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Dancing Over Water Lilies por CrawlingFiction

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Dancing Over Water Lilies


Capítulo 5: Noche sin estrellas


 


Entró abruptamente a la casucha sin descalzarse siquiera. No había tiempo. Su padre salió a encuentro reclamándole sobre dónde había estado desde anoche, pero HongBin hacía oídos sordos buscando su saco de viaje y su arco. A cada pisada tomaba alguna cosa que le fuera útil arrojándola dentro.


—¡HongBin, te estoy hablando! —gritó más ni se inmutó. De un jalón hizo caer el pequeño lote de pergaminos extendiéndolos en el suelo. Su abuela y madre asomaron asustadas por el griterío. Con su navaja rasgó varios pliegos, doblándolos hasta hacerlos entrar en su limitado equipaje. Se llevaría las hojas esenciales; sobre curandería, plantas medicinales y mitología, dónde se retrataba aquel objeto invaluable. Un jalón a sus hombros le hizo levantar y chocar pesadamente contra la pared— ¡Escúchame, te digo! ¡¿Dónde estabas!?, ¿¡Adónde te vas?! —le reclamó colérico. Se zafó escapando a la cocina, tomando tiras de carne y pescado salado y vegetales para meter al saco.


—No puedo decir mucho —le dijo a su padre que le seguía desde atrás— ¡Pero, he conseguido la posible cura para la lluvia eterna!, ¡y debo ir y traerla al pueblo! —exclamó dándose vuelta para salir, pero otro empujón le hizo retroceder hasta la mesa de madera sólida.


—¡No te vas a ninguna parte! —de un empujón se soltó acomodando sus ropas jaladas.


—¡No soy un niño, papá! —le gritó exasperado imponiéndose con valor— Lo necesitamos, con ella, ¡con ella dejará de llover y todos los cultivos se salvarán!, ¡no morirá más nadie!


—¿Qué cura es esa? —preguntó detrás de ellos su abuela. HongBin metió la mano dentro el saco que cargaba sacando uno de los pliegos rasgados de pergamino.


—Un orbe, si lo ponemos en el templo del Rey Dragón tendrá el poder de conceder nuestras voluntades, ¡aquí dice! —golpeó con el índice al grabado de la imponente bestia sosteniendo una brillante esfera de oro en cada una de sus patas— ¡Con el yeouiju puede hacerlo! —le arrebataron el papel de la mano con rudeza.


—¿¡Estás loco, HongBin!? ¡Esas son fábulas!, ¡los dragones no existen! —gritó tirándolo al suelo. El chico con el ceño fruncido y los puños tensos atravesó la puerta.


—No me importa lo que digas, iré —dijo desde la sala recogiendo del arsenal de su difunto abuelo un lote de puntiagudas flechas de punta metal. Se calzó sus zapatos, se abrigó con su durumagi y anudó el sombrero al cuello, dejándolo colgando detrás de su cabeza por sobre los hombros— Y tranquilo, que si muero en el camino será mejor para ti. Así no cargarás con mi deshonra —burló colgándose las flechas y el arco a los hombros— Cuida a mamá y la abuela —despidió llevándose el costal al hombro y saliendo por la puerta.


—¡HongBin! —escuchó voces clamar su nombre, pero no se dio la vuelta.


••••••


Agazapado le dejó subirse a su lomo, trepándosele hasta el cuello y acomodando el ligero saco entre sus cuernos. Sorbiendo con la nariz y cabizbajo empuñó mechones de su melena, listo para zarpar.


—¿Por qué estás llorando? —preguntó la vocecita con preocupación. Sacudió la cabeza y enjugó la estúpida lágrima que se le había salido con el puño.


—Tonterías, estoy bien —aseguró enredando sus dedos, entremezclándolos con el azul— Vámonos


—HongBin… —susurró.


—¿Sí? —vaciló mirando a sus nudillos blanqueados y al bonito color de sus hebras. Parecían corrientes mar adentro, netamente azul y brillante. No atrevió a volver a hablar. Quiso decirle tantas cosas, comunicarle tantos pensamientos y sensaciones, pero temía asustarlo. Anoche tuvo ese anhelo, que consoló llevando su mano tímida a peinarle los cabellos hacia atrás, a rozarle las mejillas, a acobijarle mejor ante el frío. TaekWoon no necesitaba del sueño, por lo que dedicó esas horas muertas a admirar sus facciones de ángel a la luz de los candiles. En esos trescientos veinte seis años se había reencontrado poco a poco con sus emociones humanas, creyéndose menos bestia y menos cadáver con el pasar de las décadas. Al sentir con labios y yemas esa esencia fue capaz de comprender el amor. Esa noche se había acurrucado contra su pecho, cerrando los ojos y fantaseando con dormir. No para creerse más mortal, sino para creer hacerle compañía hacia ese mundo que realmente no podía alcanzar.


Sus corazones habían latido sincronizados un instante. El suyo había vuelto a latir.


Un par de gotas frías cayeron, volviendo a llover, como todos los días. Esa lluvia era todo lo que querían combatir, como a los miedos mismos. Era un aliciente a ser valientes.


El dragón retrocedió y corrió por el sendero hasta de un salto ascender hacia el cielo, alcanzando las nubes y sus gotas golpeando sus rostros. HongBin aferrado cerró los ojos con fuerza. Lo único bueno que traía esa lluvia de despedida era que disimularía sus lágrimas. Remontando el cielo opaco le dijeron hasta luego a ese valle grisáceo.


Quiso decirle que era valiente, valiente como un tigre.


••••••


El chispeo de la yesca reseca de la fogata, y el tronar del cielo hicieron igualmente eco dentro y fuera de la profusa cueva.


—No esperaba que la lluvia alcanzara hasta al otro pueblo, está demasiado fuerte —murmuró echando ramitas acrecentando la flama. El empapado dragón que estremecía de frío se fue a un rincón en dónde, tras fulgir un débil destello, salió un joven sin camisa y con el cabello goteando agua. Tomó unas mantas del equipaje, enrollándose en ellas.


—Lo mejor será pasar la noche —resopló entre sus labios amoratados acercándose a la fogata— Será seguro también para ti —HongBin entornó los ojos mientras se sacaba el chaleco y la camisa exprimiéndoles el agua. Por fortuna el durumagi estaba seco tras haberlo metido dentro del saco. Se desanudó los tobillos de sus anchos pantalones y los bajó, quedando con los blancos más estrechos que se usaban debajo y una ancha camisa de lino percudido.


—Estaré bien, tengo todo mi arsenal de menjunjes a nuestra disposición —bromeó colgando el resto ropa sobre unas ramas cerca del fuego para que secaran— Ven, comamos algo —invitó hurgando en la olla que colgaba como cencerro a un costado de su saco.


—No, gracias —rechazó negando con la cabeza— Con cualquier animal que cace por ahí estará bien, debes racionar —agregó castañeando los dientes.


—No seas tonto, ¡come conmigo! —insistió cortando con la navaja las lazadas que contenían una pequeña olla con arroz glutinoso, encimándola sobre la fogata con unas ramas para que calentara— No te quiero ver despedazar ratas mientras estoy cenando —TaekWoon le sonrió arropándose hasta la cabeza.


Al arroz y el par de tiras de carne seca calentar sacó los palillos y sentado a su lado hecho un ovillo de mantas comenzó a comer. TaekWoon le miraba sin poder evitarlo. Las puntas de su cabellera alborotada goteando, sus ojos brillando por el fuego al frente y su expresión pensativa y serena eran como un imán. Giró al sentirse observado y le sonrió tímidamente con un pedazo de carne aprisionado entre sus labios.


—Cuando eras humano, ¿cómo fue tu vida? —preguntó jalando la tira hasta arrancar un pedazo, masticando con la boca cerrada. TaekWoon cabizbajo parecía jugar con la comida ya que no había probado todavía bocado, más no dejaba de remover sus palillos de metal en el cuenco. Le era un sueño estar ahí, compartiendo el calor de una fogata y un tazón de arroz, ¿así había sido cuando estaba vivo?


—No lo sé. Son recuerdos borrosos —murmuró tomando una mota de arroz entre sus labios, masticándola despacio, esmerándose en grabar el gusto dulzón a su montón de recuerdos inmortales— Ni siquiera sabía mi nombre, hasta que HakYeon me lo dijo.


—¿HakYeon?


—Mi viejo guía. Gracias a él pude convertirme en esto —sus ojos se abstrajeron al fuego, viendo como las llamas ámbar y rojizas consumían insaciables la leña volviéndola cenizas— Al inicio lo odié, me sentía estafado. Solamente quería volver a ser mortal, ser como tú. Pero, él me dio un destino a cambio —sintió una mano cálida posarse sobre su rodilla.


—Todos vinimos al mundo con un destino. Cuando lo cumplamos, podremos morir —le recordó con suavidad. TaekWoon asintió.


—¿Cuál es tu destino? —cubrió la pequeña mano con la suya. Su piel suave y de tez más natural era consuelo. Escuchó una risita burlona, como si hubiera preguntado una tontería.


—No lo sé, hay mejores cosas en las que pensar.


—Tampoco sé el mío —sonrió apenas, sintiéndose un aprendiz a su lado. Un aprendiz en sentir y vivir— Pero, ¿sabes? Cuando estoy contigo me siento más humano —quitó la mano sobre la de HongBin. Se la llevó al pecho palpando sus dedos pálidos por dónde tenía que estar su corazón— Casi puedo sentir que late a conciencia, no sólo bombeando sangre a mi cuerpo. Siento que se emociona, que se asusta… —ensanchó su sonrisa esperanzada mirando a la fogata— Quizás, algún día, ¿pueda lograrlo?


—¿Cuándo estás conmigo? —preguntó extrañado. TaekWoon giró a verle, acercándose hasta tomar su mano.


—Sí, algo así como… como esto —susurró ubicando la palma contra su piel fría. HongBin alzó las cejas, grabando la textura bajo las yemas— ¿Puedes sentirlo? —se escuchaba ansioso, ilusionado por aquella posibilidad. Subió la mirada y asintió dedicándole una sonrisa amable.


—Siento que te conozco de alguna parte —apretó su huella contra el corazón inerte— De mis sueños, ¿tal vez? —TaekWoon negó entre risitas— ¡Cuando soñaba con volar!, y conocer el mundo entero —carcajeó tras estirar los brazos imitando el planeo de un ave. Ambos rieron hasta acabarse la melodía, regresando a la atmosfera en dónde sólo el crispar de la madera era protagonista— Pero, ya siento algo como eso —afirmó en voz baja acercándose aún más, emborronando la sonrisa por la distancia hacerse minúscula entre sus bocas. A ojos cerrados, en medio de la penumbra, rozó a tientas la punta de su nariz y finalmente sus labios—  Incluso, estando en tierra —murmuró contra ellos. Su mano tomó detrás de su oreja, queriendo sentirle siempre así de próximo para que le abrigase de la inclemencia.


Dejaron los cuencos con sobras en el suelo, regresando con premura las manos a hundirse entre las mantas y pieles en busca de calor. Las extendieron con torpeza debajo de sus espaldas, volviéndose lecho para esa noche sin estrellas.


Los dedos de TaekWoon vagaron sobre la piel nívea y templada dispuesta a su paso. Quería obsequiarle del poco calor corporal que exudaba. Débil y exiguo, pero quizás suficiente. Aquella piel fría y con aún gotitas pendiendo sobre su extensión, aquella que de repente se le hizo tan adictiva y fascinante. A horcajadas se subió a su regazo, disminuyendo las distancias y formalidades. Se enredó entre la maraña de cabellos negros mojados y se fundió contra su boca entreabierta. Sosteniendo de su trasero bajó la tela, hundiendo el tacto a sentir lo friolenta y trémula de su piel. Escuchó una risita tonta contra sus labios y el estremecer de un cuerpo por los escalofríos, calentándole el estómago.


Las rodillas de HongBin se ceñían a los lados de sus caderas y su pecho contra el suyo subía y bajaba tranquilamente, aunque el latir de su corazón dijese lo contrario. Separándose de su boca entreabrió los ojos lentamente. Fijos y centellantes como luceros pese a la oscuridad y los cabellos de por medio. Tantos años vagando por el mundo para que de repente, esos ojos le recordasen lo inexperto que aún era. Se sentó sobre su vientre plano y cuidadosamente se sacó la camisa pasándola por sus brazos. TaekWoon estiró el brazo y delineó su estrecha cintura con las yemas. Su respiración inquieta, el tacto del blanco lienzo y la valentía de su mirada eran embriagadoras. Se perdió de momento por las líneas de su abdomen y la delicada insinuación de sus caderas. Quería recordarlo así pasaran trescientos años o más. Lentamente desanudó los pantalones y los corrió hacia abajo, cubriendo la desnudez de su cuerpo con el propio y sus intenciones. La inclinación sugestiva y sus manos, ahora ascendiendo por la cara interna de sus muslos hacia atrás.


—Si te conocí de un sueño —murmuró. HongBin confuso le miró. Se incorporó de codos y tomó tras sus orejas, sin dejar de grabar a cada parpadeo lo hermosas de sus facciones de niño eterno— Aún tienes esos ojos tan ingenuos —murmuró. Sus frentes se juntaron, sus alientos se entremezclaron—Un sueño que me gusta imaginar cuando no puedo dormir.


—¿Y de qué trata? —preguntó manteniendo las manos sobre las más grandes. Se sentían cálidas.


—Sobre una lanza que nunca existió —le sonrió. HongBin pestañeó sin entender de repente lo solemne de sus palabras y caricias. Un giro intempestivo le hizo desconectar la intriga de su mente y quedar debajo del pelinegro. Sobre las mantas, insuficientes para olvidar lo frio y frío del suelo, le sacaron los pantalones y le separaron las piernas, perdiéndose entre ellas.


Entrecerró los ojos y aceptó los dedos invadir su boca, cubriéndolos de saliva y ahogando los suspiros que se le escapaban por sus caricias.


Los haces ambarinos del fuego se tatuaban con facilidad sobre su piel desnuda, siendo la única luz necesaria para verse. Su espalda arqueó ante la invasión de sus dedos. Afincó las uñas sobre sus hombros y escondió el rostro en la curvatura ideal de su cuello. Sus respiraciones se armonizaron, subiendo y bajando sus pechos a compás. Sus labios volvieron a encontrarse, al igual que sus cuerpos.


Ajustó los brazos sobre la amplia espalda y a ojos cerrados se dejó llevar.


Sólo el eco de los gemidos y sus siluetas distorsionadas gracias al fuego fueron testigos.


El volumen de sus voces se hicieron un desastre y las sombras se volvieron una sola. El silencio abrupto y la lentitud con la cual sus manos acariciaban su espalda fueron sinónimo de paz. Su corazón chocaba impetuoso contra el suyo, que le seguía el baile pese a la piel y huesos de por medio.


—¿Cómo te sientes? —farfulló enredando sus piernas entre las mantas para cuidarse del frío. Como un niño posó la cabeza en su pecho y se dejó hacer entre el arrullo de sus brazos.


—Me siento vivo…


••••••


El rumor del agua seducía sus oídos y el rocío helado besaba su piel. Sentado como indio sobre la cima de una roca respiraba lentamente, apenas reflejándose en el subir y bajar de su torso descubierto.


Su cuerpo estaba ahí, presente en el río, pero su mente divagaba muchos años atrás. Sumergido en los recuerdos de sí mismo, reconociéndose otra vez.


 


<<Jadeante dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. HakYeon se deslizó entre sus piernas y se retiró, comenzando a vestirse. TaekWoon desnudo deslizaba los dedos sobre su piel, tan pálida que las venas parecían astillas de hielo. Aquella piel inerte, tachonada de chupones se sentía ajena a sí mismo.


—No late… —murmuró para sus adentros observando de reojo como la escultural figura de su maestro se cubría modestamente con sus ropajes. Todo sobre ese hombre parecía creado de mentiras fantásticas. Le pilló espiándole y le sonrió con su natural picardía.


—Tener emociones te hace vulnerable, TaekWoon —anudó el largo durumagi a su estrecha cintura. Él escuchaba todo.


—Entonces, ¿en qué te divierte revolcarte conmigo? —replicó, apenas audible por el murmullo del riachuelo en el que estaba sentado. El agua helada besaba su desnudez y la brisa ondeaba sus cabellos azabaches.


—Porque eres lindo —carcajeó con su melosa voz de juncos al viento. Regresó hacia el e inclinó a entregarle su ropa y presionar sus labios carnosos con el índice— Y pronto verás la diferencia —sonrió antes de darse la vuelta y marcharse>>


 


Una explosión a orillas del río le empapó la cara. Abrió los ojos de golpe, chocando con la sonrisa entre divertida y apenada de HongBin. Su sombrero estaba torcido, dándole un aspecto aún más aniñado y vulnerable. Aunque fuera un vil engaño.


—¡Lo siento! —excusó con los cabellos mojados pegados en su frente— Se escondió entre las piedras y no, no puede ¡es nuestro almuerzo! —sonriente saltó entre las piedras con su lanza de cuatro puntas en mano. Ni se había dado cuenta del momento en que el muchachito cogió un bambú y navaja para elaborar semejante arma mortífera de pescados. Sonrió mirándole enternecido. Parecía un niño bailando sobre las rocas, brillantes por el agua— ¿Lograste dar con el yeouiju? —inquirió atentamente.


—No, aún no. Mis recuerdos están dispersos… —musitó desviando la mirada. Sus mejillas ardieron y se sintió extrañamente abochornado. ¿Hacía cuanto que no se sentía así? Antes de morir, ¿tal vez?


—¡Quizás te falta comida! —exclamó atravesando una de las piscinas formadas entre las rocas del vasto río y la cascada a metros de distancia. Vio al pez asomar de entre su refugio, clavando la lanza haciendo salpicar una cortinilla de agua— ¡Lo atrapé! —jubiloso alzó la lanza, exhibiendo el robusto pescado que aún se retorcía.


—¿Qué no sabes hacer? —elogió haciéndole reír. Parecían ser un buen equipo. Negó modestamente con la cabeza y tomó al pescado entre sus manos.


—Ser un buen líder… ¿supongo? —se acuclilló y con su pequeña navaja abrió el pez.


—Yo creo que serías un gran líder en tu aldea —se deslizó por la roca resbaladiza, sentándose tranquilamente dentro del agua, llegándole hasta el pecho.


—No es algo que quisiera hacer, realmente… —con las manos limpiaba la carne, preparándola para la fogata ya izada a riberas del río— Quisiera ver más allá del bosque, ¿sabes? —le miró, dedicándole de esas sonrisas resignadas.


—Lo estamos haciendo ahora…


—Para no regresar —aclaró mirando el sol a lo alto como amante escurridizo de las copas de los arboles— Tú has conocido todo el mundo, ¿no? Conoces todos los ríos, mares, bosques, pueblos, personas… —suspiró anhelante— Qué hay más allá y más allá y…


—Y quisiera regresar a mi hogar, si hubiera uno al cual regresar —interrumpió. HongBin agachó la cabeza y mantuvo la sonrisa.


—Somos tan diferentes… —tiró las tripas del animal al agua, viendo como los pequeños pececitos saltaban a devorarlas hambrientos. El agua transparente y pura parecía un espejo, un espejo que distorsionaba su sonrisa en un gesto verdaderamente doloroso. Un reflejo certero.


—Cuando recuperemos el orbe viajemos, ¿qué te parece? —HongBin alzó la cabeza, mirándole entre la sorpresa y la incredulidad. Sus ojos, usualmente esquivos se lo estaban prometiendo— Supongo que… viajar acompañado sería más divertido…


—¿Te gusta mi compañía? —preguntó pícaro.


—Sí —confesó con los pómulos brillantes cuan botones de tulipán— Mucho —la musical carcajada del humano rebotó los arboles— Te llevaré a todos los lugares que sé, los más bonitos —el chico asintió, cogió el pescado de las branquias y se levantó.


Era una promesa.


—Estás sonrojado —señaló su cara soltando una risita burlona. TaekWoon frunció el ceño— No estás tan muerto por dentro como dices, ¿eh? —dando saltos cruzó el camino de piedras, que eran represa natural del río y regresó a tierra firme ante la mirada furiosa y abochornada del otro.


—¡HongBin! —reclamó.


—¡Me siento vivo, HongBin! —alzó los brazos imitando su voz somnolienta y delicada— ¡Oh, vivo, vivo, me siento muy vivo! —comenzó a reír escandalosamente hasta lagrimear. TaekWoon le arrojó su camisa, dándole en la cara.


—¡Eres un imbécil! —reprendió, pero no pudo evitarlo, también se rio.


¿Sentirse vivo?


Sentía más que eso.


Un par de días transcurrieron en la búsqueda del orbe de oro. Inspeccionaron las riberas y las lagunas, las huellas de la tierra y las cuevas que se volvían sus refugios en la noche. No la veían ni la sentían. Ni en lo alto de los cielos parecía estar, confundiéndose entre las estrellas al ámbar del anochecer. Pero no iba a perder la esperanza, ahora la intención de sus deseos era otra. Sorpresivamente se encontró a si mismo deseando vivir. Porque estar al lado de HongBin se sentía como eso. Su risa, su comida, su calor en la noche y su mal humor eran lo más cercano que tenía a vivir. A vivir como pudo haberlo hecho siglos atrás.


Si podía estar con él un tiempo más, quería desear la vida como la extrañaba.


No iba a rendirse tan fácil ahora.


El bienestar de la aldea, el sueño de conocer más allá y su anhelo de tenerlo consigo lo valían.


—¿Por qué no mejor volar para dar con ese río?, ¡creo que es la tercera vez que veo esa piedra! —bufó fastidiado bajándose el sombrero de la cabeza dejándolo colgar a su espalda. Ignorando sus quejas caminaba adelante, atento hasta del ruido de las ardillas y el zumbido de los insectos en ese bosque húmedo de altísimos árboles que parecían querer alcanzar el sol con las ramas.


—Volando no podré ver dónde lo lancé —replicó clavando su cayado improvisado con una rama en la tierra. Se enjugó el sudor de la frente y subió la vista, atento al lejano brotar del agua entre las piedras.


—La corriente quizás se lo pudo haber llevado… —recordó palmeándose la cara con la mano. Ahora puestos en escena, localizar ese orbe no era tan fácil como parecía. Siguió caminando detrás del guía, quién se detuvo abruptamente haciéndole chocar contra su espalda— ¿TaekWoon? —llamó extrañado. El pelinegro rígido giró la cabeza hacia la izquierda, aguzando los oídos.


—No, por aquí —dijo rápidamente comenzando a ascender a sentido contrario por la orilla terrosa de una ribera en sequía— Río arriba, está río arriba.


—¿Río arriba? Pero, TaekWoon, la corriente… —murmuró incrédulo siendo dejado atrás sin miramientos. Resopló mosqueado llevándose el arco al hombro y siguiéndole— ¡Si nos tenemos que regresar cargarás con todo!


Tras horas de ardua escalada llegaron a la cima de una cascada, muy imponente para el riachuelo que caía de su altura. Agotado se dejó caer de la espalda de TaekWoon apenas tocó tierra firme. Su negativa en volar se incluyó también al subir la cascada, y aunque al último tramo fuese llevado a cuestas, el terror de las rocas resbaladizas y la vertiginosa altura le había arrebatado más el aliento que al imperturbable pelinegro.


—E-Estás loco… —jadeó incorporándose costosamente. TaekWoon de pie frente a la piedra rastreaba con sensaciones y percepciones. Seguramente de haber estado en su forma original tendría las orejas alzadas como perro cazador. HongBin sacó su rudimentaria brújula del bolsillo, calculando en base a la ubicación del sol la hora. Abrió los ojos sorprendido. Faltaban dos horas para el anochecer— No me digas que perdimos todo un día escalando esta cosa… —murmuró para sus adentros crispando de frustración— ¡TaekWoon!, ¡mira la hora que es!, ¿¡ahora como bajamos de aquí?! ¡Porque claro!, al señor dragón de trescientos y pico de años no le apetece volar hoy —comenzó a reclamar agitando los brazos pareciendo un lunático. Le hicieron callar con un chisteo, estallando su cólera— ¿Me estás mandando a callar?


—HongBin, silencio —repitió sin voltear a mirarle.


—¡No me voy a callar! —gritó terco. TaekWoon corrió hasta la orilla del precipicio mirando a todas partes— Oye, ¡oye! ¡Te estoy hablando, perro tonto!


—El orbe, ¡está aquí! —exhaló mirando al abismo acuático bajo sus pies. De golpe, una sensación calcinante le hizo retroceder encogiéndose de dolor. De rodillas en la piedra miró a sus palmas que comenzaban a exudar sangre en repentinas ampollas erosionadas— Mis manos…


—¿Qué? —se acercó mirando a su brújula, pero su aguja se movía a todas partes temblando en su mano. Asustado miró al cielo y a su sol que como empujado por una mano divina caía aceleradamente hasta desplomar la noche, que se izó con una brisa gélida congelándole los huesos— ¿Q-Qué está pasando? —balbuceó retrocediendo hasta tropezar con una roca y trastabillar. La noche en un instante les había tragado y no había luna ni un mísero lucero— ¿TaekWoon? —el miedo se hizo presente.


—WonSik…


Un rugido ensordecedor estremeció la montaña.


Estaba aquí.


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