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Dancing Over Water Lilies por CrawlingFiction

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Dancing Over Water Lilies


Capítulo 7: Salto de fe


 


—Dejémoslo a la suerte —dijo y estiró la mano. HongBin sorprendido se secó las lágrimas con los puños. WonSik fingió un bufido agotado y se acercó para estrecharla.


No obstante, un reflejo plata en la manga de su túnica delató sus intenciones y su verdadera diplomacia.


—¡TaekWoon, espera! —llamó en un grito que no llegó jamás a sus oídos. De la manga de su otro brazo sacó una daga y le apuñaló el costado. Empujó tan profundo que el tope fue su puño ensangrentado. TaekWoon soltó un quejido y temblando tomó torpemente de su antebrazo.


—Yo creo mi propia suerte… —ronroneó a su oído sin dejar de sonreír. Encajó aún más la daga hasta hacerle vomitar sangre. Con fuerza tiró hacia abajo, abriendo todo su costado como a un animal para el sacrificio. Le soltó y se hizo a un lado. Esa sonrisa imperturbable observaba la sangre bañar sus pies.


—¡TaekWoon! —gritó horrorizado. Sus pies rogaban por correr, pero su mente estaba en blanco del terror. El pelinegro miró al frente por un instante;


Un instante en el que pareció haberle visto.


Desplomó al piso sobre un charco de sangre. HongBin trastabilló y tomó de sus hombros, dándole vuelta. Rasgó la camisa y con los retazos intentaba retener la hemorragia.


—¡Es un espejismo, es un espejismo, lo es! ¡No es real, no! —repetía cada vez más enloquecido. Con las manos bañadas de su sangre tomó de sus mejillas manchando la pálida piel. Rogó que le mirara, necesitaba que le miraba. Sus manos ahora podían sentirle, tenía que ser una pesadilla— ¡Es un espejismo, TaekWoon! —le gritó— ¡Reacciona! Es un sueño, ¡es un sueño! ¡por favor! —lloró temblando sin control. La sangre que corría llegó a empaparle las rodillas. Sus manos erráticas presionaban la espeluznante zanja a un costado de su torso, pero la tibieza escalofriante de su sangre y el tacto de sus órganos eran reales.


Una ráfaga de viento y un rugido hizo alzar al dragón rojo al cielo. Miró a través de ese paisaje estático y no había nada. ¿Entonces si era un espejismo? No había sol, no había luna ni cielo. Era una naturaleza muerta, un punto sin retorno.


—¡Por favor, alguien! —gritó haciéndose uno con su eco. Nadie respondió. Le acunó contra su cuerpo y despejó los cabellos de su frente perlada de sudor helado. Cerró los ojos con fuerza y hundió el rostro contra su pelo. Necesitaba ser valiente, pero un sollozo escapó de sus labios temblorosos.


Esto no era real.


Apretó fuertemente los párpados, como cuando de niño quería escapar de los horrores nocturnos. Los abrió. Esa respiración agónica inundaba sus oídos, abstraído en un dolor tan insoportable que la Muerte le sería un obsequio.


Tenía que escapar.


De nuevo cerró los ojos con fuerza y los abrió.


La sangre ennegrecida que corría en sus manos seguía presente.


—E-Es mentira, es mentira… TaekWoon —cerró los ojos y apretó los dientes. Tiritaba de miedo, no quería dejar de creer. No quería dejar de creer que había algo mejor para ellos afuera. No quería creer que la promesa de conocer las flores, las personas y el mundo a su lado se estaban esfumando.  No quería creer que no habría mas noches sin estrellas, mas pescado fresco a la orilla del río o arroz dulce entre risas y palabras que parecían otras promesas infranqueables. No quería creer que todo acabaría así, cubierto de su sangre y sin hacer más que llorar.


No quería dejarlo sólo,


No quería estar sólo.


Sus estertores sanguinolentos, sus lágrimas retenidas entre sus pestañas y el perfume de su cabello fueron despedida para ese infierno hermético.


Abrió los ojos de golpe con el azotar de sus cabellos al rostro ser ese toque de realidad anhelado.


El frío y la violencia del aire azotar su ropa y pelo fue de repente su concepto de vida.


Estaban cayendo desde la cima de los cielos. Desde el nacimiento del mundo que conocía y en realidad era minúsculo. No había suficiente oxígeno ni luceros que dieran esperanzas.


TaekWoon tenía razón. El cielo era el límite que los separaba.


Aturdido se tocó la cara, bastando para darse cuenta de lo que sucedía:


Habían vuelto a la búsqueda del yeouiju que se arrojaría al vacío a por el salto de fe decisivo.


Giró la cabeza, encontrandose al dragón azul cayendo a su lado. Antes de advertirlo una ráfaga de oro le pasó por el lado y desde lo más alto un rugido removió la tierra.


El yeouiju cayó. Era el momento. Sólo la más ágil, pura y valerosa de las criaturas podría capturarla para obtener el deseo de voluntad a cambio de su alma.


Sólo habría una oportunidad.


Otro rugido bestial le hizo reaccionar. ¡Era WonSik yendo a buscarlo!


—¡TaekWoon! —atajó su barba y escaló por su cabeza tomando de las riendas— ¡Despierta, TaekWoon! ¡El orbe! ¡Está cayendo! —tiró insistente del cinto a su cornamenta. Giró a su espalda y ahogó un grito. Tenía medio torso despedazado con el cuero y las vísceras hechas jirones.


No, no había sido un espejismo.


<<—Yo creo mi propia suerte… —ronroneó a su oído sin dejar de sonreír. Paralizado intentó correr, aún así, fue tarde. Encajó aún más la daga hasta hacerle vomitar sangre. Horrorizado se quedó de pie, viendo con los ojos tachonados de lágrimas la sangre derramarse en el piso. Con fuerza tiró hacia abajo, abriendo todo su costado como a un animal para el sacrificio. Le soltó y se hizo a un lado con esa maldita sonrisa nauseabunda. Sangre, carne y vísceras tiñeron sus ropajes y se desplomó>>


No había sido un espejismo o una pesadilla…


Sólo había creado su propia suerte.


El dragón entreabrió los ojos con pesadez intentando responder a su llamado.


—¡Atrápalo, atrapa el orbe! —imploró— ¡Está atrás, WonSik no puede tenerlo! —la criatura enderezó el cuerpo y golpeó con la cola el aire, arrojándose como bala al suelo que se hacía cada segundo más próximo. El orbe centellaba a centímetros de distancia cuan libélula de oro; traviesa y escurridiza al anhelo.


Afirmándose a las riendas se descolgó el arco maltrecho del hombro y apuntó hacia atrás cazando a la bestia de fuego. Con un bramido formidable se encuadró a su lado, estirando las zarpas para arremeter. HongBin disparaba flechas como loco, fracasando en atinar en todas las oportunidades. Maldijo su suerte y hurgó entre los pliegues de su jeogori deshecho.


Sin embargo, WonSik se adelantó y embistió, llevándose trozos de carne y entrañas entre sus filosas garras. TaekWoon soltó un chillido que sobrecogió e hizo maldecir a HongBin de desespero. El dragón azul plata perdió el control de la carrera y del dolor.


El arquero tiró con tanta fuerza de las riendas que creyó ser capaz de partirle los cuernos.


—¡Sigue! ¡no puedes detenerte! —bañado de su sangre y con TaekWoon temblando bajo su cuerpo esta realidad no era menos tétrica que las fantasías engañosas de WonSik— ¡Atrapalo, hazlo!


La bestia tenía toda la ventaja, pero no descansaría hasta tener a la contraparte de su destino vuelto pedazos. Volvió a enfilarse, abriendo las fauces con la gula de la Muerte sin final. HongBin sacó el último frasco de su camisa y se la estrelló contra el ojo, estallando en una llamarada cuan bomba de dinamita líquida. Se cubrió con parte de la sangre de WonSik, quien se quedó atrás retorciéndose de dolor.


—HongBin… —escuchó esa debilitada voz murmurar dentro su cabeza. Estiraba las patas deshechas, pero no era suficiente. El chico miró hacia adelante. Ya los árboles del profundo bosque se hacían más nítidos. Ya el aire se hacía más respirable.


No había tiempo ya.


Mordió fuertemente sus labios y se quitó el arco, dejando que el viento se lo llevara lejos.


—¡Voy a saltar! ¡Lo atraparé yo! —enlazó con la rienda la cornamenta y se puso de pie, montándose sobre su melena indomable. Sostenía la tela hasta escocer dentro su palma empapada de sudor. El yeouiju estaba a tres palmos de sus garras y el suelo se hacía inminente. Sino lo atrapaba estrellarían a un fin seguro.


—¡¿Qué!? ¡No saltes! —reprendió desesperado.


—¡No hay tiempo! —sus ojos se llenaron de lágrimas. Odiaba llorar, maldición. Tenía miedo. Miedo de otro final doloroso. Miedo de verle sufrir entre sus brazos sin ningún final piadoso. No sabía nada del mundo, nada de las personas ni mucho menos del amor, pero a segundos de soltar la rienda lo tenía claro.


No quería volver a verle así jamás.


Quería a su pueblo libre,


A TaekWoon libre.


No mas sufrimiento para su gente y para él. A veces los finales son mejores que los comienzos, quiso consolarse a si mismo con ello.


¿Este era su destino?


Ese encuentro fortuito, esa estrella fugaz, esos besos, esas charlas bajo las estrellas, ese arroz dulce y esas incógnitas que se revelaban ahora como un pergamino ante sus ojos.


Este era su destino;


<<—Todos vinimos al mundo con un destino. Cuando lo cumplamos, podremos morir —le había recordado esa vez en la cueva. Llovía tan fuerte que podría estarse derrumbando todo alrededor pero allí, en ese preciso momento, estaba en paz.


—¿Cuál es tu destino? —le preguntó TaekWoon envolviendo su mano. Su tacto suave y friolenta era un recordatorio a flor de piel de su enigma. Soltó una risita burlona. ¿Qué tonterías estaba diciendo?


Destino, ¿qué era el destino?


—No lo sé, hay mejores cosas en las que pensar —evadió sin dejar de reír. En efecto, no lo sabía.


Nunca lo sabes hasta que lo tienes ante tus ojos.


—Tampoco sé el mío —sonrió apenas y sólo con ello podía robarle su atención. Era su aprendiz en sentir y vivir de verdad— Pero, ¿sabes? Cuando estoy contigo me siento más humano —se tocó el pecho, fundiendo sus dedos sobre dónde tenía que estar su corazón. Uno que latiera a verdad, no como una máquina sin expiración— Casi puedo sentir que late a conciencia, no sólo bombeando sangre a mi cuerpo. Siento que se emociona, que se asusta… —ensanchó su sonrisa esperanzada mirando a la fogata. HongBin le detalló en silencio. Las flamas ambarinas danzaban al reflejo de su rostro pálido. Era una obra perdida de algún pintor, una pieza escondida de artesanía oriental. Era tantas cosas que era mísero resumirlo en sólo una bestia. No lo era. Su alma no se corrompía por los embates del tiempo, por el poder del oro y la inmortalidad. Era un ser humano, aunque no lo supiera— Quizás, algún día, ¿pueda lograrlo?


Lo había hecho, desde que en ese bosque abismal y húmedo sus ojos se encontraron con los suyos. Con los de algo más que una bestia>>


Debía abrazarlo y cumplir.


Ese era su destino.


Cerró los ojos y sonrió. Si pensaba en sus orejitas graciosas y su voz de río tendría valor. Si pensaba en su sonrisa tímida, en su calor mínimo y en la fortuna de haberle tenido estaría bien.


Dejó de temer porque él fue su último pensamiento.


El primer y último amor.


—¡Si saltas morirás! —esos gritos intentaban detenerlo. Atormentado arañaba el aire queriendo alcanzarlo con sus patas destrozadas— ¡No! ¡No eres inmortal! —HongBin suavizó el agarré a la rienda.


—Estaré bien —prometió con un arranque de estúpido valor. Impulsándose de los cuernos cuan catapulta se arrojó hacia adelante. Un grito desgarrador clamando su nombre estalló a sus oídos hasta hacerlos pitar, pero estaría bien. Estaría bien. Estiró el brazo hasta los dedos doler. Lo podía sentir besar sus yemas. Con ojos llorosos vio el suelo a menos de dos metros de su nariz. Iba a estrellarse. Los cerró con fuerza y gritó, entregando su último esfuerzo a la Muerte.


Atrapó el yeouiju con la mano, pero todo se hizo oscuridad.


El estallido de sus huesos y órganos azotándose contra el suelo y los alaridos desconsolados del dragón fueron lo último que escuchó.


Ese, ese había sido su salto de fe.


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