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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Bueno, el capítulo de hoy llega con retraso, lo sé, pero es que tenía que describir tantas emociones juntas que me ha costado un poco más de lo normal. Eso y que el trabajo no me ha dejado respirar. Una mezcla un poco fea, vamos. Pero ya estoy aquí y con un capítulo un poquito más largo como compensación. Van a pasar unas cuantas cosas que espero que os gusten, ya me contaréis. 

Os dejo leer, ¡gracias y todo vuestro!

Airen siguió trabajando el resto del día como si no hubiera pasado nada aunque en su cabeza le daba vueltas una y otra vez a lo que había sucedido, con lo cual su concentración brillaba por su ausencia. Mientras tanto, el comandante ordenó a Shion no apartarse de Ryu. Esos dos necesitaban un poco de calma después del secuestro exprés del peliplata, que les habían mantenido en un horroroso vilo durante toda la mañana. Al acabar el interminable día, Airen no veía la hora de caer en la cama. Vivía no muy lejos del cuartel, en una casa pequeña y acogedora. Nada más llegar, se desvistió y entró en la ducha. Con el pelo mojado y el pantalón de dormir puesto, se dejó caer en la cama, bastante más cansado de lo que recordaba haber estado hacía tiempo. Sin embargo, no le resultó tan sencillo dormirse. Porque al cerrar los ojos, sólo podía ver la mirada azul cristalino de Rain. El olor del champú de su pelo todavía le cosquilleaba en la nariz. El calor de su cuerpo que traspasaba la tela sobre la que le había sujetado contra su pecho aún le quemaba. El corazón le brincaba en el pecho sólo con recordarlo. Aunque un recuerdo no hacía justicia a lo que había provocado aquel beso, sí podía arrancarle una sonrisa que le hacía sentirse estúpido pero bien a la vez.

El comandante llegó al cuartel al día siguiente a las diez de la mañana. Había dormido entre poco y muy poco, pero por alguna razón se sentía lleno de energía. Nada más cruzar las puertas del cuartel, Biel le asaltó repentinamente.

- Comandante, buenos días.

- ¿Te importaría dejarme llegar a mi escritorio? – le espetó con voz neutra.

Airen le dirigió una mirada más bien fría antes de pasar a su lado.

- Es que hay un problema grave que requiere de tu atención inmediata, Airen – insistió Biel, siguiéndole.

El comandante cogió aire con fuerza y se detuvo para enfrentar al teniente.

- ¿Qué pasa? – preguntó escuetamente.

- El librero. Ese bastardo se ha escapado esta noche – gruñó Biel, con una frustración que no pudo ocultar.

El pelinegro tuvo que disimular como pudo. Mierda. Lo había olvidado. El día antes nadie se había dado cuenta de la desaparición de Rain porque todos los guardias estaban de prácticas fuera del cuartel. Amparándose en eso, Airen se justificó a sí mismo por no haber tenido el valor suficiente para ir a buscar al peliazul después de besarle.

- He empezado a preparar un dispositivo de búsqueda y captura para encontrarle - añadió el teniente.

- No lo hagas – le cortó Airen con fiereza -. Desmonta lo que hayas preparado.

- ¿No vamos a mover un dedo para encontrar a ese fugitivo? – le preguntó con incredulidad.

- Nadie te ha dado la orden de hacerlo, ¿no? Entonces no hagas lo que te venga en gana – gruñó Airen.  

El gesto de sorpresa de Biel no les pasó desapercibido.

- Creí que tenía suficiente autoridad como para organizar una búsqueda por mi cuenta, comandante – siseó el teniente.

- Pues ya no la tienes, Biel – respondió el pelinegro -. Ahora, yo me ocuparé de esto.

- ¿Tampoco tengo permiso para investigar cómo huyó el preso? – le preguntó de pronto.

- Es innecesario – respondió de repente la voz de Shion, haciendo que ambos se girasen hacia él -. Todo esto es innecesario.  

- ¿Cómo dices? Tú sí que no tienes ninguna autoridad para decirme a mí qué es lo que puedo o no puedo hacer – le espetó el teniente al moreno.

- Sólo digo que no hace falta buscar a Rain. No ha escapado – insistió Shion.

- ¿Entonces dónde demonios está, eh? – exclamó Biel -. ¿O acaso soy tan estúpido como para no ver la celda vacía?

- Está bajo vigilancia – contestó el moreno, con un gesto tranquilo en la cara -. Con Ryu – añadió.

- ¿Vigilancia? – susurró el teniente.

- Sí. Una orden expresa de nuestro comandante. –Le señaló educadamente con la mano.

- Exijo saber por qué se ha hecho algo así – dijo Biel, empezando a mosquearse.

- Ayer nos llegó una información sobre cierto sector de los ciudadanos que pretendían presentarse aquí para montar una escena por el librero. Así que decidimos ponerle bajo custodia para evitar ningún tipo de reyerta desafortunada.

Airen esbozó una sonrisa suave. Definitivamente, Shion tenía la frialdad y la imaginación suficiente para ser un mentiroso compulsivo. Por suerte, al sargento no había cosa que más le desagradase que las mentiras, si no tenían un fin como aquella que acababa de contar.

- Comandante, yo debería haber estado informado de eso – le espetó el teniente al pelinegro.

Le había molestado de sobremanera que Shion conociera los planes de Airen y participase en ellos antes que él.

- Después de cómo le trataste el día del incendio, yo creo que no era necesario – le cortó Airen -. Ryu no tuvo ningún problema, se hizo cargo a la perfección.

Los dos cruzaron miradas encendidas. Biel no podía creer que todavía persistiera aquel comportamiento en Airen. No era lógico. No tenía sentido cerrarse de aquella manera por un preso. Y menos por el librero promiscuo y endemoniado. Pero tenía intención de descubrir si ese peliazul se había hecho con el control de su preciado Airen. No permitiría que ese bastardo cumpliese sus peores miedos y le arrebatara al comandante Hawk.

El sargento moreno intervino entonces, pasando entre ellos dos, lo cual obligó a que dejaran de mirarse tan intensamente.

- Comandante, esto es para ti. –Le tendió unas cuantas hojas que Airen cogió con interés.

- ¿Qué es? – preguntó, mientras empezaba a leer.

Shion sonrió y se inclinó hacia el comandante. Biel no pudo evitar pensar que aquello no era profesional. Ni comprendió por qué Airen permitía que un subordinado entrase de aquella manera en su espacio vital. Pero el pelinegro no pareció molestarse en absoluto.

- Creo que te va a gustar – le susurró al oído.  

Airen se apresuró a leerlo. Con cada palabra que sus ojos leían y su mente procesaba, el gesto del comandante pasó de molesto a muy sorprendido y después, la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa agradecida.

- ¿A qué viene esto? – le preguntó a Shion cuando acabó de leer los papeles.

- Le debemos la vida, Airen. No sólo la de Ryu – susurró el moreno -. Es lo menos que podemos hacer por él.

- Iré a decírselo – se apresuró el comandante.

- ¿Sabes dónde está?

- Sí, creo que sí. Y por cierto, hazlo como mejor consideres, pero quiero que a todo el mundo en este cuartel le quede muy claro lo que supone este documento.

- Sí, comandante – sonrió Shion.

El sargento se quedó mirándole hasta que salió del cuartel a toda prisa. Las calles de la ciudad se le hicieron eternas hasta que logró alcanzar la entrada del callejón que resguardaba la librería. Cogió aire con fuerza y lo recorrió con toda la firmeza que pudo. Al llegar a la puerta de la tienda, llamó con suavidad un par de veces. No hubo respuesta. El comandante cogió el picaporte de la puerta y ésta cedió. La abrió ligeramente y asomó la cabeza. La librería estaba iluminada tenuemente por la luz de la mañana que entraba por una de las ventanas laterales. Todo parecía ordenado y limpio, como siempre.

- ¿Rain? Soy yo – susurró el pelinegro -. Sé que estás aquí. 

Un instante después, la figura del librero apareció tras el mostrador de la tienda, donde se había agazapado al escuchar los toques de la puerta. Airen cruzó el umbral y entró en la librería, cerrando tras de sí.

- Has tardado más de lo que esperaba en venir a buscarme – dijo el librero -. A detenerme – se rectificó a sí mismo.

Sus miradas se cruzaron durante un instante que se hizo eterno. La forma de mirarse no había cambiado demasiado a pesar de las circunstancias, lo cual les tranquilizó bastante a los dos.

- No vengo a detenerte, pero sí a buscarte – dijo el comandante, mientras caminaba despacio hacia el escritorio.

- Bueno, no me estaba escondiendo. –Rain levantó levemente los brazos como si tratase de abarcar algo entre ellos -. A parte de este lugar, no tengo otro sitio al que ir.

- Reconozco que no me lo pusiste muy difícil cuando comprendí que en este sitio es donde te sientes a salvo – admitió Airen, acercándose cada vez más al mostrador.

- Si no has venido a detenerme, ¿qué haces aquí? – quiso saber entonces el librero.

La actitud de Rain era como la de siempre. Parecía ir con cuidado a la hora de hablar pero el tono que utilizaba y las palabras eran típicas del librero. Eso le calmó todavía más. 

- He venido a traerte esto.

Airen alcanzó el escritorio y se quedó al otro lado. Entonces le tendió una carpeta con las hojas que Shion le había dado.

- ¿Qué es? – preguntó, cogiéndolo.

- Es una declaración jurada que hemos enviado al juez. En ella se testifica que el incendio de la iglesia no fue provocado, sino accidental. Y también se alega que tú no saliste de la iglesia por tu propio pie. Que eres una víctima.

- Pero eso es mentira – atinó a decir Rain cuando reaccionó -. Fue provocado.

- Sí. E iban a acusarte a ti de ello. Esta es una forma de evitarlo, diciendo que no hubo ningún plan para el fuego sino que fue ajeno a la voluntad de nadie.

- Si haces eso, los que lo provocaron también quedarán sin castigo – hizo notar Rain -. ¿Eso te parece bien?

- La ley no es perfecta, aunque me joda reconocerlo. Quiero detener a los que intentaron matarte, pero no puedo hacer nada para encontrarles y demostrar que son culpables. No soy tan bueno, supongo.

- ¿El fin justifica los medios? Pensé que no eras de ese tipo de persona – dijo el librero.

- Las prioridades lo justifican. Y mi prioridad ahora es demostrar tu inocencia, aunque sea de esta manera.

- ¿Y el juez lo ha admitido?

- Sí. –En la mueca de Airen se adivinó una sonrisa suave.

- ¿Me liberan? – insistió Rain, poco crédulo.

- Tienes en tus manos el documento de tu puesta en libertad.

Rain abrió la carpeta y echó un vistazo rápido a los papeles que había dentro.  

- ¿Cómo lo has conseguido? – susurró.

- No he sido yo – confesó -. Ryu escribió en su informe que fue él quien te sacó de la iglesia inconsciente. Esa ha sido la clave.

- ¿Ryu?

Airen asintió.

- Ha puesto que tuvo que dejarte allí donde la gente te vio porque tenía que ayudar a sus hombres con el resto del fuego – añadió Airen.

- ¿Y cómo ha justificado que sabía que yo estaba dentro? ¿Qué pruebas va a presentar en el juicio? – quiso saber.

- ¿Eso qué más da? Ya no va a haber juicio, Rain. Al juez le dan igual los detalles.  

- Pero a la gente del pueblo no. No vais a convencerles sólo con esto – le aseguró.

- Hay algo más fuerte que la presión del pueblo para un juez, Rain. –El pelinegro mostró orgullo en su gesto -. Y esa es la palabra de un sargento de la guardia ciudadana y un informe firmado por un comandante.

- Haciendo esto estáis mintiendo ante la ley. Vais en contra de la justicia que protegéis – hizo notar Rain.

- No es justicia que te encierren de por vida por un crimen que no has cometido, Rain. Lo único que estamos intentando es hacer lo que creemos que está bien.

- Yo nunca he pedido eso.

- Si lo hubieras pedido, no lo habríamos hecho. Si tomamos esta determinación fue precisamente porque eres un hombre que está dispuesto a cargar con cualquier cosa, sea justa o injusta, mientras sea lo correcto. Eso ha impresionado mucho a Ryu y él fue quien tomó la decisión de hacerlo así después de que, además, le salvases la vida. Yo solamente le apoyé.

- ¿Y a ti no te importa? – insistió.

- Yo me he dado cuenta de que estaba ciego – suspiró -. Que proteger la ley a veces es muy diferente de hacer lo correcto. Siempre he pensado así, desde que mi madre murió asesinada – confesó en voz baja -. Pero no me acordaba. Supongo que me he permitido a mí mismo vivir en una comodidad extraña que han creado las personas que me rodean y a las que les importo. Y perdí de vista el objetivo de mi vida, el que me hizo salir adelante cuando ella se fue. 

- ¿Detener a los malos?

- Acabar con todo lo que amenace aquello que tengo que proteger. Pase lo que pase. Sea como sea.

La determinación de Airen era más fuerte que de costumbre, lo que hizo a Rain sentirse ligeramente sobreprotegido durante un momento.

- Gracias – susurró, levantando levemente los papeles.

- No hace falta que pases por el cuartel, puedes quedarte aquí ya. Estás en casa. Eres libre.

Rain tragó saliva. No había pensado que las cosas llegarían a ser tan sencillas. Pero, aunque el papel le hacía libre, la realidad seguía siendo la misma. Dejó los papeles sobre la mesa con un gesto ligero, sin demasiada preocupación. Como si quisiera decir que no era su libertad o el juicio por el incendio lo que le tenía en vilo en aquel momento.

- Airen, necesito hablar contigo – dijo entonces el librero -. Me gustaría saber qué va a pasar. Con las organizaciones del Oeste – susurró.

El comandante cogió aire con fuerza. Allí estaba el tema más escabroso con el que había tenido que lidiar. Le había llevado horas y horas poner en orden sus pensamientos sobre el tema para poder tomar una decisión. Y desde el principio, fuera cual fuera su respuesta, no había tenido intención de evadir aquella conversación con Rain.

- No voy a intervenir. Por el momento – añadió, antes de que Rain se emocionase demasiado -. Si llega a suceder algo… - le advirtió.

- No pasará nada – atajó rápidamente el librero, conteniendo su alegría cuanto pudo -. Te lo prometo. De verdad.

- Confío en ti, Rain – insistió el comandante -. Tanto que estoy poniendo en tus manos todo lo que me importa.

- No voy a decepcionarte, Airen, te lo juro – repitió Rain, con seriedad.

Se mantuvo el instante de solemne promesa durante unos segundos. Luego, el pelinegro sonrió y le acarició de repente el pelo, hasta despeinarle.

- Vale, sé que cargas con un peso importante pero voy a empezar a ayudarte cuanto pueda con él, así que no te pongas tan serio – le dijo, con cierto tono despreocupado.

El librero esbozó también una sonrisa ante aquel roce inesperado. Estaba tan contento que no podía evitar sonreír abiertamente. Después de todo, ahora contaba con la confianza del comandante de una forma que jamás había soñado; y Airen, por su lado, había ganado un aliado extraño e inusual, pero en quien podía depositar una esperanza nueva en la justicia.

El silencio que flotaba en el aire nunca había sido tan cómodo. Se miraron mutuamente. Y los dos sintieron el cambio en el ambiente de la tienda. Se volvió más pesado, pero también más íntimo. Sabían que aún quedaba algo por hablar.

- ¿Por qué me besaste? – susurró entonces el librero.

El comandante lo pensó un instante. Era más sencillo hablar con Ryu y Shion después de todo.

- Impulso – confesó.

Rain no se inmutó ante semejante confesión. Como si ya hubiera valorado esa opción antes de preguntar. 

- Era la primera vez que besabas a un hombre, ¿verdad?

- ¿Cómo lo has sabido? – se sorprendió el pelinegro.

- No es difícil adivinarlo – respondió el librero.

- ¿Tan mal beso? – preguntó el comandante, alzando la ceja.

- No – admitió Rain, levantando la comisura del labio -. Definitivamente no.

La boca de Airen le había transportado de semejante manera fuera de aquel mundo que el librero habría jurado que flotaba. En sus besos, el comandante demostraba su pasión, su ansia, su entrega. Se notaba que, aunque hubiera sido por impulso, Airen había querido besarle. Eso no podía negárselo.

- Pero imaginé que era curiosidad lo que te había hecho besarme.

- ¿Crees que besaría a alguien por eso?

- No tienes que justificarte, no te preocupes. No eres el primero al que le pasa.

Esbozó una mueca con fingida comprensión antes de coger unos cuantos libros que tenía sobre el mostrador y dirigirse a las estanterías para colocarlos.

- ¿Me estás comparando con otros? – le preguntó, dándose la vuelta para mirarle.

- No eres comparable a nadie – sonrió Rain -. Sólo digo que no es la primera vez que alguien se siente confundido y necesita probar.

- ¿Eso significa que tú sólo te prestaste a saciar mi curiosidad? – insistió Airen, con un tono de voz bajo.

Rain le miró y ladeó la cabeza tras colocar uno de los libros en la estantería.

- Fuiste tú quien me besó. No recuerdo haber dicho que sí.

- Yo recuerdo que respondiste a mí – hizo notar el comandante.

Su boca siendo besada por los labios del hombre causante de sus más profundos deseos eróticos. ¿Cómo iba Rain a negarse a sí mismo semejante placer? Su voluntad había quedado totalmente doblegada por esos labios que le invitaban a pecar de la forma más dulce que había probado nunca.

- Bueno, que tú intentases satisfacer tu curiosidad o te dejases llevar por tus impulsos no significa que a mí no me gustase que lo hicieras – confesó el librero -. No le des más vueltas. Estoy acostumbrado a ese tipo de impulsos. Sé que no significan nada.

Airen se dio cuenta de lo que Rain intentaba hacer. Contuvo un suspiro y una sonrisa.

- De todas formas, gracias por no salir corriendo después de hacerlo. Para mí, aunque no te lo parezca, es importante seguir… hablando contigo, de esta manera – susurró -. Que nuestra relación no cambie por algo así.

El pelinegro de repente le acorraló contra la estantería, poniendo un brazo contra los libros a la altura de la cabeza del librero. Rain no reaccionó al tener a Airen tan cerca. Sentía su respiración cerca de la boca. Notaba el calor de su cuerpo a través de la ropa. Su propio calor amenazaba con subirle hasta la cara y enrojecerle las mejillas como si fuera un colegial virginal y enamorado.  

- Eres un ingenuo. Y hablas demasiado. – La mueca seria de su rostro se suavizó.

El comandante le sujetó de la nuca con la mano libre y presionó sus labios contra la boca del peliazul, que apenas pudo responder a aquel beso repentino. No podía ser solo otro impulso sin más. Tenía que haber una razón detrás de sus besos. Aunque ahora Rain no necesitaba conocerla. Le bastaba con que fuera lo suficientemente poderosa como para hacer que Airen, que jamás había besado a otro hombre, le besara a él.  Rain dejó caer los libros en el suelo para apoyar sus manos en los hombros del pelinegro y disfrutar de los insistentes labios de Airen sobre su boca. Se separaron un instante y sus respiraciones entrecortadas se mezclaron al salir de sus labios.

- Lo siento – susurró entonces el comandante -. Siento muchísimo lo que dije. He sido un gilipollas.

Rain comprendió que se refería a las acusaciones que había hecho el día anterior.

- Sé que no lo piensas. Que te enfadaste, y cuando nos cabreamos tanto tenemos tendencia a intentar herir al otro aunque no queramos hacerlo en realidad.

- No es disculpa para lo que te dije – insistió el comandante -. Lo siento. Pero al ver cómo te tocaba, no pude controlarme. No quería dejar que lo hiciera – admitió Airen, en contra de las expectativas de negación de Rain -. Y me cegó pensar que era demasiado tarde para evitarlo porque tú y él ya…

- ¿Te han dicho alguna vez que eres adorable? – preguntó entonces Rain.

El comandante se detuvo en su discurso, ligeramente impresionado.  

- No – sonrió Airen unos instantes después, con un gesto relajado en el rostro -. Nunca.

- Pues eres adorable, Airen. – Rain le devolvió la sonrisa.

El comandante agradeció el cumplido con otro beso. Era cierto que se movía por impulsos, por la tentación inexplicable que suponía Rain para él. Pero eso no era nada malo, al contrario. Había algo, una atracción hacia el peliazul contra la que ni podía luchar ni tenía intención de hacerlo. Los labios de Airen se abrieron para el librero, despacio pero sin negarse a su boca. Poco a poco, sus lenguas se enredaron, tímidas al principio. Pero luego, ambos se aceleraron. Sus cuerpos libraron la distancia que había entre ellos, buscándose el uno al otro. La espalda de Rain quedó recostada en la estantería mientras Airen le echaba la cabeza hacia atrás para seguir ahogándole en besos que eran de todo menos castos. Parecía mentira que el comandante nunca hubiera besado antes a un hombre. Por la naturalidad con que lo hacía, a Rain le costaba creerlo.

Al separarse en un instante para dejarse respirar, Rain le acarició la nuca como si intentase tranquilizarle y Airen ronroneó.

- ¿Qué va a pasar ahora? – susurró el librero.

- Ahora vas a coger tus cosas y nos vamos a entrenar – respondió el pelinegro.

Rain frunció levemente el ceño. El cambio de rumbo de aquel momento íntimo le había sorprendido. Pero también comprendió que lo mejor era no acelerarse. No con Airen todavía.

- ¿Vamos a volver a la rutina así sin más? – Casi parecía una queja.

- Eso es exactamente lo que vamos a hacer.

Airen volvió a meterle de lleno en la dulzura del momento cuando le acarició despreocupadamente la mejilla. Rain sonrió y asintió con la cabeza.

- De acuerdo. Voy a cambiarme. – Le bastaba con pasar tiempo con Airen después de todo.

- Yo tengo que ir al cuartel un momento. Luego me reuniré contigo, ¿te importa?

- No, para nada.

El comandante le regaló una sonrisa abierta y alegre antes de presionar su boca contra la del librero.

- Gracias – susurró antes de besarle otra vez -. Nos vemos ahora.

Rain vio salir de la librería al comandante antes de apoyarse en la estantería con las piernas temblando. Suspiró y cogió aire con fuerza un par de veces. Por primera vez en su vida, el corazón amenazaba con salir de su pecho en un rebote de los saltos que estaba dando. No debería estar sintiendo aquello, no sabía si tenía permitido hacerlo. Pero era demasiado tarde para evitar que sonriera cada vez que miraba a los ojos de ese halcón. 

Airen dejó las órdenes a Shion en el cuartel y terminó de firmar un par de informes que tenía sobre la mesa. Luego, salió rápidamente hacia el lugar donde Rain le esperaba. Le movía una energía propia de alguien que moría de necesidad por ver a la persona que quería. Al llegar al claro de la colina tras una carrera, el comandante se dio cuenta de que Rain estaba acompañado. O eso, o estaba hablando con el tronco del sauce que había apostado al lado del camino. Se detuvo a cierta distancia y por alguna razón, sus alarmas saltaron.

- ¡Rain!

El librero se giró hacia él al escuchar su nombre. Le dijo algo a la persona que había allí y se acercó a Airen con una sonrisa.

- ¿Qué haces? – le preguntó en cuanto le tuvo cerca.

- Me he encontrado con alguien que quiere verte.

Airen volvió a mirar hacia el sauce. La sombra de una figura apareció al lado de la proyectada por el tronco del árbol en el césped. Instantes después, su silueta quedó grabada en la retina del comandante junto a una mueca estupefacta en su cara, mientras el aire soplaba revolviéndole su inconfundible pelo rojo.

- No es posible… - atinó a susurrar.

- Buenas, halconcito – dijo el hombre.

- No es en serio – masculló Airen, suspirando con exasperación.

- Vaya, no me había dado cuenta de que ya ha pasado tanto tiempo. Estás hecho un hombre, chaval – sonrió el pelirrojo, acercándose despreocupadamente a ellos.

- ¿Qué estás haciendo tú aquí?

- He venido a verte – dijo, como si fuera obvio.

- El concepto de lo que puedes y lo que no puedes hacer no entra en tu cabeza dura, ¿verdad?

- Oh, vamos, después de tantos años ¿y es así como recibes a tu tío postizo?

- No tientes a la suerte, Akagami – le advirtió el pelinegro -. Si tenías intención de hablar conmigo, yo no tengo nada que escuchar de ti.- Se giró hacia el librero y le cogió de la muñeca -. Vámonos.

El comandante dio dos pasos firmes pero Rain no se movió. Aunque Airen le fulminó con la mirada cuando le detuvo, porque sabía cuáles eran sus intenciones, el librero no se achantó. Rain había escuchado a Mihawk hablar de ese hombre. Akagami Shanks, el pelirrojo. Uno de los cuatro emperadores del Nuevo Mundo. Un Yonkou. El poder de un pirata como ése mantenía incluso en jaque al mismísimo Gobierno, quien no tenía poder suficiente para iniciar una guerra contra él o los otros tres. Alguien como él era difícil de ver en una situación cotidiana como podía ser aquella. Y siempre, siempre buscaban algo. No se dejarían caer si no fuera por una buena razón. Rain no conocía exactamente lo que había pasado hacía años entre el Shichibukai Dracule Mihawk y el Yonkou Akagami, lo que sí sabía era que ese hombre era un pirata peligroso, que habían sido amigos y que Shanks estuvo con Mihawk el día que mataron a Sarah, su mujer, la madre de Airen.

- Creo que deberías escucharle – le dijo en voz baja.

- ¿Para qué? – El comandante amenazaba con enfadarse.

- Nunca has hablado de tu madre con tu padre, ¿no es verdad? Este hombre sabe cosas, Airen.

- No me interesa escuchar nada de boca de un pirata – siseó el pelinegro.

- Quizá escuchar lo que tenga que decirte te hace dejar de tener miedo a saber lo que pasó aquel día.

- ¿Y qué cambiará eso, eh? – se ofuscó el comandante.

- Puede cambiarlo todo, Airen – insistió Rain -. Vamos. Tampoco pierdes nada, ¿no?

No le gustaba la gente que se metía en los asuntos de los demás. Sin embargo, el hecho de que Rain estuviera interfiriendo en aquello se le antojó como un gesto de preocupación por parte del librero que no le incomodó. Además, el peliazul tenía razón, por más que le fastidiara reconocerlo. Akagami no era Mihawk. Pero sabía lo que había pasado. No quería remover aquella mierda de su pasado. Por otro lado, las lagunas de su memoria le torturaban de sobremanera y tal vez lo que el pelirrojo pudiera contarle le ayudase a cargar con ellas.

- Eres un veneno y te odio – farfulló el comandante, ante lo que Rain sonrió con suficiencia.

El pelinegro borró aquella sonrisa orgullosa con un beso repentino y duro. Rain le acarició la mejilla con suavidad.

- No pierdas los nervios – le aconsejó.

- No pidas imposibles – farfulló Airen.

El comandante soltó despacio la mano de Rain. El librero se alejó del claro tras saludar ligeramente al pelirrojo con la cabeza. El pelinegro empezó a cuestionar la decisión que acababa de tomar mientras Rain se iba. Akagami se acercó a él, quedando a escasos pasos de su lado izquierdo.

- Es una preciosidad, chaval – le dijo con toda confianza.

El pelinegro gruñó por lo bajo y se volvió hacia el pelirrojo.  

- ¿De qué quieres hablarme? – atajó Airen.

- De tu padre, ¿de qué si no? – respondió Akagami.

- ¿Vas a hablarme del asesino de mi madre? Genial – masculló el comandante.  

- Creo que te confundes, ¿no? Mihawk no mató a Sarah, Airen. La adoraba y jamás le habría hecho daño – afirmó con vehemencia.

- ¡La mataron por lo que él era! Su condición de pirata convirtió a mi madre en un blanco fácil para otros asesinos. Es suficiente para decir que él la mató – sentenció el pelinegro.

Akagami se dio cuenta en ese momento del odio tan aferrado que Airen llevaba dentro. No iba a resultar una conversación fácil y menos si él mismo no se ponía serio con el muchacho.

- No, halcón, no te equivoques. –Shanks suavizó su postura -. Comprendo que quieras culpar a alguien de lo que pasó, pero la muerte de tu madre no la provocó el hecho de que tu padre fuera un pirata.

- ¿Entonces por qué? – siseó -. ¿¡Por qué tuvo que morir cuando tenía toda la vida por delante!?

- Murió por proteger lo que más le importaba, Airen – respondió Akagami con un tono solemne.

- ¡No hagas que me sienta más culpable todavía de eso! – le espetó.

- No es culpa tuya, y tampoco lo es de tu padre – insistió Shanks -. ¿Nunca has pensado por qué ella no le abandonó? – le preguntó entonces -. Era una mujer inteligente, lo sé. Si hubiera pensado, por un segundo, que estar con Mihawk era peligroso para ti, ¿crees que se habría quedado con él?

Aquella pregunta le golpeó en el estómago con dureza.

- Estaba enamorada. Eso la convertía en una estúpida, tal vez, pero no por eso debía morir – soltó el pelinegro.

- Tu madre no se alejó de Mihawk porque sabía que el lugar más seguro era a su lado.

No debería haberse prestado a escuchar aquello. Airen notaba como cada fibra de su ser temblaba y se estremecía con cada palabra del pelirrojo. Porque además sabía, sólo con mirarle, que Shanks no iba a mentirle.

- Me importa una mierda todo eso, Akagami. – Airen intentaba construir un muro a su alrededor que evitase que saliera más herido de lo que ya había estado -. La realidad es que yo no podía proteger a mi madre, pero él sí. Era su responsabilidad hasta que yo creciera. Y no lo hizo.

- No porque no quisiera hacerlo, que parece ser esa la razón por la que tú le culpas – hizo notar Shanks.

- ¿Pero tú qué te crees que sabes, eh? – le espetó entonces el comandante, nervioso -. No tienes ningún derecho a presentarte aquí a defender a ese pirata delante de mí.

Se le iba de las manos. Se descontrolaba. Y no quería mostrarle ese lado desesperado a Akagami. Hacía mucho que había pensado que no tendría que volver a recordar.

- Tengo el derecho que me dio tu madre antes de morir, Airen – confesó de pronto el pelirrojo.

El comandante contuvo el aliento. Pero tras un instante de duda, frunció el ceño, muy enfadado. Su madre nunca conoció al pirata. De eso estaba seguro. ¿Cómo podía Akagami estar hablando de ella con semejante familiaridad?

- No utilices a mi madre para intentar que perdone a ese cabrón – le gritó -. ¡Nada justifica que vengas ahora a ponerme patas arriba la vida, Shanks!

- Simplemente es el momento, Airen, el momento de que sepas la verdad. No puedes vivir en la oscuridad toda la vida, odiando a la persona equivocada por un crimen que no cometió. Sólo quiero que no te arrepientas después de haber culpado a Mihawk, cuando su único pecado ha sido quereros a tu madre y a ti.  

La seriedad con la que Akagami trataba aquel tema era demasiado convincente. El comandante respiró hondo disimuladamente. El aire que soplaba con suavidad entre los árboles le ayudó a despejarse un poco. Tenía que calmarse. Él tampoco quería vivir ajeno a su pasado, después de todo los recuerdos no desaparecerían por mucho que los evitase. Y la verdad detrás de la muerte de su madre tampoco. Tal vez conocerla no le haría dormir mejor por las noches. Pero sí podía provocar cambios en un futuro no muy lejano en los que prefería no pensar. Airen guardó un silencio largo que Shanks aprovechó para seguir hablando, como si el pelinegro hubiera aceptado escuchar lo que tenía que decir.

- Airen, aquel día, yo estuve con tu madre – le confesó en voz baja -. Te secuestraron después de hacerle daño. No sé si recuerdas lo que pasó.

Después de apuñalar a su madre y dejarla moribunda desangrándose en el suelo del salón sobre la alfombra color beige, su asesino le había secuestrado y se lo había llevado hasta su barco. Recordaba la celda fría y húmeda. A veces tenía pesadillas como si estuviera dentro de ella otra vez.

- Tengo lagunas – respondió el comandante -. Pero sé que tú me sacaste del lugar donde me tenían secuestrado.

- ¿Y sabes por qué lo hice? Porque tu padre me pidió ayuda. Él no podía encargarse de los asesinos de tu madre y rescatarte a la vez así que nos dividimos el trabajo. Mihawk vengó a Sarah. La vengó durante una semana, Airen – susurró -. No voy a contarte lo que hizo porque es despiadado y cruel incluso para un pirata como yo.

Airen desconocía que su madre había sido vengada. Saberlo le hizo sentir que todo lo que había pasado se revolvía en su interior. Que esa gente ya no caminase entre los vivos gracias a Mihawk apaciguó de una forma aterradoramente cálida los instintos de odio hacia el Shichibukai.

- Pero antes de eso… cuando llegamos a vuestra casa después de que te secuestraran y encontramos a tu madre… ella aún vivía.

El nudo en el estómago del comandante se apretó con más fuerza todavía.

- Mihawk quiso quedarse con ella, ir a buscar ayuda. Pero Sarah le obligó a pensar en lo que era importante. Le suplicó que te salvara. Que no dejase que te pasara nada. A ti, su niño. –La sonrisa cálida de Akagami le hizo sentir un par de palpitaciones en el pecho.

- ¿Por qué no la salvó a ella? – musitó el pelinegro -. Yo podría haber aguantado, a mí no iban a hacerme nada…

- No fue decisión de Mihawk. Ella y yo sabíamos que era inútil cualquier intento por salvar su vida, Airen. –En la voz del pelirrojo había tanto cuidado, respeto y dulzura que el comandante no pudo dudar que el pirata hablaba con el corazón abierto -. Yo me quedé con ella y tu padre se fue, en un intento por alcanzar a tus secuestradores.

- ¿Estabas con ella cuando…? – Tragó saliva con dificultad.

- Sí – se apresuró a decir Shanks -. Yo estuve con ella hasta el final. Te pareces a ella más de lo que piensas – añadió el pelirrojo.

- ¿Qué dijo? – quiso saber, a pesar de que sabía que tal vez eso sólo podía hacerle daño.

- Me hizo prometer algo. –Su gesto se tiñó de nostalgia -. Ella me dijo que acabaríais así, distanciados el uno del otro, porque ambos erais muy parecidos. Y que, al final, tú acabarías odiándole. Me hizo jurar que no lo permitiría, Airen. Que no dejaría que os destruyerais así. Porque vosotros sois lo único que tenéis, el uno al otro.

El pelinegro contuvo un sollozo infantil y desangelado. Esas palabras eran dignas de su madre, sin duda alguna. Sarah era muy pacifista, una mujer a la que le dolía de sobremanera ver a la gente discutir o pelearse entre sí. Y más si eran su marido y su hijo. Pensar que tal vez se estuviera revolviendo en el cielo al ver la situación entre ellos le hizo sentirse horriblemente culpable.

- Lo último que hizo fue darme ese anillo suyo que llevas puesto y pensar en ti – añadió entonces Akagami -. Con una sonrisa.

Airen se pinzó con fuerza el puente de la nariz mientras cerraba los ojos. No quería derramar más lágrimas. Pero el recuerdo de su madre sonriendo le arrancaba un pedacito de corazón al pensar que no volvería a ver esa sonrisa.

- ¿Por qué intentas que piense que no es culpa de Mihawk? – preguntó cuando pudo respirar hondo tras calmarse lo suficiente.

- Tú le culpas porque no has podido encontrar otra figura en la que descargar el odio de la muerte de tu madre. Pero créeme, no cargarías sobre él ese rencor por lo que pasó si le hubieras visto aquel día. Cuando volvió a casa después de no poder salvarte. Y Sarah ya yacía inerte en mis brazos.

Por un instante, imaginó la escena. En su mente, apareció la casa tal y como la recordaba. Pudo ver a Shanks con Sarah tumbada en su regazo, con la ropa desgarrada y teñida de escarlata. Y se vio a sí mismo de pie entrando por la puerta. Tal y como había hecho su padre.

- Jamás, nunca, nadie ha visto a ningún hombre como yo lo vi en ese momento. Tu padre estaba destrozado, Airen. Se le iba la vida por los ojos junto con unas lágrimas que no parecían tener fin. Temblaba como un niño asustado que acababa de perderlo todo. No había consuelo posible para él. Y aun hoy, creo que sigue sin haberlo. No me cabe la menor duda de que tu madre fue, es y seguirá siendo la mujer a la que más ha querido en esta mierda de mundo. Porque ella era quien se lo hacía más bonito. Quien le devolvió las ganas de vivir y por quien lo dio absolutamente todo.  

Akagami sabía la verdad. Que el Shichibukai había dejado su vida para vivir con su hermana pequeña y el bebé de ésta. Que Airen no era hijo de Mihawk, sino del pirata que había matado a Sarah para reclamarlo como suyo y arrebatárselo. Pero esa explicación no podía dársela al pelinegro. Había jurado ante Dracule no hacerlo nunca.

- ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo ahora, eh? Si te creo, si de verdad pienso que las cosas fueron así y que Mihawk no es un cabrón… ¿crees que puedo simplemente correr a su lado y decirle que le perdono? – le preguntó en voz baja.

- No estoy diciendo que lo hagas. Sólo que te plantees si de verdad quieres seguir manteniendo al hombre que más te ha protegido y te ha querido apartado de ti.

- Después de tantos años, ¿por qué has venido ahora? – quiso saber.

- Porque un amigo me ha recordado lo que es sufrir al perder a alguien a quien queremos – dijo, sin dar demasiados detalles -. He pensado que tal vez vosotros que aun tenéis tiempo podríais no sé, acercaros un poco más. Estoy seguro de que Mihawk no desea otra cosa, Airen.

- No es eso lo que demostró cuando me abandonó después de lo que sucedió con mi madre – le dijo entonces -. Acepto que la quisiera. Pero a mí no. De haber sido así, nunca me habría dejado con una familia del pueblo antes de desaparecer y convertirse en un perro del Gobierno – escupió.

Mihawk se había convertido en Shichibukai para intentar proteger la identidad de Airen. Era su única baza para ocultarle de un Gobierno culpable en parte de la muerte de Sarah. El chico era pequeño y Mihawk nunca se vio lo suficientemente capacitado como padre. Mucho menos después de tener que cargar con la culpa de que Sarah ya no estuviera con ellos. Por ello, Dracule había decidido dejar que una de las mejores familias del pueblo criase a Airen. De esa forma, estaba convencido de que el muchacho llegaría lejos. A pesar de que sus decisiones le costeasen el odio de su sobrino, Mihawk había estado dispuesto, de nuevo, a darlo todo por las personas que le importaban de verdad.

Shanks cogió aire con fuerza y suspiró. No podía contarle la verdad. Eso no le correspondía a él.

- Tuvo sus razones y son lógicas – fue todo cuanto pudo decir -. Deberías hablar con él si de verdad te importa conocerlas.

- ¡No sé si me importa, Shanks! – gritó el comandante, desbordado por las emociones -. ¡Ahora mismo no sé nada!

- Tranquilízate y piénsalo con calma – insistió Akagami -. Yo sólo te digo que tu padre te quiere. Y que gracias a lo que hizo, hoy eres quien eres – sonrió ampliamente – comandante.

- Tal vez sólo necesitaba un padre – insistió Airen.

- Nunca estuviste mal cuidado, ¿no es cierto? Él sabía en quién podía confiar para dejarte en sus manos.

- Sí, pero eso no justifica lo que hizo, maldita sea, era su deber estar a mi lado – gruñó el pelinegro, realmente afectado por aquello.

No era que la ausencia de Mihawk hubiera marcado su infancia como un pozo de desesperación y oscuridad. Pero nunca había pensado en considerar que Mihawk fuera una persona capaz de querer después de la culpa que cargaba sobre él. Y ahora Akagami había conseguido hacer temblar los pilares de un odio que le habían mantenido alejado de un pasado doloroso que no quería recordar.

- Él nunca dejará de estar a tu lado, Airen. Siempre que le necesites, estará ahí. Compruébalo cuando quieras. Confía en él.

- Os encanta pedirme imposibles – suspiró el pelinegro.

Fijó la mirada más allá del valle. En su ciudad. Dnde estaba la gente que le importaba. Y a la que protegía. ¿Qué sería capaz de hacer por ellos? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar? No había comprendido lo que suponía tomar decisiones cuando se cargaba sobre los hombros con una responsabilidad como la vida de quienes significaban algo para él. Mihawk debía haber sentido algo parecido para tomar las decisiones que tomó en su momento. ¿Eso le justificaba? No lo sabía. Pero él mismo tenía que replantearse lo que quería hacer con sus sentimientos hacia Dracule Mihawk. Como si no tuviera suficiente con explorar y explotar sus nuevos y reconfortantes sentimientos recién descubiertos por Rain. El hombre que le había hecho perder el miedo a recordar y volver a sentir.

Notas finales:

¿Qué tal el capítulo? ¿Interesante? He abordado temas que ya se vieron con más exactitud en el otro fic, lo sé, y por eso he intentado ser todo lo clara que he podido por si no llegasteis a leer la otra historia (ésto es más difícil de lo que parece, porque no quería ser repetitiva tampoco pero si no explico ciertas cosas, quien lo lea de primeras no se entera xD). 

Espero que lo hayáis disfrutado y nos vemos en el siguiente.

Erza.


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