Día 102: Mejor correr
Me tuve que quedar unos días más esperando en el hospital. Tenía miedo que mi seres queridos sufrieran algún problema, que sus condiciones empeoraran y ocurriera algo que nadie quiere que suceda.
Al tercer día despertó Clarisa, me llamó la enfermera para avisarme.
-Clari, ¿cómo estás? – le pregunté tras entrar corriendo a la habitación.
-Mejor, pero me duele mucho la cabeza – apenas podía hablar, su voz era muy débil.
-Pero que hombre más tierno, viene a ver a su esposa enferma. El mío debe estar ebrio tirado en la plaza – comentó una anciana que compartía cuarto con mi amiga.
No le di mucha importancia porque estaba vieja y quizás un poco loca.
-¿Qué sientes? ¿Tus piernas están bien? ¿Piensas cuerdo o te cuesta? A ver, ¿cuánto es dos más dos? – quería comprobar si había sufrido alguna de las secuelas que había mencionado el doctor.
-No seas ridículo, si quedó más para allá te vas a dar cuenta con el tiempo. A mí cuando me cayó un macetero en la cabeza, me costó darme cuenta que quedé con un leve, casi indetectable problema cerebral… ¡Unicornio rosa con galletas! – habló normalmente hasta que de pronto, sin presagiarlo, comenzó a gritar como papagayo.
-No quedaste así ¿verdad? – le pregunté a mi amiga y es que si esas eran las consecuencias de un golpe en la cabeza, me va a comenzar a asustar a Gabriel.
-Claro que no, el doctor ya me dijo que había tenido suerte y que no tenía ninguna secuela grave. Tendré que estar en reposo unos meses y venir a terapia para mejorar la movilidad, pero con el tiempo debería estar mejor… ahora ya no solo soy fea, sino que además coja – se mofaba de ella misma.
-No seas tonta, no eres fea… solo conseguiste un patán como novio – solo de acordarme de Gianluca me comienza a hervir la sangre.
-Sí es bien fea, hasta el juanete de mi pie es más bonito - comentó la anciana demente.
La miré de la peor forma que tenía y es que estaba interrumpiendo a Clarisa, quien se encontraba muy afectada.
-Comenzó a juntarse con otra, con una pelirroja muy guapa, una diosa en comparación conmigo. Le dije que la dejara, que debía estar a mi lado, pero se enfadó. Se lo repetí muchas veces hasta que se cansó y me golpeó. Supongo que ahora debe estar con esa desgraciada – explicaba muy triste.
-No puedo creer que te siga importando. Casi te mata, ¿y estás preocupada que se haya ido con otra? ¿Acaso no has aprendido nada? – estaba muy desilusionado.
En ese momento Clarisa comenzó a llorar, con las pocas energías que poseía trataba de secarse las lágrimas que abarrotaban su rostro.
-Es como una droga, no podía dejarle, pero… sé que es una mala persona, sé que ya no debo estar a su lado – por fin había recapacitado.
-Ni a su lado, ni debajo, ni encima… si te pega es un desgraciado – comentó de nuevo la vieja loca.
Me tuve que ir en ese momento y es que tenían que revisar a mi amiga, pero me marché feliz de saber que aunque le costó comprender, ya había entendido que ese hombre no es el indicado.
Salí hasta la sala de esperas y es que todavía quedaba otra persona que despertara.
Al otro día, a eso de las doce de la tarde, una enfermera se me acercó de nuevo para darme buenas noticias: Fabricio había despertado.
Feliz, volví a correr hasta la habitación donde estaba internado el muchacho.
-Hola, ¿cómo te sientes? – me senté a su lado. Él abrió sus ojos.
-¿Gianluca está en la cárcel? – fue lo primero que preguntó.
Sonreí ante aquel héroe que se arriesgó con tal de poner tras las rejas a aquel desgraciado.
-Sí, lo está… no tuviste que haber hecho eso – le reclamé.
-Tenía que cumplir con mi promesa. Tú me has ayudado a colocar celosa a Anastasia – lo decía como si hubiera hecho una pequeñez.
-A las mujeres no hay que colocarlas celosas, solo hay que dejar que griten. Yo siempre llego borracho y mi esposa lo único que dice es ¡Unicornio rosa con galletas! Yo dejo que grite no más, y aunque siempre me coloco bien ebrio, nunca me ha dejado – ay no, resulta que el compañero de Fabricio es el esposo de la mujer loca que acompaña a Clarisa.
-Claro, ella debe estar muy celosa por haberte perdido -dije que con pena y es que no puede dejar de pensar en ella.
-Supongo que después de esto, ya no querrás que nos casemos – tal vez el plan no tenía sentido.
-Y eran putos. Yo pensé que eran bien machos, pero me salieron putos – el viejo ebrio era igual de metiche que su esposa.
-Sí, y él tiene vagina y está enamorado de una mujer con pene. ¿Contento? – le grité mientras le metía una mota de algodón en la boca. ¡Me cansa!
No pude recibir respuesta y es que justo en ese momento apareció Anastasia, quien como si se tratara de una princesa de cuento, usaba vestido largo y corrió a los brazos de su príncipe azul.
-Pensé que no te volvería a ver, y… se me partió el corazón – dijo cual película.
-¿Por qué? ¿Acaso estás enamorada de mí? – Fabricio estaba ilusionado.
-Claro que sí. Te amo – confesó lo que sentía la muchacha.
Justo cuando me había dado cuenta de lo mismo, ella decide revelar todo y dejarme a un lado, ya el plan no servía y me había quedado sin nada, con el pecho vacío.
-Aunque claro, tú te vas a casar – y la muy descarada me vio para propinarme la estocada final.
-Eso era toda una farsa para hacerte entender que me amas- Fabricio no tuvo compasión por mí.
-Tuviste que decirle eso a Nicolás, porque él se enamoró de ti – y en ese momento todo el mundo se me vino encima, habían revelado mi secreto como si se tratara de un juego.
La vergüenza me invadió y no tuve otra opción más que salir corriendo del lugar, con el rostro ruborizado y el corazón roto.