43-Chicago
Llevó al niño a casa. ¿Qué más podía hacer? Y así Joseph Wheeler se convirtió sin querer en padre soltero.
El niño pese a su edad era muy callado, tenía el pelo rojo algo alborotado como si no se lo hubieran peinado y con razón el rubio pensó que la tal Megan no se lo había arreglado y él con todas esas sorpresas no había reparado en ello. El niño tenía los ojos azules y pecas en cada mejilla. Como esos niños que pintan en los cuentos occidentales, ni rastros había de su herencia china, lo que tal vez ponía más en contra a sus abuelos. Estaba quizás un poco demasiado flaco para su constitución pero estaba seguro que Yue lo criaba con amor.
De pronto se dio cuenta de algo sorprendente y espantoso a la vez.
No sabía su nombre.
Su madre nunca se lo dijo pues hablaban de su bebé y ni su compañera de apartamento ni su abuela lo habían mencionado.
¿El niño debería saberlo, cierto? No tenía ni idea de lo que un chaval de esa edad podía hacer o no, se dio cuenta con cierta vergüenza.
¡Oye!—le dijo y el chaval se detuvo de lo que estaba haciendo, jugando con un juguete de acción que al parecer era el único que tenía, y lo miró directo--¿Cuál es tu nombre?—
Joey—respondió el niño como si nada.
¿Perdón?—preguntó sorprendido el rubio y el pequeño le siguió mirando como si no comprendiera que no había entendido el idiota ese--¿Te llamas Joey?—preguntó esta vez el adulto y el niño sonrió en respuesta como diciendo, ahora entiende el idiota este.
Wheeler no podía creerlo, Yue le había puesto su nombre al niño y no le había dicho nada, tal vez por ello es que nunca se lo había mencionado.
Esa noche debía trabajar y no había podido conseguir con quien dejar al niño pues todos sus conocidos en esa ciudad se limitaban al trabajo o eran demasiado superfluos para pedirle semejante cosa.
El club en el que ahora trabajaba quedaba en Chicago, pese a ser un club nocturno tenía cierta calidad y en muchas cosas le recordaba al viejo club en Japón. Excepto que todos ahí eran americanos, la mayoría irlandeses-americanos como el señor O´Brien quien regenteaba el lugar.
Estaba en un sitio medio oscuro de la ciudad pero era un lugar bastante agradable puertas adentro y contrataron a Joey por su apariencia que coincidía con su etnia.
Allí llegaban de vez en cuando extranjeros traídos por conocidos pero la mayoría eran viejos conocidos del vecindario. Tenían entretenimiento de todos los gustos y solo una regla, ser corteses con los clientes, Joey se dedicaba a cantar a veces canciones atrevidas otras baladas románticas para que los señores se sintieran galanes de película bailando con lindas señoritas. Todos sabían que era un muchacho y cuando cantaba baladas se vestía con traje pues eso daba un toque newyorkino que al gerente le gustaba.
Allí llevó al pequeño Joey.
¿Qué es esto?—preguntó el guardia parado frente a la entrada de personal.
¿Es un chaval? ¿Qué no lo ves?—preguntó Joseph.
El hombre robusto miró a Joseph con ojos de “¿Por quien me tomas?” y contestó—Ya sé lo que es, enano—pues el rubio era varios centímetros más bajo—A lo que me refiero es que hace esto aquí. ¿Qué? ¿Te salió un hijo a estas alturas?—preguntó luego.
Eso no te interesa—contestó cortante Joseph—Lo único que debes saber es que hoy necesito tenerlo conmigo pues está a mi cargo. ¿Me dejarás entrar con él o le dirás a Mr. O´Brien que me tuve que ir porque no me dejaste pasar?—
El guardia puso mala cara pero después les dejó entrar.