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Vinculados por koru-chan

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Capítulo veintinueve:

 

Erika

 

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Subí aquellos peldaños de concreto en forma autónoma. Era mi tercera mañana en aquel edificio y aquel recorrido se había vuelto parte de mi monotonía diaria. Bostecé sintiendo como una gota gruesa de agua me caía en la nuca. Sentí un escalofrió. ¿Dónde estaba el verano? Iba a llover nuevamente y con fastidio pensé que había sido mala idea el salir de casa en moto. Volver sería realmente una mierda.

 

Gruñí empujando la puerta de vidrio sintiendo como la temperatura, al interior, estaba elevada y como un olor medicinal me golpeaba dándome aquella desagradable bienvenida la cual jamás me podría acostumbrar. Arrugué mi nariz con enfado mientras me deslizaba por el hall el cual era el punto de partida para dirigirse hacia los diversos departamentos de especialidades. En mi andar, observé como a los alrededores, personas de todas las edades, transitaban o esperaban que los atendiesen sentados en los plásticos asientos corporativos de la institución médica los cuales estaban ubicados en hileras ordenadas frente al mesón de informaciones. A pesar que el establecimiento era un verdadero laberinto si no se sabía hacia dónde ir, no me detuve en aquel lugar para obtener indicaciones; sólo me encaminé hacia mi objetivo el cual sabía perfectamente como llegar sin perderme en el proceso.

 

Me introduje por una gran puerta de vidrio abierta de par en par para transitar por un pasillo enorme en el cual, únicamente, deambulé un trecho corto hasta encontrarme con los ascensores de diferentes dimensiones para diversas eventualidades.

 

Toqué el botón para que el artefacto llegase a mi nivel. Habían cinco elevadores y todos estaban en diferentes pisos. Hice una mueca de medio lado mientras mi suela acariciaba rítmicamente la cerámica pulida del suelo mirando cada una de las placas numéricas. Me inquietaba el ver como iban descendiendo o ascendiendo de a poco y de forma bastante agonizante.

 

Producto de la demora, varias personas se juntaron a mi alrededor con impaciencia, al igual que yo. Cuando uno de los elevadores llegó al primer piso, ingresé siendo llevado por la masa. Apretujado me terminé abriendo paso al interior de la máquina. No hubo necesidad que tocara el botón del cuarto piso porque los sujetos anónimos que me acompañaban, ya lo habían tocado. Los individuos que iban dentro, con presura se bajaron en el segundo y el tercer nivel. Con alivio que el reducido espacio se desocupara, me terminé afirmando de la pared trasera viendo como una enfermera y un sujeto mayor aún me hacían compañía dentro de la cabina.

 

El ascensor cerró sus puertas con lentitud y mientras esto ocurría, me observé por los espejos los cuales tapizaban la pared trasera, el costado diestro y derecho. Froté mi rostro con mi derecha. Estaba ojeroso y pálido. Últimamente no dormía bien porque ensayábamos en las tardes, tocábamos en las noches y en la mañana acudía al hospital. Dormía alrededor de cuatro o cinco horas—sí tenía suerte—, todo dependía si tocábamos antes o después en 1991; pero normalmente nos tocaba cerrar el show por nuestra creciente fama. Chisté sintiendo como el elevador comenzaba a subir al fin. Estaba asumiendo lo mejor que podía este nuevo rol de padre, pero los horarios hacían la tarea pesada y agotadora.

 

Sentí como la máquina se detuvo algo brusco. El marcador mostró el número cuatro y mi imaginar voló pensando en qué pasaría si aquel aparato suspendido por un par de cables callera al vacío. Si corría con suerte y no moría en el acto, seguro terminaba con múltiples fracturas. Fruncí mi ceño saliendo de mi macabro divagar tras oír como el elevador soltaba una melodía seguido del despliegue de sus puertas aceradas. Tenía la pésima costumbre de pensar situaciones hipotéticas con alto grado de tragedia de por medio cuando mi cerebro estaba a punto de caer dormido y necesitaba mantenerse lúcido. Debía admitir que mi merodear mental era más factible que la cafeína. Vi como la mujer salió con presura seguido del hombre canoso quien tomó la dirección que yo iba a seguir.

 

—Pésimo plan de vida—murmuré al aire mirando mi reflejo mientras Bostezaba. Avancé dando grandes zancadas al ver que, por mi ánimo aletargado, las puertas se estaban cerrando nuevamente. Apreté el botón para evitar que las metálicas placas se juntasen viendo como un sujeto interpuso su mano en medio de los gruesos paneles logrando ingresar y yo salir al exterior. El piso de inmediato me recibió con aquel tono rosa leve el cual me indicaba donde me encontraba: El área de obstetricia.

 

Salí tomando el camino del frente por un corredor extenso el cual terminó cuando el estrecho recorrido se abrió a una zona amplia donde di con la recepción del área.

 

Me acerqué a un mesón semicircular para pedir una tarjeta que me daba acceso a la zona donde se encontraba Lucy después de haber parido. Tras decir que era el padre de la recién nacida y entregar mi credencial de identidad, me pasaron el plástico el cual restringía  las visitas a sólo dos por paciente por lo que sólo podía estar hasta cierta hora. Generalmente la madrastra de la chica, su padre, su hermana y a veces Takanori acudían en las tardes por lo que estaba hasta que alguien más asistiera o, en definitiva, me tuviese que marchar.

 

Miré el simplón documento rosado entre mis manos—en el cual se describía la especialidad donde se encontraba la mujer; su nombre, el de la niña y un par de datos numéricos—he hice una mueca de medio lado recordando, de golpe, que día era.  Busqué con la mirada a la recepcionista al mismo tiempo que picoteaba el mesón con la plastificada credencial entre mis dígitos.

 

—Una pregunta—indagué—. Por casualidad, ¿Habrá alguien más… dentro?—la mujer hizo una mueca sin entender—. ¿Takanori Matsumoto… no estará dentro?—cuestioné deseoso de encontrármelo. Mas, con desazón vi como la mayor miraba una bandeja con varias tarjetas tomando entre sus dedos el plástico restante.

 

—Eres la primera visita de hoy—articuló mirando su computador para corroborar—. Efectivamente. Eres el primero.

 

—Gracias—dije desalentado palmeando la encimera con ambas manos para dirigirme, una vez por todas, hacia aquella dirección sabida.

 

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Después de una máquina de café, arribé a mi destino. A lo lejos divisé la habitación correspondiente de la madre de mi hija y mientras me acercaba, vi como la puerta estaba entre abierta. No toqué la madera para anunciar mí presencia y sólo me aventuré a ingresar, en silencio, a aquel cuarto de tono gris muy pálido. La habitación era compartida. En su interior habían dos camas. Normalmente entraba saludando a la mujer de mediana edad que usaba el primer catre a un lado de Lucy. Cotidianamente la veía paseando con su bebé y charlando con la primeriza muchacha sobre temas maternales mientras intentaban que los infantes no llorasen por falta de atención de sus madres. Mas, esta vez, encontré el sitio solitario y silente; no habían sollozos de infantes ni voces femeninas.

 

De inmediato fijé mis ojos hacia el colchón vacío. La mayor, que le había hecho compañía a la chica postparto, ya no se encontraba. La cama junto a la joven madre estaba tendida y desocupada. Sus pertenencias no estaban; había sido dada de alta.

 

Tras entender lo ocurrido llevé mis ojos hacia Lucy al no haber escuchado su voz dándome una grata “bienvenida”. Quien, normalmente, me recibía con algún comentario sarcástico al instante que ponía un pie en la habitación. Curioso de su nula verborrea, terminé ingresando por completo al cuarto. Cerré la puerta tras mi espalda fijándome, detenidamente, como la hermana de Takanori estaba dormitando sentada en el colchón con la pequeña bebé en brazos la cual hacia sutiles gemidos sobre su pecho.

 

Suspiré acercándome hacia aquella cama de hospital. Me senté al borde y me quedé observando la escena; a aquella mujer y a la bebé. Sonreí. La similitud de la chica con su hermano mayor eran alucinantes. Pero ella no poseía aquella esencia particular, ni la dulzura, ni aquel puro corazón del adorable hombrecillo. Negué con mi cabeza alzándome del lecho para aproximarme un poco más a su cuerpo para alzar a la pequeña Erika entre mis manos. Cuando posé su delicada cabeza sobre mi pecho miré a la tatuada despegar sus párpados con notable dificultad.

 

—Eres una pésima madre. No te puedes quedar dormida con la niña en brazos. ¡Se te puede caer!—le di la espalda dando un par de pasos hacia los cristales, los cuales estaban cubiertos hasta la mitad con persianas, pero aun así, era suficiente para mirar la periferia y el cielo cubierto por negras nubes. La niña, entre mis extremidades, hizo pequeños movimientos terminando por bostezar mientras apoyaba su frente contra mi cuello. Su cuerpecito era tan cálido y desprendía un aroma tan indescriptible… Era irreal, pero no entendía aquel sentimiento que, de la nada, había nacido en mi justo en el momento que vi por primera vez a aquella criatura que yo había creado y que me pertenecía. Estaba seguro que si pudiera, estaría todo el día viendo y sorprendiéndome por sus pequeñas hazañas. La meneé sutil entre mis brazos situando con ternura mi mentón sobre su delicado y aterciopelado cabello.

 

—Sólo cerré mis ojos un par de segundos. Estoy cansada, Reita—murmuró adormilada mientras se cubría con las mantas.

 

—¿Erika no te dejó dormir?—susurré bajito para no alterar a la criatura.

 

—Duerme cada una hora…—arrugué mi nariz mirando su encantador reflejo somnoliento a través de la ventana frente a nosotros.

 

—Eres malvada—entoné en forma de susurro a la bebé aletargada—. Deja dormir a tu madre. ¿No ves cómo se pone de huraña?—terminé oyendo de fondo como la mujer daba un exhale mezclado con una carcajada. Giré a medias mi cuerpo hasta divisar a la agotada chica.

 

—No estoy molesta, sólo cansada—bostezó mientras yo no le quitaba la vista de encima. Realmente yo estaba igual, pero sin dudas, ella se estaba llevando la peor parte.

 

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Transcurrieron varios minutos en los cuales pasee con la niña de aquí para allá viendo de soslayo como Lucy estaba con sus ojos cerrados. Discreto me senté en el sillón individual junto a la cama con la bebé a cuestas quien me había tomado como una cómoda almohada personal mientras observaba, de vez en cuando, la puerta del cuarto a la espera de la llegada de alguien que, al parecer por la hora, no acudiría a visitar a su hermana. ¿Me habría equivocado de día?

 

Había memorizado el horario de Takanori al pie de la letra. Y, por las dudas, tenía una fotografía en mi celular de la libreta donde tenía pegado una hoja, destacada con colores, donde se mostraba un horario semanal. Y si mi memoria no me fallaba, tenía la mañana del miércoles marcada como libre. Hice una mueca de medio lado intentando sacar mi destruido teléfono desde mi bolsillo diestro. Cuando lo logré sustraer de mí ajustada prenda, busqué la imagen corroborando que sí, efectivamente, el hombre no tenía que dictar clases en la mañana del miércoles. ¿Entonces, por qué no estaba acá?

 

—Pensé que Takanori estaría hoy aquí. Es miércoles y no tiene clases en la mañana—me voltee ligeramente hacia la primeriza madre observando como se recostaba sobre su costado zurdo tras oír mi voz.

 

—Fue a Osaka, ¿no lo recuerdas?—dijo quedándose pensativa un par de minutos haciéndome mirarla completamente atónito. Fruncí el ceño.

 

—¿Cómo?—murmuré—. ¿Por qué iría a Osaka?—vocalicé sin hálito. ¿Acaso tendría familiares por allá? Deseché aquella idea de inmediato. Takanori era de Tokio. Su madre estaba internada acá y, aparte de Lucy y Kathy no tenía más conexiones sanguíneas.

 

—¿No te contó?—entonó sorprendida mientras yo no entendía que estaba pasando—... Ustedes andan juntos para todas partes—“andábamos”. Exhalé el aire contenido de mis pulmones. Pensé que quizás, apartándome de él, podría conseguir que se atreviese a decirme la verdad. A confesarme, de una vez por todas, que sentía algo por mí; aunque esto fuese efímero, lo sentía real. Mi lado pesimista me decía que sólo esperaba por esperar, pero, por otro lado, algo me decía que no estaba tan equivocado y que no perdiera las esperanzas. Luego recordaba lo que había dicho mi padre con referencia a aquel supuesto “pretendiente” y todo, nuevamente, se iba a la mierda. Bufé contrayendo mi mandíbula.

 

Él jamás entendería lo difícil que era hacerme el indiferente cuando lo tenía veinticuatro siete en mi cabeza; fingir que nada alteraba mis sentidos era una tortura. Por ello, aquí estaba, esperando robar algo de estas instancias para verlo; para estar juntos sin estarlo. Mi consuelo era mirarlo desde lejos.

 

—Creo que olvidó un detalle...—mi tono salió desganado.

 

—Probablemente lo olvidó. Anda algo distraído. Seguro nervioso. Ya lo conoces—me encogí de hombros—. Lo contactaron de Osaka para que fuera a una entrevista de trabajo. Al parecer, el colegio es un prestigioso establecimiento privado—habló emocionada por su hermano.

 

—¿Qué?—dije observándola como si me estuviese contando una descabellada mentira.

 

—Como escuchaste. Me sorprendí al igual que tú. No me esperaba que Takanori tuviese esas ambiciones. Nunca había hablado de ello—exhaló con tristeza—. Es egoísta, pero no quiero perder a un pilar tan importante en mi vida—susurró observando los cristales. Era muy curioso como el verano ya estaba instalado, pero la lluvia y el viento frío no se querían ir. Los ventanales se estaban empapando cada vez más haciendo el paquete completo a la melancolía que ahora revoloteaba en mi pecho—. Pero me dijo que no me preocupara porque quizá no se quedaría con el puesto—me sonrió y yo aparté mi mirada ofuscado por aquella sorpresiva noticia.

 

Se iba a ir. Lo iba a hacer. ¿Quién en su sano juicio no contrataría a Takanori? ¡Él era intachable! Teníamos que hablar. Tenía que corroborar, por mis propios medios, el porqué se quería ir. Aunque tenía mis sospechas. Y sí estas eran correctas, él era un maldito cobarde.

Notas finales:

Hola, ¿cómo están?

En el capítulo de Erika quería mostrar el comienzo del cambio en la vida de este par. Obviamente más de Reita. Quien tendrá que equilibrar su vida como músico bohemio con una de un padre responsable. Hasta el momento parece muy involucrado con su hija. ¿No les pareció tierno? Claro, a su manera. Ya sabemos de sobra como es Reita. Por otro lado, se enteró por Lucy que Takanori tiene intenciones de marcharse…

¿Qué creen que pasará en el siguiente capítulo?

¿Éste par logrará hablar nuevamente?

Como les mencioné anteriormente, este es el último capítulo en el cual narrará Reita. Así que espero que lo hayan disfrutado. <|3

Bueno, siempre termino cada nota con una perorata de lo mucho que aprecio que sigan acá, pero es cierto. Ni se imaginan lo mucho que me han animado a continuar dándole vida a esta historia. Gracias por seguir apoyándome.

¡Nos leemos!


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