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Restableciendo una vida por ninnae

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Notas del capitulo:

Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.

Cinco

¡Oh sí!, claro que tenía cuentas que aclarar con Surt. Todavía seguía en su mente el beso que se había dado con su hermano. Siegfried no estaba dispuesto a permitir que el asunto se siguiera extendiendo. Surt era amigo de Sigmund, pero… ¡Su hermano era solo suyo!

La primera oportunidad se dio cuando Surt se encontraba sentado en un bar, bebiendo solo para la conveniencia de Siegfried. Sin embargo, con lo que no contó el líder de los dioses guerreros, fue que la anciana dueña de la taberna le pidiera ayuda, haciéndolo bajar barriles de cerveza todo el día. Aquel intento fue un fracaso. La segunda vez fue en los pasillos del Valhalla, iba en compañía de Utgard, pero el asgardiano de pocas palabras no sería un reto para Siegfried. O así lo pensó él, hasta que la señorita Hilda lo pilló de improviso y lo arrastró de vuelta a sus labores, pero un accidente lo hizo caer sobre ella, afirmando su mano sobre uno de sus senos. Aquello le costó una semana de ser ignorado por Sigmund quien fue la persona que los encontró.

La tercera vez se dio en los campos de cultivo, Surt estaba hablando con Sigmund. Siegfried sabía que tenía que irse con cuidado. Su hermano aún no le perdonaba del todo el roce que mantuvo con Hilda. Pero no le gustaba nada la cercanía que ambos tenían, ni la sonrisa que Sigmund le estaba dando, le carcomía las entrañas. Los estúpidos celos estaban matándolo. Cuando iba a acercarse, los lobos de Fenrir pasaron corriendo haciendo que cayera de lleno sobre la paja que habían acumulado, su trasero quedó al aire y expuesto a los ojos de todos los presentes.

La cuarta vez fue quizás la peor de todas, no recordaba del todo como había acabado lleno de barro y con Surt riendo como maniaco, mientras le daba una sonrisa burlona. Los ojos de Siegfried brillaron con rabia, tenía el presentimiento que ninguno de los incidentes habían sido casuales. Realmente odiaba a ese pelirrojo.

Ya en su quinto intento Siegfried estaba agotado, cinco veces eran demasiado para él, solo quería dejarle claro a Surt, que Sigmund le pertenecía y por mucho interés que tuviera en él, jamás lo tendría.

—¿De verdad quieres volver a intentarlo?

Siegfried dio un respingo al escuchar la voz de Sigmund a su espalda, estaba escondiéndose detrás de un árbol, mientras veía a Surt dejando un ramo de flores sobre una tumba.

—Debo decirle algunas cosas.

Sigmund suspiró.

—Siegfried, Surt no tiene ningún interés en mí, solo ama poder molestar a alguien, y créeme, antes de que digas algo; hablé con él, lo del beso fue una jugarreta y parte de una apuesta. Los fantasmas solo están en tu cabeza.

Siegfried quería rebatir, pero la mirada de Sigmund era clara, el tema se acabó.

—He sido un idiota —admitió Siegfried.

—Sí, pero eres mi idiota —dijo Sigmund, besándolo.

Siegfried sonrió. Todo volvía a su lugar, sin Surt a la vista.

~.~.~.~.~.~

Sobrenatural

El verano es una época de cosas maravillosas, las noches despejadas muestran el mundo en su faceta más mágica y sobrenatural. El cielo vibra con el efecto de la aurora boreal. Sigmund consideraba aquel espectáculo como uno de los más bellos del mundo, y disfrutaba poder observarlo. Mucho más cuando la compañía era tan deliciosa y agradable.

—Siempre te gustó ver la aurora boreal.

Siegfried se acercó a Sigmund con una copa de vino en mano, la cual le entregó al mayor.

—Es la costumbre, quizás… —Sigmund observó el cielo con una sonrisa, recordando—. A mamá le gustaba ver el cielo, solía decir que los espíritus de nuestros antepasados nos cuidan desde él y las luces son el reflejo de sus almas viendo a la tierra.

Siegfried se sentó sobre la manta, donde Sigmund estaba apoyado en medio del prado, afirmó su cabeza sobre el hombro de su hermano, mientras disfrutaba de su copa de vino. Era una buena noche para beber.

—No recuerdo a mamá —musitó Siegfried pensativo.

La imagen de su progenitora era borrosa, su mente de niño recordaba a duras penas su voz, sin embargo, el cariño seguía latente en su corazón.

Sigmund recordó la fotografía de su madre que encontró en la cabaña y siempre llevaba consigo. No se la había mostrado a su hermano, Sigmund revolvió en su bolsillo con algo de dificultad, para no quitar la cabeza de Siegfried que estaba sobre él.

—Ten —dijo Sigmund, extendiendo la fotografía a Siegfried—. Nuestra madre te amaba Sieg, tal como lo hago yo, no solo como mi pareja actual, sino que también siempre seré tu hermano mayor, tu familia.

Siegfried tomó la fotografía con melancolía, observó con detalle cada rasgo de su madre, la imagen borrosa de la amable mujer se hizo más claro, y los pocos recuerdos que tenía con ella, finalmente tomaron un rostro. Definitivamente aquella noche era especial.

—Gracias.

La voz de Siegfried era débil, añorante y con un matiz de cariño que Sigmund no había escuchado desde hacía mucho. El mayor simplemente abrazó a Sigmund. Agradecía que a pesar de ser amantes, pudieran mantener su lazo de hermanos. Eran familia y eso también importaba.

 


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