Nakamoto Yuta iba caminando desde su trabajo en dirección a casa, después de haber pasado unas extenuantes horas revisando documentos en la oficina. Como siempre, mandó un par de mensajes a sus padres, para preguntar si se encontraban bien y si acaso estaban disfrutando su viaje de negocios en Tokio. Sonrió al asegurarles que también se encontraba perfectamente y de que sí, llegaría temprano a su departamento tal como hacía desde que se había ido a mudar solo. Lo que más odiaba en el mundo, definitivamente, era dormir poco si al otro día debía ir a trabajar.
Cruzó el parque bañado de un pálido color rosa, por los cerezos en flor y las luminarias que los hacían brillar, y justo antes de llegar al final se detuvo frente a uno de los árboles. Tuvo una sensación extraña e irreconocible en su estómago, pero agradable, que no hizo más que intensificarse cuando reparó en la figura de quien se encontraba a pies del cerezo.
—¡Hola!
Levantó la mano como respuesta a su saludo y sin entender por qué, se acercó. El hombre de cabellos negros hizo lo mismo, sin dejar de sonreír. Era increíblemente atractivo, mucho más que cualquier pareja que recordara y, sin embargo, al verle no sintió más que una nostalgia sin razón de ser.
Pero tan, tan poderosa, que un nudo se le formó en la garganta al escucharle hablar.
—Soy Lee TaeYong. Vengo recién llegando desde Corea, por un intercambio universitario, y nunca había estado aquí, pero… ¿por casualidad, te conozco de algún lugar?
—No, no lo creo. Pero siento exactamente lo mismo —se encogió de hombros, y rio con él—. Por cierto, soy Nakamoto Yuta.
—Ah, debo irme dentro de poco. Lamento si llegué a asustarte, es que debía decírtelo. Hasta luego, Yuta.
TaeYong retrocedió. Tan solo ese ademán hizo que el nudo en su garganta se hiciera más doloroso.
Se adelantó y agarró su muñeca. El de cabellos azabaches le miró, sorprendido, tanto como se sorprendió de sí mismo.
—Ya que nos presentamos, y vienes recién llegando, ¿no deseas que te dé un tour por la ciudad?
Se produjo el silencio. Verle asentir al cabo de unos segundos fue el mayor de los alivios, y no dejó de sonreír en todo el tiempo que le acompañó por la noche primaveral de Osaka, apuntando a los diferentes lugares y traduciéndole todo lo que consideraba necesario. TaeYong pareció encantado, tanto así que obtuvo su teléfono al final del paseo. Por primera vez, se sintió bien por llegar de madrugada a su departamento incluso si eso significaba no descansar nada y no rendir en su trabajo al día siguiente.
Y esperó que a TaeYong no le molestaran las ojeras, pues pensaba invitarle a salir sí o sí al día siguiente.
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Existen muchos mitos acerca de la muerte. Se dice que existe el cielo y el infierno son reales. También se dice que aquellos que se suicidan no tienen derecho a ninguna de estas posibilidades, y flotarán en el purgatorio por siempre.
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TaeYong sintió la brisa primaveral retrasando su caída. Arriba, la figura de Yuta estaba gritando su nombre desde lo más profundo de sus pulmones, desgarrándose la garganta.
Supo que era muy tarde, y por lo mismo no pudo llorar. Solo alcanzó a pedir algo con todas sus fuerzas, sin dejar de sonreír en ese par de segundos.
Que en la siguiente vida pudiera conocer a Yuta una vez más.
Pero, esta vez, sin nada que le impidiera amarle tal como se merecía.
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Y tal vez una de las historias más increíbles es aquella que dice que, cuando una persona está a punto de morir y pide un deseo fervientemente, este se cumplirá por imposible que parezca.