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Restableciendo una vida por ninnae

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Notas del capitulo:

Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.

 

Hola, traigo dos nuevas palabras. Desde ahora comenzaré a subirla de dos en dos por la condcion de 500 palabras, que al ser drabble nos siempre se llega. 

 

Espero les guste. Gracias por leer.

Desencanto

 

No lo entendía ¿Cuándo Sigmund se había hecho esa cicatriz? o más bien ¿Quién se la había hecho? Estaba enojado, el menor de los asgardianos estaba molesto con quien se había atrevido a tocar a su familia. También estaba enfadado con Sigmund por alejarlo de su vida. Lo quería a su lado, y que el mayor hiciera todo lo contrario le provocaba un fiero desencanto, mientras su corazón dolía muy herido. Había llegado a pensar que su hermano lo odiaba por la guerra pasada y no quería verlo más. Pensamientos caóticos que le hacían perder el sueño. Siegfried suspiró. No quería perderse por más tiempo en el mar de dudas que era su ser. El presente exigía su atención y su hermano frente a él le debía más de una explicación.

 

Siegfried colocó la toalla sobre su cabello mojado. El frío comenzaba a calar sus huesos ahora que podía sentir con mayor libertad el calor que se expandía por la habitación. Su cuerpo entero estaba empapado. Su cabello goteaba mojando casi por completo la toalla y su ropa pesaba por el agua acumulada entre los recodos del abrigo de piel que se había colocado para detener el frío de la tormenta.

 

—No necesitabas venir hasta aquí Siegfried —soltó de repente Sigmund. El menor de los hermanos levantó la cabeza negando.

 

—Te hubieras seguido escabullendo. Necesitaba verte sin que quisieras salir huyendo.

 

Ambos hermanos por unos segundos olvidaron la presencia de la tormenta. Un fuerte relámpago y la nieve pegada a las ventanas le recordaron donde estaban. La tormenta creció en proporciones y Sigmund sabía que no podía enviar de vuelta a su hermano al Valhalla. Siegfried había ganado. Debería pasar la noche junto con él.

 

—Eres un idiota —reconoció Grane, sonrío con un atisbo de tristeza a Siegfried. Sólo esperaba que el desencanto de su hermano menor no fuera demasiado al observar el despojo de guerrero en el que se había transformado. La batalla contra Saga le había hecho abrir los ojos, pero también otros recodos de su corazón se vieron descubiertos, aquellos donde el miedo se mantuvo en secreto.

 

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Fracaso

 

Siegfried con tan solo seis años no podía dejar de llorar. Y Sigmund entendía el dolor que su hermano pequeño soltaba en cada lágrima, aunque este no comprendiera del todo lo que estaba sucediendo. Tenía nueve años, pero sabía que su madre ya no volvería. La enfermedad la había consumido, siendo socorrida por la muerte para cesar con el dolor que su cuerpo ya no era capaz de soportar. El cuerpo inerte sobre las sabanas de su cama era la prueba más fehaciente de ello. Los dioses habían pedido por ella.

 

Y ese momento previo fue el inicio del infierno.

 

Los días siguientes las personas iban y venían. Los dos hermanos no habían vuelto a ver el cuerpo de su madre,  y su padre apenas había hecho acto de presencia. Sigmund sentía que no podía con el peso de consolar a Siegfried cada vez que las lágrimas rebosaban en sus ojos al pedir por su madre. Pues él también sentía unas enormes ganas de quebrarse y llorar. Su madre que tanto amaron ya no estaba con ellos. Y fue ahí que el mayor de los hermanos entendió que los dioses también podían llegar a ser muy crueles.

 

—¿Dónde está mamá? —le volvió a escuchar Sigmund a Siegfried. No tenía una respuesta que darle, Siegfried hasta ese momento había sido un niño feliz cuidado por la calidez de su madre y custodiado por los ojos de su hermano mayor. Sin embargo, ambos entendían la naturaleza de la vida y conocían el concepto de la muerte.

 

—Ella no volverá Sieg, mamá se ha ido con los dioses.

 

Aquella era la confesión que por días había estado rehuyendo, y el dolor en los ojos celestes de su hermano menor eran la loza de su fracaso, no podía evitarle el dolor a Siegfried. Ni tampoco el suyo que estaba carcomiendo sus entrañas y colocaban un peso en su corazón. La tristeza y la soledad formarían parte de su vida desde ese momento, sin que pudieran hacer nada. Sigmund se aproximó hasta su hermano pequeño y lo abrazó con calidez y confort. Protegiéndolo y sosteniéndose así mismo, o al menos los pocos pedazos que quedaban del niño que fue. Cada lágrima que se expandía por sus mejillas se llevaba su infancia y los recuerdos de su madre. Debía cuidar a Siegfried, justo como se lo prometió a su madre hace tantos años cuando este nació. Aquel invierno terminó siendo el más helado de todos.

 

 

 

 

 

 

 

 


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