Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

[Reviews - 51]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

No tengo perdón, lo sé, pero creedme cuando os digo que no es una excusa que he estado enferma y he pasado unos días en el hospital. Y allí sólo me dejaban usar papel y boli -.-" Así que me ha sido imposible actualizar antes. Ni siquiera os he contestado a los reviews, los he leído todos de golpe pero os responderé ahora en cuanto os deje el capítulo nuevo. Sé que querréis matarme por más de una cosa pero aplacaré vuestra ira diciendo que el siguiente capítulo lo publicaré más pronto :D 

Mil gracias a tod@s. Os dejo con la lectura. 

Rain abrió la puerta de la trastienda y entró en la librería. Era pronto por la mañana y tenía una montaña de libros sobre el mostrador e incluso apilados en el suelo por catalogar y colocar. Respiró hondo. No le importaba tener que trabajar en ese momento. Había dormido del tirón y, por primera vez en mucho tiempo, había soñado cosas alegres. Siempre pensó que esa clase de cosas no le pasarían a él. Tener algo importante por lo que seguir soñando incluso despierto. Airen se había convertido en esa ventana que, al abrirse, iluminaba toda la oscuridad que pudiera haber en su interior. Se sentía aliviado al no cargar sólo con el secreto sobre su trabajo de mediador y más cuando Airen parecía haber aceptado todos sus demonios por alguna razón que el librero todavía desconocía. Y además estaba el tema de Mihawk y su relación con el comandante. Él conocía bien al Shichibukai y sabía que sufría ante el odio de su hijo. El hecho de que ambos hubieran empezado a dar pasitos hacia delante para tratar de olvidarse de aquello era algo mejor que bueno. Era como si las cosas de pronto empezasen a ir bien. Rain tenía un concepto de la felicidad bastante efímero. Sabía que, aunque todo fuera bien, en algún momento se torcería. Que no podía ser siempre así de feliz. Que algo terminaría por romperse. Y devolverle a su pozo de oscuridad aceptada al que, poco a poco, empezaba a no querer volver de ninguna manera.

El librero se estiró con fuerza y se puso manos a la obra. Iba apuntando el título de cada libro en un registro cuidadosamente ordenado y luego los apartaba para que le resultara más sencillo colocarlos en las estanterías. Cuando ya llevaba un buen rato en ello, dos toques en la puerta le sacaron de su habitual soledad.

- ¿Airen? – exclamó Rain con gesto sorprendido al ver al comandante entrar en la librería.

- Buenos días.

El comandante abrió la puerta y cruzó el umbral. Rain, de pie frente a una estantería mientras sostenía tres libros en las manos, miró de arriba abajo al pelinegro con un gesto bastante asombrado.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó -. ¿Y así vestido?

Airen se había quitado su usual uniforme de la guardia ciudadana y llevaba un traje de pantalón y chaqueta negros, con una camisa blanca pulcramente planchada que tenía los primeros dos botones desabrochados porque no llevaba puesta corbata.

- ¿No me queda bien? – preguntó el comandante a su vez, estirando los brazos y dando una vuelta sobre sí mismo.

- Estás para desenvolverte, bombón – soltó el librero junto con una carcajada sonora.

El comandante le devolvió la sonrisa y se acercó más a él, metiendo la mano izquierda en el bolsillo del pantalón con elegancia.

- ¿Tienes algo que hacer ahora mismo? – quiso saber.

- Eh, no, bueno sólo estaba catalogando estos libros – alzó los ejemplares que tenía en las manos - que acaban de llegar y… ¿por qué lo preguntas?

- Quiero que me acompañes a un sitio, si puedes – respondió Airen.

- ¿Qué? ¿Yo? ¿Acompañarte?

- Sí – afirmó el pelinegro.

Rain parecía haberse quedado en medio de un extraño shock.

- ¿Te refieres a… salir al pueblo? – Rain señaló la puerta con el dedo índice de la mano derecha.

- Sí – repitió el comandante.

- ¿Yo? – Esta vez se señaló a sí mismo. Luego le señaló a él -. ¿Contigo?

- Rain por favor, no me hagas parecer estúpido – le pidió, sujetándole de la mano con la que le estaba apuntando -. Quiero que me acompañes a un sitio y sí, que salgas conmigo al pueblo. No es tan difícil de procesar.

- No. Lo difícil es pensar que va a salir bien. –Suspiró y se dio la vuelta hacia la estantería para seguir colocando los libros -. Será mejor que no hagas cosas como esta, Airen.

- Oye, vamos, no te estoy pidiendo que mates a nadie por mí – insistió Airen -. Sólo quiero que vengas conmigo – repitió.

- Es que es una completa locura, Airen – repitió Rain, mirándole -. Escucha, no me importa que no nos vean juntos. No me importa tener que esconderme si con eso no te causo más problemas.

- No estoy pensando en eso, Rain. Me da igual. – Se encogió de hombros con despreocupación.

- Ese es tu problema, que no lo piensas, ni en eso ni en las consecuencias – le recriminó el peliazul -. De verdad, no tienes ni idea de la que se puede liar en un momento si nos ven paseando juntos por ahí. Ya arriesgamos demasiado ayer en la playa cuando te sentaste a mi lado de esa forma – añadió en voz baja.

- ¿Qué es lo peor que puede pasar, eh? No te van a hacer nada mientras estés conmigo – le dijo el comandante.  

- No es eso – repitió el librero -. Es que no quiero que te cuestionen. Que te pongan en entredicho por acercarte de forma que parezca amistosa a… alguien como yo – susurró.

- No digas eso, no te rebajes a ti mismo a ese nivel porque no pienso consentírtelo – le advirtió Airen.

- ¿Y qué vas a hacer para impedírmelo? – El librero alzó una ceja, interrogante.

- Para empezar, obligarte a salir conmigo – sentenció el comandante -. Voy a hacerte perder ese miedo que te hace vivir en soledad y en medio de una oscuridad donde tengo que bajar a buscarte cada vez que quiero verte.

- Te estás arriesgando demasiado, Airen. No vas a poder controlarlo – le aseguró Rain.   

- ¿Cuándo vas a entenderlo? Arriesgaría más si pudiera por ti, Rain. – El pelinegro le tendió la mano con suavidad -. Por favor. Ven conmigo.

La convicción de Airen era tan fuerte que lograba contagiársela. A pesar de no saber si esa emoción les llevaría a su perdición, Rain no pudo negarse a él. Además, la proposición era excesivamente interesante como para hacerlo.

- Deja que me cambie – suspiró el peliazul.

- Claro – sonrió el comandante, complacido.

Rain le apoyó los libros contra el pecho para que los sujetase. Mientras Airen les echaba un vistazo apoyado a medias en el mostrador, el peliazul daba vueltas en la trastienda sin saber si ponerse también una camisa blanca, o cambiar el color de la chaqueta o si debería llevar corbata. Cuando Airen escuchó las bisagras de la puerta anunciando que el librero había terminado, levantó la mirada con curiosidad. Rain llevaba puesto un pantalón negro y una camisa azul claro con un chaleco encima. No llevaba chaqueta, ni tampoco corbata. Y se había recogido el pelo en una coleta despeinada con mucho estilo que permitía ver todavía mejor su rostro blanquecino y sus ojos azules.

- ¿Qué? – preguntó, al ver que Airen no reaccionaba.

El comandante estaba de pie con la boca medio abierta y sus ojos iban de arriba abajo por todo el cuerpo del librero. Estaba acostumbrado a verle con pantalones más anchos y camisetas de colores blancos o negros, sin demasiado colorido. Aquello era un cambio bastante radical.  

- No sabía qué ponerme, como tú vas tan elegante pues… - La mirada constante de Airen sobre él le desconcentraba del todo -. Oye, te aseguro que me sentiría menos nervioso si me estuvieras viendo desnudo – le dijo el peliazul -. ¿Quieres decir algo, por dios?

- Si esta es la impresión que tengo al verte así, creo que no lo superaré cuando te vea desnudo de verdad – respondió el pelinegro, terminando con un suspiro.

Rain ladeó la cabeza y frunció el ceño a medias, con una sonrisa ligeramente confundida en los labios. ¿Desde cuándo era Airen tan sincero y directo?

- ¿Eso es bueno o malo? – quiso saber.

- Jodidamente bueno – respondió Airen, caminando rápidamente hacia él -. Ven aquí.

Le cogió de la muñeca y le pegó contra su cuerpo antes de besarle. Esa impulsividad le recordaba mucho a Mihawk. Aunque si tenía que elegir, los labios de Airen le besaban como nunca habían hecho otros. Eran tan cálidos cuando le rozaban que todo su cuerpo ardía.

- ¿Nos vamos? – susurró el comandante contra sus labios.

Le besó otra vez.

- No me has dicho a dónde.

- Lo sabrás en cuanto lleguemos – sonrió de forma misteriosa.

Rain solamente asintió y los dos salieron de la librería. Al llegar a la salida del callejón, la ciudad bañada por la luz de la media mañana le hirió los ojos. Seguía sin estar convencido de aquello. Pero Airen no dudaba. Echó a andar por la calle principal y Rain le siguió, poniéndose a su lado pero a cierta distancia. El comandante apenas tardó unos segundos en salvarla y acercarse a Rain. Realmente parecía que caminaban juntos.

- No bajes la cabeza – le dijo Airen -. No intentes pasar desapercibido porque no vas a conseguirlo.

- Es que empiezo a asustarme de esto – confesó en voz baja.

Las voces de la gente le envolvían de una forma ligeramente asfixiante. Sabía que había muchas miradas sobre ellos, y sólo trataba de evitarlas.

- No lo hagas. No pasa nada, Rain, de verdad. Disfruta de estar aquí y de estar conmigo.

- Creo que no acabas de comprender el peso que supone ser quien soy, Airen – suspiró Rain.

El comandante se detuvo entonces. El librero hizo lo mismo unos pasos más tarde y se giró a mirarle.

- ¿Crees que estoy siendo egoísta contigo? – le preguntó -. Sé sincero.

- Sólo quieres sacarme de mi oscuridad, y lo entiendo. Y también agradezco tu empeño, de verdad. Pero no me resulta tan sencillo como a ti hacer esto.

- ¿Quieres que volvamos?

Rain salvó los pasos que le separaban de él y le miró fijamente a los ojos.

- Estoy aquí, ¿no? – Esbozó una sonrisa -. Intentando mirarte sólo a ti.

Airen sonrió a medias, cambiando el gesto preocupado que había puesto por uno más relajado. Rain empezó a andar y el comandante se puso a su altura para ir juntos. La conversación fue tan banal y entretenida que Rain consiguió olvidarse por un instante de absolutamente todo. Después de salir de la calle principal, entraron en la zona más comercial. Los puestos de todo tipo de mercancías legales con los que se mercadeaba por allí estaban montados justo a la puerta de cada casa. A esas horas, aquella calle estaba abarrotada, bullía en vida y energía. El librero respiró hondo. Ese tipo de aglomeraciones de gente le superaban. Airen entonces le señaló uno de los pequeños puestos al lado izquierdo de la calle.

- ¿Puedes ir y decirle a Nina que vas de mi parte? Ella sabrá lo que tiene que darte.

Se giró a mirar. Airen señalaba hacia el puesto de flores. Pretendía que se acercase a la florista y hablase con ella. Normalmente cuando iba a comprar a los puestos, nunca le saludaban, ni le dirigían la palabra. Él cogía lo que necesitaba, lo pagaba y se iba como si nunca hubiera estado allí. Airen en ese momento le pedía que entablase al menos una conversación, aunque fuera breve. Que se relacionarse más allá de lo que quizá había hecho en mucho tiempo. Eso le devolvió el miedo que había experimentado antes.

- ¿Por qué haces eso, Airen? ¿Por qué me empujas hasta semejante punto? – quiso saber, con cierta exasperación.

- Tú confía en mí – sonrió el comandante.

Airen tenía demasiada facilidad para pedirle algo así. Rain suspiró otra vez y se acercó al puesto casi arrastrando los pies. No podía ser tan complicado, intentó decirse a sí mismo. Una mujer joven con el pelo verdoso recogido en una trenza se giró hacia él. Al verle contuvo un momento el aliento. Rain supo que le había reconocido. Seguramente por el pelo. Lo mejor era terminar aquello cuanto antes.

- Me envía ese estúpido de ahí a recoger algo – le dijo suavemente, señalando a Airen al otro lado de la calle.

La mujer, de nombre Nina como Airen le había dicho, parpadeó varias veces como si saliera de un trance momentáneo.

- Ah, claro. El encargo del otro día. –Ella esbozó una sonrisa y señaló la mesa de trabajo que tenía delante llena de flores y restos verdes -. Estará listo en un momento.

Rain metió las manos en los bolsillos del pantalón con elegancia mientras esperaba. Podía sentir la energía de la gente que caminaba por la calle, cerca de él. Eso le ponía ligeramente nervioso. Si alguien se tomaba el tiempo suficiente para mirarle bien y reconocerle, la voz se extendería como la pólvora y los rumores y el miedo colectivo lo quemarían todo. En medio de su preocupación, un ruido sordo le sobresaltó. Entonces vio aparecer en la puerta de la casa a una niña de ojos grandes que apenas tendría cinco años. La pequeña salió de la casa trastabillando con una silla que acababa de tirar y se quedó mirándole fijamente. Entonces ladeó la cabeza con un gesto de infinita curiosidad en la cara.

- Tu pelo es azul – dijo, señalándole con el dedo -. Mira, mamá, tiene el color del cielo en el pelo.

El librero no pudo contener una risa divertida y tierna. Aquello era lo más bonito que había oído nunca acerca de su pelo. Nina apenas miró de reojo a la pequeña mientras sacudía la cabeza.

- No seas grosera, Leslie – le dijo, mientras acababa el ramo de flores, adornándolo con un precioso lazo rosa.

- Pero mamá, ¡mira! – insistió ella.

- ¿Y qué pasa porque sea azul? – le preguntó su madre, levantando un instante la mirada hacia Rain -. ¿Acaso no te gusta el azul?

La niña volvió a clavar esos grandes ojos verdes en él. Rain se sintió más observado que nunca.  

- Es muy bonito – respondió Leslie.

- Muchas gracias – le dijo Rain -, señorita.

Ella sonrió ampliamente de forma inocente al escuchar que la llamaba así.

- Me llamo Leslie – se presentó, tendiéndole la mano.

- Yo me llamo Rain. –El peliazul le estrechó la pequeña mano a la niña -. Encantado de conocerte – se inclinó hincando la rodilla en el suelo como un auténtico príncipe y le dio un besito en la mano a ella -, Leslie.

Ella contuvo un gritito de emoción al verle hacer aquello.

- Me gusta tu pelo, Ain. – El librero comprendió que aún era pequeña para marcar la “r” de su nombre y sonrió -. ¿Puedo tocarlo? – preguntó.

Nina levantó la cabeza hacia el librero y se mordió el labio inferior como si se disculpase por el repentino atrevimiento de su hija. Pero Nina no parecía tener ninguna intención escandalosa de apartarla de él. No había cundido el histericismo al acercarse a la pequeña. Ni se había asustado cuando su hija le había tocado. Rain entonces asintió, inclinando levemente la cabeza hacia la niña. Ella extendió la mano hacia su flequillo y entrelazó los dedos con varios mechones. Entonces soltó una carcajada divertida.

- Es suave – dijo.

- A mí también me gusta tu pelo, Leslie – dijo Rain, en tono de confidente -. Tienes unas trenzas preciosas.

- Me las hace mi mamá – dijo ella, coqueta, moviendo la cabeza para lucir su peinado -. ¡Ah, ya sé!

De repente, la niña entró corriendo a la parte de atrás del puesto. Rain se incorporó a la vez que la mujer le tendía el ramo de flores que había preparado.

- Lo siento mucho – dijo Nina entonces -. Es una niña extremadamente descarada – confesó.

- No, no pasa nada. Solo es curiosa y eso en los niños de hoy en día es difícil verlo – respondió el peliazul.

- Ah, perdona el momento pero voy a aprovechar para hacerte una pregunta. Eres el librero, ¿verdad?

- Eh… sí – respondió tras dudar un instante. Era como si acabara de confesar un pecado horrible.

- Y la librería, ¿está cerrada por algún motivo?

- Bueno, no está cerrada realmente – atinó a decir Rain, sin saber exactamente a dónde iba a llevarle aquella conversación.

- Es que yo siempre recojo los libros en casa del doctor. Mi padre es un anciano un poco gruñón y supersticioso y, por alguna razón que no entiendo, sólo se queda tranquilo cuando recojo los libros en la consulta de Sho. Aprovecho sus revisiones semanales para hacerlo.

- Es un sistema un poco extraño, lo sé. –Rain ni siquiera sabía qué decir.

- Para mí se ha vuelto un poco incómodo – añadió ella -. Más que nada porque Leslie está en un momento en que la curiosidad la desborda y necesito cada vez más cuentos infantiles para leerle. Ya no me vale solo con un par de libros a la semana. Me preguntaba si, en lugar de esperar a las entregas en casa del médico, podría ir a la librería algún día.

El peliazul tragó saliva disimuladamente y respiró hondo sin que Nina se diera cuenta. Acababa de envolverle una sensación tan cálida que no sabía si era real o no.

- Me encantaría que fueras por allí – respondió al final, sin pensarlo demasiado.   

- Estupendo, gracias – sonrió Nina, de una forma absolutamente sincera.

Rain le regaló una última sonrisa ligeramente conmocionada y se dio la vuelta para marchar. Entonces Leslie apareció de nuevo trasteando entre cajas.

- ¡Ain, espera!

- ¿Sí, pequeña?

Se giró hacia ella y vio una enorme y preciosa rosa de color azul en las manitas de la niña.

- Esta flor y tu pelo tienen el mismo color. –Se la tendió -. Toma.

- ¿Para mí? – atinó a decir.

Las trenzas de Leslie se movieron cuando ella asintió con vehemencia con su pequeña cabeza. El peliazul levantó la mirada hacia la mujer y ella también asintió con la cabeza.

- Muchas gracias, princesa – susurró, cogiendo la flor.

- ¿Vienes otro día? – le preguntó.

- Haremos algo mejor. ¿Te gustan los libros?

- ¡Sí!

- Entonces mamá te va a acompañar a un sitio genial donde hay muchos libros.

- ¿De verdad mamá? – le preguntó la niña a la mujer.

- Claro que sí. Rain nos ha invitado – sonrió ella.

- ¡Bien! ¿Y tú también vienes? – le preguntó esta vez a Rain.

- Yo estaré esperándote, Leslie.

La pequeña soltó una risilla inocente y cantarina y se despidió de Rain agitando la mano firmemente en el aire mientras éste se alejaba del puesto de flores. Sus pies eran mucho más ligeros que cuando se había acercado al puesto. Su interior hervía de sensaciones extrañas que nunca había experimentado. Cordialidad, un asomo de dulzura y sobre todo, aceptación. Airen esperaba apoyado en la pared del otro lado de la calle, con un gesto elegante y una sonrisa desmedida.

- ¿Estás bien? – le preguntó, al verle llegar completamente desconcertado.

- Estoy temblando, maldita sea. ¿Qué acaba de pasar? – musitó, todavía sin salir de su asombro.

- Acaba de pasar que no todo el mundo quiere matarte, Rain – sonrió Airen.

- Tú lo sabías – le acusó.

- Esa mujer me preguntó, el día que vine a encargar las flores. Me dijo que su pequeña es una curiosa irremediable y que necesitaba más libros. Entonces, le hablé de la librería, de que el hombre que la lleva es un erudito en cuanto a literatura se refiere, y le dije que ibas a empezar a trabajar de cara al público no tardando.

- ¿¡Que le dijiste qué!? – exclamó el peliazul -. ¡Airen! No puedo hacer eso.

A pesar de haber invitado a Nina y a Leslie, Rain no tenía ninguna intención de permitir que nadie más entrase allí.  

- ¿Hacer qué? La librería está abierta siempre, ¿no?

- Sí, pero nadie entra. Eso lo tengo asumido, es parte de mi seguridad.

- ¿Y por qué no pueden empezar a entrar, eh? Es una librería, un lugar donde tú, el único hombre que conozco que sabe tantísimo sobre literatura y que es capaz de dar consejos a la gente sobre qué podría gustarles leer, vendes libros. – Hizo un gesto con la cabeza, sintiéndose absurdo al tener que decir una obviedad como aquella.

- Sí, pero… no es tan sencillo – insistió el librero.

Airen le puso una mano en el hombro e hizo una ligera presión, tratando de calmarle.

- Rain, entiendo que sea tu refugio, ¿vale? Pero tal vez haya llegado la hora de que esa puerta deje entrar a alguien que no sea yo.

- Por esa puerta también entran los malos – le recordó en voz baja.

- Entonces vas a tener que poner un horario de cierre, señor librero – respondió el comandante -. ¿Es que no quieres compartir tu pasión con nadie? Aunque parezca un pueblo de paletos, muchas de estas personas leen. Tú deberías saberlo, que les dejas libros todas las semanas en casa de Sho.

- Sí, pero atender la librería de esa manera sería como… llevar una vida normal – susurró -. Algo que yo nunca podré tener.

- Piensas eso porque sólo has conocido a los radicales que van a por ti. Crees que en cuanto tengas una vida normal, como tú dices, ellos llegarán y se encargarán de destrozarla, ¿no es así?

- Es que van a hacerlo. Y no quiero que les pase nada a personas como Nina o Leslie sólo por acercarse demasiado a mí, Airen – confesó el peliazul.

- Pero es que no puedes vivir con ese miedo, Rain, porque eso no es vivir – sentenció Airen -. Si se atreven a hacerles algo, yo voy a estar ahí. Protegiéndolas. Y cubriéndote las espaldas siempre. Eso puedo jurártelo. Así que, haz el favor de empezar a relacionarte, a dejar entrar la luz en la librería y en tu vida.

- La luz entró en mi vida hace tiempo – musitó el librero para sí mismo -. Pero no pensé nunca que habría una sola oportunidad de que todo fuera tan… - miró de reojo hacia el puesto de flores, donde Nina enseñaba a Leslie a hacer un lazo en un pequeño ramo de flores – normal.

- Te lo he dicho. No todo el mundo quiere matarte – repitió el pelinegro -. Así que vete acostumbrándote. Porque cuando esa cría sepa llegar sola hasta la librería – Airen le cogió con cuidado el ramo de flores a Rain de entre los brazos -, no vas a poder sacarla de allí.

El librero miró la rosa de color azul que tenía en la mano. La amabilidad, la dulzura, la inocencia. Tantos buenos sentimientos recogidos en un solo gesto, en una sencilla flor. ¿Por qué de repente el mundo le parecía un lugar maravilloso? Sacudió la cabeza y echó a andar para alcanzar a Airen, que se había vuelto a adelantar. Cruzando una mirada continuaron su camino hasta salir de la calle comercial. Llegaron a salir incluso de la propia ciudad y alcanzaron el pie de la colina un poco más tarde. Allí se detuvieron. Los dos levantaron la mirada hacia la cima.     

- ¿Has estado aquí alguna vez? – le preguntó el comandante en voz baja.

- He venido a buscar a Mihawk en un par de ocasiones – confesó -. Pero no he subido nunca. No creo que sea un lugar en el que yo deba estar.

Airen le tendió la mano a Rain. El librero la miró, con un gesto de asombro absoluto.

- Ahora debes estar. Conmigo.

Rain suspiró y sonrió antes de aferrarse a la mano que le tendía el pelinegro. Ni siquiera se planteó si alguien podía verles. Tenía que empezar a no vivir de esa manera, poniendo cuidado en cada gesto o cada palabra que les dirigía a las personas que quería. Juntos, subieron por la colina y entraron en la zona del cementerio. Caminaron entre las lápidas que adornaban el césped con nombres que probaban la existencia, en algún fugaz momento, de aquellos que descansaban bajo ellas. Sarah Hawk dormía en el sueño eterno bajo una lápida algo apartada del resto, ubicada a los pies de un frondoso árbol de hojas caídas que el viento mecía con suavidad. Ambos se detuvieron a escasos pasos del mármol grabado con el nombre de la mujer.

El librero notó una repentina presión en el pecho. Nunca imaginó que estaría delante de la tumba de Sarah Hawk junto a su hijo, el comandante de la guardia ciudadana. Airen soltó su mano despacio y se arrodilló frente a la tumba de su madre. Con cuidado, dejó el ramo de flores apoyado contra la lápida.

- Todavía se me hace difícil recordar que un día como este te perdí – susurró el comandante, rozando el mármol frío con la yema de los dedos -. Te echo de menos, mamá.  

En medio del silencio, Rain se agachó al lado de Airen, con la mirada fija en la lápida. Entonces, dejó la rosa de color azul al lado del enorme ramo de flores de colores rosas que el pelinegro acababa de dejar allí.

- Hola, Sarah – se atrevió a susurrar Rain.

Airen no pudo apartar la mirada del peliazul. Sólo podía ser él. En ese momento, el comandante comprendió por qué sentía algo tan fuerte e incondicional hacia Rain. Porque era la persona más perfecta que había conocido. Con un corazón tan grande como el que su madre le había dicho que debía atesorar cuando lo encontrase, algún día. El pelinegro estiró la mano y se aferró al librero, que le devolvió el amarre con suavidad. Sus miradas se encontraron de nuevo.

- Mi madre te habría adorado – le dijo Airen, levantando la comisura del labio en una sonrisa tierna -. Le habrías encantado.

- Tengo la sensación de haberla conocido – dijo Rain, con dulzura en la mirada -. A través de ti.

Airen se inclinó hacia él y le besó. Fue un roce que simbolizó mucho para ellos. Como una declaración seria de intenciones. Apoyaron la frente contra la frente del otro y sonrieron. Aún cogidos de la mano, los dos se levantaron con suavidad. El aire les revolvió el pelo  y reverberó por toda la colina.

- Me alegro de que estés aquí – susurró el comandante -. Pero aún me queda algo que hacer – añadió entonces -. ¿Estás dispuesto a acompañarme hasta el final?

Rain le miró fijamente a los ojos, con una firmeza abrumadora.

- Siempre.

Aun cogidos de la mano, los dos dieron media vuelta y se encaminaron a la salida del cementerio. Airen guió los pasos de ambos por la colina en dirección oeste. Las casas de aquel lado del pueblo estaban bastante más separadas que las del centro de la ciudad. Y poco a poco iban apartándose más. Así llegaron a la zona baja del valle. Ya desde lejos, Rain pudo ver una estructura de madera descuidada en medio de un campo de césped, aparentemente deshabitada. Se le encogía el corazón con cada paso que daba. ¿Realmente iban a aquel lugar? Comprendía por qué Airen no le había contado a dónde iban desde el principio. Tal vez se habría asustado de saber que pretendía abrirle el corazón de semejante manera. Pero ahora el propio comandante le llevaba de la mano a cruzar el umbral de sus sentimientos más ocultos. Y Rain sólo podía pensar en lo mucho que deseaba seguir aferrado a aquella cálida mano que le había sacado de su oscuridad.

Llegaron a la puerta de la casa y se detuvieron frente a ella. Por fuera, aún parecía un lugar acogedor.     

- Airen, esta es… - musitó el librero.

- Mi casa – confirmó.

El pelinegro suspiró y puso la mano en la puerta de madera para empujarla con suavidad. Las bisagras chirriaron. Las telas de araña se separaron de la pared. El polvo se levantó del suelo cuando la puerta se abrió del todo. Airen entró primero. El peliazul se quedó un instante fuera antes de encontrar en valor para seguir al comandante. El interior estaba desangelado y sucio. El salón y la cocina se comunicaban entre sí. En una de las paredes había una enorme estantería llena de libros tras las telas de araña y el polvo. En el suelo, había juguetes esparcidos del pequeño Airen Hawk. En la ventana colgaba una cortina que en su momento fue de color blanco. La luz que entraba por la ventana empezaba a ser la del atardecer, teñida de un rojizo ardiente.

- Todo sigue igual – susurró Airen -. Igual que aquel día. - Se giró hacia el suelo del salón -. La alfombra – musitó.

Rain también miró hacia el suelo. En la alfombra de color beige todavía podía verse la mancha escarlata que había dejado la sangre de Sarah cuando había muerto asesinada allí mismo.

- No había vuelto desde entonces – añadió el comandante.  

El librero se acercó a él y le acarició el brazo.

- ¿Estás bien?

- Sí. Durante un tiempo me sentí igual que esta casa. Vacío. En ruinas – confesó -. Pero ahora es diferente. Si estoy aquí es porque era el momento de cruzar de nuevo esa puerta. Sin culparme a mí mismo. Sin culpar a mi padre. Necesitaba encontrar algunos buenos sentimientos aquí dentro.

Se inclinó hacia Rain y le besó la frente.

- Mi madre me hacía esto cuando tropezaba con mis propios juguetes y me caía. Era un poco torpe – le confesó.

Rain esbozó una sonrisa. El pelinegro se agachó entonces hasta el suelo. En el centro del salón había una trampilla a medio abrir. El comandante tiró de la anilla en la parte superior y la abrió. Dentro había unas escaleras que llevaban al sótano.

- Fue aquí – susurró -. Aquí me escondió mi madre aquel día.

Rain tragó saliva imperceptiblemente, sintiendo cómo le sudaban las manos. De alguna manera, había empezado a sentir la inquietud y la ansiedad que debía estar experimentando el pelinegro al revivir aquello. Entonces Airen se incorporó y se deslizó por el hueco de la trampilla.

- ¿Vas a bajar? – le preguntó el librero, sorprendido, al verle poner un pie en el primer escalón.

- No tengo miedo, Rain. Ya no – le dijo, con firmeza.

- Espera. – Le detuvo un instante -. Yo también quiero bajar.

- ¿Estarás a mi lado, protegiéndome? – sonrió el pelinegro.

- Iría al mismísimo infierno por ti, Airen – respondió Rain, devolviéndole la misma firmeza y confianza.

El comandante le tendió la mano y ambos bajaron con cuidado por la podrida escalera de madera que daba acceso al sótano. El lugar estaba completamente oscuro y lleno de polvo. Airen buscó a tientas la bombilla que colgaba del techo. Tenía una cuerda como sistema de encendido. El pelinegro tiró de ella y la bombilla titiló un instante antes de iluminar el sótano.

- No pensé que todavía funcionase – se sorprendió Airen.

Miró a Rain para ver su reacción. Pero la mirada del librero estaba puesta en las estanterías que cubrían las paredes. Dejó que Rain se perdiera en la enorme cantidad de libros que había allí, sin apartar la mirada de él. El gesto curioso y emocionado del peliazul le resultaba de lo más adorable. Un rato después se acercó a él por la espalda con sigilo.

- ¿Te gusta? – le susurró al oído.

- Esto es increíble, Airen – musitó el librero, sin girarse todavía -. Aquí hay libros que llevan muchísimos años descatalogados.

- ¿Sabes? Con esa mirada que has puesto al ver todo esto, me recuerdas un poco a ella. – El comandante pasó los brazos alrededor de la cintura del peliazul, y éste se recostó en su pecho de forma automática -. Mi madre era una lectora empedernida. El rincón más luminoso al lado de la ventana del salón, era suyo. Todos estos libros estaban en el dormitorio que hay a la izquierda del salón. Era mi habitación. Mi madre los sacó de ahí cuando yo nací y mi padre le hizo el sótano para poder ir guardando todos los libros que había leído.

- Tu madre tenía un gusto increíble. Aquí hay auténticos tesoros – insistió Rain, alzando la mano para apartar las telas de araña de algunos tomos y rozarlos con los dedos -. De verdad, es fascinante. 

- Si de verdad los quieres, son tuyos – le susurró con una sonrisa encantadora.

El librero se giró en redondo entre los brazos del comandante para mirarle. El gesto de incredulidad de su rostro era divertido.

- No lo estás diciendo en serio – soltó.

- Claro que sí – respondió Airen, alzando una ceja -. ¿Por qué lo diría si no?

- Pero es que no puedo… Todos estos libros eran de tu madre, Airen. Creo que deberías considerarlos un bonito recuerdo.  

- Precisamente por eso. No sé de un mejor lugar donde vayan a estar que contigo.

Rain no pudo rebatir ese argumento. Él adoraba los libros. Cada uno era un mundo nuevo, posible o imposible, real o inventado, una realidad inexistente o un futuro probable. Le gustaba perderse en aquellas historias infinitas. Le hacía imaginar que el mundo podía ser realmente un lugar mejor. Y sobre todo, le ayudaba a olvidar en las noches solitarias que su realidad era una auténtica mierda. 

- ¿Estás seguro? – preguntó el peliazul, poco convencido.

Airen puso los ojos en blanco y le sujetó de las dos mejillas con ambas manos.  

- Quiero que los tengas tú – le dijo, mirándole a los ojos.

- Los cuidaré – atinó a decir el librero -. Te lo prometo.

El comandante sonrió y aprovechó el amarre para besarle. Rain respondió al roce, con un escalofrío recorriéndole el cuerpo. Se inclinó para pegar su cuerpo al del pelinegro y entonces pisó sin querer algo que había en el suelo y que reconoció rápidamente como un libro. Se apartó de Airen, que también bajó la mirada al suelo.

- ¡Lo siento! No quería… - se disculpó rápidamente Rain.

- Tranquilo – sonrió Airen, agachándose a recogerlo -. ¿Un libro aquí tirado? Es raro que mi madre lo descuidase de esta manera.

- A ver. ¿Puedo?

Airen le dio el libro. Rain le dio un par de vueltas entre las manos y lo abrió despacio.

- No es un libro, es un diario – exclamó, bastante sorprendido -. Está escrito a mano.

- Mi madre no escribía – apuntó el comandante.

- Será de otra persona – hizo notar Rain.

- ¿Pero de quién?

Airen se acercó y miró por encima el diario. No reconocía la letra, aparte de que era casi ilegible. Rain lo cerró y le dio otro par de vueltas entre las manos, intentando buscar unas iniciales o un nombre grabados en el cuero que recubría el cuaderno, sin éxito. El comandante de pronto sintió una punzada en la sien derecha. Sacudió la cabeza pero al volver a mirar el diario, un dolor intenso se extendió por toda su cabeza como un fuego provocado por una chispa a la que se le hubiera echado gasolina. Cerró los ojos con fuerza intentando aliviarlo y se apoyó en la estantería más cercana. Rain al darse cuenta de que sucedía algo, pasó las manos por los hombros del pelinegro y le ayudó a incorporarse.

- Airen, ¿qué pasa?

- Mi cabeza… - atinó a decir, con la respiración entrecortada -. Es como si me ardiera.

- ¿Te había pasado antes algo así?

- No. Sólo cuando intento… - contuvo un jadeo de dolor – recordar.

- ¿Has recordado algo ahora?

El pelinegro volvió a mirar el diario. Aquella punzada de nuevo que le atravesó. Vio, entre una neblina que turbó sus sentidos, cómo se entreabría la puerta de su casa aquella mañana. El mensajero del pueblo le saludó mientras su madre recogía lo que éste le entregaba. La puerta se cerró de nuevo y el gesto de su madre al darse la vuelta era preocupado y nervioso.

¿Mamá?

Tranquilo, pequeño. Todo saldrá bien.

Pero él supo que era mentira. Tras un instante de dolor realmente intenso y una ansiedad que le robaba el aliento, el comandante abrió los ojos, que tenía apretados con fuerza, y miró al librero.

- Lo he visto – musitó tratando de respirar más despacio -. He visto antes ese diario. Llegó a casa con un mensajero. La misma mañana que mataron a mi madre.

El librero soltó despacio el aire de sus pulmones. No se esperaba que sucediera algo tan extraño como aquello.  

- Lo has recordado al volver a verlo – comprendió Rain -. ¿Es algo especial o significa algo?

- No, nada que yo sepa. – Cogió aire con fuerza mientras el dolor empezaba a disiparse despacio -. No sé, de verdad, no tengo ni idea. Ni siquiera sé quién pudo enviarlo o escribirlo.

- ¿Puedo echarle un vistazo?

Airen se lo tendió.

- Puedes llevártelo si quieres. – Rain cogió el diario y Airen sacudió la cabeza -. Será mejor que nos vayamos de aquí. Volveremos a recoger los libros otro día, si te parece bien.

- Claro. Vamos.

Los dos subieron de nuevo las escaleras del sótano y Airen cerró la trampilla. Rain echó otro vistazo a la casa y entonces, descubrió un detalle que le llamó la atención. 

- Airen, ¿teníais pensado salir del pueblo? – preguntó de repente el librero.

- No. ¿Por qué lo preguntas? – El pelinegro se acercó a Rain.

- Porque aquí hay ropa como si estuviera preparada, y una maleta pequeña abierta debajo de la cama. – Señaló con el dedo mientras respondía.

De repente, al ver aquello, Airen se llevó las manos a la cabeza de nuevo. El cuerpo de Airen caía hacia delante por su propio peso. Rain metió el diario en la cintura de su pantalón, a la espalda, y se acercó al pelinegro para sujetarle por los hombros y mantenerle erguido cuanto pudo.

- ¿Airen? ¿Otra vez?

De nuevo, aquella neblina inundó su mente. Las lagunas de su memoria empezaron a mostrarle la imagen de su madre llenando con rapidez una maleta de ropa descolocada. Él tenía entre las manos un muñeco de peluche de color azul mientras miraba a su madre en aquel trajín de nerviosismo, preocupación, ansiedad y miedo.

Airen, no te preocupes. Papá llegará enseguida y todo va a ir bien. Confía en él, confía siempre en él.

- ¿Por qué tengo que recordar esto ahora? – maldijo por lo bajo.

- Tranquilo, respira hondo. Lo mejor es que nos vayamos, ¿vale?

El comandante asintió con vehemencia e instantes después, ambos cruzaron el umbral de la puerta de aquella casa en ruinas, cerrando con cuidado y con la despedida del chirrido de las bisagras. El camino hasta la ciudad fue silencioso y gratificante para el comandante, ya que el aire del anochecer le estaba espabilando. Ya no había gente por la calle a aquellas horas. Airen acompañó a Rain hasta la librería. Cruzaron el callejón y el librero entró en la tienda, seguido del comandante, que no cerró la puerta. El peliazul encendió las velas de un par de faroles que tenía en la librería, suficientes para iluminar tenuemente la estancia. Rain se giró entonces hacia Airen y sonrió.

- Gracias por este día – fue todo lo que pudo decir.

- Soy yo el que debería decir eso. – Le acarició la mejilla y le dio un beso suave -. No podría haberlo hecho sin ti – le confesó en voz baja.

Sus miradas decían más de lo que debían en aquel momento. Tras un instante eléctrico, ambos se alejaron casi a la vez del otro, dando un paso hacia atrás.

- Será mejor que me vaya – dijo el comandante.

Airen se acercó hasta la puerta y Rain le acompañó, quedando a escasos pasos de él. Aquel tampoco era un mal final para ese día tan intenso.

- Buenas noches.

- Que descanses – sonrió a medias Rain, agitando la mano en el aire un momento, gesto por el cual de repente se sintió estúpido.

Airen se dio la vuelta y pisó el umbral de la puerta. Entonces, se detuvo. El corazón del peliazul palpitó.

- Rain.

- ¿Sí?

Se giró hacia él. El comandante se apoyó en el quicio de la puerta, de lado. De una forma provocativa que destilaba sensualidad. Rain tragó saliva al verle de esa manera.

- ¿No vas a pedirme que me quede? – le preguntó de repente, ladeando la cabeza con suavidad.

- Eso… eso es decisión tuya, Airen – susurró Rain.

- ¿Entonces puedo entrar? – En su voz había un deseo latente y contenido.

- Sabes que sí. Si es lo que de verdad deseas – atinó a responder en voz baja el librero.

- ¿Y tú? ¿Qué quieres tú? – quiso saber, manteniendo aquel tono que parecía desnudarle con cada palabra -. ¿Me deseas, Rain?

No fue capaz de responder. Solamente, asintió. Y se mordió el labio inferior inconscientemente. La sonrisa de Airen se volvió juguetona y el librero sintió un escalofrío. El comandante volvió a cruzar el umbral de la tienda y le rodeó la cintura con el brazo. Sus labios le asfixiaban en un beso antes de cerrar la puerta a su intimidad con la mano que tenía libre. 

Notas finales:

Publicaré cuanto antes el siguiente porque luego llega Semana Santa y en principio no voy a estar así que procuraré dejaros el siguiente capítulo el martes o el miércoles de la semana que viene. 

Espero que os haya gustado y espero con ansias vuestras opiniones, no veais lo que me han alegrado al volver a retomar el fic ^^ Un beso a tod@s. 

Erza.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).