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Ni tan casados por jotaceh

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Día 23: Entre las verduras

Como  no puedo salir tarde, ya que el barrio es bastante peligroso, decidí merodear a primera hora de la mañana.

Me encontré con muchos ancianos que esperaban el autobús para ir a trabajar. Me pareció raro, porque ya deberían estar jubilados, ¿qué rayos hacen trabajando todavía?

En fin, la cosa es que no me topé con ningún hombre atractivo y es que los pocos jóvenes de mi edad, eran unos gordos barbones que usan ropa deportiva, pero que de ejercicios solo conocen el abdominal al despertar. Mi gordis está rellenita sí, tan solo que ella si sabe vestir.

Desilusionado caminé hasta llegar a un edificio antiguo, uno abarrotado de gente, colores y sabores. Era el mercado del barrio. Era como esas construcciones del centro, esas más viejas que mi abuela y que como ya no son atractivas, nadie las cuida y parecen casa okupa. 

Da igual, voy a comprar mi desayuno aquí.

Pensé y es que no tenía nada mejor que hacer. Tan solo al entrar a uno de los pasillos, me encontré con otro mundo, de hecho, todos parecían personas de otra raza. Oh, por Dios, ¿sabrán hablar terrícola?

Sé que suena malvado, pero es que todo ello me parecía muy exótico y un tanto aterrados. ¿Cómo pueden haber dos tipos de personas en un mismo país? Yo estaba acostumbrado a ver gente bien vestida, con peinados ordenados,  que ocupaban perfumes y cuyos dientes eran mucho más blancos que sus propias almas. Y de pronto, estaba allí, rodeado de hombres y mujeres cuyos dientes estaban amarillos, y eso si es que tenían, porque muchos apenas y tenían dos colmillos. No vestían bien,  sus ropas estaban rotas o sucias debido a las frutas y verduras que vendían. Y, por Dios, gritaban como nunca había escuchado a nadie.

Venga caserito, aquí están las paltas más ricas....

Grande la tengo... grande la tengo, caserita... La papa....

Dura la tengo, dura la tengo.... La manzana....

Y cosas por ese estilo escuchaba pregonar a los vendedores tan entusiastas. Caminaba muy extrañado, hasta que encontré un pequeño restaurante donde ofrecían desayunos. Era oscuro, con mesas de fierro oxidadas y mantel de plástico.

-¿Qué desea comer?- preguntó el mesero.

Fue muy rápido y es que me había sentado recién.

-Bien, quiero...- y me quedé callado de golpe, porque al levantar la mirada me encontré con un chico bastante guapo.

Santa virgen de la Macarena, ¿cómo un ángel como él trabaja en un infierno como este? 

Ya, si para ser sincero no es tan bonito, tan solo que me impresionó porque era el primer hombre no tan feo que había visto durante días.

-¿Se encuentra bien?- me preguntó y es que parece que me quedé embobado viéndolo.

-Eeeeem... yo..... quiero....- estaba en blanco, ¿qué tenía que hacer?

Busqué respuestas en mi cabeza, pero nada aparecía. Lo único que si sucedió es que recordé las palabras de Gabriela y también las de Leticia. Era como si se hubieran transformado en mi ángel y demonio consejero.

Imaginé a la embarazada vestida de blanco y con una aureola en la cabeza. Ella era la santa que me aconsejaba que solo pidiera el desayuno, que no hiciera ningún espectáculo, porque a los hombres no les gustan los arrastrados.

-Lánzate, pídele que te de de su leche y que te lleve atrás de las cajas de tomate, para que te folle como burro....- apareció el demonio al otro lado de mi hombro. Estaba vez se trataba de Gabriela quien tenía cola y cachos de espectro infernal.

-¿Y?...- siguió preguntando el mesero.

-Encontrarás esto raro... pero yo... siempre anduve buscando esto y ahora que lo tengo en frente, he quedado en shock....- fue lo único que atiné a pronunciar.

-¿Te refieres al anuncio de empleo?- escuché de la boca del mesero.

Solo en ese momento, vi que frente a mi mesa había un cartel escrito a mano que solicitaba garzones para ese restaurante.

-Eeeeem.... sí, claro.... justo eso...- me resigné a mi mala suerte.

-Que bien, yo creo que te van a aceptar de inmediato... Me alegraría mucho tener un compañero tan guapo como tú... Me llamo Lorenzo por si acaso- ese momento fue hermoso.

Creo que todo mi mundo se detuvo, aparecieron estrellas que me abrazaron con ternura, pétalos de rosas se arrojaron a mis pies, todo era idílico. Por primera vez me habían coqueteado de esa manera, ha sido la mejor sensación de la vida, incluso mejor que mi primera relación sexual.

Lorenzo era un muchacho alto, de tez tostada como si siempre fuera a la playa, cabello oscuro como la noche y ojos achinados, los más hermosos que he visto en mi vida. Tiene un poco de barba, incluso un poco de barriguita, pero todo él es delicioso. Debe tener unos 25, la misma edad que ahora aparento y que le dije que tenía.

Postulé al empleo y la anciana encorvada, dueña del local, me aceptó de inmediato, sin siquiera pedirme un registro de identidad o antecedentes.

-Espero seas mejor que nuestro anterior garzón.... Ese maricotas de Jonathan lo único que hizo fue agarrarse a este otro... No me iba a dar cuenta yo, que mi esposo también era desviado y terminó yéndose con mi hermano, par de desgraciados.... ¿tú no lo eres?- creo que era lo que más le importaba a la vieja, que yo no fuera homosexual.

Tan solo que no iba a mentir, si quería trabajar allí, era para estar al lado del guapo de Lorenzo, quien ya era evidente que era gay, porque aparte, se había metido con el antiguo mesero. Así es que tuve que gritar a los cuatro vientos lo fleto que era.

-Lo siento, pero lo soy.... y mucho.... ¿quiere que se lo compruebe?- dije justo antes de tomar el rostro del garzón y darle un apasionado beso, uno de esos que te dejan hasta con las uñas paradas.

-Maldita sea, si ya no se puede encontrar machos como los de antes... Está bien, puedes trabajar aquí, pero si van a follarse, que sea allá atrás de las papas, que después me ensucian las lechugas y nadie las quiere comer con semen....- la vieja estaba bien loca.

Miré coqueto a Lorenzo, lo había besado recién y tal parece que le había gustado, porque también me miraba con carita de niño pajero. Ay,  tal parece que he encontrado al amor de mi vida. 

 


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