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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Un capítulo menos para el final (y para el principio del fic que sé que estáis esperando X3). Como ya os comentaba en vuestros reviews, no quiero que el fic se haga excesivamente largo así que no le quedan muchos capítulos para el final. Espero sinceramente que os esté gustando y siento la espera pero no quiero ponerme al frente de dos fics porque al final acabaría descuidándolos y no quiero que me pase eso. 

Como veréis, este capítulo es el nexo de unión con el fic anterior. Digamos que parte de lo que está escrito ya lo habéis leido en Desnudo ante los ojos del Halcón (cuidado que hay cosas que cambian). 

Sin más preámbulos, ¡todo vuestro!

Airen deambulaba por la ciudad. No tenía un rumbo fijo. Tenía la mente colapsada por la conversación con Akagami. Los recuerdos más dolorosos de momentos felices que había vivido en su infancia con Dracule Mihawk empezaban a provocarle un bucle de sentimientos en el estómago contra el que no podía luchar. Mihawk nunca fue un mal padre. No al menos hasta que le había abandonado tras la muerte de su madre. Esa verdad era tan sencilla como que el sol sale cada día y se pone en cada atardecer. Tan real como que no hay noche a la que no siga un amanecer. Y sin embargo, Akagami había conseguido hacer que sus días se volvieran noches, que el sol girase hacia el lado contrario del que lo hacía. Que su odio empezase a pesar menos que su cariño hacia Mihawk en la balanza de sus principios y su moral.

Confuso y demasiado serio se lo encontró Ryu cuando se cruzó con él repentinamente en medio de la calle principal. El sargento se detuvo pero cuando Airen le alcanzó, simplemente pasó de largo.

- ¿Airen? – El pelinegro siguió andando -. ¡Comandante!

El halcón se paró. Se giró hacia el sargento, que le miraba con el ceño fruncido.

- ¿Eh? Ryu – susurró, distraídamente -. ¿Qué pasa?

- ¿Qué te pasa a ti? Vas como un fantasma por ahí.

- Nada, no es nada – suspiró, sacudiendo ligeramente la cabeza -. ¿Ha pasado algo?

- No. ¿Estás bien, Airen? – insistió el peliplata.

- Sí, sí, no es nada – repitió el comandante.

Pasaba algo, claro que pasaba. Pero en ese momento sólo existía una persona con la que quería hablar de ello.

- ¿Has visto a Rain por la ciudad? – le preguntó entonces el pelinegro.

- Pues sí – respondió Ryu -. Me he cruzado con él cuando salí del muelle tras repasar las cargas que han llegado esta mañana.

- ¿Está en los muelles? – frunció el ceño.

- Más bien en la playa, diría yo – apuntó el peliplata.

- Gracias.

Salió corriendo sin darle tiempo a decir nada más. Ryu solamente esbozó una sonrisa comprensiva. Airen tenía por fin alguien a quien acudir cuando necesitaba hablar. Rain había conseguido hacerse ese sitio tan importante en la vida del comandante cuando ningún compañero o mujer que había pasado por su vida lo había logrado.

El comandante encontró al librero sentado en uno de los escalones que separaban el empedrado del puerto de la playa de arena blanca. Rain parecía estar simplemente observando cómo, un poco más allá, Sho jugaba en la arena con sus dos hijas. Shia, la mayor, de siete años, y Saori, de sólo tres, eran la viva imagen de la felicidad en aquel momento. El aire salado del mar revolvía el pelo del librero, un detalle a Airen se le antojó hermoso. Caminó hasta alcanzarle y se sentó a su lado. Rain le miró con una sonrisa radiante en la cara.

- ¿Qué haces aquí?

- Esperarte – respondió el librero.

Tanta sinceridad a veces abrumaba a Airen.

- ¿Qué tal te ha ido? – preguntó el peliazul en un susurro.

El comandante cogió aire con fuerza. Rain entonces le tendió la mano bocarriba, como el pelinegro había hecho en una ocasión cuando estaba encarcelado. Airen sonrió a medias y entrelazó los dedos con los del librero.

- No ha sido fácil escuchar todo lo que estaba diciéndome Akagami – confesó -. Me ha puesto patas arriba, ¿sabes? Se me ha tambaleado todo en un momento y ahora no sé… qué debo hacer.

- ¿Te ha hecho sentir culpable?

Nadie leía en su corazón como Rain. Esa conclusión era lo único en ese momento que tenía realmente claro.

- Completamente – asintió el comandante -. Es como que he desperdiciado parte de mi vida, como que…

- ¡Comandante!

La voz de Sho les sacó de la conversación. El médico señaló hacia el mar. Los dos se pusieron de pie al ver una barca acercándose a la orilla de la playa. Era muy extraño que una embarcación llegase a la playa y no al puerto, que estaba apenas un par de kilómetros más a la izquierda. Airen se acercó despacio a la orilla, seguido de Rain. Sho apartó a las niñas y a su mujer y se quedó donde estaba, por si acaso aquella barca o quien iba en ella suponía un peligro inminente. Airen se aferró a la empuñadura de la espada, preparado. En cuanto la barca arribó, una especie de espectro bajó delante del cuerpo de una mujer con el pelo rosa. El comandante se quedó mirándola con el ceño fruncido. No esperaba ver a una mujer en la barca y menos a una tan pequeña como para manejar aquella embarcación. Ella por su parte contuvo el aliento y soltó una exclamación al ver al pelinegro.

- ¿Quién eres? – le preguntó Airen.

- ¿Y tú? –La voz de la chica era apenas un susurro -. Eres igualito que Mihawk, ¿¡eres Mihawk y yo estoy delirando!? – soltó ella.

- ¿Conoces a Mihawk? – intervino entonces Rain.

- Vivo con él – respondió la chica.

No le costó demasiado comprender que esa mujer era la princesa que el Shichibukai tenía en su castillo junto al cazador de piratas Roronoa Zoro. Eso le hizo empezar a sentir un desazón horrible en el pecho. ¿Por qué estaba allí esa mujer?

- ¿Le ha sucedido algo? – añadió el peliazul con nerviosismo.

- Sí, ha sucedido algo y necesito un médico – atajó -. Urgentemente.

Airen y Rain se miraron, el comandante con gesto confuso y desconcertado y el librero con una preocupación latente en su mirada.

- He venido porque Mihawk me lo pidió – insistió Perona, nombrando de nuevo al pirata ya que el peliazul parecía conocerle -. Necesita ayuda.

- ¿Él necesita ayuda? – cuestionó el comandante, todavía ligeramente sorprendido por todo aquello.

- ¡Sí, maldita sea! – gritó ella -. La situación es extrema, en este momento los dos se están muriendo ¡y no puedo perder el tiempo!

La mujer parecía nerviosa. Ella sabía cuál era la situación en el castillo de Mihawk. Y si se mostraba tan exaltada era porque había visto algo realmente malo. Rain se giró en redondo hacia el pelinegro, que parecía haberse quedado clavado en la arena.

- ¿Airen? ¿Qué vas a hacer? – le preguntó directamente.

Airen negó suavemente con la cabeza. No lo sabía. No sabía qué tenía que hacer. Todo aquello justo después de que Akagami le confesara la verdad sobre el día que murió su madre le estaba saturando de tal manera que no era capaz de tomar una decisión coherente. Ante la indecisión palpable del comandante, Sho apareció de pronto al lado de Airen, mirando fijamente a la chica.

- Dame cinco minutos. Te acompañaré – le dijo a Perona.

- ¿Sho?

- Soy médico y eso es lo que ella necesita. No hay más que hablar – le cortó con urgencia.

El doctor salió corriendo en dirección a la consulta médica. Airen empezó a dar vueltas, con las botas hundiéndose en la arena de la playa. Se sentía completamente enjaulado.

- ¿Cómo es posible? – murmuraba.

No le entraba en la cabeza la idea de que Mihawk pudiera estar en peligro. Él era el gran pirata, el Shichibukai de los Ojos de Halcón. No era posible que estuviera muriéndose así sin más. Sintió cierta desesperación apoderarse de él ante su propia indecisión.    

- Yo voy a ir con Sho – le dijo entonces Rain, acercándose a él y poniéndole la mano con suavidad en el brazo -. Quiero ayudar a Mihawk en todo lo que pueda. ¿Qué vas a hacer tú, Airen?

El comandante se detuvo un momento. ¿Qué iba a hacer? El corazón le latía tan deprisa que se le podría salir del pecho. Un extraño sentimiento le atenazaba el estómago con fuerza. ¿Cómo podría quedarse allí sabiendo que, en aquella isla cercana, Mihawk estaba muriendo? Cinco eternos y justos minutos después, Sho apareció con una bolsa de cuero donde llevaba el material médico que había considerado necesario coger. Perona fue la primera en subir a la barca seguida de Sho. Rain subió a continuación y entonces, con un ágil salto, Airen también abordó la embarcación. Los cuatro pusieron rumbo a la isla Kuraigana. 

El silencio reinó durante todo el viaje. Sin embargo para Rain no pasó desapercibida la inestabilidad sentimental de Airen. ¿Qué le habría dicho el pelirrojo sobre su padre? ¿Qué estaría pensando Airen en aquel momento? Podía ver una agobiante preocupación en sus ojos y en la forma que tenía de apretar sus manos una contra otra. El librero sólo rezó para que el comandante pudiera ver a su padre con vida, una vez más.

Nada más atracar en el embarcadero de la isla Kuraigana, Perona les acompañó a través del bosque hasta el castillo. Airen entró en la enorme fortaleza y no pudo evitar una exclamación de asombro. No tenía ni idea de que su padre vivía en un lugar como aquel. La mujer del pelo rosa les guió por la escalinata hasta el pasillo en cuyo suelo empedrado descansaban los cuerpos inertes de Dracule Mihawk y el cazador de piratas Roronoa Zoro.

Airen sintió nauseas al ver a Mihawk allí tendido. Sin moverse. Casi sin respiración. Con la piedra del suelo bajo su cuerpo manchada de sangre. Por un instante, se quedó sin aliento. Ya había visto aquella escena antes.

Mamá.

El pánico le atenazó y le inmovilizó. Iba a perderlo todo otra vez. Entonces, sintió un leve movimiento por parte del pelinegro. Y se dio cuenta de que ahora era diferente. Era su padre el que estaba allí. Y a él sí podía ayudarle a vivir. Cuando consiguió vencer la parálisis del miedo, Airen corrió hacia él movido por la desesperación que le poseyó. Levantó a Mihawk entre sus brazos, apartándole el pelo de la cara cuando apoyó su cabeza contra su pecho.

- Mihawk… ¡Mihawk, maldita sea, despierta! – gritó.

- No te oye – le interrumpió Sho, que acababa de agacharse al lado de Zoro.

El médico le dio la vuelta al peliverde. Al ver la herida que atravesaba el ojo izquierdo del espadachín, Sho cogió aire con fuerza. Nunca había visto semejante corte en una zona como aquella.

- Éste está más grave – le dijo a Airen -. ¿Ves alguna herida en Mihawk?

Airen examinó todo lo rápido con que pudo con la mirada a su padre. Reparó entonces en la mancha de sangre de la camisa y la levantó.

- Tiene una herida en el costado, pero está cerrada – le informó.

Sho movió la cabeza lo suficiente para ver la herida.

- Joder – masculló -. Está envenenada – le dijo entre dientes -. Ese color tan horroroso es por el veneno, maldita sea. 

- ¿Y qué podemos hacer? – exclamó Airen, con nerviosismo.

- Tengo que tratar esta herida primero – le dijo, señalando a Zoro -. Lleva a Mihawk hasta una cama y tienes que hacerme un favor.

- No, Sho, por favor – le rogó el comandante -. No me hagas ayudarte con esto, no puedo.

- Pero yo sí – le cortó Rain, caminando hacia ellos -. ¿Qué hay que hacer con Mihawk, Sho?

- Tienes que coger una daga o un cuchillo, limpiarlo bien con una botella que encuentres por ahí de alcohol y abrirle de nuevo la herida.

- ¿¡Qué!? – bramó Airen -. ¡Se va a desangrar!

- Toda la sangre envenenada tiene que salir, Airen, o acabará por matarle – le espetó Sho. Odiaba que le cuestionaran mientras hacia su trabajo -. ¿Podrás hacerlo? – le preguntó a Rain.

El librero solamente asintió con seriedad.

- De acuerdo. Luego tienes que presionar bien la herida para contener la hemorragia hasta que yo llegue, ¿entendido?

- Sí – volvió a asentir el peliazul.

- Vale, tú. –Señaló a Perona mientras se echaba el brazo de Zoro sobre los hombros y se ponía en pie cargando con el cuerpo inerte del espadachín -. Te vienes conmigo. Necesitaré toda la ayuda posible.

La princesa no se opuso y acompañó al doctor hasta la habitación de Zoro, no sin antes indicarles a Airen y Rain dónde estaba la habitación de Mihawk. El comandante levantó el cuerpo de su padre de la misma forma que Sho cargaba con el del cazador. Rain se adelantó para abrirle la puerta. Mientras el comandante acomodaba el cuerpo del Shichibukai sobre la cama, el librero fue rebuscando por toda la habitación lo que necesitaba. Toallas del baño, un balde con agua limpia, el alcohol que encontró encima de la mesilla. Por último, le quitó a Airen la daga que llevaba en la espalda.  Con decisión, descorchó la botella y empapó la hoja para limpiarla bien. Airen se apartó de la cama y miró al librero.

- ¿Tú sabes lo que estás haciendo? – le preguntó, muy serio pero a la vez nervioso.

- Sí – le aseguró Rain -. Confía en mí.

- No quiero que se muera – le dijo de repente Airen, con cierto temblor en la voz.

Rain levantó la mirada hacia él, sorprendido. Luego esbozó una sonrisa tranquilizadora.

- Vamos a sacarle de esta. Ya lo verás.

Airen sólo pudo asentir y confiar en Rain. Él no podía hacer aquello. Definitivamente, no valía para sostener la daga con la firmeza que el librero estaba demostrando. Sin apenas parpadear y sin un temblor en la mano, el peliazul apoyó el filo de la daga en la herida cerrada de Mihawk e hizo un corte horizontal sobre ella. La sangre empezó a salir despacio, con un extraño color negro. El librero soltó la daga y cogió algunas de las toallas que había dejado sobre la cama para taponar la herida. Poco a poco, la sangre empapó las toallas. Rain empezó a pensar que sería peligroso para la vida del Shichibukai si Sho no aparecía pronto.

- Maldición. Airen, necesito…

Antes de que dijera nada, el comandante apareció a su lado con más toallas.

- Esto puedo hacerlo – le dijo, mirándole a los ojos.

El librero asintió con una sonrisa y se apartó, llevándose las toallas manchadas. Airen se sentó en el lugar que había ocupado el peliazul y presionó la herida con las toallas limpias. Aún tuvieron que hacer otro cambio y Rain volvió a la posición de sujetar la compresión con toallas. Diez minutos más tarde, Sho entró por la puerta a toda velocidad. Casi la misma que tardó Airen en salir. Necesitaba respirar y alejarse de la visión de su padre tumbado en una cama medio muerto. Aun le quedaba algo de sangre desdibujada en sus manos. La sangre de Mihawk. Nunca le había afectado tanto una situación como aquella. Definitivamente, se estaba volviendo demasiado sentimental.

Un interminable rato más tarde, el doctor salió de la habitación de Dracule Mihawk con su bolsa de cuero a cuestas. El pelinegro, que esperaba junto a la puerta con un gesto de lo más preocupado en el rostro, se incorporó para mirar al médico.

- Comandante, ¿estás bien? – se adelantó  Sho a la pregunta que casi resbalaba de la boca del pelinegro.

- Sí, sí, no te preocupes por mí – se apresuró a responder -. ¿Cómo está?

- De momento, está inconsciente. No sé cuándo despertará.

Airen se cruzó los brazos frente al pecho, de forma intranquila.

- El veneno que tenía la herida del costado no le afectó a órganos vitales y el sangrado está controlado así que yo me atrevería a asegurar que su vida ya no corre peligro. Sólo tiene que descansar. Y seguir las indicaciones con la medicación y las curas. Su condición es estable.

La tensión del rostro del pelinegro pareció relajarse, aunque contuvo un suspiro de tranquilidad y mantuvo una mueca seria. 

- ¿Y el otro hombre?

No diría su nombre. Quería ocultar que conocía al pirata que su padre estaba ocultando. Si el Shichibukai le tenía allí con él y además era su protector, sin duda Roronoa Zoro significaba mucho para Mihawk.

- Voy a verle otra vez ahora – le informó el médico, cogiendo aire con fuerza -, pero está grave.

- ¿Cómo de grave? – El comandante odiaba los tecnicismos. Le gustaban las cosas claras desde el principio.

- Es posible que pierda totalmente la visión del ojo izquierdo.

El diagnóstico era peor de lo que imaginaba. Con la herida que le había visto atravesándole la cara, tenía claro que ese hombre perdería el ojo izquierdo. Pero escuchar lo obvio siempre era desesperanzador.

- Tienes que hacer todo lo que puedas por él– le pidió.

- ¿No sabemos quién es? – preguntó el doctor.

- No – mintió el comandante -. Pero no importa. Sea quien sea, es nuestra obligación no dejar que muera, ¿no?

- A sus órdenes, comandante – sonrió el hombre. Entonces señaló la puerta con la cabeza -. Ya puedes entrar. Si hay cualquier cambio o veis que algo no va bien, me avisas.

- Gracias, Sho.

El comandante todavía esperó unos instantes hasta que el médico desapareció en la esquina del pasillo. Respiró hondo, girándose hacia la puerta. Alargó la mano hacia el picaporte y sintió un ligero temblor. Se llamó estúpido a sí mismo y entró en la habitación, despacio, sin hacer ruido. Caminó con paso lento sobre el suelo de piedra, ocultando en sus movimientos sosegados el ansia que le atenazaba el pecho por ver a Mihawk y comprobar él mismo que todavía respiraba.

Al lado izquierdo de la cama se perfilaba la figura sentada del librero. Rain rozaba con los dedos la mano derecha del Shichibukai, con apenas una caricia sutil. Airen rodeó la cama por el otro lado. La mirada color miel del pelinegro se clavó en la respiración pausada de su progenitor. Estaba vivo, el muy cabrón. Tras pensar eso, sintió un ramalazo de tranquilidad como hacía tiempo que no experimentaba.

- ¿Estás bien? – preguntó Rain en voz baja.

- Sí. –Respondió en el mismo tono y suspiró imperceptiblemente.

La habitación volvió a quedar en silencio. El comandante recorrió el gesto del Shichibukai con la mirada. Recordaba cada facción de ese rostro blanquecino dormido sobre la almohada. De pequeño, su madre se levantaba temprano y él tenía por costumbre madrugar también. Airen, travieso, entraba sin hacer ruido en la habitación de sus padres. Intentaba subir a la cama, pero era demasiado alta para él. La mano grande de su padre le ayudaba a escalar el colchón. Mihawk levantaba las sábanas para que Airen se acurrucara junto a él. El pequeño pelinegro sentía el abrazo protector de su padre sobre él, dándole un calor que, a pesar de haber intentado olvidar y relegar de su memoria más emocional, no había podido hacer desaparecer.

- No es nada malo. – La voz de Rain interrumpió sus dispersos recuerdos -. No es malo estar preocupado por él.

- No debería estarlo – susurró el comandante -. No debería preocuparme por alguien como él.

- Pero lo haces. A pesar de todo, lo haces – sonrió el librero -. Y no puedes evitarlo porque en el fondo sabes que, a pesar de haberlo intentado, nunca has tenido el poder necesario para romper el lazo que te une a él.

Airen gruñó por lo bajo. Quizá pasaba demasiado tiempo con el librero. Pero empezaba a asustarle que pudiera comprenderle tan bien. El comandante echó un último vistazo a su padre, dio media vuelta y se dirigió hacia el sofá. Se dejó caer con aplomo, cerrando un momento los ojos, hasta que sintió a Rain sentándose a su lado derecho. Se formó uno de esos silencios cómodos entre ellos que tanto le gustaban a Airen. El pelinegro entonces se arrimó más sobre el sofá al peliazul. El comandante le pasó el brazo por encima de los hombros, en un intento por cubrirle la espalda. Rain contuvo el aliento un momento ante aquel gesto tan repentino como agradable. Airen parecía haberlo hecho de una forma tan natural, tan instintiva, que el peliazul no supo qué pensar. Su cuerpo actuó por sí mismo y dejó caer la cabeza contra su hombro.

- ¿Estás bien? – repitió Rain la pregunta.

- No lo sé. Mientras veníamos hacia aquí, sólo podía pensar en lo peor – confesó entonces en voz baja.

Rain levantó la mirada hacia él. Tras un breve gesto de grata sorpresa, el librero puso su mejor cara de oyente interesado. Era bastante raro que Airen compartiera sus pensamientos tan abiertamente.

- ¿Creíste que podría morir? – susurró Rain.

- ¿Tú no lo pensaste? – le devolvió el comandante la pregunta.

- No – admitió -. Solamente podía pensar “es Mihawk. Alguien como él no puede morir así.”

- Lo dices como si fuera inmortal – acuñó Airen -. Pero es humano, y si le hieren, sangra. Por mucho que él mismo se crea dios.

- Mihawk no es de los que se deja morir, Airen. No tiene ninguna intención de permitir que le maten – dijo, completamente convencido.

El comandante esbozó una sonrisa que a Rain se le antojo incluso dulce. 

- Tú puedes pensar así porque le conoces mejor que yo – masculló.

Rain le devolvió una sonrisa comprensiva.

- ¿Eso te molesta?

- Me hace pensar que tal vez no le conozco tanto como yo creía para poder juzgarle como lo hago, Rain. Y eso me lleva a zozobrar entre no querer verle la cara y no poder imaginarme lo que sería mi vida si se muriera.

- Así que estabas asustado – dijo el librero, con suavidad.

- Sí – admitió.

- ¿Por qué esta vez? – le preguntó entonces -. Seguro que Mihawk ha estado a punto de morir muchas otras veces, ¿no crees?

- Es posible. Pero nunca lo ha estado tan cerca de mí. Yo no era consciente de su estado, si vivía o moría. Quizá aprendí a fingir tan bien que no me importaba que me lo acabé creyendo.

- Pero algo ha cambiado – comentó Rain.

- Sí, algo es distinto ahora y es culpa de la maldita conversación con Akagami. Eso ha cambiado las cosas. Hace unas horas, en esa playa, cuando se presentó esa chica pidiendo ayuda… me sentí diferente respecto a él. Me mataba por dentro la incertidumbre de no saber si, cuando quisiera llegar a su lado, mi… - Airen rectificó lo que iba a decir - Mihawk sería sólo un cuerpo frío e inerte. Que ya no volvería a tener la oportunidad de hablar con él. Que no volvería a reflejar su mirada herida y orgullosa en mí.

- La mirada de un padre – se atrevió a decir Rain.

- Un padre… - susurró Airen -. Llevo tantos años intentando vivir como si no tuviera uno que… todo esto me confunde. Nunca pensé que llegaría el día en que todo el odio y el rencor que siento hacia él empezarían a perder fuerza.

- ¿Y no es eso algo bueno?

- No lo sé. Porque todo esto está dejando paso a sentimientos que no sé si quiero tener – suspiró el comandante.

- Hay sentimientos que nos hacen mejores personas, Airen. Y hay otros que no podemos evitar, pero que nos hacen felices, o fuertes.

- No todos los sentimientos son buenos, Rain. El miedo a perder a alguien es… horrible. 

- Así que es eso. Creíste que volvería a pasar lo mismo. Que se repetiría lo que pasó con ella – susurró el librero.

Rain era la única persona que Airen conocía que se atreviese a hablar del lado más oscuro y oculto de su corazón sin dudar.

- No podría soportarlo. Vivir de nuevo lo que sufrí con la pérdida de mi madre. No podría, Rain – murmuró el comandante. 

- No volverá a pasar. No con Mihawk, Airen – aseveró el librero.

- No quiero verme en la situación de tener que reaccionar ante algo semejante – aseguró el pelinegro.

- ¿Y si tuvieras que hacerlo? – quiso saber.

- ¿Crees que Mihawk y yo nos parecemos? – preguntó de repente -. Algo más allá del parecido físico – añadió.

- Sí – afirmó Rain con vehemencia.

- Puede que reaccionase de la misma forma que él cuando mataron a mi madre – dijo, con un tono serio pero, hasta cierto punto, melancólico -. Me han contado cosas sobre el día en que ella murió. De cómo Mihawk la abrazó y lloró hasta quedarse sin lágrimas.

El librero contuvo el aliento. ¿Airen iba a hablarle al fin de la muerte de su madre? Sintió de repente como que tenía una responsabilidad sobre los hombros.

- ¿Eso te lo ha dicho el pelirrojo?

- Sí – confirmó el comandante -. Me habló de mi madre, y también de mi padre – le dijo -. De su relación. De la muerte de ella.  

- ¿Y qué te contó? – Allí tenían la oportunidad de hablar que antes se había visto interrumpida.

- Me desbarató por completo los pilares de mi odio hacia Mihawk, y me puso la cabeza patas arriba – se quejó Airen -. ¿Qué necesidad tenía de hacerlo? Pero claro, es Akagami, no puede evitar meterse donde nadie le llama. 

- No conozco a Akagami pero tengo la sensación de que no quiere que odies a Mihawk durante toda tu vida.

Airen asintió, ligeramente sorprendido por aquel don de comprender a la gente que Rain tenía. La empatía que el librero desprendía era una de las cualidades que el comandante más admiraba.

- Dijo que no quería que yo me arrepintiera después.

- Es porque sabe que eres igual que él. Y probablemente ese pelirrojo es el más consciente de lo mucho que Mihawk te quiere.

- No es eso precisamente lo que ha demostrado durante todos estos años – le espetó.

- Ya lo sé, Airen, pero debes reconocer que tú tampoco se lo pusiste fácil – hizo notar Rain.

- Akagami me dijo algo parecido. Y el capullo me hizo sentirme culpable. Por cargar sobre Mihawk el odio que corresponde a quien realmente mató a mi madre.

- Necesitabas culpar a alguien y le tocó a Mihawk. A veces es a las personas que más queremos a las que más daño les hacemos.

- Nunca pensé que era injusto culpar a mi padre. Tenía razones para hacerlo, yo le veía como un héroe, Rain. Para mí, él era la clase de persona que yo quería ser. Pero entonces mataron a mi madre y descubrí que él había sido un pirata, igual que aquel que le arrebató la vida a ella. Sólo era un crío pero era muy consciente de por qué mi cariño por mi padre se convirtió en odio.

- Él hizo todo cuanto pudo para salvarte. – Rain no había hablado de aquello nunca con Mihawk, pero conocía al Shichibukai. Sabía lo mucho que le importaba su hijo y estaba convencido de por qué le defendía.

- No lo sé – susurró entonces Airen -. El único al que recuerdo es a Akagami sacándome de aquel barco. Sé que ese día presencié cómo mataban a mi madre. Sé que me secuestraron. Pero lo sé porque me lo han contado. Esos recuerdos eran demasiado dolorosos y los reprimí. Desde entonces, aunque tengo pesadillas, nunca soy capaz de recordar del todo. No veo imágenes concretas, sólo revivo las sensaciones. El frío del trastero en el que mi madre trató de esconderme. La oscuridad bajo la trampilla. Los gritos. Los escalofríos que me recorrieron. El miedo apoderándose de mí, haciéndome temblar. Las lágrimas que cayeron por mis mejillas. El color rojo de la sangre de mi madre. Eso es todo cuanto queda en mi memoria.

Rain le puso la mano en el brazo e hizo una ligera presión en señal de apoyo. A veces, con gestos como ese, Rain conseguía darle a Airen lo que necesitaba en momentos como aquel.

- Tal vez debería haber sido menos orgulloso, y haberme prestado a escuchar la historia de boca de mi padre – añadió en voz baja -. Al fin y al cabo, él es quien estuvo allí. Con ella hasta el final.

Airen volvió la mirada hacia el librero y se cruzaron. Ese hombre era el único capaz de mantener la mirada al comandante, como si no tuviera el poder de intimidarle. En miradas como aquella, últimamente Airen encontraba comprensión, siempre había un apoyo para él. El pelinegro llevó la mano despacio hasta colocarla sobre la del librero. El roce fue eléctrico. Y dulce. Rain sabía exactamente cómo hacer que se sintiera mejor sin toques violentos o exagerados. Con una simple caricia conseguía que calmar sus nervios y alterar a la vez todo su cuerpo. Deslizó la mano hacia el brazo de Rain, acariciándolo. Los dos se inclinaron a la vez hacia delante, sin apartarse la mirada.

Entonces un gruñido proveniente de la cama hizo que ambos se pusieran en pie de un salto. Mihawk había empezado a moverse. Rain se acercó de dos zancadas a la cama. Airen no se movió. Se quedó inmóvil ante la idea de ver a su padre despertar y no saber qué demonios decirle después de tanto tiempo profesándole un odio latente que para él justificaba todas las cosas crueles que le había dicho durante años. No era que se arrepintiera de ello, pues siempre había tenido la convicción de que su padre era el culpable de la muerte de su madre. Lo único que quizá lamentaba era haber guardado ese rencor hasta que la relación se había podrido del todo.  

Rain se sentó en el borde de la cama y le acarició la cabeza a Mihawk. El pelinegro se revolvió entre las sábanas, con quejidos de dolor.

- ¿Está bien? – preguntó el comandante desde la lejanía.

- Está delirando por una pesadilla – respondió el librero, mientras levantaba las sábanas para vigilar la herida -. Está cerrada – dijo para sí mismo.

- ¿Puedo pedirte que te quedes con él? – Su voz fue apenas un susurro.

Rain se giró un momento a mirarle. Airen no estaba preparado para enfrentarse a Mihawk. El librero asintió con suavidad y el comandante salió de la habitación como alma que lleva el diablo, eso sí, cerrando la puerta con mucha delicadeza. El comandante se recostó entonces en la pared frente a la puerta, cruzando los brazos frente al pecho en gesto de espera. Era mejor que Mihawk no le viera.

Airen estuvo perdido en sí mismo durante unos minutos, hasta que un grito repentino le sobresaltó.

- ¡Mihawk, por favor!

Entonces, la puerta se abrió y el Shichibukai se dejó caer sobre el marco para apoyarse. Su mirada se cruzó entonces con el reflejo de sus propios ojos frente a él. Airen mostró sorpresa contenida al verle. A la mierda la idea de pasar desapercibido y que su padre no se enterase de que estaba allí.

- ¿Qué haces tú aquí? – atinó a preguntar Mihawk.

- ¿Y tú levantado? – le devolvió él la pregunta con seriedad -. Tienes un aspecto horroroso.

- ¿Desde cuándo te importa eso? – insistió el Shichibukai.

Esa era una buena pregunta. El comandante mantuvo su postura impenetrable y despreocupada.

- Sólo estoy aquí porque quiero saber si tengo que preocuparme de que tus chanchullos y guerras personales lleguen a mi isla.

Rain se llevó una mano a la cara cuando escuchó aquella respuesta. ¿Después de todo no podía ser un poco más sincero? Mihawk asintió despacio, asimilando las palabras del comandante.

- Era eso – masculló, más para sí mismo -. No tienes que preocuparte de nada – le respondió -. Tu isla y tu gente están a salvo. 

- ¿Quién ha hecho esto? – quiso saber Airen.

- No te interesa. Además, ya nos hemos ocupado de ellos – zanjó el Shichibukai -. Si eso es todo lo que querías, ya puedes irte.

- ¿Me estás echando? – gruñó el comandante.

- Sí. No quiero que estés aquí – confesó el Shichibukai.

- ¿Por qué? – refunfuñó Airen.

- ¡Porque me duele! Joder, Airen, que pareces estúpido – rugió Mihawk.

Las miradas de ambos pelinegros se cruzaron con fiereza. Sorpresa y asombro en la de Airen. Determinación y valor en la de Mihawk. El Shichibukai no habría confesado algo semejante sin una buena razón. El comandante no sabía exactamente lo que había pasado, pero estaba claro que, al igual que a él le había hecho recapacitar la conversación con Akagami, a Mihawk había algo que le había hecho pensar demasiado.

- ¿Satisfecho con eso? Pues lárgate – añadió Dracule entre dientes.

Ante el silencio de Airen, Mihawk volvió a intentar echar a andar.

- Mihawk. –Rain salió detrás de él -. Tienes que volver a la cama. Por favor.

- No puedo – exclamó. Luego cogió aire con fuerza -. Lo siento, pero necesito verle.

Con el cuerpo apoyado en la pared, se dejó arrastrar hacia delante con su propio peso. Sin embargo, no tenía fuerzas de las que pudiera disponer para moverse. Un traspiés y se precipitó hacia el suelo. Los brazos de Airen le rodearon la cintura y el pecho desde la espalda para mantenerle de pie. A Mihawk aquellos brazos que le sostuvieron se le antojaron fuertes, protectores. Cálidos. Sintió el pecho de Airen en la espalda y por un instante, notó un latido de su corazón golpearle contra el omoplato. Tragó saliva, incapaz de dejar de temblar. Seguro que el comandante podía notar su corazón contra la mano, que tenía apoyada en su pecho para sujetarle. Aunque pensó en que le hubiera gustado quedarse así durante un rato más, Mihawk se obligó a sí mismo a mantenerse de pie él solo, esperando que Airen le soltara y se alejase. Sin embargo, el comandante le hizo levantar el brazo izquierdo para pasarlo sobre sus hombros.

- Apóyate – dijo solamente, sujetándole bien con su otro brazo por la cintura, sin rozarle el costado herido.

- ¿Por qué…? – atinó a preguntar el pelinegro.

- Necesitas ver que todavía respira – insistió Airen -. Sé lo que es eso. Así que, te prestaré mi fuerza durante un rato.

Mihawk se planteó si seguía soñando o estaba delirando. No había tenido a Airen tan cerca desde hacía muchos años. Tenía los rasgos de una belleza clásica, pero había heredado la dulzura de su madre.

- No te emociones – le dijo el comandante al percatarse de la mirada fija de Mihawk en él -. Sólo lo hago para que no parezcas patético intentando arrastrarte – masculló.

Dracule asintió, con media sonrisa en los labios. Airen intentaba justificar la razón por la que le ayudaba, pero no podía esconder su verdadero motivo. En realidad, quería ofrecerle un apoyo que ambos se habían negado durante años a pesar de que la relación que les unía exigía una protección y un respaldo mutuo. 

Airen echó a andar despacio. Mihawk dejó caer el peso del cuerpo sobre los hombros del comandante. De esa forma, le resultó más sencillo caminar. Aunque a pesar de la ayuda, los movimientos del Shichibukai eran lentos. Airen no pareció molestarse en absoluto por ello. Daba pasos al ritmo que Mihawk marcaba dentro de sus posibilidades, sin decir nada. El Shichibukai decidió entonces aprovechar aquel trayecto para hacer algo que sabía que debería haber hecho hacía muchos años. Era la primera vez que parecía que podían hablar como adultos y mantener una conversación civilizada sin que cada palabra fuera un puñal o un recordatorio del trágico pasado que ambos compartían.

- Airen, lo siento. –Su voz estuvo a punto de quebrarse -. Siento mucho no haber podido protegeros a tu madre y a ti.

El comandante se detuvo en seco. Miró a Dracule con un gesto de estupor absoluto. Luego frunció el ceño, en una mueca confusa.

- Fue todo culpa mía – añadió Mihawk, con un suspiro contenido.

- ¿Por qué me dices esto ahora? – Airen tragó saliva. La conversación iba a ser intensa y existencial. Iba a marcar un punto de inflexión en la relación que mantenían.

- Porque soy humano. Puedo morir en cualquier momento y no quiero hacerlo sin antes pedirte perdón. Sé que debería haberlo hecho hace mucho, y siento no haber tenido las agallas suficientes para ello.

- Si de verdad lo sentías tanto, ¿por qué no te quedaste y me lo pediste entonces? – insistió el comandante.

- No podía quedarme, Airen. Y sabía que no me perdonarías – respondió, como si fuera obvio.

- No, eso no podías saberlo. Quizá es cierto que no te habría perdonado durante un tiempo pero no habría podido odiarte para siempre. Y en vez de hacer eso, me abandonaste.

- No lo hice porque quisiera – le aseguró -. Solo quería actuar por primera vez como un buen… - No pudo continuar -. Intentaba protegerte. Solo eso. Pero sin tu madre yo… estaba completamente perdido. E hice lo único que pensé que era mejor para ti.

- Hiciste lo mejor para mi sin pensar en mi – hizo notar Airen.

- Eras un niño. Era obvio que tú querrías quedarte conmigo pero en algún momento ibas a descubrirlo todo y me odiarías igual. Preferí no ponerte en peligro. Ocultar tu existencia al Gobierno Mundial y a cualquiera que pudiera buscar hacerme daño a mí a través de ti.

- Ahora soy lo suficientemente fuerte como para defenderme solo. No tienes que protegerme más.

- Lo sé. Por eso te estoy pidiendo perdón. Por eso estoy diciendo esto, confesando una verdad tan emocionalmente dolorosa que lleva años quemándome por dentro. –Se detuvo un momento y clavó la mirada en su hijo -. Sólo quiero que sepas que habría hecho cualquier cosa con tal de evitarlo. Que tu madre y tú erais mi vida, Airen. Y no pude protegeros a ninguno de los dos.

- Eres un egoísta, ¿lo sabías? Te atreves a pedir mi perdón cuando tú tampoco te has perdonado a ti mismo – dijo de repente Airen. 

- Es posible que lo sea – admitió Mihawk -. Pero soy el… - no se atrevía a pronunciarlo - el que te ha tocado sufrir. No puedes cambiarlo, me temo.

- ¿Sabes? Hay algo de lo que no me había dado cuenta hasta ahora – dijo entonces Airen -. Aquel día yo perdí a mi madre. Pero tú perdiste a la mujer que querías. Nunca me paré a pensar que, igual que me habían roto a mí, también te habían destrozado a ti.

El Shichibukai tragó saliva con dificultad. Nunca lo había pensado así. Simplemente se había limitado a cargar con el dolor de haber perdido a Sarah y a aceptar la realidad de que Airen le odiase con toda su alma, comprendiendo el daño que le había hecho al pequeño Hawk. Que Airen considerase también sus sentimientos no era algo que hubiese esperado, o pedido. Pero ahora que había llegado, que él le había demostrado semejante madurez, Mihawk no pudo por más que sentirse terriblemente satisfecho con la persona en la que se había convertido Airen.

- No podemos seguir así – añadió Airen -. Después de todo, eres mi padre – susurró -. No quiero perderos a los dos. 

Esa era su decisión. Se había acabado el no saber qué hacer. No permitiría que la indecisión le volviera inestable. Él siempre sabía lo que quería. Y en ese momento, quería estar con su padre. A pesar de todo, lo deseaba de verdad.

- Estoy convencido de que tu madre está realmente orgullosa de ti, Airen – dijo de repente Mihawk, levantando ligeramente la comisura del labio.

El comandante no esperaba que semejantes palabras dichas por el Shichibukai podrían hacerle sentirse tan bien. Enfrascados en aquella conversación que acababa de acercarles en tan solo media hora todos los años que llevaban separados, apenas se dieron cuenta de que estaban parados frente a la puerta de la habitación del cazador, hasta que el médico salió de pronto de la estancia. Miró a padre e hijo, sorprendido como si acabara de darse cuenta del extraordinario parecido de los dos.

- ¿Cómo está? – preguntó Mihawk, para sacarle de su ensimismamiento.

- Como me temía, no he podido hacer nada por él.

Airen sintió cómo el cuerpo de su padre se volvía más pesado. Acababa de perder la fuerza que le quedaba en el cuerpo al escuchar aquellas palabras.

- No, no está muerto – se apresuró a decir el comandante -, ¿verdad? – le preguntó al médico.

- Ah, no, no – se corrigió Sho -. Quería decir que no he podido hacer nada por su ojo izquierdo, lo siento. –Miró a Airen -. Pensé que ya le habías comentado lo que te dije antes.

El comandante negó suavemente con la cabeza. Levantó un poco el cuerpo de Mihawk y notó cómo se sostenía mejor sobre sus piernas, que habían dejado de temblarle.

- ¿No volverá a ver? – quiso saber Mihawk.

- La herida curará y cicatrizará pero no hay nada que hacer con el ojo – repitió el doctor -. Lo siento.

Ante el silencio que siguió a su diagnóstico, Sho dio por terminado su trabajo y se apartó de la puerta. Mihawk se sujetó en el quicio de la misma y apartó el brazo de los hombros de Airen. Parecía que podía tenerse solo en pie. Y que quería entrar también solo en la habitación. Antes de que cruzara el umbral, Airen le sujetó de la muñeca. El Shichibukai se volvió hacia el comandante.

- No es culpa tuya.

Mihawk contuvo una exclamación de sorpresa. La voz de Airen había sido contundente, convencida, segura. El Shichibukai estuvo a punto de creerle.

- Tú no lo entiendes – atinó a responder.

- Puede que no sepa lo que ha pasado. Pero sí sé que ya has cargado durante suficientes años por una culpa que no te pertenecía. No vuelvas a hacerte lo mismo, - Airen levantó la comisura del labio en una mueca de sonrisa muy parecida a la de Mihawk -, papá.

Airen dio un paso hacia atrás y luego se dio la vuelta antes de que Mihawk reaccionara. El Shichibukai se perdió dentro de la habitación. El comandante por su parte, se cruzó con Rain en la primera esquina del pasillo, esperándole apoyado contra la pared.

- ¿Y bien? – le preguntó el peliazul.

- ¿Qué?

- Vamos, ya lo sabes. ¿Qué tal te ha ido con él?

El comandante mantuvo un gesto serio durante un momento. Y luego sonrió ampliamente.

- Bien – respondió -. Muy bien.

Rain también sonrió, contagiado por el entusiasmo que veía en Airen.

- Me alegro mucho por ti – le dijo, acariciándole el brazo.

- Aún no me lo creo – le aseguró -. Tenías razón, ¿sabes? En que nos parecemos muchísimo.

- Sois diferentes también – hizo notar Rain -. Pero lo importante ahora es que podáis retomar ese tiempo que habéis estado sep....

Airen se inclinó hacia el librero y le besó, interrumpiéndole con cierta brusquedad. Introdujo la lengua dentro de la boca del peliazul en cuanto tuvo oportunidad, pasando los brazos alrededor de su cuerpo para abrazarle contra su pecho. Rain respondió con calidez a los besos que Airen le daba, a la vez que le acariciaba las mejillas con ambas manos.

- ¿Qué haces? – masculló el peliazul cuando Airen le dejó respirar un momento.

- No quiero perder el tiempo – susurró contra sus labios -. No quiero encontrarme en esta situación otra vez y arrepentirme.

- ¿Qué clase de confesión es esa? – sonrió el librero.

- No lo sé. Pero estoy tan contento de haberme librado de una carga como el odio por mi padre que… Ahora quiero pensar en ti. En lo que siento. En lo que provocas en mí, Rain.

El librero tragó saliva un momento. Entendía la emoción de Airen, pero no quería que se acelerase de esa manera. Sin embargo, con la intensidad del siguiente beso, Rain supo que decir que no al comandante iba a ser materialmente imposible. En medio de una batalla por entrar y salir de la boca del otro, Sho apareció en el pasillo al dar la vuelta en la misma esquina por la que Airen había aparecido antes.

- Oye, oye, con calma – exclamó al chocarse con ellos -. No creo que este sitio sea el mejor para esto, parejita.

Con una sonrisilla de diablillo, Sho pasó a su lado con despreocupación. Airen gruñó por lo bajo y Rain le dio un beso suave antes de separarse un poco de él.

- ¿Qué pasa? – le preguntó el comandante.

- He dejado las indicaciones necesarias a Perona – les dijo -. Creo que deberíamos volver a la isla. Se está haciendo de noche y puede ser peligroso.

- Si todo está bien aquí, deberíamos volver – coincidió Rain -. No podemos dejar a nuestra isla sin su comandante – le dijo con una sonrisa amplia.

- Está bien -  rezongó Airen -. Vayámonos.

El peliazul puso una mano en el pecho del pelinegro para detenerle.

- ¿No vas a despedirte de Mihawk?

- No. A ninguno nos gustan las despedidas. Además, vamos a volver a vernos – declaró -. Creo que ahora mismo necesita estar con él – añadió en voz baja para Rain.

El librero asintió, comprendiendo al comandante. Los tres bajaron la escalinata del castillo y salieron hacia el bosque, acompañados de la princesa, que les llevó hasta la barca. Airen no quitó ojo a la isla Kuraigana mientras desaparecía poco a poco en el horizonte. Se sentía realmente liberado después de poder hablar con su padre una vez más. Ahora las piezas más oscuras de su vida comenzaban a encajar con las más brillantes, de una forma que nunca llegó a imaginar. Y sentía que, en gran parte, aquello se debía a una existencia que tal vez algún dios había puesto en su camino, con los ojos tan azules como el color del cielo.  

Notas finales:

Bueno, ¿qué os ha parecido? A partir de ahora la historia ya no girará tanto en torno a Mihawk o al trabajo de Rain en los bajos fondos sino que se abrirá un nuevo frente mientras la relación de ellos dos avanza todavía más :D

Espero leeros en los comentarios y mil gracias como siempre a tod@s. 

Erza.


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