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Vinculados por koru-chan

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||   TERCERA   PARTE   ||

 

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Capítulo treinta y dos:

 

Después de un año…

 

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—Mi sueño siempre fue tener esta vista para poder ver el atardecer―murmuré con la mirada perdida entre las nubes percibiendo como comenzaban a entintarse de un rosa acuoso tal como un lienzo de acuarela.

 

—Es realmente hermoso—dijo Kaolu bebiendo el contenido de su taza; un humeante chocolate mientras permanecíamos frente a frente en aquel cuarto vacío. Estábamos en un décimo piso viendo como el cielo, de a poco, se oscurecía dándonos un visual espectáculo natural. Una panorámica típica del inicio del frío otoño.

 

—Lo es. Creo que sólo por eso me interesé por esta ubicación—le sonreí viendo como corría el panel de la ventana para salir hacia el balcón. Atravesó el umbral yendo directo a apoyarse de la barra de metal. En el acto me despegué de la impoluta muralla para acercarme hacia el marco del cristal para descansar mi hombro zurdo y ver como el maestro de deportes admiraba la periferia al mismo tiempo que el aire fresco nos abrazaba.

 

—Y por la buena vista―volteó su rostro para mirarme moviendo sus cejas sugestivo―… Hay unos bombones tan hermosos por allá y yo adieta por acá—ahogué una carcajada sorbiendo el contenido de mi taza viendo como el de lentes redondos se giraba nuevamente hacia mí terminando por morderse el labio inferior. Negué sonriendo levemente sintiendo, en el instante, la real falta que aquel hombre me había hecho en el largo año que no lo tuve cerca verbalizando sus ocurrencias tan propias de su personalidad—. Vendré todos los días para deleitar mi vista con aquellos adonis. ¡Dios! Mira esas piernas, esos brazos, esos pantaloncillos cortos... ¡Jesucristo! Me dieron unas ganas insanas de volver a retomar el tenis y tener un entrenador como esos. ¿Aquello será una escuela privada?—lo oí divertido mientras me acercaba junto a él para mirar la cancha donde aquellos hombres practicaban dicho deporte.

 

—Esa no es una escuela de tenis—le informé—. Esa área pertenece al edificio—conté.

 

—Tus vecinos son sexys—exhaló en tono extasiado—. Y yo sólo estoy rodeado de viejos y una vecina latosa con su gato que se pasa a mi patio cada día.

 

—Tus vecinos son muy agradables―recordé.

 

―Me vendré a vivir contigo―me miró con sus ojos brillantes.

 

―Claro, no hay problema. Tengo un cuarto extra, pero me tienes que ayudar a desempacar—le sonreí inocente viendo como su rostro se descomponía. Mi casa era un caos en estos momentos. La idea era prácticamente un tortuoso castigo.

 

―Punto uno: asumo que ese cuarto extra es para alguien “especial”―hice mis labios una línea tensa―, y punto dos: asumo, también, que disfrutarías más armando muebles y decorando con el rubio que conmigo, ¿no?―entonó juguetón. Negué.

 

―Ese cuarto extra es para visitas. No inventes cosas―dije con el corazón apunto de escaparse por mi boca.

 

―Sí, ajá―hubo un largo silencio bastante incómodo también y mi primer visitante lo palpó suspirando largamente―… Prefiero quedarme en casa y venir a visitarte—arrugué mi nariz.

 

—Que interesado eres. Al final sólo vendrás por los tipos musculosos—se carcajeó por la obviedad de mis palabras y por el rostro fingido de tristeza.  

 

—Tú no entiendes que tengo que encontrar un esposo, a mi edad ya debería haber formado una familia constituida—lo observé incrédulo—. Después de los cuarenta mi matriz no servirá y no podré tener hijos.

 

—Dios…—verbalicé ingresando al departamento oyendo como el hombre se carcajeaba y cerraba la ventana. Lo dejé atrás colocándole el seguro al cristal mientras yo me dirigía hacia el área abierta de aquel departamento: La cocina y la sala. Me senté sobre un taburete de madera, aún embalado con plástico, frente al desayunador tras haber captado mi olvidado teléfono. Lo deslicé sobre la barra hacia mi cuerpo y lo encendí viendo como Lucy al fin me había contestado. Hice una mueca de medio lado. Su respuesta era cortante y escueta como las últimas. No entendía que pasaba con ella.

 

—¿Quién es? ¿Akira?—cuestionó mi amigo mientras mentalmente me debatía en si continuar insistiéndole a mi hermana o esperar. Tal vez sólo estaba MUY ocupada como me había recalcado incontables de veces cuando le había cuestionado el hecho de que no respondía mis mensajes.

 

Observé a mi amigo dejar su taza vacía en el fregadero mientras miraba como a la mía aún le quedaba aquel contenido marrón y dulce el cual había dejado olvidado sobre la encimera. Negué a su cuestionamiento viendo como sacaba del refrigerador una botella de agua y como se apoyaba del mueble de la cocina frente a mí.

 

—No—respondí―. No es él―alzó una ceja con intriga. Kaolu se había mantenido al margen sobre el tema relacionado con Akira, pero no había podido evitar sacarlo sutilmente en nuestra charla.

 

—¿Él no sabe que has llegado? Pensé que ya estaría acá con maletas incluidas—dijo tenue mirándome de reojo mientras tragaba un segundo sorbo del interior de la desechable botella. Suspiré frotándome el cuello. Hablar de él me inquietaba.

 

—Le pedí a mi hermana, encarecidamente, que no le comentara que volvería—dije afirmando mis codos en el desayunador marmoleado―… Pero Lucy ha estado bastante desaparecida―mordí mi pulgar pensativo―. No me contesta tan seguido como antes así que ignoro si le habrá dicho. Espero que no.

 

—¿Por qué? ¿Cuál es la razón?—despegué mis labios para responder, pero no sabía el porqué. Posiblemente era porque tenía miedo. Temía mirarlo, decirle todo lo que sentía y que él hubiera dado vuelta la página. Mi miedo era plantarme frente a él y darme cuenta que mi tiempo había pasado. Y era lógico después de todo. Sabía que eso podría pasar; siempre fui consciente de aquello. Ahora, aunque doliera, tenía que asumirlo y quizás, dar vuelta, también, la página.

 

—Porque… ―negué. Lo miré viendo como me analizaba extrañado. Había vuelto con un objetivo, pero, a sus ojos, sólo titubeaba nuevamente―. Lo iré a ver en estos días—afirmé al final volteando mi cuerpo hacia aquel paisaje que adornaba mi departamento: Pilas de cajas y muebles que tenía que desempacar, armar y ordenar a mi alrededor era mi atractivo panorama.

 

―¿A 1991?―indagó mientras me volteaba nuevamente hacia él.

 

―Es el único lugar seguro donde sé que lo puedo encontrar―Kaolu asintió mientras, desde el interior de una bolsa de tela en tono beige sacaba cajas de comida preparada que había comprado en una tienda especializada que quedaba de camino hacia mi departamento.

 

—¿Qué crees que pasará con ustedes?—lo observé sin expresión en mi rostro.

 

—Él no me va a recibir con los brazos abiertos si es a lo que te refieres—sonreí imaginando el rostro molesto del bajista. Había vuelto un par de ocasiones a Tokio para visitar a Erika, mis hermanas, mi madre y a Kaolu, pero en ninguna de esas instancias me había cruzado con el músico. Pensé que estando en la misma ciudad debía ir a 1991, pero a último minuto pensé que no era correcto romper aquella promesa que había hecho, sobre todo cuando ya sabía lo que realmente sentía por el rubio.

 

—¿Y por qué no lo haría? El chico se veía realmente enamorado de ti. Lo vi observándote un par de veces y esa mirada no era cualquiera... Créeme que veía corazones rosados y gordos salir de sus ojos—despegué mis labios sintiendo un cosquilleo caliente en mi estómago el cual subió hasta mi cara de forma violenta.

 

―¿Cuándo ocurrió eso? Porque… yo nunca me di cuenta de aquello―bromeé junto a una risilla colada mientras me bajaba del taburete y abanicaba mi rostro tras la espalda de la del maestro para que no me viera. Desenvolví unos vasos recién comprados de una caja y tomé un par de cubiertos aún empacados mientras tocaba mi mejilla con el dorso de mi mano fría.

 

―Eres increíblemente lento―me giré viendo como él cogía un vegetal cocido de un pequeño recipiente para metérselo en la boca. Bufé tomando un paquete de servilletas.

 

―No lo soy―caminé plantándome en frente mientras veía como el se sentaba al lado contrario sobre otro taburete―. ¿Cómo podría imaginar que de verdad el chico… sentía algo amoroso por mí? ―mi rostro se volvió serio―. Tú no sabes como él era conmigo, ¿cómo me podría haber imaginado algo así de él?―le entregué sus cubiertos y un vaso mientras abría el plástico del papel desechable―. Llegué a pensar que era homofóbico por la forma despectiva que me trataba.

 

―Y ahora… sólo quiere chuparte el pene―tras mi mutismo el de lentes explotó en carcajadas y yo sólo me limité a mirarlo mientras le aventaba el paquete de servilletas.

 

Luego enmudecí percibiendo como las risotadas contrarias iban cortándose de a poco mientras yo picoteaba los alimentos sin llevarme alguno a la boca.

 

―Tengo miedo de que esté saliendo con alguien y se haya olvidado de mi―alcé mi vista cabizbaja sincerándome oyendo como el de lentes carraspeaba después de aquella sorpresiva risa y aquel prolongado mutismo.

 

—Si está loco por ti, se va a olvidar de todo—limpió una lagrimilla de la comisura de su ojo con el dorso de su mano al mismo tiempo que abría su caja de aluminio con sumo cuidado viendo de inmediato el vaho como serpenteaba hacia el techo. Suspiré distinguiendo como tomaba, de un recipiente distinto, otra verdura al vapor entre sus dedos. Negué.

 

―Sí él está feliz yo…

 

―Tú vas a ser infeliz, no hay más―me miró asqueado―. Por favor, no salgas con tu perorata cliché frente a mí―frunció el ceño y yo rodé mis ojos picoteando el pollo asado de mi plato de aluminio―. Lucha por lo que es tuyo―ese fue mi turno de reír al palpar la pasión puesta en esas palabras.

 

—Sólo quiero verlo y ver si quiere hablar. Lo demás después se verá, Kaolu—este se rió por mi tono algo gruñón—. Me abrumas—exhalé—. No sé qué esté pasando en la vida de Akira. Pero, por mi parte, cumplí lo que le dije la última vez que hablamos; sí sentía algo por él, a pesar de la distancia y todo lo que conllevaría vincularnos en un romance, volvería. Y acá estoy.

Notas finales:

Gracias por seguir leyendo.


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