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Problemas de clase por 1827kratSN

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—Oto-san, ¡vamos! ¡Vamos! —aquella sonrisa le traía recuerdos; era sincera, dulce e ingenua como la que pocas veces vio en Tsuna hace tanto tiempo. Charlaba con Sora o al menos lo intentaba mientras caminaban por aquella zona carente de vida vegetal—. ¡Estoy muy emocionado! —Hibari no decía nada, dejaba que su hijo siguiera en su pequeño mundo en el que aún no entendía siquiera lo que ocurría tras ese paseo de improvisto.

—Espera un poco —le reclamaba con el ceño levemente fruncido pues ya iban caminando por tres horas y el pequeño no se detenía siquiera. Obligatoriamente necesitaban un descanso pues el sol estaba en lo alto y ya se acabaron la reserva de agua que traían

—Pero quiero ir a ver a los demás lo más pronto posible —Sora seguía mostrando esa mirada azulada, brillante, ansiosa y emocionada; la mirada de un niño ingenuo, lleno de sueños y promesas—. ¡Vamos! Falta poco —retrocedía sus pasos para así llegar junto al azabache mayor y tomarlo de la mano

—¿Cómo sabes eso? —dudaba mucho, él ni siquiera podía recordar cuál era el camino a uno de esos refugios que desde hace tres años no visitaba y que, en ese momento, debido a la seguridad de Sora, se obligó a recorrer

—Los puedo oler —decía mientras elevaba su rostro un poco, cerraba sus ojos y aspiraba profundo. Sus cabellos se mecían con la suave brisa que traía un mensaje lejano, una pista y una ruta— ¿tú no? —miraba con curiosidad a su padre.

—No soy como tú —respondió con la mayor de las calmas

—¡Lo olvidé! —su expresión alegre no se iba mientras que, en su cabecita, se recriminaba porque a veces olvida que no todos son tan especiales como él

—Tú tienes los sentidos más agudos que los míos —eso a pesar de que en su cuerpo estaban alojados varios de los experimentos de la armada, pero, aunque fuera un humano modificado, nunca igualaría a los clases A. Hibari lo sabía y le daba rabia porque se sentía inferior e inútil, pero dejó de lado sus pensamientos y acarició los cabellos de Sora, su pequeño hijo

—Lo sé. Es porque yo soy como papi —sonreía y, a pesar de ser la viva imagen de Kyoya, era risueño, divertido, expresivo, un niño normal en sus privilegiados siete años— ¡Ahora, vamos! —corría, saltaba, estaba lleno de vida

—Cuidado te lastimas —Kyoya decía aquello por obligación, aunque sabía que, a pesar de que le advirtiera, el pequeño saltaba con fuerza de un lado al otro mientras probaba la dureza de las rocas cercanas o simplemente se trepaba a un árbol inerte en medio de ese pequeño desierto que atravesaban para llegar al lugar indicado

 

 

Kyoya siempre pensó que ubicar el refugio de clases A después de varios kilómetros de un asqueroso desierto forjado por una de las luchas en contra de la armada, era un desperdicio de energía. Pero después de analizarlo un poco y de las incontables veces que tuvo que forzarse a cursar esos senderos, admitió que era ideal ya que era una prueba que pocos podían superar porque sin una guía entre tantos riscos, tierra, rocas, árboles secos, sin colinas de donde guiarse ni un camino establecido, además del difícil terreno y la escasez de una fuente de agua visible, sería imposible que alguien llegara hasta ellos; al menos para un humano sería imposible.

Hace años que Kyoya logró aprender el cómo llegar a la “madriguera” guiado por una ruta mental y sus sentidos más o menos agudizados, pero sólo hasta medio camino porque al pasar cierto punto de travesía no podía siquiera saber en qué dirección ir, era por eso que en ese entonces debía esperar al escolta asignado. Mas, en esta ocasión no necesitaba de un escolta porque era el pequeño Sora quien lo guiaba mientras lograse encontrar el aroma de uno de los suyos. Aun recordaba que la primera ocasión que salió de ese sitio tuvo que ser guiado por Yamamoto, y en un par de veces en que volvió más pronto de lo acordado logró contactar con Lambo por mera suerte. Fueron días despreciables que tal vez jamás podría olvidar.

Hace tres años que se había alejado de toda esa manada y aun rememoraba su dicha cuando pudo escaparse del dominio de esos imbéciles que lo tomaron como una especie de rehén concientizado quien vivía en las jaulas más profundas, siendo tratado peor que un animal, mejor dicho: siendo tratado al igual que un clase A que fue capturado por la armada. Kyoya admite que él mismo autorizó ese trato, lo hizo cuando fue la única opción que le dio Reborn para poder seguir junto a Sora en un horario de tres horas diarias. Todavía le causaba rabia lo infame que podía ser ese tipo quien incluso era capaz de negociar usando a un pequeño como carta de juego. Deseaba matarlo, pero no podía.

«Serás nuestro adorado espía en el exterior. Hibari, este es el trato: tú tráeme toda la información que necesito y yo te dejaré convivir con Sora; haz caso omiso de este pacto y dile adiós a la convivencia paternal… No te mataré, pero vivirás en las jaulas de mi manada hasta que mueras debido a la ancianidad, sin contar que serás el conejillo de indias de Verde».

Maldito fuera ese idiota. Por eso escapó en cuanto se le dio una mínima oportunidad y además se llevó a Sora con él. Hasta los mejores estrategas y las mejores prisiones tenían momentos de debilidad y alguien siempre suele aprovecharlos. Su idea inicial fue alejarse de toda esa mierda, mas, su hijito creció, preguntó, y al final pidió regresar al que consideraba su hogar de la infancia porque tenía leves recuerdos del sitio en el que vivió hasta los cuatro años junto con todos los niños que él consideraba hermanos. No pudo negarle eso, mucho menos después de que alguien sospechara de su identidad y empezaran a investigarlos. Kyoya apenas pudo escapar en esa ocasión y por eso creyó necesario buscar refugio… por su hijo era capaz de todo, incluso de volver con el maniaco de Reborn.

 

 

—Veo el cielo azul que rodea las montañas y el carbón de aquella mina

—¿De qué hablas, Sora?

—No lo sé —reía bajito mientras saltaba en zigzag por sobre la tierra árida— pero cuando era bebé alguien me contó esa historia

—Hum —su hijo era así, a veces lo sorprendía con cosas fuera de lugar

—Cuando la lluvia cae y el sol sale, el arcoíris aparece y te cede deseos —Sora movía su cabeza de un lado a otro mientras empezaba a patear una piedra— el olor a café fresco te recuerda a tu amor de juventud… y después… —parecía pensarlo un poco, hacía una mueca, ladeaba su cabeza pues al parecer se olvidó lo que seguía en la melodía— después está, ¡el atún!

—Eso no tiene sentido

—Es porque sólo recuerdo pocas partes, oto-san

 

 

No había sido nada fácil criar a un niño en completa soledad, mucho menos considerando que se alejaba de todo el asunto de carceleros, armada o clases A. Buscar ayuda en otras personas no fue siquiera factible para Hibari porque nadie en sano juicio aceptaría colaborarle a un antiguo carcelero que escapaba con un heredero del gen mutado, así que terminó siendo un nómada, sobreviviendo como pudo y con trabajos temporales. Nunca se imaginó volverse un padre trabajador y soltero, pero al final se convirtió en eso.

Aunque aceptar la ayuda que le daría Reborn también era intolerable para él, porque todavía rabiaba debido a toda esa interacción que ese viejo tuvo con Tsuna en el pasado, o al menos que en alguna ocasión tuvo y eso le hacía hervir la sangre; sin embargo –si las palabras que Lambo decía hace años eran ciertas—, ese maldito ya estaba estableciendo familia propia y poco debería importarle el pasado. Todos esos pensamientos se englobaban en la cabeza de Kyoya mientras seguía con la extenuante caminata para invadir territorio ajeno. En su favor tenía que Reborn jamás se negaría a ayudar a Sora y Sora jamás lo abandonaría a él, de eso estaba seguro.

Hibari no había dejado de ser orgulloso, tampoco había dejado de lado su brusquedad y falta de tacto, era poco sociable y demás, no le gustaba estar cerca de tanta gente y menos aún que vieran a su pequeño hijo. Nunca quiso arriesgarse a que algún hijo de puta se diera cuenta de la naturaleza de Sora, la de un asesino perfecto, por eso había tenido que aislarse en sectores limitantes entre ciudades y siempre estar alerta ante cualquier amenaza ya fuera por parte de la armada o de los propios clase A que aún eran recogidos para trasladarse a algo considerado como “manadas de acogida” establecidas en diferentes puntos del territorio de algún país. Kyoya le reconocía a Verde y a Reborn el haber ocultado bien sus hogares, convirtiéndolos en secretos que sólo los de su clase podía revelar por cosas tan primitivas como el aroma o simple aullido usado para comunicarse entre ellos a largas distancias.  

Los clase A seguían siendo y siempre serían animales, pero al menos supieron protegerse y seguir aumentando su número.

 

 

—¿Quieres que te ayude? —decía Sora cuando ya estaba en la cima de un risco lleno de dificultosas zonas por donde escalar

—¿Crees que soy tan débil? —Hibari fingió enfado, pero Sora, al conocerlo, sólo se reía cubriéndose la boca y se quedaba mirándolo

—Te falta un poco, sólo un poquito más —era malditamente difícil escalar sin usar esas garras filosas de los clases A y aun así Kyoya se negaba a verse menos hábil que esos malditos herbívoros— vamos, oto-san —instintivamente Sora estivara su manita que mostraba garras expuestas para intentar ayudar

—No me subestimes —lanzó una especie de gruñido antes de sujetar la última roca, subir y ponerse junto a su hijo quien enseguida le tomaba de la mano y empezaban la nueva caminata. Era increíble esa ilimitada energía infantil  

—Parece que hacemos un viaje de campo, ¡como en la película!

—No creas en esas cosas —Kyoya sacudía su ropa y de paso verificaba que su botella estuviera totalmente vacía antes de arrojarla por ahí. No quería peso extra

—No lo hago —Sora sonreía mientras tomaba un palito con el cual jugar con las piedrecillas e ir rayando el suelo arenoso— pero es bonito

 

 

Los hijos nacidos de clase A heredaban la condición genética y por ende seguían siendo clase A, invadidos por el hambre sin límites, instintivos, agresivos y territoriales; aunque claro, raras eran las excepciones como la de Ai. La única forma de calmarlos en conjunto con sus instintos más sanguinarios era dejar que crecieran y tuvieran familia porque con el primer descendiente, su lado inteligente aparecía por máximo diez años hasta dejar su cachorro listo para defenderse por sí solo. Kyoya repasaba esa información en su cabeza para distraerse y no pensar en su boca seca o en el sol abrasador de medio día.

Seguían apareciendo mutaciones porque el propio gen que los ancianos regaron sin cuidado seguía transmitiéndose sin control y ocasionaba la matanza ocasional de decenas de personas ubicadas en pueblos de fácil acceso para los clase A. Más enemigos significaban más muertes, aquello inducía a que las cacerías siguiesen existiendo con la leve diferencia de que las manadas de clase A ahora se organizaban, armaban y rescataban a los suyos antes de que llegasen a los cuarteles de la armada. Verde había creado medicina para mantener a los adultos de su familia en control completo por tiempos hasta ahora de diez días máximo, por eso podían organizar cosas como esas. Con su parte pensante estable por más de una semana al menos podían hacer viajes largos.

Los clase B o C eran rescatados pues mal o bien eran familia lejana, eran buscados y cazados también, aunque la razón más grande era que se entendían. De toda esa serie de cosas nacía la nueva generación: una combinación extraña de genes entre clase A, B, C, en algunos casos incluso con personas normales; una nueva raza, o como lo consideraba Verde: la evolución deseada, la que él tenía en su propio cuerpo y razón por la que tuvo que huir de aquellos malditos militares. Verde repetía una y otra vez que él nunca quiso crear asesinos y por eso intentó destruir toda las investigaciones y descubrimientos que él realizó en la armada, que quiso simplemente darle a la humanidad una evolución pero que él tenía intereses netamente personales a diferencia de los ancianitos. Convertirse en dios o cosas así no eran de su estilo.

Verde quería simplemente descubrir el gen que garantizaría que una persona fuera resistente a enfermedades, fuerte y duradera porque así sus hijos o cualquier científico pudiese continuar al menos cien años con investigaciones progresivas sin detenerse. Verde siempre quiso eliminar el envejecer veloz que sólo los limitaba en mente, progreso y demás. Había odiado con todas sus fuerzas lo que los ancianos hicieron con sus descubrimientos y por eso él tomó a sus creaciones, les dio poder, les dio todo y les seguía ayudando a enfrentar a los codiciosos y matarlos si era posible.

Las personas no eran malas o buenas en ese mundo, sólo eran humanos queriendo sobrevivir de cualquier forma, de mostrar sus ideales y volverlos el objetivo de las masas. Así de simple.

A Hibari todo eso la parecía ridículo y una pérdida de tiempo, pero en sus días de cautiverio tuvo que soportar los monólogos de Verde mientras era usado como rata de laboratorio para descubrir qué rayos hizo la armada con su cuerpo. Al menos ahora podía usar toda esa porquería para apaciguar el estrés que le ocasionaba estar en esa situación.

 

 

—Oto-san, ¿tú amabas a papi? —Sora se había cansado del silencio. Bajaban la empinada colina llena de rocas, lo hacían sentados para no caer y siempre tomados de la mano y aferrándose a alguna cosa estable

—Sí —su respuesta podría ser seca, hostil, pero para Sora esa sola palabrita valía mucho porque sabía que su padre decía la verdad y que pocas veces emitía una ligera sonrisa como aquella

—¿Y él a ti? —preguntaba con ilusión. Quería saber si la persona que lo cuidó de bebé y la persona que cuidaba de él en ese instante se llevaban bien

—Hum

 

 

Kyoya no pensó en eso jamás porque tal vez en el fondo deseaba creer que en realidad sí existió algo entre ellos. Aun recordaba la muerte de Tsunayoshi, el día más desagradable en su existencia, debía admitir. Él declaró sus emociones torcidas en palabras que dijo por simple necesidad porque en ese instante creyó que Tsuna se merecía escuchar que era amado por al menos una persona en ese mundo. Fuese mentira, verdad o simple deseo momentáneo, aquello fue dicho y nada cambiaría. Además, Tsuna estaba demasiado débil como para terminar de decir lo que deseaba, una aceptación talvez o una negativa; Kyoya no lo sabría jamás

 

 

—Espero que sí —se sinceró.

—Sólo recuerdo la sonrisa de papi —suspiró Sora mientras cerraba sus ojitos un momento antes de seguir con la bajada— y su dedo entre mi mano —murmuraba con melancolía. Al parecer Sora sabía cosas que sucedieron cuando era un bebé tan solo, memorias que guardaba en su pequeña mente y que jamás se iban, cosas importantes que necesitaba recordar, una habilidad de todos los clase A según Verde

—Él te amaba por sobre todas las cosas —Kyoya alababa el amor paterno que Tsuna demostró, por eso jamás le ocultó a su hijo quien fue su otro progenitor y le contó todo lo que pudo

—Sabes, ayer recordé algo más —sonrió divertido al resbalar el último tramo y levantarse lleno de tierra, la misma que Kyoya empezaba a quitar con leves golpecitos en la ropa— papi dijo algo antes de cerrar sus ojos para siempre

—¿Qué dijo? —preguntó intrigado, elevando una de sus cejas

—Ronroneó y susurró un… te amo —miró al cielo— luego dijo el nombre de mi padre, de la persona que él desea tener a su lado

—Ya veo —Hibari no se inmutó por lo que su hijo decía, él mismo escuchó el último ronroneo de Tsuna cuando exhaló su último aliento, pero no recordaba haber diferenciado palabras y aun así le creía a su hijo. De cierta forma le alegró saber que fue correspondido

—Habló en mi idioma —aclaró tomando la mano de Kyoya— yo lo entendí

—Eras tan sólo un bebé en ese entonces —dijo con calma mientras veía a lo lejos a alguien parado en una roca enorme. Habían llegado al lugar donde siempre permanecía al menos un vigía

—Pero el sonido lo recuerdo y ahora lo entiendo —sonreía saludando a quien fuera; saltando y agitando ambas manos con alegría cuando aquella persona empezaba a acercarse

—Hum —no dudaría de las palabras de Sora, de la veracidad de un instinto o un recuerdo. No dudaría de nada porque no sabía que más hacer para reconfortarse a sí mismo—. El herbívoro vino a recogernos —era alguien que seguramente se alertó por el olor extraño que percibió en su territorio

—Kufufu… pero qué tenemos aquí —sonreía aquel muchacho de mirada bicolor quien sólo se centraba en la personita que saltaba emocionado— al niño favorito de la manada y a su debilucho y sin nada de gracia: tutor humano —miró a Kyoya con desdén— hace AÑOS que no te veo, ex carcelero —remarcó lo obvio. Dio un aviso para que Kyoya se preparara porque recibiría un castigo por la osadía cometida

—Kamikorosu —gruñía porque el maldito le jodía la existencia desde que lo conoció

—Mukuro-san da miedo —decía Sora, pero en vez de asustarse, reía— pero oto-san no tiene miedo de nada

—Algún día, uno de estos, lo mataré, Sora-chan —Mukuro sonreía divertido antes de levantar al niño en sus brazos —así que no me culpes por su muerte, es tu tutor el que me provoca

—Si lo matas, está bien —sonreía Sora aferrándose al cuello ajeno y dándole un abrazo como saludo— porque así, ¡yo te mataré después!

—Si alguien te oyera, se asustaría —reía Mukuro mientras empezaba la caminata hacia su madriguera— por eso eres uno de los nuestros. Ojo por ojo, diente por diente

—Vamos, oto-san. ¡No te quedes atrás!

 

 

Kyoya no se inmutaba por esa plática que englobaba muerte; los clases A eran así, guiados por cosas primitivas, sus almas marcadas por una naturaleza asesina, vengativa, simple, porque así eran los animales en una manada: luchando siempre por su lugar en la familia pero velando por los suyos porque se necesitaban entre ellos. Proteger a sus hijos, cuidar de la pareja, dejar el legado, mantener la familia unida, cosas como esa eran aceptadas en ese círculo social y Kyoya tuvo que acostumbrarse porque de alguna u otra forma formaba parte de eso al ser el padre de Sora.

No decía nada mientras caminaba mirando el último tramo a cursar, uno en donde empezaba a crecer pasto y el desierto se trasformaba en pradera que guiaba a una zona de acantilados y que dirigía a una cascada. Esa era la entrada a la guarida principal de la manada de Reborn. Caminaban un largo pasillo lleno de pasajes intersecados que simulaban ser una trampa que sólo podías superar si percibías el aroma de los tuyos, y al final estaba la entrada a los subterráneos donde ellos vivían. Todo era demasiado complejo como para memorizarlo en un solo día y la razón por la que Kyoya debía tener al menos un guía cuando salía o entraba de ese lugar  

 

 

—¿Sabes? Hoy recordé que papi amaba a papá —contaba Sora quien seguía en brazos de Mukuro. Seguramente por órdenes de Reborn, aquel individuo con peinado de piña no se apartaba del pequeño de modo que se evitara cualquier intento de escape y secuestro

—Wow, pensé que eso era un mito, kufufu —Mukuro fingía estar sorprendido por aquella frasecita

—No fue —reclamaba Sora antes de exigir que lo bajaran para así correr al interior de, por lo que recordaba, era su hogar y gruñir como saludo. Sora sabía que ese era el protocolo a seguir— ¡Ya estoy en casa! —emocionados era poco, casi estaban al borde de la paranoia cuando esos individuos escucharon la vocecita que los saludaba

—¡SORA! —un grito inicial, varios que lo seguían

—¡MI HERMANITO! —todos los que estaban en ese salón se levantaron de un salto

—¡Carbón! —Sora reía lleno de felicidad y gritaba como cualquier niño pequeño mientras elevaba sus manos en dirección de lo que él conocía como “carbón”

—Mi pequeño cielo —no había lágrimas, sólo risas y gritos. I-pin casi chillaba de la emoción al ver al pequeño azabache y sin pensarlo lo elevó al aire y giró con él— ¡maldición! ¡Sabía que ibas a regresar! ¡Odié la espera!

—Me haces cosquillas —se quejaba entre risitas cuando la mejilla de su hermana rozaba con la suya

—¡Tienes que ver a tus sobrinos y a todos los demás! —sin siquiera mirar a Hibari, tomó a su hermanito y salió corriendo hacia los cuartos contiguos

—Pasa —Mukuro ignoró esa escena exagerada y miró a Hibari— y no hagas estupideces… deja que Sora salude a todos

—Así que… este es el que dejó morir al clase A que amaba —un jovencito apuntaba a Hibari sin medirse, seguramente era uno de esos niños que todavía estaba en entrenamiento

—¿Te importa acaso, herbívoro? —retó. Hibari sabía que en ese lugar debía defenderse como fuera

—Un poco —dijo divertido— porque no sé qué gracia vio en ti, humano asqueroso

 

 

La palabra amor perdía significado para algunas personas, cambiaba para otras y para Kyoya era una simple palabra. No sabía si lo que él y Tsuna llegaron a sentir, compartir y vivir, fue aquello llamado amor; tal vez simplemente fue la necesidad de formar una familia, tal vez sólo fue la seguridad que se daban mutuamente mientras cuidaban de Sora, o algo que se desencadenó a base del sometimiento del uno bajo el otro, pero sea lo que fuere Kyoya sabía apreciarlo. Para él esa convivencia retorcida que tambaleaba entre el amor y el odio mutuo era su vínculo especial con Tsuna, el que mantendría su memoria viva y, además, lo que le ayudaba a no sentirse un estúpido por no haber sacado de Tsuna de ese a maldita central con anticipación. Tal vez sólo era algo que usaba para justificar sus actos y aliviar el dolor de aquella muerte que presenció. No se quejaba, al menos tenía algo.

 

 

—Pareces cansado, ¿estás envejeciendo, Hibari? —sonreía Reborn que no había perdido ese porte digno, altivo, duro y seguía siendo el jefe de la manada, al menos eso creía Hibari

—Y tú te vez más amable —respondió con intención de molestarlo— ser padre te ha sentado bien —dijo al ver que un pequeño bebé, de unos dos años máximo, de cabellos negros un tanto alborotados y de bonitos ojos caoba que caminaba por allí balbuceando alguna cosa hasta llegar a Reborn y gritar “papá”

—Es importante para nosotros —respondió mientras cargaba al infante en un solo brazo y buscaba con la mirada al otro progenitor para dejarlo a cargo

—Claro —Kyoya pasó de largo, quería mantener la distancia, incluso las celdas de ese sitio serían mejor lugar pues no quería nada que ver con ese par, después de todo: Lambo seguía siendo Lambo. Ese mocoso no había cambiado su carácter a pesar de ser “la hembra alfa sustitutiva”. Rarezas que traía la vida.

—Debería matarte por haberte llevado a mi hijo

—Es mío —mas, si el líder quería discutir, él tendría que quedarse y soportarlo. Odiaba depender del humor de ese tipo

—Pero —lo ignoró— tengo mejores planes para ti, además, Sora no me lo perdonaría… él quiere mucho a su nana

—Maldito seas

—Yare, yare, Hibari —esa vocecita chillona que quiso evitar le daba rabia— ¿No saludarás a un viejo amigo?

—Tú nunca fuiste mi amigo, herbívoro

—Cierto, yo era tu enemigo desde las sombras —el de ojos verdes se reía antes de hacer una mueca al ver cómo Reborn cargaba a su hijo de cabeza mientras Daniel reía sin parar— ¡Diablos, Reborn! ¡Al menos sostenlo bien! —elevó su voz con enfado

—¡No te des aires de grandeza! —Reborn ni siquiera miraba a Lambo, en realidad pocas veces lo hacía y por lo general lo mantenía fuera de su espacio personal, pero dejaba al pequeño en las manos del mismo— recuerda tu lugar, mocoso

—¿Me lo vas a recriminar justo ahora, Reborn? —fruncía el ceño con indignación. No le gustaba que le restregaran en la cara lo evidente, mucho menos frente a ajenos a la familia

—Cumple con tu deber… vientre sustituto —rabia constante, eso despedía Reborn desde hace años, para ser exactos desde que perdió a Tsuna. ¿Alguna vez se portaba amable? Sólo cuando estaba con sus hijos, según decían— ahora vete —Lambo no decía nada, se disponía a desaparecer de ahí para no reprochar sobre su infierno personal, el que él solito se fabricó

—Pensé que no podías tener hijos —Hibari habló cuando Lambo pasó junto a él, quería restregarle algo en la cara para hacerlo callar o al menos causarle un malestar emocional. Después de enterarse que ese idiota fue el causante de muchos de los desastres de Tsuna, lo odió tanto como a Reborn

—Tu hijo también podrá ya que es una combinación como yo —soltó Lambo antes besar la frentecita de su cachorro y dirigirse a los cuneros

—Herbívoro molesto

—¡Hibari! Maldito idiota, ¿por qué no vienes más seguido con esta preciosura? —sonreía I-pin antes de acercarse con Sora sentado en su cuello pues ya habían saludado a todos los cercanos— ¡Mira, Sora!... ¿recuerdas a papá? —I-pin sonreía con ternura antes de bajar a su hermanito al suelo y sujetarle las mejillas. Ya había verificado que, a pesar de esos tres años lejos de la manada, Sora recordaba a la mayoría… era momento de la verdad y sí que lo iba a disfrutar

—¿Papá? —Sora la miró con un poco de ilusión entremezclada con confusión, eso antes de que su nariz captara un aroma muy conocido para su inconsciente

—Sí —I-pin miró de refilón a su padre, sonriéndole de la misma forma maliciosa. Mukuro por su parte, apartó a Hibari para que no interviniera en eso— a nuestro… pappa —I-pin adoraba cuando podía torturar psicológicamente a cualquiera que le desagradara, algo tenía que haber heredado de Reborn

 

 

Parecía un deja vú para Kyoya. Uno repulsivo

Sora parecía paralizado, incluso se sujetó de las manos de su hermana mayor en busca de apoyo pues temía voltear en la dirección que señalaba I-pin. Tenía sólo siete años, cuando abandonó ese lugar tenía cuatro y las memorias que perduraban en su mente sobre su infancia en ese lugar eran pocas, pero los aromas los tenía grabados con claridad y se guiaba mediante estos. I-pin sonreía con ternura, susurrándole cosas como haría con cualquiera de sus dos hijos para darles confianza, alentando a Sora a girar y reconocer a la persona que, cruzada de brazos, esperaba pacientemente al hijo que perdió hace años: al niño que dejó en manos humanas para que aprendiera sobre esa sociedad, al que le dio la oportunidad de una vida normal tal y como quiso Tsuna.

En pocas palabras, Hibari se llevó a Sora porque Reborn así lo deseó.

Reborn tenía suficiente poder para haber podido ir y tomar a Sora en brazos para regresarlo a la manada, pero no lo hizo, no quiso, confiaba en la buena memoria de su pequeño cielo y la extraordinaria jurisdicción del mismo. Por eso estaba tan tranquilo mientras esperaba en silencio, con la mirada serena y el cuerpo ligero.

Tardó un poco, pero pasó, el pequeño azabache se dio vuelta y miró con duda. Sólo bastó una conexión entre sus ojos para que diversas emociones despertaran. Sora jugaba con sus dedos mientras analizaba detalladamente al adulto que le intimidaba un poco, pero que también le generaba cierta añoranza. Tragó en seco, dio los pasos faltantes para estar frente a Reborn y con voz temblorosa, habló.

 

 

—Tú eres… ¿Reborn? —tembló al nombrarlo pues temía equivocarse. Nadie en ese lugar le había dicho el nombre de esa persona, así que su miedo estaba justificado

—Tu nariz qué dice —jugó con una de sus patillas mientras esperaba. Adoraba saber que Sora heredó el carácter de Tsuna pues todos los gestos que el pequeño hacía eran idénticos a los que hacía Tsuna

—Dice —Sora apretó los labios mientras estiraba sus brazos hacia el hombre de mirada oscura, opaca y melancólica— que… tú eres… la última palabra de… papi —habló entrecortadamente porque a su memoria llegó una serie de imágenes y voces, todas le generaban desesperación y tristeza

—¿La última palabra? —susurró Kyoya, pero fue callado por el golpe de Mukuro— pero la última…

—Tú eres… —Sora tembló cuando Reborn lo cargó con amabilidad— a quien… papi llamó antes de… morir —su voz se quebró y sus ojos se cristalizaron. Su cuerpo reaccionaba ante el aroma ajeno, su corazón le decía que hacía lo correcto

—Sora —Kyoya intentó intervenir, pero como era obvio, lo detuvieron y callaron. Intentó zafarse, escurrirse de esos idiotas pues estaba empezando a perder la serenidad y confianza. Tenía miedo de que su hijo se fuera de su lado

—Papá —sujetó las mejillas de Reborn y sonrió entre lágrimas— papi me dijo que… tú eres papá… que Reborn es papá —su labio inferior tembló, sus mejillas se tiñeron levemente de rojo, soltó un sollozo antes de aferrarse al cuello ajeno— Te extrañé, pappa

—Ya estás en casa, con tu familia, mi pequeño cielo —susurró Reborn mientras palmeaba la espaldita que se movía de forma irregular debido al llanto quedito que Sora soltaba. Tal vez no debió dejarlo lejos por tanto tiempo

—Sora lo sabía —murmuró Hibari antes de ser empotrado contra una pared con tanta fuerza como para que el aire se escapara de sus pulmones, además, una tela lo acalló con brevedad

—¿Crees que Sora es estúpido? —sonrió Mukuro con cinismo hablando lo más bajito posible—. Él jamás diría algo que afectase su buena relación con su tutor, él no es tan idiota como para declarar a viva voz que Reborn es su padre y correr el riesgo de que tú lo alejaras de la manada —se burlaba, lo disfrutaba— Tsuna no era idiota, tú tampoco, Reborn mucho menos, por eso Sora sabe cómo manejarte a su antojo, kufufu

 

 

Sin embargo, las sorpresas no se terminaban en ese día, Hibari lo sabía, lo presentía. Su mente maquinaba miles de ideas de lo que vendría en conjunto con esa voz estruendosa acompañada de voces menores. ¿Qué otra cosa tramaría Reborn?

Squalo, era él quien llegaba, y nada quedaba del desastroso cuerpo que la armada amoldó; se mostraba imponente, fuerte, enérgico, con el cabello muy corto y sonriendo orgullosamente. Junto al tiburón estaba Yamamoto con una sonrisa radiante y una mirada amable, quien cargaba a dos personitas en brazos, dos cabelleras azabaches se distinguían en una niña y un niño. Sujetando la mano de Squalo, dos personitas con el cabello castaño hablaban de algo que Kyoya no podía escuchar. I-pin sonreía contenta llamándolos a prisa, ronroneando alguna cosa para que los pequeños la escucharan.

Kyoya quiso gritar, reclamar, golpearlos a todos en ese lugar porque sólo en ese momento supo que fue usado siempre y engañado incluso por su propio hijo. No odiaba a Sora, pero sí a Reborn quien seguramente maquinó todo eso.

 

 

—Mira esto —Reborn sonreía con prepotencia mirando a Hibari antes de girarse hacia los recién llegados— ¿los recuerdas? —preguntó a Sora quien le ponía atención de inmediato

—¿A quién? —susurró bajito mientras se limpiaba las lágrimas rápidamente y se separaba del cuello ajeno

—A ellos

 

 

Mukuro disfrutaba de lo lindo mientras sujetaba a Hibari para que se detuviera puesto que seguramente éste ya averiguó lo que sucedía y quería armar un revuelo. A su lado, I-pin ayudaba en la retención y ambos se daban una buena vista de ese reencuentro. Nada mejor que la desgracia ajena para aliviar un poco sus marchitas almas.

Tres pequeños alrededor de seis o siete años, uno más de unos nueve o diez. Una familia porque todos compartían ciertas características entre sí. Kyoya quería creer que estaba equivocado en su deducción, pero no, esos ojos no mentían. Ese color denotaba su terrible realidad.  

 

 

—¿Ai? —Sora dio un paso hacia los niños que lo veían expectantes— ¡Ai! —fue a la primera que reconoció, y ¿cómo olvidar el aroma a rosas y no distinguir el cabello azabache de la hermanita que lo acompañó desde el vientre?

—¿Hermano mayor? —la pequeña miró a Coel en busca de respuestas

—¡ES SORA! —Coel lanzó un chillido agudo antes de sonreír y empujar a Ai para que saludara — ¡Ve! ¡Ve! —sus cabellos castaños se movían al compás de sus palabras y su sonrisa terminó por convencer a la pequeña azabache de ojos achocolatados

—Ai… la del amor —sonreía Sora antes de lanzarse sobre la pequeña para abrazarla— en mis sueños… te recuerdo.

—Ho-hola —no se negó al abrazo y lo correspondió con timidez. Se sentía segura con ese niño a pesar de que no lo recordara bien

—¡Ai! —Hibari logró quitarse la mordaza y aplicó más fuerza porque reconoció la mirada chocolate de Tsuna heredada en esa pequeña azabache. Era su hija, la que nunca pudo encontrar y ahora sabía por qué. ¡Quería hacerlos añicos! pero esos dos idiotas no lo dejaban avanzar, incluso lo derribaron— Ai

—¡VOOOIIII! —Squalo quiso minimizar la odiosa voz de ese carcelero así que gritó al mismo tiempo— ¡Mocosos! —se dirigió a los otros dos niños— Es su hermano, ¡salúdenlo también!

—Yo los presento —Coel era quien animaba el ambiente, centrado en sus pequeños protegidos, sonriéndole a Sora debido a la emoción de un reencuentro—. Ellos son Niji, el “arcoíris”, y Yume, el “sueño eterno” —los mencionados levantaron las manos como para identificarse— y yo soy el “café”, Coel —hablaba con tanta emoción que movía sus manos de arriba abajo al mirar a Sora— ¿Te acuerdas de mí? ¡Dime que sí! Porque yo de ti sí me acuerdo

—Sí —respiró hondo— y esos nombres… son los del cuento… los que siempre mencionaba papi —Sora los miró con ilusión mientras soltaba a su calmada y avergonzada hermanita, pero la sujetaba de la mano para que no se alejara

—¡Hola! —un pequeño azabache de ojos caramelo, una castaña de mirada negruzca, ambos con un par de patillas levemente rizadas que les generaban un encanto particular y derivaron en una duda tangible en el prisionero que mantenía su mejilla en el suelo—. Te pareces a papá —hablaban en coro, coordinados en totalidad, los gemelos seguramente eran así— y a papi, el de la foto

—No puede… —Hibari forzó su cuerpo a doblarse y con eso zafarse de agarre en sus brazos—. ¡No puede ser!

—¿Qué no puede ser? —Reborn sonrió con malicia—.  ¿No crees que son mis hijos?

—¡Es Ai! —vociferó Hibari intentando quitarse a Mukuro de encima y asustando a los niños quienes retrocedieron un paso

—Llévatelos —Reborn miró a Squalo quien asintió enseguida

—Bien, mocosos. Hora de la comida

—Vamos —Yamamoto se colocó en frente de todos e impidió que miraran la deplorable escena que daba Hibari

—¡Sora!

—Lo siento, oto-san… —Sora sujetó la pierna de Squalo antes de estirar su cabeza para ver a Kyoya— pero tengo que ir con mi familia —lo miró con tristeza— de la cual tú me alejaste —y sin más… se fue

 

 

 

Risas, eso escuchó Hibari mientras intentaba nuevamente levantarse. Era inaceptable. Había sido engañado de diversas formas y quería una explicación, para su suerte, Reborn parecía querer dárselas por simple diversión. Frialdad en las miradas que lo atacaron, furia en Hibari que quería matarlos a todos y lo haría en su momento, después de escuchar las respuestas que necesitaba y cuando se quitara las amarras de sus muñecas.

Ansiaba saber la verdad porque todo eso era una estupidez, una pérdida de tiempo. ¡Era ridículo!

 

 

—Tú te llevaste a mi hija —habló con su voz opacada por la ira

—¿Te refieres a Ai? —Reborn sonreía mientras cruzaba los brazos y miraba a ese lobo desde arriba— ¿Mi hija?

—¡Es mi hija! —elevó mucho su tono de voz

—Podrá llevar parte de tu genética, pero yo soy su padre

—¡La escondiste de mí! ¡Tú la tenías!… —él llevaba años en su búsqueda, desesperado porque ni siquiera había dejado rastros— ¡¿Desde cuándo?!

—Desde siempre… ¿o crees que un hijo mío estaría perdido por ahí? —ordenó que dejasen a Hibari y en pocos segundos lo tenía parado enfrente de sí, pero seguía atado y si era inteligente no haría algo estúpido—. Y por si lo dudas, yo dejé a Sora a tu cargo porque se me dio la gana, no porque tú lograras burlarte de mí

—Tú sabes que esos dos son mis hijos —bramó furioso, pero no se movió… Atacar al jefe era una muerte inmediata y en ese punto morir no era una opción

—¿Y no preguntarás por los otros? —su ego volvía a estar por las nubes por el sufrimiento de ese idiota— ¿No viste en ellos ni un parecido a Tsuna? —Reborn sonrió con prepotencia— ¿No te da CURIOSIDAD?

—Hum —claro que tenía preguntas sobre esos dos niños, pero por ahora le interesaba sólo Ai

—Por si lo dudas… sí, son mis hijos… y los de Tsuna también

—No puede ser —Kyoya exhaló pesadamente mientras fruncía su ceño

—¿Por qué no? —fingió curiosidad

—Porque ustedes esperan mínimo cinco años para poder engendrar de nuevo

—¿Y nunca te pareció raro que Tsuna fuera capturado tan fácilmente con Sora en brazos?

—Maldito —apretó los dientes

—Tsuna no era débil y lo sabes —Reborn volvió a su seriedad inicial para poder seguir, porque quería sacarse ese horrendo peso de su marchito pecho— Y si fue capturado en ese entonces fue porque apenas llevaba unas semanas de haber dado a luz a nuestros hijos. Tsuna estaba débil por la cirugía en el parto… por eso no tomó riesgos y su efectividad estaba en un punto peligroso

—Mientes

—¿Sabes por qué amé a Tsuna más que a nadie en este mundo? —agarró las mejillas de Hibari y lo miró con frialdad— Porque era la viva imagen del milagro de nuestra raza. No sólo mantuvo la conciencia hasta cierta edad, no sólo era un buen estratega y asesino… era especial

—¿Qué hiciste con él para que despertara su celo tan pronto?

—Yo no hice nada… Tsuna sí —sonrió con orgullo. Restregarle su dicha a ese tipo, sería divertido—. Tsunayoshi se sintió tan seguro conmigo, con la manada, que me dio lo que yo quería. Él sabía que a mi lado: Sora y Ai, estarían a salvo… Fue tanta su dicha, su amor hacia mí

—¡ÉL NO TE AMABA! —quería creer que no

—Fue tanto, tanto —Reborn ignoró al otro y se regocijó con el calvario ajeno— que adelantó su celo y me dio herederos… me dio gemelos, otros dos a los que atesoré y son mi mayor orgullo —sonrió con sadismo— ¿Y qué te dio a ti? —se acercó a Hibari mostrando sus dientes afilados— Nada —susurró con diversión

—¡Monstruo! —se apartó empujándolo lejos, pero seguía suprimiendo sus ganas de lanzársele encima. No podía alejarse de sus hijos justo en ese momento o le daría a Reborn la libertad que quería

—Tsuna es la viva imagen del poder de nuestra raza. Lo pudo todo, hizo de todo. —elevó sus manos para recalcar sus palabras—. Nos enseñó muchas cosas, nos mostró que podemos controlar nuestras acciones sólo en base a nuestro raciocinio… Fue perfecto… y tú idiota, lo dejaste morir —le apuntó con su dedo índice, frunció su ceño y gruñó

—Fuiste tú el que lo dejó salir de esta manada y con eso provocaste su muerte —no iba a quedarse callado.

—Debería matarte —Reborn abofeteó a Hibari con fuerza— pero no lo haré… Vivirás, lobo pulguiento

—El que te matará, seré yo —quiso lanzar el primer golpe, ¡lo quería hacer! Pero no podía, no.

—Sabes las consecuencias de eso, Hibari —I-pin habló con seriedad, frialdad al ver que el puño de Hibari se elevaba más de lo debido, en indicio de un ataque—. Si haces algo fuera de lo tolerable en esta manada, morirás sin remedio… y no creo que quieras dejar solo a Sora

—Ustedes son…

—El trato es el mismo que antes —Reborn rodó los ojos porque no logró hacer explotar a ese niño—. Tú haces lo que yo te ordeno… y visitas a Sora durante tus días de estadía, pero ahora jamás volverás a sacarlo de esta manada

—Volveré a escapar y me llevaré a mis dos hijos

—No hay segundas oportunidades, Hibari —I-pin sujetó al rebelde por el cabello—. No más juegos… —gruñó antes de tirar de Kyoya para acercarlo a su rostro. Actuaba como una líder; después de todo, tras la muerte de Skull, ella adquirió el puesto de posible sucesora a alfa—. Aceptas o te rajo el cuello, así de fácil

—Dementes —estaba forzándose a no sucumbir a su enojo

—No hay opción… querido —I-pin sonrió de lado

—Hum — les gruñó, pero era verdad: no tenía opción. Obedecía y cuidaba de sus dos hijos de lejos… o moría con remordimientos y rabia. ¡Los odiaba a todos!

—Yo sabía que tú eras de corazón noble —I-pin se burló con descaro antes de empujarlo lejos—. Ahora muévete. Entra a la cocina, comeremos algo

—No quiero algo crudo —le ardía el estómago por la rabia, pero debía aguantar un poco… ya se le ocurriría como vencerlos

—Trato especial para el invitado —Reborn apretó la cabeza de Hibari antes de abofetearlo una vez más— y deja de pensar en estupideces… porque no estás en posición de hacerlo

 

 

Kyoya fue llevado a la cocina y obligado a sentarse sin emitir ni un sonido o protesta, ni siquiera tenía autorización de moverse de su lugar. Al menos le darían estadía cómoda porque Sora lo pidió, era entendible porque el pequeño estaba agradecido con la persona que lo cuidó en esos años. Sora se sentó con los niños, con todos sus hermanos, se veía radiante y feliz como nunca antes, por eso Hibari no se quejaba demasiado, además, aunque sea de lejos, podría apreciar a su hija. Ai, la que era casi la viva imagen de Tsuna en cuanto a su rostro y dulzura se trataban.

Hibari sólo se quedó viendo a los mocosos, bastantes para su gusto, dos de ellos tenían el cabello violeta pues eran los hijos del difunto Skull. Le explicaron que los gemelos eran comunes en las razas gatunas, eso explicaba los números niños que estaban en la mesa distribuidos de dos en dos. Susu destacaba entre los infantes ya un poco grandecitos debido a su radiante sonrisa, una jovencita de ojos azulados verificaba que todos estuvieran acorde a la comida, otros más ayudaban en la labor, aunque Coel cuidaba de cada uno de sus hermanos sin problemas. Había otros quienes seguramente serían hijos de los caídos en batalla, de las muchas que han tenido. Todos vivían allí y se cuidaban uno al otro. Era esa clase de familia numerosa y tediosa de tratar pero que jamás dejabas de lado porque simplemente no te dejaban o no podías.

Parejas se unieron después de un rato de comida ya casi caótica y Hibari se quedó analizando a todos en silencio pues sería una de las pocas ocasiones que tendría. Destacaban algunos como el científico loco que se rascaba la oreja derecha mientras una pequeña bebita de cabellera rubia estiraba los brazos hacia él, al parecer ese viejo también sentó cabeza. Yamamoto parecía estar feliz con Susu en sus brazos y Squalo a su lado. I-pin se mantenía fija en sus hijos, y daba un cierto aire de soledad combinada con un porte casi inalcanzable. Reborn se rodeaba de niños, sus hijos, sin quejarse, dándoles a tención a todos por igual. Elena era la bromista indeseada de siempre, junto con Lambo que fastidiaba a quien estuviera cerca, Nagi quien era una de las pocas clases A que a Kyoya le agradaba porque era callada y sabía leer el ambiente cuando se ponía difícil, Mukuro que murmuraba algo con los más jóvenes de la manada, los demás eran simplemente los demás. Todos se veían bastante unidos y Hibari quiso irse para no ser parte de esa estupidez, pero no podía.

Mal o bien esa sería su residencia y cárcel por un tiempo.

Kyoya poco intervenía en los asuntos de esa familia, a excepción de algunas cosas que le interesaban y al parecer a su segundo día tedioso de estadía, tuvo suerte. Escuchó un chillido lejano, agudo, vibrante, el cual parecía ser el cántico de una maldita ballena o algo parecido. Reborn ordenó salir a recibir a los invitados y Kyoya tuvo que ir por allí avisando a los demás que tenían visitas, maldecía la suerte que tenía para ser considerado el mensajero de todos esos herbívoros. Lo peor fue la orden de reunirse en una sala amplia con todos, y con ello se sumaban los niños y cualquier bebé existente, ¿la razón? Una reunión que sería el inicio de una matanza planteada con sumo detalle como para que lo hubiesen hecho recientemente. Sonaba bastante bien.

Un peliblanco de mirada amenazadora, pero aura infantil, era recibido con un gruñido, como si eso fuera novedad entre ellos. Lo diferente eran los que acompañaban al recién llegado, todos y cada uno de ellos tenían una cicatriz marcada en la mejilla derecha. El jefe se distinguía por un tatuaje en forma de corona invertida de color violáceo, sin embargo, lo más raro de todo era esa sonrisa maliciosa cuando se acercó a Mukuro quien parecía incómodo. Kyoya usaría eso para molestar a la piña cuando tuviese oportunidad.

Terminaron sentados uno junto al otro como mejor se pudiera, y si ya no cabían en las sillas disponibles, se sentaban en el suelo formando una comuna de herbívoros de donde Kyoya quería escapar, pero fue sentado junto a Lambo y dos mocosos que con una sola advertencia del jefe se callaron. Sora estaba junto a él quien curioso veía a los recién llegados y les saludaba con la mano de forma amigable. El de cabello blanquecino sonreía divertido e interesado devolviéndole el gesto a Sora, y eso no le gustó a nadie al parecer

 

 

—Deja de jugar y habla, Byakuran —Reborn era el más enfadado

—Nufufu. Tan desesperado como siempre, mi querido aliado —miraba al azabache de patillas sólo por segundos, después volvía a inspeccionar a todos los miembros de la manada presentes

—No estoy para perder el tiempo

—¡Ya sabes a lo que vengo! —sonreía divertido— A formar un ejército de ataque, ¡de nuevo!

—¿Por qué sacrificaría a los míos en tu nombre? —le interesaba, pero debía ser precavido porque su aliado estaba loco.

—Porque sí —reía— ya sabes —movía sus brazos de un lado a otro antes de seguir— Ricardo sigue liderando la armada, buscando venganza por su hijito muerto —hacía muecas infantiles—. Lo típico

—Ese viejo debería morirse ya —masculló Squalo

—No lo hará, nu-fu-fu —apretó los puños con enfado—. ¿No lo han visto? Sigue pareciendo un treintañero pues, al parecer, descubrió como explotar nuestra larga vida y la concentró en un frasquito que se inyecta como si fuera medicamento… —respiró hondo para quitarse el enfado, después de todo, la armada debió haber matado a decenas de clase A para conseguir aquello—. Así que seguirá fastidiando, por eso debemos matarlo cuanto antes y esta vez no escapará

—No me convences —Reborn se cruzó de brazos

—Además… te juro que acabaré de una buena vez con la estúpida armada —su voz pasó a ser grave y amenazadora—. Ya no habrá intentos fallidos o algo por el estilo

—Bien —sonrió, le gustaba cuando Byakuran se ponía serio—. ¿Qué quieres a cambio de la alianza?

—Lo mismo de siempre —volvió a su faceta infantil, sonriendo cuando Sora se le acercó para darle un vaso de agua que en su lenguaje animal había pedido—. Tú sabes —se agachó hasta la altura del pequeño y le acarició la mejilla para agradecerle el detalle

—No lo toques —una fundita de té había chocado con la frente del aquel hombre que no logró prever tal objeto y ahora mismo miraba a su atacante— Sora, ven aquí

—Nufufu… al parecer tienen aquí a un normalito —Byakuran se quejaba pues bien era sabido que él odiaba a los humanos, mucho más si eran carceleros. Kyoya ignoraba la mirada amenazadora y sentaba a Sora sobre su regazo— pero el pequeño Sora parece que no es uno de esos

—Ni siquiera lo mires —criticó Kyoya, pero Byakuran sólo sonrió

—Lo quiero a él —dictó sin dudarlo

—No te di a Tsuna, no te di a Hana, ni siquiera a Mukuro. No te he dado a nadie hasta ahora —Reborn frunció su ceño, ese sujeto siempre lo irritaba—. ¿Por qué crees que te daría a mi hijo en esta ocasión?

—Wow, tu hijo —reía Byakuran— así que al final decidiste ver a esos dos niños como tus hijos

—Ningún miembro de esta familia irá contigo… aquí nadie es cedido como moneda de cambio, Byakuran

—Es una pena —hizo un mohín— porque lo trataría como a mi reina

—Oto-san, no entendí. ¿Por qué me quiere llevar? —Sora miraba a Kyoya y éste sólo frunció su ceño en respuesta antes de sacar su arma. Adoró tener el privilegio de llevarla siempre consigo

—Vuelves a insinuar algo con mi hijo —miró a Byakuran— y te juro que no respirarás más

—Las armas no me dan miedo, niño —el de cabello blanco se acercó para ponerse justo enfrente del arma—. No moriré por tan poca cosa…. Humano inservible

—Oh, un valiente —sonreía Kyoya mientras deslizaba el cañón hasta apuntarle al pecho—. ¿Seguro que no morirás con eso? —sonrió de lado—. Pero de ser el caso, con esto sí lo harás— sólo ahí Byakuran se dio cuenta de que algo le pico en el abdomen

—Eres ágil, normalito

—Dame una excusa y presionaré la jeringa —el aroma de esa cosa lo delataba. No por nada Kyoya estuvo en la armada, él conocía algunas de las drogas más poderosas de la armada y consiguió una dotación de una especial. Le daba igual que después Reborn se la quitara, por el momento defendería a Sora con todo lo que tenía

—¿Algo como esto? —dijo Byakuran tomando las mejillas de Sora con su mano

—¡Kamikorosu! —pero antes de que alguien hiciera su primer movimiento, Byakuran hizo una mueca de dolor

—¿Qué demonios? —bajó la mirada hasta su mano. La sangre brotaba con rapidez de ésta pues una boca pequeña le había mordido con tanta fuerza que empezaba a dolerle— ¡Oh! ¡Maravilloso! El pequeño Sora sabe responder —decía y el mencionado frunció el ceño apretando su mordida— Auch, auch, auch… Eso duele, Sora-kun

—Sora puede defenderse perfectamente solo —sonrió Reborn quien ni siquiera movió un músculo, estaba en su hogar después de todo. Los demás hicieron algo parecido, sonriendo por la actitud del pequeño—. Así que apártate… Y si ese es el precio a pagar por la alianza, no me interesan tus ofrecimientos, Byakuran

—Kufufu… deberías pensártelo, Reborn —Mukuro entonces intervenía a la vez que Sora liberaba la mano del peliblanco y Kyoya le palmeaba la cabeza con orgullo—. ¿No buscábamos venganza? Hemos perdido mucho tiempo, creo que es buena idea actuar ahora

—Sin un regalo este idiota no querrá hacer negocios —Reborn miró a Byakuran quien asintió—. Entonces no hay nada de qué hablar

—Hay muchos candidatos aquí —sonreía Byakuran pasando su mirada por todos los presentes hasta topar con una muchachita quien ahora usaba un parche que la hacía destacar por entre toda su manada— ¡Nagi por ejemplo!

—Disculpe, pero me niego —la mencionada frunció el ceño y desvió la mirada

—No te metas con las hermanas de otros —se quejaba Mukuro y el nuevo lio daba comienzo. Murmullos, gruñidos, discusiones.  

—Entonces tú, Muku-chan. Mira que me he portado bien estos años

—Púdrete, idiota

—Me dolió que me dejaras esa vez… pero debo decir que fueron unos bellos tres meses junto a ti —risitas de burla, un tic en la ceja de Mukuro

—Ni me lo recuerdes —gruñía. Era cierto que se fue con Byakuran por un tiempo, pero sólo lo hizo por un pago, un agradecimiento, ya que Byakuran mantuvo a su hermana viva cuando las cosas se pusieron difíciles

—Suficiente, Byakuran… decide otro pago o retírate ahora mismo

—Pero Reborn —reprochaba

—Pide otra cosa, Byakuran

 

 

Acuerdo…

 

 

Un mes después, Kyoya miraba a todos correr por los pasillos preparando el dichoso ataque pues a pesar de que no se dio el dichoso intercambio de “esposas” entre los líderes, el pacto se dio y el ataque empezaría en un tiempo determinado en curso con el plan previo a la batalla. Hibari se quedó allí para colaborar en los preparativos; después de todo, él iba a ser la carnada.

Siendo un ex carcelero, a más de eso, uno que se consideraba como una amenaza latente que no ha podido ser capturada en años, si rondaba por los territorios custodiados por la armada, en algún momento debería llamar la atención y podría ingresar a las celdas, por ende, tener cercanía con las centrales. Ese mismo día partía a realizar el encargo de Reborn porque en el fondo él también quería venganza

 

 

—Oto-san, buena suerte —sonreía Sora al estar afuera de la madriguera para ver al equipo partir.

—Volveré pronto —Kyoya se arrodilló para abrazar a su hijo, pero también para mirar de refilón a la pequeña niña de apariencia menuda que estaba a dos pasos de distancia y sólo observaba en silencio

—Está bien —decía mirando al mayor— pero sé que me estás mintiendo

—Sabes que hay que arriesgar cosas para ganar, Sora

—¿Vengarás a papi? —preguntó con inocencia

—Hum —asintió y ante eso Sora hizo una mueca de preocupación— pero volveré

—Si no vuelves te iré a buscar —decía jugando con sus dedos—. No quiero que mueras aun

—¿Por qué? —sabía la respuesta, pero quería escucharla

—Una vez me dijiste que era tu culpa que papi muriera —respondió con sinceridad mirando a Kyoya asentir— entonces el único que puede matarte soy yo

—Es verdad —palmeó la cabeza de su pequeño— porque siempre quisiste vengar a Tsuna

—Debes regresar —decía acercándose para abrazar al azabache una vez más—. Quiero verte envejecer… saber qué se siente una vida normal, una muerte normal

—Lo sé

—Sora —con timidez, la pequeña azabache llamaba a su hermano—, volvamos adentro… Papá no me deja acercarme a ese hombre

—Sí —silencio. Sora miraba a su padre fruncir los labios y el ceño; reconociendo el malestar que sentía, quiso ayudarlo— pero… ven aquí sólo un ratito —volteó hacia Ai y sonrió, hasta fue por ella para tomarle la mano y acercarla a Kyoya

—Entren… —Hibari miró a la niña, era frágil, delgada y más pequeña que Sora, obviamente necesitaría mayores cuidados— ha empezado a ventear y Ai puede enfermarse

—Pero aún no se despide de ti —Sora sonrió— Ai, despídete de oto-san —apretó la mano de su hermana

—¿Oto-san? —dijo extrañada, evitando mirar al hombre al que su padre llamaba “lobo rastrero”

—Sí, es nuestro otro padre… Hibari Kyoya —recién se daba cuenta que jamás habló de eso con su hermana, en realidad no habían hablado de sus vidas, sólo se centraron en recuperar el tiempo perdido, conviviendo lo más que pudo con sus seis hermanos y sus dos sobrinos  

—No creo —Ai miró al hombre de ojos azules y amenazadores—. Lo siento, pero usted no es el de la foto

—¿Qué foto?

—La foto donde mi papi está junto a mi papá —la pequeña se rascó la mejilla antes de acomodarse su largo cabello negro y entrecerrar sus ojos de modo que su iris chocolate desapareció parcialmente— además, papi se llamaba Tsuna

—Pero Hibari-san es nuestro otro papá —insistió Sora— es…

—Déjalo —Kyoya se sentía desplazado de la vida de su hija, odiaba a Reborn por eso, pero la pequeña no tenía la culpa—. Ahora vuelvan adentro

—Pero, oto-san… Ai debe despedirse —no quería rendirse. Notaba claramente que su tutor quería decir o hacer algo

—Hum —reprimió sus pesares, sólo suspiró

—Buen viaje, lupo —aun así, la pequeña Ai sonrió y agitó su mano en despedida—. Todos deben decir adiós con una sonrisa, eso me dijo I-pin

—Cuida de ella —Kyoya se atrevió a acariciar por primera vez la cabecita de su segunda hija, a la vez que miraba a Sora y emitía una sutil sonrisa

—¡Lo haré!

—Puedo cuidarme sola —Ai hizo una mueca en la que se remarcó sus hoyuelos en ambas mejillas, destacando un leve sonrojo en esa pálida piel

—¡Entonces yo te cuidaré aún más! —sonreía Sora antes de tirar de la mano de su hermana y volver a la madriguera —Adiós, oto-san

—Ya era hora de que entraran —Nagi estaba vigilando desde una distancia prudente, en realidad siempre lo hacía— Lambo está en la cocina, hizo galletas

—¡Sí! ¡Ahora vamos!

—Pero debemos llamar a Niji y Yume —acotó Ai antes de desaparecer junto a su hermano

—Cuídalos —pidió Kyoya cuando miró a Nagi

—No lo haré por usted, Hibari… lo haré por Tsunayoshi-sama

 

 

Kyoya suspiró profundamente al escuchar a su primogénito reírse a lo lejos y a su pequeña mencionar algo que no entendió. Esa vida debía cambiar para que Sora pudiera crecer lejos del peligro y Ai viviera como una humana normal, pero sabía que eso sólo era un sueño que se lograría cumplir si los de su clase se extinguían. Sólo eliminando el virus se curaba la enfermedad, y para eso “los normales” debían sucumbir, y los clases A debían gobernar.

Kyoya miró una vez más el sitio por donde sus hijos desaparecieron antes de alejarse. Era el momento de la verdad.

Debía ser un actor sin igual en su presente misión porque una sola sospecha arruinaría el plan de infiltración de él y de alrededor de veinte clases C. Si eso sucedía todo el caos crecería otro escalón y el circulo vicioso de venganza seguiría con más fuerza. Por eso no debía morir, y aun así… las esperanzas de salir bien librado de aquello eran bajas debido a que él no entraría como carcelero, sino como prisionero

 

 

—Cumple con tu trabajo, Kyoya —le advertía Reborn cuando dejaba a su equipo en los límites de su territorio—. Si esto sale bien, desapareceremos a todos los malditos dirigentes y Sora podrá ser libre

—Lo sé —apretó sus labios

—Sólo en eso piensa —mencionó antes de palmearle la espalda—. El futuro de Sora y de Ai depende de tu triunfo y el de los demás —era un líder que sabía aprovechar sus ases bajo la manga, manipular mentes, usar las palabras correctas en los momentos oportunos.

—Cuando te vuelva a ver —miró al azabache y sonrió— tendrás la cabeza de Ricardo y la de los demás dirigentes en tus manos

—Te creeré cuando lo vea, mocoso

 

 

Sólo una pelea más. Sólo un sacrificio más. Sólo en esa ocasión. Sólo eso… Sólo aquello… Sólo una batalla… Sólo una guerra

Kyoya ya no sabía cuántas veces escuchó lo mismo y cuantas más regresó a ese punto en la nada. Mas, no podía negarse a seguir intentando.

Se marchaba de ahí sin tener idea de su destino ni el de todos los herbívoros con los que formaría equipo.

Se alejaba sin saber qué le depararía a los clases A.

Se fue de ahí sin premeditar que su hija, Ai, se convertiría en una mujer hermosa, de dulces facciones y de salud un poco delicada, la misma que sería la mayor obsesión de uno de los altos mandos de la armada, para ser exactos, de su mayor enemigo: Ricardo. Tal vez Hibari no estaría allí cuando Ai aprovechara el amor que le profesaba aquel demonio, aceptara un matrimonio y una vida regida por una doble moral. Con tal de darle a su familia la oportunidad de un ataque masivo, ella se condenaría a días negros en donde manipular a Ricardo sería su única tarea. Mas, su trabajo sería tan perfecto que generaría una de las peores guerras y como consecuencia la humanidad se vería reducida hasta incluso igualar a la creciente población de clase A en ese país.

Kyoya no estaría ahí para ver como su hijo mayor, Sora, se convertiría en uno de los más grandes estrategas en cuanto a guerras se tratase y fuera el principal objetivo de las armadas no sólo de su país natal, sino de otros más. No miraría con orgullo como su hijo usaba informantes numerosos para siempre estar en contacto con su hermana y ser la mente maestra tras la destrucción de la armada usando a Ricardo como títere.

No estaría allí para ver como cada descendiente de Tsuna, cada hijo que Reborn acunó en su familia, se volvía una de las peores amenazas para la armada de resguardo.

Tal vez ni siquiera pudiera respirar por más de un año entero. Pero su sacrificio valdría demasiado.  

Kyoya y sus 20 aliados temporales caminaban hasta el filo del desierto y se separaban sin decir nada.

Se infiltrarían a las bases principales.

Serían los perros experimentales de los nuevos ancianos.

Serían la conexión con el exterior.

Prepararían el campo de batalla.

Dejarían que la venganza se diera.

Tratarían de sobrevivir.

Y al final de todo… Kyoya esperaba volver con sus hijos nuevamente. Tenía fe de que eso se podría. Sólo en eso pensaba mientras volvía a pisar el punto inicial de ese círculo vicioso de vida y muerte, pero tenía esperanza de que fuera la última vez que tocara ese punto

Así era la existencia humana.

Nacían.

Crecían.

Se adaptaban.

Morían.

Una repetición infinita que nadie podía detener.

 

 

 

FIN

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

 

Bueno señores, con esto se puede declarar un final definitivo.

Como muchos ya habrán concluido, esta historia se trataba de Tsuna: su vida, lucha, errores y triunfos; por eso cuando él murió, la historia debía llegar a su final.

He sufrido mucho para llegar a este punto. Altos y bajos. Depresiones y diversiones. Aprendizaje, aceptación. No negaré que me divertí mucho mientras escribía cada capítulo, que me traumé muchas veces buscando las referencias necesarias para cada tortura y demás (aunque sé que mi gore es todavía mediocre XD), también las veces que yo misma me imponía giros inesperados para mantenerlos atentos, aunque a veces fallaba en eso XD. Es el primer trabajo que egoístamente a seguido todos los parámetros que me auto-impuse, me siento feliz por eso y triste también porque es difícil despedirse de algo al que le he dado tantas horas de dedicación.

A muchos de ustedes les ha gustado la historia, a muchos más no les ha parecido decente. Sin embargo, a todos los que llegaron a este punto les agradezco infinitamente su paciencia, su juicio, su tiempo. La historia en sí no ha sido normalita, ni digerible (según me han dicho), pero es de las pocas que atrajo lectores masculinos y con eso puedo ser feliz XD

Mil gracias por haber llegado hasta aquí.

Krat está agotada mentalmente y aun así promete seguir subiendo aportes para el fandom porque lo adora. Sólo denme tiempo para retomar las ideas que dejé atrás. También me doy el tiempo y el atrevimiento de invitarles a pasar por mis otras historias, soy multifandom, multishipper, multitemática, así que no se aburrirán XD.

Muchos besos y abrazos~

Los ama: Krat.

 


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