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Dancing Over Water Lilies por CrawlingFiction

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Dancing Over Water Lilies


Capítulo 4: Besos de lirio


 


—¡Creo que ya está!, si lo que vi en los pergaminos de mi abuela no falla —le sonrió desanudando las tiras de piel que afirmaban la tablilla en su pata. TaekWoon alzó las orejas haciéndole reír. Era como un perro. Esperaba que tras esas semanas recluido a su forma animal para sanar completamente sus heridas pudiera volver a convertirse en humano, o eso le interesó en principio, ahora muy poco le importaba su aspecto. Era el mismo, sólo que silencioso, con fugaces risas, ademanes de mascota y piel friolenta que entibiaba a sus caricias— ¿Puedes moverla? —preguntó observando como temeroso estiraba y replegaba sus garras retractiles cuan puñales lívidos de plata. Acercó los dedos a rozar su filo, ascendiendo a sentir sus delicadas plumas de águila real. El dragón se alejó y cogió impulso cuan tigre listo para saltar elevándose a pocos centímetros del suelo. Dio una pirueta, escuchándose su risa jubilosa dentro su cabeza haciéndole sentir victorioso. Con cautelosos movimientos planeó dentro del amplio, pero igual de limitado espacio. Al sus cuatro patas regresar al suelo giró su cabeza a mirarle.


—Súbete —ofreció su suave voz, delatando alegría en sus mirar humano. Sin dudarlo saltó del lecho de heno y corrió hacia él. TaekWoon reclinó en una reverencia permitiéndole treparse a su lomo. Nervioso se subió tanteando con las manos donde sostenerse, inclinando a tomar su cornamenta. Una risita traviesa acarició suavemente sus oídos. Se enfiló hacia la entrada y preparó las patas.


—¡S-Sólo no rompas la puerta otra vez! —pidió en un gritito asustado. Cerró los ojos con fuerza cuando de un salto azotó la madera y se elevó en línea recta hacia el infinito añil. Encogido contra su cuerpo contuvo el gritar de miedo. Se aferró con fuerza a sus cuernos, sintiendo sus cabellos azotarse sin piedad contra la cara. Abruptamente TaekWoon se detuvo. Creyó que alcanzaría las nubes que taponaban las estrellas, listas para hacer llover. Los abrió y se irguió ligeramente contra la parte trasera de su cabeza mirando hacia abajo. Los árboles eran motas de esmeralda, los ríos hilillos de diamante y las luces de su aldea destellos ambarinos lejanos. Nervioso se sentó y tomó de sus hebras cuan montura de caballo. Suspiró y miró hacia arriba.


Las estrellas se sentían un poco más próximas y las nubes menos aterradoras.


—Cuando estás arriba los miedos se ven tal cual son: pequeños —murmuró. HongBin lagrimeó maravillado por el universo desplegado ante su vista, un mundo al cual quiso acceder al menos una vez. Despegar los pies del fango y ver más allá qué se le ofrecía para él. El dragón ondeando con el viento recorría el cielo, moviendo sus cabelloss castaños y azules a todas partes con libertad. Gritó, esta vez de júbilo, sintiéndose el dueño de un mundo más grande pero menos atemorizante. Cayendo en picada se aproximaron al bosque, teniendo el follaje de las copas a centímetros de distancia, inspirando el aroma de los árboles y la presencia de sus misteriosos habitantes. Alejándose del encuadre vegetal siguieron el trazo de los riachuelos hasta alcanzar el gran río principal, siendo su agua cristal y el cielo nocturno un mismo horizonte. Se abrazó al cuerpo de TaekWoon con el pecho y corazón galopante, sosteniéndose de sus hebras sin dejar de sonreír. Alcanzaban el mar, aquel que estaba a días de trayecto a pie. Estiró y deslizó las zarpas rompiendo la gema líquida en gotitas. Miró abajo, reconociendose a él y al hermoso dragón azul plata en el espejo. Sintió la sal llenar sus pulmones y el rocío salpicar sus pies descalzos.


Cerró los ojos. Ya no necesitaba pruebas.


Esto era sentirse vivo, para ambos lo era.


Por un momento pensó que recorrerían el mundo, que era posible despedirse de la fría península, y hasta acabarse el océano topar con las naciones hermanas, pero volvieron a ascender hasta las estrellas y dando un giro regresaron, grabándosele las imágenes del mar, los ríos, las nubes de tormenta y el bosque nuevamente a la memoria. Tras planear unos minutos entre las corrientes del viento aterrizaron en el claro. En ese claro había estrellado, y también en ese claro le había vuelto a socorrer tras su batalla con el dragón de fuego.


Con la delicadeza propia de un ave se posó sobre la grava. HongBin de un salto se bajó. Ese arroyo que detestaba, atiborrado de nenúfares rosas, se le hizo tan hermoso bajo la luz de la luna.


—¿Quieres que te enseñe a volar? —propuso haciéndole girar incrédulo.


—Pero no tengo alas —balbuceó.


—Yo tampoco —le recordó siendo su voz un murmullo confundible con el de los bambúes huecos a la brisa— No se necesitan alas para volar —hizo un ademán con la cabeza para que se volviera a subir a lo que obedeció, aferrándose nerviosamente a su pelaje. La criatura retrocedió y saltó directamente hacia el agua. Se cubrió la cara asustado, creyendo que se zambullirían al estanque, más un destello blanco atravesó hasta el sello de sus párpados apretados. Unas manos humanas rodearon firmemente su cintura y sus pies detuvieron, rozando sus dedos engarrotados el pétalo de un nenúfar. Abrió de golpe, encontrándose cara a cara con el rostro sonriente de TaekWoon. Sus ropajes habían cambiado a telas exuberantes, y un tocado de plata y oro blanco hacía resaltar los ondeados mechones de su flequillo. El tiempo pareció detener, siendo sólo el croar de las ranas y el silbar de las almas solitarias la orquesta fúnebre de ese momento muerto. Suspendido sobre el estanque y aferrado a sus hombros cubiertos por  ese durumagi de príncipe de siglos pasados, quiso bailar. Sonrió ampliamente, viéndose proyectado en esos espejos negros que le devolvían el gesto con dulzura. Tan prendido estaba de su presencia que no reparó en el reflejo de sus cuerpos contra el agua, donde un jovencito y un imogi se conocían nuevamente. Un humano y un espíritu errante se redescubrían sin sentir temor.


Deslizó los dedos a sus codos hasta alcanzar sus pequeñas manos, entrelazandolas para guiarle a puntillas sobre las hojas de los nenúfares, cuyas florecillas besaban sus pulgares sin llegar a mojarse. HongBin entre risas parecía caminar sobre el agua, girando entre sus brazos gentiles, convirtiéndose en una danza sin compás y sin tiempos. El miedo a las nubes y  a los nenúfares dejaron de ser eso. Se volvieron aventura y redescubrimiento. Volvieron a ser lo que eran por decreto, belleza indestructible. Aproximándose sus pechos se enlazó a sus hombros, prefiriendo ver a sus pupilas que al mundo alrededor. Libélulas cuan pequeños dragones de cobre zumbaban sobre sus cabezas, envidiosas por adueñarse de su estanque de paz.


—Esto no es volar, es caminar en el aire —objetó con fingido disgusto haciéndole reír. Estrechó el agarre su cintura acercándose a su rostro. HongBin entrecerró los ojos lentamente a cada centímetro que atravesaba. Obstinado no quería perderse de sus facciones carentes de imperfecciones mortales, pero miradas y sonrisas semejantes a las suyas. No era un ser sin alma del todo. No sentía su pulso, pero pudo imaginar el latir de su corazón contra su pecho. Selló los párpados cuando sus labios espigados se unieron a los suyos en beso delicado. El reflejo discordante sobre el agua difuminó, regresando al de sus siluetas siendo una, con los lirios de agua de testigos.


Profundizaron el enlace de sus bocas y ajustaron sus manos contra sus pieles, conociéndose íntimamente hasta el aliento ser impedimento. Suspiró contra sus labios entreabiertos juntando sus frentes. Los brazos de TaekWoon amarrados a su estrecha cintura resbalaron por la tela de su chaleco, haciendo sus pies pisar el pequeño nenúfar debajo mojandose los pies hasta los empeines. Torpemente tomó de sus muslos con las risitas de HongBin perdonar su error.


—¿Estás bien? —preguntó abochornado. La hoja del nenúfar se pegó al dorso de su pie como beso de flor. HongBin asintió enredando cómodamente las piernas a sus caderas. Ligeramente más alto al pelinegro se daba el lujo de detallar sus facciones imposibles de ignorar.


—Volvamos a casa —pidió abstraído a sus ojos que centellaban como estrellas. No eran ojos opacos de bestia, eran luceros de ser vivo.


—¿A casa? —vaciló dudoso ahora siendo él quien riese. Pestañeó ofuscado hasta percatarse de su desliz. Estaban a mano, aparentemente.


—¡No, no! ¡Sabes a que me refiero! —excusó sonrojado agitando las manos para detener su carcajear— ¡Al cobertizo!, se me cruzaron las ideas, ¡fue eso- —una mano tomó de su mentón, acariciando sus labios carnosos con el pulgar haciéndole callar.


—Después de mucho tiempo, se siente como estar en casa, el volvernos a encontrar —murmuró atento a su mirar infantil que no había cambiado nada tras renacer. Sin darle tiempo de hablar chocó sus labios contra aquellos tan atrayentes.


La celosa hoja esmeralda resbaló de su dedo, regresando al agua donde pertenecía, y sobre su reflejo, centelló una estrella fugaz que silenciosa cruzó el firmamento.


••••••


Unas manos tímidas desanudaron el lazo de su hanbok de seda, deslizándose de entre sus amplios hombros. La escasa brisa que hacía danzar las llamaradas de los candiles no tenían nada que envidiar al contornear lento de sus cuerpos. Recorrió su pecho con escasos vendajes, abriendo la ancha camisa. Un suspiro contra sus labios, que luchaban por seguirle la carrera, le hizo estremecer. Las pálidas manos se posaron sobre las suyas, guiándole por el recodo de su ancha espalda, hasta el cinto de su pantalón. HongBin jadeó asustadizo, siendo apaciguado por los labios que descendían por su cuello hasta su torso desnudo. La imposición de pesos les hizo derrumbar sobre el lecho de heno y mantas, enredando brazos y piernas incapaces de soportar mucho sin contacto. Inquieto arañó sus hombros rogando por volver a besar sus labios, fundiéndose con profundidad y deseo.


A tientas le bajó los pantalones, sumándolo al botín de prendas en el suelo polvoriento. Piel con piel su vientre subía y bajaba en espasmos de excitación, incontrolable ante la marea de besos, caricias y mordidas que colmaban sus sentidos. TaekWoon bajó en un camino húmedo hasta su boca juguetear con su ombligo, haciéndole arquear la espalda. Una mano se enredó con brusquedad entre sus cabellos negros, tirando y rasguñando al compás de sus gemidos entrecortados. Encimó las piernas abiertas a su cuello, sollozando de placer a las atenciones de su boca que le saboreaba hasta el tope del orgasmo.


—Detente, detente —resopló sin aliento mirando a ojos entrecerrados como los labios de TaekWoon se hacían de la cara interna de unos de sus muslos, dejando huellas rojizas a su paso. Recorrió hasta su tobillo, jadeando contra su pantorrilla. Relamió sus labios girando a detallarle. El panorama del chico desnudo, sofocado y despeinado mirándole directamente  era demasiado. Jaló de sus caderas haciéndole girar— T-TaekWoon —gimió encogiéndose ante el peso de su pecho pegarsele a la espalda. En breve silencio pudo sentir su pesada respiración, y las gotas de sudor entremezclarse contra su piel, tan vívidas que le paralizaron. A ojos cerrados, inspirando el almizcle de sus cabellos le sentía errático contra su pecho sin pulso. Era tan hermoso, como revivir las imágenes que azotaron su cabeza siglos atrás. ¿Esto era hacer el amor?, era maravilloso.


Con timidez el movimiento de unas caderas le suplicó que entrara, que le poseyera hasta volverle pertenencia. Filtrando los dedos húmedos hasta la línea de su entrada le acarició, deshaciéndole con ellos hasta elevar el decibel de sus gemidos y la insistencia de su trasero restregándose contra su pelvis. Clavó las uñas a sus muslos haciéndole gruñir de ansiedad. Empujó a su estrechez obligándole a ceder al vaivén de sus dedos. El cuerpo de HongBin se debatía entre permitir y resistir, encogiéndose de dolorosa excitación bajo el peso dominante de TaekWoon.


—Te necesito… —musitó su voz erizándole la piel, antes carente de sensaciones tan sublimes. Él también le necesitaba. Una razón para estremecer. Una razón para sentir más cercano el pulso que no corría en sus venas cuando se convertía en un cadáver ambulante. Necesitaba más de su alma, tan generosa como para abrigar la suya incompleta. Incorporado de rodillas TaekWoon se impulsó a invadir su recodo más profundo. Como si domarle se tratase HongBin arañó las mantas, tensándose tras un sonoro gemido. Con la cabeza apoyada contra su espalda jadeaba sin aire. La presión avasallante de su interior era gloriosa. El como su cuerpo cuan engranaje ajustaba perfectamente entre sus piernas trémulas.


Permisivo y dócil entreabrió las piernas, que temblaron al sentir esa mano escurrirse por su cadera hasta alcanzar su erección menguada. El resoplo contra su oído, el dolor mezclado con gozo y el tope de su pecho contra su espalda sudorosa eran un renovado concepto de sexualidad. La primera embestida hizo sus brazos flaquear, manteniendo el pecho y rodillas contra el lecho y el resto de su cuerpo alzado de ansiedad por ser tomado.


La lentitud cambió a prisa y los suspiros doloridos en gemidos reclamantes.


Los labios de TaekWoon marcaban su lóbulo, tiritando al aliento frío cubrir su oreja. Una estocada chocó precisa contra su interior soltándole el control. Empujando sus caderas contra su pelvis pidió por más. Una mano tomó la suya, entrelazando los dedos dándole el poco cobijo que podía ofrecerle a su desnudez.


Golpeó una y otra vez su centro hasta derramarse contra su mano complaciente y poco después fue imitado, marcando lo más recóndito de su cuerpo con su nombre. Las rodillas se rindieron de aguantar ambos pesos, derrumbándose sobre el lecho con un gemido ahogado. El semen se hacía riachuelo entre sus muslos temblorosos.


—Quién te necesita soy yo —escuchó HongBin contra su sien. Era un recordatorio. Torpemente se removió, siendo arropado por los brazos de TaekWoon, celando su desnudez como propiedad. Entre jadeos alcanzó sus labios besándole despacio. Cerró los ojos al tacto húmedo de su lengua apoderarse de su boca sumisa. Rodeó sus hombros con los brazos y cruzando estos tras su cabeza permitió a sus dedos peinar su cabellera negra hasta quedarse dormido entre sus besos.


••••••


El pinchazo de una ramita contra su estómago le hizo removerse, buscando adormilado la parte más suave de la paja. Al arrimarse sintió un roce delicado y mojado contra la punta de su nariz, sobresaltándole ligeramente. Parpadeó con pesadez, aclarando su visión borrosa por el sueño. El vibrante magenta se apoderó de su panorama, terminando de despertarle por la viveza reflectada a sus ojos. Esbozó una sonrisa al reconocer su forma. Un pequeño nenúfar recogido del agua moteado con gotitas de cristal exudaba el perfume húmedo del bosque, siendo un arrullo fresco al olfato. Estiró la mano a tomar la flor entre sus dedos, deduciendo quién sería el autor de tan hermoso detalle. Rio suavemente a esa sensación cálida atemperar su estómago.


—TaekWoon… —murmuró ronco picando el centro nacarado de la flor. Frunció el ceño al asomarse un nuevo miedo a su cabeza. Asustado se incorporó y cubriéndose con las mantas miró a todas partes. ¿Se había ido?, ¿esta era su despedida? — ¿TaekWoon? —llamó con nerviosismo poniéndose en pie. Ya estaba curado, tenía que irse; ese era el trato— ¿T-TaekWoon? —balbuceó sintiendo los ojos escocer.


—Dime —dijo una voz proveniente del techo. Subió la cabeza encontrándose con aquel flamante dragón de escamas azul plata y flecos de sedoso pelaje, observarndole encaramado sobre una viga de tronco, dejando su larga cola bambolear cuan felino perezoso. HongBin sonrió, tal cual decían esos ojos brillantes.


—¿Lo tomaste del estanque? —preguntó volviendo a sentarse sobre la improvisada cama, tomando del lirio sin dejar de mirarlo. Una imperceptible ráfaga de brisa fue su seña al bajar del techo, sentándose en el suelo.


—Le gustó bailar contigo anoche. Y conseguí esto también —explicó aquella voz sin hablante en lo que tomaba entre sus fauces la orilla de un cuenco repleto de bayas y moras. HongBin tomó el bol de su boca, dedicándole una caricia de gratitud— Todo gracias a esta pata —la posó sobre su rodilla desnuda. Sin puñales asomando era inofensiva. Como su alma misma.


—Me alegra que haya curado, estaba muy lastimada —tomó de ella extendiéndola, recordando con el tacto el estado deplorable que tuvo semanas atrás. Entrelazó sus dedos humanos entre los cuatro de ave— Casi pierdes este… —murmuró frunciendo ligeramente el ceño al contarlos. Eran cuatro. Como un sacudón la estampa del grabado de dragón blanco le estremeció. Cuatro dedos y ochenta y un escalas— ¿Y tú yeouiju?


—¿Mi qué? —alzó la cabeza de husmear el cuenco de frutas que había manchado de morado sus barbas y bigotes de sabio.


—Tu yeouiju. Según los pergaminos, el dragón que alcanzara el orbe caído del cielo tendría el poder de la voluntad —relató mirándole confuso— ¿Dónde está el tuyo?, ¿es eso lo que busca WonSik?


—Seguramente sí —murmuró apoyando la barbilla a su regazo entrecerrando los ojos— Pero, el mío, que es el orbe del tigre del Este, está destruido. Sin él no puede hacer nada.


—¿Estás seguro que lo está? —insistió ante sus ojos esquivos.


—Lo arrojé al río… —HongBin de golpe se incorporó con las mantas enrolladas a su cuerpo.


—¡Está buscándolo! —exclamó caminando preocupado por el centro del granero— Debes recuperarlo, no creo que algo tan valioso se destruya por el agua. ¿Adónde cayó?


—Es muy lejos —sacudió la cabeza con desinterés.


—¡Tenemos que ir!, ¡seguramente lo está rastreando! —detuvo en seco iluminando su rostro con ilusión— Y si, ¡y si lo recuperas podrás detener las inundaciones! —TaekWoon bufó dándole la espalda. Un destello fugaz deformó su silueta en la espalda de un ser humano vestido con un pobre hanbok de cáñamo.


—Esa mierda no sirve —replicó tajante mirando cabizbajo a sus manos. Al cabo de unos segundos en silencio, suspiró llevándoselas a los cabellos para despejarse la frente— Mis deseos no se concedieron…


—¿Qué deseabas?


—Morir —HongBin abrió los ojos sorprendido, desviando la cabeza a otra dirección.


El silencio era desolador.


—Quizás... —susurró— Sólo funciona con deseos generosos —TaekWoon se levantó de golpe y jaló de su brazo con rudeza.


—¿A qué te refieres? —reclamó apretando el agarre a su muñeca. HongBin pasmó por su expresión atemorizante y la fuerza que le hacía lastimar.


—¡Suéltame! —se zafó de un jalón, imponiéndose. TaekWoon miró asustado a su mano y le dio la espalda volviéndose a sentar encogido— Escucha… Debemos recuperarlo, con el pueden desear cosas terribles —el pelinegro ocultó el rostro a sus rodillas— Si lo detienes todo acabará, ¡todo se arreglará!


—Sólo con deseos generosos… —repitió cabizbajo. HongBin se paró frente a él ofreciéndole la mano.


—Iré contigo.


Su mano fue tomada. Era una promesa.


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