Niebla
IV.
En cierta, o más bien, en gran medida, había mentido. No había respondido a todas sus preguntas con honestidad. Pero tampoco importaba porque él no recordaba. Creo que ahora mismo podría reír, pero resultaría paradójico, porque la realidad es que estoy molesto, molestísimo. Hice una visita que no quería hacer y es patético reducirme a esto.
—Si no me lo dices tú, no sé de dónde más sacaré información.
—¿A Tony Stark se le acabaron las ideas? —su tono estaba cargado de cierto sarcasmo que decidí ignorar.
—Eres el único que puede saberlo.
—¿Por qué piensas eso?
—Por favor, ustedes se cuentan todo. No es que me haga gracia, pero no hay nada que no sepan uno del otro.
—¿Celoso?
—Cállate.
Barnes sonrió con esa sonrisa torcida suya y se levantó de la mesa, se sirvió un vaso de agua y dejó otro frente a mí. Una inusitada cortesía.
—Soy su mejor amigo, Tony. A diferencia de ti, como su amante, yo siempre estaré a su lado. Te guste o no—dijo, aunque siempre defendía que no sentía nada por él, más que amistad, nunca le he creído del todo—. Lo cierto es que como su mejor amigo, también le guardo secretos.
Comenzaba a impacientarme, pero no quería discutir.
—Está bien. Solo dime una cosa, ¿soy lo único que olvidó?
—Sep—dijo él con calma y se encogió de hombros ante mi silencio.
—Tal vez es un mecanismo de defensa, ya sabes, psicológico, borro de su mente…
—¿…los malos recuerdos?
—Lo disfrutas, ¿verdad?
—Sólo un poco—volvió a sonreír.
No había nada más que hacer ahí, así que me despedí y salí de la casa de Barnes, tal como había entrado.
Decidí caminar e ir a casa así. Algo inusual, pero que en ese momento era un impulso. Crucé por el parque, era el camino más corto. Y ahí, sentado bajo la sombra de un árbol, estaba Steve.
Me acerque intrigado sobre lo que hacía, era evidente que hacía, solo puse a la curiosidad como pretexto. Dibujaba, y lo hacía concentrado, tranquilo. Siempre era así cuando dibujaba en serio. Cuando estaba distraído, sólo hacia bocetos, que no parecían bocetos de lo buenos que eran, en las esquinas de las hojas.
—¡Hey!—me pare frente a él y mi sombra lo hizo levantar la vista, lo saludé entonces—¿Qué dibujas?
Él señaló hacia mí, pero no me dibujaba a mí, sino lo que había detrás. Me quite de enfrente y me recosté sobre el pasto a su lado.
—¿Cansado?
—Sí, tuve una reunión con un imbécil—dije poniendo mis brazos como almohada.
Él negó con la cabeza, pero no me dijo nada.
—¿Qué haces por aquí?
—Averiguaba si podía encontrarte y mira, si pude—él sonrió, al parecer mis palabras, aún podían hacerlo reír— ¿Aún no me recuerdas?
Él negó—. Lo siento, Tony.
—Está bien—me resigné y miré el atardecer que él dibujaba, para ser solo carbón podía ver las diferentes tonalidades del cielo. Era tan bueno como siempre—. Veo que no has olvidado dibujar.
—Supongo que no. ¿Solía dibujar cuándo estaba contigo?
—Cada que tenías tiempo, sí. Debí haberte puesto a dibujar los planos de mis proyectos.
Él rió por lo bajo e hizo un garabato en el borde de la hoja, había terminado y estaba firmándolo. Ese era un dibujo en serio.
—¿Me lo regalas?—le dije incorporándome y tendiendo mi mano hacia él.
Steve me miró un poco confundido, pero terminó dándomelo.
—¿Para qué lo quieres?—me dijo mientras cerraba su block de dibujo y guardaba el carboncillo.
—Un recuerdo de la tarde en la que no me recuerdas.
Steve rió, yo no le encontré la gracia y fruncí el ceño.
—Oye, Tony, de verdad que no sé porque no te recuerdo. Tampoco sé lo que pasó entre nosotros, pero creo, sea como sea, que siempre podemos hacer nuevos recuerdos ¿no crees?
Lo miré, no pude evitar sonreír y asentí.
—Que ese sea el primero—señaló y se puso de pie—. Te dejo, le prometí a Bucky cenar con él. ¿Conoces a Bucky?
—Seeh—dije con desgano—. Él me recuerda… ¿por qué no le preguntas?
—Lo haré. Hasta luego, Tony.
—Hasta luego, Steve.
Lo vi marcharse con el sol poniéndose a mis espaldas.