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Niebla por Aomame

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Niebla


V.

Cuando la noche cayó, me di cuenta que no podía concentrarme, dejé el trabajo súbitamente y decidí dar un paseo de nuevo a solas y a pie por la ciudad que me parecía, de pronto, demasiado extraña. Después de mucho tiempo, volví a sentirme solitario, ansioso… era como si me encontrara perdido en un bosque oscuro, como cuando era niño o quizás peor, como cuando era adolescente. Me sentí justo como me sentía antes de Steve.

—Si no traes paraguas, te mojaras.

Una voz conocida, pero no muy agradable llegó desde mi lado derecho. “Bucky” Barnes estaba sentado en unas mesitas apostadas afuera de un café bastante concurrido a esa hora temprana de la noche. Lo miré sin mirarlo realmente, y luego, levante la vista hacia el cielo. Ciertamente estaba encapotado, el viento estaba frío, pero no había reparado en eso.

—¿Te preguntó por mí?—fue lo único que pude decirle.

—Lo hizo—suspiró en su respuesta.

—¿Qué le dijiste?

—Lo que ya sabía.

—¿Le dijiste por qué me olvido?

Barnes sonrió y negó lentamente con la cabeza. —“Lo siento, Steve. Te prometí no decirlo, ni siquiera si, quién preguntaba, eras tú” Eso le dije.

—Y supongo que ya no te preguntó más. Así de solida es su amistad ¿no es así?

Él se encogió de hombros. Yo asentí. Del otro lado del café estaba un bar, lo cual me pareció muy conveniente.

—¿Sabes?—le dije mirando el letrero del bar— Siempre tuve celos de su amistad.

—Lo sé.

No dije más, y torcí mis pasos hacia el otro lado de la acera.

Una hora después, estaba lo suficientemente ebrio como para arrastrar las palabras.

—¡Deme otra!

Me había instalado en la barra del bar, y cuando digo que me instalé es porque fue lo que hice. Me puse cómodo y desde ahí, di rienda suelta a mi consumo de alcohol, anteriormente controlado sutilmente con las palabras y preocupaciones de mi amante.

—Señor, ¿no le parece que ha bebido demasiado?

—¿Y qué?—espeté, saqué mi billetera y puse sobre la barra mi tarjeta de crédito—tengo una mastercard, puedo pagar.

— ¿Y qué no puedes comprar con ella, Tony?— esa voz sí que la conocía, había un ligero tono de broma en ella. Giré lentamente la cabeza hacia mi izquierda, tuve que enfocar un poco, antes de toparme de lleno con sus ojos azules.

—Steve, ¿cómo es qué…?

—Bucky me dijo que habías entrado aquí.

—¿Bucky?—dije confundido, mientras Steve le decía al barman que no me sirviera más y apartaba el vaso de entre mis dedos. No comprendí porque Barnes le había dado tal información, pero realmente no importaba, me sentí bien de inmediato sólo con su presencia. Ya no quería beber.

—¿Estás bien? —me preguntó. No me di cuenta que había pagado él la cuenta, hasta que me regresó mi tarjeta de crédito.

Lo miré y asentí lentamente, pero a medio camino me arrepentí y negué.

—Tus recuerdos—le dije, él frunció el ceño, pero decidió no interrumpir al borracho que decía sandeces —. No puedo comprarlos con esto, ni con nada—golpeé con el dedo la caratula plastificada de la tarjeta—. Ojalá pudiera, daría toda mi fortuna.

Steve sólo me miró. Y yo no podía saber que pensaba. A veces, era una persona muy transparente y otras, era un escudo blindado que no dejaba pasar nada. Así es Steve, y pensé que eso era genial.

—Tony, vamos, te llevaré a casa—fue lo único que dijo y yo me dejé arrastrar por él sin decir nada. Sus palabras sonaron tan del pasado, que no resistí el deseo de obedecerle.

 

Entré dando tropezones. Me llevó a mi casa porque pensó que era mejor dejarme ahí, un lugar conocido, que llevarme a dónde él estaba viviendo. O quizás pensó que el lugar donde vivía no sería cómodo para mí. Como sea, entré dando tumbos y pidiendo luz a gritos. Steve me sostuvo y prácticamente guió mis pasos hasta el sofá.

—¿Quieres agua?—me preguntó una vez que me vio seguro entre cojines—¿dónde está la cocina?

Por supuesto, no lo recordaba. Y sentí de nuevo la ansiedad de la soledad, de lo perdido. Tiré de su manga y él, que esperaba una respuesta de mi parte, no la obtuvo.

—¿Recuerdas la alfombra?—dije señalándola. Steve negó con la cabeza—. Me costó mucho dinero, es una pieza de arte que ya no podré vender ¿sabes por qué?—él volvió a negar—Porque las manchas que le hemos hecho no se quitan tan fácilmente—me reí, pero él, no pareció entender, así que me puse serio—Lo hicimos ahí—le dije.

Steve primero me miró sin comprender, pero poco a poco su cerebro codificó mis palabras y pude ver como sus ojos se llenaban de compresión y de un poco de vergüenza.

— Y en este sofá, y en ese de allá… —me levanté, tambaleándome y caminé señalando los lugares uno tras otro—y creo que en esa mesa de cien mil dólares también. Y en la cocina… ¿Aún quieres ir ahí?

Él negó suavemente.

—¿Ya te acordaste?

—Tony, yo no…

—Ok—no me iba a rendir, no era tan fácil, además, ese lugar estaba lleno de recuerdos. Haría que alguno de sus rincones activara su memoria.

 Tomé su muñeca y lo hice seguirme a través de las habitaciones. Abrí una puerta y lo empuje en ella.

—Mi despacho, el que uso para las cosas más…normales—le dije, él parecía más atento de que no me cayera, que a lo que le estaba diciendo—Mira para allá—empujé su hombro para que volteara hacia sus espaldas.

—¿Qué es…?

—¿No los reconoces?—tambaleándome, lo esquivé y me acerqué hasta la pared que el miraba—. Son tuyos, ¿a qué sí?

Steve también se acercó y miró de cerca los muchos dibujos enmarcados que componían mi pared como si fueran trofeos.

—¿De dónde…?

—Tú me los diste… otros, sí, lo acepto, te los robé. Pero es tu culpa por dejarlos por ahí tirados.

—¿Por qué los enmarcarías?

—Me gustan… tú los hiciste. Y mira—desprendí uno de ellos de la pared y se lo mostré— ¿Sabes dónde es? Es Praga. Fuimos de vacaciones, como una luna de miel. No es que nos hayamos casado pero… —él me miraba incrédulo, confundido, no debía ser fácil ver un pasado que no recodaba haber tenido. Suspiré y sin aviso de ningún tipo, rompí el vidrio para sacar la hoja de papel.

—¡Ah, Tony! ¡Tu mano!—seguramente me había cortado, pero no le hice caso, me sacudí sus intentos de ayuda y le planté el dibujo en la cara.

—Dime que no es tuyo—lo reté—, dime que no me lo diste tú.

Steve tomó la hoja, era su dibujo, claro que lo era. Y al darle la vuelta a la hoja estaba su dedicatoria y su cálida firma: “Para mi querido Tony.”

—¿Me crees cuándo te digo que estuvimos juntos?

—No lo he negado—dijo, dejó el dibujo sobre el escritorio y tomó mi mano herida con firmeza—. Curemos esto antes que cualquier otra cosa.

Steve no parecía escucharme, más bien, parecía no querer hacerlo. Buscaba cualquier pretexto para evitar que siguiera hablando del pasado. En el baño limpió mi herida, y la vendó gentilmente. Concentrado en ello no me dejó pronunciar ninguna palabra, y la verdad es que no podía hablar y pensar al mismo tiempo. Sólo lo miré. Pero no me había rendido y cuando guardó el botiquín tras el espejo del baño, volví a tirar de él a través de la casa.

—Si no recuerdas esto, creo que me pondré a llorar—dije al abrir la siguiente puerta y empujarlo en su interior como la última vez.

Era una habitación sin muebles, amplia y con mucha entrada de luz. Steve volteó a verme  esperando una explicación. Tomé aire antes de hablar.

—Tú la pintaste—le dije—, para el bebé que pensábamos adoptar.

Vi la sorpresa en sus ojos, sus labios se entreabrieron incapaces de pronunciar alguna otra palabra.

—Rojo y azul—continué—, porque son tus colores favoritos y porque así no importaba si era niño o niña, y en el techo dibujaste un pedazo del universo, “para que nunca deje de ver las estrellas” dijiste.

—¿Yo dije eso?

—¿Lo recuerdas?—en ese momento de verdad creí que me pondría a llorar—¡¿Lo recuerdas?!—grité.

—¡No! No lo recuerdo—él también subió el tono de voz—. Y no puedo entender cómo es que teniendo esa clase de planes, terminamos. ¿Me lo puedes explicar? ¡Explícamelo!

Me llevé las manos al rostro. Respiré profundamente antes de poder mirarlo a los ojos. Yo le había mentido un poquito desde nuestro reencuentro, y esa pregunta no se la podía responder sin echarme de cabeza. Así que me calmé, ya no estaba tan ebrio.

—Aun no me rindo—le dije—, aún no. ¡Ven!

Lo arrastré de nuevo. Sólo necesitaba un poco, sólo que recordará un poco, eso era suficiente. La última habitación a la que lo empuje fue a la mía, o a la nuestra, no hace mucho. Lo senté en la orilla de la cama y desde ahí pude ver que él también sentía frustración en su interior, sólo me había seguido porque deseaba decirme una vez más que no recordaba y dar por terminado el asunto como si nunca hubiera pasado. Estaba harto, cansado, abrumado, tal vez, dolido.

—Tú dormías de ese lado—le dije—. A veces, yo trabajaba ahí, en ese restirador. La mayoría de esas veces, te quedabas dormido primero. Pero cuando no, cuando me obligabas a dejar el trabajo, o cuando simplemente lograbas convencerme de no hacerlo, entonces… —trepé a horcajadas en su regazó súbitamente, y él, obviamente, me miró desconcertado—… hacíamos el amor, justo en esta cama.

No lo deje asimilar lo que le dije, lo besé en la boca y rodeé con mis brazos su cuello para evitar que se alejara. Lo sentí tenso al principio, por la sorpresa, pero después, poco a poco sus hombros se relajaron y sentí sus manos rodear mi espalda. El beso fluyó, como siempre: gentil, pero hambriento; y para cuando terminó, ambos jadeábamos en busca de aire.

—Te extraño—le dije entre una respiración y otra—, te extraño tanto… por favor, vuelve.

Sus ojos de un profundo azul se clavaron en mí con la claridad de siempre. De pronto, en un segundo, volvíamos a amarnos. No me respondió, me besó de nuevo. Sin duda, era más sencillo decir las cosas así, que con palabras. En los besos, nuestros labios eran más honestos.

Lo empuje contra el colchón, y aún a horcajadas sobre su pelvis, me bañé de su mirada mientras me quitaba la playera. Le sonreí, claramente, coqueteándole y él sonrió ante ello. Moví mi cadera suavemente en círculos, él se incorporó y casi al mismo tiempo sujetó mi cadera.

—Espera, Tony, no te muevas así.

—¿Por qué no?—le dije—. Te gusta que me mueva así. Lo sabes, ¿verdad?

Steve me miró y no pudo evitar sonreír como quién es atrapado en una pequeña y traviesa mentira. Fue entonces, que reconociendo su derrota me sujetó y cambió nuestras posiciones sobre el colchón. Trepé un poco sobre la cama, y él me siguió, asegurándose de que su cuerpo rozara en mío. Lo abracé y hundí mi rostro en su hombro, su colonia inundó mis pulmones, me sentí mareado, pero era una sensación excitante, maravillosa.  Sus músculos fuertemente trabajados se tensaban bajo mis dedos, podía sentirlos, incluso por encima de su ropa.

Sus labios no habían cambiado, en mis recuerdos eran justo así, suaves y tibios, se movían con sutileza por mi cuello, dejando a sus dientes asomarse y morder mi piel con suavidad.  Había extrañado eso, sus besos, su aroma, sus mordidas. Cada movimiento ondulante de su cuerpo. De verdad, que lo había extrañado mucho, mucho. Estaba en el desierto y él llevaba agua en sus ojos, sombra en sus manos. Me abrace a él con fuerza, como si fuese mi salvavidas.

—¿Tony?

—Está bien—le dije, su cabello rozaba mi nariz y me daba cosquillas, así que reí un poco—. Es sólo que, te extrañé mucho.

—¿De verdad?—levantó el rostro, holgando la cercanía entre nosotros sólo un poco.

Asentí y acaricié su mejilla con mi pulgar.

—No te has afeitado—lo cierto es que ni siquiera tenía una sombra de barba, pero podía sentir el crecimiento de ésta.

—Mañana—dijo al tiempo que sujetaba mi mano y mordía la yema de mi pulgar. Me estremeció por completo y cerré los ojos.

Sí, mañana. Mañana que todo vuelva a la normalidad. Hoy, ahora, esta noche seguimos juntos. Él no me ha olvidado y yo no le dije todas esas horribles cosas.

Sus labios sobre los míos y su lengua caliente deslizándose entre mis dientes, su roce en mi paladar era dulce ambrosía derramándose en mi garganta. Sentí sus dedos desabrochar mi cinturón, mi pantalón y después, abandonar mis labios, para tirar de él fuera de mi cuerpo con  comodidad.

Me incorporé y esta vez fui yo quién sujetó su playera y la levanté para sacársela por los hombros. Me deleite con el movimiento natural y a la vez, mecánico de los músculos de sus hombros y brazos. Lo besé de nuevo, no sólo en la boca, también en la piel que recién acababa de descubrir. No había olvidado su sabor y no quería hacerlo algún día. Él también me besó, me acarició lentamente, con cadencia. Lamí sus dedos, su mentón… quería devorarlo, pero a la vez quería que él me devorara. Disfrutar de una especie de danza caníbal. La idea apareció en mi mente y se apuraron los latidos de mi corazón.

Steve se levantó de la cama. Se deshizo del pantalón y todo lo demás frente a mí, sin pena alguna liberó su miembro tan erecto como el mío. Quería tocarlo, tanto y tanto, que tendí mis manos hacia él, estirándome para alcanzarlo. Sosteniéndome con las rodillas y un brazo, sujete su miembro y lo lamí como si fuese una paleta. Steve entreveró mi cabello con sus dedos, tirando mi cabeza hacia él, instándome a tomar cada vez un poco más de su longitud. Y cuando sentí su glande húmedo y el sabor de su presemen en la garganta, también sentí sus manos deslizándose por mi espalda.  Las yemas de sus dedos me provocaban escalofríos. Pero, se apartó. Su pene caliente se deslizó fuera de mi boca sin que pudiera hacer nada para retenerlo. Estaba tan inmerso en ello que cuando lo hice, sentí como si me hubieran despertado de golpe.

Me recosté de nuevo en la cama, su cuerpo descansó entre mis piernas mientras su boca mordía mi estómago y su lengua exploraba mi ombligo. Y sus manos, sus benditas manos, apretaban mis nalgas y las separaban haciendo espacio, sólo para que sus dedos pudieran tocar un poco más, deslizarse en mi interior y acariciarme. Cada toque suyo, era como una bocanada de aire y al mismo tiempo, paralizaba mi mente. Una mente que siempre estaba trabajando. Sólo él podía cambiar eso, sólo él podía silenciar mis pensamientos. Aunque mi mente no se quedaba en blanco del todo, él era lo único que la ocupaba.

—¿Está bien ahora?—me dijo, su voz una vez más me sacó del ensueño y asentí suspirando.

Sí, estaba bien, más que bien. Lo deseaba tanto como se desea dormir después de un largo día. Se abrió paso lentamente en mi interior. Lo sentí caliente, firme, húmedo. Me sacudió  desde dentro. Olas y olas de placer me invadieron, sólo con penetrarme, eyaculé. Debí sentir vergüenza, pero no, no había nada fuera de lo normal, con Steve siempre era así, dos, tres veces, pero nunca era sólo un orgasmo. Cuando comenzó a moverse, mi excitación comenzó a inflamarse de nuevo. Me aferré a su espalda, y me deje llevar por el océano de su cuerpo, que iba y venía. Escuché su jadeo, su respiración, palpé el sudor de su nuca, lamí la saliva que brillaba en sus labios entreabiertos.  Me dejé llevar una y otra vez, hasta qué él quiso, hasta que él sació toda el hambre que tenía en su interior. No objeté en ningún momento, porque en ningún momento sentí necesidad de ello.

Esa noche terminó cuando me desmaye de placer entre sus brazos, como el idiota que siempre he sido. 

 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

 

Esto subió en la escala de advertencias jajaja

 

Hasta la proxima!

 


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