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Restableciendo una vida por ninnae

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Notas del capitulo:

Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.


Este es el capitulo final. Gracias por leer todo este extraño proyecto. Saludos!

Independencia


Siegfried miró el cuerpo de su hermano tapado solo con una sábana, recorrió con la mirada su torso desnudo, sonrió al posarse en las marcas rojizas que sus labios y dientes habían dejado sobre la piel blanca. Aquel hombre dormido a su lado le pertenecía, en historia, en amor y alma. Siempre juntos, en carne y sentimientos. Siegfried prestó atención a la habitación, el silencio y la respiración de Sigmund eran lo único que adornaban el ambiente. El frío comenzaba a calar en los huesos. Siegfried se levantó de la cama, dejando que la suavidad de la sabana se deslizara por sus muslos, mostrándolo desnudo frente al espejo que reposaba a los pies de la cama de su hermano mayor. La cabaña de Sigmund se había convertido en su pequeño nido de lujuria y pecado, un sitio donde podían amarse sin importar las apariencias ni el recato, esas paredes habían visto las expresiones de placer de ambos asgardianos y escuchado sus sonoros gemidos a llegar al punto culmine del orgasmo. Siegfried salió de la habitación para avivar el fuego, el verano era una época más vivaz y cálida, pero el frío de Asgard no perdonaba durante las noches. Siegfried volvió hasta donde se hallaba su amado, lo miró en una nueva ocasión. ¿Cuándo había dejado su independencia, para vivir solo a base de los besos de Sigmund? No se podía imaginar así mismo, sin tener a Sigmund a su lado, disfrutando de sus besos y caricias, pero también de la familiaridad de su piel, y de la calidez y confort que provocaba en su corazón. Estaba condenado, Sigmund se había vuelto su cadena y sus besos eran el candado que lo apresaban. No había forma de zafarse de lo que eran. Los celos, el miedo, la confusión, nada había podido friccionar el amor que los envolvía.


Siegfried se agachó y besó el cuello de Sigmund, quien aún dormía, ignorante de las intenciones del menor. Sus labios deseosos se desviaron hacia la espalda del mayor, quien se había volteado, quedando con el rostro hacia la pared. Delineó la curva formada por la columna de Sigmund, besando y chupando, esa piel deliciosa a su paladar. Definitivamente no quería dejar su prisión.


—Me pregunto cuántas veces te habrás aprovechado de mí mientras dormía.


La voz, todavía rasposa de Sigmund, detuvo a Siegfried durante un pequeño lapsus. La risa clara de Siegfried vibró por la piel descubierta de Sigmund.


—Más veces de las que te puedes imaginar.


Sigmund rio. Siegfried era así, descarado, posesivo y sumamente cariñoso.


—No me molestaré, mientras me dejes participar.


Sigmund se volteó y jaló a Siegfried de vuelta a la cama, era su turno de aprovecharse de su amado hermanito. Dejaría claro que ya no había forma de escapar, toda independencia de ambos se había terminado, y de ahora en más solo se deberían el uno al otro, ¡Oh! y claro, al placer y amor que se hacían sentir.


~.~.~.~.~


Animales


Debía disparar, debía hacerlo, estaba cazando. Siegfried se repetía una y otra vez, mientras tensaba la liana del arco. Pero aquel cervatillo era demasiado tierno como para comérselo.


—No creo que puedas hacerlo Siegfried, tu corazón es muy tierno, como para hacer daño.


La voz de Sigmund cogió por sorpresa a Siegfried, sobresaltándolo, haciendo que la flecha saltara del arco. El silbido de la flecha cortó el aire, haciendo que el menor de los rubios abriera los ojos con horror. El cervatillo que había estado a un lado salió corriendo. El alma volvió al cuerpo de Siegfried.


—¡Pude haberlo matado!


—¿Es qué ese no era el objetivo? La carne de cervatillo es más tierna que la de ciervo adulto.


—¿Cómo dices eso? —Siegfried suspiró, disfrutaba cazar, era un pasatiempo que desde hacía mucho no hacía, pero su corazón se había vuelto más blando, una dulce y tierna carita lograba doblegarlo con facilidad.


Sigmund rio.


—Supongo que ya no podrás seguir cazando animales, aunque me conformo con comerte a ti Siegfried.


Siegfried desvió la mirada. Bufó, Sigmund había adquirido más valor, haciéndolo sonrojar y seduciéndolo de la forma más descarada.


El sonido de pisadas firmes y rápidas sacó a los hermanos de su burbuja personal. Siegfried se asomó para ver que estaba sucediendo. La madre del cervatillo arremetió contra Sigmund quien era el más cercano de los dos. Siegfried cogió del brazo a Sigmund para salir corriendo, aquella salida de caza había finalizado de la manera más caótica y bizarra. Fueran animales o humanos, las madres siempre defendían a sus cachorros. Ambos hermanos salieron huyendo mientras reían. El día a día era así, loco, cotidiano y colmado de la presencia del lazo que habían formado. El tiempo pasó, el miedo, la desesperanza y por sobre todo el amor, restablecieron la vida que alguna vez tuvieron en común Siegfried y Sigmund. Pero esta vez con la promesa del futuro brillando en el horizonte.


 


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