Primera crisis existencial… en el campo amoroso
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Kanda le demostró —y muy bien— que él jamás —nunca en esta vida, y mucho menos por un tonto conejo— cometería seppuku tras confesarse, ni menos se martirizaría al ser cruelmente rechazado. Es más, por su orgullo exacerbado la vida continuó como siempre.
No hubo cambio alguno en su rutina, Kanda le seguía hablando como siempre, seguía frunciendo el ceño, seguía con los comentarios cortantes, amenazas de muerte, y a veces ambos se quejaban acerca de la asquerosa persona que era Komui Lee. No cambió nada, pero así nada de nada. Fue hasta tal punto la cosa, que Lavi por un momento creyó haber soñado la confesión apresurada e incómoda. Llegó a tal punto su descolocación, que… no le quedó más que verlo y analizar el escenario.
Ese fue un craso error, por cierto.
Pero bueno, intentó ver alguna señal. Una referencia que le mostrara de forma ineludible que su amigo estaba total e irremediablemente enamorado de él. Trabajo que era imposible de lograr para cualquier ser humano.
Hasta en una conversación que tuvo con Bookman —conversación donde usó la carta de: «En el supuesto caso de que le guste a uno de mis amigos, ¿cuál crees que sería?»— no recibió de respuesta más que: «La señorita Lee jamás se interesó en ti. Así que deja de comerte el coco por estupideces». Respuesta que por cierto, le dejó en claro, que Bookman tampoco había podido notar ninguna señal del interés tan bien guardado por Kanda.
Y al sentirse un loco, mentiroso de pacotilla que logró convencerse hasta a sí mismo —y al saber que se ponía verdaderamente tenso cuando se sentía perdido— decidió meter al causante de sus males en su duelo. Sí, fue con Kanda. En la mañana de un domingo… a las cinco de la madrugada.
Y tras pasar el obstáculo de la puerta principal —donde, por cierto, entró cual ladrón…— no tuvo ni el recato de intentar despertarlo a las buenas. Solo se subió a la cama, lo sacudió del hombro, y cuando le vio abrir los ojos, preguntó:
—¿Por qué te gusto?
Kanda pestañeó repetidas veces antes de poder enfocarse en su rostro, y cuando lo hizo de un manotazo lo tiró de la cama. Lavi miserable, cansado, y casi con la certeza de estar loco, volvió a abrir la boca.
—La anterior semana, me dijiste que te gustaba, ¿es cierto?
—A la mierda, ¿cómo entraste?
—Eso no es lo que estaba preguntando.
—Pero eso me importa para que llame a la policía.
—¡Yuu!
Kanda botó un suspiro, entornó los ojos, y se movió incómodo en la cama. Un pie salió fuera de la comodidad de su lecho, y parecía que otra parte de su cuerpo no estaba dispuesta a salir de su rutina habitual que comenzaba dentro de otros treinta minutos.
—Sal de aquí.
—No hasta que respondas mi pregunta.
—¡Sal, o si no te juro que…!
—Pero…
Harto de todo el sinsentido, Kanda salió de su cama, lo levantó del suelo tirando de su bufanda y a malas formas lo arrastró hasta la puerta. Pero siendo que no era ningún idiota, y estando muy consciente del hecho de que si Lavi se decidía por saber, barra, hacer algo, siempre lo lograba —siempre hacía lo que se le antojaba el malnacido— dijo en rápidas y escuetas palabras:
—Tengo malos gustos, así que no sé muy bien por qué. A diferencia de ti yo no miento y… —esto lo dijo a la par que agarraba la perrilla de la puerta—. Más te vale nunca más joder mis mañanas, estúpido conejo.
Tras esas palabras le cerró la puerta en la cara, y Lavi tuvo que pestañear dos veces antes de decidir que esta nueva confesión era más surrealista que la anterior… Pero entre todo había un consuelo.
—No estoy loco —se dijo, mientras deseaba que alguien le diera palmadas en la espalda a signo de felicitación.