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Inocente amor por Kyu_Nina

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El amor también duele y te hace enojar

 

Odiaba el verano, días demasiado calurosos que dejaban sin energía a las personas incluyéndolo a él, no podía hacer ni la mitad de las cosas prácticamente cotidianas en su día a día; ya saben cómo cazar escarabajos, subir a los árboles, hacer carreras con sus amigos, molestar a Dadan… lo de siempre. Aunque el verano traía cosas buenas como ir a la piscina, comer montones y montones de helado, ¡Y las barbacoas! Las que armaban su padre y el señor Roger, había mucha carne para comer. Si lo pensaba bien el verano no era la peor cosa del mundo, pero el calor si lo era.

Otra cosa que odiaba era ir a la escuela, tenía que estar toda la mañana sentado en un pupitre mientras hacía tareas ¿Sabían la cantidad de cosas que se perdía de estar haciendo por tener que estar allí metido? Aunque su maestra era linda y amable, la señorita Makino era una persona que les prestaba atención a todos los niños de la clase, y mucho más a él puesto que su nivel de concentración era prácticamente nulo. Le agradaba su maestra, hacía que las tareas fueran más divertidas.

Pero la escuela no solo tenía tareas, allí conoció a sus amigos. Zoro fue su primer amigo, lo primero que noto fue su extraño color de cabello, era verde como el pasto, tan extraño que no dudo en hablarle al instante recibiendo un golpe en la cara y un: “Me molestas.”, y esa misma tarde ambos tendrían que quedarse después de clase para reflexionar sus acciones. Su amistad era rara, el jovencito espadachín solía enrabiarse por todo, pero terminó por llevarse bien con Luffy.

También estaban Ussop, Nami, Chopper y Vivi. Todos sus amigos lograban que la escuela fuera divertida, menos lo días de calor. Sin embargo, si tenía que recordar algo que de verdad odiara de la escuela es que esta tenía niñas, y no es como si le molestaran pues Nami y Vivi también lo eran y le gustaba estar con ellas, pero había una en específico, una niña que le hacía molestar y no la soportaba. Y esa niña no era otra que Boa Hancock.

Malcriada, egoísta, mimada y arrogante. Era la peor persona que jamás había conocido, aun no se explicaba cómo podía existir alguien así. Al principio no le molestaba, siempre estaba extrañamente cerca de ellos diciendo una y otra vez que lo hacía solo por compasión de ver a niños tan inútiles, podía soportar eso y en cierta forma le parecía gracioso. El problema había comenzado hace no más de dos semanas.

Uno de los tantos días en que jugaba y corría junto a sus amigos a ser piratas la jovencita de largo cabello negro y un grado mayor que ellos se había acercado hasta donde armaban su fuerte solo para mirarlo entre molesta y un tanto apenada. En cuanto le ofreció a unírseles en su juego la niña se negó confesándole que debía decirle algo súper importante.

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– ¿Te pasa algo, Hanboc? – El moreno la observaba extrañado, ella no solía comportarse de esa manera, ni siquiera había tratado de insultar a Zoro o despreciar a Nami y Vivi.

– Hancock… – Aclaró la niña. Su mirada estaba clavada en el suelo mientras sus manos se removían ansiosamente. Estaba avergonzada y no encontraba como mirar a la cara al jovencito delante de ella. Escucho susurros a su espalda, allí estaban sus amigas animándola a continuar y murmurándole que todo saldría bien. Cogió fuerzas y tomando una gran bocanada de aire soltó. – ¡Me gustas mucho, Luffy!

Su cara se encendió por completo, ya no podría mirar a la cara de nuevo al niño. Por su parte a Luffy esa confesión no le gustó para nada, su ceño estaba fruncido y su boca hacía una extraña mueca en desaprobación. Sabía, por palabras de Nami, que “Gustar” era lo mismo que “estar enamorado”, aún recordaba la conversación que tuvo con Ace hace unas semanas atrás.

Lo había dicho y lo repetía, él jamás se enamoraría de alguien, tal vez si de la carne –aunque a esta él quería comérsela, no besarla ¿Era básicamente lo mismo, no?– ¡Pero nunca se enamoraría de una persona!

Con sus manos a cada lado de la cadera y totalmente serio se dirigió a Hancock.

– No quiero. – Dijo firme, y Boa al escuchar aquello levanto la mirada en confusión. – ¡Te he dicho que no quiero! Así que deja de estar enamorada de mí, ahora mismo.

La sentencia provocó que a la niña se le aguaran los ojos, ¿Cómo podía ser tan grosero y cruel con ella? Todo el tiempo se preocupaba por él y trataba de hacer todo lo que el morenito y sus caprichos querían, era un desconsiderado. Con aquello en mente puso un gesto de molestia mientras suaves gotas desfilaban por sus mejillas.

– ¡¿Por qué?! – Exigió una respuesta, una que no esperaría. – ¡Eres malo, Luffy! ¡¿Por qué dices esas cosas?!

– Yo solo quiero a la carne. – Dijo muy seguro de sí mismo. – Además, es asqueroso.

Aquella palabra le dolió considerablemente a la pequeña, había sido rechazada por su primer amor y de la peor forma. Las lágrimas brotaron de sus ojos sin poder contenerlas por más tiempo y sus labios se apretaban en un puchero tembloroso. El color rojo de su cara ya no se sabía si era debido a la vergüenza, la rabia o el llanto. Apretó sus puños con fuerza y empujo a Luffy hasta dejarlo tirado en el suelo, solo para salir corriendo segundos después gritando un audible “Te odio” al niño.

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Suspiró derrotado mientras movía algunas rocas de la acera frente a su casa. Recordaba que luego de lo sucedido se había sentido mal, él no quería hacerla llorar, no le gustaba cuando alguien lloraba y mucho menos si era por su culpa pero simplemente le molestaba que la niña dijera eso, ¿Acaso no sabía lo asqueroso que era estar enamorado?

Cuando pensó en eso su mentecita se ilumino y tuvo una idea, tal vez ella no tenía a nadie que le explicara la verdad sobre estar enamorado. Él también había dicho eso mismo, pero –a diferencia de la niña- él tenía a Ace quien le conto la verdad. Por eso, tras el fin de semana, cuando acudió a la escuela busco a la niña con el propósito de contarle todo.

No salió como había planeado.

Resulta que Hancock si tenía en claro que significaba que gustara de alguien, y además de eso le dijo que ella quería besarlo a él ¡A él!, ¿Es que estaba loca? Negó con la cabeza, las niñas eran extrañas. Los siguientes días no fueron muy diferentes, la pequeña de larga cabellera le acosaba y buscaba todo el día para repetirle una y otra vez cuanto le quería y que aceptara ser su novio, Luffy ni quiera conocía esa palabra.

Apretó con fuera –la que podía tener un niño de siete años- la roca que tenía sujeta en su mano. Esa mañana en la escuela había sido diferente. Boa no apareció delante de él durante todo el día, no escucho sus “Enamórate de mí, Luffy” o “Vamos a casarnos” cada cinco segundos, entonces pensó que tal vez ya se había cansado, tal vez se dio cuenta que era asqueroso y molesto.

Gran error.

A la salida de clases lo primero que se encontró fue la figura de la niña esperando por él, se veía decidida y molesta con sus brazos cruzados. Con recelo se acercó a la azabache para saber lo que esta quería y entonces su mundo exploto y se vino abajo en pedazos. Le había besado. Con fuerza las manitos de Hancock habían tomado el rostro de Luffy y sus labios los estampo de tal manera que con la velocidad y fuerza del choque les había causado daño a los dos.

Ahora sabía que estar enamorado no solo era asqueroso, también dolía mucho. Esa mañana salió corriendo de su escuela mientras su madre -aún sorprendida por ver como una niña besaba a su pequeño- iba riendo tras él intentando calmar su rabia.

Molesto lanzó lejos la piedra que aún permanecía en su mano. Abrazó sus dos piernas contra su pecho y ocultó su rostro en las rodillas. No volvería a la escuela, extrañaría a sus amigos y a su maestra, pero no quería estar cerca de Boa.

 

-2-

 

Bajó del transporte público con el humor de perros, esa mañana le había resultado demasiado tediosa. Maldijo a los profesores mentalmente, toda una reprimenda y una hoja de examen completa en planas que rezaba con la frase: “Debo ser responsable con mis estudios”. Exageraban demasiado, tan solo se había olvidado de llevar una estúpida maqueta ¿Por qué causar tanto revuelo por aquello? Ya, que si le había pasado un par de veces pero era totalmente natural, a cualquier adolescente se le olvidaba o fastidiaba hacer sus deberes ¿Por qué justamente la agarraban con él?

Se echó la mochila al hombro y camino arrastrando los pies en dirección a su casa. Arrugó el entre cejo fastidiado, aun podía escuchar las risas de burla de sus geniales y grandes amigos Marco y Thatch, ya se las cobraría después. Le dolía la cabeza, tenía hambre, estaba cansado y de paso el calor de ese día no estaba ayudando en nada a menguar sus pesares, en cuanto llegara a su casa lo primero que haría sería devorar su almuerzo y olvidarse de sí mismo por el resto del día, no tenía ganas de hacer nada más.

Levantó la mirada del suelo cuando faltaban menos de cuatro metros de estar frente a su casa y se sorprendió al ver la escena frente a sus ojos. Allí en la acera de la vereda1 sentado y encogido en sí mismo estaba su pequeño vecino, se notaba decaído y en cierta forma frustrado, incluso daba la impresión de que había perdido todas sus esperanzas en la vida; una escena curiosa e insólita puesto que el niño solía ser bastante vivaz y alegre, Ace ni siquiera recordaba haberlo visto triste alguna vez. Dibujo una sonrisilla con ternura de medio lado en su rostro, tal parece que no fue el único con un mal día.

Con bonanza caminó hasta el lado del menor quien ni siquiera levanto el rostro, posiblemente aún no se percataba de su presencia. Inhaló profundo y puso sus manos en cada rodilla para apoyarse en estas y le fuera más fácil sentarse al lado del chiquillo.

– Hola. – Habló despacio para hacerse notar.

Supuso que su saludo tuvo efecto pues el cuerpo de Luffy pegó un respingo, abrazó con más fuerza sus piernas por varios segundos hasta que sus bracitos distendieron la presión. Despegó la cara de las rodillas y elevó su rostro con lentitud observando a Ace con una expresión abatida de  malestar y pena.

– Tú tampoco has tenido un buen día, ¿Eh? – Trató de bromear un poco, vanamente, pero lo intentó. Sólo logro que el muchachito negara con desgano y regresara su cara al anterior refugio de esta. Suspiró cansado, no era precisamente él quien estaba de humor como para subirle el ánimo a otro.

Inconscientemente llevó la mano a su nuca para masajearla, algo que se había convertido en una manía cuando la situación era tensa o incómoda. Carraspeó su garganta para aclarar la voz mientras su cabeza rebuscaba palabras tratando de conseguir algo inteligente para decir.

– He tenido problemas con un profesor. – Comenzó a decir para iniciar una conversación con el niño. – Me ha puesto a hacer planas porque he olvido llevar algo para la clase. – Nada, Luffy seguía en la misma posición sin moverse. –… ¿También tuviste problemas con la escuela? – Esperó unos segundos, miraba el encogido cuerpo del morenito a su lado sin intenciones de moverse.

Suspiró derrotado, estaba dictado que aquel día sería el peor en la historia de su vida. Apoyó los brazos sobre sus rodillas y paseó la agotada mirada por el pavimento de la calle, a esa hora el grupo residencial donde vivían estaba prácticamente solo –tanto que se asemejaba a una urbanización fantasma–, incluso sus padres y los de Luffy estaban en su trabajo. El niño era cuidado por su madre durante la mañana, luego esta debía ir a su trabajo por lo que a las doce del mediodía luego de buscar a su hijo a clases lo dejaba solo en casa y de allí no regresaba hasta las seis o siete de la noche. El señor Dragon era quien pasaba fuera de casa mucho más tiempo, partía desde las ocho de la mañana y regresaba a su casa alrededor de las seis.

Luffy quedaba solo unas seis o siete horas todos los días –excluyendo los fines de semana–. Cuando el morenito tenía cuatro años sus padres contrataron a una mujer de niñera, la recordaba vagamente regordeta, con un excéntrico maquillaje recargado, traía el cabello de dos tonalidades –amarillo y rojo si mal no recordaba-, y siempre vestía con excesiva cantidad de collares, pulseras y un sinfín de accesorios grotescos… ¿Yura? ¿Yoda? ¿Jara? ¡En fin! Esa mujer obsesionada con el “arte”. Un año después de ser contratada encontraron en el cuerpo de Luffy varios hematomas, este lo que había dicho era que se los hizo por subir constantemente a los árboles, desgracia –o suerte– del pequeño que no tenía ni la menor idea de cómo mentir. Al día siguiente el señor Monkey despidió y denuncio a aquella mujer.

Pocos días después escucho una conversación de sus padres sobre las decisiones de la familia Monkey, su madre desde joven había sido amiga de la señora Lucia y esta le había comentado que pensaba renunciar a su trabajo para poder estar con su hijo, después de saber que le hacía esa niñera a Luffy no pensaba dejarlo con nadie más. Sabía –por palabras del mismo Luffy– que los señores Monkey disfrutaban de sus respectivos trabajos, eso le hizo tomar una decisión.

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– Me lo ha comentado esta mañana. – Escucho decir a su madre. Todos estaban juntos en la mesa cenando cuando surgió el tema de Luffy. – Dijo que ya tenía la carta de renuncia lista, mañana la entregara a su jefe.

– Ya veo, es una lástima. – Secundo su padre para luego llevar una cucharada de su comida a la boca. Tras masticar siguió hablando. – Pero es entendible, su hijo era maltratado por esa niñera, yo tampoco dejaría a Ace con nadie luego de eso.

No escuchó respuesta de su madre pero advirtió como movía la cabeza en una afirmación. Hasta ahora se había mantenido en silencio escuchando todo. Lo que le habían contado días atrás no era ni la mitad por lo que Luffy había pasado durante un año. No solo le golpeaba en diferentes partes del cuerpo, por varios días le dejaba sin comer lo que había provocado una úlcera péptica gástrica en el estómago del niño, en otras ocasiones cuando era muy activo le encerraba en el ático de la casa y de allí no le sacaba hasta casi la hora de llegada de sus padres; los primeros días Luffy solía llorar encerrado en aquel lugar sin salida, por lo que la mujer optaba por taparle la boca con alguna cuerda, paño o incluso cinta adhesiva. Un puto infierno para un niño de tan solo cuatro años. No podía explicarse cómo es que su vecinito podía mantener su sonrisa después de todo eso.

–… si pudiera hacer algo. – Esa era la voz afligida de su madre. Al parecer los dos mayores habían continuado hablando mientras él se perdía en sus pensamientos. Bajó la mirada y observó su comida, de pronto su apetito había desaparecido.

– Yo también quisiera, Dragon es un buen amigo que nos ha ayudado en más de una ocasión.

Mordió su labio inferior y sus manos se volvieron un puño sobre sus piernas arrugando la tela del pantalón que traía puesto. Se sentía frustrado e impotente. ¿Cómo nunca se dio cuenta de nada? ¡Vivía en la maldita casa de al lado!

– Yo lo cuidare… – Salió de su boca sin pensar, en un susurro.

Sus padres pararon su plática y giraron a verle confundidos.

– Yo cuidare de Luffy. – Repitió sin ninguna duda en su voz. Su mirada estaba fija en la mesa.

Luego de eso no escucho nada de lo que sus padres le decían, sabía que estaban hablando porque murmullos de palabras rozaban sus oídos, sin embargo, era incapaz de distinguirlas. Frunció con rabia el ceño y se levantó de la mesa tan brusco que su vaso con agua se volcó y casi tumba más de un plato.

Lo siguiente que recordaba es haber salido de su casa –llevándose en el camino muebles, adornos y tropezones–. Saltó la cerca que dividía las viviendas y en tres pasos estuvo frente a la puerta de los Monkey tocando con desesperación. A los pocos minutos salieron los dueños de la casa alarmados por el alboroto.

– Señora Lucia, por favor ¡Deje que cuide de Luffy! – Soltó de inmediato sin darles tiempo de preguntar nada y alzando la voz sin quererlo. Mantenía la cabeza gacha y su cuerpo en una ligera inclinación como cuando se hace una petición.

– Espera, Ace… – Pronuncio su madre desde el otro lado de la cerca, con una mano cerca de su pecho por el susto. Pero su hijo no la escuchaba.

– No tiene que renunciar a su trabajo, yo puedo cuidar de Luffy. – Esta vez se enderezo solo para ver como el asombro y el desconcierto cubrían la cara de los mayores. – Mis clases terminan a las doce del mediodía así que… – Calló cuando una mano se dejó caer en su hombro, Dragón le miraba con una sonrisa en el rostro.

– Sin duda eres hijo de ese hombre. – El desconcierto de Ace fue mayor al ver la diversión en el rostro de Dragon. Un escalofrío recorrió su cuerpo y casi se paralizo al escuchar la estruendosa risa de su padre. Volteó solo para dedicarle una mirada de reproche y entonces se dio cuenta, no eran los únicos en la calle a esa hora.

Por tal escándalo que había montado los demás vecinos salieron de sus casas y ahora todos los miraban siendo Ace el centro de atención de todo eso. El bochorno le golpeo de lleno y su cara enrojeció al instante. Pero no se arrepentía, pensaba mantener firme su palabra.

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Sonrió y miró de reojo al chiquillo a su lado, ya dos años habían pasado de esa ocasión. Desde entonces él y Luffy pasaban la mayor parte de su día juntos, con cada segundo que pasaba al lado del niño se encariñaba más y más, al punto de que lo adoraba como si fuera su verdadero hermano menor. Por su propia cuenta terminó decidiendo que el moreno sería su responsabilidad, por esa razón debía encontrar una manera de animarlo.

Tras pasear su vista por toda la calle se encontró con el parque de juegos, un tanto abandonado siendo que Luffy era el único niño que vivía allí. Pasando el parque estaba una arboleda, el lugar donde el pequeño y él pasaban muchos ratos, incluso tenían una casa sobre uno de los árboles.

Pensando en eso una idea llegó a su cabeza. Enmarcó su sonrisa en el rostro y se giró a mirar a Luffy comprobando que no se movía de su lugar, se estiró la espalda y relajo los hombros.

– Vaya, este día sí que ha sido malo, y con las ganas que traía de buscar a ese sujeto que se ha estado apareciendo por ahí, que lastima… – El jovencito aun no levantaba la cabeza, no obstante se había removido la cual era señal de que le estaba escuchando. Se inclinó un poco más a este para que le escuchara mejor. –… que lastima… – Repitió con énfasis y un poco más de lentitud. – Creo que no podré encontrar un compañero que me ayude.

Luffy salió de su “escondite” y miró con curiosidad al chico a su lado.

– ¿Quién es ese?

Ace sonrió para sus adentros, Bingo.

– Ah, nadie importante. – Realizo un gesto despreocupado con la mano. – Solo un hombre que últimamente frecuenta por aquí. – Se encogió de hombros mientras descansaba con sus manos apoyadas en el suelo. – Eso claro… si es humano. – Puntualizo aquello creando una gran curiosidad en Luffy.

– ¿Si es… humano? – Parpadeó sorprendido y su boca se quedó abierta luego de soltar la pregunta.

– Si, ¿No has escuchado? En urbanizaciones vecinas dicen que han visto una silueta con cola de lagarto. – Se tomó su tiempo para seguir. – También que por su cara lo único que sobresalen son sus afilados colmillos y que es incapaz de cerrar la boca por lo enormes que son. – Con cada palabra que decía los ojos del niño se abrían más y más de la impresión. – Y su mano… – Apuntó la propia para luego esconderla en la manga de su chaqueta escolar. – ¡No la tiene! En su lugar hay un enorme garfio con el que despelleja a sus víctimas. – Terminó de decir sacando la mano de la chaqueta con sus dedos índice y corazón en forma de pinza.

– ¿De verdad, Ace? – Luffy apoyaba sus manos en una de las piernas del pecoso mientras su mirada llena de ilusión le taladraba el cuerpo. – ¿De verdad es así?

– Eso es lo que dicen. – Sonrió triunfante en lo que se levantaba de la acera. – ¿Y sabes que más escuche? – El pequeño negó con la cabeza, ansioso por lo que diría el mayor. – Su fuerza es tan brutal que aunque unieras a Dadan con el puño de amor de tu abuelo no podrían hacer nada contra él.

– ¡Es fuertísimo! – Exclamó el niño levantándose de un golpe. – ¿Irás tras él, Ace? ¡Dime, dime!

– Eso pretendo, pero sería genial si encontrara a un compañero que me ayudara. – Se cruzó de brazos y con una sonrisa miró a Luffy inclinándose un poco hacia él. – ¿Te interesa? – Como respuesta recibió un ferviente asentimiento de cabeza. – No te atreverías. – Negó con la cabeza varias veces mientras se daba media vuelta dejando al chico a su espalda, fingiendo estar decepcionado.

– ¡Claro que sí! – Bordeó rápidamente el cuerpo del pecoso, plantándose delante de él complemente decidido. – No tengo miedo.

El adolescente colocó una sonrisa en su rostro y descruzo los brazos posando sus manos en las caderas.

– ¿Ah sí? – Inclinó su torso hacia delante tratando de intimidar al más pequeño. – ¿Aunque su comida favorita sean los niños? – Advirtió como el jovencito se tensaba, aunque duda que fuera de miedo, lo más probable es que estuviera en el punto máximo de la emoción a punto de explotar cual volcán. – Te diré lo que le hace a los niños cuando los atrapa. Primero, les quita dedo por dedo. – Fue dando cortos y lentos pasos en dirección al menor logrando que retrocediera. – Después, se queda con sus ojos para freírlos y utilizarlos como carne de hamburguesa. – El joven de pecas utilizó sus dedos para abrir exageradamente uno de sus ojos. – Con el pellejo del cuerpo se hace un abrigo y así no pasar frío en la noche. – Detuvo sus pasos y mostró una enorme sonrisa mostrando su dentadura. – ¿Quieres saber qué es lo que más le encanta hacer con los niños, Lu~ffy? – Movió los dedos de sus manos maquiavélicamente -como si el aire fuera una mesa donde golpeteara con ellos- y los acercó al cuerpo del niño.

Luffy trago grueso y entonces entendió que debía temer por su vida, cuando Ace colocaba aquella sonrisa solo podía significar…

– ¡COSQUILLAS!

– ¡Nooo!

El chiquillo pego una carrera al interior de su casa sin pensarlo mucho, tenía que escapar del mayor. Por su parte, Ace tampoco perdió tiempo adentrándose en la casa de sus vecinos. Pasaron la entrada a gran velocidad pero antes de que Luffy lograra ir escaleras arriba los brazos del pecoso le atraparon. El hormigueo llegó casi de inmediato al pequeño cuerpo, las manos del moreno mayor toqueteaban las costillas del niño haciendo que estallara en risas.

– No, Ace… alto… – Apenas y lograba pronunciar, el aire se le acababa y lo único que podía hacer era reír. De pronto sus pies dejaron de tocar el suelo y era llevado entre las extremidades del joven hasta la sala.

Ambos cayeron sobre el acolchado mueble mientras que de fondo sonaba el “shishishi” característico del niño. Ace sonrió y le abrazó con fuerza.

– Así me gusta más. Te queda mucho mejor esta cara que la otra. – Haciendo uso de ambas manos revolcó la cabellera del más joven y posteriormente besó su frente mientras Luffy correspondía el cariño. – ¿Me dirás ahora por que estabas deprimido?

La risa del morenito se detuvo y lentamente fue quedándose serio. La aniñada mirada se quedó fija en la puerta por un corto tiempo.

– Es que… – Frunció el ceño antes de continuar. – Odio a las niñas.

Ace parpadeo confundido.

– ¿Las odias? – Preguntó recibiendo en repuesta un asentimiento. – Pero tú tienes una amiga niña ¿Me equivoco?

– Dos, Nami y Vivi. – Corrigió el niño.

– ¿Te peleaste con ellas?

– No, con ellas no. Aun me gusta jugar con ellas. – Aseguró mirando al muchacho que lo mantenía entre sus brazos.

– ¿Entonces, por qué dices que las odias? – Acomodó a Luffy en su regazo y así poder sentarse en la posición de indio.

– Porque una niña dijo que yo le gustaba. – Aquella confesión sorprendió al muchacho.

– ¿En serio? – Apretó sus labios tratando de ocultar su risa. – Bueno, no creo que te lo haya dicho con malas…

– También me beso. – Cortó las palabras del mayor revelándole lo sucedido en la mañana.

Los ojos del pecoso se abrieron en desmedido tamaño al tiempo que tosía ruidosamente por atorarse con su propia saliva a causa de la impresión. ¿Qué les daban a las niñas de esos días? Él a esa edad estaba pendiente de cazar escarabajos y luciérnagas, y jugar con sus amigos a ser los Power Rangers. ¡Se estaban volviendo demasiado precoces!

Un poco más calmado –y asimilado la información- recupero el aire de sus pulmones. Ahora entendía porque había encontrado a Luffy con aquel estado de ánimo, y es que el niño –si antes tenía una idea errónea- ahora tenía una horrorosa concepción de lo que era el amor. Jamás espero que algún día tuviera la responsabilidad de tocar el tema amoroso con Luffy, o al menos no tan joven, y si ese día llegaba esperaba con todas sus fuerza que el encargado de aclarar sus dudas fuera el señor Dragon y no él precisamente. Sin embargo, ahí se encontraba, con un morenito entre sus brazos molesto y confundido por cuestiones “amorosas”.2

– Las cosas pueden arreglarse. – Suspiró, buscando una solución dentro de su cabeza para ayudar a su hermanito.

Luffy lo pensó un poco antes de torcer la boca en desgano y un casi mohín.

– No va a escucharme, le grite que no quería verla nunca más. – Apoyó su cabecita sobre el pecho del mayor, estar peleado con sus amigos no le gustaba nada.

– ¿Le gritaste?

– Antes de tirarla al suelo.

– ¡¿La empujaste!? – Demandó alarmado. – Lu eso no se hace.

– Pero no quiero que diga esas cosas. – Juntó sus cejas molesto, no le agradaba saber que alguien estaba enamorado de él siendo consciente de lo asqueroso y doloroso que era. – Y dice que sea su novio, ¡No sé qué comida es esa, Ace!

El adolescente casi se carcajeo, le parecía increíble que un chiquillo tuviera más problemas en el amor de los que él jamás había tenido en su vida. Masajeo la parte trasera de su cuello, ahí era cuando necesitaba la ayuda de su madre o algún mayor que guiara al niño –y de paso también a él, que falta le hacía-.

– Lo que debes hacer es disculparte. – Luffy estuvo a punto de protestar pero levantó su dedo índice frente a la cara del menor, obligándolo a callar y escucharlo, muy a su pesar Luffy obedeció. – Sé que tú no quieres enamorarte… y nunca, nunca, nunca lo vas a hacer. – Agregó. – Pero eso no quiere decir que lo demás no puedan hacerlo. Si esa niña está enamorada de ti no puedes obligarla a lo contrario, pero, ella tampoco puede obligarte a nada que no quieras.

El jovencito guardó silencio no muy convencido de las palabras contrarias, entendía que no debía obligar a las personas, pero seguía sin gustarle del todo tener que disculparse por algo de lo que no tenía la culpa. Tal vez si por gritarle o empujarla, pero a su parecer estaba perfectamente justificado.

El de pecas suspiró, comprendiendo muy bien lo que pasaba por la cabeza del infante.

– Hagamos algo, tú te disculpas mañana y yo te prometo que el fin de semana iremos juntos al parque de atracciones.

Y esa fue la promesa que detono la felicidad de Luffy.

– ¿Lo prometes? – La ilusión en los ojos y vos del niño podían incluso palparse.

– Promesa. – Ace levanto el meñique que Luffy no tardo el juntar con el propio, sonriendo de alegría.


El resto de la tarde estuvieron tan concentrados jugando entre ellos que no se dieron cuenta que la mochila del mayor aún seguía tirada en la calle frente a la casa del niño y que la puerta permaneció ligeramente abierta, que terminaron almorzando a más de las cuatro de la tarde, que se vieron una mini maratón de películas sobre piratas y aventuras hasta quedarse dormidos en el sillón uno encima del otro –siendo Luffy este último babeando la camisa escolar del muchacho-. Tampoco escucharon cuando los padres de ambos entraron apresurados a la casa pensando lo peor y que al encontrarlos en completa paz rieron de felicidad, ni mucho menos notaron la manta que cubría sus cuerpos cobijándolos del frío de la noche.

Ignoraron completamente todo a su alrededor, pero ese día descubrieron algo que nunca comentaron en alta voz y que para cada uno tendría un significado diferente en el futuro. Sin duda ahora sabían que si tenías un mal día la solución sería ir al lado del otro, que la risa del ajeno era algo que los hacía felices y que las noches eran mucho más cálidas cuando dormían abrazados. Y por todo eso, aquella tediosa mañana había valido la pena.

Al igual que valió la pena soportar a una niña enamorada y sus abrazos la mañana siguiente y los regaños de un profesor hacia un alumno que olvido hacer su tarea el día anterior.

 

Notas finales:

1: Considero necesario aclarar algo sobre la palabra vereda. En otros países (como Argentina, Colombia, Chile... Ecuador, y no sé si se me escapa otro más por allí) sé que vereda es un sinónimo de acera, por lo que seguramente leerían algo como: "Allí sentado en la acera de la acera".
En cambio en mi país vereda es un camino o calle que sirve para entrar a un grupo de casas; también es tomado como una calle de servicio.

Y bueno, esa era la aclaratoria.

 2: En esta parte lo que quería aclarar es que Ace piensa con dos sentidos la frase "problemas amorosos". Ustedes sabrán de qué hablo hahaha.

Y eso es todo, espero que disfrutaran de este capítulo (milagrosamente he actualizado rápido, ¡No se acostumbren!), ¿Que les ha parecido hasta ahora?

Cualquier comentario es bien recibido.

Cya~.


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