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Problemas de clase por 1827kratSN

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Kyoya no tenía intenciones de esperar a que algo pasara, él bien sabía que tenía que luchar para sobrevivir y por eso, con Tsuna y su hijo en brazos, se abrió paso entre los pasillos infestados de herbívoros sin importancia. Algunos lo veían con curiosidad pues lo reconocían, mas, se cuestionaban el hecho de que usara el uniforme destinado para los prisioneros; otros lo atacaron a la primera, aunque no fueron efectivos porque Kyoya era superior a ellos. Cuando no podía defenderse con la fuerza física de sus piernas, dejaba un momento a Tsuna en el suelo y peleaba con lo que podía. No gastaba tiempo, sólo hacía lo que debía hacer en el tiempo más corto posible. Era alguien de prioridades y en ese momento salvar la vida de Tsuna era lo más importante.

 

 

Mi pequeño cielo —hablaba en su idioma animal para que sólo su hijito entendiera— escucha a mamma por unos instantes —estaba cansado, aliviado y sus fuerzas menguaban debido a las múltiples heridas acumuladas desde que llegó a ese lugar.

Tengo sueño, mamma —mencionaba antes de frotarse uno de sus ojitos para quitar las últimas lágrimas que no salieron— peo resistiré —sonreía contento, como siempre estaría cuando su padre necesitara

Tienes poco más de dos añitos —sonreía emocionado por ese hecho, olvidándose de lo que pasaba a su alrededor y centrándose en el pequeño de mirada curiosa que le ponía atención—, perdona por no llevarte con pappa antes

—Pappa se enfada

—Lo sé —rió suavemente por la seguridad con la que su niño hablaba—, pero no importa, así es pappa… Ahora escucha, ¿sí? —lo vio asentir y siguió— Hay cositas que debes recordar de ahora en adelante, cosas que jamás de los jamases debes olvidar ni dejar de lado

—¿Qué coshas?

—El carbón —habló divertido porque esos raros apodos fueron dados por Coel mientras este aprendía a hablar la lengua humana italiana

Hermana —sonrió elevando sus manitas— I-pin es el carbón

—Cierto… como la muñequita que te hice hace tiempo… Carbón —tuvo suficiente tiempo para explicarle muchas cosas a Sora, el pequeño inteligente que captaba todo con rapidez a pesar de su corta edad—. También está el amor del carbón —rió

Hermanita… Ai, la bonita

—La que toma tu mano desde que eras muy pequeñito —ignoraba el ruido cercano, tampoco le importaba mucho cuando Hibari lo tomaba en brazos de nuevo y se encaminaban a otra parte. Tsuna tenía que dejarle en claro a Sora los lazos sanguíneos más importantes que tenía en ese mundo.

—Arcoidis también —sonrió elevando sus manosy moviéndolas de un lado a otro como si dibujara un semicírculo en el aire—, el de colores —Sora se aferraba al pecho de su padre, ignoraba la mancha que poco a poco ganaba color y tamaño

—Quien sabe dormir mucho, Niji —acarició la mejilla de su niño, le limpió las lágrimas secas, memorizó ese brillo azulado que esos ojitos mostraban— y quien siempre es animado y cuidado por el café más dulce que existe

Coel… hermano mayoshsonrió cuando su padre afirmó con la cabeza

—¿Recuerdas a alguien más? —besó la manito de Sora, aspiró el leve rastro dulce que caracterizaba a su niño

—Yume… los sueños… y a pappa… la noche —rio suavemente cuando su padre le hizo cosquillas en la pancita

—Muy bien… mi pequeño y eterno cielo... Recuerda bien eso porque esa información te será de gran ayuda en tu vida.

 

 

El dolor no existe cuando tu alma abandona tu cuerpo, ¿podría ser eso posible? En eso pensaba Tsuna mientras miraba a Sora sonreír y aferrarse a su pecho. A él le dolía el cuerpo, sentía sus energías desaparecer y cierto calor extenderse por su pierna derecha y su tórax debido a las heridas que seguramente no eran tan graves como para matarlo rápidamente, pero todo eso le gustaba porque se sentía aliviado y vivo. Sus esfuerzos rindieron frutos, su hijo estaba con él.

Sonreía entre lágrimas porque había cumplido una pequeña parte de un juramento personal, pero también se sentía desdichado porque dejaría atrás muchas cosas hermosas que creó en poco tiempo. Era contradictorio, pero así se sentía. Tal vez por eso comenzó a cantar en susurros para que su hijo se calmara y tal vez se durmiera mientras él seguía meditando

 

 

Nana bobò nana bobò
tuti i bambini dorme e Sora no
nana bobò nana bobò
tuti i bambini dorme e Ai no

 

 

Una canción en italiano que le traía maravillosos recuerdos a él y a Sora porque era un símbolo de paz y cariño familiar. Era una melodía que estaba ligada a muchas emociones y situaciones, de modo que provocaba que de vez en cuando Sora preguntase por la pequeña niña que siempre dormía junto a él cuando era un bebé y a la que no podía ver desde hace mucho tiempo. Tsuna quería creer que Ai también preguntaba esas cosas, que no se olvidó de las dos personas que, de un día a otro, se tuvieron que marchar. Tantas cosas que explicar, tan poco tiempo para actuar.


Dormi dormi dormi per un ano
la sanità a to padre poi guadagno
e dormi dormi dormi bambin de cuna
to mama no la gh'è la aśé andà via
la śé andà via la śé andà Sant'Ana
la śé andà a prendar l'aqua ni la funtana
e la funtana non è minga mia
la śé de i predi de Santa Lucia
nana bambin nana bambin

 

 

Mientras Hibari los sacaba de los niveles inferiores, Tsuna disfrutaba de un tiempo de plática con su niño, en realidad cada una de sus personalidades tenía algo que decir. Sin la necesidad de correr para escapar de ese desastroso averno, podía darse el lujo de hablar con calma, respirar suavemente y cambiar cuantas veces se le diera la gana. Así de fácil debió ser todo desde el inicio, pero claro, nada que valga la pena es tan sencillo.

Tsu-Tsu tomó el primer turno en esa enredada oratoria, detalló algunas cosas claves para la vida de un clase A, le deseó buena vida a su pequeño y finalmente le pidió que jamás lo olvidara. Fifi fue el segundo quien con dulce tono y palabras amables incentivaba a su hijo para que fuese fuerte, calculador, amoroso y jamás olvidara su origen. Dos despedidas sin apuro porque era hora de descansar y ellos ya terminaron sus asuntos pendientes. Le dejaron vía libre al último de ellos para que hablara cuanto desease en el tiempo que les quedaba.

Estaba resignado y había un buen motivo para ello… tal vez porque la muerte tiene un aroma agrio que asemeja a una fruta que va perdiendo su buen sabor.



E dormi dormi più di una contèsa
to mama la regina
to pare 'l conte
to mare la regina de la tera
to pare il conte de la aprimavera.

 

 

—Me ayuda —de cierta forma era cruel que le dejaran el trabajo final. Tsuna sonrió divertido mientras besaba la frentecita de su adormilado hijo quien suspiraba al sentir las caricias en su espalda. Sus brazos acogían ese pequeño cuerpo a la vez que dejaba que lo cargaran como una inútil princesa humana. Ironías de la vida

—Cállate —masculló Hibari entre jadeos por el esfuerzo mientras diferenciaba que ya sólo le faltaba una sección a cruzar para llegar a la salida—. No estás en condiciones… de hablar

—Estoy herido… y moriré pronto. ¿Por qué callarme entonces? —sonreía mientras peinaba los cabellos de Sora con el cuidado innato en un padre

—Un clase A no moriría así de fácil. Esas heridas no te matarán porque sigues respirando y tu corazón continúa latiendo —repetía la información que por años le implantaron por medio de esa manipulación militar. Lo hacía de forma automática porque la tomaba como una verdad innegable en su vida. Era parte de ese desfigurado sistema, pero quería salir de él.

—Kyoya —susurró mientras miraba a su hijo sonreír al abrir sus ojitos unos segundos para verificar que su padre siguiera ahí— siempre… me gustó… sus ojos… —acarició la mejilla de Sora— son como los tuyos —jadeó un par de veces, luego sólo aguantó el aire porque sintió un dolor extraño recorrer sus pulmones. Decidió sincerarse porque en sus últimos momentos podía hacer lo que se le diera la gana

—Maldición

 

 

Kyoya se detuvo al sentir el temblor en el cuerpo que cargaba, lo observó un momento también y maldijo internamente porque esa palidez no era buena señal. Las mejillas estaban tornándose amarillentas, perdiendo color, los ojos cristalinos estaban entrecerrados, la respiración lenta, el calor que desprendía se iba apagando. Tsuna no estaba bien. Giró levemente y se dio cuenta de algo que pasó por alto debido a su desesperación por salir de ahí: había dejado un rastro. Decenas de gotitas formaban un camino entrecortado por sobre los pasos que hace poco dejó, un mal augurio que por un descuido despreció.

Kyoya estaba seguro de que esa sangre no era suya porque no se había herido de gravedad, entonces sólo quedaba una opción: Tsuna. Tomó aire antes de remover un poco el cuerpo en sus brazos, deslizó una de sus manos hasta la media espalda del castaño y lo notó, humedad que prontamente inundaba su palma. La sangre que dejaba atrás era la de Tsunayoshi. Sólo ahí supo que no había cosa más que hacer… lo único que le quedaba era salir pronto del lugar y buscar algo con lo que improvisadamente pudiese detener ese sangrado para alcanzar a llegar a un hospital

Eran sueños y planes absurdos, pero en ese momento no se razonaba la vialidad de aquello.

 

 

—Maldición —apretó los dientes, acomodó nuevamente al castaño en sus brazos… y siguió caminando, pero esta vez más calmado porque debía prepararse. Salir de ese edificio significaría entrar a otro infierno en donde la muerte estaba a cada paso

—No pasa nada… descanse un poco, Hibari-san

—Hum… —era verdad, necesitaba descanso, sus piernas temblaban pidiendo aquello. No tuvo opción, debía darse un respiro, sólo por eso entró a una habitación vacía y se sentó en el suelo con el castaño y su hijo sobre su regazo

—Mi pequeño… cielo —Tsuna ya no sentía dolor, después de aquella punzada, todo se disolvió. Estaba feliz, sonriendo, sintiendo como la mano del azabache que intentaba salvarlo se unía a la suya en un cálido toque— Sora —susurró quedito sintiendo sus párpados pesar porque estaba demasiado cansado

—Basta de hablar —Kyoya verificó la temperatura ajena, chistó al sentir la frialdad de esa mano—. Seguiremos. No puedo perder tiempo —pero antes de que pudiera levantarse sintió un pequeño jalón en su camisa que le obligó a mirar al castaño

—Piedad… —su hijito dormía en su pecho, de esa forma era mejor. Miró a su carcelero a los ojos y rogó, no lo haría por él… sino por Sora—. Piedad por este sentimiento unilateral —sus ojos se cristalizaron y se centró en el azabache que de vez en vez también lo miraba— ni siquiera sé si… si es correcto

—Guarda silencio —no quería escuchar, no estaba dispuesto a hacerlo. Se levantó de un solo movimiento y empezó de nuevo su travesía con paso acelerado

—Piedad… por mi hijo… por mi familia… —sus labios temblaron, su voz se quebró. Estaba consciente de que su vida se extinguía y de esa manera no podría velar por quienes lo necesitaban—. Piedad por favor

—Lo cuidaré —Kyoya susurró soltando su aire contenido mientras veía al castaño mover la mano hasta colocarla en la mejilla de Sora que sonreía entre sueños y trataba de mantenerlo tranquilo—. Lo haré —apretó el agarre en las piernas y brazos de Tsuna pues nunca se había sentido tan impotente como en ese instante

—Kyoya —susurraba ya sin aliento, pero forzándose a quedarse en ese mundo terrenal— fueron dos… —lo pensó un rato y concluyó en que Kyoya debía saber aquello—. Fueron dos —ese lobo era el padre de sus primeros hijos, era justo que le informara de su niña pequeña también

—¿De qué hablas? —no lo miró, intentaba distinguir si había algún enemigo u obstáculo que superar para salir de ahí.

—Mi pequeño cielo… —Tsuna sollozó quedito antes de tragar grueso, saboreando a la vez la sangre que se desprendía de algún lugar dentro de su boca— y mi pequeña “amor” —hipó con desespero al rememorar esa carita rosada que dormía en una cuna cálida junto con Sora— la tuve… y la dejé atrás

—… —fue un shock el que lo hizo detenerse pues procesó esas palabras tan rápido como su cerebro se lo permitió— Fueron gemelos —afirmó antes de quedarse mirando al castaño. Ya no caminaba… sólo razonaba—. ¿Cómo…?

—Mi pequeño cielo es un clase A como yo —sonrió besando al bebito que reposaba en su pecho y escuchando un ruidito que daba a denotar que se despertó— igual a mí —intentó sonreír cuando su niño lo miró, pero no lo pudo hacer

—Una niña también… nació junto con Sora —Kyoya apretó los labios sin saber si sentir rabia o preocupación

—Mi Sora —ronroneó cariñosamente antes de sentir los pequeños besos mariposa que su hijo le daba en la quijada— y mi pequeña Ai… una humana —correspondió al gesto de su cielo, sollozó aliviado por revelar el oscuro secreto que lo atormentaba. Se tocó la casi imperceptible cicatriz de su vientre que daba muestras de que trajo al mundo a sus pequeños y que era parte de sus más grandes milagros.   

—Imposible… —Kyoya enfureció porque se sintió engañado, traicionado—. Ni siquiera tienes forma de saber si era humana

—Es una híbrida —sollozó cuando su hijito le susurró: «papi, ¿está bien?»—, mitad leona… mitad loba… Una combinación entre usted y yo, pero que no mutó como debería

—¡¿Qué pasó con ella?! —agitó el cuerpo que llevaba a cuestas, lo miró con seriedad, exigiendo una respuesta clara

—Nació humana porque nació enferma —cerró los ojos y abrazó a su niño para que no lo mirara

—Un clase A nunca nace enfermo, su especie nace sana físicamente… entonces…

—Escapar de los carceleros me afectó, supongo. Casi los pierdo en dos ocasiones —Tsuna lagrimeó mientras miraba los cabellos negros en la cabecita de Sora— y… mi pequeña… mi niña se llevó la peor parte. Nació con sus pulmones débiles, con su cuerpo pequeño… mi niña nació mal porque yo no podía reposar. Fue mi culpa —esa realidad le carcomía el alma desde que se enteró de la enfermedad de su niña. No fue difícil deducir que él era el causante de los males de su pequeña hija. Dolía cada día más… era la más clara muestra de que fue y siempre sería un pésimo padre.

—No es tu culpa —afirmó soportando las emociones negativas y centrándose en el dolor que reflejaba el castaño. Un dolor que él compartió de cierta forma, porque… no sabía exactamente porqué

—Ella era humana, lo sabíamos, todos… —sorbió su nariz y tragó duro para cortar sus sollozos y así poder terminar su explicación— la dejé con una familia humana para que la cuidaran y aun así nunca dejé de ir a verla. Cuando me atraparon, yo cargaba a Sora en brazos y me encaminaba en secreto a un hospital para visitarla

—Hum… —hizo memoria de los informes que escudriñó—. La zona en la que fuiste capturado era una poblada, era la central a una ciudad

—Una ciudad llena de hospitales —su voz se quebró una vez más y sus lágrimas se derramaron con abundancia—. Ella necesitaba cuidados especiales que en mi manada no podríamos dar

—¡¿Por qué demonios no me dijiste antes?! —gruñó incluso asustando a su hijo

—Piedad… tenga piedad de mi hija, de nuestra hija —sollozó al sentir una punzada en su pecho, una demasiado fuerte, una que creyó no volver a sentir.

—¡Demonios! —los pasos de Kyoya se volvieron frenéticos cuando de los labios temblorosos de Tsuna brotó un hilillo se sangre… era un aviso, una alerta

—Por favor… piedad para… mi pequeña Ai

—¡Debiste decírmelo! ¡Maldita sea! —Tsuna se moría en sus brazos. Eso no debería estar pasando

Mamma… ¿qué pasa?

—Usted no me mostraba algún tipo de bondad. Usted no me daba confianza y mi hija estaba frágil… aún lo está, siempre lo estará —acarició las mejillas de su hijo, le besó la frente, intentó que se quedara pegado a su pecho para que no viera el pésimo estado al que estaba llegando—. Yo creo que esa familia aun la cuida, estoy casi seguro de ello

—Nombres —gruñó bajito— ¡Dame sus nombres!

—Falsos… —tosió levemente, sintió arder su garganta y doler su tórax—. El hospital era el tercero más grande de… esa ciudad… el de especialidades cardiacas —sollozó por la desesperación de no terminar de dar los detalles—. Por dios… quiero confiar en ti

—No te despidas, maldita sea

—Por favor… por favor… encuéntrela… —una de sus manos se aferró a la camisa ajena, su respiración se agitó de repente—. Encuentre a… a… Ai

—La hallaré —masculló Hibari entre dientes mientras se metía a un pasillo despejado y evitaba a los soldados que corrían y peleaban en esa sección

—Gra… cias —suspiraba mientras lloraba porque las memorias volvían y en todas estaban sus hijos—. Gra… cias

—¡No te mueras! —exigió en voz alta, pero lo escuchó soltar un gemido de dolor y aflojar el agarre en Sora— No lo hagas —Kyoya tuvo que detenerse de improvisto y sentarse para que su hijo no cayera al suelo. Lo hizo a tiempo porque Tsuna volvió a toser roncamente

—Las heridas… las combato… pero no puedo recuperar mi sangre perdida —Tsuna sonrió con amargura porque su bebé pareció entender el dolor que azotaba su ser y su carita adquirió una expresión de profunda preocupación. Sonrió para Sora, lo hizo para que su niño sonriera también porque quería recordarlo de esa forma… pero…

Mamma… no te mueras —dolió escuchar eso, dolió más no poder mentirle y decirle que estaba bien… porque no lo estaba

Tranquilo… mi cielito —pero no pudo decir más porque volvió a toser, pero esta vez derramando la sangre que de algún lugar de su cuerpo emanaba. Jadeó, intentó tomar todo el aire posible, pero no podía…. Podría ser un ser con superioridad genética, pero era mortal

—Tsuna mírame

—Ugh… ah… —dolía, quemaba, se estaba asfixiando, hasta parecía que la vida misma lo estaba castigando por cada alma que consumió

—Papi… papi —Sora se aferraba al pecho del castaño, se desesperaba porque no recibía respuesta— No te mueras —era una súplica porque de una u otra forma a tan corta edad sabía lo que significaba que alguien pereciera

—Sora… yo… —jadeó y sujetó fuertemente la mano del azabache mayor— Kyo… ya… yo… —sentía que se ahogaba y aspiraba pesadamente por entre sus labios separados. Estaba muriendo, lo sabía, pero no quería aceptarlo… quería vivir un poco más… sólo un poco… lo suficiente como para ver a sus hijos juntos

—Herbívoro —con uno de sus brazos sujetó a Sora quien empezaba a quejarse bajito y con el otro apegó el cuerpo menudo de Tsuna a su pecho— Yo te amo —susurró en el oído del castaño sintiendo su garganta cerrarse, doler, impedirle decir alguna otra cosa más. Le nació decir eso en el peor momento posible, uno en donde no razonaba con brevedad— ¿entiendes? —susurró bajito y admiró como una leve sonrisa se formaba en esos labios secos

Mamma —Sora suplicó atención, trepó velozmente por el pecho ajeno, miró a su padre castaño mientras derramaba sus primeras lágrimas— mamma… te quieyo —gimoteó desesperadamente— ¡Mamma! ¡No te mue… as! —incluso sujetó la mano de Tsuna y por la desesperación la mordió

—Tsunayoshi

—Yo… ta… a… —susurró lanzando un leve ronroneo mientras, con sus últimas fuerzas, acariciaba la mejilla de su pequeñito— te amo —pudo pronunciar eso mientras miraba a su hijo, a su preciado regalo

¡Ma… mamma! —sollozó desesperado porque vio las lágrimas descender por las mejillas de Tsuna— papi

 

 

Tsuna permaneció unos segundos más intentando adquirir aire para sus pulmones, dando suspiros ahogados, admirando a su pequeño cielo, pero no pudo más. Sus párpados se cerraron lentamente, su iris se perdió de vista, sus últimas lágrimas bajaron por los bordes de su rostro. Exhaló su aliento mientras deslizaba sus dedos por la mejilla de su hijo, descendía con calma, memorizaba la última imagen antes de ceder al descanso que su cuerpo pedía. Sus ojos se cerraron casi totalmente, su cuerpo perdió fuerza y cayó sin remedio, pero Sora aun sostenía su dedo y Kyoya sostuvo esa mano para que no cayera bruscamente y permaneciera un momento más junto a la mejilla de su hijo.

Hibari sostenía el brazo inerte de Tsuna porque Sora insistía en llamar a su padre y lo sujetaba con fuerza. Dejó que su pequeño hijo siguiese apreciando el último calor emanado por los dedos del castaño, de esa forma él también tuvo tiempo de procesar aquello

Había perdido. Su esfuerzo había sido inútil. Él se le escapó de las manos.

 

 

—Maldición —susurró soltando su aire contenido, una lágrima traicionera se derramaba por su mejilla—. Maldición —seguía mascullando entre dientes debido a la indignación— ¡Maldición! —sólo allí se dio el lujo de apartar a Sora a pesar de que este pataleó para no hacerle la tarea fácil. Con su mano libre quitó la tela que cubría una de las manchas rojas que Tsuna tenía… y la vio… la herida de bala… muy cerca del corazón. Tsuna había aguantado bastante, lo suficiente para despedirse de Sora y revelar el secreto sobre Ai. Kyoya sabía que ese herbívoro soportó ese tiempo por mera fuerza de voluntad

 

 

Hibari quiso gritar, quiso maldecir al mundo entero, quiso hacer de todo, pero no pudo porque veía a su pequeño patalear mientras movía sus manitos tratando de agarrar los cabellos de Tsuna para insistir en que éste debía despertar nuevamente. Sora estaba empecinado en volver a ver la sonrisa de su padre, en ser abrazado y besado con devoción, era razonable porque apenas era un niño. Lloraba, gritaba, repetía “papi” insistentemente y era horrendo. A esa edad un niño debería ignorar lo que pasaba cuando el corazón de una persona dejaba de latir, debía estar alejado de la realidad, pero no… su hijo sabía perfectamente lo que pasaba.

Le importaba poco lo que sucediera en ese momento en esa estúpida central, le importaba poco si todos se morían en ese mismo instante, le importaba una mierda el saber qué bando iba ganando la ruidosa batalla. En ese punto él sólo quería despedirse, quería unos minutos, quería un pequeño tiempo, quería… que Sora dejase de sufrir.

Despreciable momento, despreciable existencia. Miserable la vida que decidió vivir. Tardías las palabras que pronunció sin pensar.

Kyoya no se quedó allí, no podía porque aún no terminaba su misión, su hijo aún no estaba a salvo. Suspiró con cansancio cuando se levantó tras acomodar a Tsuna en ese suelo frío y sin chiste, masculló maldiciones entre dientes porque el llanto de Sora cada vez se hacía más fuerte. Pero no podía hacer nada para aliviar a la única existencia que quería salvar, tampoco podía llevarse el cuerpo del castaño porque sería sólo peso extra que le quitaría efectividad.

Razonaba como cualquier estratega, escogía la mejor opción.

Se arrodilló ante el cuerpo que reposaba para seguir con su descanso eterno, lo acomodó con cuidado para que pareciese dormido, se aseguró de cerrarle los ojos por completo y cargó a su hijo en brazos. Sora exigía que lo soltasen, manoteaba y pataleaba mientras derramaba abundantes lágrimas y emitía sollozos entrecortados por los hipidos, daba pena verlo así. Kyoya apretó a su hijo en brazos para que dejase de moverse, lo sostuvo así para inclinarse y depositar un último beso seco en los labios amoratados de Tsuna, hizo que Sora mirara una vez más al castaño y, sin más, se alejó.

Acunó al pequeño que lloraba sin descanso ni medida cuando empezaron a alejarse del cuerpo de su padre y emprendió camino fuera de ese maldito lugar. No podía quedarse allí por más tiempo porque debía liberar a su hijo de aquel destino miserable. No quería que su sangre siguiese viviendo en medio de ese nauseabundo sistema, ni siquiera él quería seguir ahí. Le daría una vida digna a Sora, así tuviera que dar su propia vida para ello. Encontraría a su hija y la cuidaría tal como haría con su “cielo”, la libraría de la desdicha de esa raza. Lo juraba.   

 

 

Pérdidas sin victoria…

 

 

—¿Le sucede algo, Reborn-sama? —Nagi caminaba junto a su líder tras destrozar todo el sistema de control de la central. Se había divertido mucho en esa tarea, su líder también, pero en ese momento su expresión no era de dicha

—Sí —pronunció sin ganas, sin siquiera mirar a la chiquilla que le servía de compañía silenciosa

—¿Está preocupado?

—No —mentía. Una opresión en el pecho no lo dejaba en paz desde hace un rato, incluso su cuerpo sentía un escalofrío desagradable… pero era un líder y no debía distraerse— ¿aseguraste el perímetro?

—Como usted ordenó —no dijo más, sabía que era innecesario. Ya después sabría qué ocurría en la cabeza de su líder

 

 

Llegaron a ese punto después de meses. No. Años de planeación. Reborn organizó esa guerra desde hace demasiado tiempo, incluso antes de que se entregara a la armada para buscar a Tsuna entre las celdas, no lo hizo solo, Verde estuvo ahí para colaborar en cada paso. Ese maldito científico era la mente maestra de todo pues antes de su huida de la central se llevó consigo los diversos datos reunidos sobre los clase A, su origen y evolución. Ahí empezó todo.

Reborn quería que su especie fuera la dominante en ese mundo, Verde quería justicia e igualdad, semejanzas y diferencias entre esos pensamientos, pero finalizaron en aquello: en la manipulación del gen mutado para de poco en poco expandir su raza a través de los humanos que sólo servían de incubadoras. No fue una casualidad que la cantidad de jovencitos que reunieron para su bando fuera casi ridícula. Tampoco fue coincidencia que Verde creara una vacuna para mantener la mente del clase A centrada por largo tiempo, mucho menos fue el hecho de incentivar el aprendizaje sobre armas y estrategias militares con Byakuran.

Todo fue un plan bien trazado y ejecutado con paciencia. Y culminó en eso. Una masacre total, destrucción de todo lo que generaba dolor en su gente, rescate de su familia. Una guerra en donde el único objetivo era el exterminio del enemigo.

Las cosas terminaban. La masacre finalizaba con pérdidas en ambos bandos, pero siendo mayor por parte de la armada como era de suponerse. Las cosas se volvían de tono pastel porque había triunfo y derrota a la vez. Yamamoto recogía a todos los que faltaban por salir. Mukuro asesinaba a los últimos sobrevivientes enemigos. Gritaban por una victoria, revivían a los suyos, se reunían en la puerta para cargar con los heridos menores, acercaban su transporte hacia la libertad. No se detenían a ver a los muertos porque no podían llevarse nada de peso extra. Ya destrozaron investigaciones, información, tecnología, vaciaron las jaulas… cumplieron con el objetivo principal y seguramente en todas las centrales similares a esa pasó lo mismo, Byakuran lo prometió y era hombre de palabra.

Reborn salía con calma verificando que nadie se quedara atrás, agudizaba sus sentidos y reconocía un sonido extraño a lo lejos. Ya los últimos miembros salían de esos edificios y del rango perteneciente a la armada, pero faltaba una persona importante. El azabache suspiraba profundamente porque presentía que algo no salió bien y lo certificó cuando aquel hombre de cabello negro salió del edificio más importante sólo sosteniendo a un bebé que lloraba con desesperación.

Ahí lo supo… ahí su pecho dolió.

Se miraron unos instantes, fijamente, ignorando lo que había a su alrededor. Azul metálico, negro abismal, dos personas que en ese momento parecían semejantes. Pero no duró mucho porque Hibari no era un clase A y por ende fue considerado una amenaza latente. Cinco clases A lo rodearon de inmediato, Kyoya se aferró a su niño y lo ocultó en su pecho, se preparó para la batalla… pero alguien habló antes de que el ataque se diera. Reborn lanzó un rugido largo, miró a algunos cercanos y el movimiento que siguió fue más preciso y menos violento.

 

 

—Súbete a un camión —ordenó Reborn sin mirarlo, ocultando su dolor con facilidad dada por las innumerables tragedias que en su larga vida enfrentó

—No necesito tu ayuda —masculló Hibari sin pensarlo, retrocediendo ante la mirada de sus enemigos

—¡Súbete dije! —sus ojos ónix destellaban sed de sangre, sus dientes apretados chirriaban al mínimo movimiento, sus puños listos para dar muerte al que lo incentivara— ¡No estás en posición de negarte!... ¡Obedece!

—Me iré en cuanto pueda, herbívoro —era verdad que no podría negarse, no cuando le superaban en número… pero no quería a su hijo involucrado con esos asesinos

—No pasará… y menos si tienes a MI hijo en tus manos —Reborn hizo una seña dirigida hacia su gente, cerró los ojos, evitó mirar a ese tipo por unos momentos… debía resistir

—No confío en ustedes —masculló cuando quisieron quitarle a Sora y él retrocedió—. No dejaré que me alejen de mi hijo

—Apúrate —masculló uno de los clase A apuntando al camión de la izquierda— ¡Ahora!

—Largo… me iré por mi propio rumbo

—¿Vivirás tu vida sin ayuda? —Reborn rio con diversión mientras miraba por última vez la salida de ese edificio lejano— ¿Con un clase A a tu cargo?

—Es mi hijo. Lleva mi sangre, no la tuya

—Y también es el hijo de Tsuna —mencionó antes de cerrar sus ojos y dar media vuelta— Haz lo que se te venga en gana, bastardo… pero a Sora no te lo llevarás. ¡Él se queda con nosotros! —con su mano derecha hizo una seña, el signo de retirada. No debían perder el tiempo de sus acciones planificadas

—¡Su cuerpo! —no podían irse así. Kyoya no creía que abandonarían a…

—Arderá con el resto del lugar y con el resto de nuestra gente caída —Reborn habló sin inmutarse, sin mostrar remordimiento por la orden que él dio—. Así son las cosas, lobo pulgoso —caminó a paso constante comandando a su gente, acercándose al camión pertinente y dio las órdenes de partida, así como la ruta

—Maldición —Kyoya admitía que tuvo esperanzas, quiso creer que esos tipos le ayudarían a recoger el cuerpo de Tsuna, pero resultaba que no. Lo peor era que no podía refutar, no tenía ese derecho porque no era parte de esos engendros.  

—Será mejor que entres —Yamamoto se acercó a Hibari, mostrando su rostro serio, pero su mirada melancólica al ver al bebito que sollozaba sin tregua escondido en el pecho de ese carcelero— te estamos dando una oportunidad… no la desperdicies

 

 

 ¿Qué más podía hacer? Nada. Kyoya gruñó antes de dirigirse al camión designado, pero en ningún momento permitió que Sora viera a esos dementes, lo rodeó con sus brazos, lo estaba reconfortando entre susurros. Subió con prisa, se alejó de los que ahí estaban, se sentó en una esquina y les gruñó a todos a pesar de que no debió hacerlo. En ese momento era un prisionero del otro bando, pero hallaría la forma de escapar, lo haría y se burlaría de ese viejo cuando triunfara. Ese era el plan.

Dolor… desesperación… ya no valía la razón.

Reborn revisó que todo se cumpliera, designó todas las tareas para alejarse de ese cementerio porque ningún humano seguía con vida y si lo hacía, moriría en el incendio que estaba planificado en cinco minutos. Su gente sonreía en pro de festejar la victoria, familias se reunían, se daban la bienvenida, amigos se palmeaban la espalda, jovencitos guardaban sus armas y lagrimeaban debido a que seguían con vida después de tan largo día en el infierno… pero… no era suficiente, no para Reborn.

Él tenía algo más que hacer. Él no podía simplemente resignarse a tan grande pérdida… Él ya no tenía la obligación de ser el líder estoico porque su misión terminó.

Jadeó un par de veces antes de dar dos pasos hacia atrás. Apretó su puño derecho y con el izquierdo acomodó sus cabellos antes de girarse y empezar a correr en dirección de aquel edificio asqueroso que fue la tumba de varios clase A que él consideró su familia. Dolía, su pecho se estrujaba por saber la cruel realidad. Pero no lo aceptaba, no quería, no hasta que sus manos tocasen la fría piel de quien amó con locura y obsesión. Gruñó antes de empezar a aumentar su velocidad, su objetivo era ese edificio, su deseo más grande era encontrar a Tsuna vivo… o morir con él. Así de fácil. Así de humano.

 

 

—¡Reborn! —pero siempre había alguien que premeditaba los hechos y que tomaba el rol de líder cuando era necesario, en ese caso fue Verde— ¡MALDITO IDIOTA! ¡ESPERA!

—No —susurró sin dejar de dar los pasos que lo llevarían hasta Tsuna. Ignoró los gritos a su espalda, torció los labios en una mueca extraña, alistó sus garras para pelear con cualquier infeliz que quisiera detenerlo

—¡Reborn-sama! —Elena fue la primera en alcanzarlo, la siempre demente— ¡Perdone! —susurró antes de interponerse en el camino de su líder y taclearlo para detenerlo… o eso intentó

—¡LARGO! —enfrentó a la rubia sin vacilar, la empujó con fuerza, la lanzó lejos porque en ese momento no quería saber nada

—¡Reborn! —el segundo fue Lambo— ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —el mocoso se le lanzó encima, sosteniéndolo de la espalda, intentándolo hacer perder el equilibrio— tienes que quedarte en la manada. ¡Eres el líder!

—¡Ja! —sonrió maliciosamente antes de usar sus garras para anclarse al brazo ajeno y lanzarlo lejos— Tú ni me hables, mocoso

—¡Pero a mí, sí tienes que escucharme! —Verde alcanzó al azabache con dificultad, le dio frente, lo paró cuando se le lanzó encima y logró hacerlo caer. Rodaron varios metros, levantaron el polvo de ese asqueroso suelo desértico, pelearon cual perros defendiendo su territorio

—¡No digas nada!

—Deja a Tsuna —apretó su agarre en el cuello ajeno, intentando asfixiarlo para menguar las fuerzas del más sanguinario de su especie— ¡Déjalo atrás porque está muerto!

—¡¿Cómo estás tan seguro de eso?! —Reborn no pensaba con claridad, no aceptaba nada. Su muy marchito corazón le impedía hacerlo… porque sí, a pesar de ser un clase A, tenía corazón,y en ese punto le dolía horrores

—Si estuviera vivo —fue empujado, pero se negó a dejar irse a Reborn. Verde volvió a lanzarse sobre éste para forcejear— ya estaría aquí… porque él jamás dejaría a Sora solo

—¡Mentira!

—ENTONCES PIENSA EN TUS HIJOS —golpeó a puño cerrado el rostro ajeno y él también recibió castigo físico

—Ellos necesitan de Tsuna

—También necesitan de ti

—¡Quítate! —bramó con potencia. Lanzando un golpe poderoso

—Son cuatro hijos los que te esperan en casa —volvió a insistir—. Dos más están en estos camiones esperando por ti para que los reconfortes —jadeó mientras rodaba por el suelo intentando menguar la falta de raciocinio de Reborn— ¡Con un demonio! ¡Piensa en ellos!

—Necesito de Tsuna —confesó antes de patear a Verde y levantarse

—Y él necesita que tú cuides cada uno de sus hijos… de los hijos de ambos… tuyos y de Tsuna —Verde se colocó en medio de la ruta, siempre evitando que Reborn diera un paso más hacia esas instalaciones que prontamente dejarían de existir

—Jamás entenderías como me siento

—I-pin —mencionó ignorando la mirada asesina de Reborn—Sora… Ai… Coel… Yume… Niji… No me digas que los dejarás así

—Maldito seas —¿Por qué no entendían que él quería estar junto a Tsuna? Nada más que eso

—La mayoría son niños todavía y necesitan de un guía… ¡Te necesitan a ti!

—¡Lo sé! —sus dientes castañearon unos segundos debido a la importancia

—I-pin te dará nietos… —limpió la sangre que escurría de su labio— está destrozada por la muerte de Skull y si pierde a alguien más…

—¡Ya cállate! —sujetó su cabeza con fuerza. Dolía

—Regresa a los camiones, Reborn… por favor

 

 

No se podía hacer nada, incluso cuando ganaron esa batalla no podían siquiera darse el lujo de enterrar a sus muertos. Los clase A no eran dignos siquiera de tener un cementerio decente, muchos de los suyos se perdieron en medio de una fosa común o, como en ese caso, morirían junto a decenas de desconocidos, arderían hasta que no quedase nada identificable. Así de dura era la vida de los que se vieron tachados de engendros.

No podían recuperar a su familia caída porque si no se iban en ese momento, alguna fuerza de respaldo de la armada llegaría y los detendría, o simplemente serían alcanzados por las llamas o explosiones. Eso no sería lo correcto. Cada sacrificio de ese día habría sido en vano si es que llegaban a ser capturados nuevamente o si se hacían algún tipo de daño más. La vida era cruel y, en ese mundo al menos, la situación estaba lejos de cambiar para bien.

 

 

—Deténganlo —Reborn había escogido un camión en específico para transportarse: el mismo en el que iba Kyoya— ¡Ahora! —de inmediato tres clase A tenían sus garras cerca del cuello de Kyoya y sujetaban los brazos y piernas del mismo para que no se moviera ni un centímetro

—¿Qué pretendes, vejete? —masculló a pesar de la pésima posición en la que se hallaba, pero no recibió respuesta. Lo abrumó un silencio que parecía ser eterno

 

 

Reborn se mantenía de pie, admirando a su prisionero, despreciándolo como ser viviente, deseando destrozarlo y comérselo, pero no lo haría… no aún… no pronto… porque tenía otros planes. Los camiones se movían, a veces saltaban, resonaban los sonidos de motores adornados también por el llanto bajito y un poco ronco por parte de un niño que acababa de despedirse de su progenitor. Reborn se centró en ese sonido, en la desdicha de un pequeño cielo… su pequeño cielo.

Sereno, sin emoción alguna expresada en su rostro… pero con la mirada bañada en amargura y decepción.

El azabache de patillas se mantuvo así por largo rato, nadie entendía el porqué. Sin embargo, algo tenía que suceder.

 

 

Ninna nanna, ninna oh —con su voz grave, siniestra, en tono bajo, empezó— questo bimbo a chi lo do?

—¿Qué demonios? —pero la voz de Hibari se vio menguada por la mano de alguien que le ordenó callarse, sin embargo, mantuvo su agarre sobre su hijo

Ninna nanna, ninna oh… questo bimbo a chi lo do? —Reborn siguió en su cántico desafinado porque su voz cambiaba de tono constantemente debido a la tristeza que expresaba

—Papi —todos se percataron de que el llanto del único niño en ese transporte había parado en cuanto la canción empezó— ¿papi? —aquella carita al fin se separó del pecho humano que lo acogía

—Sora —Kyoya quiso detener los movimientos de su hijo, pegar esa mejilla a su pecho de nuevo, pero varias manos lo obligaron a soltarlo y alguien lo amordazó con rapidez— Hum…

—¿No te gusta esa canción… Sora? —Reborn miró como aquella carita se giraba hacia él y esos ojos azulados conectaban con los suyos— entonces… ¿la otra?

—La noche —susurró quedito antes de mover su cuerpito para enfrentar a la persona parada a pocos pasos de él. Sora restregó sus ojos, suspiró profundamente e hipó un par de veces

E dormi dormi più di una contèsa —se acercó entonces, dando pasos calmos, manteniendo su inexpresiva faceta de líder— to mama la Regina… to pare 'l conte —Reborn estiró sus brazos hacia el pequeño que lo miraba atento

—Pa… papá —Sora olfateó el aire con duda, lo hizo por un rato adecuado, lo suficiente para que sus memorias más lejanas volvieran

To mare la regina de la tera… to —su garganta se secó y dejó de cantar… pero ya no tenía que hacerlo

—Papá… —Sora empezó a sollozar quedito cuando reconoció ese aroma y esa voz— Pappa —estiró sus manos, desesperado por acunarse en alguien conocido para él— pappa —sus lagrimitas empezaron a caer de nuevo mientras sollozaba agudamente

—Aquí… estoy —Reborn tomó a Sora en brazos mientras agachaba la mirada para no ver nada más que a ese pequeño bebé que hace tiempo cuidó con empeño—. Aquí

 

 

Todos los presentes no dijeron nada, es más, apartaron su mirada de la persona que acunaba amorosamente al pequeño y se alejaba hasta una de las esquinas para sentarse a reposar. Escuchaban los sollozos agudos del pequeño que se aferraba al pecho de Reborn y que, entre incoherencias, llamaba a su “mamma”. Se quedaron quietos, cuidando de que el carcelero prisionero no dijese algo que matara el ambiente. Entendieron que debían dejar a su líder en paz.

Reborn abrazaba a Sora con demasiado cuidado, como si se fuese a romper en cualquier momento. Le acariciaba los cabellos oscuros, tarareaba algo con su voz rasposa y quebrada, derramaba en silencio las lágrimas que en esa vida siempre ocultó. Escuchaba calmadamente las preguntas entrecortadas del que consideraba su hijo y respondía con un simple «todo estará bien ahora», le frotaba la espaldita para así aliviar el dolido cuerpo que mostraba las evidencias de la desastrosa estancia en los laboratorios de la armada: marcas múltiples, varias cintas adhesivas aun pegadas en esa piel lastimada, la delgada existencia que temblaba porque no lo dejaron quedarse con Tsuna. Reborn sentía sus propias lágrimas mojar su quijada, causarle un escozor intolerable en sus ojos de forma que tenía que cerrarlos a pesar de que seguía lagrimeando, suspiraba quedito de vez en vez porque su garganta dolía y no podía respirar bien. Eran dos seres vivientes que expresaban el dolor de su alma y se reconfortaban entre sí.

Reborn compartía el pesar de ese pequeño niño porque, al igual que Sora, él había perdido a la persona más importante en su vida. Sollozaba quedito sin importarle que varios ojos lo miraran, no le interesaba demostrar que estaba destrozado.

Él también podía quebrarse, él también podía sufrir y llorar… él también podía llamar a Tsuna en susurros.

 

 

 

 

Todos eran parte de un círculo vicioso que sólo traía muerte y destrucción. Algo que jamás se detenía, por el contrario, se volvía más desfigurado.

Querían venganza, querían vida, querían ser considerados iguales o superiores, peleaban por eso, morían por eso, dejaban descendencia con esperanza de que algún día fueran inmunes a la clasificación. Pero nada terminaba, ningún bando cedía, ningún triunfo lo valía… Siempre terminaba en lágrimas y dolor.

En ese mundo donde dos clases pensantes se disputaban el dominio jamás existiría paz, no mientras el miedo los dominara e incentivara a querer destruir el origen de sus temores. Y por eso jamás dejarían de ejecutar planes que acarrearían la muerte masiva de inocentes.

 

 

Notas finales:

Bueno señores… esto yo lo consideraría como el final oficial. Como ya dije hace mucho, sólo era un final sin objetivo alguno. Sin embargo, hay un poquito más, un extra que subiré cuando me sea posible hacerlo, para aclarar ciertas inquietudes que seguramente tendrán.

Esto ha sido un largo camino de altas y bajas, de lágrimas y sonrisas, fue un placer hacerlos emocionarse con cada capítulo. Creo que no volveré a hacer un fic así debido a la carga emocional que conlleva, aunque quién sabe, no puedo certificar nada concreto.

La verdad no sé qué más decir.

Krat los ama…

Besos y abrazos.

 


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