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Restableciendo una vida por ninnae

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Notas del capitulo:

Perdón la tardanza. Nuevas palabras.


Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.

Distancia


Siegfried sabía que había actuado impulsivamente con su hermano, pero era algo que no pudo evitar. Le seguía doliendo lo que este había hecho, sobre todo se sentía herido con las últimas palabras de su hermano.


«Me estorbas Siegfried, no hay nada que decir. Necesitaba hacer esa misión. Nada era más importante»


¿Realmente le estorbaba? El siquiera pensarlo hacía que su corazón doliera y su respiración fallara. Sigmund era una parte importante de su mundo. Había sido así siempre, y el saber que solo fue un obstáculo para él, hacía que se sintiera miserable.


Siegfried decidió que lo mejor era darle espacio a su hermano, dejar de atosigarlo, dejar…de buscar su amor. No quería que el sentimiento que apenas estaba naciendo muriera de esa forma tan mediocre. Pero si Sigmund no sentía lo mismo por él, y si tampoco el cariño de hermanos alcanzaba para tener un lugar en su vida, lo mejor era estar lejos.


—Es una medida estúpida y extremista —Alberich se situó al lado de Siegfried, quien estaba encogido bajo la sombra de un árbol. El guerrero de Dubhe solía escapar a la soledad del bosque para que las demás personas no fueran testigos de sus momentos de debilidad.


—No te metas Alberich —masculló con tono ronco y algo rasgado. Su voz estaba cansada. Siegfried había estado gritando como maniaco, despotricando contra Sigmund, hasta que su molestia y ansias por su presencia se hubieron calmado.


—¿Escapar de tu hermano ayudará a que te calmes?


Siegfried levantó la vista. No había hablado con nadie del tema. Sentía vergüenza del amor que estaba comenzando a sentir por Sigmund, amor mucho más carnal y pasional. El horror formó parte de las facciones del rubio cuando Alberich dio a entender lo bien informado que estaba con respecto al tema.


—¿Tú como…?


—Te conozco hace muchos años Siegfried. Además, el observar tiene sus ventajas.


Siegfried se encogió más sobre sí mismo, tratando de emular el caparazón de una tortuga, como si pudiera buscar refugio escondiéndose en sí mismo.


—Soy un maldito desgraciado, y Sigmund… es ¡un idiota!


Alberich rio escuetamente. Era extraño ver a su líder en aquella situación, tan vulnerable y expuesto. Tal parecía que el amor era capaz de baldear hasta el más poderoso de los guerreros.


—Ambos son idiotas —concordó Alberich. El joven de cabello rosa observó el cielo. Pronto comenzaría a anochecer y la distancia entre el Sol y la luna nuevamente se acortaría. Esperaba que lo mismo sucediera para Siegfried y su hermano.


~.~.~.~.~.~


Pequeño


Sigmund no recordaba de donde aquel malestar le era familiar. Sabía que el origen había sido el mal trato que le dio a Siegfried apenas pisar el castillo en su regreso. Pero su memoria le decía que no era la primera vez que experimentaba aquella ahogada sensación de pérdida y aprensión. La imagen de Siegfried siendo apenas un niño pequeño le llegó a la mente. Su llanto y la desesperación, y una enorme tristeza. Recordaba con claridad la escena, fue aquel día que perdieron a su madre. La sensación de dolor y fracaso se habían hecho insoportables, y de alguna manera Sigmund sabía que todo aquello no sería fácil de superar. De esa misma forma se sentía, como si le hubiera fallado a su hermano pequeño, no había podido protegerlo y mucho menos cumplir sus expectativas. Nunca había sido capaz de cuidar a Siegfried, ni siendo un pequeño infante, ni ahora cuando sus abominables sentimientos tomaron el control de sus palabras. No existía forma de compensar el daño.


Sigmund negó, no había mucho que podía hacer, por su mente aparecía la posibilidad de disculparse con Siegfried, sabía que era poco, pero era lo único que podía hacer. Su pecado era demasiado grande como para justificarlo. Los primeros días de primavera se estaban volviendo un infierno para él. Cuando pudo recobrar la rutina en su vida, junto la presencia de su hermano pensó muchas veces en salir junto con Siegfried para recorrer los bosques y las planicies en busca de animales y bayas, o simplemente dedicarse a pasear y disfrutar como no lo hacían desde hacía mucho tiempo. Pero ahora todo estaba más que jodido.


Sigmund creyó que salir a caminar lo ayudaría, sin embargo, el vagar por tanto tiempo había hecho que el Sol comenzara a ocultarse mientras todavía andaba perdido por el bosque. Debería volver pronto a su hogar si no quería acabar atrapado en medio de la negrura y la soledad de los árboles.


—¡Sigmund es un idiota!


Escuchó con claridad la voz de Siegfried. El mayor de los rubios dio un respingo, giró la vista y encontró a su hermano en compañía de Alberich. Sigmund se quedó petrificado en su lugar cuando vio los dos ojos agua claro de Siegfried posarse en su persona. Los dioses tenían un perverso sentido del humor. Mientras pensaba en como disculparse. Siegfried aparecía frente a él, sin que tuviera posibilidades de escapar.


—Bien… será mejor que me marche —soltó Alberich mientras se levantaba de su lugar—. Tienen mucho que discutir. Y prefiero no estar en fuego cruzado.


Sigmund sintió la mano de Alberich posarse sobre su hombro. Entendía el gesto de su compañero de armas. Ya no podía seguir evitando lo que sentía. Siegfried era más importante. Lo ha sido desde pequeño y hasta ahora, su vínculo era algo que no podía romperse.


—Siegfried —habló Sigmund con reticencia. Aquello sería el inicio de una conversación muy grande que ambos debían mantener. Y lo mejor era comenzar.


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