismo en el que confiaste.

- No he dicho que desconfíe de ti – dijo de pronto Airen, en un ramalazo de sinceridad repentina -. Acabas de demostrarme que no tengo razones para hacerlo, a pesar de que me mintieras o de a qué te dedicas o de que pienses tan diferente a mí.

- Siento habértelo ocultado todo. También era una forma de protegerte. Sabía que querrías echarte encima de ellos para detenerlos y eso es una idea suicida. No sabía si sería capaz de hacerte entrar en razón así que, preferí esconderlo. Lo siento – repitió.

- No me pidas perdón otra vez, Rain. No hace falta.

El peliazul suspiró. Salvó los pasos que le separaban de Airen y se detuvo delante de él. Extendió los brazos ligeramente hacia él, con una mirada de lo más dulce en su rostro. Airen notó un latido fuerte en el pecho.

- ¿Puedo? – susurró.

A Rain le temblaban los brazos, como si no pudiera controlar más los nervios que había pasado. El comandante le rodeó con los brazos por los hombros y le apretó contra su pecho, como si quisiera fundirse con él. Rain incluso notó como si le robase el aliento. Cerró los brazos en la espalda del pelinegro y respiró contra su cuello un momento. Airen le apoyó la mejilla a Rain en el pelo. Había querido tenerle así más tiempo de que había pensado. Se sintió tan tranquilo por un momento que sintió que podría olvidarse de todo.

Pero entonces, de repente, una imagen atravesó su mente como un rayo. Las manos de Vice sobre el cuerpo del librero. Moviéndose sobre él como si le conocieran bien. Su boca contra oreja, susurrándole y rozándole con su aliento. Aquella lengua que había probado el sabor de su piel. Sus brazos rodeándole habían hecho que el cuerpo de Rain pareciera más pequeño de lo que era. Tal y como le estaba pareciendo a él en ese abrazo. Como impulsado por un resorte se apartó de Rain, que mostró un gesto de sorpresa en el rostro. El enfado había vuelto a provocar que sus venas hirvieran de rabia. Y cuando se ponía así, le costaba mucho controlarse.

- ¿Airen?

El pelinegro le dio la espalda. Se llevó la mano a la cabeza para amasarse el pelo y apartarlo de su cara mientras respiraba hondo.

- Ya entiendo cómo funciona tu trato con ellos – dijo de repente el comandante.

- ¿Qué? – musitó el librero -. ¿De qué estás hablando?

- No te atrevas a negármelo. Lo he visto, Rain. Cómo te tocaba. Cómo te lamía. Has dejado que te manoseara delante de mí, joder.

El tono de la conversación aumentó de pronto en una cuarta. El mosqueo de Airen era tan repentino como inexplicable.

- ¿Te crees que a mí me estaba gustando? – le reprendió el librero, frunciendo el ceño.

- No parecías querer apartarte – hizo notar el comandante.

- Intentaba evitar precisamente esto – le espetó, señalándole un golpe en la mejilla que empezaba a ponerse medio morado.

- Podía haberle vencido. Aunque si querías intimidad para follártelo, podías habérnoslo dicho y os hubiéramos dejado solos – soltó Airen.

- ¡Airen! – exclamó Rain, realmente confundido -. ¿A qué viene esto?

- Tengo pruebas más que suficiente para saber que te has acostado con mafiosos asesinos como ése antes. ¡Así es cómo controlas tú a la gente, ¿verdad?! – bramó el pelinegro.

- ¡No! ¡No, Airen, espera, no es así! – gritó Rain, entrando en pánico por primera vez.

Airen clavó una mirada enrabietada en Rain. El peliazul tragó saliva. El corazón se le aceleró hasta hacerle daño en el pecho.

- Por cómo te tocaba, sé que lo ha hecho antes, ¿o te vas a atrever a mentirme en mi puta cara? – le espetó.

- No. No negaré que en ocasiones es cierto que lo he hecho, sí – admitió el librero en voz baja -. Pero no es así como hago mi trabajo, te lo juro, Airen. No tiene nada que ver, eso es sólo un juego que no significa nada.

Esas palabras incendiaron el aguante del comandante, haciéndole arder en una ira que no podía entender de lo cegado que estaba en ese momento.

- Todo es un juego para ti – siseó el pelinegro -. ¿Acaso lo es la seguridad de la isla? ¿De su gente? ¿¡Yo también lo soy!?

- ¡Te he demostrado que no! ¡Lo he dado todo por la isla, por la gente… incluso por ti! ¿¡Qué más quieres!? – chilló el peliazul, con la voz teñida en desesperación.  

Rain era incapaz de comprender cómo habían acabado las cosas así. Todo aquello era por un roce que él mismo había soportado sintiéndose lo peor. Y eso era culpa del propio pelinegro. Por haber logrado que Rain le desease hasta puntos que no se podía ni imaginar y quisiera que, el único roce que soportase su cuerpo, fuera el suyo.

- La culpa es mía por dejarme convencer de que no eras ninguna ramera cuando era cierto que te ofreces como tal – añadió el comandante con desprecio.

Luego, Airen se dio cuenta de que era un estúpido. Y que esa era una de las cosas que jamás debería haber dicho. Pero su orgullo no le permitió retirarlo en ese momento ni siquiera cuando vio el gesto afectado y molesto del peliazul ni cuando recibió un fuerte tortazo en el lado derecho de la cara. El librero tenía mucha más fuerza de la que el pelinegro había calculado, impulsada seguramente por la rabia.

- ¡Eres un cretino por atreverte a decirme eso! ¡Y un cobarde! ¡Si tanto te molesta pensar que me acuesto con otros hombres entonces ¿a qué esperas?! – gritó Rain a pleno pulmón -. ¡Dame una razón para no hacerlo, Airen!

El comandante salvó de dos zancadas la distancia que le separaba del librero. Le rodeó la cintura en un gesto tan violento como apasionado y enredó la mano izquierda en el pelo bajo la nuca de Rain antes de asfixiar sus labios con un beso sorprendentemente entregado. En aquel momento, en esa situación… todo desapareció. No quedó más que un pasado enterrado del que no volverían a hablar, unas palabras injustas ahogadas en súplicas de perdón y dos corazones capaces de liberarse el uno al otro. Todo lo malo había quedado eclipsado por aquel extraño sentimiento al que no podía poner nombre pero que le empujaba hacia Rain, como un imán se sentía irremediablemente atraído hacia un metal del que no quería volver a separarse jamás.

Airen, con el brazo con el que mantenía el cuerpo del librero pegado al suyo, lejos de aflojar el amarre, lo afianzó, clavándole los dedos en la cintura sobre la camisa. Rain rodeó el cuello de Airen con las dos manos y cerró los ojos. Nadie en su sano juicio se negaría a aceptar semejante deseo. El comandante presionó su boca sobre la de Rain una y otra vez, dejando poco a poco de lado la vena impulsiva del momento y empezando a darle besos más suaves aunque no menos apasionados. La chispa hacía tiempo que había provocado un incendio que amenazaba con consumirles sin remedio. Hasta que sus deseos se habían desbordado por encima de las llamas. Era inútil intentar apagarlas con un viento que llevaba el olor de su pelo en él o el aroma a jabón de su piel. La única forma de que no les quemase vivos por dentro, era dejarse envolver por ellas, uno en los brazos del otro. 

La respiración de ambos se volvió irregular. Comiéndose a besos, sus alientos se entremezclaban en sus bocas. Tuvieron que detenerse a respirar un instante. Que duró lo suficiente como para que una mirada inexplicable cruzase sus rostros y se posase en los del hombre que tenían delante. Rain soltó despacio el cuello del comandante, a la vez que Airen apartaba la mano de la cintura del librero. Ambos retrocedieron un paso, alejándose del otro. A Rain le temblaban las piernas. El pelinegro por su parte notó un leve temblor en las manos y un cosquilleo en el estómago al que trató de no prestar atención. Y los dos sentían cómo les palpitaban los labios después de aquellos besos que habían intercambiado. Airen carraspeó entonces. Miró a Rain para decir algo pero no encontró las palabras necesarias para hacerlo. Y solamente pasó al lado del librero como alma que lleva el diablo para salir del almacén y echar a correr por las calles de la ciudad todo lo rápido que sus piernas le permitieron.

 

El doctor terminó de echar las especias a la carne que estaba preparando al horno. De repente, sonó el timbre de la puerta principal. Se limpió las manos en un paño que tenía colgado en el delantal y abrió la puerta para encontrarse al comandante Hawk apoyado en el quicio de madera con un brazo. El gesto de preocupación, ansiedad y confusión que llevaba pintado en la cara le puso nervioso a él.

- ¿Airen? ¿Qué pasa a estas horas?

- ¿Shion y Ryu? – preguntó directamente.

- En la habitación. He curado las heridas de Ryu y está descansando. Shion está con él.

- ¿No hay nadie más? – se aseguró el comandante.

- No, mi mujer ha ido con la niña a casa de su madre – respondió el médico.

- ¿Puedo pasar? – preguntó al fin.

- Claro. –Le hizo un gesto invitándole a entrar

Airen entró directamente al salón. Dio un par de vueltas por la estancia, como si fuera una fiera enjaulada, con una mano entrelazada en el pelo como si se rascase la nuca y la otra puesta en la cintura, mientras Sho cerraba la puerta.

- Oye, ¿qué pasa? Me estás asustando. ¿Has matado a alguien?

Cuando el doctor se acercó a él, con una mueca interrogante, el comandante se confesó sin rodeos.

- He besado a Rain.

Después de decirlo sentía que seguía sin tener sentido. El pelinegro se dejó caer sentado en el sofá de la sala de estar, con aplomo. Pero no podía estarse quieto y volvió a levantarse. Sho por su parte, se sentó despacio en el sillón lateral y sólo se quedó mirando a Airen durante un par de interminables minutos. La confesión le había cogido por sorpresa totalmente.

- ¿Quieres decir algo y dejar de mirarme como si fuera un perro verde? – le espetó Airen.

- No te miro así por eso – atinó a decir Sho -. Pero creo que tienes que hablar con alguien que no soy yo – dijo entonces el médico.

Se levantó del sofá y puso rumbo a las escaleras que daban al piso de arriba. Señaló con la cabeza hacia arriba. Airen lo comprendió y se negó.

- Oye, si he venido a ti es porque sé que se puede hablar civilizadamente contigo de un tema delicado como este – le espetó.

- Ahora mismo creo que tienes un tipo de duda existencial y sentimental que yo no puedo resolver. Sube – le indicó el médico -. La segunda habitación a la izquierda.

- No voy a subir para hablar de esto con mis…

- Tus amigos, Airen – le cortó Sho -. Confía en mí. Necesitas escuchar a alguien que no sea yo. En serio.

El comandante cedió al final. Miró las escaleras antes de subirlas con pesadez. ¿Cómo iba a contarles a esos dos lo que había pasado? Confiaba en ellos, claro, pero tampoco quería ir diciendo por ahí lo que había hecho. Cogió aire con fuerza cuando llegó frente al dormitorio que Sho le había indicado. Todavía dudó unos instantes. Pero al final, se decidió.

Con apenas un empujón suave, la puerta de la habitación se abrió ligeramente. Airen se quedó un momento en el umbral, sin parpadear. Ryu estaba tumbado en la cama al fondo de la estancia. A su lado, Shion estaba sentado en el colchón. Tenía la mano del peliplata entrelazada en sus dedos y con mimo, el moreno le apartaba el pelo de la cara con la mano libre. De pronto, Ryu hizo un movimiento, acompañado de una mueca de dolor y Shion le calmó con un susurro.

- No te muevas. Te traeré lo que necesites – susurró el moreno.

El peliplata negó con la cabeza.

- No hace falta nada más – musitó Ryu con la voz ronca -. Tú ya estás aquí.

- Y no voy a irme – dijo Shion, dándole una caricia en la mano -. Tranquilo.

Ryu esbozó una sonrisa dulce. El moreno se inclinó hacia él y le besó la frente antes de apoyar su propia frente en la del peliplata. Los dos cerraron los ojos instintivamente. Sus dedos entrelazados se acariciaron. El ambiente de la habitación era cálido, acogedor e incluso romántico de no ser porque el sargento estaba postrado en la cama a causa de sus heridas.

- ¿No vas a decirlo? – preguntó Ryu en voz baja.

- Mantente vivo, capullo – respondió Shion en el mismo tono -. No te atrevas a hacerme esto otra vez.

Ryu sonrió y le acarició la nariz con su nariz. Sin darse cuenta, Airen se apoyó en la puerta y ésta cedió. El chirrido de las bisagras hizo que ambos se girasen hacia la puerta.

- Airen – susurró el moreno, conteniendo el aliento e incorporándose rápidamente.

- Lo siento, yo… la puerta ha… - Se detuvo a sí mismo antes de seguir siendo patético -. Lo siento.

Se dio la vuelta tan rápido como pudo.

- No importa – dijo entonces Ryu, antes de que se fuera -. Entra.

Shion tragó saliva. Que Ryu invitase al comandante a aquella intimidad significaba que ya no iban a mantener más su secreto. Que había llegado el momento de decirlo en voz alta. Mientras Airen acercaba una silla a la cama, Shion ayudó a Ryu a incorporarse a medias y apoyarse en el cabecero de la cama. Le ahuecó las almohadas para que tuviera la espalda en una posición cómoda y volvió a sentarse a su lado. Sus manos se buscaron por acto reflejo, detalle que no pasó desapercibido a Airen. El comandante sólo pudo esbozar una sonrisa comprensiva.

- Vosotros… - murmuró.

- Entiendo que estés confuso – dijo Shion, adelantándose -. No es algo que se pudiera imaginar, ¿verdad?

- Sois muy diferentes – admitió Airen.

- Eso es lo que menos importancia tiene – aseguró Ryu -. Oye, Airen, siento mucho que lo hayamos mantenido en secreto – añadió.

- Lo entiendo – aseguró el comandante -. Es normal que no quisierais que nadie se enterase para que no os juzgasen y os tratasen como si hubierais cometido un crimen. Después de todo, la gente de la isla es tan asquerosamente tradicional que no lo aprobarían.

- ¿Y eso qué importa? – preguntó entonces Shion -. No lo hemos mantenido en secreto por eso – dijo el moreno -. Fue nuestra decisión, porque estábamos cómodos así. Tenía su morbo que nadie lo supiera. Y tampoco necesitábamos ir predicando por ahí que nos gusta estar juntos.

- Lo que dijera la gente de la isla nos da igual, Airen – corroboró Ryu -. No nos da miedo – sonrió a medias.

Ellos compartieron una mirada cómplice. El comandante se sentía bastante relajado en aquel ambiente de reunión de amigos que Shion y Ryu habían construido en un momento para él.  

- Sólo por curiosidad y siempre que no os resulte incómodo… ¿desde cuándo? – quiso saber.

Se volvieron a mirar los dos. Ryu sonrió y le hizo un gesto con la cabeza, diciéndole que se lo contase todo a Airen. El moreno respiró hondo y miró al comandante.

- Hace diez meses – respondió Shion -. Desde la búsqueda en la montaña del norte que hicimos para buscar a una partida de montañeros que desaparecieron, ¿lo recuerdas?

Airen frunció el ceño un momento y luego mostró una mueca de sorpresa.

- Ese día – susurró -. Sí, recuerdo lo que pasó.

Los dos sargentos se quedaron atrapados en la montaña. La búsqueda había tenido que retrasarse hasta que volvió a amanecer. Ellos nunca habían hablado de cómo habían sobrevivido o qué les había sucedido. El comandante no pudo evitar entonces imaginar lo que habría pasado en aquel lugar solitario y apartado, estando los dos solos. Él mismo hacía un momento se había dejado llevar por un sentimiento que podría haberle hecho traspasar barreras que nunca imaginó tener delante de sus narices. Sus manos se habían aferrado al cuerpo de un hombre cuyos labios le habían vuelto completamente loco. El calor de aquel cuerpo pegado a su pecho todavía cosquilleaba en su interior. Era como si todos sus sentidos le pidieran más. Más de Rain.  

- ¿Airen? –La voz de Shion le sacó de sus pensamientos -. ¿Qué te pasa? Estás raro.

El pelinegro miró a sus dos amigos. Parecían completamente dispuestos a escuchar cualquier cosa que les contara. Así que, cogió aire con fuerza y suspiró.

- He besado a Rain en el almacén – les confesó entonces, sin dar más rodeos -. Y por favor, ahorraros la cara de sorpresa, ¿queréis? – les pidió.

A pesar de la petición del pelinegro, no pudieron evitar mirarse y mostrar sorpresa durante unos instantes que se hicieron eternos para Airen. Luego, Ryu extendió la mano hacia Shion, que gruñó por lo bajo.

- Te lo dije. Yo gano – sonrió con suficiencia el peliplata.

- ¿¡Habíais apostado!? – exclamó Airen.

- Pues claro. Estaba cantado que ibais a acabar así, lo único que no sabíamos era cuando. Y yo pensé que ibais a tardar más, sinceramente, que te ibas a tomar tu tiempo – suspiró Shion.

- ¿Cómo podéis ser tan capullos? – les espetó.

- En Ryu es innato – soltó el moreno -. En mi caso, es que tengo buen ojo para esas cosas. Sé cuándo algo es inevitable.

- Te costó bastante más verlo en nuestro caso – se quejó Ryu.

- Cállate – farfulló el moreno.

- ¿Tan evidente es? – preguntó de repente Airen, deteniendo la que amenazaba con ser una riña tonta de enamorados.

Los dos miraron al comandante. Shion solamente asintió con la cabeza como respuesta.

- No sabría decirte por qué. Pero lo es – añadió en voz baja.

- He descubierto cosas de él que… - empezó Airen.

- No hagas eso – le interrumpió Shion -. No hay peor cosa que intentar convencerte a ti mismo a través de palabras vacías de que no sientes nada por esa persona.

- ¿Quieres decir que tengo que ignorar su trabajo de mediador de los bajos fondos del Oeste? – le preguntó el comandante.

- No. Quiere decir que eso importa una mierda – respondió Ryu, seguido de un asentimiento de cabeza del moreno -. Que mientras sientas algo, sea lo que sea, no puedes relegar eso y poner por delante algo que, tal vez, en lugar de separaros, podría uniros más.

- ¿A qué te refieres?

- Bueno, tú salvas vidas. Y él ha salvado la mía. –Se encogió de hombros -. No sois tan diferentes, por más vueltas que tú quieras darle para ponerle un sentido lógico y razonable.

- No sé si eres consciente de esto, pero usar la lógica y la razón es lo último que tienes que hacer cuando de verdad sientes algo fuerte por otra persona – añadió Shion.  

- No me vas a decir que tú no las utilizaste. Eres el más lógico y razonable de todos – apuntó Airen.

- Precisamente por eso te lo digo. Porque yo supe deshacerme de esas cosas cuando me di cuenta de que estaba enamorado de este imbécil – confesó el moreno.

Ryu ladeó la cabeza y le regaló una mirada profunda y una sonrisa encantadora a Shion, que solamente le miró de reojo, como si le diera vergüenza mirarle después de haber dicho aquellas cosas sobre el peliplata.

- ¿Y no te arrepientes? – preguntó Airen, después de captar aquel gesto que se le antojó adorable por parte de Ryu -. De que el amor por Ryu te hiciera cambiar.

- No. –El guardia ni siquiera tuvo que pensarlo -. Porque nunca he considerado que me cambiase. Ryu me enseñó a querer, Airen. Es completamente diferente.

- ¿Por eso le elegiste a él? – quiso saber. Tenía la sensación de que, tal vez, si conocía mejor los sentimientos de ellos dos pudiera llegar a entenderse a sí mismo.

- Sí. No puedo describirte exactamente lo que es, la sensación que se tiene. Pero lo que sí te digo es que no tienes que pensarlo. Es cuestión de sentir.

- Sabes que eso no se me da bien – masculló el comandante.

- Es verdad – intervino Ryu -. Mira cómo acabó con cada una de esas zorras con las que ha estado.

- Oye – le reprendió el pelinegro –. No digas eso.

- Negar la evidencia es de novatos, comandante – sonrió el peliplata -. Ni ellas te querían a ti más que por interés, ni tampoco te enamoraste de verdad y lo sabes. Porque ninguna te dejó nunca en un estado de duda existencial y sentimental semejante como ha hecho el pequeño librero – hizo notar Ryu.  

- ¿Por qué le besaste? – preguntó entonces Shion.

- Por impulso – respondió automáticamente -. Fue como una necesidad. Como si me controlase la idea de tenerlo para mí.

Airen se dio cuenta de que había respondido sin pensarlo cuando ya lo había puesto en palabras. Unas palabras, por otro lado, que resultaban correctas y acertadas con lo que había experimentado en el momento de besar a Rain.

- ¿Y qué provocó ese beso en ti, Airen?

El comandante tuvo que detenerse un momento a pensar. Era malo para expresar aquel tipo de cosas. Como si al decirlas en voz alta él mismo tomase conciencia de que hablaba de algo profundo y a lo que le daba mucha importancia.

- Era como si no existiera nada más – susurró el pelinegro -. Suave. Dulce. Su cuerpo parecía pequeño y despedía un calor que me abrasó por dentro. Todo mi ser se nubló. La sensación era como si pudiera echar a volar en cualquier momento.

Shion sonrió a medias al escucharle y Ryu soltó una carcajada divertida.

- ¿Qué? – gruñó Airen.

- Te ha encantado ese beso – hizo notar el moreno.

- Nunca dije que hubiera sido desagradable – apuntó el comandante, notando cierto rubor apoderarse de sus mejillas -. Pero a pesar de ello, salí corriendo como si estuviera asustado – resopló -. Estoy más perdido de lo que pensaba. –Les miró a los dos con cara de circunstancia -. ¿Qué puedo hacer?

- Lo que te pida el corazón – respondió Shion -. No hay otra respuesta a eso, Airen.

- Al menos, no una lógica y razonable de la que luego no te vayas a arrepentir – añadió Ryu.

- ¿Tengo que dejarme llevar? –Por un momento, eso le pareció extremadamente difícil.

- Poco a poco – dijo el moreno -. Así irás perdiendo el miedo que tienes a sentir. Te abrirás a él. Ante él.

Por un momento, Airen pensó que ya se había abierto ante Rain sin darse siquiera cuenta. Porque delante de ese hombre, el comandante se mostraba tal y como era con una naturalidad abrumadora.

- Y cuando sientas del todo, descubrirás un mundo de sensaciones y placeres que no te imaginas – sonrió de forma pícara Ryu.

Airen se recostó en la silla y suspiró. Desde luego, esos dos sabían de sentimientos mucho más de lo que se había imaginado. Sus palabras se le habían quedado grabadas. Porque sabía que tenían mucha razón. Pero nunca se le había dado bien demostrar sus sentimientos. Sin embargo, tal vez le resultara más sencillo esta vez dejarse llevar por la persona que le había puesto el corazón patas arriba sólo con existir. Ya solamente planteárselo le hizo ser consciente de que estaba más que dispuesto a dar un paso hacia adelante. Un paso tal vez demasiado grande por el momento. Pero tenía la intención de pisar fuerte para no arrepentirse jamás. 

Notas finales:

Probablemente much@s estéis a favor del "ojo por ojo" y otr@s tengáis la fe puesta en las leyes que ordenan la sociedad. Sé que esta moral se puede trasladar del fic a la realidad, pero bueno, espero que si gustais de dejarme un comentario, me contéis lo que os parece, vuestras impresiones o inclinaciones en este tema si os apetece, y así poder leeros, cosa que me encanta :)

Nos vemos pronto, hasta el próximo. Un beso fuerte a tod@s.

(Y esta escritora se va ahora mismo a dormir que son las 4:15 a.m. hora española y se me caen los ojillos del sueño ya xD)

Erza.


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