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Hanami [YuTae] [NCT] por Kuromitsu

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—Puedes pasar si gustas.

Aunque aquellas palabras amables salieron de sus labios, Yuta eliminó la posibilidad de elegir en el momento mismo que tomó del brazo al desconocido y le obligó a seguirle, cerrando la puerta del apartamento tras de sí. Le dejó en la única silla del lugar, un oasis dentro del verdadero caos de papeles vacíos y latas de cerveza dispuestas en el piso, y se dispuso a buscar un vaso que estuviese limpio para llenarlo con agua fría.

Lo logró solo cuando al fin pudo quitar los ojos de la persona que tenía en su departamento. Casi parecía un sueño (después de intentos infructuosos de dar con su paradero) el que se encontrase en su hogar; su feo y destartalado hogar, que se veía peor de lo normal al servir de punto de contraste con alguien tan surreal como él.

De cerca era incluso más hermoso de lo que recordaba.   

—Sería bueno si al menos mencionas cómo te llamas —murmuró Yuta, dejando que el agua corriera dentro del recipiente de vidrio.

Cerró la llave en aquel instante y se acercó lo suficiente para tenderle el objeto, que aquellas manos huesudas no tomaron. Aprovechó de observar el rostro esquivo de quien tenía un ojo de intensa coloración morada, y por primera vez notó que esos rasgos no podían pertenecer a un japonés promedio. Tampoco se parecía exactamente a los personajes de los mangas que se mantenían en el baúl de sus recuerdos, tal como había pensado en un principio.

Era una belleza distinta; diferente, igual que el acento llamativo que tenía al hablar. 

—…Lee TaeYong. Me llamo Lee TaeYong.

—Eres coreano —afirmó, sin dar cabida a réplicas. Insistió con el vaso, agitándolo frente a TaeYong—. Tómalo y bebe un poco.

No hubo respuesta, por lo que intentó con otra técnica: dejando el objeto en el piso, rebuscó en el baño por el botiquín de primeros auxilios que, sabía, debía de tener en algún lugar del caos. Una vieja bolsa de género que mantenía allí fue pronto llenada con un poco de hielo —el que mantenía como un hábito dentro de la heladera, listo y dispuesto cuando quería refrescarse con un buen vaso de licor extra frío—, y acercándose a TaeYong fue que le puso el elemento justo sobre el párpado cerrado. Le vio tensarse aún más, pero no retiró el contacto, ni siquiera al sentir un cosquilleo en su estómago al estar tan cerca de él que podía percibir su aliento.

 Y en cambio preguntó. 

—Ahora dime, ¿cómo es que conoces mi nombre?

Su único ojo abierto le devolvió la mirada de forma temblorosa. Vio la mano derecha de TaeYong rebuscar algo en el bolsillo delantero de su pantalón de mezclilla, y después de unos segundos la retiró con un trozo blanco entre los dedos. Estaba tan perfectamente doblado que no lo reconoció hasta que el contenido se desplegó frente a sus ojos.

—Buscas trabajo —indicó con lentitud, con acento marcado, apuntando al currículum—. Se te cayó el otro día. En el parque.

—Quién no lo busca a estas alturas —TaeYong le quitó con celeridad la bolsa de género y se presionó él mismo, dejándole sin nada que hacer. Levantó los hombros con desgana y con un rápido movimiento arrancó la hoja de sus manos, para depositarla en la pila donde se encontraba el resto. Arrugada y todo, aún servía—. Con la economía como está y los requisitos de experiencia, a estas alturas me sorprendería si alguien que conozco tuviese un trabajo estable. Apuesto a que estás en la misma situación, ¿no? Es decir, eres extranjero y por tu voz se nota que llevas poco acá, me siento como un imbécil por no haberlo notado an-

—Sí tengo.

¿Ah?

Intentó buscar su pupila de color carbón mientras aquella mano delgadísima seguía presionando la bolsa de hielo contra el ojo cerrado, mas, fue inútil; TaeYong no le miró de vuelta y en cambio se dedicó a jugar con los dedos de su mano libre, tamborileando sobre su rodilla. Suspirando, le dio un poco de espacio, y se levantó para ir en búsqueda de un cigarrillo en la mesita de noche que mantenía en su habitación. Las cosas resonaron al ser removidas de su posición original, hasta finalmente encontrar al último cigarrillo de la cajetilla. Lo encendió no sin antes buscar la aprobación de TaeYong, quien asintió con un gesto de cabeza antes de finalmente responder. 

—Tengo trabajo.

—¿Es en serio? —algo dolió en su garganta mientras hablaba; un picor que no era proveniente del humo de tabaco que exhaló en una bocanada—. Debes llevar acá una buena temporada entonces…

—Dos meses —susurró mientras miraba a otro lado.  

El silencio se hizo presente y la sensación irritante en el pecho pareció aumentar, aunque no quiso que fuera así: la belleza del chico que tenía al frente era innegable, como también la amabilidad que subyacía a cada una de sus palabras. El orgullo no tenía por qué arruinar tan lindo momento.

Por eso fue que como pudo sonrió, esperando transformar el cortante diálogo en algo más ameno.

—Ah, ¿tu compañía acepta a nuevos empleados? Me gustaría trabajar contigo —musitó, medio bromeando, medio verdad—. Después de que te saqué del embrollo con ese tipejo sería una excelente manera de tal vez conocernos mejor y…

Pronto desistió. Más bien, fue obligado a hacerlo. Demasiado rápido como para reaccionar, le vio levantarse de la silla y dejar la bolsa de hielo a un lado, excusándose en palabras difíciles de entender y que pronto se transformaron a un idioma que no comprendía en absoluto: el coreano. Alcanzó a tomarle del brazo, más en un acto reflejo que en una acción consciente y que mandó escalofríos a su espalda, pero fue inútil; el retumbar de la puerta principal cerrándose y la ráfaga de viento helado nocturno que se coló con ello fue lo último que quedó de la presencia de Lee TaeYong. El cigarrillo que antes tenía en los labios terminó aplastado contra el cenicero de cristal, ubicado al lado de la pila de currículums sin entregar constituida por páginas igualmente blancas y lisas.

Lo había arruinado. Era obvio que había hablado más de la cuenta, como tan seguro era el hecho de que le había puesto incómodo y por eso había decidido marchar. Aguantó las ganas de darle una patada a una de las tantas latas que tenía en el suelo y en cambio comenzó a recogerlas una por una, sin un propósito claro, solo con la esperanza de eliminar el regusto amargo que aún perduraba en sus labios.

No obstante, solo fue intensificándose poco a poco cuando tomó el cenicero entre sus manos para vaciarlo y, a través de la transparencia del material en que estaba construido, la pila de papeles perfectamente ordenada volvió a ser su centro de atención. Al hacerlo, el objeto de cristal se quebró en el piso. No le importó.

Al abstraerse en aquel montón de papeles (la demostración física de tantas esperanzas acumuladas, de días y noches buscando trabajo de manera inútil), cayó en cuenta de tres cosas. La primera, era que no sabía la razón detrás del ojo morado de TaeYong, ni de por qué ese tipo le arrastraba hacia un recinto desconocido. La segunda, era la sensación vaga que tenía en el pecho cada vez que le miraba, como un hormigueo que le instaba más a buscarle, a protegerle.

Y la tercera, era que la hoja arrugada y doblada en mil partes ya no estaba sobre las demás.

No estaba, de hecho, en ninguna parte.

———

Bajó los escalones de dos en dos aunque supo, apenas al poner un pie fuera del apartamento, que nadie le seguiría. Yuta no pareció ese tipo de personas desde el instante en que le avistó por primera vez, y no se equivocó en ello: al llegar a la planta más baja del edificio al fin tuvo la valentía de mirar el camino andado solo para encontrarse con que estaba completamente vacío. Miró la pantalla de su teléfono celular, comprobó la hora y, guardándoselo otra vez, emprendió el rumbo hacia donde debía llegar aquella noche tal como estaba estipulado en su agenda.

Por poco la amabilidad de Yuta le había hecho desistir, pero no podía arriesgarse. El dolor en su ojo le había hecho recordar a tiempo que debía tomar distancias. Huir, si era necesario.

Cuando puso la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta sintió la inconfundible textura del papel arrugado que llevaba a todas partes desde aquel día en que le había visto por primera vez, y se marchó sin mirar atrás, sin siquiera levantar la cabeza, aferrándose al único de los recuerdos que se había permitido guardar.

Alejarse de Yuta era lo mejor que podía hacer en agradecimiento por haber sido salvado por él.


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