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Dancing Over Water Lilies por CrawlingFiction

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Dancing Over Water Lilies


Capítulo 8: Sonrisa carmín


 


Abrió los ojos y soltó una bocanada asfixiada de oxígeno.


Sus ojos chocaron con el rostro del tigre blanco que le miraba directamente. Parpadeó confuso. ¿Acaso era un sueño? Apretó los ojos con fuerza y volvió a abrir. Ahora quien le miraba era un joven de facciones angelicales y sonrisa conmiserada.


Estaban un claro de bosque rebosante de flores y frutos de todos los colores. Sentía la brisa fresca desordenar sus rizos y el trinar de las aves en lo alto de las copas.


Era el Paraíso.


Sus ojos chocaron con el brillo del orbe dentro su bolsillo. Apresurado lo tomó. Estaba bañado en sangre. Su sangre. Palpó su cuerpo cubierto de cáñamo blanco. No había herida alguna, sin embargo, en el yeouiju no dejaba de brotar.


—Bienvenido, HongBin —dijo el joven de piel morena ofreciéndole la mano para que se pusiera en pie.


—¿D-Dónde estoy? —farfulló asustado. Vacilante tomó de su mano, levantándose con esfuerzo. Lo fresco del césped besaba sus pies descalzos. Le faltaba un zapato.


—En el mundo de los espíritus. El Paraíso —indicó con simpleza— Diste un salto de fe un poco diferente —le sonrió con dulzura la deidad que había ido a su recibimiento. Asustado miró al orbe ensangrentado en su mano y lo dejó caer. HakYeon observó la esfera rodar en la tierra dejando un rastro espeluznante. Volvió a sonreír— ¿Cuál es tu deseo?


—¿Y TaekWoon? ¿Dónde está TaekWoon? —gimoteó buscándole con la mirada. No estaba. Sus gritos se repetían en bucle dentro su cabeza. Palpó nerviosamente sus bolsillos. Sacó de ellos su navaja, una bomba y el nenúfar marchito.


—Seguramente vivo —respondió.


—¡Tengo que regresar!, necesito estar con él. ¡Debo volver! —pidió tomando de los hombros a HakYeon, quien con cariño acarició sus cabellos manchándose de su sangre. No había heridas, pero la sangre que escurría de sus cabellos era el sutil recordatorio de su doloroso final.


Había muerto estrellándose contra el suelo.


—¿Cuál es tu deseo? Atrapaste mi orbe de oro, ahora eres creador de tu voluntad —le recordó sonriente. El chico se agachó para recogerlo del suelo.


¿Creador de su voluntad?


Era como… ¿un dios?


—¿Mi deseo…?  —los ojos brillantes del tigre le asintieron— Tengo varios… —susurró revisando el yeouiju entre sus dedos. Tanto había soñado con el como respuesta a sus inclemencias y ahora estaba ahí, en sus manos. El precioso orbe de oro tenía el grabado de un tigre de bengala y dos dragones entrelazados en un yin yang. Dos dragones; agua y fuego, en inquietante armonía— ¿Alguno serviría…? —añadió en un hilo de voz— Que tu vuelvas a ser el guía, que deje de llover, que pueda regresar… que TaekWoon pueda ser mortal… —con el nudillo se secó la lágrima que floreció en uno de sus ojos.


—Son más de los que esperaba —admitió con una sonrisa nerviosa que le hizo suspirar y reír bajo.


Miró nuevamente alrededor. Era hermoso y le colmaba de una extraña paz. Había flores y frutas que ni sabía existían y que quizás estaban sembradas en algún lugar recóndito del mundo que desconocía.


Unas manos color canela tomaron de sus mejillas. Sus ojos se encontraron con aquellos de vibrante verde oliva. Un mirar cargado de magnetismo y sabiduría.


—El amor humano es egoísta —pareció escudriñar lo profundo de su mente en ese intercambio de miradas— ¿Seguro qué quieres eso? —HongBin asintió apretando el orbe entre sus manos.


—Sí —su voz se sentía firme y segura.


Aquella era su decisión.


HakYeon le sonrió con ternura.


—Entonces cierra los ojos —tomó de su mentón e inclinó a besarle. HongBin abrió los ojos de impresión. Los labios de HakYeon se hicieron con delicadeza de los suyos, instándole así a entrecerrar los ojos.


Al finalmente cerrarlos la sensación de esa boca dulce y el orbe en su mano desvaneció.


La fuerza del viento azotar sus cabellos como navajas le hizo abrir los ojos sorprendido. Con el cuerpo en horizontal su sombrero de copa salió volando hacía lo más alto de los cielos.


¿Había regresado al tiempo?


—¿D-Dónde estoy? —balbuceó confuso como si hubiese despertado de un sopor inexplicable. El recuerdo de su caída al vacío le hizo sobresaltar. No, no había sido un sueño. Giró el cuerpo descubriendo al dragón azul cubierto de sangre y vísceras caer a su lado— ¿TaekWoon? ¡TaekWoon! ¿me escuchas? —llamó a gritos siendo apenas audibles por la velocidad del aire.


La criatura entreabrió sus ojillos, sintiéndole sonreír en su corazón.


—¿HongBin? —murmuró dentro su cabeza. Arrasado en lágrimas asintió a su llamado. Estiró la mano y enredó los dedos ensangrentados a uno de sus bigotes blancos, tan parecidos a los de un viejo sabio. Sonrió tras un sollozo de miedo. ¿Esta iba a ser la materialización de su deseo?, ¿morir con él?


De ese modo, a su lado, no sabría amargo.


El dragón malherido giró su cabeza. HongBin escaló hasta abrazarse a ella, escondiendo el rostro entre las hebras índigo de su melena.


—Te quiero… —musitó para sus adentros, más se detuvo y deshizo el abrazo. Este era el fin, no habría día después para ambos. Le habían obsequiado por misericordia este momento para despedirse— ¡TaekWoon!, ¿me escuchas? —llamó a gritos por sobre el ruido del viento. El dragón alzó sus orejas, escuchándole— ¡Te quiero! —confesó tan alto que la garganta le escoció— ¡No volverás a estar solo nunca más! ¡Ahora yo estaré contigo! —le prometió con una sonrisa a ojos llorosos— ¡Bailaremos sobre el estanque y comeremos arroz con carne en la fogata de nuevo! —agregó— ¡Estaré contigo, siempre contigo!


—Qué alegría…—murmuró, esbozando una suave sonrisa en sus fauces cerradas.


—T-Te amo… —sollozó remordiendo sus labios. Era su verdad. Se había enamorado de sus actitudes de perro, de sus brotes de ingenuidad y su fortaleza lo suficientemente vulnerable para permitirle acceder a él y protegerlo. Lo protegió hasta el instante final de su vida, y estaba seguro de que lo seguiría haciendo hasta más allá del tiempo; porque lo amaba— ¡Estoy enamorado de ti! ¡Estaremos juntos, es una promesa! —rio, tuvo el valor de reírle a la Muerte. Se sentía tan bien decirle aquellas palabras. Él las entendería, siendo un dragón, un espíritu o una persona. Él entendía sus sentimientos y los correspondía. Lo sabía, no necesitaba que se lo dijera.


¿Ese era acaso el destino de sus vidas? No importaba, había cosas más importantes en las cuáles pensar, por las cuáles vivir.


—Desde… —escuchó como un murmullo— Desde hace doscientos años yo lo estoy de ti… —HongBin entrecerró los ojos por la fuerza del viento y detalló como la figura esbelta del dragón se arropaba en estrellas como una cometa. Al cielo vacío se sumaron apresurados bosquejos de los árboles y el olor pesado del mar. Cerró los ojos con fuerza preparado para su último segundo.


Se esforzó en sonreír, en hacerse de una despedida feliz.


Este era su último salto de fe.


Cayeron al mar que era uno sólo con el horizonte negro. La línea recta indivisible que los separaba se bifurcó en un portal.


El océano negrísimo pareció dar vuelta. Ambos sacaron la cabeza al cruzar la otra línea acuática que les alejó del mundo de los espíritus. Como empujado hacia arriba HongBin sacó la cabeza en una costosa bocanada de aire. Llenaba con dificultad los pulmones de oxígeno tras su corazón detenerse aquel eterno segundo.


El aire húmedo del bosque inundó sus sentidos de frescor, haciéndole sentir vivo.


Estaba vivo.


Buscó por todas partes a TaekWoon, viéndole hundirse desmayado en el agua. Volvió a zambullirse en el estanque para sacarlo. Tiró de su cornamenta hasta sacarle el hocico fuera.


Después de tanto no le permitiría alejarse de su vida.


Remolcó a la deidad inconsciente hasta alcanzar la orilla. Se dejó caer agotado sobre la tierra firme, tosiendo el agua que había tragado. Gateó hacia él. Acarició su sedosa crin empapada y moteada de pequeños nenúfares rosas que se habían enredado como joyas vegetales.


—Estamos vivos… —jadeó sin evitar esbozar una pequeña sonrisa. Era una victoria. El dragón se hizo a un lado y vomitó una mezcla indigesta de agua y sangre. Su abdomen de serpiente tenía las vísceras asomando entre jirones de cuero. Su pata, aquella que había sanado con devoción, tenía el hueso fracturado en varias partes volviéndose así una espeluznante obra abstracta de astillas, carne y sangre diluida.


Estar muerto hubiese sido un milagro.


HongBin lagrimeó horrorizado y se abrazó a su cabeza apoyada al regazo. Hundió el rostro contra su frente.


—E-Estaremos bien… —besó sobre la cima de su melena y apoyó la mejilla— Estoy contigo… —Estremeció de miedo, pero le estrechó más fuerte entre sus brazos. Si le abrazaba con fuerza quizás podría contener sus jadeos de agonía y protegerle de la llovizna helada que les cubría.


En medio de sus arrullos el dragón cerró los ojos perlados de lágrimas.


Sonrió débilmente al notar su respiración calmarse y miró al estanque que fulgía como fuente de esmeraldas líquidas.


En ese lugar se habían encontrado tantas veces.


Ese estanque parecía un portal que les conectase más allá de la eternidad. Como el mar negro y los charcos del limbo.


Frunció el ceño y aguzó la mirada hacia el agua.


No estaban solos.


A orillas del estanque no eran sus siluetas las únicas reflejadas.


El espejo dimensional reproducía borrosamente la escena de un niño tumbado en la tierra y una serpiente imogi a su lado. La curiosidad, el asombro y agradecimiento se compartía en tal intercambio de miradas. El pequeño apoyado de codos en el lodo estiró su mano a tocar la cabeza de la criatura que se mantenía inmóvil. Tan o más impresionada por la estampa valerosa ante sus ojillos.


El reflejo estaba a su lado.


Asustado se giró. Sólo estaban ellos y ese reflejo al agua.


Volvió a mirar al niño y lentamente posó su mano sobre la cabeza de TaekWoon. Pálido de impresión notó como el niño se movía a su par con la serpiente.


Era él.


Cuan estampida de recuerdos, tan borrosos como el fondo de ese estanque, se reencontró a sí mismo en ese abismo acuático. Todo era negro y confuso. Recordó vívidamente la presión a sus oídos. Sus pequeñas manos ondeaban al movimiento de la corriente. Perdía las fuerzas y el oxígeno. Un sonido sordo y la explosión de diminutas burbujas advirtió el ataque de la serpiente que le atrapó la manga con sus fauces.


Parecía el retrato de una pesadilla infantil, pero en ese momento, y tres siglos después, no sintió miedo.


Conocía ese lugar, ese instante, y a TaekWoon.


Sobresaltó y sacudió la cabeza. Cuando regresó su mirada al estanque ya no estaba ese reflejo, sólo estaban ellos dos bajo las sombras de la noche.


TaekWoon alzó débilmente la cabeza. El chico con los dedos enredados a su melena le miró. Fue como regresar micro universos atrás.


<<—No me das miedo —replicó recibiendo esos ojos dudosos. De repente, como el destello de cometa que le trajo a su vida, aquellos ojos negros brillaron. Brillaron de esperanza— Me protegiste, alguien malo no haría eso —había afirmado con vehemencia.>>


Miedo.


¿Cómo su alma podría sentirlo si ya se habían encontrado?, ¿si ya estaban destinados?, ¿si ya se pertenecían?


Chocó con suavidad su frente contra la suya y cerró los ojos. Sus manos se perdieron entre las hebras azul profundo y sonrió con minúsculas lágrimas escapando de sus pestañas apretadas. Escuchó un tenue ronroneo felino que le hizo reír de regocijo.


La felicidad a su lado parecía tan efímera y, contradictoriamente perdurable en memorias.


Lo amaba.


Una flecha salida desde un matorral atravesó su costado ileso haciéndole gruñir de dolor. HongBin buscó al arquero por todas partes.


La historia es cíclica. Un cúmulo de eventos que son repetición de los anteriores.


Repetición de vidas entrelazadas y forzadas a desgarrarse.


—¡Aléjate de esa bestia!


Una decena de aldeanos armados salieron de entre los árboles. El líder del séquito apuntaba con su arco de madera sin vacilar. Era su padre.


—¿¡Papá!? —exclamó.


TaekWoon se intentó poner en pie para saltar al cielo y escapar. Su pata fracturada le hizo trastabillar y ser emboscado por más flechas.


Esos chillidos suplicantes de piedad se revolvían dentro su cabeza.


—¡Detente!, ¡diles que paren! —rogó siendo ignorado. Corrió y se interpuso entre el dragón y su pueblo— ¡Deberán atravesarme a mi primero! ¡Bajen las armas! —ordenó con los brazos extendidos. Dudosos soltaron las flechas.


—¡Quítate, HongBin! —ordenó su padre detrás de un escudo de latón.


—¡No es malo, es como nosotros! —corrió hacia él hurgando sus bolsillos. Si veía el yeouiju creería en sus palabras— C-Con el busqué el orbe que te dije y —sus dedos rozaron la nada. Había desaparecido como un embrujo— ¡¿Dónde está!? —revisó desesperado entre sus ropajes. Los hombres empuñaron sus arcos y volvieron a apuntar hacia el dragón desangrado en el lodo.


—¡Hay que matarlo, nos están atacando! —de un empellón le hizo a un lado y caer al suelo. HongBin de un salto se incorporó y sacó la navaja que arañó ruidosamente el escudo como advertencia.


—Mátame a mí —retó con una determinación tatuada en la mirada. El hombre dejó caer la barrera. Su propio hijo; su sangre y herencia se le enfrentaba a muerte— Yo lo amo, ¡no te le acerques!


—¡¿Acaso tienes mierda en la cabeza, niño!? —le gritó uno de los aldeanos.


—Están atacando la aldea, ¡lo tenemos que matar!


—¡Mátame a mí! —las lágrimas surcaban sus mejillas con mugre y sangre seca, pero sus ojos se mantenían clavados a los de su padre.


Los rugidos del cielo advertían otra clase de lluvia, a simple vista preciosa pero cargada de letalidad. El firmamento se iluminaba por decenas de estrellas fugaces que caían en dirección a la aldea, cubriéndola de explosiones de luz y gritos de horror. Subió la mirada sorprendido.


¿Qué estaba pasando?


—¡Están volviendo a caer las cometas! —lloró uno de los hombres. El señor Lee de un puñetazo desplomó a HongBin al fango y le arrebató el arma.


—¡Apunten! —se escuchó el tensar de la madera vieja por las cuerdas. HongBin se levantó torpemente del suelo— ¡Disparen! —gritó. Las flechas salieron disparadas y HongBin saltó interponiéndose a ellas.


El grito horrorizado de su padre pitó a sus oídos y el lamento de TaekWoon dentro su cabeza. Las flechas impactaron su torso, siendo una capaz de atravesarle en una estela de vísceras. Cayó al suelo de rodillas con sangre escurriendo por su mentón— ¡H-Hijo! —el metal y la madera cayeron estrepitosamente y unos brazos temblorosos le rodearon.


TaekWoon atacó al hombre de un rugido que hizo estremecer a los árboles. Los aldeanos comenzaron a dispararle flechas sin conmiseración. El dragón saltó delante de HongBin y su padre y encorvó, adoptando la verdadera estampa de una bestia. Elevó el agua del estanque en una marejada que arrastró todo a su paso. De un zarpazo le apartó y tomó al chico de la ropa con el hocico. Corrió como le permitían sus heridas y saltó cielo arriba esquivando las flechas y cometas que bombardeaban la aldea, sumiéndola en ese fuego espectral. La lluvia arreció y contra ella ascendieron al firmamento.


HongBin parpadeaba pesadamente. Vio hacia el abismo debajo. La sangre que brotaba de su abdomen se escurría hasta las puntas de sus pies. Un sollozo suave dentro su cabeza le arrullaba, tentándole a cerrar los ojos para siempre.


TaekWoon arañaba el cielo en su lucha por ascender y ascender.


Luchaba contra no poder salvarle.


—No llores… —murmuró entrecerrando los ojos. Las imágenes se hacían borrosas y confusas. Ese llanto se quebró en pedazos de desesperación.


Una pequeña sonrisa carmín adornó sus labios.


Gritos y súplicas rogaban por permanecer dentro su cabeza, pero no podía escucharlos ya.


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