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Vinculados por koru-chan

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Capítulo treinta y cuatro:


Descontrol interno


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―¡Reita!


―¡Hey, espera!


―¡Oye, ¿dónde vas?!


―Reita, ¿qué demonios…?


Hice oídos sordos a aquel cuarteto de voces quienes, al unísono, golpearon mi dorso cuando torné fuera de escena, después de aquel último acorde de guitarra. No era previsto que abandonásemos de inmediato la presentación y menos que uno del quinteto desapareciera. No al menos como yo lo hice; sin razón aparente, con la piel más fría que un témpano y, seguro, más pálida que un papel. Sin quitar mi instrumento de mi cuerpo me perdí tras la lona; aquella que adornaba en grande nuestra presentación con sus características letras góticas.


Sin meditar mis actos me precipité a los peldaños de piedra ajada―tan característicos de aquel local―sintiendo, a la vez, la euforia del público tras haber concluido nuestra reciente y masiva presentación. Los culpables del griterío descontrolado, parecían fomentar aún más aquel entusiasmo al lanzar uñetas, baquetas y botellas de agua. Aunque, el simple hecho de tomarse fotografías con la multitud, formaba un caos en automático. Estaba seguro que en eso estaban ahora. Sonreí. Aquellos alocados fanáticos que habíamos formado a pulso, era un verdadero recargo de batería para chicos como nosotros que llevábamos un largo tiempo luchando por un espacio y oportunidad en la competitiva escena.


En medio de mi descenso, calmé el ritmo de mi marcha. Al final, me detuve cuestionando mi actuar. Yo también podría estar ahí arriba; empapándome de aquella energía única y de aquel reconocimiento que anhelaba y que merecíamos después de tanto tiempo trabajando sin recibir reconocimiento ni un peso. Pero cuando lo vi, mi corazón dejó de latir por un par de segundos cuando aquellos ojos marrones de mirada tranquila y facciones acogedoras impactaron con mi rostro. Por un segundo me quedé sin aliento ahogándome en recuerdos pasados como si hubiera perdido la memoria. En cosa de segundos me disipé de aquel lugar. De aquel ambiente; me perdí de las tonadas, de la escena, de mi personaje. Colapsé. Era un torbellino de sensaciones, era como si hubiese despertado y estaba tan abrumado que era capaz de barrer con todo y todos. Dudé, pero continué caminando al mismo tiempo que fruncía mi mandíbula y negaba acelerando el paso.


Di grandes zancadas para terminar de bajar; siempre cuidando de no golpear mi bajo el cual, fiero, sostenía del mástil con una dirección en mente: El camarín.


Con presura me precipité al interior del recinto el cual estaba completamente vacío de público aquel día. Sólo me topé con el barman charlando con tres sujetos que no vi porque estaban de espaldas y, poco me importaba saber quiénes eran. Transité con la respiración contenida mientras atravesaba el bar desocupado. Seguí por un corto pasillo hasta que llevé a la reducida área de los camarines.


―¡Reita! ¿No me oyes? ¡Hey!


Resoplé antes de abrir la puerta porque aún seguía oyendo mi nombre a lo lejos. Acaso, ¿no se entendía la indirecta de mis actos? Quería estar sólo. No, necesitaba estarlo. No tenía nada contra mis compañeros ni con aquella insistencia tan propia del baterista, pero por ahora sólo me limitaría a ignorar al dueño de aquel timbre y a aquel que intentara cruzarse por mi camino. Prefería eso que armar una disputa de la nada.


Cerré la puerta tras mi espalda junto a un largo exhale contenido. Finalmente había podido dejar a fuera aquel bullicio e insistencia de mi grupo y, al fin, había podido llegar a aquella habitación con sofás, espejo, tocador y baño que el local ponía a nuestra disposición. Dejé mi instrumento recostado sobre un sillón grande y me senté junto a este posando mis codos contra mis muslos para tapar mi rostro con mis palmas.


―¿Era él realmente?―moví mis labios, pero de estos no salió tono―. ¿Cómo podría ser él…? ¿No se suponía que estaba en Osaka? ¿Había regresado? Entonces… ―murmuré casi sin tono. Seguro estaba delirando. Sí, claro. Eso era, no había duda. Tenía que dejar de beber lo mismo que consumía Uruha antes de subir al escenario como excusa para sosegar mi nerviosismo antes de tocar.


Destapé mi rostro quitándome aquella sudada máscara negra mientras despeinaba mis cabellos. Caminé hacia el baño y empapé mi piel con agua fría la cual fue revitalizadora para calmar el calor corporal que sentía producto de la presentación. Mojé mi melena y me saqué la camiseta oscura para secar mi cara, cabeza y parte de mi pecho tras haberlo salpicado con aquel gélido líquido.


Volví al interior de la reducida sala yendo hacia mi bolso para buscar una camiseta limpia. En mi rebusque, dentro de aquel atiborrado y sobre todo desordenado equipaje, oí de fondo unas pisadas que se acercaban a la posición de aquel cuarto. Éste no fue cauteloso y con presura se precipitó al interior. Con calma cubrí mi torso con aquella camiseta gris de mangas largas haciendo como si no había escuchado al nada discreto intruso. Ignoré su presencia concentrado en meter mis pertenencias al interior de mi bolso para irme de ahí de una maldita vez.


—Hey, ¿no me escuchaste? Te he estado llamando. Te hemos estado llamando—habló, al fin, el batero quien se había quedado parado observándome desde el marco de la puerta. No respondí y éste volvió a intentarlo—… ¿Qué pasó allá arriba?―indagó sutil. No respondí nuevamente. Sólo me limité a chistar. Ya tenía suficiente con las miles de interrogantes que me habían surgido tras haber visto aquel rostro que hace más de un año había abandonado mi vida y, ahora… ¿había vuelto?


Era él, no podía negarlo más. Estaba junto a Lucy y hasta creí haber visto a Kathy…


 ¡No podía entender que hacía acá apareciéndose como si nada hubiese pasado!


Arrojé una toalla a mi bolso atiborrado de mierda, con ira contenida—. Estás… ¿Estás bien?—su tono fue esbozado con preocupación y, con ello, me giré para enfrentar su enana e entrometida anatomía. Me crucé de brazos observando aquel rostro inquieto. Yune no había avanzado ningún centímetro hacia el interior; estaba aferrado al pomo de la puerta tanteando el terreno para captar si era factible el acercarse o no. Negué terminando por resoplar tras haber asumido la situación.


—Estoy bien. Sólo… necesito algo de espacio. Estoy cansado y más encima tenemos esta porquería de fiesta—gruñí sentándome en el reposabrazos del sofá grande, el mismo donde había dejado descansando mi instrumento. Su mueca facial intranquila cambió a una molesta.


—Mentiroso. No estás bien. Esa excusa de que estás cansado es pura mierda. Te conozco más de lo que tú crees. Habla y dim…―fue interrumpido justo cuando dio un par de pisadas al interior.


—¿Qué ocurrió?—pareció Uruha en esa escena junto al vocal y al segunda guitarra acompañados de una mirada estupefacta. Nadie entendía el porqué. A mí no se me iba ninguna nota y, de hecho, era yo quien siempre corría, prepotente, a decir las faltas de cada uno. Hice una mueca de medio lado.


—¡Dejen de molestar! No pasó nada, ¿sí?—bufé hastiado mientras me colocaba de pie e iba hacia una esquina donde había dejado olvidado el bolso deportivo el cual cerré. Caminé hacia mi bajo y busqué con la mirada el estuche, sin obtener éxito. Luego recordé que estaba detrás del sofá. Chisté. Necesitaba una cerveza helada. Quizá dos. Sino mi cabeza iba a estallar.


—¿Nada?—se mofó el guitarrista con quien comparto habitación—. Cuatro canciones en donde no diste ninguna tonada. CUATRO CANCIONES, AKIRA—rodé mis cuencas posando el mástil contra la caja cerrando la tapa con fuerza.


—¿Te diste la fatiga mental de contarlas?—murmuré con fastidio cerrando los broches. La tomé del asa y la llevé hacia el mismo sitio donde descansaba mi equipaje sobre el sofá. De ahí mismo agarré una sudadera que había arrojado con anterioridad para terminar de vestirme—. ¿A ustedes no les ha pasado?—los miré colocándome dicha prenda. Los tres querían intentar descubrir qué había pasado con aquel error de principiante. En cambio, Yune parecía buscar algo más detrás de mi camuflada prepotencia—. Estoy agotado. Tengo demasiada mierda en la cabeza. Además, ¿recuerdan que tengo a Erika, ahora? No sean idiotas—vociferé colocando la correa de mi bolso sobre mi hombro—. Y, ¿qué esperan? Tomen sus porquerías que en casa de Takashima nos esperan cervezas bien frías―concluí. Lo único bueno de esa estúpida fiesta post concierto era el alcohol. En automático, vi como todos se dispersaban en la sala. Tomé mi estuche caminando hacia la puerta con intenciones de salir al callejón a fumar mientras esperaba por los demás. Pero no alcancé ni a acercarme porque Yune se aproximó a mí y tras mirarme detenidamente, habló:


—Si después de varios litros de alcohol en la sangre, quieres hablar. Sabes que seré todo oídos para ti—susurró. Sabiendo que de esa forma era cuando me relajaba y, si había un buen ambiente, podía soltar todo sin autocensurarme.


—Pensé que me ibas ofrecer una buena mamada—le sonreí jocoso y éste me devolvió el gesto de forma pícara.


—Eso también…


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