Cada ángel poseía una especie de habitación con su propio estilo personal. La razón por la que la poseían era simplemente por si necesitaban alguna vez estar solos. Cuando un ángel nacía, su habitación lo esperaba vacía sin ninguna decoración, sin embargo, con el pasar de los años, esta se iría llenando de objetos que los ángeles veían en los recuerdos humanos y daban todos sus esfuerzos por crearlos. Por supuesto, había objetos como las armas que estaban completamente prohibidos que si un ángel intentaba crearlo, sería castigado.
La habitación de Kise tenía principalmente muebles simples como una cama o un escritorio con su respectiva silla. Realmente habían muchas cosas que el muchacho deseaba hacer, pero no era capaz de decidirse que sería lo primero.
Suspiró al tirarse a su cama y abrazar a un peluche con forma de un perro que había creado unos meses atrás. Kise lo había visto en los recuerdos de un niño que había muerto en un accidente de tránsito, y no pudo evitar encontrarlo adorable. Algo que realmente le gustaba mucho eran los animales, a pesar de que nunca había tenido la oportunidad de ver uno fuera de los recuerdos humanos.
Sus pensamientos se centraron en Kagami. Hace poco lo había visto conversar y reír junto a otro ángel, con sus plumas blancas como siempre.
—Pareciera que tarde o temprano, todos los que conozco acabaran el en Inframundo…
Realmente era una exageración. De los ángeles que conocía Kise, solo dos acabaron como demonios, siendo el primero Aomine.
Aomine Daiki era un ángel muy peculiar. Tenía su piel oscura y sus ojos azules eran como la noche misma. Sus alas eran grandes y poderosas, de las cuales estaban muy orgulloso. Sobre su personalidad, era alguien un poco holgazán y que solía fanfarronear mucho, de vez en cuando en sus alas podía verse una que otra pluma negra debido a la soberbia que a veces manifestaba. Kise junto a Momoi, vivían criticándole su poca preocupación por el color de sus plumas, pero Aomine simplemente bostezaba.
—Kise, me transformare en demonio por tu culpa —le susurró Aomine al oído un día. Sus alas eran casi negras por completo.
— ¡Yo no tengo nada que ver! ¡Después de todo siempre presumes y duermes en tus turnos! —le criticó el rubio inflando un poco sus mejillas. Aomine simplemente se rio.
—Tienes mucho que ver, no te hagas el inocente.
Después de eso, Kise nunca volvió a ver a Aomine. Gracias a Momoi, pudo enterarse que su querido amigo se había transformado en demonio y que se hallaba en el Inframundo, lugar donde jamás podría salir.
Kise nunca pensó que lo extrañaría tanto. Podía pasarse bastante tiempo recordando todos los momentos que compartieron, hasta el comienzo del turno.
¿Cómo podrían seguir siendo amigos a pesar de la distancia? Las reglas prohibían el tocar la Puerta Infernal, además era imposible que un ángel pudiera entrar ahí.
De repente apareció la imagen del pequeño agujero de la Puerta Infernal dentro de la cabeza de Kise. Quizás podría hacerle llegar una carta a Aomine, como las que enviaban los humanos para comunicarse con sus seres queridos que se hallaban lejos.
—Aunque… ¿Cómo Aominecchi me respondería? Bueno no importa, él de seguro que se las arreglará —comentó el ángel rubio para sí. Sin dudarlo, se levantó de la cama. Necesitaría papel, lápices, un sobre y varias cosas más que se le venían a la mente. Era la primera vez que Kise escribía una carta además, por lo que no podía contener las ansías.
Tres plumas se tiñeron de negro.