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Un minuto más por aries_orion

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¿Han escuchado que a veces realizas actividades en automático?

 

Pues eso le pasó a Daiki, quien se hallaba delante de un muy serio Akashi para después encontrarse en una de las tiendas más importantes de confecciones de trajes. Tuvo que parpadear varias veces para poder ubicarse, cuando su cerebro conectó con su visión casi se desvanece ahí mismo.

 

Examinó su alrededor, varios maniquíes con diferentes posturas mostraban gloriosamente variaciones de trajes, cortes y colores. Sillones colocados estratégicamente por todo el lugar; corbatas, zapatos, calcetas y un sinfín de… ¿esos eran pasadores? Eran cosas que no sabía se utilizaban.

 

Daisuke caminaba junto al presidente, Yuki era cuidado por el chofer y él era observado por un hombre, para su sorpresa, conocía desde hace mucho. Esto ya rayaba en lo absurdo.

 

– ¿Cuánto tiempo señorito Daiki? – El moreno le miró, pero no hubo respuesta, el hombre de pantalones negros, camisa blanca de manga larga arremangada y chaleco le examinó. Una sonrisa pequeña hizo ante el desconcierto del joven, camino al mostrador, regresó extendiéndole un dulce. – Nuevamente un Akashi ha actuado de forma impulsiva ¿eh?

 

Aomine le miró, se metió el dulce a la boca y fue como si le devolvieran la razón.

 

– ¡Seijuro! Pero ¿qué mierdas te pasa? ¿Por qué estamos en la tienda del señor Shida? – La molestia era claramente visible para los presentes, Daisuke se escondió tras las piernas del mayor mientras este le miraba con tal altanería que por un momento el moreno deseó poder aventarle el jarrón que se encontraba a un lado de él.

 

–Cariño, no te enojes, – Las palabras no eran las correctas, menos acompañadas con esa expresión de diversión. – estamos aquí porque los Shida han vestido a un Akashi desde el bisabuelo y son los mejores en su área, además, no puedo dejar que el vicepresidente de Red´s Corp se vista como pordiosero.

 

– ¿Disculpa? – Las manos morenas comenzaban a subir en busca de aquel jarrón. – Yo no me visto como mendigo y, que yo recuerde, no he aceptado ningún puesto de trabajo en tú empresa.

 

–Nuestra empresa, bebe.

 

– ¡Deja de ponerme apodos estúpidos Akashi Seijuro!

 

El agresor camino un par de pasos ante un gatito completamente erizado. – No dejaré de hacerlo, es divertido. – No dejó que Daiki se defendiera. – Te lo repito, Shida te vestirá y no, no puedes pagarme, pero como te conozco se descontará de su salario. ¿Contento?

 

Azul y rojo se enfrentaron en una épica batalla.

 

–Vamos papi, te ves muy bonito con el traje. – El padre sólo refunfuño. – Bueno… ¿papi? Sabías que la palabra salario es derivado de la sal y de origen romano, – Las miradas de todos a su alrededor le observaron atentos a sus palabras. – sí, antes la moneda no existía, por lo que se pagaba con bolsas de sal, que en ese tiempo era más valiosa que el oro pues con ella se podía prolongar la descomposición de la comida, de ello, deriva la palabra salario, por la sal, ¿verdad que es genial?

 

–Es impresionantes cariño. – Daiki le sonrió, el niño se acurrucó mejor en sus brazos y miro mal al idiota delante de él. Lo que daría por poder matarlo. – Sabes que no tengo quien cuide de ellos ¿verdad?

 

La sonrisa en respuesta le crispó los nervios. Sus manos se cernieron contra el pequeño cuerpo entre ellos cual escudo de guerrero. Su vista se clavó en la ventana para nuevamente perderse en su mente, pero con todo su miedo y nerviosismo al punto máximo, otras dos barras comenzaban a subir. Las dudas de igual forma se acumulaban, necesitaba ordenarlas para poder responder las principales, aunque, siendo sinceros, a Daiki le emocionaba desempeñarse, tal vez no en un cargo tan alto y de mucha importancia dentro de una empresa donde dependían demasiadas familias, sólo algo donde pudiera sentirse útil o perder el tiempo.

 

Suspiro.

 

Una pequeña mota de miedo se instaló en su semblante, pues no sabía cómo lo tomaría su esposo o sus hijos, además de no contar con alguien o algún lugar donde dejar a sus pequeños mientras él trabajaba. Oh dios. Ni siquiera sabía lo que haría en aquel puesto porque Akashi no decía o explicaba nada, detestaba esa parte de él, todo misterio y secretos.

 

–Bajemos.

 

Le siguió sin hablar. Ambos niños se encontraban amodorrados. Por donde pasaban se les quedaban viendo, parecía más una alfombra roja que oficinas, escuchaba a medias los cuchicheos. Comenzaba a arrepentirse de tomar el celular esa mañana.

 

La sala de juntas se encontraba llena, las personas presentes eran los encargados de sus áreas. El presidente le presento con su nuevo cargo, al mismo tiempo, le medio explicó cuáles serían sus áreas de supervisión. Al finalizar, le presentó a una señorita pelo castaño, ojos oscuros y piel caramelo, ella sería su secretaria y mano derecha.

 

Al finalizar el día Aomine gritaba por una cerveza o cigarrillo, una ducha y su cama. Había sido un día de locos, no, un día que giró en 380° grados su vida cuando él sólo esperaba por gritos o reclamos de parte de Akashi. El típico tin del elevador le dio paso al piso dos, donde se encontraba una guardería creada para los empleados, una pequeña suma de su sueldo era retenido a cambio de cuidados, comida y educación para sus hijos mientras ellos corrían de un lado al otro resolviendo problemas de trabajo.

 

Yuki movía como un poseso al pobre muñeco y Daisuke hablaba con la profesora quien sorprendida le contestaba. No pudo evitar no sonreír, sus pequeños tendrían compañía y no sólo su presencia.

 

Y sólo por eso, no rechazaba el cargo impuesto por el idiota, del cual no entendía la mitad de lo que efectuaba.

 

*

 

Las once y su casa parecía un arbolito de navidad en pleno verano. Su tranquilidad se iba por frustración. Incontables veces les repetía sobre las luces que no requerían, pero… va. Entraría acostaría su par de sacos muertos y él se metería a la bañera importándole tres cuartos si su esposo se encontraba utilizando la ducha.

 

Sus planes se retrasaron.

 

Apenas puso un pie en la casa, las balas de gritos acribillaron sin consideración sus delicados tímpanos. Daisuke y Yuki casi se despiertan, corrió escaleras arriba, abrió y cerró la puerta de la habitación. Soltó aire. Maniobro con las cosas que cargaba, cayendo todas al suelo sin consideración alguna; el pequeño de la familia fue el primero en ser cambiado y metido a las sábanas. Le siguió Daisuke, más dormido que nada se dejó hacer cual muñeca de trapo.

 

Al salir los gritos seguían, bajo las escaleras, el correr escaleras arriba le parecía una huida digna y demasiado tentadora.

 

– ¿Ya cenaron?

 

Palabras mágicas en ese manicomio.

 

–No.

 

Y también los más crueles en contestar.

 

Se quitó el saco, aflojo la corbata y se remango las mangas, mientras tanto examinó a su familia, Kagami hablando en inglés por teléfono,  Akira ayudando a Ryo con la tarea, Aries en el celular al igual que Atenea. No preguntó. Sacó lo necesario para hacer hamburguesas, pico, unto, frito, sirvió; cuatro veces les llamó para que se dignaran en verle. Aquello era opresivo como horrible. Comió en silencio, la comida era masticada por necesidad, no por gusto.

 

¿Cuándo le había dejado de encontrar el sabor a la comida? ¿Acaso ya no le gustaban las hamburguesas? Su situación caía como piedra sin cuidado por la colina.

 

Detalló a su esposo, al muy maldito los años le favorecián, se veía más apuesto, más joven, sus ojos eran un deleite, su cuerpo una escultura a la masculinidad. Esos labios manchados de kétchup parecían la manzana prohibida. Desvió sus ojos a sus hijos, poco a poco sus cuerpos iban madurando, pero aún poseían pequeñas facciones de niños.

 

Se levantó, tomó el rostro de Kagami con una sola mano y una pequeña explosión de sabores se dieron en su boca, se permitió disfrutar por unos pocos segundos esos labios de miel. Se separó, tomó su pedazo de hamburguesa y subió a su cuarto. En el camino terminó la comida, se desnudó, importándole donde cayeran las prendas, metiéndose a la bañera. El sentir el agua subir poco a poco le relajó, pero no quito el cosquilleo en sus labios. Por esos momentos, el tiempo paró, se relamió con deleite, chupo con cuidado sus propios labios, tratando de que el sabor no desapareciera tan rápido. Prolongar o repetir gritaba su corazón más no se atrevió a ir en busca de más.

 

Los olores a manzanilla y yerbabuena le adormecían como le relajaban, parecía haber terminado una sesión de sexo duro. Sexo. ¿Hace cuánto no tiene relaciones con él? ¿Hace cuánto no se autosatisface? Extrañaba las sensaciones post-orgásmicas, el quedarse sin voz u oídos, su corazón acelerado, su piel sensible ante el más mínimo rose, sus labios hinchados mientras aún seguían siendo atacados por otros en igualdad de condiciones. Añoranza.

 

Aun así… ¿Estaba bien el haber aceptado el puesto? ¿Estaba bien trabajar? ¿Estaba… siendo besado?

 

Como pudo, abrió los ojos, casi se golpea de no ser porque el asaltador le jalo. Parpadeo intentando alejar la modorra después de pegarse lo más que pudo a la pared.

 

¿Qué carajos pasaba?

 

Unas llamas le absorbieron, por instantes su mente se quedó en blanco, no daba crédito a la imagen delante de él y menos dentro de la bañera.

 

–T-t-ta-taiga… ¿Qué- qué haces a…?

 

Su insignificante búsqueda de respuestas fue aplastada por unos labios que minutos atrás había profanado. Confundido se dejó arrastrar, las caricias en su costado le adormecían la razón, su boca era invadida, su cordura se perdía, sus labios eran dañados tan deliciosamente que sin darse cuenta se sostenía del cuello contrario mientras se restregaba cual gato mimoso y necesitado contra la figura del dios que yacía entre sus piernas o ¿él se encontraba entre las contrarias? Lo que fuera. Se sentía tan bien, tan intoxicado, excitado como seducido.

 

Tan pronto llegó, se fue.

 

Al despertar fue nuevamente un fantasma. Un robot que se movía según la programación, no sentía, no respiraba, no… no pasó de ser un algo a una persona.

 

El beso y las caricias fueron visiones de un deseo profundo y olvidado. Amor. Felicidad. Odio.

 

Dejó de pensar, de centrarse en ellos para ocuparse de sus demonios, de las preguntas inquietas por su atención.

 

El tiempo siguió. Preguntó, cometió errores y de ellos aprendió. Leía, comprendía, actuaba, pero el lago comenzaba a conectarse con el mar. Sus risas sólo eran para ese par de niños del demonio, una mezcla de las personas que marcaron su personalidad. El trabajo le trajo algo que hacía mucho tiempo sintió perdido.

 

Abandonó la preparación de desayunos, comidas y cenas. ¿Querían alimento? Tenían dos manos y un cerebro en buenas condiciones, que lo utilizaran para algo que no fuera ese estúpido aparatejo.

 

Los árboles cambiaron su follaje, las flores comenzaron a marchitarse y un pequeño cerebro mostraba su valía.

 

Aomine poco a poco comenzó a redescubrirse, se quedaba mirando su reflejo en su recamara o en la ducha, el agua se llevaba pedacitos de algo putrefacto. Su mente jugaba por momentos con su corazón marchito, pero sus pequeños le golpeaban tan fuerte como un boxeador. Ahí se detenía un momento, observaba su entorno para cambiar de dirección o regresar sobre los mismos pasos.

 

El nuevo Daiki le gustaba, le gustaba su trabajo, le gustaba levantarse para arreglar las cosas de Yuki y revisar las de Daisuke. Arreglarse, pelear por su autoestima, demostrarse que los años en la universidad no fueron en vano o una pérdida de tiempo.

 

Aprendía cosas nuevas, la rutina dejó de ser algo normal en su día a día, pues la vida de la empresa no se lo permitía. Correr a solucionar problemas de producción, escuchar las discusiones entre el marketing y publicidad eran desgastantes, pero entretenidas. El revisar propuestas, balances, nuevos contratos, nuevas alianzas, nuevas aperturas de sedes era desgastantes, frustrante, pero tan malditamente divertido. A veces incluía viajes dentro o fuera del país, pero aquello se lo dejaba al presidente. Después de todo, tenía un par de demonios disfrazados de ángeles que le necesitaban.

 

Se acababa el primer mes de otoño, su vida iba transformándose en algo caótico, por momentos quería aventar todo, tomar a sus niños e irse a su casa a dormir o ver televisión. Cuando su frustración era tal, terminaba gritándole a Seijuro enfrascándose en una pelea absurda, pero relajante, era como si fumaran o comieran marihuana, o se tomarán un té de pasiflora o una pastilla relajante, cuando el que invadía la oficina del otro dejaba la oficina, ambos se encontraban más calmados.

 

¿Quién dijo que dirigir una compañía multinacional era fácil?

 

Sin embargo, una llamada sería su perdición.

 

*

 

¿Cómo había aceptado aquello? La pregunta se repetía como disco rayado en su cabeza, tantas eran sus ganas de regresar que sus piernas, rebeldes, le ignoraban porque la curiosidad era su mayor debilidad. Cuando le daban en ella, da por hecho la presencia de Daiki.

 

Varios edificios en colores pasteles se alzaban majestuosos, los árboles le indicaban el camino. Tantas ganas de girar el volante, la curiosidad debería ser catalogada como una enfermedad.

 

Aparco, tomo su mochila, buscó la oficina del director de la escuela. Porque si, Daiki no pudo negarse ante la petición-súplica desesperada de Imayoshi para que lo sustituyera en la escuela media superior por algunos meses, que probablemente, terminarán en el año escolar completo.

 

El directo de la institución fue amable, le agradeció innumerables veces el que aceptara suplir al profesor y quien sabe que más. Le dieron el cubículo de él, las contraseñas de algunos sistemas, le presentaron con el resto del profesorado y algunos administrativos. Terminó en el salón 3-E, varios le dieron sus condolencias, otros le desearon suerte y de algunos escucho una apuesta.

 

¿Cómo había pasado de vicepresidencia a profesor de bachillerato?

 

El director dio un breve discurso, apenas terminó salió huyendo del aula como si en ella se encontrará la misma peste. Examinó a los chicos, no eran más de veinticinco, más chicos que chicas. Oh bueno, al mal paso darle prisa.

 

–Soy Aomine Daiki, supliré al profesor Imayoshi, les daré casi todas las asignaturas excepto química y matemáticas. – Nadie le prestó atención, todos se encontraban en su mundo. Suspiro, él no tenía madera para ser maestro, entonces, ¿por qué aceptó esto?... Cierto, era un hombre con un corazón de pollo.

 

Prosiguió con lo estipulado en las hojas enviadas por su amigo. Sin embargo, el tiempo pasó y nadie le prestó ni un mísero gramo de atención, excepto la presidenta de clase. El receso llegó. En su oficina se puso a trabajar con algunos asuntos de la empresa, aunque no estuviera allá, seguiría con su puesto, por ende, seguía recibiendo llamadas de Elizabeth, revisaba documentos y de vez en cuando chequeaba los de Imayoshi con las clases. No obstante, algo llamó su atención. Por la ventana pudo distinguir a algunos de sus alumnos siendo hostigados por otros, los chicos apenas podían contener sus ganas de irse a los golpes, las chicas se colocaban detrás de ellos, el número los sobrepasaban.

 

Ahí comprendía. Imayoshi se hacía cargo de los rechazados. No podía creer que aún existiera ese tipo de disciplina en pleno siglo veintiuno. Su mano sostuvo su rostro, una sonrisa un tanto sádica se apoderó de sus labios.

 

 

 

Oh bueno, un destrozado y loco para otros destrozados y quizá locos.

 

Su vida comenzaba a tornarse divertida y un tanto peculiar.

 

 

 

Pero... ¿Qué tanto podrá soportar?

 

Notas finales:

Con este comenzamos a ver en lo que se convertirá la vida de Aomine. ¿Qué harán sus hijos? pero sobre todo, ¿qué actitud tomará Kagami?

Nos vemos en el siguiente. Yanne xD.

 


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