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Vinculados por koru-chan

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Niñez


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Era de noche y en completa soledad me encontraba sentado frente a una mesa en la cocina esperando que mi sopa instantánea estuviese lista. Balanceé mis cortas piernas de aquí para allá esperando hambriento hasta que mis oídos escucharon un ruido de un auto aparcarse en la entrada de la casa. Vi sus luces apagarse y como dos personas, a contra luz, emergían de este. Agudicé mi vista hasta que mis ojos captaron aquellos cuerpos fuera de nuestra pequeña morada. Su voz era nueva, jamás la había oído y la risita de mi madre me había descolocado; jamás sonreía para mí. Olvidé mi hambre y sentí mi estómago nervioso. Me acerqué a la ventana y descubrí a un pintoresco hombre pisar la entrada de nuestra casa. Me ilusioné—. ¿Él es mi padre?—pensé ingenuamente grabándome su rostro al verlo junto a mamá.


Hace un par de meses había comenzado a suceder extraños eventos en casa. Mi madre no trabajaba todos los días ni todo el día. Lo hacía tres veces a la semana y en la mañana. Normalmente cuando llegaba a casa de la primaria la veía acostada dormitando por los antidepresivos que el médico le recetaba. Vigilaba que estuviese bien y en silencio hacia mis deberes; siempre sabiendo que ahí estaba. Cuando empezó a desaparecer en las tardes le comencé a preguntar dónde iba, mas no obtenía palabras de su boca. Algunas veces molesta y entre dientes me respondía un: “No te importa”. Pero aquel día trajo consigo a alguien que parecía realmente importante.


—¡Él es mi padre biológico!—grité con euforia saltando en la sala una vez que ingresaron. Mi madre me miró con desprecio.


—¡No, niño estúpido!—me regañó.


—Él es Kiyoharu Mori—el hombre me miró con una extraña diversión en su rostro tras la evidente desilusión.


—¿Un amigo?—cuestioné crédulo.


El hombre tocó mi cabeza desordenando mis ya rebeldes ondas marrones para luego coger mis mejillas apretándolas con demasiada fuerza formando un pico con mis labios. Intenté quitarme adolorido mientras veía su boca sonreír dejándome apreciar su dentadura en una tétrica imagen.


—Más o menos… puede que en el futuro sea tu padrastro, pequeña sabandija ruidosa—resoplé al fin siendo liberado de aquel invasivo gesto.


—¿Cuándo voy… cuándo voy a conocer a mi verdadero padre?—mi madre frunció sus labios pintados de rojo deslavado acercándose a mí para regalarme una bofetada. Era el premio por mi insistencia y ese dolor palpitante una negativa respuesta.


Pasaron tres meses y aquel tal Mori se instaló en casa con toda la impronta y autoridad que el “hombre proveedor” podía tener. Yo para él era un insignificante y escuálido chiquillo al cual podía hablar despectivamente; mandar, gritar y golpear por cualquier diminuto descuido. Era sumiso, moldeable y temeroso para no ser maltratado, pero los abusos estaban a la orden del día; hiciese lo que hiciese para evitarlos.


Y a mis siete años deseaba cada noche que aquel horrible hombre se fuera de casa porque aquel sujeto tenía todos los adjetivos calificativos negativos; y un padre, MI padre, no era así, estaba seguro. Quería conocerlo y que me conociera; era lo que más deseaba…


Pero el tiempo pasó y mis plegarias fueron ignoradas. Mi madre anunció al cuarto mes que estaba embarazada. Iba a tener gemelas y el hombre se quedó junto a nosotros más de lo que esperaba.


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Capítulo tres:


Después de ocho años


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Me tumbé sobre la sábana arrugada suspirando martirizado y en el acto desesperado por ser invisible oculté mis párpados bajo mi diestra extremidad sintiendo la calidez del tejido acariciar mi piel lechosa.


—Hice algo horrible—esbocé siendo consiente del oyente junto a mí. Fruncí mis labios sintiendo sus ojos oscuros analizando mi figura extendida sobre el lecho; inmóvil esclavo de una profunda angustia inexplicable.


—¿Tú?—asentí al oír su timbre risueño; su molesto estado, al parecer, se había esfumado. Este apagó el interruptor que mantenía el ala derecha del cuarto iluminada. Alcé un poco mi zurda viendo por el rabillo del ojo como se movía gatunamente hasta mi posición—. La única cosa horrible que hiciste fue curarle la cara a ese idiota que tengo por hijo—bramó en mi vientre abriéndose camino entre mis piernas. Mordí mi labio inferior viendo las direcciones de sus acciones.


—Yuu… —vi como alzó mi camiseta dejando expuesta mi piel abdominal la cual besó provocando que esta zona se contrajera. Me dejé acariciar sintiéndome algo incómodo—. Lo abofetee— levantó la vista y luego la bajó riéndose provocando que al cálido vaho de su boca aterrizara en mi estómago erizándome la piel—. ¡No te rías! No es gracioso, dios… —me llevé las manos a mi rostro con remordimiento.


—¿Qué te dijo Akira?—suspiró al verme negar aún con mi rostro oculto. No quería repetir aquel vocablo empleado con descuido por el menor—. Sea lo que sea, se lo merecía. A veces me sorprende el temple que tienes, yo ya le hubiera dado varios golpes—esbozó una sonrisa silenciosa mientras lo miraba con tormento.


—Más encima lo golpee en el lado que tenía las magulladuras—mi voz salió amortiguada por mis palmas sobre mi cara.


—Hey…—sentí su toque templado sobre mis manos siendo apartadas de mi rostro—, no pasa nada, ¿sí? Olvídate de eso. Así aprenderá—lo miré despavorido sintiendo el toque húmedo de sus labios invitar a los míos a besarlo mientras aventuraba sus manos a pasearse por mi vientre hasta mi pecho, pero lo corté en el acto separándome brusco de él.


—No vuelvas a decir eso—dije dolido—. Con golpes uno no aprende nada…—se sentó sobre sus talones cogiéndome de las caderas chistando con su lengua.


—Lo siento—emitió—. Olvidé…—apreté mis labios en una línea volteándome con intenciones de levantarme; después de todo, en escasos minutos me tenía que alistar para ir a trabajar.


—¿Oye, te enojaste?—me volvió a recostar en la cama con un sutil toque a mi hombro mientras bufaba por mi falta de fuerza.


—No. Pero me tengo que levantar. Tengo clases a primera hora.


—Tsk—exclamó besando mi cuello mientras llevaba mi diestra hacia su zona genital sintiendo la dureza bajo su ligero pantalón de dormir. Mis mejillas se volvieron rosas—. Hagámoslo rápido, no me dejes con ganas.


—Mhn—emití en son de protesta sometido a un beso brusco y calenturiento—. ¡Estas demente! Akira está en el cuarto del frente,  y no puedo llegar tarde como tú; yo no soy “el jefe”—dije en un tono bajo situando mis palmas en su pecho apreciando como su respirar estaba agitado y su rostro enojado.


—Te he dicho que dejes ese trabajo; no ganas mucho y tus horarios son una mierda. Puedes venir a trabajar conmigo. Puedes ser mi secretario y podríamos divertirnos…—rodé mis ojos gruñendo tras su tono despectivo.


—Me gusta enseñar, Yuu. No menosprecies lo que hago por lo que gano…—me alcé de las mantas tras alejar su cuerpo sobre el mío. Me senté sobre el colchón apagando la alarma para que no sonara a la hora que tenía prevista y me fui directo al armario  para buscar las prendas que usaría ese día sintiendo la mirada pesada de aquel moreno en mí espalda.


—Entonces, ¿cuándo podríamos coger? Debo hacer una hora en tu apretada agenda, cariño—me voltee con las mejillas rojas.


—¡Podrías bajar la voz!—emití en un tono bajo e histérico viéndolo sin saber que responder.


—Llevamos más de un mes sin hacerlo, y bueno, no digamos que en los anteriores hemos tenido unas amplias sesiones de sexo. ¿Tendré que pajearme en la ducha como un quinceañero?—lo vi estirado en la cama, con un brazo metido bajo las mantas y el otro bajo su nuca. Lo miré con interés viendo como se humedecía los labios y un sutil vaivén se apreciaba en su zona erógena.


—Yuu, ¿un mes?—detuvo su acción.


—Más de un mes—me senté en la cama con una bata de baño en mi regazo tanteando la situación.


—¿No se supone que esto se debería dar con naturalidad y no como una obligación? Y lamento decir que desde la primera vez que cogimos, yo siempre he tomado la iniciativa. También me gustaría que tú me sorprendieras, Taka—se sentó a mi lado besando mi cuello.


—Perdona—me giré acercándome tímido a sus labios gorditos y los besé sutil.


—¿Qué te molesta?, ¿te duele? ¿Hay algo que estoy haciendo mal?—negué con mi cabeza con desespero—. Es por Akira—lo dijo de forma afirmativa. Bajé mi cabeza mudo—. ¿Qué te preocupa tanto si ni siquiera gimes fuerte…?—con las mejillas de un rojo brillante cubrí su boca con mis manos, pero este entrecerró sus ojos con diversión—. Si esto continua…—lo miré—, tendré que buscar a otro—se rió besando mis labios y se alzó de las mantas dejándome estático. Si bien sus palabras habían salido con un deje juguetón para balancear el tema, sentí su tono con un regusto de advertencia.


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—¿No almorzarás en casa?—detuve mi marcha—, entonces, ¿ya saliste?, ¿dónde estás?— cuestioné a mi receptor una vez fuera de un supermercado local cerca del colegio al cual había ido a dar clases aquella mañana. Despegué el auricular de mi oreja mientras bostezaba sin poder evitar el impulso dado el agotamiento semanal y la falta de sueño nocturno.


—Cariño, después que te fuiste me llamaron porque hubo una falla en una de las máquinas de la sucursal central…


—¿Eh?—pestañé incrédulo—, no puede ser...


—Sí, un fastidio. Pero ya se solucionó todo así que decidí ir a la oficina y adelantar una reunión para la hora de almuerzo, así termino antes—bufé haciendo un fugaz puchero.


—Iba hacer el almuerzo; pasé a comprar algunas cosas…—desilusionado caminé por la acera. Tenía que transitar un par de cuadras hasta llegar a la parada para tomar la línea de autobús que me correspondía—. Quería pasar un poco de tiempo contigo…—chisté.


—Tendrá que esperar hasta el fin de semana—mordí mi labio.


—¡Hasta el fin de semana trabajas!—repliqué


—¿Estamos en la hora de reclamos, mi amor?—se mofó haciéndome enojar


—Y después dices que no tenemos tiempo para… para... Ya sabes—se carcajeó al otro lado de la línea contagiándome el gesto. Permanecíamos hablando un particular dialecto subido de tono; yo era el que recibía sus palabras sin lograr entender el grado de soltura con la cual se expresaba aquel hombre. Suspiré rojo mientras me cubría parte de la cara disfrutando de aquella boba jugarreta que me estaba distrayendo de la monotonía del traslado hacia nuestro hogar. Caminé sin mucho cuidado a lo que acontecía a mí alrededor, hasta que llegué al cruce peatonal. Di dos pasos sobre la calle y el sonido chirriante de unos neumáticos frenando de forma drástica me erizó la nuca. Me quedé inmóvil escuchando el claxon pitar con vehemencia. Despegué el auricular de mi oreja oyendo el timbre de mi novio gritar desde el otro lado preocupado mientras yo miraba despavorido hacia el conductor el cual se quedó detenido frente a mí mientras los autos de atrás pasaban junto a él.


El piloto abrió la puerta del vehículo y petrificado lo observé buscando su rostro de inmediato para disculparme por mi descuido. Di un par de pasos hacia delante para alcanzar al hombre que se estaba descubriendo tras la puerta. Cuando cerró esta, lo logré ver en plenitud; y no era cualquier desconocido. Una socarrona mueca se dibujó en las comisuras de sus ajados labios helándome la espina dorsal.


—¡Mierda! ¿Qué pasó?—llevé mi teléfono nuevamente a mi oído.


—Yo…—titubeé—. Después te llamo—corté con el alma en un hilo.


—Takanori—el dueño de aquel auto me habló y casi sin aliento alcé mi mirada que inconscientemente había descendido absorto en mis pensamientos pasados. Mis ojos marrones lo miraron; fríos y oscuros témpanos se quedaron esperando a que emitiese algún vocablo, mas enmudecí. Retrocedí un par de pasos sin entender la unilateral situación.


Lo vi voltearse, observando con el ceño molesto, como se había formado una hilera bastante importante en aquella transitada calle doble de sentido contrario. Escuché como los dueños de aquellos autos privados escupían despectivas palabras hacia el conductor detenido, y dada la instancia de distracción torné mis talones para huir de ahí. No podía, ni quería enfrentarme aquel hombre que había llegado a mí vida de forma impuesta; no quería volver a recordar mi niñez tortuosa; no quería ver aquel hombre que rompió todo a mí alrededor hasta el inexistente vínculo que creí compartir con mi depresiva madre. Cerré mis ojos marchando rápido como un cobarde sin entender que era lo que esperaba conseguir al nombrarme. Mordí mi labio inferior sintiendo mis oídos latir con euforia advirtiéndome que nada bueno podía salir de aquella casualidad de la vida.


Unas pisadas corrieron detrás de mí; me sentí nuevamente pequeño como cuando corría despavorido por el ante jardín huyendo de su inevitable escarmiento. El castaño hombre tomó mi brazo con furia y me volteó para que me enfrentara a su cara que tras ocho años se había marchitado y ganado varias marcas de vejez. Sonrió con júbilo mientras analizaba mi rostro aterrado; disfrutando de forma desmedida de la situación.


—¡Suéltame!—le imploré zarandeándome de su agarre de forma inútil mientras Jadeaba frustrado.


—¿Después de tantos años, esa es la forma que saludas a tú querido padrastro?—lo observé con ira sintiendo mis ojos aguarse tras recordar golpiza tras golpiza; palabras de desprecio que me hacían sentir minúsculo e inútil las cuales cargaba hasta el día de hoy...


—¡¿Querido?!—grité desgarrado—. No tienes el derecho, de llamarte “padrastro”—alzó una ceja y una carcajada se le escapó de la garganta. Gozaba con esta instancia; de verme; de saber que podía hundirme una y otra vez.


—Al menos fui una imagen paterna para ti, no como el bastardo de tu “padre”… — mi atención fue notoria; con aquellas palabras me tenía. Él era consiente de mi insistencia con el tema, pero mi madre jamás me reveló su nombre. Sólo decía que mi rostro pertenecía a un hijo de puta; sólo de forma despectiva sabía del hombre. Era como si hubiese sido la peor maldición en su juventud. Ingenuamente siempre pensé que ella había sido decepcionada por un amor; que la embarazó y la abandonó producto de la inmadurez.


—¿Tú sabes?, ¿ella te contó?—pregunté quebrado. Temiendo de su sonrisa demencial pintada en su rostro.


—Claro… tú padre, querido Takanori, el que tiene tu lindo rostro. No tiene nombre porque fue un puto violador drogadicto que tomó a tu madre una noche cualquiera cuando ella volvía a casa— separé mis labios sintiendo un zumbido en mis oídos intentando procesar sus palabras esbozadas de forma ácida y corrosivas. Negué con mi cabeza sintiendo como todo a mi alrededor se volvía difuso; sentí deseos de vomitar y mis rodillas temblaron como gelatina. No podía respirar y sentía como algo en mi pecho se contraía de forma dolorosa. Tomé bocanadas de aire sintiendo que desfallecía ahí en medio de la calle—. Él es igual de degenerado que tú…


—¡Taka!


Su duro agarre se soltó luego de aquellas últimas palabras y caí de rodillas sobre el pavimento afirmando mis palmas sobre el frío concreto viendo como éste se humedecía por mis gruesas lágrimas.


—No puedo respirar… —murmuré bajito llevando mi puño a mi pecho sintiendo mis oídos arder de forma tan dolorosa. Había reconocido aquella sensación; ya había padecido de aquellos síntomas en el pasado, pero a pesar que un par de veces lo había controlado, esta vez sentía que moriría. Mi frente se perló junto a mi espalda en un sudor gélido.


—¿Quién es usted? ¡Aléjese del chico ahora o llamo a la policía!


Oí difuso sintiendo como un extra a la ecuación se unía. Vi sus rodillas y pisadas a mi alrededor.


—¡Lárgate!


Escuché. Alcé mi vista compungida viendo como aquel sujeto corría hacia el blanco y clásico transporte que había parado el tráfico mientras sentía unas caricias a mi espalda y como mis ojos nublados veían a un hombre de cabellos azabaches. No lo reconocí.


—Soy Yutaka—dijo


—Ayúdame…—hablé dificultoso el chico asintió y me levantó del pavimento auxiliándome en la marcha hacía un auto. Abrió la puerta trasera y me ayudó a sentarme mientras tanteaba mi ropa por algo—. Necesito ir al hospital—dije en medio de la crisis.


—¡Sí!—cerró la puerta junto a mí y me aferré al asiento delantero abrazando este intentando calmar mi agitada respiración, pero me costaba tanto. Divisé de soslayo como Yutaka se sentaba delante y abría la ventana que estaba junto a mí y tras poner en marcha aquel auto escuché un tono de llamado en alta voz y como timbraba un par de veces:


—¿Qué mierda quieres?—reconocí aquella voz, era Akira.


—Uh… ¿Akira?—preguntó el azabache dudoso—. Disculpa, no soy Takanori. Soy Yutaka, necesito localizar a Yuu. Lo llamé al número del teléfono de Taka, pero no me dio tono, ¿sabrás cómo puedo localizarlo?


—¡Si es una puta estafa váyanse a la mierda!


—¡No. Escucha!—gruñó el azabache. Hubo un largo silencio suspendido hasta que lo escuché resoplar molesto al otro lado de la línea—. Lo encontré en la calle con una especie de dolor en el pecho, ¿sabes si tiene problemas al corazón?—lo oí refunfuñar seguido de un: “—Qué mierda se yo” de parte del chico—. Uhm. Ahora voy al hospital con él ¿Podrías seguir intentando localizar a Yuu? Estaremos en el centro médico asistencial de Tokio.


Iba a estar en una reunión, pensé al oír la llamada terminar. Siempre apaga su teléfono. Contraje mis pestañas con dolor.


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Desperté sobre un colchón algo incómodo; ya no me sentía sofocado, ni con el corazón saltándome dolorosamente, ahora sólo sentía un regusto pesado sobre mi pecho y mi cuerpo aletargado. Llevé mi brazo desnudo hacia mis párpados y los cubrí sintiendo como la luz me molestaba y poco a poco fui abriendo mis ojos percatándome donde me hallaba: Una pequeña área abierta separada por gruesas cortinas blancas, estas estaban entre abiertas y podía ver como personas uniformadas transitaban fuera.


—¿Quieres agua?—miré hacia mi costado diestro encontrándome con alguien más ahí. Con mi vista borrosa pude corroborar que era Akira; el rubio teñido estaba sentado sobre una silla con los brazos cruzados. Tenía esa mala cara tópica en él; parecía que lo habían regañado como niño chiquito y enviado a velar por mí como castigo. Emití una mueca afable.


—Sí—verbalicé sintiendo como el chico me ayudaba, lentamente, a sentarme sobre el colchón delgado. Me acercó un vaso y bebí poco a poco del contenido hasta que este quedó hasta la mitad.


—¿Qué haces… aquí?—pregunté extrañado—. ¿Y Yuu?—bufó.


—Le dejé un mensaje. Cuando lo lea correrá para socorrer a su princesa—esbocé una sonrisa débil apoyándome del respaldo aceroso de la cama mientras recordaba la viva imagen de Yutaka ayudándome a entrar en el centro clínico, llevándome al área de emergencias y hablando con los paramédicos. Estaba alterado por mi desconocido estado en el cual estaba tan ocupado en respirar que no había podido decirle que estaba teniendo una crisis ansiosa.


—Gracias por estar acá.


—No comiences con tu mierda sentimental—dijo haciendo que mi cabeza se levantase para mirarlo. Tantee la blanca sábana, que me tenía tapado provisoriamente, en busca de su mano la cual el chico rubio ceniza atrapó sin chistar.


—Tú energía me servirá—chistó con su lengua sentándose frente a mí en un transcurso de largos minutos. Volví a cerrar mis ojos oyendo un: “Acuéstate” que decidí ignorar”. Quería que apareciera algún doctor, que me viera relativamente bien, y me diera de alta para estar en casa de una vez.


El medico ingresó en un lapso de cuarto de hora después  junto a Yuu. De alguna u otra forma, terminé acostado tras la insistencia de mi hijastro. Ya estaba más lúcido aunque algo mareado por el tranquilizante que me habían administrado hace un rato. Los ojos oscuros de mi novio me localizaron con frenesí. Se acercó, acaricio mi rostro mientras—quizá poco atento—escuchaba las palabras del hombre con el estetoscopio colgando de su solapa. Padre e hijo salieron y el especialista me revisó sentado en la camilla antes de darme el pase de salida y corroborar que todo estaba bien.


Una vez solo, me quedé mirando la licencia entre mis manos que le ponía un pequeño paro a mis actividades, mordí mi labio inferior alzándome de una vez de aquella extraña cama y al tocar la cerámica del suelo me tambalee desequilibrado. Cerré mis ojos llevando una de mis manos a mi cabeza escuchando como las pisadas del primogénito de mi novio se acercó y me sostuvo entre sus brazos hasta que el vértigo disminuyó; esperó a que me colocara mis prendas y tomó un par de bolsas de supermercado, y mi bolso para luego permitirme cogerlo del brazo mientras salíamos.


—Y, ¿Yuu?


—Fue a buscar tu medicina a la farmacia y me dejó al abuelo a cargo—me miró despectivo mientras le sonreía y me hacía el ofendido.


Cuando emergimos hacia el iluminado pasillo pude ver a Yuu con su bolso marrón cruzado sobre su impecable traje y a Yutaka hablando animadamente junto a él. Me pareció vislumbrar una familiar escena de esas veces cuando trabajábamos en la cafetería. No sabía cómo no me había dado cuenta de la innata coquetería que tenía Yutaka hacia el azabache; creo que siempre había sido algo ingenuo, y tal vez, lo seguía siendo.

Notas finales:

¡Hola!

[Me desalienta ver cero reviews en el capítulo anterior. Por lo mismo este fanfic no lo estoy subiendo semanalmente porque es un desgaste bastante grande. Por otro lado, gracias a quienes pasan a leer.]

¿Qué les pareció? 

Sé que este capítulo tienes situaciones tristes, pero también quiero dejar en claro que esto no se centrará en este conflicto ni será un drama pesado y denso. La verdad es que mi cabeza no está para eso ahora y como podrán haberse dado cuenta no me explayé más allá en el tema porque no era necesario.

¿Qué piensan de Akira?

Siento que necesitará un P.O.V en algún punto de la historia x’D

¿Nos leemos pronto?

Un beso.

 


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