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Vinculados por koru-chan

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Capítulo seis:


Sólo perdóname [Parte dos]


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—¿Te duele?—oí su voz vibrar contra mi oído zurdo mientras percibía, algo inquieto, como sus dedos acariciaban mis caderas y sus labios aterciopelados recorrían mi cuello. Junté mis pestañas abrazando la almohada bajo mi cabeza suspirando al sentir su delicado toque.


—Estoy bien—ronroneé—. Te mencioné que no me dolió—me ruboricé recordando la escabrosa escena. Mordí mi labio inferior arrugando mis párpados en un fallido intento; no lograba tranquilizar mi atrofiado cerebro.


—Mentiroso—jadee en mi interior. Me voltee observando sus ojos  bajo aquel manto oscuro de la noche.


—Hablo en serio—afirmé en una exhalación al sentir sus labios rozando mi boca. Me dejé hacer; me dejé tocar y acariciar por sus manos protectoras hasta que el sueño lo consumió. Lo observé frente a mí estando cautivo entre sus brazos mientras esperaba que mis atormentados pensamientos me dejasen en paz, pero a pesar del cansancio que poseía mi cuerpo, mis músculos no se relajaban.


Cambié de posición mi anatomía naufragando entre las mantas y cerré mis ojos con desespero creyendo que aquella acción me ayudaría. Cuando supuse que dormité lo suficiente, despegué mis párpados esperando que un nuevo día hubiese llegado, pero no fue así; terminé encontrándome rodeado de oscuridad y la quietud típica de las madrugadas. Suspiré sintiendo los dedos de Yuu afianzados a mi cintura escuchando tras mi espalda como exhalaba inconsciente de este mundo; relajado. Sereno. Inspiré queriendo imitar su placentero estado, pero mi exhale se sintió denso. Mi pecho dolió atormentado.


Intenté nuevamente concentrar mi mente en la nada. Un punto oscuro de la habitación ayudaría; y sumergiendo mi pupila entre la rendija de las cortinas semicerradas, pasaron minutos eternos. Pero nada. Inevitablemente mi cerebro se sentía más despierto y vivaz que nunca. Permanecí divagando mientras veía el oscilar de las telas y como detrás de mi espalda se oían sutiles ronquidos. Me sentí envidioso de su ágil sueño cuando el mío no quería hacerse presente. Me volteé con cautela viéndolo dormir con su rostro adherido a la almohada y como sus negras hebras descendían por su rostro. Sonreí aventurándome a quitárselas con cuidado acariciando de vez en cuando su cálida piel.


—¿Cómo era posible que su rostro invadiera el de su padre?—musité. La instancia era retorcida. Me sentí asqueado e iracundo conmigo. Cerré mis ojos con énfasis apoyando mi frente contra su pecho y al cabo de unos segundos de pensamientos lacerantes cubrí mi rostro con las sábanas. Jadeé martirizado y tras calmarme, después de unos agonizantes minutos, logré alcanzar aquel estado de sopor que me llenó de alivio.


Hice una mueca de medio lado; un golpe y risotadas infantiles se hicieron presentes en aquel reciente estado de somnolencia. Maldije ignorando las recientes voces rodando entre las mantas, pero estas se oyeron con mayor intensidad. Fruncí el ceño alzando con delicadeza mi torso, pero me volví a recostar cerrando uno de mis ojos con martirio al haber recibido un haz de luz que provino del exterior y la cual se había colado intrusamente por la puerta entre abierta del cuarto. Por precaución observé a mi novio, éste ni se había inmutado por aquel escándalo y para evitar cualquier altercado de madrugada, decidí enfrentar aquella incierta algarabía externa; No quería más conflictos en esa casa. Estaba agotado.


Icé las mantas con cautela pisando descalzo la madera. Sin darme tiempo a buscar un calzado, salí de la recamara en penumbras dejándome guiar por las carcajadas mezcladas con sonidos húmedos y lujuriosos.


Caminé precavido hacia la entrada de la morada viendo como el  menor de los Shiroyama tenía a una muchacha tendida bajo su cuerpo; ambos parecían haber bebido de más y la chica, que al parecer se había caído, no dejaba de reírse mientras el rubio devoraba su cuello y, sin pudor, introducía su diestra en sus ajustados jeans. Un jadeo lascivo impregnó el recibidor de aquella casa al mismo tiempo que emergí bajo el umbral que conectaba el pasillo con aquella área.


—Akira—murmuré dificultoso por la imagen. Contraje mis puños postrados a mis costados volteando mi rostro para evitar mirar la incómoda escena, pero cuando las risotadas cesaron me di licencia de observar a los chicos idos en su mundo—. Esto… no es…


—¿Te quieres unir?—arrastró las palabras mientras la muchacha miró hacia atrás para ver a quien le hablaba el chico. Ésta, sonriente, no dejó de acariciar los cabellos mal teñidos del menor mientras sus pequeños ojos juguetones me observaron, pero rápidamente estos se volcaron hacia el rubio sobre ella al sentir como, demandante, estampaba sus labios como si la reclamara de su propiedad. Observé el actuar brusco del veinteañero recibiendo devuelta sus orbes pardas analíticas con ese toque malicioso al mismo tiempo que llevaba a cabo aquel acto; esos vivaces ojos me atraparon haciéndome sonrojar de vergüenza. Desvié mi vista hipnotizada pensando torpemente que esa mirada era la misma que había visto supliendo la de su padre.


—Oye…—habló la menor sofocada—. Yo no…—jadeó—. No quiero que me penetren dos tipos. Me partiría en dos, amor—habló con simpleza. Akira alzó una ceja terminando por reírse a carcajadas contagiando a la rubia de coletas enmarañadas.


—Yo creo que Takanori nunca ha penetrado a una chica—le dijo—. ¿O me equivoco?—fruncí mis labios viendo como me observaba con arrogancia. Temblé por dentro rabioso.


—Voy a llamar a sus padres—articulé mirando a Akira—. ¿Me das el número?—me dirigí a la rubia desorientada quien se mareo al intentar levantarse con la nada amable ayuda de mi rebelde hijastro.


—Se va a quedar—gruñó.


—Akira—advertí cerrando mis cansados párpados; no quería que se armara una tercera guerra en el recibidor y estaba haciendo todo lo posible para calmar las aguas, pero el menor no cooperaba. Me acerqué al teléfono inalámbrico de la sala ignorando las maldiciones del chico—. Tú padre te advirtió de esto. Basta por favor—cogí el aparato entre mis palmas y me acerqué a la chiquilla desconocida que aún estaba sentada en el piso—. Linda…— miré al rubio suplicante para que me dijera su nombre, pero este desinteresado alzó sus hombros.


—La conocí hoy—dijo sin importancia cogiéndola del brazo para llevarla a su habitación.


—Déjala en el sofá. No puede ni ponerse de pie—viendo, como con impotencia hacía caso omiso a mis plegarias, el chico llegó a su cuarto con la escuálida chica a rastras. Enmudecí. No quería que el moreno escuchase el álgido ambiente que había fuera de su cuarto.


—¿Qué se supone que harás con la chica? ¡Mira cómo está!—dije en un timbre bajo e histérico.


—¿Qué se supone que haces con una chica fácil y borracha?—se quitó la chaqueta de cuero tirándola al suelo—. ¿Quieres ver?—alzó una ceja gateando sobre el cuerpo laxo de la menor.


—¡Akira!


—¡Mierda, lárgate!


—Baja la voz—murmuré.


—Quiero coger ¡Vete de aquí!—emitió. Lo miré sorprendido viendo como desabotonaba los jeans oscuros de la chica y como esta se reía con los ojos cerrados. Suspiré impotente al quedarme inerte bajo el marco de su puerta. Ninguna de mis palabras hizo eco en el chico. Toqué mi frente frunciendo mi mandíbula y, sin nada que hacer, torné mis talones derrotado hacia el pasillo oyendo risotadas provenir detrás de mí. Temía por sus actos; que hiciera tantas estupideces y que luego se arrepintiera de cada una de ellas.


Oí un portazo. Me giré levemente viendo la madera cerrada de forma hermética y resignado regresé a la habitación que compartía con mi pareja.


Me quedé inmóvil viendo como mi novio se encontraba sentado en la cama de brazos cruzados mirándome. Tragué seco. Sabía lo que acontecería a continuación.


—A veces pienso que Akira tiene una especie de retraso mental—despegué mis labios para entonar algún par de palabras, pero los jadeos  de fondo me cortaron. Llevé mi mano a mis labios oyendo en primera persona como la muchacha se desbocaba gimiendo—. Esto es el colmo— emitió alzando las mantas completamente exhausto; sus ojeras se habían acentuado.


—Yuu, porque no esperamos que… esto termine—negó mirándome iracundo. Una de las reglas principales es que está prohibido el ingreso de mujeres como si el departamento fuese un burdel. Se sentó a la orilla del colchón—. No lo hagas, sabes como es de contestatario. Ambos son iguales y…


—Estoy harto. A veces pienso que debía haberlo dejado en casa con su madre—cogió su pijama del suelo y se lo puso raudo.


—¿Cómo dices eso? Él necesitaba cambiarse de escuela, además de tener un lugar seguro donde quedarse—lo miré dolido al oírlo arrepentirse de sus decisiones. A pesar de todo lo que era el menor, él no podía darle la espalda. No a su hijo, no como lo habían hecho conmigo.


—¿Sabes?, llamé a mi exesposa por milésima vez esta semana. No precisamente para que hablara con Akira, sino, para que me tendiera una mano. Necesito su ayuda con todo esto—me senté en el lecho adyacente donde estaba mi pareja, pero al cabo de unos segundos lo vi ponerse de pie yendo en dirección a la puerta.


—¿Qué te dijo?—se giró antes de tomar el pomo al oír mi voz.


—Que su comportamiento era mi karma en pocas palabras—se rió tal vez recordando los hechos ocurridos en el pasado—, y que tenía que remediarlo…—me erguí siguiendo sus pasos—. Mi casa, mis reglas—lo miré temiendo lo que haría. Se veía cegado por el cólera; por las múltiples palabras hirientes de su hijo, por su rebeldía, por ser contestatario, por ignorar su autoridad, por eso y mucho más.


Tres golpes fieros a la madera de aquel cuarto retumbaron por todo el departamento y, tal vez, el edificio. Los gemidos bramados por esa ebria y desconocida muchacha cesaron, se oyeron murmullos y luego nada.


—Abre—emitió mi novio—. Abre o tiro la puerta, Akira—nuevos golpes se oyeron, pero estos no llegaron a concluir cuando un rostro henchido en ira se dejó relucir.


—¿Podrías dejarme acabar?—contestó desafiante hacia su progenitor. Me mordí el labio inferior viendo desde atrás como ambos rostros gorgoteaban hirviendo.


—Que esa muchachita tome sus cosas. Llamaré a sus padres.


—¡No puedes hacer esta mierda!—le escupió—. Tú y esa zorra llevan años fornicando como puercos, ¿y yo no puedo coger una puta vez?—me asomé detrás de la puerta semicerrada de mi habitación al oír el sonido de una fiera cachetada. Al salir de aquel lugar protegido lo primero que  vi fueron los ojos del rubio los cuales me miraron con odio, como si todo fuese mi culpa; su desprecio lo pude palpar, y me cortó como una afilada navaja.


—¡Cogerás cuando tengas tu propio hogar. Ahora estas en mi casa y, por ello, la debes respetar!— furioso verbalizó aferrándose a la camisa abierta que traía el menor—. Yo también pasé por lo mismo, pero claro, jamás tuve el descaro de llevar a una chica cuando tus abuelos estaban en casa—guardó silencio. Ambos se miraron de forma desafiante—. Ni siquiera sé si lograrás tener un empleo decente; dejaste la universidad y esta vida bohemia que llevas no te llevará a nada, no quiero tener un vago en casa—bufó—. ¡Si sigues así, será mejor que te largues!


—¡¿Ah sí?!—disputó el menor mientras hacia un mohín con su boca—. Me largo de esta mierda— emitió entre dientes.


—¿Cómo?


—Lo que oíste,  viejo. Me voy. ¡Estoy harto de tus reglas, de ti y de tu puta afeminada!—gritaba colocándose su ropa mientras mi novio lo veía con el rostro desfigurado.


—¡Vete! Quiero ver como llegas humillado por no encontrar un lugar donde dormir. Quiero ver eso—lo desafió. Ninguno daba su brazo a torcer.


—Akira…—hablé—, Yuu ya basta. Todos estamos cansados; es mejor que se calmen y mañana hablen—entoné. Pero al acercarme, Akira me observó con un deje maligno en sus pardos ojos.


—Siempre preferiste a tus putas antes que mi madre, mis hermanas o yo. Quédate con este maricón chupa penes, quédate con la puta que abre las piernas con el primero que se le insinúa— abrí mis ojos—, quédate con el sujeto que se besuqueó con tu hijo menor—despegué mis labios sin entender un ápice el descaro del menor. Temblé viéndolo pasar frente a mí con una mochila mal cerrada y su ropa mal puesta. Arrojó al pecho del moreno un teléfono rosado dando, en acto seguido un portazo que resonó por largos segundos en mis oídos. No fui capaz de mirar a Yuu, y únicamente alcé la vista cuando lo oí hablar con, al parecer, un pariente de la muchacha de coletas dormida en la cama del veinteañero. Tragué en seco cuando lo vi voltearse hacia mí.


—Sus padres vienen en camino. Les di mi dirección. Es mejor que la dejemos dormir mientras aparecen—asentí viendo como su oscura mirada quería cuestionarme, mas no se atrevió.


Titubeé. Caminé nervioso por el pasillo hasta que no pude más. Miré a mi pareja de perfil sentada en la sala y hablé:


—Lo que dijo Akira es real. Nos… él me besó—se me llenaron los ojos de lágrimas. No quería llorar, pero me sentía lleno de impotencia viese como lo viese, el mayor era yo y era el culpable—. No tengo como excusarme al respecto. Me encontró con la guardia baja. Fue un instante. Me asusté. Akira estaba ebrio y… no—el cerebro me palpitó dolorosamente. Intenté calmarme. Lo menos que quería en estos momentos era una crisis de pánico; ahora sólo debía intentar explicar algo inexplicable.


—¿Por qué no me dijiste?—abrí mis labios, pero su semblante decepcionado me detuvo por largos minutos.


—Mírame, no sé cómo explicarlo ahora—sollocé—, menos sabría cómo contártelo antes… Lo siento. Por favor yo…


Tocaron la puerta. Esa corta conversación había durado más de lo que pensaba. Yuu abrió y vi como entró un matrimonio asustado al departamento. Me sentí cohibido al percibir la dura mirada incriminadora de aquel hombre un tanto calvo al ingresar a nuestro hogar, pero antes que dijera algo, mi novio le hizo saber que el menor se había ido. Ambos entendieron y el moreno los guio hasta el cuarto de su ausente hijo mientras yo me iba a sentar a la sala viendo como Yuu los conducía hasta la salida disculpándose por lo ocurrido mientras la mujer hacia lo mismo. La cuarentona me observó y bajó la cabeza mientras yo asentía intentando parecer lo más sereno posible, pero mi cara roja y entristecida no denotaba nada bueno. Cuando el trio desapareció por la puerta Yuu también lo hizo. Esperé un par de agónicos segundos y fui a buscarlo a la cocina donde se oían ruidos de agua y como la cafetera bullía al calentarse.


—Te había dicho que no me ocultaras nada—habló al ver como aparecía en aquel pulcro cuarto.


—Lo sé… yo no quise…—alcé mi nuca—. Terminaras conmigo—afirmé. Se me cayó una gruesa lágrima mientras suspiraba y el negaba.


—No—asentí quedándome quieto. Preferí no acercarme a él—. Creo que siempre fui demasiado permisivo con el chico. Claro, al ser el menor de dos mujeres que le llevaban varios años de edad, terminé consintiéndolo demasiado. Fui un padre ausente gran parte de su niñez—vertió el humeante líquido oscuro y de aroma áspero a un tazón para continuar con su perorata que yo escuchaba atento—. Cuando mi exesposa me contó que estaba embarazada se me vino el mundo abajo. Recién había invertido todo lo que tenía en la empresa que tengo ahora. Mis hijas estaban grandes, renuncié a mi trabajo y prácticamente ni vi crecer a Akira debido a este nuevo proyecto. Fui de los que lo llenaba de obsequios caros y ostentoso; sucumbía a sus caprichos y berrinches tras la culpa que me carcomía al ser un pésimo padre ausente. Tal vez merezca esto; una y otra vez maldije el hecho de haber tenido un tercer hijo cuando lo que más quería era separarme de mi mujer—tragué en seco al oír su fría historia. Su rostro tenía una risilla nostálgica surcando sus labios, pero sus ojos estaban tristes—. Cuando quise enmendar nuestra convivencia, ya era demasiado tarde. El chico creció increíblemente rápido y para sopesar aquello pensé que traerlo a vivir con nosotros sería una gran idea. Mi separación le llegó mal, nuestra relación lo hizo estallar y que tuviera que cambiarse a un nuevo colegio fue el colmo. Lo obligué a llevar esta vida y aquello no fue una brillante idea. Mira lo que provoqué. Fallé.


—Tu no…— emití mordiendo mi labio inferior—. Tú eres un buen padre, Yuu. Tal vez Akira no sabe apreciar lo que tiene—bajé mi vista—. Estoy seguro que volverá. Tal vez estas horas fuera de casa lo harán pensar mejor las cosas.


—Lo conozco—entonó mordaz—. No volverá y no quiero que vuelva—despegué mis labios incrédulo de sus palabras, ¿no buscaría a su hijo? Negué con mi cabeza mirándolo preocupado—. No puedo creer que aún, después de todo lo que te ha hecho, pienses de forma lastimera hacia él—aventó su taza de café a medio consumir al fregadero.


—Él es un niño, un chico que está saliendo de su nada fácil adolescencia; tú hijo. No puedo creer que…—temblé al ver su rostro duro.


—Yo no puedo creer tú forma de actuar—ambos enmudecimos—. ¿Acaso quieres tenerlo cerca para…


—Por favor no lo digas. Ni se te ocurra mencionarlo—lo observé dolido—. No—dije quebrado—él sólo me observó irascible; mi estómago se revolvió. Sentí nauseas.


—No quiero hablar más de este tema—articuló pasando junto a mi furioso.

Notas finales:

¡Hola!

¿Cómo están?

Heme aquí. Debo de confesar que este capítulo lo tenía escrito la semana pasada porque el capítulo siguiente—el cual moría por escribir—, ya lo quería contextualizar. Por ello ya lo tengo. Será un P.O.V, ¿adivinan de quién es? :D

Gracias infinitas por sus palabras, me alegra tanto leerlas que creo que me podría derretir de amor. Ustedes son fantásticas y, de verdad, me ayudan mucho con sus palabras de aliento.

Espero que las siga encantando.

Un beso enorme.

¡Nos leemos pronto!

<3


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