Desperté asustado y busqué desesperado a Brook, aún dormía. Todo estaba a oscuras, habían apagado las luces, debía ser muy tarde.
Me levanté para estirarme un poco pero antes de poder soltar su mano sentí como apretaba la mía con fuerza.
-¿Gerard? – habló Brook con voz ronca. Me senté de nuevo y le miré preocupado.
-Aquí estoy – no sabía qué más podía decir, sabía lo que quería decir pero no creí que fuera el momento oportuno.
-Lo siento – después de un corto silencio únicamente dijo eso. Lo atraje hacia mí para abrazarlo. Estaba tan aliviado de verlo bien de nuevo, de escucharlo y sentir su abrazo y calidez.
-Está bien, ya hablaremos después, descansa – traté de sonar tranquilizador pero hasta yo noté un poco de ansiedad en mi voz, no había nada que quisiera más en ese momento que escuchar una explicación de lo sucedido pero el sentido común me decía que no era el mejor momento de hacer preguntas como esas.
Brook no dijo nada más, debía de estar muy cansado ya que no duró ni cinco minutos despierto y se volvió a dormir. Yo también me sentía agotado, salí un momento al pasillo para despejarme y desperezarme un poco. Me recargué en la pared y miré el techo, me dejé llevar por las luces oscilantes. Perdí la noción del tiempo y al reaccionar entré de nuevo a la habitación de Brook.
Lo moví ligeramente para poder acostarme junto a él, se removió un poco pero no se despertó. Lo abracé y pensando en las cosas que habían estado pasando; lo mal que había estado esos días sin Brook y sobre todo en lo que haría a partir de ese momento, me quedé dormido.
Al día siguiente Brook fue dado de alta bajo la condición de mantenerlo observado. Lo llevé a su apartamento. Me quedé junto a él durante un par de días, ninguno de los dos había mencionado lo ocurrido, pero yo aún necesitaba saber qué demonios había pasado por su mente para hacer lo que hizo.
Al segundo día de haber salido del hospital Fabricia tocó a la puerta de Brook, abrí y al verla inmediatamente le cerré la puerta en la cara. No tenía ninguna intención de dejarla pasar o si quiera dirigirle la palabra, ya me encargaría de ella después.
Luego de esos dos días creí que había pasado un tiempo adecuado, así que esa noche después de la cena me animé a preguntarle.
-Brook – él levantó la vista de su plato para mirarme. - ¿Qué fue lo que pasó? – Me entendió perfectamente, tragó el último bocado, tomó un poco de agua y me miró impasible.
-¿Tenemos que hablar de eso? – asentí reprimiendo las ganas de gritarle que no tenía idea de lo preocupado que estaba y el miedo que me había hecho sentir. – Te vas a molestar… mucho – dijo con una mirada seria – Te lo diré si prometes que no te exaltarás – pronunció cada palabra con precaución.
- ¿Qué está pasando? – pregunté, el que dijera que no me exaltara sólo había ocasionado que comenzara a hacerlo.
Suspiró resignado.
-Tuve miedo ¿ya? Eres lo único que tengo, lo único que vale la pena en mi patética vida, si te perdiera yo no… yo no tendría el valor de seguir viviendo…
- ¿Y quién ha dicho que me perderás? – apoyé los codos sobre la mesa con las manos entrelazadas y apoye mi cabeza en ellas.
-Escucha… han pasado muchas cosas, tú no me decías nada y yo quería saber lo que estaba pasando entre Fabricia y tú, es verdad que quería…
-¿Esto es obra de Fabricia? – Reí amargamente – ella te metió ideas en la cabeza ¿Verdad? – Él no respondió, lo que confirmó mi sospecha, me levanté irritado provocando un fuerte chirrido de la silla al correrse. Comencé a tallar el largo mi nariz con el dedo medio, era un gesto que hacía sin pensar cuando me molestaba en serio.
-Te dije que no confiaras en ella, que no la escucharas. – traté de calmarme para no desquitarme con Brook.
-Sí, pero no me dijiste por qué…- replicó herido – pensé que no confiabas en mí – bajó la mirada tristemente.
-No se trataba de confianza – contesté entre dientes – no es que no quisiera contártelo, es que no podía hacerlo. Fue doloroso para mí todo lo que sucedió en ese tiempo y recordarlo aún me pone mal, por eso no te lo conté, pero Brook, créeme que yo no confío en nadie más que en ti, y te lo he demostrado desde el primer momento en que te conocí – Me miró y casi pude ver que recordaba cómo lo había dejado solo en mi casa cuando a duras penas sabía su nombre.
Su mirada se cargó de pena y arrepentimiento.
-Dios, Gerard, lo siento tanto – se paró y se acercó a mí – no tenía ni idea de que fuera de esa forma, debí creerte sin importar qué, perdóname – me abrazó tímido, le devolví el abrazo.
-Tan sólo prométeme que no volverás a hacer una estupidez de estas – articulé con la cara en su hombro, había crecido mucho desde que lo conocí, ya casi alcanzaba mi metro ochenta.
-Te lo prometo Gerard, te amo – declaró alejándose un poco para después depositar un tierno y dulce beso en mis labios.